Empresarialidad y destrucción creativa

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En la opinión de...
Arturo Damm Arnal
Empresarialidad y
destrucción creativa
II
La empresarialidad es causa, primero, de
la competencia y, segundo, del progreso
económico, definido este como la producción de
mejores bienes y servicios, para un mayor número
de personas, mejores bienes y servicios que le permiten
al ser humano elevar su nivel de bienestar al ahorrarle
tiempo, y/o espacio, y/o esfuerzo, y/o dinero, elevando
su nivel de satisfacción. El progreso económico es
efecto de la empresarialidad y, por lo tanto, de la
actividad empresarial y, por ello, del ingenio y esfuerzo
de los empresarios, sin quienes no hay progreso
económico que valga, algo que dista mucho de haberse
entendido, tal y como lo muestran, desde leyes que
entorpecen la actividad empresarial, hasta comentarios
que la denigran, todo lo cual debe cambiar.
38 ENTORNO
III
La empresarialidad, es decir, la invención de
mejores maneras de satisfacer las necesidades
de los consumidores, es causa de lo que el
economista austriaco Joseph Alois Schumpeter
(1883-1950) llamó el proceso de destrucción creativa,
por el cual lo bueno sustituye a lo malo, lo mejor a
lo bueno, y lo excelente a lo mejor o, dicho de otra
manera, utilizando las palabras de Schumpeter: la
creación de lo bueno destruye a lo malo, y la creación
de lo mejor destruye a lo bueno, hasta que la creación
de lo excelente destruya a lo mejor, y así una y otra vez,
todo ello en beneficio del consumidor, quien tendrá a
su disposición mejores bienes y servicios, efecto de la
competencia que se genera, no entre lo malo y lo malo,
sino entre lo bueno y lo malo; no entre lo bueno y lo
bueno, sino entre lo mejor y lo bueno; no entre lo mejor
y lo mejor, sino entre lo excelente y lo mejor. Lo que
importa no es la competencia que ya se da, sino de la
que puede llegar a darse.
IV
Lo que debe motivar a la empresarialidad
no es, al menos no de manera principal,
la competencia que ya existe en el
mercado (por ejemplo: entre lo bueno
y lo bueno), sino la competencia que, producto de
la empresarialidad —es decir, de la capacidad del
empresario para ofrecer mejores bienes y servicios—,
llegará a darse en los mercados (por ejemplo:
entre lo bueno y lo mejor), lo cual quiere decir que
el empresario no debe actuar de manera reactiva,
reaccionando a la competencia que otros generaron,
sino de manera proactiva, siendo él quien genere la
competencia, inventando mejores maneras de satisfacer
las necesidades del consumidor, lo cual puede darse a
través de menores precios, de mayor calidad, de mejor
servicio, o por medio de lo que, al final de cuentas, es
la quintaesencia de la empresarialidad: la invención
de mejores productos, que le ahorren al consumidor
tiempo, espacio, esfuerzo y dinero, incrementando su
satisfacción.
Foto: Ana Lourdes Herrera / Ilustración: IndexOpen
I
La esencia de la actividad empresarial, de la
empresarialidad, del entrepreneurship, consiste en
inventar (porque hay que inventarlas, no descubrirlas)
mejores maneras de satisfacer las necesidades de
los consumidores, lo cual coloca al empresario más
cerca del inventor que del administrador, cuya tarea
es coordinar los distintos factores de la producción
para que esta tenga lugar; que del ingeniero, cuya
función es mejorar los procesos de producción, con el
fin de, reduciendo el costo de producción, aumentar la
productividad; que del capitalista, cuya encomienda es
aportar el capital necesario para adelantar los pagos
a los factores de la producción. Esencialmente, la
empresarialidad es algo distinto.
“El empresario no debe actuar de manera reactiva,
reaccionando a la competencia que otros generaron, sino
de manera proactiva, siendo él quien genere la competencia,
inventando mejores maneras de satisfacer las necesidades
del consumidor”
V
La empresarialidad, entendida como aquello
que genera el proceso de destrucción creativa,
puede ser, como de hecho lo es, combatida
por los mismos empresarios, sobre todo por
aquellos que, habiendo logrado un nicho de mercado,
se ven amenazados por la introducción al mismo
de mejores bienes y servicios, lo cual les genera
competencia, con todas las consecuencias que la misma
puede traer consigo, que pueden ir, desde aumentos
en la productividad y en la competitividad, hasta la
antítesis de todo ello: la quiebra. Estos empresarios
intentarán, por todos los medios, impedir el proceso
de destrucción creativa, siendo el medio más eficaz
para lograrlo el conseguir, del gobierno, algún
privilegio (protección, ayuda, subsidio, concesión
monopólica, etcétera), que los mantenga al margen de
la competencia, que impida que un producto, mejor que
el que ellos ofrecen, llegue a su mercado, lo cual elimina
la posibilidad de que los consumidores mejoren su nivel
de bienestar.
VII
Consecuencia directa de la
empresarialidad es el proceso de
destrucción creativa que no es otra cosa
más que progreso económico; es decir,
la secuencia de pasos por la que lo bueno sustituye a
lo malo, lo mejor a lo bueno, lo excelente a lo mejor, así
una y otra vez en un proceso que, parece ser, no tendrá
fin, producto del ingenio del ser humano en general,
y del talento del empresario en particular, proceso de
destrucción creativa que debe darse sin que nada, ni
nadie, lo impida, ya que ello es tanto como impedir el
progreso económico, mismo que muchas veces intentan
impedir los mismo empresarios, aquello que se ven
amenazados por la competencia, por la destrucción
creativa.E
VI
Claro que una cosa es que los empresarios,
amenazados por el proceso de destrucción
creativa, pidan al gobierno algún privilegio
que los mantenga al margen de la
competencia, y otra muy distinta que el gobernante
les conceda ese privilegio que, de otorgarlo, aborta el
progreso económico, al menos en ese mercado, por lo
menos con relación a ese bien o servicio, lo cual resulta
inadmisible. ¿El gobierno limitando las posibilidades
del progreso económico? ¡Por favor! Sin embargo,
muchas veces, eso es lo que hace el gobierno: limitar las
posibilidades del progreso económico, haciéndolo por
defender los intereses de unos pocos (los empresarios
que consiguieron el mentado privilegio), en contra de
los derechos de los muchos (los consumidores), mismos
que termina pagando un precio mayor, por una calidad
menor, y por un servicio defectuoso, todo lo cual es la
antieconomía en su más pura expresión.
Arturo Damm, Licenciado en Economía y Filosofía, es profesor de
la Escuela de Economía y la Facultad de Derecho de la Universidad
Panamericana. Articulista en varios periódicos y revistas y
comentarista de radio y televisión, es autor de diez libros sobre
temas de economía y filosofía, y coautor de otros cuatro.
E-mail: [email protected]
ENTORNO 39
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