Primera Plana:la renovación de la crítica periodística en los años 60

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Primera Plana: la renovación de la crítica periodística en los años 60
Cristina I. Fangmann
Facultad de Filosofía y Letras, UBA
Teniendo en cuenta el contexto de estas Jornadas, centradas en la historia de la crítica
en la Argentina, mi presentación supone un doble propósito: en primer lugar, dar cuenta del
proceso de renovación cultural producido desde la revista Primera Plana en la década del 60.
Pero además, por ser el producto de una investigación académica realizada a fines de la década del 80 en el marco de la Universidad recuperada después del proceso militar, constituye
un ejemplo del tipo de investigaciones que se iniciaron y propiciaron en ese momento en la
Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, y de las corrientes teóricas que funcionaban como
soporte para tales propuestas.
1. El semanario Primera Plana (PP)
Apareció en Buenos Aires el 13 de noviembre de 1962 y finalizó su primera etapa –en la
cual consolidó su prestigio– en julio de 1969, cuando fuera clausurado por la dictadura del
general Onganía. Su primer director fue Jacobo Timerman. En los casi dos años que ocupó
el cargo, imprimió a la revista su formato y modelo (inspirado en Newsweek, Time y L’Express) y,
básicamente, su fórmula periodística. Desde su origen, fue una innovación en el campo periodístico argentino: no existían medios de interés general con estas características.
Entre ellas destacó la diversidad temática. Luego de la renuncia de Timerman, se
distribuyeron tres áreas de influencia: la de economía, a cargo de Julián Delgado; la de
política, encabezada por Ramiro de Casasbellas; la de cultura, dirigida por Tomás Eloy
Martínez. La presencia de escritores en la redacción y, en general, el alto grado de profesionalismo o solvencia del cuerpo de periodistas influyeron sobre su éxito comercial y
su peso en el campo cultural. En un cuadro donde a la inestabilidad política se sumaron
los efectos del desarrollismo económico y el ascenso de la clase media urbana, la mayor
consecuencia, que capitalizaría PP fue el aumento del poder adquisitivo de quienes gozaban, o detentaban, un mayor nivel educativo tanto técnico como intelectual. El auge
de la industria editorial, los nuevos métodos publicitarios transmitidos por los mass-media
y la apertura de nuevas carreras –como Sociología y Psicología– en el contexto de una
Universidad nacional renovada después de la caída del régimen peronista posibilitaron la
difusión de nuevos discursos y la conformación de un nuevo público lector y espectador,
que fue, en buena medida, el de PP.
La revista pudo reunir entre sus lectores tanto a ejecutivos o aspirantes a serlo (ese nuevo
actor social era cortejado en las páginas del semanario, y escarnecido en las de Tía Vicenta)
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como a artistas de vanguardia, promotores de happenings y del arte pop. El lector tipo era
profesional, de clase media o alta, interesado por la política, la economía y la cultura. PP
supo consagrarse como guía de orientación del gusto. Las páginas de su sección “Artes y
espectáculos” se imponían como un oráculo que no podía desatenderse antes de comentar
en el nuevo entre nos el teatro, el cine o las exposiciones de arte. Así, la revista se erigió como
un medio formador de opinión pública y como difusora de nuevas modalidades de conducta.
Marcaba las pautas de la modernidad en el plano de la vida cotidiana, según se comprueba
al leer las notas de la sección “Vida moderna”: los lectores posteriores podemos asombrarnos
del cinismo de bautizar una sección con ese nombre. “Vida moderna” registra los cambios
en las costumbres de la sociedad, en aspectos que abarcan desde la religión (la adopción de
las lenguas vernáculas en vez del latín para la misa católica, la discusión acerca del celibato
de esos curas ahora menos latinistas) hasta la danza (la decadencia de las escuelas de tango
en Buenos Aires). Esas páginas también registraban la creciente participación de la mujer
en la sociedad: los temas de la capacitación profesional, la inserción laboral, el control de la
natalidad o la relación entre los sexos.
Por otro lado, PP llevó a cabo un proceso de ficcionalización del discurso periodístico a
través de diferentes recursos. Destacan entre ellos el manejo del suspenso y la estructura narrativa de las notas. La identidad de los personajes, retaceada y después develada en las notas, se
combina con un final sorpresivo y, muchas veces, con el uso de la anécdota. En otras ocasiones,
los artículos están enmarcados por citas literarias; los títulos o subtítulos, acompañados por
epígrafes. La retórica es saqueada en cada página, en la búsqueda del efecto: la metáfora, el
oxímoron, la adjetivación inusual e irónica, el tiempo pretérito para narrar los acontecimientos, las formas dialogadas de expresión (ficcionales en su redacción, aunque sus protagonistas
no lo fueran) y las citas en idiomas extranjeros que subrayan, o reinventan, el carácter literario
de la escritura periodística. El lector puede sentirse halagado: se le atribuye una alta competencia para decodificar los guiños y juegos que el texto de la revista propone.
Uno de los mecanismos más llamativos dentro de este proceso es el de la verosimilización
que, por una parte, remite a la profusión de detalles en la descripción de un personaje o de
un ambiente y, por otra, a la reafirmación del modo de trabajo relatado desde la redacción
en la sección denominada “Carta al lector”. Allí abundan los elementos que conforman la
autoimagen que PP elabora de sí mismo. Desde allí también se puede ver a sus protagonistas
en acción, viajando desde el Vaticano hasta Israel, pasando por la base moscovita de donde
partió el último cohete espacial. Se respira, en estas páginas, cierto aire compartido en la
redacción, el trabajo en equipo, no inexorablemente solidario, pero sí efectivo y tenaz. La
conciencia del papel que cumplía, del lugar que ocupaba, se comprueba en varias declaraciones que la revista efectúa en momentos de clivaje, en las propagandas que hace de sí misma
cuando promueve su edición encuadernada o protesta por algún desplante oficial. La corroboración que ofrece está presente en las cartas de los lectores, donde frecuentemente aluden
a la importancia que atribuyen a PP.
La nueva forma de narrar se vincula con una nueva mirada –estetizante, distanciada–
sobre lo real. El periodista salía a la calle con el propósito de sopesar los acontecimientos.
No servía ya transcribir un cable o consignar el número de patente del coche accidentado, si
detrás de ese número no se descubría alguna historia, si no podía oírse el ruido del tránsito
a través de las palabras o sentirse en la piel la temperatura del ambiente.
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Esta nueva mirada –que según Timerman constituía de por sí un hecho cultural– presuponía una educación y un aprendizaje, al que no todos los periodistas estaban dispuestos.
PP introdujo un método de reescrituras: se recolectaban datos y episodios que luego un
redactor principal podía armar, estructurar y volver a contar de acuerdo con sus conocimientos y habilidades literarias. Así se fue creando un estilo que caracterizó al semanario, en el
que no están ausentes las influencias de Borges y de Cortázar, reconocidas por sus propios
protagonistas.
Al tiempo que despliega en sus páginas este nuevo estilo, PP no solo rescata y fomenta el
éxito de ventas de estos autores (que en sus primeras ediciones de veinte años antes no habían
agotado los tres mil ejemplares), sino que revaloriza a otros como Leopoldo Marechal.1 A su
vez, la revista funcionó como órgano de consagración en la Argentina –y en cierto modo, en
el resto de América Latina– de escritores como García Márquez y Vargas Llosa, quienes eran
escasamente conocidos en aquel momento.2 Críticos como Ángel Rama, Emir Rodríguez
Monegal y Adolfo Prieto acuerdan en subrayar el importante papel de PP en la difusión y,
más aun, en la gestación del fenómeno del boom. El primero de ellos señala la atención que
los magazines como PP prestaron a los libros y a los autores, a quienes trataron con los mismos
parámetros que antes dedicaban solamente a estrellas políticas, deportivas o del espectáculo.
De ese modo, cobraron una fama tal que tuvo efectos notorios en la recepción, tanto comercial como en términos de una mayor comunicación con el público lector.
La vinculación de PP con el boom resulta evidente a través de los concursos literarios
que la revista organizaba: entre los jurados figuraron nombres como los de García Márquez,
Vargas Llosa, Marechal, Roa Bastos, J. C. Onetti, Severo Sarduy, Emir Rodríguez Monegal y
José Bianco.
Por otro lado, desde el primer concurso de novela y ensayo, fue notorio el apoyo a la
literatura argentina. Entre los elementos que se tenían en cuenta al premiar las obras, según
explica la misma revista, favorecían
aquel material que demostrase una firme preocupación por abrir caminos a la literatura
argentina, por ensayar técnicas, formas y contenidos poco frecuentados... Se trataba de distinguir una obra de estructura impecable, por inusual que fuese, pero no que persiguiese
la originalidad a cualquier precio. Algunas excelentes novelas argentinas del último lustro
demuestran que se está ante un saludable cambio: se quería, pues, elegir una obra inédita
que confirmase ese cambio, que a la vez revelase una auténtica personalidad novelística,
pero que representase también a la Argentina de un modo indudable.3
PP revela sus intuiciones literarias en varias dimensiones: la referencia a los nuevos autores
y su promoción desde las tapas (entre las cuales se encuentran las figuras de Borges, Cortázar,
Marechal, García Márquez, Victoria Ocampo, Cabrera Infante y Lezama Lima), la preocupación por descubrir nuevos talentos por medio de los concursos y la demostración material,
concreta de estas intuiciones en la escritura misma. Si por un lado el discurso periodístico se
renueva a través de su ficcionalización, por otro, la novedad también pasa por las elecciones
estéticas que la revista realiza y por el tipo de crítica que lleva a cabo.
En el primer caso, el semanario inaugura un nuevo circuito cultural al introducir en
la escena pública no solo a los autores latinoamericanos del boom, sino al hacer confluir en
sus páginas una gama de autores que se extiende desde Sartre, Simone de Beauvoir, Brecht
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y Bachelard hasta Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Gombrowicz o el poeta entrerriano J. L.
Ortiz. Una mezcla que constituye un signo más de la modernidad profesada.
Este nuevo circuito muestra un camino distinto al elegido por el diario La Nación, casi circunscripto al ámbito oficial de la cultura, y al de medios de corte más popular como El Mundo,
que se atienen a una estética más realista y cercana al antecedente del grupo de Boedo.
En cuanto a la crítica, no solo incorpora las formas narrativas de los nuevos discursos, sino
que adopta también su metodología para construir las notas sobre libros, artes y espectáculos.4
A través de su discurso ficcionalizado, PP logra un dinamismo que conjura la rigidez académica al tiempo que supera el simple nivel informativo al que se limitaban otros medios.
Si el aporte de la psicología se evidencia en el análisis de las obras reseñadas y de sus autores
(e incluso en la valoración positiva de obras que presentan complejidades en este sentido), el de
la sociología se lee en la presencia tanto de aspectos relacionados con las condiciones materiales
de producción del hecho artístico, como de aspectos concernientes a la ubicación de los autores
en su campo, o a otras cuestiones como las de distribución y público. Preocupaciones presentes
en la propia revista, que ejerce constantemente una autorreflexión sobre su ubicación, su producción, su distribución y su público. Con lo que manifiesta su interés en lograr una definición
de la cultura más amplia, en la que ingresan elementos que antes se confinaban a otras esferas,
como también, en el mejor modo de difundirla a través de un medio de comunicación masivo
como es la revista misma. Autorreflexión y autorreferencia: otros rasgos característicos de su
modernidad.
Es esta vocación por lo moderno en todos sus niveles la que da su imagen definitiva al semanario y la que hace que con el tiempo vaya adquiriendo cada vez más relevancia como órgano
de legitimidad cultural en la Argentina. Es también la que va dando forma a su cambio. En
términos de Raymond Williams, pasaría de ser un elemento emergente o una formación del
proceso cultural que se opone a los medios tradicionales, a ser un elemento dominante o una
institución.
En este sentido, PP desplaza el papel hegemónico de La Nación y de Sur, medios que en
aquel entonces no supieron incorporar a sus discursos y a su campo de preocupaciones factores
de cambio tan decisivos en ese momento como lo fueron la Revolución cubana, en el ámbito de
la política continental, y el boom de la literatura y otras manifestaciones de vanguardia como el
arte pop, en el ámbito más estrictamente cultural. Por el contrario, PP se impuso abriendo un
nuevo espacio de prestigio y de reconocimiento que ejerció una gran influencia en el discurso
periodístico posterior.
2. Para la historia (con minúscula) de la crítica y de la teoría
Como adelantara en la introducción, este trabajo resume una investigación que ya puede
considerarse histórica, en tanto tiene veinte años de edad, y que en su mínima expresión, puede
resultar un pequeño aporte a la historia de nuestra carrera de Letras. Queda para otro encuentro la discusión sobre cómo se tomaban las decisiones sobre el otorgamiento de las becas (en
este caso, una de estudiantes), sobre la elección de los temas, etc.
Por otro lado, fue un momento en que se estaba creando la carrera de Comunicación
Social, y también desde Letras se fomentaban estos estudios sobre los medios mientras se
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incorporaba al plan de estudios de la carrera una materia como “Historia de los medios
masivos”. No siempre fue fácilmente aceptada esta inclusión. Hubo resistencias. De hecho,
“estos temas” sufrieron la competencia y tensión con los estudios propiamente “literarios”. En
el caso de mi investigación sobre PP, esta tensión se produjo en uno de mis informes de beca
(dirigida por la profesora María Teresa Gramuglio): si bien fue aprobado satisfactoriamente,
el profesor que realizaba el informe agregó un comentario irónico, algo así como “lástima
que tanta inteligencia y esfuerzo sean desperdiciados en un tema tan trivial”. Más adelante,
en Estados Unidos mi tutora de tesis de doctorado me desanimó a seguir con ese tema y me
propuso “volver a la literatura”. Pero también desde Estados Unidos e Inglaterra llegaban a
estos puertos las nuevas modas teóricas. En los 80 comenzó a difundirse la influencia de los
estudios culturales, que en la carrera encontramos en cátedras como la de Beatriz Sarlo, de la
cual, en aquel entonces, Gramuglio era adjunta o asociada.
Podríamos, como planteaba antes, continuar esta discusión con nuevas preguntas: ¿qué
pasa ahora con esto?, ¿qué tipo de trabajos se propician?, ¿desde qué soportes teóricos?, ¿hasta qué punto es actual o inactual una investigación de este tipo?, ¿cuál es la metodología que
se privilegia?
En aquel momento tomé para mi trabajo herramientas de la sociología: estudios de fuentes
(encuestas, cifras de tirada en la Asociación de Diarios y Revistas), entrevistas a su director y a
responsables: Jacobo Timerman, Tomás Eloy Martínez, Ramiro de Casasbellas, Alberto Borrini,
Marcelo Capurro), mientras que mi base teórica corría por cuenta de los autores canónicos de
los estudios culturales: Raymond Williams y Pierre Bourdieu. Aunque, desde otro lado, incluí
aportes de la teoría de la recepción para el capítulo sobre el lector.
Finalmente, celebro la idea del Departamento de Letras de reconstruir la historia, de la
crítica y de la carrera. Pues considero que esta reconstrucción nos lanza a nuevas reflexiones
que pueden ayudarnos a pensar qué nos interesa hacer ahora y a saber qué queremos lograr en
el futuro.
Bibliografía
Rama, Ángel. Más allá del “Boom”: literatura y mercado. Buenos Aires, Folios Ediciones, 1984.
Prieto, Adolfo. “Los años ‘60”, Revista Iberoamericana, N° 125, oct-dic. 1983.
Rodríguez Monegal, Emir. El BOOM de la novela latinoamericana. Caracas, Tiempo Nuevo, 1972.
Williams, Raymond. Marxism and Literature. Oxford/New York, Oxford U.P., 1977.
Notas
1
Su obra más importante, Adán Buenosayres, que había contado con la simpatía de Cortázar en una crítica aparecida en la revista Realidad, solo pudo ser reeditada y vendida masivamente
después de figurar en la tapa de PP del número dedicado a la literatura argentina, que coincidió con el lanzamiento de su segunda novela El banquete de Severo Arcángelo.
2 En el caso de García Márquez, la revista lo invita a Buenos Aires y le dedica una tapa en junio de 1967, pero además le hacen una entrevista en México anticipando la salida de Cien años
de soledad.
3 PP 125, 30/03/1965, p. 43.
4 Nuevamente, se pueden establecer las diferencias con los otros medios periodísticos: por un lado, La Nación, a través de su lenguaje academizante y solemne, asocia lo estético con las
“manifestaciones del espíritu” –para usar los mismos términos celebrados por este diario– escindiendo lo material de lo simbólico. Esto es claro en la separación que establece entre la
sección “Bellas Artes”, donde aparecen los juicios estéticos sobre las obras y “Mercado de arte”, donde entran las consideraciones de tipo comercial. Secciones que salen en días diferentes
y a cargo de distintas personas. Habría que añadir que para La Nación las “bellas artes” están íntimamente ligadas al mundo de la alta sociedad, por lo que las actividades de los artistas,
sus viajes, premios y conferencias forman parte integral de las noticias de Sociales.
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CV
Cristina I. Fangmann es licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires y
Universidad de Nueva York. Es docente de Teoría y Análisis literario en
la Universidad de Buenos Aires y del Programa de la Universidad de Georgia (EE.UU.)
en Buenos Aires. Dictó clases en las universidades de Nueva York, Wesleyan y Vassar en
Estados Unidos. Es investigadora del Instituto de Literatura Hispanoamericana de la UBA.
Ha publicado artículos académicos y traducido textos del inglés, italiano y portugués.
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