FÉLIX MARTÍ DECADENCIA O RENACIMIENTO DEL CATOLICISMO El artículo que ofrecemos al lector es una lúcida mirada sobre las oportunidades que tiene la vivencia de la fe en nuestra sociedad, cada vez más alejada del mundo de la creencia, y de las posibilidades que tiene la actividad evangelizadora de la Iglesia en esta coyuntura. Es necesario hacer un examen de conciencia que nos haga ver las posibilidades que abrió el Vaticano II y que fueron frustradas en el posconcilio, para poder soñar con los futuros deseables y posibles que se le ofrecen a nuestra Iglesia en esta sociedad. Decadència o renaixement del catolicisme, Qüestions de vida cristiana, nº 207 (2002) 14-34 LA EXPRESIÓN DE LA DECADENCIA Dios no interesa Una de las características de nuestra época es el desinterés por la religión y la insignificancia de las referencias a Dios. La literatura y el cine no plantean en términos religiosos las preocupaciones de nuestro tiempo. No necesitan la invocación a Dios para interpretar la vida personal y social. Las explicaciones antropológicas ofrecen claves para entender las conductas humanas. Las ciencias sociales permiten leer los hechos históricos dejando poco espacio al misterio, al destino o a la providencia. Para orientarse en la vida, nuestros contemporáneos disponen de fuentes de inspiración. Desde el punto de vista ético, la moral religiosa les parece anclada en modelos de vida precientíficos, pretecnológicos y preurbanos. Las éticas posreligiosas les parecen suficientes para velar por la dignidad humana, la responsabilidad social y la solidaridad. La secularización de la vida (prescindir de la hipótesis de Dios) no les crea ninguna sensación de vacío.Todo funciona como en el contexto de las creencias religiosas. Molestan las imágenes más habituales de Dios. Al valorarse la libertad personal, no se admite ni la autoridad eclesiástica ni cualquier dios que recorte la autonomía personal. Si hay que atribuir a la tradición cristiana la confianza en la libertad personal, el postcristianismo sería una consecuencia lógica de la evolución de las vivencias cristianas. Dios se percibe como una coartada ideológica o mítica al servicio de intereses económicos o políticos, comprometido con el orden impuesto por los vencedores. Se acusa a los monoteísmos de generadores de intolerancia, de imperialismo y de violencia. Las verdades religiosas son autosuficientes y sus defensores menosprecian las razones 175 de los demás. Los documentos de la jerarquía católica construyen un sistema ideológico cerrado, incapaz de dialogar con las antropologías y cosmologías contemporáneas y dejar margen para imaginar a Dios más allá de las ortodoxias habituales y las tradiciones convalidadas por el magisterio eclesiástico. Una parte de responsabilidad en el desinterés con respecto a la realidad de Dios se encuentra en la impresión que tienen del acaparamiento de esta realidad por parte de la administración católica. Dios habría dejado de ser una aventura. Rechazan al Dios domesticado por la tradición católica. Y se muestran distantes de cualquier otra oferta religiosa teísta, que les parece sospechosa. El fin del monopolio religioso Nuestras sociedades se convierten en multiculturales y en multireligiosas. Antes se reprimía el pluralismo existente. La adaptación a la pluralidad de ofertas confesionales se ha producido lentamente. El factor que más ha determinado la evolución de las mentalidades en relación con la diversidad religiosa es la presencia de nuevos inmigrantes procedentes de la comunidad islámica y de comunidades de las tradiciones religiosas budistas e hindúes. Los católicos, que hasta ahora sólo habían tenido contactos con las otras tradiciones cristianas y con las corrientes de pensamiento no religioso, viven inmersos en una situación que liquida una larga historia de monopolio religioso ca176 Félix Martí tólico. Hay que renunciar a escenarios de futuro construidos con inercias de proyección del pasado. El gran desafío del pluralismo religioso es la relativización de la propia tradición. Caen las pretensiones de verdad exclusiva de las ofertas religiosas. Las otras tradiciones religiosas son tan legítimas como la propia. La prudencia intelectual y existencial puede llevar a un distanciamiento de todas las ofertas religiosas, dado su carácter relativo. Los teólogos han advertido de los límites del saber religioso que ofrecen, del itinerario espiritual que proponen, de la percepción de lo sagrado que constituye el nervio de su tradición. Pero, en el funcionamiento habitual de las religiones, se olvidan los límites. Muchos insisten en el carácter relativo de las ofertas religiosas. Se generaliza el consumo religioso a la carta, aceptando elementos de diversas tradiciones y rechazando adhesiones a la integridad de las doctrinas de una única tradición. Los integrismos parecen poco saludables. Es frecuente que se acepte la convivencia con preguntas sin respuesta. Crece el grupo de agnósticos. El mundo de las religiones es contemplado con más o menos simpatía, pero sin ningún interés en formar parte de las comunidades confesionales. La religión no aporta ningún valor añadido Las utopías ideológicas y políticas del siglo XX acabaron trágicamente. El nazismo fue la corriente ideológica más perversa. Condujo a la segunda guerra mundial y programó los horrores del holocausto. El comunismo, proclamado como una esperanza de fraternidad, se deterioró en totalitarismos y en asesinatos en gran escala. El capitalismo, que parecía profundamente aliado a los ideales de la libertad y del progreso, nos ha llevado a un final de siglo XX caracterizado por una escandalosa fractura entre minorías demasiado ricas y mayorías pobrísimas, por una ausencia de diálogo entre la cultura dominante y las culturas de matriz no occidental, y por un modelo de desarrollo insostenible. Muchos creen que la ideología católica se hunde porque no ha servido para configurar un mundo con cuotas más elevadas de libertad, de justicia y de respeto a la dignidad de las personas, de los pueblos y de las culturas. Parece que la religión católica y sus representantes, cuando no fueron víctimas directas de la represión, como pasó en los estados comunistas, no criticaron a las ideologías esclavizantes y las políticas que las ejecutaban. El cristianismo ha acompañado, en muchos países, la colonización cultural. No queda claro que la propagación del cristianismo haya beneficiado a las poblaciones afectadas. El deseo de progreso no halla una vía de realización en las prácticas cristianas. Las creencias no dan una especial lucidez. La ideología cristiana ha propiciado unas relaciones entre la especie humana y la naturaleza caracterizadas por la dominación. Ni la sensibilidad ecológica, ni la defensa de los derechos humanos ni la mejora de las prácticas democráticas cuentan con aportaciones significativas de la jerarquía católica o de las comunidades cristianas. La doctrina social de la iglesia parece ser una adaptación tardía a las ideas que ya disfrutan de un amplio consenso social. La Iglesia administra una herencia cultural con dificultades para actualizarse. No está acostumbrada a dar respuestas nuevas a situaciones nuevas. Parece condenada a reeditar el pasado en una época de cambio de estructuras económicas para promover la justicia, diálogo intercultural, nuevas relaciones con la naturaleza para evolucionar hacia la sostenibilidad, creación de una autoridad mundial que garantice la paz y la desactivación de las violencias. La Iglesia se limita a ser observadora pasiva. Éticas y estéticas anticuadas Los códigos morales de la Iglesia producen la misma impresión de ambigüedad. Sus dirigentes no se dan cuenta de que vivimos en sociedades que disponen de fuentes diversas para el establecimiento de códigos éticos. Resulta pedante proclamarse rectores de las conductas morales. El discurso eclesiástico debería presentarse como material para el debate. Molesta su dimensión autoritaria. Los fundamentos antropológicos de la moral católica parecen depender demasiado de conceptos filosóficos sin acuse de recibo en la crítica filosófica moderna y contemporánea. El ejemplo más representativo del rechazo que sus- Decadencia o renacimiento del catolicismo 177 cita la moral católica es el distanciamiento de buena parte de los católicos respecto de la prohibición moral de usar anticonceptivos. Las cuestiones relacionadas con la sexualidad y con la condición femenina son tratadas por las autoridades eclesiásticas con criterios antiguos. Incluso la defensa de la vida es defendida como si fuera imposible introducir matices. Lo más impertinente es la pretensión de sacralizar normas morales con fecha de caducidad. Hoy se aprecian más las recomendaciones morales caracterizadas por una menor pesadez. En ciertos sectores ilustrados se rechaza la oferta católica por razones estéticas. Muchas religiones son estéticamente conservadoras. La sobrevaloración de la arquitectura gótica o de la música gregoriana ha frenado la creatividad estética católica. Las afirmaciones sobre la perennidad de la filosofía y teología católicas se han extendido a algunas formas estéticas, distanciando al mundo católico de las sensibilidades estéticas más evolucionadas. No se puede atribuir el atraso estético a la precariedad de los recursos económicos. La Iglesia dispone de recursos suficientes. Hay poco interés por expresar las intuiciones originales en lenguajes nuevos a través de formas estéticas arriesgadas y más abiertas al futuro que al pasado. La experiencia de la belleza tiene puntos de contacto con la experiencia religiosa y es vía de acceso a ella. Una estética que no corresponde a los códigos y a la sensibilidad actuales puede ser un obstáculo para 178 Félix Martí conectar con los ciudadanos contemporáneos. Los mensajes religiosos tal vez no lleguen a las nuevas generaciones, convirtiéndose en piezas de museo. Maquinaria eclesiástica oxidada La crisis del funcionamiento institucional es una manifestación de la decadencia católica. Las comunidades católicas fueron animadas por curas que presidían las celebraciones del culto y organizaban los demás servicios parroquiales. Eran unos profesionales de la religión con alto reconocimiento social, cultura superior y autoridad. El relevo de los viejos por los jóvenes funcionaba sin sorpresas. La situación actual es completamente diferente. Esto se debe al fuerte escepticismo sobre el valor del celibato como ideal de vida, a las prácticas no democráticas de la estructura eclesiástica, la excesiva precariedad material y cultural del estatuto de los curas de base, la indefinición de nuevos modelos de funcionamiento de la comunidad cristiana y la emergencia de un laicado católico. La crisis es escandalosa si se observan ciertos aspectos del funcionamiento de la jerarquía católica. Los procedimientos de selección de los candidatos están alejados de cualquier criterio democrático. El problema más grave es la preferencia por candidatos más dóciles al poder romano. En lugar de obispos capaces de responder valientemente a las necesidades de sus comunidades cristianas, se prefieren gobernadores eclesiás- ticos encargados de mantener un orden teológico y pastoral determinado al margen de las comunidades. El divorcio entre algunos obispos y el pueblo creyente lleva a extremos dramáticos. La Iglesia elige personas con perfil de comisario ideológico o de funcionario de partido e impide el acceso al episcopado de las personalidades que gozan de la más alta autoridad moral en el seno de las comunidades cristianas. Las personas más valiosas no ocupan los puestos de máxima responsabilidad. Se agravan las tensiones internas. Los líderes oficiales de la institución no están en condiciones para el ejercicio de un liderazgo ad intra ni ad extra. Con pocas excepciones, el episcopado católico opta por un discurso y un comportamiento alérgico al estilo profético. LAS REFORMAS FRUSTRADAS Indeterminación sobre la espiritualidad Nuestros contemporáneos buscan sabidurías y experiencias para vivir con dignidad, resistir el mal, resurgir en la experiencia amorosa y esperar serenamente a la muerte. La especie humana busca el sentido de la vida y pretende crear estructuras sociales que velen por la justicia y la libertad. En las tradiciones religiosas se afirma que estas nobles aspiraciones de la persona humana apuntan hacia la experiencia de lo sagrado. Las espiritualidades religiosas despiertan y articulan las maravillosas manifestaciones del espíritu humano. En los itinerarios espirituales propuestos por el catolicismo y otras tradiciones no todo tiene el mismo valor. Algunos consejos espirituales parecen fomentar la alienación, el individualismo, el miedo y la creación de guetos exclusivos. En el concilio Vaticano II, la Iglesia proponía una espiritualidad de transformación del mundo en favor de las libertades, la justicia y los derechos humanos. Se afirmaba el valor de la creación y su vocación a ser el escenario de la realización del reino de Dios. Se afirmaba también la relevancia de la verdad, de los combates políticos y de las utopías libertadoras. La Iglesia reconocía que hacía falta respetar la autonomía de las mediaciones. Se renunciaba a la creación de partidos políticos y movimientos sociales católicos. No se creía en una cultura católica separada de la cultura secular. Estas propuestas no tuvieron demasiada continuidad. Se volvió al viejo modelo de una espiritualidad desencarnada, que recomendaba huir del mundo y confiar en una alternativa católica, protagonizada de forma muy directa por las actuaciones de la jerarquía y de la cúpula vaticana. Un triste camino desde las ventanas abiertas de Juan XXIII hasta propuestas de espiritualidad que se parecen demasiado a las sectarias. Desde el punto de vista de las propuestas espirituales, muchos no distinguen las ofertas católicas de las sectarias. Decadencia o renacimiento del catolicismo 179 Hermenéutica de baja intensidad Durante el siglo XX, se dieron progresos espectaculares en la interpretación de la Biblia. La Iglesia optó por aceptar las novedades hermenéuticas, liberándose de las interpretaciones demasiado literales del pasado, evolucionando más que la mayoría de las tradiciones religiosas, prisioneras de textos sagrados usados con actitudes fundamentalistas. En el mundo católico, la renovación bíblica ha quedado limitada a los expertos. Los no creyentes piensan que los creyentes creen en historias que en realidad no creen. Las autoridades eclesiásticas no quieren divulgar los resultados de la investigación hermenéutica para no escandalizar a los creyentes, pero la cultura contemporánea está familiarizada con las prácticas de la interpretación. La Iglesia debería hacer un uso y una pedagogía adecuadas de la interpretación para evitar que la cultura hermenéutica se presente, desde fuera de la religión, como una desautorización global de las afirmaciones creyentes. El concilio Vaticano II no reformuló la doctrina cristiana, teniendo en cuenta los resultados de la investigación hermenéutica. Los contenidos de la fe deberían poder expresarse en lenguajes que tuvieran en cuenta la evolución del pensamiento filosófico y de la investigación bíblica. La cristología de consumo es todavía precrítica. Se podrían explicar de otra manera la encarnación y la salvación. Una lectura ilustrada del 180 Félix Martí NT haría entender mejor los enigmas de la vida, de la muerte y de la nueva vida de Jesús de Nazaret. Las comunidades creyentes alejadas de los progresos de la hermenéutica no tienen futuro al no poder conservar creencias con bases consistentes.Tan conveniente es el diálogo entre fe y razón como cuidar las relaciones entre la fe y los lenguajes míticos y simbólicos. Paul Ricoeur nos recuerda el valor de estos lenguajes para la vida humana, el conocimiento en general y la expresión de la fe. La Biblia utiliza constantemente metáforas y mitos para introducir en la complejidad de la experiencia religiosa. Hay que saber interpretar las metáforas del pasado y crear otras nuevas adecuadas a los imaginarios de nuestro tiempo. Represión teológica El concilio Vaticano II fue el resultado de las aportaciones de teólogos considerado peligrosos por la autoridad romana. Paradójicamente, ellos fueron los expertos más apreciados por el concilio. Cerrado el paréntesis del concilio, la autoridad romana ha optado por un nuevo control ideológico, provocando la marginación o condena de teólogos y de corrientes teológicas innovadoras. La insolidaridad de la cúpula vaticana con los obispos, sacerdotes y laicos comprometidos con la teología de la liberación, por ejemplo, ha contribuido a crear condiciones de represión política, incluido el asesinato. Los personajes más emblemáticos de esta represión son Oscar Romero, Helder Cámara, Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff e Ignacio Ellacuría. La lista de teólogos marginados y condenados no se limita a los representantes de la teología de la liberación.Afecta también a Küng, Schillebeeckx, Häring, Tissa Balasuriya, Pannikar y Dupuis. El buen clima vivido entorno al concilio no consiguió normalizar el respeto por el pluralismo teológico. Las autoridades romanas han impuesto un pensamiento teológico oficial y han sobredimensionado el valor del “magisterio”. Por una interpretación maximalista de su responsabilidad, consideran indiscutibles muchas afirmaciones no pertenecientes al núcleo del mensaje cristiano. Exigen adhesión a todas las afirmaciones teológicas oficiales sin distinguir entre las verdades más esenciales y las más relativas. Si la Iglesia quiere tener un discurso creíble desde el punto de vista intelectual, debería recuperar la libertad teológica y aceptar serenamente el pluralismo. También debería admitir una cierta relatividad de los lenguajes para dar noticia del Dios trinitario, del mensaje y obra de Jesús y de las esperanzas que afectan la condición humana o la historia. Quizás deberá completar las teologías filosóficas con teologías narrativas, simbólicas y poéticas. Tímida reforma litúrgica La aportación específica de Jesús significó el fin de cultos antiguos. Jesús explicaba que Dios no quiere sacrificios sino buenas obras, recomendaba rezar en la intimidad, se distanciaba del esta- mento clerical de su tiempo. Le condenaron a muerte los representantes del orden religioso en complicidad con el poder político. El Dios cristiano ama y perdona gratuitamente. El único sacerdocio cristiano es el de Jesucristo. Los signos de la gracia acompañan la vida cotidiana y no se confunden con rituales mágicos. La salvación es para todos y para todo el universo. La liturgia cristiana celebra lo que ya se ha cumplido y aún no se ha manifestado totalmente. La confesión de la resurrección de Jesús es el núcleo de la fe cristiana. El culto cristiano recuerda y celebra la resurrección de Jesús. Los sacramentos cristianos injertan la vida humana en ella y las comunidades cristianas se convierten en sacramento del cosmos, contribuyendo a la manifestación del Reino de Dios en el espacio y en el tiempo.Todo esto ha sufrido procesos de regresión a lo largo de la historia. Las concepciones paganas del culto se han mezclado con las radicales innovaciones cristianas y hay que clarificar muchas confusiones. El concilio promovió una importante reforma litúrgica. Centró el culto católico en la celebración de la resurrección de Jesucristo y promovió nuevos rituales de sacramentos en coherencia con la confesión del núcleo de la fe. Habría que equilibrar la insistencia de la contrarreforma en el carácter eficaz de los sacramentos con una nueva valoración de su carácter simbólico. El acento unilateral en el primer aspecto puede llevar a una economía de la gracia de tipo comercial que Decadencia o renacimiento del catolicismo 181 vulnera afirmaciones cristianas fundamentales sobre el carácter incondicionado del amor de Dios. No parece que la fuerte vinculación de la administración sacramental y cultual con los clérigos pueda justificarse con razones teológicas serias. Habrá que recordar el carácter sacerdotal de toda la comunidad cristiana y redistribuir los servicios reservados exclusivamente a los ministros ordenados. Pensar en reformas de esa envergadura supone repensar el sacramento del ministerio ordenado. Más allá de la revisión de la norma del celibato y de la tradición que excluye a las mujeres, habrá que pensar si tienen sentido la profesionalización de los clérigos, el carácter irreversible de los ministerios, la validez de las actuales distinciones entre sacerdotes y laicos y las condiciones de legitimidad y de ejercicio del poder en las comunidades cristianas. La Iglesia no ha permitido abrir estos debates. Colegialidad ornamental Se podría tener la impresión de que la institución se ha dotado de mecanismos de participación, al menos en el ámbito episcopal, pero la realidad es diferente. La centralización se ha acentuado en las últimas décadas. Los sucesivos sínodos continentales han tenido carácter consultivo; sus resoluciones han sido sometidas a consulta previa del papa quien ha decidido los contenidos de los textos finales. Los mismos procedimientos se han establecido para los sínodos y consultas universales. El 182 Félix Martí poder de la curia romana nunca había sido tan fuerte. El prudente reconocimiento de la autonomía de las iglesias locales, que auguraba el desarrollo de expresiones diversas de la fe católica a partir de opciones espirituales, litúrgicas, teológicas y culturales diferenciadas, ha quedado desautorizado. Las conferencias episcopales son instrumentos para la aplicación en el ámbito local de las orientaciones decididas por los organismos del gobierno eclesiástico central. Los nuncios aseguran la fidelidad de las conferencias episcopales a Roma con su control del nombramiento de obispos. Éstos tienen menos autoridad ahora que hace cien años y los obispos disidentes pueden ser apartados de su función con procedimientos poco respetuosos con los derechos humanos. El concilio deseaba completar los criterios del gobierno de la Iglesia, que funcionaba con esquemas monárquicos después del dogma de la infalibilidad papal. Se estableció el principio de la colegialidad para permitir la participación de los obispos en el gobierno. Se dignificaba al pueblo cristiano, que dejaba de ser el receptor de la actividad pastoral y se podía convertir en coprotagonista de la vida eclesial. La evolución de la Iglesia no ha ido en la dirección prevista por el concilio. El miedo ha frenado las reformas. Desde Roma, y con la complicidad ideológica de dirigentes de la Iglesia, se creyó que la crisis del catolicismo se precipitaba a causa de las moderadas reformas iniciadas después del concilio. Se hizo marcha atrás en todas las orientaciones conciliares. Los grupos más convencidos del acierto del concilio no supieron explicar que las reformas eran la vía más adecuada para afrontar la crisis ni proponer reformas de más envergadura. En el inicio del siglo XXI, la Iglesia aparece como una institución afectada por una cierta parálisis y por fracturas muy serias. Haber frenado las reformas no ha solucionado la crisis sino que, en muchos aspectos, la ha agravado. Lo más doloroso es el sufrimiento de tantas personas no suficientemente respetadas por la institución. FUTUROS DESEABLES Y POSIBLES Poner orden en casa Muchos se apartan de la Iglesia o no quieren ser miembros de ella porque la ven como una casa con problemas de mantenimiento. Los que viven en ella no se dan cuenta del envejecimiento del edificio y temen las molestias que las reformas provocarán. Pero, cuando las reformas se han hecho, todos están contentos. La Iglesia debería decidirse a ordenar la casa y dedicar sus energías a la sociedad. Hecho el diagnóstico de los principales problemas que la afectan, se pueden imaginar algunas operaciones para una reforma que posibilitara el renacimiento. Quizás se podría imaginar un futuro que cierre el paréntesis de la era constantiniana durante la cual la Iglesia se ha dotado de estructuras parecidas a las de los poderes políticos. No tiene sentido que los servicios de la Iglesia universal funcionen con estructuras estatales y que el papa sea un jefe de estado con una red de diplomáticos a su servicio. La Iglesia, tanto en el ámbito local como en el universal, podría optar por estructuras que la diferenciaran de los pode- res políticos, y su personalidad jurídica podría ser similar a la de otras organizaciones no gubernamentales. Las mejores condiciones para poder vivir las encontrará en la libertad religiosa y en la desconfesionalización de los estados. No se trata de reducir la incidencia de la vida religiosa a la esfera privada, sino de poder tener una incidencia pública compatible con el pluralismo religioso y al margen de intereses sectarios o gremiales. Otra reforma podría orientarse hacia la democratización de la gestión de las comunidades cristianas y del conjunto de la Iglesia. La dignidad teológica de todos los bautizados lo exige. La Iglesia no es una convención humana, como lo son las repúblicas. Es depositaria de dones y de promesas de las cuales no es propietaria, pero esto no impide, sino que requiere, un ejercicio compartido de la autoridad, con formas de participación. En la misma dirección se puede imaginar una Iglesia católica desclericalizada. La profesionalización de los ministerios podría ser substituida por otras formas de servicio ministerial más ágiles, menos burocratizadas y que cubriesen las necesi- Decadencia o renacimiento del catolicismo 183 dades determinadas desde abajo por las comunidades católicas. Defender a los pobres El escándalo más grande de nuestro tiempo es la mala distribución de la riqueza. Las estadísticas de las Naciones Unidas informan sobre este proceso, a escala estatal y mundial. Vivimos en un mundo completamente condicionado por los poderes económicos que subordinan la política. La razón del beneficio se impone por encima del respeto a la dignidad de las personas y de los pueblos. Los estados, que hasta el siglo XX habían ejercido funciones de regulación y de justicia social, inician el XXI recortando los ideales de la sociedad del bienestar y son incapaces de asegurar una justicia económica a escala planetaria. Los grupos sociales que acumulan riqueza no muestran signos de querer otras estructuras regidas por el principio de la solidaridad. Quieren defender sus privilegios con doctrinas y estrategias de seguridad policial y militar. Dominan los medios de comunicación y ahogan las propuestas alternativas. La Iglesia tendría credibilidad si movilizara sus energías para ponerse al lado de los pobres y fuera sensible a las voces proféticas. La Iglesia no tiene fórmulas propias para solucionar el desorden universal ni tiene que pretender ningún tipo de protagonismo político, pero puede inspirar comportamientos liberadores y compartir críticas y propuestas. Las comunidades cristianas desperta184 Félix Martí das por la teología de la liberación en América Latina y en otros continentes son un ejemplo. La lucha por la dignidad de todos los miembros de la familia humana tiene que proponerse la superación de las actuales estructuras del poder económico, mediático y político. No bastan gestos de compasión en favor de las víctimas del sistema actual. Habría que concentrar energías para conseguir cambios substanciales en los gobiernos de los estados y en el gobierno mundial. La Iglesia podría contribuir a todo ello por coherencia con afirmaciones de su teología como son la dignidad de todos los hijos de Dios y unas promesas de salvación que atraviesan la historia humana. La Iglesia podría ayudar a despertar la conciencia de los ciudadanos beneficiarios de las actuales estructuras para que, en lugar de priorizar sus privilegios, estuvieran dispuestos a limitar su bienestar material o su nivel de consumo en favor de nuevas estructuras de solidaridad. Donde más falta hace el espíritu de las teologías de la liberación es en el seno de las sociedades más ricas. Sólo las tradiciones religiosas, con su autoridad espiritual, pueden orientar las opciones democráticas más allá de la defensa de los intereses introvertidos de muchos grupos sociales. Unas democracias convertidas en sólidas fortalezas excluyentes pervierten sus mismos principios. Proteger el planeta El planeta Tierra no soporta el ritmo de explotación al que está sometido por los modelos de producción y de consumo y su lógica de crecimiento. Los recursos naturales son limitados, y su explotación, desmesurada. Hay datos fiables sobre la disminución de la biodiversidad y sobre el cambio climático. La gestión de los residuos se ha complicado demasiado. No se puede exportar el modelo de desarrollo occidental a los países pobres porque quedarían maltrechos los frágiles equilibrios de la biosfera. Sin cambios substanciales en el funcionamiento de las sociedades industriales, la humanidad queda condenada a una fractura permanente entre los que se sirven de la naturaleza y los que quedan excluidos de ella. Con los actuales ritmos de depredación del planeta, se condena a las futuras generaciones a la precariedad. Los políticos de los países “desarrollados” disimulan la gravedad de estos problemas. No les gusta tener que proponer medidas impopulares. Pero los países “avanzados” deberán cambiar mucho y garantizar una buena calidad de vida a través de otros modelos de producción y de consumo. La Iglesia, en coherencia con su teología de la creación, podría contribuir a despertar las conciencias sobre la necesidad de cuidar el planeta en el que vivimos y en el que tendrían que poder vivir las generaciones futuras. Se acusa a la tradición bíblica de haber promovido ideologías de dominación de la Tierra. Hay que destacar las dimensiones cósmicas de las promesas de salvación y las tradiciones espirituales que, como el franciscanismo, han optado claramen- te por el amor a todos los seres vivientes y a la naturaleza. En el contexto de la globalización tecnológica y económica, la Iglesia debería promover la defensa de la diversidad. En el mundo actual, todas las realidades humanas, culturales y sociales no integradas en las redes de la globalización, caen en la pobreza y en la marginación: los inmigrantes que no forman parte de la economía globalizada; los infopobres, en relación con las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información; los hablantes de lenguas minoritarias, y las comunidades humanas que cultivan valores diferentes de los promovidos por los poderes globales. Los procesos de globalización destruyen la diversidad de la biosfera y la diversidad cultural. La Iglesia podría contribuir a la protección de la biodiversidad y de la diversidad humana, ser un ejemplo de respeto hacia la diversidad de las comunidades católicas y apoyar a los que luchan por una globalización alternativa compatible con la diversidad. En esta lucha, las comunidades católicas podrían dar voz, dignidad y esperanza a los más débiles. Lo despreciado por los actuales arquitectos de la globalización puede ser lugar de manifestación de la gloria de Dios. La naturaleza tiene que cuidarse con actitudes amorosas, especialmente en sus ámbitos más vulnerables. Las culturas humanas tienen derecho a vivir y a tener futuro, aunque no cuenten mucho a los ojos de la actual globalización.Todo ser viviente posee, para muchas tradiciones religiosas, riquezas enig- Decadencia o renacimiento del catolicismo 185 máticas, cuyo valor sólo se descubre en los procesos de iluminación espiritual. Criticar a los ídolos Las religiones son peligrosas. La irrupción de lo sagrado en la vida humana puede esclavizar la inteligencia, los comportamientos y el espíritu creador.Todas las tradiciones religiosas pueden ser usadas de formas diferentes, suscitar lo mejor y lo peor. Al constatar la ambigüedad de las religiones, muchos prefieren mantenerse al margen. Religiones que, sin parecerlo, reproducen las dominaciones que se querían evitar sustituyen el lugar de la experiencia religiosa convencional. Las idolatrías son más peligrosas que las religiones y los creyentes están contaminados por las creencias idolátricas de cada época. También la Iglesia se ha contaminado con idolatrías a lo largo de los siglos y ha luchado para liberarse de ellas. El Dios predicado por Jesús, tanto en su distancia como en su proximidad, no favorece sacralizaciones desmesuradas. No es un Dios recluido en el espacio cultual, ni parece muy interesado en crear dependencias. No destruye los aspectos positivos de la soledad humana ni el riesgo de la libertad. El cristiano intenta hacer una experiencia de Dios que le distancia de las idolatrías, incluyendo una cierta relativización de la propia creencia pues también ésta puede convertirse en idolatría. La Iglesia debería denunciar las viejas y nuevas idolatrías. Para 186 Félix Martí muchos, la religión del dinero es la única que da sentido a la vida. La violencia sigue ejerciendo una enorme fascinación y los promotores de la cultura de la paz son calificados de ingenuos. El ideal de placer, tan humanizador cuando es comedido, llega a ser tiránico cuando excluye todos los demás valores. Los medios de comunicación insisten en el consumo como vía de acceso a la felicidad. El fomento del consumo deportivo fabrica ídolos inconscientes y pasiones inútiles. Debemos denunciar la excesiva admiración que suscita la técnica. El progreso tecnológico posibilita formas mucho más agradables de vida, pero su uso puede también pervertirse. La tecnología es ciega y no contribuye de forma automática a mejorar la calidad de vida. En muchos lugares del mundo las personas humanas están supeditadas a lógicas esclavizadoras del progreso tecnológico. Otra idolatría reciente es la de la creencia exclusiva en la realización personal. En muchos países occidentales se pierde de vista que las personas humanas crecen en comunidades. Es prudente no ignorar los límites del individualismo. En esta línea se mitifica con frecuencia el derecho al placer sexual, olvidando el arte de amar. La excesiva fragilidad de muchas parejas se explica por la desmedida atención a los intereses personales. La Iglesia podría acompañar las necesarias desmitificaciones, incluso las que deben purificar la propia experiencia cristiana. Celebrar la vida El nihilismo es, probablemente, la experiencia que más se aleja de la religión cristiana y de la mayoría de las tradiciones religiosas. Los escepticismos radicales y los nihilismos se dan cuando se constata que los mitos no iluminan suficientemente los enigmas de la existencia, ni la excesiva fragilidad de la razón y la inadecuación entre el deseo y las ofertas de la vida, ni el peso desmesurado del mal ni, finalmente, el hecho de que la muerte parece ser el último poder. Frente a la cultura nihilista, emergen los itinerarios de las religiones. Son sabidurías o iluminaciones con las mismas constataciones, pero no se dejan encarcelar por ellas. La fe católica proclama el designio amoroso de Dios y la liberación de todas las personas de los poderes visibles del mal y de la muerte. La resurrección de Jesús se celebra como memoria y como promesa. Las personas y el universo entero están en tránsito hacia un gozo pleno y definitivo. La revelación cristiana afirma el carácter no ilusorio de la experiencia amorosa. Los amores humanos anuncian y hacen probar la realidad de Dios. Durante los últimos siglos, paradójicamente, parece que la tradición cristiana, por su polarización en la conciencia del pecado, podía confundirse con las corrientes nihilistas. Se había olvidado que lo más característico de la vida cris- tiana es la creencia en el amor y su práctica en su enorme variedad de expresiones. Pertenece al corazón de la fe la afirmación de que el amor nos hace conocedores de Dios, libres y capaces de vivir más allá de las leyes, y esto nos llena de gozo. Ni la administración, ni el derecho canónico, ni las ortodoxias ni las ortopraxis son compatibles con el carácter imprevisible, libre y creador del amor. En el catolicismo del futuro debería poderse funcionar con normas ligeras, aunque las sociedades no puedan funcionar así; ejercer el poder sin ningún tipo de violencia, diferente del que ejercen las autoridades políticas; prescindir de los controles ideológicos y disciplinarios para ensayar nuevos mecanismos de discernimiento y de autorregulación. Como en el mundo de la filosofía o de las artes, debería preferirse la creatividad al orden. El injerto constantiniano ha condicionado demasiado a la Iglesia con valores y prácticas que pertenecen más al imperio romano que a las características de su mensaje original. Es posible que el crecimiento del catolicismo en el seno de las culturas que no derivan del imperio permitan ensayar nuevas formas de vida cristianas liberadas de este modelo. Deberá insistirse en el hecho de que la fascinación del catolicismo no proviene de su orden visible, sino de su capacidad de invitar a la vida como una celebración de la vida humana y cósmica sin rebajas. Tradujo y condensó: JOSEP Mª BULLICH Decadencia o renacimiento del catolicismo 187