[3] Maíz es nombre bien simple, y con ello conocemos el próvido grano que por desdicha solemos cultivar en nuestro país tan escasamente, cuando no hay grano más barato, ni que exija menos cuidado, ni que alimente más que él. Maíz le llamamos nosotros, pero los modernos naturalistas le llaman de un modo más complicado, y lo colocan en el suborden de las paniceas, que es el primero de los dos subórdenes en que el naturalista inglés Bentham divide ahora el orden de las gramíneas que según él son o paniceas, como el maíz y el arroz, de las cuales hay seis tribus, o poaceas, como la avena y la cebada, de las que hay ocho tribus. Gloria esta delicadísima novela de Pérez Galdós, que a la par mueve el corazón más duro y satisface la mente más descontentadiza y hecha a lo serio, acaba de ser traducida al inglés. “Curiosísima, original y vigorosa” ha llamado a la novela el Evening Transcript, que es tal vez el mejor periódico de Boston. Gloria, como Marianela, no son solo obras literarias, sino obras benéficas. Cierto que no añaden gran cosa al lenguaje, al cual nada quitan tampoco; pero ¡cuánta dulzura ponen en el corazón! ¡con cuánta rectitud deciden en lo difícil! ¡cuán cariñosamente advierten a los hombres de los peligros tremendos de la intolerancia! ¡cómo, luego de leer esos libros, se siente como si de súbito hubieran enriquecido nuevos quilates nuestro espíritu! De ahí novelas recomendables, que llenan con provecho las horas vacías, y no esas cosazas de Pérez Escrich, que estragan el gusto, falsean las pasiones, preparan mal para la vida, y llenan de caudal inútil y estorboso la mente. No tenemos paz con lo inútil, ni con lo falso. No se tachará de eso por cierto a la tierna Gloria ni a la tristísima Marianela. Los microscopistas están descubriendo maravillas. Quien vea una esponja, toda llena de grandes huecos, supondrá tal vez, como se supone comúnmente que ha sido taladrada, allá en los misterios del fondo del mar, sin saber, como parece que es lo cierto, que la esponja no es taladrada, sino taladradora, y que horada tanto y tan bien, sobre todo, si es de la especie de las Clionoe, que atraviesa una concha de ostra. Eso ha observado a través de su microscopio un estudiador alemán. Quien quiera leer un libro animado, y brillante, tome cualquiera de los de Edmundo de Amicis, que no parece que moja su pluma en tinta sino en colores. Él ha escrito novelas, que son cuadros acabados de nuestra vida actual, donde lo feo está puesto de lado, y en realce lo heroico y hermoso, como en Manuel Menéndez, que es nombre español, como que es un arrogante mozo de Sevilla el héroe, que estando en amores con una gallardísima y honesta gitana, entró en celos de ella, y, como los celos enloquecen, la injurió en un pasquín, que leyó toda Sevilla, por lo cual riñeron para siempre, llenas a la vez de amor y odio sus almas, Manuel y su novia. Y a los pocos meses un hombre pálido, que traía una mano como en cabestrillo, fue a despedirse de la gitana porque venía a América, y le dejó un cofre cerrado para que no lo abriese hasta después de su partida, ya que la gitana rehusaba a perdonar al joven pálido; pero no bien llegó este a la puerta de la casa de la hermosa doncella, oyó a su espalda un grito amorosísimoporque la gitana había abierto aquel cofre, en que estaba encerrada la mano con que Manuel Menéndez escribió el pasquín injuriador, y que él se había cortado, como ofrenda única que pudiese hacer perdonar su falta de hidalguía, y ganarle de nuevo el corazón de su ofendida novia. Y Amicis escribe versos, lindos versos de hombre sincero, elegante y venturoso. Pero su mayor fama le viene de sus libros de viajes, de los que ha escrito ya sobre España, y Francia, y Marruecos, y Holanda, y Constantinopla. Mas no hay ninguno entre ellos tan rico de color, tan pintoresco, tan lleno de ingenuidad ni fuerza literaria, de esa fuerza que viene de decir sencillamente lo que ven nuestros ojos,—como su libro sobre Marruecos. Todo en el libro vive y resplandece. Si no en lo pintoresco, en lo razonador gana a Marruecos su libro sobre Constantinopla. A los que se ocupan entre nosotros de astronomía agradará saber que el astrónomo Huggins acaba de obtener una fotografía de la nebulosa de Orión. La fotografía del espectro prueba que en la región ultravioleta existen vestigios que no son los del hidrógeno. Huggins ha reconocido allí la presencia del ázoe. La Opinión Nacional, Caracas, 5 de mayo de 1882