Las jergas juveniles del español actual

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Lectura 5 - Los registros – Monografías
Textos Nº 22 – Las jergas juveniles del español actual – Pag. 35 a 48
Monografía
Las jergas juveniles del español actual
Los registros
Mariano del Mazo de
Unamuno
Escuela oficial de idiomas
Jesús Maestro. Madrid
En este artículo, y tras caracterizar las jergas juveniles como una síntesis de
diferentes hablas, el autor alude a algunas de las características fónicas, sintácticas y léxico semánticas del dialecto social usado por la juventud urbana.
A continuación, y desde un punto de vista sociolingüistico, concibe las jergas
como una variedad de uso asociada a la edad con una importante significación
Social en tanto que indicio de un determinado grupo cultural, y concluye
afirmando desde un punto de vista educativo que la escuela no debe sancionar
estas variedades lingüisticas, pero sí ampliar las posibilidades expresivas y comunicativas del alumnado mediante la práctica de otros registros.
Youth jargon in present day Spanish
In this article and after characterising youth jargon as a synthesis of different
forms of speech the author alludes to some of the characteristic phonetic
ele-ments, syntactic and lexical semantic of the social dialect used by urban
youth. Then from a socio-linguistic point of view she conceives jargon as a
va-riety of usage associated to age with an important social meaning to the
ex-tent that it indicates a determined social group. She concludes by affirming,
from an educational point of view that the school should not sanction these
linguistic varieties but rather widen the expressive and communicative
possi-bilities of the students through the practice of other registers.
Caracterización
lingüística
Las actuales jergas juveniles urbanas de nuestra lengua, refiriéndonos
casi exclusivamente al español de España, son un conjunto de variedades
sociolingüísticas empleadas sobre todo por los jóvenes en la vida
cotidiana y en los registros menos formales.
Estas jergas juveniles son una mezcla de diferentes hablas: hay expresiones procedentes del habla gitana, el caló, como 'chorizo', de 'chorar'
(robar) o 'curro' (trabajo). Hay términos del argot castizo, madrileño
especialmente, como 'piño' (diente), derivado de 'piñón'. Y también de
vocablos nacidos en el mundo de la droga, como 'colocarse' o 'chutarse'.
Las actuales jergas son herederas de jerigonzas muy antiguas, como el
habla de germanía, que ya está presente en Quevedo o en las novelas
picarescas de Cervantes. Y también ha habido creación, innovación,
mediante el recurso de deformar voces coloquiales o a través del empleo
de términos comunes con un sentido nuevo, como en 'rollo' o 'punto'
(estado de máximo bienestar). Aunque creación en sentido estricto ha
habido menos de lo que habitualmente se cree, ya que con frecuencia se
recurre a la recuperación de voces antiguas. Muchas palabras y
expresiones de la jerga contemporánea estaban ahí latentes, lo que no
deja de ser un hecho del máximo interés sobre la vida de las palabras.
'Guay del Paraguay' está documentado, como mínimo, a media-
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dos de siglo; 'tronco' ya existía de antiguo en el castizo, y 'cañón' (ponderativo de belleza) es un vocablo arcaico recuperado últimamente por
las jergas juveniles de «niños bien».
Algún tipo de variedad lingüística juvenil ha existido siempre. Pero
como fenómeno nuevo que traspasa en el español de nuestros días las
fronteras de grupos minoritarios o marginales, estos dialectos sociales
empiezan a expandirse en la década de los setenta en los ambientes urbanos
menos acomodados y menos convencionales. Lo que más destaca de la
nueva situación es la capacidad de irradiación y de difusión de estas hablas.
Las jergas urbanas, además, han aumentado el caudal léxica del argot
tradicional, con una ampliación de campos semánticos y de expresiones.
Se la denominaba hace dos décadas «cheli» o «lenguaje del rollo»,
por el enorme valor polisémieo que daba a este significante, auténtico
comodín, que pese a sus significaciones más específicas ('formas de vida'
o 'relación sexual'), era un lexema tan genérico como pudiera serlo 'cosa'
en la lengua común. También fue conocido como lenguaje «paso-ta»,
porque su irrupción coincidió con los años del desencanto, época en la
que ese hablar era el contrapunto desmitificador de los referentes de la
generación anterior y manifestaba una visión más desengañada, cruda y
descarnada de la realidad.
Los límites de este dialecto social no son absolutamente precisos,
pues muchas de sus variedades léxicas, fonéticas y sintácticas presentan
múltiples intersecciones con otros registros, como el lenguaje coloquial,
y hasta con la lengua común. De a h í que no sea fácil elaborar un
diccionario en el que quepa el cheli y sólo el cheli o que delimite el terreno exclusivo de las jergas.
Las
variedades
sociales de
la lengua.
A la hora de analizar las variedades sociales de una lengua, es preciso
establecer una distinción entre niveles de lengua, sociolingüístícos, y
registros del habla, variedades discursivas. Los primeros se refieren a
una estratificación social existente en una comunidad lingüística, son
subsistemas que funcionan como códigos relativamente independientes
dentro del sistema lingüístico, y que se corresponden con los usos
sistemáticos que hacen los hablantes según su nivel sociocultural o de
acuerdo con otras diferencias que condicionan su saber y su conducta
lingüísticos. Aun así, quizá sea exagerado hablar de sociolectos, dadas
las intersecciones que se dan entre las diferentes hablas juveniles y la
lengua coloquial; a lo sumo habría que hablar de rasgos diferenciadores y
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rasgos
comunes
de
las
jergas
juveniles
con
las
variantes
más
próximas,
como el
habla
familiar o
la lengua
coloquial
y
los
registros
más informales del
español
hablado
en
España.
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Así, dentro de la estratificación social de nuestro idioma, podríamos distinguir un nivel culto, un nivel común-medio (preferimos esta
denominación al anglicismo estándar), un nivel vulgar, etc. Las manifestaciones de estos subsistemas se reflejarán en la existencia de distintas
lenguas funcionales. Habrá hablantes que conozcan sólo alguno de estos
niveles; por el contrario, existirán personas que manejen diversos códigos
-e incluso todos-, los que se dan en una misma lengua natural.
Distinta es la noción de registro de habla, pues se trata de una variedad estilística que empleará cada hablante según la situación comunicativa en la que se encuentre. Los registros, que son una modalidad
funcional adaptada a una serie de variantes, dependen del tema y de
otras circunstancias comunicativas, como el hecho de que se empleen
bien en la lengua oral, bien en la escrita; también están en función de las
relaciones que se den entre las personas o del ámbito más o menos formal
en el que se desenvuelva el discurso. Y también de otras convenciones
sociales: es curioso que, habitualmente, hablando de fútbol, se emplee
una mezcla de la lengua culta con la jerga deportiva, de efecto
caricaturesco. El registro no sólo depende del nivel socioeconómico de
los hablantes, sino sobretodo del sociocultural; pero, pese a la complejidad de la sociedad española de hoy, hay correlaciones evidentes entre
nivel cultural y riqueza idiomática, así como entre variedades
sociolin-güísticas y estratificación social.
De esta manera, el fenómeno sociolingüisticamente relevante es
que un hablante culto del español podrá emplear distintos registros,
entre ellos las jergas urbanas, con fines expresivos o estilísticos, mientras
que determinados segmentos de la sociedad sólo pueden utilizar
«códigos restringidos», esto es, usarán preferiblemente la jerga y los registros más familiares y coloquiales y desconocerán -o conocerán deficientemente- otros registros más formales, necesarios para realizar determinadas funciones sociales.
Las jergas juveniles son, ante todo, un fenómeno urbano. Abundan
más en las ciudades que en el medio rural, donde sólo se las conoce superficialmente como vocabulario pasivo. Sin embargo, algunos de sus
términos más frecuentes (el 'rollo', 'pasar', etc.) se han incorporado a la
lengua coloquial y su uso se ha extendido a la literatura contemporánea,
al cine y a los tebeos. Son ya muchos los términos que han pasado a
formar parte de la lengua común, como muestra del amplio denominador
común entre niveles sociolingüísticos. 'Bocata' y 'pasota' ya no son
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exclusivos de la jerga, por eso han perdido expresividad distintiva en
oposición a registros más formales. Esta presencia de la jerga se
ma-nifiesta en la literatura, en la que podemos citar, entre otros muchos,
las obras de Francisco Umbral, José Luis Alonso de Santos o Juan Ma-
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drid. El propio DRAE, en su última edición de 1992, ya ha incorporado
'porro' y 'canuto', estableciendo incluso una nítida distinción entre estas
dos palabras, lo que nos permite emplear para su estudio fuentes no
exclusivamente orales.
Un aspecto que debe subrayarse es que no hay una sola jerga juvenil
en el español hablado en nuestro país, sino varias, en función del grupo
social (más refinado o aburguesado, más ácrata, más margina!, más
ligado a los mundos de la droga o la delincuencia, etc). La variedades
sociolingüísticas de los jóvenes de la España actual no son las mismas en
el medio urbano que en el rural, ni tampoco en los sectores más
proletarizados o en los más acomodados, aunque no podemos ignorar la
existencia de un factor de nivelación de las hablas juveniles debido al
poder difusor de los medios de comunicación social. Por eso es observable
un denominador común de términos y expresiones que no son exclusivas
de ningún ambiente en particular y son más propiamente «juveniles» o
generacionales. Esta constatación nos obliga a hablar, pues, no de una
única jerga juvenil, sino de una multiplicidad de jergas, con sus
intersecciones y sus incompatibilidades. Por ejemplo, en todas las jergas
se empleará el adjetivo 'guapo' o 'guapa' para expresar no ya la belleza,
sino la ponderación ('he pillado una moto guapísima'); o se hablará de un
'rollo malísimo' para designar algo negativo. Pero si se emplea 'fetén',
1
'motorola' o 'super-' ('Estas vacaciones he estado superso-la ), lo normal
es que se pertenezca a una jerga «de niños bien» o «pijos», mientras que
'sobar' (en el sentido de dormir) o 'colgar un marrón' indica la pertenencia
de su usuario a una jerga socialmente menos acomodada. Dentro de la
jerga, pues, podemos distinguir también subsistemas y variaciones.
Sin embargo, hay términos que expresan ese denominador común
juvenil urbano entre jergas «pijas» y jergas marginales: 'pibe' y 'pibita'
serían términos sólo juveniles, como el 'cate'. Expresión de este lenguaje
más infantil incluso que juvenil la tenemos en 'molongui', derivado de
'molar'.
Desde el punto de vista lingüístico, es posible destacar algunas
notas caracterizadoras de estas variedades juveniles del español.
Respecto del nivel sintáctico, observamos los mismos rasgos que
se dan en el lenguaje coloquial: sintaxis entrecortada y sincopada, sobreentendidos, frases hechas, pero con una ausencia de refranes y expresiones más tradicionales, lo que pone de manifiesto un componente
de ruptura generacional y, sobre todo, de fuerte desarraigo, aspecto pe-
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culiar de las jergas urbanas actuales.
Por lo que se refiere al nivel fónico, hay que subrayar que la entonación es también un rasgo propio. Una persona que utilice habitual-
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mente la jerga o que se valga de ella como registro más informal lo hará
con una entonación particular, muy relajada y expresiva. Suelen ser comunes, pues, ciertos rasgos fónicos próximos al español meridional y al
castizo madrileño, con una entonación enfática y deliberadamente alejada de la norma central del castellano. En cambio, pese a compartir
buena parte de los vocablos de la jerga juvenil, el habla de los «pijos» o
«niños bien» tiene otra entonación muy diferente, más afectada, con un
énfasis en sentido contrario, donde destaca como elemento
diferencia-dor el alargamiento de las eses.
No obstante, lo más característico, lo más específico, de la jerga
juvenil es el nivel léxico-semántico.
Las características de la estructuración léxico-semántica de esta
variedad lingüística son, en parte, comunes con el lenguaje coloquial
por lo que se refiere a la formación de palabras. Así, podemos hablar de la
sufijación expresiva (-amen, 'tetamen', -ata, "tocata", 'jubilata',
'dro-gata’) o los acortamientos léxicos (‘chori’, por 'chorizo').
Considerando que la naturaleza de lo designado por las unidades
léxicas de una lengua no es uniforme, como tampoco lo es la relación
entre los signos léxicos y la realidad, debemos notar que las jergas como el
cheli refuerzan más la intuición, una mayor imprecisión conceptual en
la denotación sistemática. De esta forma, el léxico jergal, como el
coloquial, es más abierto, tiende más a la polisemia, a la diversificación
de los sentidos de las palabras, mientras que un lenguaje culto, excepto el
literario, no permite tanta creatividad. Así, es notorio que esta mayor
imprecisión denotativa es más fácilmente observable en el lenguaje coloquial que en la lengua común, y justamente la imprecisión -la inexactitud
y una delimitación no certera de los denotata- es una de las notas
definitorias de la codificación de los lenguajes más ligados a la cultura
popular.
¿Código
restringido?
Por otro lado, la frecuencia de términos pertenecientes a distintos campos semánticos (en el sentido más amplio de la expresión y no entendida
en su restricta acepción de 'paradigma léxico continuo', tal como lo define
la semántica estructural europea) puede ser una vía interesante para
determinar la visión del mundo que tienen estas jergas juveniles.
Así, una de las tareas más interesantes en el estudio del vocabulario
de estas variedades es la de determinar qué campos léxicos son los que
más abundan en las jergas juveniles del español. Constatamos que
predominan los campos léxicos de objetos de la vida cotidiana, el amor y
el sexo, la droga, los sentimientos, los ponderativos y vocablos de referencia genérica empleados como comodines. Es posible una caracteri-
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zación semántica de las distintas «lenguas funcionales» en las que funcionan las jergas como una simplificación de los rasgos distintivos propios de los paradigmas léxicos más conceptuales de la lengua común.
Así, por ejemplo, los vocablos que se refieren a los adjetivos calificativos
presentan una mayor limitación de diferenciaciones conceptuales que en
los registros menos informales. Y también es relevante comprobar cuáles
son todos los campos léxicos que no tienen su correlato en las jergas
juveniles. Por todo ello, entendemos que no son irrelevantes las
preguntas siguientes: ¿De qué se puede hablar en cheli o en otras jergas?
¿Se puede comunicar todo en cheli o en el resto de las jergas? A la primera
cuestión puede responderse que son muchos los aspectos de la vida
cotidiana de los que es posible hablar mediante esta modalidad
lingüística. Pero al segundo de los interrogantes es preciso responder,
evidentemente, de forma negativa, aunque sea preciso reconocer que
ciertas actitudes vitales se comunican de forma más expresiva en la jerga
que en otras variedades más formales del español.
Por otro lado, hay que subrayar la inexistencia de variantes
idio-lectales en el uso de muchas jergas, pues son una manifestación de
una cultura de grupo, en ocasiones tribal, con una mayor fuerza de la mimesis que de la creación individual, excepto en los casos en que los escritores recurren a ella. Éste es un fenómeno común a otras jergas, como
la de los políticos o los tecnócratas, que observamos en su «discurso
repetido», donde también puede constatarse una tendencia a la repetición y no a la originalidad individual.
Es posible, pues, achacar al usuario habitual de la jerga -especialmente al que se vale de ella como registro único- limitación de referentes
y mimesis, escasa creatividad individual, deseo de trascenderse en un
habla colectiva, con lo que no hay una afirmación de estilo individual,
sino de sumisión al grupo.
Ahora bien, respecto de la supuesta pobreza, la jerga, al igual en
esto que el lenguaje coloquial, se debate entre dos tendencias que pueden
parecer contradictorias. Por una parte, al caracterizarse por usar un código
restringido, reduce tanto la cantidad de campos léxicos empleados como
muchas de las diferencias semánticas establecidas en los rasgos
distintivos de las unidades léxicas, por lo cual abunda el empleo de usos
neutros de numerosos lexemas. Pero por otra parte, se encamina hacia
una mayor riqueza expresiva, con un empleo abundante de sinónimos
absolutos. Es, sin duda, en la lengua coloquial, familiar y jergal donde más
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sinónimos absolutos hay. Esta presencia de sinónimos absolutos es menor
en la lengua culta y parece rechazable en un lenguaje técnico-científico
ideal. Desde este punto de vista, la jerga juvenil es pobre en sinónimos
conceptuales, pero rica en sinónimos expresivos.
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Pese a ello, pensamos que la noción de «código restringido» no es
un mito. Como mencionábamos antes, no sólo en un vocabulario técnico
o especializado, en los campos léxicos más conceptuales y abstractos de
la lengua común, hay diferenciaciones necesarias para el conocimiento
que simplemente no existen en las jergas o argots.
Podemos encontrar ya muestras importantes de este abundante
caudal léxico en diversos repertorios lexicográficos, que no vamos a referir exhaustivamente en estas páginas. Ya hemos mencionado que algunos de los vocablos jergales han alcanzado su presencia incluso con
la propia sanción del diccionario académico. Podemos mencionar otras
fuentes lexicográficas recientes, como la última edición del Diccionario
de uso de la lengua española, de María Moliner (2ª edición, actualizada,
1998); El nuevo tocho cheli, de Ramoncín, (1996), que es la más completa muestra de lexemas, pero que es, no obstante, una obra defectuosa
desde el punto de vista de sus definiciones y donde se mezclan vulgarismos, extranjerismos, términos propiamente jergales, etc. En El
nuevo tocho cheli, de Ramoncín, subtitulado como Diccionario de jergas, hay una yuxtaposición de distintas jergas que conviven en Madrid, si
bien con un predominio de lo marginal. El Diccionario cheli, de Francisco
Umbral (1983), una interpretación literaria de gran valor sobre el
significado sociológico y hasta existencial de algunos términos jergales,
cargado de subjetividad; el Diccionario de argot de Víctor León (1994),
mucho más preciso y riguroso en sus definiciones, aunque ya superado
en parte en algunos de sus artículos léxicos por el más puesto al día
Diccionario de argot de Julia Sanmartín Sáez (1998).
Caracterización
sociolingüística
La jerga, como modalidad lingüística de grupo, puede entenderse como
una manifestación de un colectivo social que pretende distinguirse por
un particular uso del lenguaje, igual que lo hace con otros hechos
in-tencionalmente «significativos» como la ropa, la música o cualquier
signo de identidad. Al respecto se comporta de una forma similar a otros
muchos sectores de la sociedad, oficios y actividades que han creado su
propia jerga: el mundo taurino, el fútbol, los políticos, los delincuentes,
los marginados, los tecnócratas, etc.
Podemos hacer diversas interpretaciones sobre el significado y la
funcionalidad social de las jergas juveniles urbanas del español de las
últimas décadas. Una posibilidad es entenderlas como un signo de
crip-ticismo, de creación de un código propio que sirva para no ser
entendido por el mundo de los adultos. El léxico de la mayoría de las
hablas que han convergido en la actual jerga juvenil era, en un principio,
un vocabulario oculto sólo para iniciados. Aunque esta interpretación
seria vá-
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lida para la jerga de los delincuentes o el mundo de la droga (que es, esta
última, uno de los componentes de la jerga urbana actual). Pero ese
cripticismo sólo existe en el léxico más marginal, pues la jerga se ha extendido notablemente y su núcleo, al menos, ya no es tan ininteligible
para un buen número de hablantes del español. Por otro lado, también
cabe interpretarla como una manifestación de una personalidad sociológica, de grupo, como unas señas de identidad, que, evidentemente,
son unas señas de identidad transitorias para muchos jóvenes -los menos
'pasaos', los menos marginales- hasta que llegan a la edad adulta. No
podemos olvidar este fenómeno que, como estilo, la jerga es una lengua
de grupo, o de 'basca' o 'peña', provisional para muchos estudiantes, de la
que quedan sólo residuos a medida que se integran en la sociedad.
También es posible interpretar el habla juvenil como una voluntad de
transgresión, como la creación de una contracultura. Finalmente, una
valoración más pesimista de la jerga es considerarla fundamentalmente
como signo de marginación y de código empobrecido.
La jerga juvenil es una variedad de uso que guarda relación con la
edad de los hablantes, aunque tiene otros componentes sociológicos e
históricos, ya mencionados anteriormente. Los jóvenes recogen variedades ya existentes y las modifican en parte: se valen del caló, del castizo,
de la propia lengua coloquial más común, etc. La edad es un factor que
repercute en los cambios de conductas lingüísticas, junto con el nivel
sociocultural del hablante.
El habla particular de los jóvenes guarda cierta vinculación a la
pertenencia a alguna tribu urbana o grupo social. Pero no se observa, al
menos en el habla de Madrid, una diferencia sistemática entre
«punkies», «bakalaeros» ni «skin-heads», ni se podría hablar de
sociolectos correlativos a tribus urbanas. Estos grupos emplean un
registro verbal casi idéntico.
De esta vinculación jerga - grupo social quizá lo más interesante
sea el grado de conciencia o reflexión sobre la variedad lingüística, tanto
de la corrección como de la adopción de un lenguaje como signo de
identidad. Este grado de conciencia es un hecho variable entre los jóvenes. La mayor conciencia sociolingüística se da al superar la adolescencia.
Muchos estudiantes se apuntan a la jerga marginal en su etapa escolar,
pero la abandonan cuando se integran en la sociedad. En cambio, el
mantenerla en la edad adulta, como otros signos de rechazo al orden
establecido, es un fenómeno social digno de interés, igual que hay
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adultos que mantienen ciertos rasgos de rebeldía e inconformismo, como
negarse a cortarse la coleta o a vestir de forma convencional.
Por tanto, hemos de volver a la cuestión: ¿Es el lenguaje jergal un
signo de rebelión, o, por el contrario, de dejadez o de empobrecimiento
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cultural e idiomático? La conciencia de identidad por parte de quienes
usan la jerga es más hipótesis que tesis y es un hecha variable. Si hay
imitación o consciencia es difícil de determinar con carácter general.
Dentro de los aspectos sociolingüísticos, hay que subrayar el hecho
de que las jergas urbanas pueden ser un signo de marginalidad social, de
rebelión (transgresión deliberada de la norma), como se manifiesta en el
uso de la grafía k ('okupas', 'kultura', colectivo 'mili kk'. etc.), aunque en
España aún no se ha llegado a crear una contracultura tan radical como la
del «verían» francés, que es un lenguaje de guetos. Efectivamente, no hay
en el caso español, al menos por ahora, la creación de una contracultura
tan críptica, rupturista y decididamente transgresora como la jerga
juvenil de los suburbios de Francia.
La interpretación de su significado social es importante para una
cabal comprensión del fenómeno. Creemos que según el tipo de hablante,
sus circunstancias, la jerga puede representar para los jóvenes actuales
bien un fenómeno tan transitorio como el acné, a bien, por el contrario,
la expresión de una manifestación de grupo que va más allá de la edad
juvenil.
Por otra parte, es difícil determinar el número de hablantes de esta
variedad lingüística. Las jergas juveniles más extremas, como la radicalmente «pija» o la rotundamente marginal, son más bien minoritarias.
Pero en los ámbitos urbanos, la jerga juvenil, la que deriva del cheli de
hace veinte años, alcanza hoy un alto grado de extensión; y para los hablantes de las ciudades que han vivido su juventud desde la década de
los setenta, los términos y expresiones más frecuentes de la jerga forman
parte de su vocabulario pasivo o de los registros más relajados.
El estudio que está por hacer es cómo ha evolucionado la jerga juvenil en los últimos veinte años, qué términos se han generalizado y se
han extendido a la lengua común. Hay carrozas que conocen parte de la
jerga aunque la hayan abandonado, de la misma forma que hay palabras
con connotaciones sociológicas ligadas a determinados condicionamientos sociológicos y generacionales.
El lenguaje juvenil expresa una visión del mundo, una estética
in-disociable del contexto sociológico en el que se desenvuelve. Es, en los
casos más extremos, una estética del desarraigo, del mestizaje de diferentes hablas y grupos marginales. Es obvio cómo se manifiesta esa cultura del desarraigo. La mencionada ausencia de refranes y expresiones
más tradicionales es fruto de esa falta de raíces que caracteriza parte de
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la cultura urbana de las grandes ciudades.
Sí hay, por tanto, una visión del mundo que se determina, en primer
lugar, por la temática propia de la jerga, que, como subsistema, sólo
habla de determinadas esferas de la realidad extralingüística. Asimis-
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mo, en la dejadez, el descuido deliberado, también el estilo lingüístico
expresa una actitud ante la realidad. La jerga de los delincuentes, ligada a
la droga es la más marginal, la que implica una visión más descarnada y
desengañada de la vida.
Relevancia de la
existencia de
jergas juveniles
en la enseñanza
de la lengua
La importancia de la jerga juvenil urbana obliga a plantearse cómo se
integran en la enseñanza de la lengua tanto los niveles y registros en su
vertiente teórica como las variedades sociales de uso de la lengua que
presentan los alumnos cuando acceden a un centro educativo.
Frente al empleo y conocimiento de los diversos registros verbales
por parte de los estudiantes, podemos encontrarnos con una situación
diversa y variada al respecto, como sucede con tantos aspectos de su
conocimiento y conducta lingüísticos.
Puede haber alumnos, y no sólo aquellos que estudien el español
como lengua extranjera, que no conozcan o conozcan muy someramente
las jergas urbanas. Pensamos que en estos casos, como sucede en el
ámbito rural, donde lo que se conoce de la jerga juvenil urbana es a través
de la televisión, el planteamiento didáctico es dar a conocer esta variedad
como un registro más.
En español para extranjeros, hay que familiarizar al estudiante
con los términos y expresiones más usuales de la jerga, acercarle a las
fuentes donde puede localizar los términos sin los cuales difícilmente
puede adentrarse en los ambientes más genuinamente urbanos. Esto
implica darle a entender que hay también diferentes estilos dentro de la
lengua coloquial.
Encontramos manifestaciones de esta variedad en la canción popular -especialmente en los grupos juveniles de las últimas décadas-,
en el cine, en la literatura, hasta en el lenguaje publicitario y político.
Hay algunos políticos que emplean el código jergal, en ocasiones, cuando
tratan de hacer un discurso populista y comunicarse de forma directa con
su público. Pensemos en el 'a colocarse', de Tierno Galván, o en las
alusiones a 'los currantes’, 'el marrón’, etc. También los publicistas echan
mano de la jerga para llegar más rápidamente al cliente o para lograr el
extrañamiento mediante el contrapunto que supone un cambio de
registro. La presencia de la jerga en el español actual es tan relevante
-cuantitativa y cualitativamente- que no se puede ignorar ni en el
análisis teórico de la lengua ni en sus repercusiones para la enseñanza. Lo
cual demuestra que, en ocasiones, es necesario conocer y usar ese registro
para lograr determinados efectos de sentido y conseguir una mayor
eficacia comunicativa.
En el caso opuesto, muy frecuente en las zonas urbanas más des44
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Textos de Didáctica de la Lengua y de la Li teratura . n.22 – octubre 1999
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favorecidas y, sobre todo, en las marginales, nos podemos encontrar con un
fenómeno muy diferente: que un amplio sector de estudiantes sólo sea competente
lingüística y comunicativamente en la jerga y que posea un conocimiento más pobre de
la lengua común y de otros registros más formales.
En cualquiera de estos dos supuestos, es imprescindible que la escuela enseñe las
convenciones sociales que rigen el funcionamiento de una lengua; que se enfatice la
conveniencia de adecuar el registro a cada situación comunicativa; que todo hablante
sepa cuándo se utiliza habitualmente cada registro y qué efectos de sentido y qué
problemas implica no atenerse a estas reglas sociales.
Evidentemente, cualquier hablante está en su derecho de trans- gredir, si le place,
esa convención social (así lo hacen algunos escritores ya mencionados, como Umbral,
Alonso de Santos, o artistas, como Ramoncín). Pero si un estudiante opta por una
determinada modalidad lingüística, ha de ser conscientemente y porque puede elegir, no
porque no sepa utilizar otro registro. El empleo de la jerga es una opción estilística que
cada usuario del idioma puede emplear libremente. La escuela debe respetar la libertad
lingüística de los alumnos como una manifestación más de la libertad de expresión.
Con carácter general, es de un subjetivismo acientífico hablar de variedades
legítimas e ilegitimas de una lengua. En todo caso, las convenciones sociales establecen
que en cada ámbito han de emplearse determinadas variedades.
La escuela debe proporcionar información sobre las convenciones sociales que rigen
los usos idiomáticos. La escuela debe provocar la reflexión -y, por tanto, la conscienciasobre la significación social de los diferentes registros. Pero no debe imponer un registro o
un estilo determinados ni enseñar un lenguaje «políticamente correcto». En una educación
en libertad, es preferible plantear preguntas al alumno que despierten su conciencia
lingüística y que sea él quien responda y decida, antes que apuntarse a fórmulas
catecísmicas o proponerle un pensamiento único. Evidentemente, la escuela ha de
explicar qué convenciones rigen una carta comercial, un escrito administrativo o un
trabajo académico y puede exigir que en determinados escritos se emplee el registro
adecuado.
Las diferentes jergas, en su funcionalidad comunicativa y dentro de los contextos
y situaciones en que se dan, deben respetarse y aceptarse como una variedad más del uso
de la lengua. El profesor debe tener -lícitamente- su opción estilística, puede sentir estupor
o simpatía
ante una jerga pija, ante una jerga marginal, o ante las dos, pero no debe imponer su opción. La
propia variedad lingüística de los profesores (podemos observar, también, en el profesorado desde
usos más comunes, hasta usos más cultos y muy coloquiales) es un elemento enriquecedor para la
educación lingüística del alumno.
Y sería conveniente que el profesor de lengua diferenciara -enfatizando y exagerándolo con
fines didáctico- en su hablar distintos registros, según la situación fuera más relajada o más formal.
La existencia de diversos registros ha de considerarse en la enseñanza de la lengua no sólo a la hora
de hablar del tema correspondiente, sino como un hecho recurrente en todo tipo de actividades:
análisis de textos, ejercicios lingüísticos, didáctica de la lengua oral, etc.
Pensamos que los libros de texto y otros materiales que se usen en clase deben reflejar la
variedad lingüística existente en el español como una forma de enseñar unas muestras idiomáticas
lo más próximas a las diferentes manifestaciones reales de la lengua tal como ésta funciona en
sus diversos ámbitos de empleo.
La escuela debe partir de la realidad lingüística del alumno. Y ha de acercarle, desde la
lengua común-media, hasta los niveles más cultos, objetivo último y más ambicioso de la
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educación lingüística.
Si en su vida privada o en contacto con sus compañeros un estudiante denomina 'pibe', 'pibita',
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'titi', 'colega', "tía", 'rollo', 'compañera , 'mi chica', es algo absolutamente normal, que no hay por
qué «corregir»; pero ese mismo alumno ha de saber que si tiene que comparecer en • un juic io o
ante una oficina de la administración, ese no es el código que se emplea.
Sin embargo, es lícito exigir que un examen sea redactado en una lengua común-media e
incluso culta, para lo cual la escuela ha de aspirar a ampliar la capacidad comunicativa del alumno.
Evidentemente, en una revista escolar la libertad de expresión inc luirá tanto el contenido
como el estilo lingüístico. La cultura popular debe manifestarse tal cual es y el alumno ha de recibir
mensajes plurales, tanto en su contenido como en su expresión, para que pueda formarse sus
propias opiniones, lejos de una enseñanza catecísmica, llena de consignas y con una concepción
cerrada de la verdad.
Una de las finalidades de la escuela es la de ampliar la competencia comunicativa de los
estudiantes: enseñarles a distinguir y a utilizar los distintos registros de la lengua; enseñarles a
diferenciar y a usar los registros menos conocidos y a saber cuándo deben utilizarlos; enseñarles el
significado estilístico y sociolingüístico de cada variedad de uso de la lengua.
Para propiciar este conocimiento de la importancia de los regis-
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tros verbales en la enseñanza de la lengua, los docentes deben conocer bien el código del alumno. El
profesor, en especial el profesor de lengua, necesita conocer las jergas de los alumnos, especialmente
el léxico. Es evidente que las diferencias de usos lingüísticos entre profesores y alumnos pueden
ser un factor de incomunicación, de incomprensión mutua entre profesores y alumnos. Y no ha de
plantearse tanto el imponer o no imponer una norma como el garantizar el acceso a la lengua culta
de todos los estudiantes, pues la libertad sólo se tiene cuando se conocen más niveles y registros.
Para adecuar el registro a la situación comunicativa, es preciso, por tanto, que el alumno conozca el
mayor número posible de registros. Quien no conoce más que el registro jergal y no es capaz de
desenvolverse en un registro estándar o en uno culto difícilmente puede cambiar de registro.
La escuela no debe aspirar a sustituir las variedades lingüísticas de los estudiantes por otras
distintas, pero sí ha de perseguir la ampliación de las posibilidades expresivas y comunicativas
mediante la práctica de nuevos registros, con indicación expresa de las situaciones comunicativas en
las que éstos son funcionales y con un estudio amplio del léxico, de la fraseología y de las
convenciones que rigen el empleo de estos códigos.
Todo hablante enriquecerá las posibilidades comunicativas conociendo el mayor número
posible de variedades sociales de una lengua. Integrarse en el mundo de la política, del fútbol,
de los artistas, etc., requiere, entre otras cosas, conocer bien su fraseología específica, su léxico
particular. Y no digamos la integración social de aquellos estudiantes cuyo origen sociocultural
pueda ser más marginal o simplemente presentar más carencias. Saber traducir del registro más
usual al común, lo cual implica conocer la s estructuras lé xicas más frecuentes del vocabulario
conceptual, es esencial para no lim ita r ni la competencia comunicativa ni la expansión social de
los estudiantes.
En consonancia con todo esto, cabe formular algunas propuestas didácticas de ejercicios y
actividades que favorezcan la capacitación para «traducir» a la lengua común y culta, para
expresarse en otro registro diferente, para reconocer la funcionalidad comunicativa de determinadas expresiones, para adecuar el registro a la situación comunicativa, para establecer
situaciones comunicativas en las que serían válidas determinados registros, para completar
cuadros de varios campos semánticos caracterizando los registros empleados, para establecer
correspondencias entre expresiones jergales a la lengua común y a la lengua culta, para distinguir
y caracterizar diversos tipos de jergas, etc.
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