algunas consideraciones sobre la evaluación de conocimientos

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II JORNADAS SOBRE DOCENCIA DEL DERECHO Y TECNOLOGÍAS DE LA INFORMACIÓN Y LA
COMUNICACIÓN
ALGUNAS
CONSIDERACIONES
SOBRE
LA
EVALUACIÓN
CONOCIMIENTOS JURÍDICOS EN PLATAFORMAS VIRTUALES.
JAVIER GUARDIOLA GARCÍA
Universitat de València
RESUMEN
El desarrollo de plataformas que permiten estructurar procedimientos de docencia
universitaria de manera no presencial y asíncrona, logrando que el estudio y la
participación en la Universidad no dependan (dentro de ciertos límites) ni del espacio ni
del tiempo, depende en buena medida del desarrollo de estrategias de evaluación a
distancia. Sin embargo, las condiciones mismas de estas plataformas virtuales implican
serios condicionamientos para la forma de evaluación, que necesariamente constriñen el
tipo de contenidos a evaluar.
La presente comunicación desarrolla algunas consideraciones sobre estas implicaciones en
relación a la medida en que la evaluación de contenidos tradicionalmente verificados en la
enseñanza del Derecho se ve condicionada por la impartición de ésta a través de
plataformas virtuales. En cuanto esta modalidad de entorno docente implica ciertas
limitaciones (en el control de identidad de los alumnos, en la posibilidad de limitar los
materiales a los que tienen acceso, y en lo evitable de la eventual comunicación entre los
estudiantes para resolver cooperativamente cuestiones planteadas a título individual), y
aunque no son insalvables, es preciso tener en cuenta que condicionan la metodología
empleada para evaluar y, como consecuencia, también el tipo de contenidos a evaluar,
apuntando diferencias con las enseñanzas jurídicas presenciales.
PALABRAS CLAVE
Docencia a distancia, Docencia del Derecho, Evaluación de conocimientos, Evaluación a
distancia, Plataformas virtuales
DE
INTRODUCCIÓN
El desarrollo de plataformas que permiten estructurar procedimientos de
docencia universitaria de manera no presencial y asíncrona ha constituido un
verdadero logro, por cuanto gracias a ellas el estudio y la participación en la
Universidad no dependen (dentro de ciertos límites) ni del espacio ni del tiempo.
Esto ha posibilitado o facilitado el acceso a la formación universitaria de muchas
personas, lo que sin duda debe valorarse positivamente.
Ahora bien, el éxito de este modelo depende en buena medida del desarrollo
de estrategias de evaluación a distancia; y tanto más en la medida en que quiera
estructurarse como un verdadero proceso docente con seguimiento y no como
autogestión del aprendizaje sin más contacto con el equipo docente que el inicial
suministro de materiales de estudio y la prueba de evaluación final. En efecto, en
la medida en que los mecanismos de seguimiento y evaluación se integran en la
dinámica del estudio de las asignaturas, se hace necesario multiplicar los
instrumentos de seguimiento de la evolución del alumnado. Y, partiendo de un
modelo virtual y de sincronía limitada, esto supone un desafío que obliga a definir
estrategias docentes específicas.
Es preciso asumir que las condiciones mismas de estas plataformas docentes
suponen una limitación al tipo de pruebas de seguimiento y evaluación a emplear.
Las condiciones técnicas han mejorado mucho en los últimos años, pero con ello y
con todo (especialmente cuanto mayor énfasis se ponga en respetar la
personalización de ritmos de estudio, manteniendo la asincronía) sigue siendo
cuando menos difícil o complejo poder aplicar los mismos instrumentos de
evaluación tradicionalmente utilizados en la docencia presencial.
Pues bien, este condicionamiento de las metodologías de evaluación puede y
suele tener una consecuencia inmediata en el tipo de contenidos a evaluar. Se
afecta así no sólo la forma, sino también el contenido: el objeto mismo de
evaluación, que lógicamente se constituirá en objeto de estudio y, en definitiva, en
contenido real de la docencia impartida. Creo que un contraste con la metodología
–y los contenidos- habitualmente aplicados en entornos de docencia presencial y
sincronizada evidencia este extremo.
Esta particularidad de la docencia en los entornos virtuales, obviamente, no
necesariamente obliga a proyectar sobre ella un juicio negativo. Pero sí exige del
docente un planteamiento pedagógico que tenga en cuenta estos factores
condicionantes específicos; y obliga a poner especial cautela para evitar que sea el
diseño del procedimiento de seguimiento y evaluación el que acabe por fijar los
contenidos de la asignatura y no al contrario. La atención a algunas prácticas
‘viciadas’ puede ayudar a advertir y prevenir estos peligros, que no resultan
insalvables pero desde luego sí reales.
Intentaré desarrollar someramente esta idea, atendiendo primero a los
factores condicionantes del proceso de evaluación en plataformas virtuales y
asíncronas y a las consecuencias de estos condicionamientos en la selección de los
contenidos a evaluar; contrastando seguidamente estas conclusiones con las
metodologías de evaluación tradicionalmente aplicadas en la docencia del Derecho
en entornos presenciales; y aduciendo finalmente a título ejemplificativo mi
experiencia como consultor docente durante varios años en las asignaturas Derecho
penal parte especial y Derecho penal económico.
1. CONDICIONAMIENTOS DEL PROCESO DE EVALUACIÓN EN UNA
PLATAFORMA VIRTUAL Y ASÍNCRONA
Las plataformas virtuales burlan las limitaciones espaciales que
tradicionalmente han lastrado las posibilidades de aprendizaje: ni la distancia ni la
movilidad constituyen un problema cuando el entorno de aprendizaje está
igualmente disponible con independencia de la ubicación espacial –con la única
condición real de disponer de un acceso a la red virtual-. La flexibilización de la
sincronía del ritmo de impartición de contenidos (el de aprendizaje real es siempre
y necesariamente individualizado) y de evaluación de la asimilación de éstos
posibilita, además, que el alumno pueda personalizar el ritmo de estudio y
compatibilizarlo con situaciones personales y profesionales muy diversas.
Sin embargo, a la hora de diseñar procedimientos de evaluación esta
modalidad de entorno docente implica ciertas limitaciones. El carácter no
presencial implica problemas en el control de identidad de los alumnos, y la no
presencialidad sumada a la prolongación de los tiempos de realización de los
ejercicios condiciona la posibilidad de limitar los materiales a los que se tiene
acceso al realizar las pruebas y la evitabilidad de la eventual comunicación entre
los estudiantes para resolver cooperativamente cuestiones planteadas a título
individual.
Una prueba presencial final permite obviar estos extremos (a costa, claro
está, de restablecer condicionantes espacio-temporales al seguimiento de estudios
universitarios), pero sólo en la evaluación final; y si no quiere construirse un
modelo asimétrico –y quizá poco racional- en que el seguimiento continuado del
proceso de aprendizaje y su evaluación final discurren por vías totalmente
independientes o incluso contradictorias, habrá que diseñar el procedimiento de
seguimiento del estudio teniendo muy en cuenta estas condiciones. Exigencia que
será particularmente imperiosa cuanto mayor sea el peso en la calificación final1
que quiera otorgarse a este proceso de seguimiento del estudio.
1
No quiero decir con esto que si los mecanismos de evaluación continua no tienen asignado un
importante reflejo en la calificación final resulten irrelevantes y puedan desatenderse; pero, en la
medida en que se diseñen como mecanismos de aprendizaje más que como métodos para obtener
elementos de calificación en el proceso de evaluación, el docente puede confiar en la
autorregulación del alumno (que será el principal perjudicado si no sigue las reglas, porque sólo se
engañará a sí mismo). Cuando, por el contrario, se pretende atender especialmente al seguimiento
Y el condicionamiento de las metodologías a emplear para el seguimiento y la
evaluación del aprendizaje tiene, por otra parte, consecuencias en el tipo de
contenidos que pueden ser objeto efectivo de seguimiento y evaluación por esta
vía.
1.1. Limitaciones técnicas y metodología de evaluación
El seguimiento del proceso de aprendizaje en una plataforma virtual implica
ciertas limitaciones técnicas, desde luego no insalvables, pero innegablemente
existentes; y cuanto mayor sea el margen de asincronía que admitamos para
posibilitar la personalización por el alumno del ritmo de estudio –y la adecuación
de éste a ritmos horarios diversos, especialmente si pensamos en la proyección de
la plataforma educativa en un entorno global-, mayores serán estas limitaciones.
Para comenzar, en cuanto a la posibilidad de controlar la identidad de la
persona que realiza los ejercicios planteados. Pueden establecerse trabas que
dificulten la suplantación del alumno (aunque no sin un coste técnico y económico
añadido), pero en cualquier caso es realmente complicado obviar la duda razonable
acerca de la identidad de quien desde una ubicación no predefinida y en un tiempo
no prefijado realiza una prueba de evaluación, más todavía si ésta se prolonga
notablemente en el tiempo o si puede ser elaborada en un documento electrónico
durante un periodo prolongado y después presentada a través de un aula virtual.
La realización presencial de pruebas finales –ni virtuales ni asíncronas, o
cuando menos ceñidas a un número razonablemente limitado de convocatorias, al
menos en los modelos que he podido conocer2– parece, por el momento, la única
alternativa real a asumir la posibilidad de que no sea el alumno que recibe la
calificación el que ha realizado las pruebas de evaluación3. Pero pretender
extender este sistema al seguimiento continuado del aprendizaje desvirtuaría por
completo la docencia ‘sin distancias’ que pretenden precisamente los entornos
virtuales. La escisión entre una prueba final presencial (presencialidad destinada a
verificar, entre otras cosas, la identidad del alumno) y unas pruebas de
seguimiento no presenciales (en las que es preciso admitir que no puede
acreditarse, cuando menos no totalmente, la identidad de quien las realiza) parece
pues una primera limitación inherente a este tipo de entornos docentes.
del alumno a lo largo del proceso de aprendizaje para calificar la adquisición de competencias, las
limitaciones indicadas adquieren particular virtualidad.
2
Mecanismo que permite mantener una relativa asincronía, pero no la virtualidad. Para mantener
ésta con ciertas garantías, podría plantearse un sistema de examen oral por videoconferencia; pero
en este caso –al margen de lo prolongado y costoso que esto haría el procedimiento de evaluación, y
aun suponiendo que se asumiera con grado esta metodología de evaluación – sería difícilmente
evitable el recurso por parte del alumno a medios de apoyo no controlados, en la medida en que el
entorno desde el que establece la comunicación no puede ser inspeccionado por el profesor.
3
Sin embargo, no faltan autores que postulan la realización de exámenes virtuales (Borge & Delgado
2006; Delgado 2010).
La realización no presencial de las pruebas de seguimiento implica, por otra
parte, la imposibilidad real de limitar el acceso a materiales por parte del alumno
que realiza la prueba. El clásico ejercicio ‘sin libros ni apuntes’ carece de sentido
cuando es obvio que el alumno va a poder disponer de unos y otros; es más, cuando
es de todo punto razonable presumir (en rigor: cuando sólo en demérito del alumno
podríamos pensar lo contrario) que dispone de herramientas técnicas de búsqueda
de información y que se servirá de ellas para realizar los ejercicios.
Podemos intentar servirnos del tiempo de realización de la prueba para
reducir las posibilidades de recurso a fuentes externas (incluso asumiendo cierta
asincronía, por ejemplo permitiendo que el alumno inicie la prueba cuando lo
desee pero limitando el tiempo de realización de ésta); pero esto implica asumir
dificultades técnicas importantes. Si renunciamos a la asincronía –lo cual, de
hecho, implica ya una renuncia a algunas posibilidades de adecuación
personalizada del ritmo de estudio–, los potenciales problemas de acceso a la
plataforma virtual convertirán probablemente la evaluación continua en un aluvión
de protestas, reclamaciones y recuperaciones. Si acotamos seriamente el tiempo
de realización de la prueba desde que el alumno la comience (asumiendo la
necesidad de multiplicar los ejercicios planteados si queremos evitar que la
primera persona en realizar la prueba pueda revelar su contenido a otras)
habremos de asumir que las eventuales incidencias en cada sesión –cuyo momento
no depende de nosotros ni resulta siempre predecible – darán asimismo lugar a
protestas, reclamaciones y recuperaciones (Luque 2010). Pero, en uno u otro caso,
estaríamos a lo sumo dificultando el recurso a fuentes externas de información, en
modo alguno impidiéndolo. Es más, estaríamos introduciendo un factor adicional de
distorsión en el procedimiento de evaluación: la celeridad o habilidad técnica de
búsqueda rápida de información externa a la memorizada por el alumno incidiría en
el resultado de su prueba... salvo que sea esto precisamente lo que desea
verificarse (v.gr., porque se ha definido como competencia a adquirir la búsqueda
de información en bases de datos, etc.), parece más prudente abandonar este
intento.
En suma: si hay que asumir que no podemos evitar el recurso a materiales de
apoyo (si no es posible verificar lo que la persona evaluada sabe o ha memorizado,
sino sólo lo que está en condiciones de hacer con los medios de que dispone), es
más prudente diseñar la evaluación partiendo precisamente de que van a utilizarse
materiales de apoyo.
Pero además –y muy especialmente, aunque no sólo, cuando los tiempos de
realización del ejercicio se prolongan – es preciso advertir que será difícilmente
evitable la eventual comunicación entre los estudiantes durante la realización de la
prueba. Si las dificultades en el control de identidad abren puertas a la
externalización (altruista o por precio, y de ambas modalidades se han detectado
casos) en la realización de las pruebas, la imposibilidad técnica de impedir la
comunicación entre los estudiantes –que puede dificultarse, pero difícilmente
evitarse por entero – obliga a temer que puedan resolverse cooperativamente
cuestiones planteadas para realizar una evaluación a título individual. Cualquier
instrumento de evaluación que requiera respuestas únicas y/o argumentadas de
forma uniforme se prestará fácilmente, pues, a que las respuestas pasen de unos a
otros de forma difícilmente controlable.
Claro está que este problema no será tal cuando lo que se pretenda,
precisamente, sea generar un trabajo cooperativo por parte de los estudiantes a
evaluar. Pero entonces la dificultad estará en individualizar las aportaciones de
cada uno si lo que se pretende, en definitiva, es asignarles una calificación
personalizada.
Los factores reseñados cuestionan la adecuación, para evaluar el aprendizaje
en plataformas virtuales asíncronas, de buena parte de los instrumentos utilizados
en la evaluación presencial ‘tradicional’ de contenidos docentes (al menos en
algunas disciplinas): las pruebas objetivas de opción múltiple basadas en el
reconocimiento de soluciones únicas, o las preguntas de desarrollo cuya respuesta
se ciñe a la reproducción de textos dados, se prestarán fácilmente a prácticas de
localización de contenidos y reproducción clónica de éstos -find, copy & paste-; y
tanto este tipo de ejercicios como las preguntas de respuestas únicas y/o
argumentadas de forma uniforme admitirán la distribución de la respuesta, una vez
localizada, a una pluralidad de discentes sin que este mecanismo resulte
fácilmente detectable y denunciable.
1.2. La metodología de evaluación y los contenidos a evaluar
Las plataformas docentes virtuales condicionan, pues, en cierta medida los
métodos aplicables a los mecanismos que prevén para la evaluación continua del
aprendizaje; pero es importante destacar que, además, esto condiciona a su vez el
tipo de contenidos que pueden ser evaluados en ellas.
Si, como es usual (destacadamente Bloom 1984; puede verse una apretada
síntesis en Felder & Brent 1997, o –añadiendo una taxonomía adaptada y
simplificada- en Valero-García & Navarro 2001) estructuramos los objetivos
formativos en categorías de complejidad cognitiva creciente, podemos fácilmente
establecer una distinción entre objetivos formativos básicos, que admiten
mecanismos de verificación con soluciones únicas o con escasas variantes (en la
famosa taxonomía de Bloom sucede así con los niveles de competencia que
denomina conocimiento y comprensión, y con los ejercicios de aplicación –que
admiten una única solución correcta, o una escasa variedad de posibilidades
correctas –), y habilidades cognitivas de alto nivel cuya verificación ha de partir de
asumir que existen múltiples soluciones correctas (en la misma taxonomía de
Bloom, sucederá así con los niveles de análisis, síntesis y evaluación).
Tradicionalmente los estudios de primer (y segundo) ciclo de estudios universitarios
centran su atención en el primero de estos grupos.
Sin embargo, al evaluar el aprendizaje en plataformas virtuales con
procedimientos asíncronos, los métodos usualmente empleados para verificar estas
competencias básicas resultan, según acaba de argumentarse, desaconsejados. En
efecto, para verificar las competencias de conocimiento (se trata de recordar, para
verificar lo cual suele pedirse al alumno que reproduzca el dato) y de comprensión
(que se traducen en trasposiciones, interpretaciones y extrapolaciones), e incluso
para las de aplicación (que suponen el uso de conocimientos o principios para la
resolución de un problema) suele recurrirse, bien a pruebas objetivas de opción
múltiple basadas en el reconocimiento de soluciones únicas, bien a preguntas de
desarrollo cuya respuesta se ciñe a la reproducción de textos dados o a
trasposiciones que admiten escasas variaciones, bien al planteamiento de casos en
los que se espera que la persona evaluada indique la solución correcta (o una de las
pocas que admitirían esta calificación). En tales casos, como queda dicho, el riesgo
de que las respuestas respondan a prácticas de localización de contenidos y
reproducción clónica de éstos -find, copy & paste- o/y de que las personas
evaluadas intercambien información sobre las respuestas de forma difícilmente
detectable por el evaluador resulta elevado.
Esto puede llevar, si no a renunciar a la verificación de objetivos formativos
básicos para acudir directamente a habilidades cognitivas de alto nivel, cuando
menos sí a centrar la evaluación en aplicaciones complejas que exijan una
argumentación lo suficientemente elaborada como para que la copia de respuestas
de unos estudiantes a otros resulte fácilmente detectable. Y a abandonar,
consiguientemente, las preguntas de simple repetición o de interpretación básica;
precisamente las que –por su carácter básico, pero sobre todo por la facilidad con
la que pueden plantearse y corregirse las pruebas – con más frecuencia se utilizan
en la docencia presencial para la evaluación.
Las particularidades de las plataformas virtuales (especialmente cuando
ofrecen una evaluación asíncrona de contenidos) condicionan pues no sólo la
metodología de evaluación, sino también las competencias evaluadas. Y el objeto
de evaluación lógicamente se constituirá también en objeto de estudio y, en
definitiva, en contenido real de la docencia impartida.
Podría plantearse que la existencia de una prueba presencial final actuaría
como correctivo de este fenómeno; pero existen buenas razones para que no sea
así, o cuando menos para que sólo hasta cierto punto suceda tal cosa. En efecto,
en la medida en que la evaluación continua pretende orientar al estudiante en su
aprendizaje y prepararlo para la superación de la asignatura, resulta disfuncional
configurar evaluación continua y pruebas finales de forma tan diferente que la
primera no constituya una adecuada preparación para la segunda. Dicho de otra
manera: se estaría defraudando al estudiante si el esfuerzo de seguir la evaluación
continua no se tradujera en una mejor preparación para la prueba final4. Si las
4
Y ello, aun cuando se atribuya ya a la participación en la evaluación continua un peso relativo
importante en la calificación final. Precisamente cuanto más se incentiva de este modo el
seguimiento por el estudiante de la evaluación continua –lo cual, como se argumentó más arriba,
hará aún más relevantes los condicionamientos que el entorno docente impone a ésta menos sentido
tiene pretender que evaluación continua y prueba final respondan a modelos conceptuales
divergentes. Esta suerte de esquizofrenia del proceso de evaluación, que reclamaría cosas muy
particularidades del entorno docente obligan a configurar de una determinada
manera la evaluación continua, el haber presentado ésta al estudiante condiciona a
su vez el contenido de la prueba final, porque se ha preparado al alumno para un
determinado tipo de pruebas que, en mayor o menor medida, deberían en
coherencia reproducirse en la evaluación final presencial.
Si la exposición precedente resulta sustancialmente acertada, debemos
asumir la posibilidad de que la impartición de la docencia a través de plataformas
virtuales se traduzca, no sólo en una metodología de evaluación distinta, sino
también en un entrenamiento en otro tipo de competencias formativas. En
definitiva, en una docencia distinta –en las formas y en el fondo- a la docencia
presencial de las mismas materias.
2. LOS CONTENIDOS A EVALUAR EN LA DOCENCIA DEL DERECHO Y
LAS POSIBILIDADES TÉCNICAS EN SU EVALUACIÓN A DISTANCIA
La evaluación de materias jurídicas ha atribuido tradicionalmente un
importante papel a ejercicios memorísticos y de interpretación básica; en ello ha
tenido una relevancia no desdeñable, no sólo la importancia del conocimiento de
las disposiciones legales, sino también el peso del método jurídico-dogmático y la
herencia estilística de los glosadores. De hecho, a los alumnos de primer y segundo
ciclo se les suele pedir poco más que la repetición de textos legales, la
enumeración de características, condiciones o derechos, y la aplicación inmediata
de disposiciones a la solución de casos prácticos concebidos al efecto5.
Cite las circunstancias que convierten el homicidio en asesinato, explique en
qué consiste el tercio de mejora en la sucesión testada, enumere los acuerdos de la
Junta de propietarios que requieren de una mayoría cualificada, exponga las clases
de sociedades de capital y sus características básicas, determine si en un caso que
se expone existe litisconsorcio pasivo necesario, detalle en qué condiciones puede
el trabajador abandonar su contrato de trabajo, y otras muchas preguntas de
semejante estilo pueden ejemplificar el tipo de ejercicios de evaluación
usualmente empleados en la docencia presencial de materias jurídicas.
Sin embargo, plantear este tipo de ejercicios a un alumno con un margen
razonablemente dilatado de tiempo para responder y sin poder controlar los
materiales de que va a hacer uso (es más, después de haberle proporcionado en el
entorno de un aula virtual recursos específicos para despejar este tipo de dudas –
textos legales, materiales de apoyo, bases de datos...-, y de haberle puesto en
distintas en las pruebas de seguimiento y en el examen, resulta poco coherente y tiende a defraudar
al alumno que se guía por las primeras para preparar el segundo.
5
La afirmación del texto no pretende en absoluto cuestionar los importantes y fecundos esfuerzos
de innovación docente en entornos de docencia presencial, con o sin el apoyo del recurso a las TIC;
baste aquí con destacar la obra colectiva editada por García-Añón 2010; pueden asimismo citarse
entre otros Adame 2010a y 2010b, Oliver 2010, Aníbarro et al. 2010, García 2010, Ramos 2010, La
Spina 2010, Ribes 2010 y Ruiz 2010.
contacto con los demás estudiantes llamados a resolver la misma cuestión) puede
no tener demasiado sentido. En la medida en que le pidamos que reproduzca textos
legales o que se haga eco del contenido de epígrafes de los módulos explicativos de
que dispone, corremos el grave riesgo de que se limite a activar el buscador en su
ordenador, a copiar el contenido y –si acaso con algún leve retoque- a pegarlo
como respuesta a nuestra pregunta; es más, deberíamos plantearnos seriamente
qué nivel de competencia acredita el alumno que no es capaz de hacer tal cosa...
aunque obviamente sabemos que el hecho de que aplique este rudimentario
procedimiento no garantiza, no ya la capacidad de aplicación, ni la comprensión
del contenido reproducido, sino tan siquiera el conocimiento del tenor de lo
copiado (tantas veces ni siquiera leído con detenimiento). Si nuestro ejercicio
reclama una única respuesta correcta, o una argumentación que admite pocas
variantes, ¿cómo controlar y evitar que los alumnos se pasen la respuesta de unos a
otros, cuando de hecho esperamos que todas las respuestas acertadas sean
sustancialmente idénticas?
Estos peligros se conjuran fácilmente si acudimos directamente a evaluar
competencias más complejas, que requieran una argumentación individual
elaborada o una contribución original. En la medida en que la solución no vendrá
casi nunca de la mano de la mera cita de un precepto o de la reproducción de un
pasaje6, y además no es esperable que dos personas alcancen resultados idénticos
en este tipo de ejercicios (lo que hace el plagio fácilmente detectable), será difícil
que pueda presentarse y obtener evaluación favorable un ejercicio que –fuera o no
de propia mano- no sea original.
Sin embargo, este recurso implica cuando menos dos suertes de peligros (que,
en cuanto tales, ni son inevitables, ni deben menospreciarse): por una parte, obvia
la verificación de la asimilación por el alumno de los contenidos más básicos
(presumiendo que si logra resolver los ejercicios que se le plantean será porque
ésta se ha dado, lo que no siempre es evidente o cuando menos no se extiende a
todos los contenidos básicos); por otra parte, puede acabar exigiendo del alumno
que se introduce en una asignatura jurídica unas competencias tradicionalmente
reservadas, no ya para el segundo ciclo de estudios universitarios, sino incluso para
el tercer ciclo. La solución corre, así, el peligro de acabar pecando tanto por
defecto como por exceso. Y, con ello, de conducir a un callejón sin salida...
porque, de hecho, se ha renunciado a verificar lo que sería exigible para este nivel
educativo, y podemos acabar exigiendo lo que difícilmente puede pretenderse en
términos realistas...
6
Siempre, claro está, que se haya tenido la cautela de no plantear como caso práctico un supuesto
real extraído de la jurisprudencia, porque en tal caso el riesgo de encontrar entre las respuestas
meras paráfrasis de la solución dada en alguna instancia jurisdiccional es elevado. Y otro tanto hay
que decir de los ejemplos ‘de manual’ tomados de un manual...
3. UNA EXPERIENCIA PRÁCTICA (O DE CIERTOS PELIGROS A EVITAR)
Mi experiencia personal como consultor de los estudios de Derecho de la
Universitat Oberta de Catalunya en las asignaturas de Derecho penal parte especial
y Derecho penal económico (e insisto en el carácter personal de esta percepción
porque he tenido el privilegio de compartir asignaturas con colegas a los que
aprecio y respeto, y cuya opinión no pretendo suplantar: me limito a expresar mi
impresión personal) confirma estos temores.
En efecto, en las asignaturas en las que he participado como consultor on line
se optó pronto por centrar la evaluación continua en la realización de casos
prácticos complejos, porque las preguntas ‘de teoría’ se traducían con demasiada
frecuencia en una paráfrasis de los módulos docentes, y en los casos ‘sencillos’ las
respuestas de los alumnos parecían clónicas... Como además no podían repetirse
casos de anteriores ocasiones (parece que el archivo histórico de algunos alumnos
es especialmente eficiente), esto no tardó en traducirse en una ‘escalada’ de la
dificultad de los casos planteados, hasta el punto de que muchas veces he tenido la
sensación de que estaban concebidos más como punto de partida para suscitar una
discusión en un seminario de doctorado que como mecanismo de evaluación para
alumnos de licenciatura. Esto sería meramente anecdótico si no fuera por un
efecto perverso añadido: si para imposibilitar el plagio se complican
exageradamente los supuestos, en realidad, no puede pretenderse de un alumno de
licenciatura ‘normal’ (siempre hay honrosísimas excepciones) que responda
adecuada y totalmente a lo que se le plantea –el nivel de complejidad de los
solucionarios que se ofrecen a los alumnos evidencia con frecuencia, a mi juicio,
que no puede pretenderse tal cosa de quien se está iniciando en la asignatura. Y,
cuando esto sucede, o la calificación se traduce en un suspenso masivo (e injusto,
en la medida en que quizá se ha pedido al alumno lo que no puede darnos) o se
comienza a bajar el listón de exigencia para premiar planteamientos parcialmente
acertados. Pero, en este marco distorsionado de inicial exigencia desproporcionada
asociada a laxitud en la calificación, no me resulta sencillo alcanzar la convicción
de que las calificaciones de los ejercicios han sido siempre totalmente justas.
El resultado de este itinerario de enseñanza y aprendizaje no es
necesariamente peor, pero sí distinto del que siguen mis alumnos presenciales en
la Universitat de València. El alumno ha sido adiestrado para cosas distintas y
probablemente ha adquirido competencias diferentes; pero no ha trabajado menos
–el seguimiento de la evaluación continua requiere una dedicación notable- y desde
luego ha desarrollado competencias. ¿Es una buena forma de aprender Derecho?
Probablemente sí; no sé si mejor que otras, pero adecuada y suficiente... siempre
que –y aquí mi duda personal- la evaluación haya podido ser justa. Entendiendo por
justa una calificación que no da por adquiridas competencias que no se demuestran
ni exige del alumno lo que no puede razonablemente pedírsele en su nivel
formativo. La metodología de evaluación utilizada para la evaluación me parece,
en este sentido, mejorable, porque genera márgenes de discrecionalidad (e
incertidumbres) que se me antojan excesivos...
CONCLUSIONES
Las particularidades de las plataformas virtuales (especialmente cuando
ofrecen una evaluación asíncrona de contenidos) condicionan no sólo la
metodología de evaluación, sino también las competencias a evaluar; en definitiva,
el contenido real de la docencia impartida y los resultados de aprendizaje
esperables. Conviene pues poner especial cautela para evitar que sea el diseño del
procedimiento de seguimiento y evaluación el que acabe por fijar los contenidos de
la asignatura y no al contrario.
En el ámbito de la docencia del Derecho este extremo resulta particularmente
evidente, y no exento de problemas que aconsejan una reflexión pausada sobre los
objetivos a definir y las competencias que pueden y deben trabajarse. De no
hacerlo así, corremos el peligro de acabar exigiendo del alumno que se introduce
en una asignatura jurídica unas competencias tradicionalmente reservadas, no ya
para el segundo ciclo de estudios universitarios, sino incluso para el tercer ciclo. Si
hacemos tal cosa, nos encontraremos en un callejón sin salida: no habremos
verificado aquello que razonablemente podía exigirse al estudiante, y tendremos
que evaluar ejercicios para cuyo nivel de complejidad el alumno no podía estar
preparado.
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Javier Guardiola García
[email protected]
Javier Guardiola García es Profesor Titular del Departamento de Derecho penal de
la Universitat de València, e investigador del Instituto Universitario de Investigación
en Criminología y Ciencias Penales de la misma Universidad. Doctor en Derecho y
Licenciado en Criminología, es además Magistrado Suplente de la Audiencia
Provincial de Valencia, y Consultor de los estudios de Derecho de la Universitat
Oberta de Catalunya. Más información: http://www.uv.es/Javier.Guardiola
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