FASE ANAL PRIMARIA • Metas la pulsión anal primaria: perder y

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FASE ANAL PRIMARIA
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Metas la pulsión anal primaria: perder y aniquilar.
Fuentes pulsionales correspondientes: la de la ampolla rectal y la musculatura voluntaria.
 nueva exigencia de trabajo para la mente vinculada con la imbricación de dos
placeres diferentes: uno, activo, sádico, asociado al uso de la musculatura, sobre
todo de brazos y piernas,
 un placer pasivo en relación con la erogeneidad de la mucosa anal.
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Yo con mayores posibilidades derivadas de la eficacia de la motricidad.
La pulsión sádica se conquista con el desarrollo de ciertas funciones yoicas
El cambio ocurrido en esta fase no proviene tanto del placer desarrollado en la ampolla
rectal, sino de la posibilidad de transponerlo en actividad muscular.
El uso de la musculatura permite procesar el trauma transponiéndolo en agresividad.
El trauma que se intenta elaborar en este momento tiene dos orígenes.
1. Corresponde a desarrollos de afecto padecidos en la fase anterior, cuando el
niño que anhelaba la presencia materna sufría su ausencia. La frustración
pulsional, fuente de desesperación, es traspuesta en actividad vindicatoria
por una transformación pasivo-activa del trauma. (juego del carretel)
2. El otro trauma no deriva de una vivencia dolorosa sino de una voluptuosidad
en mucosa imposible de tramitar.
En el placer anal en mucosa, es el excremento el que tiene un papel activo.
En el acto evacuatorio la emergencia de las heces provoca un orgasmo, cuyo placer
resulta contradictorio con el esfuerzo por retener la sustancia estimulante en el
intento de conservar infinitamente la voluptuosidad.
El yo queda en posición pasiva frente al avasallamiento esfinteriano producido por
el excremento.
El estado de humillación resultante es respondido por un estallido de furia que se
expresa en el placer por agredir.
La disposición a la acción expulsiva y destructiva, acompañada de cólera surgió ya en la
fase oral secundaria, cuando lo desagradable era escupido; pero este acto expulsivo no
anulaba el displacer vivenciado en la incorporación.
En este proceso adquiere eficacia la visión, como ocurre en el juego del carretel cuando el
niño intenta arrojar el mismo fuera de su mirada.
En este momento, ver o no ver un objeto es concebido como consecuencia de un acto. En
el enlace de vista y motricidad, la acción de la mano guiada por los ojos, proporciona
una ilusión de dominio del mundo.
Si ocurriera este mismo enlace entre ver y actividad esfinteriana, el yo podría hacerse
dueño de su motricidad anal y del momento de la defecación
Cuando el ver deriva de una transformación del placer por aniquilar, la actividad visual
tiene un valor extractivo aniquilante.
Es pertinente al respecto considerar la descripción que hace Freud de la envidia, afecto con
el cual aparece asociada la mirada, promoviendo un efecto destructivo.
En este momento representacional el cuerpo del niño se unifica no sólo en términos
de estados afectivos sino de musculatura voluntaria.
La misma desplaza a la percepción como causa del estado afectivo provocado por la
presencia o ausencia de la madre.
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Se logra ahora un discernimiento: que la desesperación no sobreviene porque la
madre ha desaparecido, sino porque se alejó motrizmente.
La forma de vínculo continúa siendo la identificación primaria con una madre, en
este caso, modelo cinético.
Se estructura así un espacio intersubjetivo en el cual las distancias pueden ser
salvadas y que incluye sólo dos polos: el del niño y el de su madre.
Las extremidades del cuerpo pasan a ocupar el lugar de ayudantes al servicio de los
acercamientos y alejamientos.
Se produce la inversión del esquema correspondiente al momento en que el niño
padecía los desplazamientos de la madre, que fueran para él causa de su ser o no ser;
ahora es su propia motricidad la concebida como aniquilante o salvadora de la
existencia ajena.
El niño concibe su cuerpo como realizador de los ideales atribuidos al modelo, con el
cual se mantiene un vínculo de ser.
La madre es modelo cinético, dado que resulta garante de los movimientos del hijo,
al totalizar como unidad los actos del mismo.
El momento de la unificación cinética del yo de placer, que describimos en el plano de las
representaciones, en torno a la lógica de la contigüidad, está vinculado, desde el punto de
vista libidinal, a dos placeres que se articulan:
 el de la estimulación en la ampolla rectal y
 el placer por el uso de la motricidad de las extremidades y el tronco.
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Toda vez que el recurso a la motricidad fracasa en su intento aniquilante, surge otro
desarrollo de afecto: la humillación.
También aparece humillación cuando el yo queda derrotado en su esfuerzo por retener las
heces.
El éxito en el uso de la motricidad con un fin expulsivo y destructivo determina un estado
de júbilo en el yo.
La hostilidad, al pretender que otro, un extraño, desaparezca de la vista, se transforma en
un ofrecerse como alguien que desaparece para la mirada de otro, y el deseo frustrado de
ser consagrado como objeto de una mirada gozosa inunda al yo de vergüenza.
La observación de niños pequeños permite advertir el surgimiento de la vergüenza cuando
ante la presencia de extraños esconden el rostro en el cuerpo de alguno de sus padres, en
un intento de defenderse del trauma a través de una acción motriz.
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