TEMA 6: PASIÓN, MUERTE Y RESURRECCIÓN DE JESÚS1 “El misterio pascual de Jesús, que comprende su Pasión, Muerte, Resurrección y Glorificación, está en el centro de la fe cristiana, porque el designio salvador de Dios se ha cumplido de una vez por todas con la muerte redentora de su Hijo Jesucristo” (Compendio nº 112) Redimir significa comprar la libertad de una persona pagando un precio, un rescate. El precio para rescatarnos del pecado fue la sangre de Cristo ofrecida al Padre Eterno en la cruz. Aquel pacto que Jesús realizó hace 2000 años en el sacrificio del Calvario, se hace presente hoy, porque cada vez que el sacerdote celebra la Santa Misa renueva el sacrificio de la Cruz. Es lo mismo que ocurrió en el Monte Calvario, excepto que ahora Jesús se ofrece por medio del sacerdote y lo hace de manera incruenta, es decir, sin derramamiento de sangre. 1. LA ÚLTIMA CENA CON SUS AMIGOS Jesús y sus apóstoles se reúnen para celebrar la Pascua judía, la gran fiesta de la liberación de la Antigua Alianza, que recordaba el “paso” de Dios en medio de su Pueblo para librarles de la esclavitud de Egipto. San Juan, en los capítulos 13 al 15 de su evangelio, nos narra la Cena de Jesús con sus apóstoles y las últimas palabras que les dirige. Los evangelios sinópticos nos narran el momento en que instituye los sacramentos de la Eucaristía y el Orden Sacerdotal (Mt 23, Mc 14 y Lc 22). En San Juan, los hechos ocurren así: Lavatorio de los pies. Esto era una costumbre de la época. Al invitado que llegaba se le lavaban los pies, como prueba de buena acogida. Pero los discípulos se desconciertan al ver a su Maestro haciéndolo, a pesar de que Él les había dicho: “El primero entre vosotros será vuestro servidor”. Al terminar les dice: “Os he dado ejemplo para que lo que he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn 13, 15). Anuncia la traición de Judas. Durante la Cena, Jesús dice repetidas veces que hay uno de ellos que le va a entregar. No lo hace para humillar a Judas, por el contrario busca darle una última oportunidad de arrepentirse y de volver a Él, para que como el hijo pródigo vuelva a la casa del Padre (Cf. Lc 15), pero Judas no se dejó amar y su corazón siguió endurecido. Comparándolo con Pedro, la situación es distinta. En la Cena, Jesús le anuncia sus negaciones: “Te aseguro que no cantará el gallo antes que me 1 Apuntes elaborados a partir de los libros de texto de religión católica de la editorial Casals en sus distintas ediciones. Esta redistribución de temas y contenidos se hace para facilitar el trabajo en el aula y optimizar los recursos. Se ha usado también el Catecismo YouCat. hayas negado tres veces” (Jn13, 38), pero cuando este hecho se hace realidad, Pedro recuerda las palabras del Maestro, llora por su infidelidad al Señor y se arrepiente. Los llama amigos. En el “testamento de Jesús” que vimos en el tema anterior, Jesús llama a sus discípulos “amigos” y les explica que el verdadero amigo es aquel que sabe dar la vida por su amigo. Jesús es ese Amigo que va a ofrecer su vida para salvar a los suyos del pecado. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Antes de ser entregado a la muerte, Jesús confiesa haberles dicho todo lo que el Padre le había confiado, por eso, ahora que saben lo que el Padre les ha dado a conocer por el Hijo pueden recibir el “título” de amigos. “A vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15, 15). En los sinópticos: En esta escena se contienen las verdades fundamentales de la fe sobre el misterio de la Eucaristía: a) Institución del sacramento y presencia real del Jesucristo. Al pronunciar Jesucristo las palabras: “Tomad y comed, esto es mi Cuerpo, que es entregado por vosotros. Haced esto en memoria mía” “Tomad y bebed porque esta es mi sangre, sangre de la nueva Alianza que será derramada por vosotros para el perdón de los pecados”, lo que hasta ese momento no era más que pan ácimo y vino de vid, pasa a ser el propio Cuerpo y la propia Sangre del Salvador. Este sacramento fue instituido por Jesús para que fuera alimento espiritual del alma, al que fortalece en su lucha para alcanzar la salvación. Además, por el sacramento se nos perdonan los pecados veniales y nos da fuerzas para no caer en los pecados mortales. b) Institución del sacerdocio cristiano. Al instituir la Eucaristía, el Señor mandó que se repitiera hasta el fin de los tiempos; así Cristo instituyó también el sacerdocio dando el poder de consagrar a sus apóstoles y sucesores que por las palabras “Tomad y comed… Tomad y bebed…” conviertan el pan y el vino en el Cuerpo y la sangre de Jesucristo, esta conversión recibe le nombre de Transustanciación. La consagración se realiza en la Santa Misa. c) La Eucaristía, sacrificio del Nuevo Testamento o Santa Misa. En la Última Cena, Cristo adelantó milagrosamente, de modo incruento, su próxima Pasión y Muerte. Cada Misa que se celebra desde entonces renueva el Sacrificio del Salvador en la Cruz. En cada Misa, Jesucristo vuelve a dar su Cuerpo y su sangre, ofreciéndose a Dios Padre en sacrificio por todos los hombres, como lo hizo en el Calvario. En la Cruz se entregó con derramamiento de su sangre; su sacrificio ofrecido por nosotros, nos devolvió la amistad con Dios. En el altar lo hace de modo incruento. 2. LA ORACIÓN EN GETSEMANÍ Y LA TRAICIÓN DE JUDAS San Lucas nos narra en su evangelio cómo acercándose la fiesta de la Pascua, los príncipes, los sacerdotes y escribas buscaban cómo acabar con Jesús. Y es, en este momento, cuando Judas habló con ellos sobre el modo de entregárselo. Ya en la Cena Pascual, Jesús anuncia a sus discípulos que uno de ellos le va a traicionar. Aunque Jesucristo se entregue voluntariamente, cumpliendo la Voluntad del Padre, no por esto disminuye el pecado del traidor. El Señor tiene la delicadeza de no denunciarle públicamente, facilitándole la conversión, invitándole a que se arrepienta, pero su corazón seguía endurecido. Acabada la Cena, Jesús se dirigió con sus discípulos al huerto de los Olivos (Getsemaní), para orar la Padre y pedirle que le ayude en su Pasión. Allí vive su agonía. Sufre tanto que suda sangre. Pide a sus discípulos que oren con Él, pero ellos duermen. Mientras tanto, Judas toma la cohorte y los servidores de los pontífices y de los fariseos para ir a prender a Jesús. Judas se acerca a besar al Maestro, era la señal convenida para que supiesen a quién tenían que prender. El Señor, dolorido ante la traición del Apóstol, trata a Judas con delicadeza y le habla de la malicia y fealdad de su pecado. Estas palabras son el último intento para que Judas se aparte de la traición, pero no quiso. Cuando Jesús es condenado a muerte, Judas, movido por el arrepentimiento, devolvió las 30 monedas de plata que le habían dado los príncipes de los sacerdotes y ancianos por entregarle a Jesús y reconoció que había pecado entregando sangre inocente, pero le faltó el arrepentimiento, es decir, la vuelta confiada a Dios que perdona. Judas Iscariote se desespera, desconfía de la misericordia infinita de Dios y se suicida. 3. EL JUICIO CONTRA JESÚS En todo el juicio Jesús hasta que le condenaron a muerte hubo procesos: el judío y el romano. Proceso judío - ante Anás - primer canto del gallo - ante Caifás; primer juicio del Sanedrín - negaciones de Pedro - segundo canto del gallo - en mano de los soldados - pozo (mazmorra) - segundo juicio del Sanedrín Proceso judío - ante Pilatos - ante Herodes - de nuevo ante Pilatos - flagelación - coronación de espinas - condenado a muerte Proceso judío Después de prender a Jesús, lo llevan a casa de Anás, suegro de Caifás, sumo pontífice. Anás tenía una gran influencia religiosa y política sobre el pueblo, y fue por este motivo por el que los miembros del Sanedrín lo condujeron primero ante Anás y no ante Caifás, como hubiese sido lo correcto. Anás lo interrogó sobre sus discípulos y su doctrina. Ante la primera pregunta, Jesús guardó silencio, pero al preguntarle por su doctrina, dijo: “¿Por qué me preguntas a Mí de la doctrina?” Porque Jesucristo había siempre hablado con claridad en la Sinagoga y en el Templo donde iban los judíos a escucharle y hacerle preguntas. Anás da un bofetón a Cristo, pero Él no se ofende, y con gran mansedumbre le ofrece el perdón, diciéndole: “Si he hablado mal, di en qué he faltado. Pero si he obrado bien, ¿por qué me hieres?” Atado, es conducido a casa de Caifás. Por el camino, seguramente, fue cuando Jesús miró a Pedro compadeciéndose de él por haberle negado, se cruzaron las miradas entre Jesús y Pedro, miradas de amor y de arrepentimiento, de misericordia y de súplica. Los ojos llenos de ternura del Maestro conmovieron al apóstol, que comprendió la gravedad de su pecado, y dicen los evangelios que saliendo fuera “lloró amargamente”. Estas lágrimas son el fruto de los corazones movidos por la gracia de Dios que experimentan el amor misericordioso del Amigo que perdona de corazón a corazón. Ante Caifás o el Sanedrín hay dos sesiones: una nocturna y otra a la mañana siguiente, muy breve, porque ya estaba todo decidido. Sesión nocturna: Buscan un falso testimonio contra Jesús. No le es fácil encontrarlo y al final, dos personas dicen lo que oyeron a Cristo en el Templo, malinterpretando sus palabras: “Yo destruiré el Templo y en tres días lo reedificaré” (Jesús se refería a su cuerpo que resucitaría al tercer día de su muerte). Esto no fue suficiente para condenar a Jesucristo y por eso, el Sumo Sacerdote le interrogó: “¿Nada respondes a lo que estos están diciendo contra Ti?” Pero Jesús permaneció en silencio en medio de todas las quejas, calumnias, insultos y blasfemias. Caifás quería que Cristo se enfadase, contestase o respondiese mal, y como no lo consigue, lo obliga a decirle si es Él el Mesías. A esta pregunta, Cristo responde afirmativamente y el Sumo Pontífice se basa en esto para condenarlo por blasfemo, por llamarse y proclamarse Mesías. De aquí, llevaron a Jesús a una sala para que pasase la noche. Fue entonces, cuando los soldados se entretuvieron con Él: le dieron bofetadas, le vendaron los ojos, le escupieron en el rostro… y se rieron de Él diciéndole: “Profetiza quién te ha pegado” Sesión por la mañana: Se reúne el Sanedrín para confirmar lo hecho. El Sumo Sacerdote interroga a Cristo sobre si es Él el Hijo de Dios. Jesús responde: “Tú lo has dicho. Verás la Hijo del Hombre venir sobre las nubes del Cielo con gran poder y majestad” Y aunque ya lo habían decidido de antemano, lo condenan a muerte por blasfemo. Proceso judío De la casa de Caifás lo conducen ante Pilatos. Aquí los judíos cambian el motivo de la acusación, pues los romanos no estaban interesados en cuestiones religiosas; por ello, acusan a Jesús de erigirse y nombrarse rey. Al interrogarle Pilatos no encuentra ningún delito. Y al enterarse de que era galileo, lo remitió a Herodes, que estaba en Jerusalén en esos días. Herodes era un hombre supersticioso, sensual y adúltero, que quiso aprovecharse de Jesús y entretenerse con Él, haciéndole preguntas en tono de burla. Herodes reacciona poniéndole a Jesús un vestido blanco en señal de burla ante el silencio y lo devuelve a Pilatos Pilatos, en vez salir en defensa de Cristo reconociéndole inocente como le dictaba su conciencia, no quiso enfrentarse al pueblo judío y les propone otra alternativa: dejar en libertad a Barrabás (preso por homicidios) o a Jesús. Era costumbre por las fiestas de Pascua dejar en libertad a un preso. La gente pidió la libertad de Barrabás y la crucifixión de Jesús. Pilatos ante el miedo de que se sublevase el pueblo, dejó en libertad a Barrabás y mando azotar al Señor. Los soldados para burlarse más de aquel que llamaban “rey de los judíos”, le colocaron en la cabeza una corona de espinas y un manto de color púrpura. Así se lo llevaron, de nuevo, a Pilatos, que dialogó con Él intentando averiguar algo más de su origen divino, pero los judíos gritaron: “el que se hace rey va contra el César”. Pilatos, abatido por el miedo, se lo entregó para que lo crucificaran, diciéndoles: “He aquí a vuestro rey” (Ecce Homo) 4. CAMINO DEL CALVARIO El camino que Jesús recorre desde Jerusalén hasta el Monte Calvario supuso un sufrimiento continuo para la humanidad y divinidad del Salvador. Ese sufrimiento tiene dos aspectos: Físico: Desde que Jesús es apresado en Getsemaní, recibe golpes, palos, es encadenado, lo escupen, pasa la noche en un hueco excavado en el suelo, tiene fiebre…; en su Pasión, Jesucristo sufre los dolores atroces de la flagelación, la coronación de espinas, las caídas por el camino, la sed, el calor, los clavos que traspasan sus manos y sus pies… hasta la cruel crucifixión. Psíquicos: Pero por muy duros que fueron estos sufrimientos físicos, al Señor le dolió más la traición de Judas, el abandono de sus amigos, las negaciones de Pedro, la ingratitud de la turba (a la que había predicado, curado, dado de comer…), los insultos, las blasfemias, el dolor de su Madre, la frialdad de los soldados… Los primeros sufrimientos afectaban a su Cuerpo, pero los otros le llegaban al Corazón. El Corazón de Jesús sufrió tanto que murió de amor por la humanidad. En el camino hasta el Gólgota donde fue crucificado, destaca la figura del Cireneo. Los soldados al ver la debilidad con la que quedó Jesús después de ser azotado, temiendo que muriese antes de llegar al Calvario, obligaron a Simón de Cirene, que venía del campo y pasaba por allí, a que ayudara a Cristo a cargar con la cruz. Podemos imaginar que la primera reacción del Cireneo fue de desagrado por imponérselo a la fuerza y además desagradable; pero el contacto con la Santa Cruz debió “tocar” su corazón y fue cambiando su actitud indiferente hasta el punto de convertirlo en fiel discípulo y amigo de Jesús. 5. JESÚS EN LA CRUZ Los amigos fieles permanecen con el amigo en los momentos de prueba. La Madre de Jesús y el discípulo amado fueron para el Señor el consuelo en su soledad y en su dolor. Al pie de la Cruz, Cristo nos regala a su Madre. Jesús, que nació pobre en Belén, muere pobre también en Jerusalén. Despojado de todo por nuestro amor. El Crucificado sabe que cada cristiano necesita de una madre que le guíe por el camino de la salvación hasta llegar al cielo, por eso, en la cruz, Jesús nos da, en la persona de Juan, a María como madre de los hombres. María, al pie de la cruz, contempla a su Hijo muerto. Los soldados para adelantar la muerte de los crucificados y que no estuviesen en la cruz el día de la Pascua, los rompieron las piernas, pero al ver que Jesús estaba muerto, le atravesaron con una lanza el costado y de su corazón brotó sangre y agua. Esta sangre y esta agua simbolizan el misterio de la Iglesia, de los sacramentos: Eucaristía y Bautismo que proceden del Corazón abierto de Cristo, de su redención. Al igual que Eva fue formada del costado de Adán, la Iglesia se formó del costado de Cristo en la Cruz. “Me amó y se entregó por mí”. Es la firma de su vida: “Me amó”. Corazón abierto para que podamos entrar allí, con Él. Jesús clavado en la Cruz pronunció sus últimas siete palabras: 1. Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen (Lc 23,34) Cristo se dirige a su Padre suplicándole. Primero hay una petición: Padre, perdónales y luego una disculpa: porque no saben lo que hacen. Son palabras de amor, de misericordia. Jesús nos enseña a perdonar y pedir disculpas a los que nos ofenden, porque sólo Dios tiene que hacer le juicio definitivo. 2. En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23, 39-43). Al contemplar a los dos ladrones podemos observar la gracia y la libertad humana. Los dos estaban en la misma situación, pero uno se endurece y blasfema mientras que el otro se arrepiente de lo que ha hecho, reconoce que su castigo es merecido, defiende a Cristo y acude a Él obteniendo su salvación. Jesucristo mira al buen ladrón como miró a Pedro, y llega al fondo de su corazón. Cristo también mira a tu corazón cuando al pecar, vuelves arrepentido. Dios te abre los brazos y te repite: Hoy estarás conmigo en el paraíso. 3. Mujer, he ahí a tu hijo – He ahí a tu Madre (Jn 19, 26-27) Juan permanece frente a la Cruz junto a la Madre de Cristo. Todos los cristianos, representados en San Juan, somos hijos de María, es decir, María es nuestra Madre. 4. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mc 15, 34) Son palabras de sufrimiento físico y moral. Jesús sufre. No se queja al Padre, pero se siente solo, abandonado de los suyos. 5. Tengo sed (Jn 19, 28) En la sed de Dios vemos el deseo ardiente de cumplir la voluntad del Padre y salvar a todas las almas. Sed de nosotros, de salvar nuestras almas, de atraernos hacia Él. 6. Todo está consumado (Jn 19, 30) Jesús clavado en la Cruz, muere por todos los pecados y maldades de los hombres. Muere por mí. Todo el plan que el Padre Dios le había trazado, lo ha seguido hasta la Cruz. La obra de la Redención está cumplida. 7. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23, 46) Jesucristo hace una acto de mayor confianza, se arroja en los brazos de su Padre y libremente entrega su vida. Aunque le siente lejos y siente la soledad, aunque no tenga esa consolación de presencia sensible del Padre, sabe que es su Padre y que no le ha abandonado: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” 6. JESÚS HA RESUCITADO “Murió, fue sepultado, descendió a los infiernos…” así explica el Credo que Jesús, al morir en la Cruz, dejó su cuerpo clavado, pero su alma unida a la divinidad bajó al encuentro de las almas justas que esperaban su venida en el limbo para anunciarles la redención y llevarlas al Cielo. Muchos de los que murieron en el Antiguo Testamento eran justos, es decir, santos: los patriarcas, Moisés, David, los profetas… no pudieron entrar en el Cielo pues por el pecado original de Adán y Eva quedaron cerradas las puertas del Cielo. Éstas se volvieron a abrir por la muerte de Cristo en la Cruz. Jesús había predicho claramente y en numerosas ocasiones que resucitaría al tercer día de su muerte (Mt 12, 38-41; 16, 21; 17, 22; 20, 19; 26, 32). Y no sólo anunció su resurrección a sus discípulos, también a los fariseos y a los escribas, cuando le pidieron una señal, les dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo reedificaré” (Jn 2, 19) y aclara San Juan en el versículo 21 que no se refería al templo, como creyeron los judíos, sino a su cuerpo. Al morir Jesús, sus enemigos recordaron todo lo que había dicho de que iba a resucitar, por eso pidieron a Pilatos pusiese guardias a la puerta del sepulcro. Los apóstoles, en cambio, no creyeron que fuese a resucitar y se escondieron por miedo a las autoridades judías. La resurrección de Jesucristo significa para nosotros la verdad de nuestra fe y la garantía de nuestra propia resurrección. “La Resurrección de Cristo no es un retorno a la vida terrena. Su cuerpo resucitado es el mismo que fue crucificado y lleva las huellas de la pasión, pero ahora ya participa de la vida divina con las propiedades de un cuerpo glorioso. Por esta razón Jesús resucitado es soberanamente libre de aparecer a sus discípulos dondequiera y bajo diversas apariencias” (Compendio nº 129). Después de resucitar, durante 40 días, Jesús se apareció a muchas personas que fueron los testigos de su resurrección ante toda la humanidad. La primera testigo fue María Magdalena que nada más amanecer fue al sepulcro para terminar de embalsamar el cadáver de Jesús y se encontró la piedra corrida. Al ver esto volvió corriendo a Jerusalén y se lo dijo a los apóstoles, reunidos en el Cenáculo. Pedro y Juan fueron al sepulcro y al entrar vieron los lienzos en el suelo y el sudario doblado y puesto a un lado. María Magdalena vuelve de nuevo y se encuentra con dos ángeles que le preguntan por qué llora; también habla con un hombre que suponía era el hortelano y se había llevado el cuerpo de su Maestro. Sólo cuando este hombre, que era Jesucristo, pronuncia su nombre: “María”, ella se da cuenta de que está ante Cristo resucitado y cree. También Jesús se aparece a los 10 reunidos, faltaba Judas el traidor y Tomás que no estaba. Los apóstoles se alegran mucho y cuando llega Tomás se lo dicen, pero él no lo cree. A los ocho días se vuelve a aparecer a Tomás y le dice que meta sus manos en los agujeros de las llagas y en su costado. Esto era lo que el incrédulo apóstol había pedido para confirmar su fe. Tomás responde con una confesión de fe: “¡Señor mío y Dios mío!”. Dos de los discípulos de Jesús se marchaban a su pueblo, Emaús, ante el fracaso de la cruz. Jesucristo se hace el encontradizo según iban de camino y les explica las Escrituras relacionadas con Él. Sólo cuando Jesús les da a comer su cuerpo, se abren los ojos de su fe y caen en la cuenta de que su compañero de camino era el Señor. En el lago Tiberíades amanece, los apóstoles, después de toda la noche pescando, no tienen nada. Alguien desde la orilla les manda echar las redes. Pedro obedece y Juan descubre que ¡es el Señor! Jesús les tiene preparado el desayuno y recibe de Pedro una triple confesión de amor. San Pablo narra, además, otras apariciones multitudinarias de Jesús. En una ocasión se apareció a más de quinientos hermanos juntos (Cf. I Co 15,6) Antes de subir al cielo, Jesucristo les anuncia que no les dejará solos, que enviará el Espíritu Santo que asistirá a la Iglesia hasta su segunda venida, el juicio universal al final de los tiempos.