Textos

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Filosofía II
Descartes: Textos
DESCARTES, R., Reglas para la dirección del espíritu
"Entiendo por método reglas ciertas y fáciles, mediante las cuales el que las
observe exactamente no tomará nunca nada falso por verdadero y, no empleando
inútilmente ningún esfuerzo de la mente, sino aumentando siempre gradualmente
su ciencia, llegará al conocimiento verdadero de todo aquello de que es capaz"
DESCARTES, R., Discurso del método, I
"El buen sentido es la cosa que mejor repartida está en el mundo, pues todos
juzgan que poseen tan buena provisión de él que aun los más difíciles de
contentar en otras materias no suelen apetecer más del que ya tienen. En lo cual
no es verosímil que todos se engañen, sino más bien esto demuestra que la
facultad de juzgar bien y de distinguir lo verdadero de lo falso, que es
propiamente lo que llamamos buen sentido o razón, es por naturaleza igual en
todos los hombres; y, por lo tanto, que la diversidad de nuestras opiniones no
procede de que unos sean más racionales que otros, sino tan sólo de que
dirigimos nuestros pensamientos por caminos distintos y no consideramos las
mismas cosas. No basta, ciertamente, tener un buen entendimiento: lo principal
es aplicarlo bien. Las almas más grandes son capaces de los mayores vicios,
como de las mayores virtudes; y los que caminan lentamente pueden llegar
mucho más lejos, si van siempre por el camino recto, que los que corren, pero se
apartan de él"
DESCARTES, R., Discurso del método, II
“Pero como hombre que tiene que andar solo y en la oscuridad, resolví ir tan
despacio y ser tan cuidadoso en todas las cosas que, a riesgo de adelantar poco,
al menos me librara de caer. Y ni siquiera quise empezar a rechazar por
completo ninguna de las opiniones que pudieran antaño haberse deslizado en mi
espíritu sin haber sido introducidas por la razón, hasta después de pasar buen
tiempo dedicado al proyecto de la obra que iba a emprender, buscando el
verdadero método para llegar al conocimiento de todas las cosas de que mi
espíritu fuera capaz.
Había estudiado un poco, cuando era más joven, de las partes de la filosofía, la
lógica, y de las matemáticas, el análisis de los geómetras y el álgebra, tres artes o
ciencias que debían, al parecer, contribuir algo a mi propósito. Pero cuando las
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examiné advertí, con respecto a la lógica, que sus silogismos y la mayor parte de
las demás instrucciones que da, más sirven para explicar a otros las cosas ya
sabidas o incluso, como el arte de Lulio, para hablar sin juicio de las que se
ignoran que para aprenderlas. Y si bien contiene, en efecto, muchos buenos y
verdaderos preceptos, hay, sin embargo, mezclados con ellos, tantos otros
nocivos o superfluos que separarlos es casi tan difícil como sacar una Diana o
una Minerva de un mármol no trabajado. En lo tocante al análisis de los antiguos
y al álgebra de los modernos, aparte de que no se refieren sino a muy abstractas
materias que no parecen ser de ningún uso, el primero está siempre tan
constreñido a considerar las figuras que no puede ejercitar el entendimiento sin
fatigar en mucho la imaginación, y en la última hay que sujetarse tanto a ciertas
reglas y cifras que se ha hecho de ella un arte confuso y oscuro, bueno para
enredar el espíritu, en lugar de una ciencia que lo cultive. Esto fue causa de que
pensase que era necesario buscar algún otro método que, reuniendo las ventajas
de estos tres, estuviese libre de sus defectos. Y como la multitud de leyes sirve a
menudo de disculpa a los vicios, siendo un Estado mucho mejor regido cuando
hay pocas pero muy estrictamente observadas, así también, en lugar del gran
número de preceptos que encierra la lógica, creí que me bastarían los cuatro
siguientes, siempre que tomara la firme y constante resolución de no dejar de
observarlos ni una sola vez.
Consistía el primero en no admitir jamás como verdadera cosa alguna sin
conocer con evidencia que lo era; es decir, evitar cuidadosamente la
precipitación y la prevención y no comprender, en mis juicios, nada más que lo
que se presentase a mi espíritu tan clara y distintamente que no tuviese motivo
alguno para ponerlo en duda.
El segundo, en dividir cada una de las dificultades que examinare en tantas
partes como fuese posible y en cuantas requiriese su mejor solución.
El tercero, en conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los
objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco,
como por grados, hasta el conocimiento de los más compuestos; y suponiendo un
orden aun entre aquellos que no se preceden naturalmente unos a otros.
Y el último, en hacer en todo enumeraciones tan completas y revisiones tan
generales que estuviera seguro de no omitir nada.
Esas largas cadenas de trabadas razones muy simples y fáciles, que los
geómetras acostumbran a emplear para llegar a sus más difíciles demostraciones,
me habían dado ocasión para imaginar que todas las cosas que entran en la esfera
del conocimiento humano se encadenan de la misma manera ...."
DESCARTES, R., Discurso del método, III
"(...) Con el fin de no permanecer irresoluto en todas mis acciones mientras la
razón me obligase a serlo en mis juicios, y no dejar de vivir desde luego lo más
felizmente que pudiese, me formé una moral provisional que consistía solamente
en tres o cuatro máximas que voy a exponer.
Consistía la primera en obedecer las leyes y costumbre de mi país, conservando
constantemente la religión en que Dios me ha concedido la gracia de que me
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instruyera desde niño, rigiéndome en las restantes cosas según las opiniones más
moderadas y más apartadas de todo exceso, que fuesen comúnmente aceptadas
en la práctica por las personas más sensatas con quienes tuviera que convivir.
Porque habiendo comenzado ya a no contar para nada con las mías propias,
puesto que pensaba someterlas todas a un nuevo examen, seguro estaba de no
poder hacer cosa mejor que seguir las de los más sensatos. Y aun cuando entre
los persas y los chinos hay quizá hombres tan sensatos como entre nosotros,
parecíame que lo más útil era acomodarme a aquellos con los que tenía que
convivir. Y que para saber cuáles eran sus verdaderas opiniones debía fijarme
más bien en lo que hacían que en lo que decían, no sólo porque dada la
corrupción de nuestras costumbres hay pocas personas que consientan en decir lo
que creen, sino también porque muchas lo ignoran; pues por ser actos distintos
del pensamiento, creer una cosa y saber que en ella se cree, suelen estos actos
existir el uno sin el otro. Y entre varias opiniones igualmente acertadas, escogía
siempre las más moderadas, no sólo porque son siempre las más cómodas en la
práctica y probablemente las mejores -pues todo exceso suele ser malo-, sino
también para alejarme menos del verdadero camino, en caso de error, si,
habiendo elegido uno de los extremos, fuese el otro el que hubiera debido seguir
(...).
Mi segunda máxima fue la de ser lo más firme y resuelto que pudiese en mis
acciones y seguir con tanta constancia en las opiniones más dudosas, una vez
resuelto a ello, como si fueran muy seguras. (...) Y como muchas veces las
acciones de la vida no admiten demora, es una verdad muy cierta que, cuando no
está en nuestro poder discernir las opiniones más verdaderas, debemos seguir las
más probables; y, aunque no hallemos mayor probabilidad en unas que en otras,
debemos, sin embargo, decidirnos por algunas y considerarlas después, en
cuanto referidas a la práctica, no como dudosas, sino como muy verdaderas y
ciertas, ya que lo es la razón que nos ha determinado a seguirlas. Y esto fue
bastante para librarme, desde entonces, de todos los arrepentimientos y
remordimientos que suelen agitar las conciencias de esos espíritus débiles y
vacilantes que con tanta inconstancia practican como buenas cosas que después
consideran malas.
Mi tercera máxima fue procurar siempre vencerme a mí mismo antes que a la
fortuna y alterar mis deseos ante que el orden del mundo; y acostumbrarme a
creer que sólo nuestros pensamientos están enteramente en nuestro poder, de
manera que, después de haber obrado lo mejor que hemos podido, en lo tocante a
las cosas exteriores, lo que no logramos es absolutamente imposible para
nosotros (...).
En fin, como conclusión de esta moral, tuve la idea de pasar revista a las
ocupaciones diversas que los hombres tienen en esta vida para tratar de elegir la
mejor; y sin que por esto quiera decir nada de las demás, pensé que nada mejor
podía hacer que continuar en la que tenía, es decir, aplicar mi vida entera al
cultivo de mi razón y adelantar todo lo posible en el conocimiento de la verdad
según el método que me había prescrito"
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DESCARTES, R., Discurso del método, IV
"... Pero advertí luego que, queriendo yo pensar, de esa suerte, que todo es falso,
era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa; y observando que esta
verdad: 'yo pienso, luego soy', era tan firme que las más extravagantes
suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla, juzgué que podía
recibirla, sin escrúpulos, como el primer principio de la filosofía que andaba
buscando.
Examiné después atentamente lo que yo era, y viendo que podía fingir que no
tenía cuerpo alguno y que no había mundo ni lugar alguno en el que yo me
encontrase, pero que no podía fingir por ello que no fuese, sino al contrario, por
lo mismo que pensaba en dudar de la verdad de las otras cosas, se seguía muy
cierta y evidente que yo era, mientras que, con sólo dejar de pensar, aunque todo
lo demás que había imaginado fuese verdad, no tenía yo razón alguna para creer
que yo era, conocí por ello que yo era una sustancia cuya esencia y naturaleza
toda es pensar, y que no necesita, para ser, de lugar alguno, ni depende de cosa
alguna material; de suerte que este yo, es decir, el alma por la cual soy lo que
soy, es enteramente distinta del cuerpo y hasta más fácil de conocer que éste, y,
aunque el cuerpo no fuese, el alma no dejaría de ser cuanto es.
Después de esto, consideré, en general, lo que se requiere en una proposición
para que sea verdadera y cierta, pues ya que acababa de hallar una que sabía que
lo era, pensé que debía saber también en qué consiste esa certeza. Y habiendo
notado que en la proposición 'yo pienso, luego soy', no hay nada que me asegure
que digo verdad, sino que veo muy claramente que para pensar es preciso ser,
juzgué que podía admitir esta regla general: que las cosas que concebimos muy
claras y distintamente son todas verdaderas, pero que sólo hay alguna dificultad
en notar cuáles son las que concebimos distintamente"
DESCARTES, R., Meditaciones metafísicas, Respuestas a las segundas
objeciones
"Con el nombre de pensamiento, comprendo todo lo que está en nosotros de
modo tal, que somos inmediatamente conscientes de ello. Así, son pensamientos
todas las operaciones de la voluntad, del entendimiento, de la imaginación y de
los sentidos. Mas he añadido inmediatamente, a fin de excluir las cosas que
dependen y son consecuencia de nuestros pensamientos"
DESCARTES, R., Meditaciones metafísicas, meditación segunda
"¿Qué soy entonces?. Una cosa que piensa. Y, ¿qué es una cosa que piensa?. Es
una cosa que duda, que entiende, que afirma, que niega, que quiere, que no
quiere, que imagina también, y que siente. Sin duda no es poco, si todo eso
pertenece a mi naturaleza. ¿Y por qué no habría de pertenecerle?. ¿Acaso no soy
yo el mismo que duda casi de todo, que entiende, sin embargo, ciertas cosas, que
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afirma ser esas solas las verdaderas, que niega todas las demás, que quiere
conocer otras, que no quiere ser engañado, que imagina muchas cosas -aun
contra su voluntad- y que siente también otras muchas, por mediación de los
órganos de su cuerpo?. ¿Hay algo de esto que no sea tan verdadero como es
cierto que soy, que existo, aun en el caso de que estuviera siempre dormido, y de
que quien me ha dado el ser empleara todas sus fuerzas en burlarme?. ¿Hay
algunos de estos atributos que pueda distinguirse de mi pensamiento, o que
pueda estimarse separado de mí mismo?. Pues es de suyo tan evidente que soy
yo quien duda, entiende y desea, que no hace falta añadir aquí nada para
explicarlo. Y también es cierto que tengo la potestad de imaginar: pues aunque
pueda ocurrir (como he supuesto más arriba) que las cosas que imagino no sean
verdaderas, con todo, ese poder de imaginar no deja de estar realmente en mí, y
forma parte de mi pensamiento. Por último, también soy yo el mismo que siente,
es decir, que recibe y conoce las cosas como a través de los órganos de los
sentidos, puesto que, en efecto, veo la luz, oigo el ruido, siento el calor. Se me
dirá, empero que esas apariencias son falsas, y que estoy durmiendo. Concedo
que así sea: de todas formas, es al menos muy cierto que me parece ver, oír,
sentir calor, y eso es propiamente lo que en mí se llama sentir, y, así
precisamente considerado, no es otra cosa que 'pensar'. Por donde empiezo a
conocer qué soy, con algo más de claridad y distinción que antes".
DESCARTES, R., Tratado del hombre
"Primeramente, por lo que hace a los espíritus animales, pueden ser más o menos
abundantes, y sus partes más o menos gruesas, y más o menos agitadas, y más o
menos iguales entre ellas una vez que otra; y es por medio de estas cuatro
diferencias, que todos los diversos humores o inclinaciones naturales que hay en
nosotros (al menos en tanto que no dependen de la constitución del cerebro, ni de
las afecciones particulares del alma) son representadas en esta máquina. Pues, si
estos espíritus son más abundantes que de costumbre, son adecuados para excitar
en ella movimientos enteramente semejantes a los que manifiestan en nosotros
bondad, liberalidad y amor; y movimientos semejantes a los que manifiestan en
nosotros confianza o atrevimiento, si sus partes son más fuertes y más gruesas; y
constancia, si con esto son más iguales en figura, en fuerza, y en tamaño; y
prontitud, diligencia y deseo, si están más agitadas; y tranquilidad de espíritu, si
son más iguales en su agitación. Como, al contrario, estos mismos espíritus son
adecuados para excitar en ella movimientos enteramente semejantes a los que
manifiestan en nosotros malignidad, timidez, inconstancia, lentitud e inquietud,
si estas mismas cualidades le faltan"
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