Wassily Kandinsky - Biblioteca Virtual Universal

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Wassily Kandinsky
Fagot
2003 - Reservados todos los derechos
Permitido el uso sin fines comerciales
Wassily Kandinsky
Fagot
Casas muy grandes se derrumbaron repentinamente. Casitas quedaron tranquilamente en
pie.
Sobre la ciudad apareció de pronto una gruesa, dura nube anaranjada con forma de huevo.
Parecía colgada de la puntiaguda punta de la alta, enhiesta torre de la Casa Consistorial, e
irradiaba violácea luz.
Un seco pelado árbol tendía al profundo cielo sus largas ramas temblorosas y trémulas. Era
enteramente negro, como un agujero en blanco papel. Las cuatro hojitas temblaron un rato.
Sin embargo no soplaba el menor viento.
Pero cuando llegó la tormenta y derribó muchos edificios de gruesas paredes, las delgadas
ramas permanecieron inmóviles, las hojitas se pusieron rígidas como de hierro fundido.
Una bandada de cornejas voló a través de los aires en línea recta, sobre la ciudad.
Y de nuevo todo quedó en calma.
La nube anaranjada desapareció. El cielo se hizo de un azul cortante. La ciudad, amarilla
hasta el llanto.
Y a través de aquél silencio oíase sólo un ruido : el golpeteo de los cascos de un caballo. Ya
se sabía que a través de las calles enteramente desiertas andaba solo un blanco caballo. Ese
ruido duró largo tiempo, muy, muy largo tiempo. Y por eso mismo nunca se supo
exactamente cuando cesó. ¿Quién sabe cuando nace el silencio?
Los sonidos arrastrados, largamente prolongados, algún tanto inexpresivos, indiferentes,
largos, largos en el grave, moviéndose en el vacío, de un fagot hicieron que paulatinamente
todo se pusiera verde. Primero un verde profundo y un poco sucio. Luego cada vez mas
claro, mas frío, mas venenoso, y aún mas claro, mas frío aún, mas venenoso aún.
Los edificios crecieron en las alturas y se hicieron mas delgados. Todos se inclinaban hacia
un punto de la derecha, hacia donde tal vez esté el levante. Pudo percibirse como una
tensión hacia el levante.
Y aún mas claros, aún más fríos, aún mas venenosos y verdes se hicieron el cielo, las casas,
el pavimento y los hombres que lo recorrían. Iban éstos sin detenerse, ininterrumpidamente,
lentamente, mirando siempre frente a sí.
Y siempre solos.
Pero esto confirió al pelado árbol una grande, óptima capa. Alta estaba esa copa y tenía una
forma compacta a la manera de una salchicha curvada hacia arriba. Esa copa sola era de un
amarillo tan estridente que ningún corazón lo abría resistido.
¡ Que bueno que ninguno de los hombres que marchaban por abajo hubieran visto esa copa
! Sólo el fagot se esforzaba por designar aquel color. Sus notas se hacían cada vez mas
elevadas, estridentes y nasales en su tensa tonalidad. ¡Qué bueno que el fagot no haya
podido alcanzar esa tonalidad !
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