decadencia o renacimiento del catolicismo

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FÉLIX MARTÍ
DECADENCIA O RENACIMIENTO
DEL CATOLICISMO
El artículo que ofrecemos al lector es una lúcida mirada sobre las
oportunidades que tiene la vivencia de la fe en nuestra sociedad, cada
vez más alejada del mundo de la creencia, y de las posibilidades que
tiene la actividad evangelizadora de la Iglesia en esta coyuntura. Es
necesario hacer un examen de conciencia que nos haga ver las posibilidades que abrió el Vaticano II y que fueron frustradas en el posconcilio, para poder soñar con los futuros deseables y posibles que se le
ofrecen a nuestra Iglesia en esta sociedad.
Decadència o renaixement del catolicisme, Qüestions de vida cristiana, nº 207 (2002) 14-34
LA EXPRESIÓN DE LA DECADENCIA
Dios no interesa
Una de las características de
nuestra época es el desinterés por
la religión y la insignificancia de las
referencias a Dios. La literatura y
el cine no plantean en términos
religiosos las preocupaciones de
nuestro tiempo. No necesitan la
invocación a Dios para interpretar la vida personal y social. Las
explicaciones antropológicas ofrecen claves para entender las conductas humanas. Las ciencias sociales permiten leer los hechos
históricos dejando poco espacio
al misterio, al destino o a la providencia. Para orientarse en la vida,
nuestros contemporáneos disponen de fuentes de inspiración.
Desde el punto de vista ético, la
moral religiosa les parece anclada
en modelos de vida precientíficos,
pretecnológicos y preurbanos. Las
éticas posreligiosas les parecen
suficientes para velar por la dignidad humana, la responsabilidad
social y la solidaridad. La secularización de la vida (prescindir de la
hipótesis de Dios) no les crea ninguna sensación de vacío.Todo funciona como en el contexto de las
creencias religiosas.
Molestan las imágenes más
habituales de Dios. Al valorarse la
libertad personal, no se admite ni
la autoridad eclesiástica ni cualquier dios que recorte la autonomía personal. Si hay que atribuir a
la tradición cristiana la confianza
en la libertad personal, el postcristianismo sería una consecuencia
lógica de la evolución de las vivencias cristianas. Dios se percibe
como una coartada ideológica o
mítica al servicio de intereses económicos o políticos, comprometido con el orden impuesto por
los vencedores. Se acusa a los
monoteísmos de generadores de
intolerancia, de imperialismo y de
violencia. Las verdades religiosas
son autosuficientes y sus defensores menosprecian las razones
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de los demás. Los documentos de
la jerarquía católica construyen un
sistema ideológico cerrado, incapaz de dialogar con las antropologías y cosmologías contemporáneas
y dejar margen para imaginar a Dios
más allá de las ortodoxias habituales y las tradiciones convalidadas
por el magisterio eclesiástico. Una
parte de responsabilidad en el
desinterés con respecto a la realidad de Dios se encuentra en la
impresión que tienen del acaparamiento de esta realidad por parte de la administración católica.
Dios habría dejado de ser una
aventura. Rechazan al Dios domesticado por la tradición católica. Y
se muestran distantes de cualquier
otra oferta religiosa teísta, que les
parece sospechosa.
El fin del monopolio religioso
Nuestras sociedades se convierten en multiculturales y en
multireligiosas. Antes se reprimía
el pluralismo existente. La adaptación a la pluralidad de ofertas
confesionales se ha producido lentamente. El factor que más ha determinado la evolución de las
mentalidades en relación con la
diversidad religiosa es la presencia de nuevos inmigrantes procedentes de la comunidad islámica y
de comunidades de las tradiciones religiosas budistas e hindúes.
Los católicos, que hasta ahora sólo
habían tenido contactos con las
otras tradiciones cristianas y con
las corrientes de pensamiento no
religioso, viven inmersos en una
situación que liquida una larga historia de monopolio religioso ca176
Félix Martí
tólico. Hay que renunciar a escenarios de futuro construidos con
inercias de proyección del pasado.
El gran desafío del pluralismo
religioso es la relativización de la
propia tradición. Caen las pretensiones de verdad exclusiva de las
ofertas religiosas. Las otras tradiciones religiosas son tan legítimas
como la propia. La prudencia intelectual y existencial puede llevar a un distanciamiento de todas
las ofertas religiosas, dado su carácter relativo. Los teólogos han
advertido de los límites del saber
religioso que ofrecen, del itinerario espiritual que proponen, de la
percepción de lo sagrado que
constituye el nervio de su tradición. Pero, en el funcionamiento
habitual de las religiones, se olvidan los límites. Muchos insisten en
el carácter relativo de las ofertas
religiosas. Se generaliza el consumo religioso a la carta, aceptando
elementos de diversas tradiciones
y rechazando adhesiones a la integridad de las doctrinas de una
única tradición. Los integrismos
parecen poco saludables. Es frecuente que se acepte la convivencia con preguntas sin respuesta.
Crece el grupo de agnósticos. El
mundo de las religiones es contemplado con más o menos simpatía, pero sin ningún interés en
formar parte de las comunidades
confesionales.
La religión no aporta ningún
valor añadido
Las utopías ideológicas y políticas del siglo XX acabaron trágicamente. El nazismo fue la corriente ideológica más perversa.
Condujo a la segunda guerra mundial y programó los horrores del
holocausto. El comunismo, proclamado como una esperanza de fraternidad, se deterioró en totalitarismos y en asesinatos en gran
escala. El capitalismo, que parecía
profundamente aliado a los ideales de la libertad y del progreso,
nos ha llevado a un final de siglo
XX caracterizado por una escandalosa fractura entre minorías
demasiado ricas y mayorías pobrísimas, por una ausencia de diálogo entre la cultura dominante y
las culturas de matriz no occidental, y por un modelo de desarrollo insostenible. Muchos creen que
la ideología católica se hunde porque no ha servido para configurar un mundo con cuotas más elevadas de libertad, de justicia y de
respeto a la dignidad de las personas, de los pueblos y de las culturas. Parece que la religión católica y sus representantes, cuando
no fueron víctimas directas de la
represión, como pasó en los estados comunistas, no criticaron a
las ideologías esclavizantes y las
políticas que las ejecutaban. El cristianismo ha acompañado, en muchos países, la colonización cultural. No queda claro que la propagación del cristianismo haya beneficiado a las poblaciones afectadas.
El deseo de progreso no halla
una vía de realización en las prácticas cristianas. Las creencias no
dan una especial lucidez. La ideología cristiana ha propiciado unas
relaciones entre la especie humana y la naturaleza caracterizadas
por la dominación. Ni la sensibilidad ecológica, ni la defensa de los
derechos humanos ni la mejora de
las prácticas democráticas cuentan con aportaciones significativas
de la jerarquía católica o de las
comunidades cristianas. La doctrina social de la iglesia parece ser
una adaptación tardía a las ideas
que ya disfrutan de un amplio consenso social. La Iglesia administra
una herencia cultural con dificultades para actualizarse. No está
acostumbrada a dar respuestas
nuevas a situaciones nuevas. Parece condenada a reeditar el pasado en una época de cambio de
estructuras económicas para promover la justicia, diálogo intercultural, nuevas relaciones con la naturaleza para evolucionar hacia la
sostenibilidad, creación de una
autoridad mundial que garantice
la paz y la desactivación de las violencias. La Iglesia se limita a ser
observadora pasiva.
Éticas y estéticas anticuadas
Los códigos morales de la Iglesia producen la misma impresión
de ambigüedad. Sus dirigentes no
se dan cuenta de que vivimos en
sociedades que disponen de fuentes diversas para el establecimiento de códigos éticos. Resulta pedante proclamarse rectores de las
conductas morales. El discurso
eclesiástico debería presentarse
como material para el debate.
Molesta su dimensión autoritaria.
Los fundamentos antropológicos
de la moral católica parecen depender demasiado de conceptos
filosóficos sin acuse de recibo en
la crítica filosófica moderna y contemporánea. El ejemplo más representativo del rechazo que sus-
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177
cita la moral católica es el distanciamiento de buena parte de los
católicos respecto de la prohibición moral de usar anticonceptivos. Las cuestiones relacionadas
con la sexualidad y con la condición femenina son tratadas por las
autoridades eclesiásticas con criterios antiguos. Incluso la defensa
de la vida es defendida como si
fuera imposible introducir matices. Lo más impertinente es la
pretensión de sacralizar normas
morales con fecha de caducidad.
Hoy se aprecian más las recomendaciones morales caracterizadas
por una menor pesadez.
En ciertos sectores ilustrados
se rechaza la oferta católica por
razones estéticas. Muchas religiones son estéticamente conservadoras. La sobrevaloración de la
arquitectura gótica o de la música gregoriana ha frenado la creatividad estética católica. Las afirmaciones sobre la perennidad de
la filosofía y teología católicas se
han extendido a algunas formas
estéticas, distanciando al mundo
católico de las sensibilidades estéticas más evolucionadas. No se
puede atribuir el atraso estético
a la precariedad de los recursos
económicos. La Iglesia dispone de
recursos suficientes. Hay poco
interés por expresar las intuiciones originales en lenguajes nuevos a través de formas estéticas
arriesgadas y más abiertas al futuro que al pasado. La experiencia de la belleza tiene puntos de
contacto con la experiencia religiosa y es vía de acceso a ella. Una
estética que no corresponde a los
códigos y a la sensibilidad actuales puede ser un obstáculo para
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Félix Martí
conectar con los ciudadanos contemporáneos. Los mensajes religiosos tal vez no lleguen a las nuevas generaciones, convirtiéndose
en piezas de museo.
Maquinaria eclesiástica oxidada
La crisis del funcionamiento
institucional es una manifestación
de la decadencia católica. Las comunidades católicas fueron animadas por curas que presidían las
celebraciones del culto y organizaban los demás servicios parroquiales. Eran unos profesionales de
la religión con alto reconocimiento social, cultura superior y autoridad. El relevo de los viejos por
los jóvenes funcionaba sin sorpresas. La situación actual es completamente diferente. Esto se debe
al fuerte escepticismo sobre el
valor del celibato como ideal de
vida, a las prácticas no democráticas de la estructura eclesiástica, la
excesiva precariedad material y
cultural del estatuto de los curas
de base, la indefinición de nuevos
modelos de funcionamiento de la
comunidad cristiana y la emergencia de un laicado católico.
La crisis es escandalosa si se
observan ciertos aspectos del funcionamiento de la jerarquía católica. Los procedimientos de selección de los candidatos están alejados de cualquier criterio democrático. El problema más grave es
la preferencia por candidatos más
dóciles al poder romano. En lugar
de obispos capaces de responder
valientemente a las necesidades
de sus comunidades cristianas, se
prefieren gobernadores eclesiás-
ticos encargados de mantener un
orden teológico y pastoral determinado al margen de las comunidades. El divorcio entre algunos
obispos y el pueblo creyente lleva a extremos dramáticos. La Iglesia elige personas con perfil de
comisario ideológico o de funcionario de partido e impide el acceso al episcopado de las personalidades que gozan de la más alta
autoridad moral en el seno de las
comunidades cristianas. Las personas más valiosas no ocupan los
puestos de máxima responsabilidad. Se agravan las tensiones internas. Los líderes oficiales de la
institución no están en condiciones para el ejercicio de un liderazgo ad intra ni ad extra. Con
pocas excepciones, el episcopado
católico opta por un discurso y
un comportamiento alérgico al
estilo profético.
LAS REFORMAS FRUSTRADAS
Indeterminación sobre la espiritualidad
Nuestros contemporáneos
buscan sabidurías y experiencias
para vivir con dignidad, resistir el
mal, resurgir en la experiencia
amorosa y esperar serenamente
a la muerte. La especie humana
busca el sentido de la vida y pretende crear estructuras sociales
que velen por la justicia y la libertad. En las tradiciones religiosas se
afirma que estas nobles aspiraciones de la persona humana apuntan hacia la experiencia de lo sagrado. Las espiritualidades religiosas despiertan y articulan las maravillosas manifestaciones del espíritu humano. En los itinerarios
espirituales propuestos por el catolicismo y otras tradiciones no
todo tiene el mismo valor. Algunos consejos espirituales parecen
fomentar la alienación, el individualismo, el miedo y la creación
de guetos exclusivos.
En el concilio Vaticano II, la Iglesia proponía una espiritualidad de
transformación del mundo en favor de las libertades, la justicia y
los derechos humanos. Se afirmaba el valor de la creación y su
vocación a ser el escenario de la
realización del reino de Dios. Se
afirmaba también la relevancia de
la verdad, de los combates políticos y de las utopías libertadoras.
La Iglesia reconocía que hacía falta respetar la autonomía de las
mediaciones. Se renunciaba a la
creación de partidos políticos y
movimientos sociales católicos.
No se creía en una cultura católica separada de la cultura secular.
Estas propuestas no tuvieron
demasiada continuidad. Se volvió
al viejo modelo de una espiritualidad desencarnada, que recomendaba huir del mundo y confiar en
una alternativa católica, protagonizada de forma muy directa por
las actuaciones de la jerarquía y
de la cúpula vaticana. Un triste
camino desde las ventanas abiertas de Juan XXIII hasta propuestas de espiritualidad que se parecen demasiado a las sectarias.
Desde el punto de vista de las
propuestas espirituales, muchos
no distinguen las ofertas católicas
de las sectarias.
Decadencia o renacimiento del catolicismo
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Hermenéutica de baja intensidad
Durante el siglo XX, se dieron progresos espectaculares en
la interpretación de la Biblia. La
Iglesia optó por aceptar las novedades hermenéuticas, liberándose de las interpretaciones demasiado literales del pasado, evolucionando más que la mayoría de
las tradiciones religiosas, prisioneras de textos sagrados usados con
actitudes fundamentalistas.
En el mundo católico, la renovación bíblica ha quedado limitada a los expertos. Los no creyentes piensan que los creyentes
creen en historias que en realidad
no creen. Las autoridades eclesiásticas no quieren divulgar los resultados de la investigación hermenéutica para no escandalizar a
los creyentes, pero la cultura contemporánea está familiarizada con
las prácticas de la interpretación.
La Iglesia debería hacer un uso y
una pedagogía adecuadas de la interpretación para evitar que la
cultura hermenéutica se presente, desde fuera de la religión, como
una desautorización global de las
afirmaciones creyentes.
El concilio Vaticano II no reformuló la doctrina cristiana, teniendo en cuenta los resultados
de la investigación hermenéutica.
Los contenidos de la fe deberían
poder expresarse en lenguajes
que tuvieran en cuenta la evolución del pensamiento filosófico y
de la investigación bíblica. La cristología de consumo es todavía
precrítica. Se podrían explicar de
otra manera la encarnación y la
salvación. Una lectura ilustrada del
180
Félix Martí
NT haría entender mejor los enigmas de la vida, de la muerte y de
la nueva vida de Jesús de Nazaret.
Las comunidades creyentes alejadas de los progresos de la hermenéutica no tienen futuro al no
poder conservar creencias con
bases consistentes.Tan conveniente es el diálogo entre fe y razón
como cuidar las relaciones entre
la fe y los lenguajes míticos y simbólicos. Paul Ricoeur nos recuerda el valor de estos lenguajes para
la vida humana, el conocimiento
en general y la expresión de la fe.
La Biblia utiliza constantemente
metáforas y mitos para introducir
en la complejidad de la experiencia religiosa. Hay que saber interpretar las metáforas del pasado y
crear otras nuevas adecuadas a los
imaginarios de nuestro tiempo.
Represión teológica
El concilio Vaticano II fue el
resultado de las aportaciones de
teólogos considerado peligrosos
por la autoridad romana. Paradójicamente, ellos fueron los expertos más apreciados por el concilio. Cerrado el paréntesis del concilio, la autoridad romana ha optado por un nuevo control ideológico, provocando la marginación
o condena de teólogos y de corrientes teológicas innovadoras.
La insolidaridad de la cúpula vaticana con los obispos, sacerdotes
y laicos comprometidos con la
teología de la liberación, por ejemplo, ha contribuido a crear condiciones de represión política, incluido el asesinato. Los personajes
más emblemáticos de esta represión son Oscar Romero, Helder
Cámara, Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff e Ignacio Ellacuría. La
lista de teólogos marginados y
condenados no se limita a los representantes de la teología de la
liberación.Afecta también a Küng,
Schillebeeckx, Häring, Tissa Balasuriya, Pannikar y Dupuis. El buen
clima vivido entorno al concilio no
consiguió normalizar el respeto
por el pluralismo teológico. Las
autoridades romanas han impuesto un pensamiento teológico oficial y han sobredimensionado el
valor del “magisterio”. Por una
interpretación maximalista de su
responsabilidad, consideran indiscutibles muchas afirmaciones no
pertenecientes al núcleo del mensaje cristiano. Exigen adhesión a
todas las afirmaciones teológicas
oficiales sin distinguir entre las
verdades más esenciales y las más
relativas. Si la Iglesia quiere tener
un discurso creíble desde el punto de vista intelectual, debería recuperar la libertad teológica y
aceptar serenamente el pluralismo. También debería admitir una
cierta relatividad de los lenguajes
para dar noticia del Dios trinitario, del mensaje y obra de Jesús y
de las esperanzas que afectan la
condición humana o la historia.
Quizás deberá completar las teologías filosóficas con teologías
narrativas, simbólicas y poéticas.
Tímida reforma litúrgica
La aportación específica de
Jesús significó el fin de cultos antiguos. Jesús explicaba que Dios
no quiere sacrificios sino buenas
obras, recomendaba rezar en la
intimidad, se distanciaba del esta-
mento clerical de su tiempo. Le
condenaron a muerte los representantes del orden religioso en
complicidad con el poder político. El Dios cristiano ama y perdona gratuitamente. El único sacerdocio cristiano es el de Jesucristo. Los signos de la gracia acompañan la vida cotidiana y no se
confunden con rituales mágicos.
La salvación es para todos y para
todo el universo. La liturgia cristiana celebra lo que ya se ha cumplido y aún no se ha manifestado
totalmente. La confesión de la resurrección de Jesús es el núcleo
de la fe cristiana. El culto cristiano recuerda y celebra la resurrección de Jesús. Los sacramentos
cristianos injertan la vida humana
en ella y las comunidades cristianas se convierten en sacramento
del cosmos, contribuyendo a la
manifestación del Reino de Dios
en el espacio y en el tiempo.Todo
esto ha sufrido procesos de regresión a lo largo de la historia.
Las concepciones paganas del culto se han mezclado con las radicales innovaciones cristianas y hay
que clarificar muchas confusiones.
El concilio promovió una importante reforma litúrgica. Centró el culto católico en la celebración de la resurrección de Jesucristo y promovió nuevos rituales de sacramentos en coherencia con la confesión del núcleo de
la fe. Habría que equilibrar la insistencia de la contrarreforma en
el carácter eficaz de los sacramentos con una nueva valoración de
su carácter simbólico. El acento
unilateral en el primer aspecto
puede llevar a una economía de
la gracia de tipo comercial que
Decadencia o renacimiento del catolicismo
181
vulnera afirmaciones cristianas
fundamentales sobre el carácter
incondicionado del amor de Dios.
No parece que la fuerte vinculación de la administración sacramental y cultual con los clérigos
pueda justificarse con razones
teológicas serias. Habrá que recordar el carácter sacerdotal de
toda la comunidad cristiana y redistribuir los servicios reservados
exclusivamente a los ministros
ordenados. Pensar en reformas de
esa envergadura supone repensar
el sacramento del ministerio ordenado. Más allá de la revisión de
la norma del celibato y de la tradición que excluye a las mujeres,
habrá que pensar si tienen sentido la profesionalización de los clérigos, el carácter irreversible de
los ministerios, la validez de las
actuales distinciones entre sacerdotes y laicos y las condiciones
de legitimidad y de ejercicio del
poder en las comunidades cristianas. La Iglesia no ha permitido
abrir estos debates.
Colegialidad ornamental
Se podría tener la impresión
de que la institución se ha dotado
de mecanismos de participación,
al menos en el ámbito episcopal,
pero la realidad es diferente. La
centralización se ha acentuado en
las últimas décadas. Los sucesivos
sínodos continentales han tenido
carácter consultivo; sus resoluciones han sido sometidas a consulta previa del papa quien ha decidido los contenidos de los textos
finales. Los mismos procedimientos se han establecido para los
sínodos y consultas universales. El
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Félix Martí
poder de la curia romana nunca
había sido tan fuerte. El prudente
reconocimiento de la autonomía
de las iglesias locales, que auguraba el desarrollo de expresiones
diversas de la fe católica a partir
de opciones espirituales, litúrgicas,
teológicas y culturales diferenciadas, ha quedado desautorizado. Las
conferencias episcopales son instrumentos para la aplicación en el
ámbito local de las orientaciones
decididas por los organismos del
gobierno eclesiástico central. Los
nuncios aseguran la fidelidad de las
conferencias episcopales a Roma
con su control del nombramiento de obispos. Éstos tienen menos autoridad ahora que hace cien
años y los obispos disidentes pueden ser apartados de su función
con procedimientos poco respetuosos con los derechos humanos.
El concilio deseaba completar
los criterios del gobierno de la
Iglesia, que funcionaba con esquemas monárquicos después del
dogma de la infalibilidad papal. Se
estableció el principio de la colegialidad para permitir la participación de los obispos en el gobierno. Se dignificaba al pueblo cristiano, que dejaba de ser el receptor de la actividad pastoral y se
podía convertir en coprotagonista de la vida eclesial. La evolución
de la Iglesia no ha ido en la dirección prevista por el concilio. El
miedo ha frenado las reformas.
Desde Roma, y con la complicidad ideológica de dirigentes de la
Iglesia, se creyó que la crisis del
catolicismo se precipitaba a causa de las moderadas reformas iniciadas después del concilio. Se
hizo marcha atrás en todas las
orientaciones conciliares. Los grupos más convencidos del acierto
del concilio no supieron explicar
que las reformas eran la vía más
adecuada para afrontar la crisis ni
proponer reformas de más envergadura. En el inicio del siglo XXI,
la Iglesia aparece como una institución afectada por una cierta
parálisis y por fracturas muy serias. Haber frenado las reformas
no ha solucionado la crisis sino
que, en muchos aspectos, la ha
agravado. Lo más doloroso es el
sufrimiento de tantas personas no
suficientemente respetadas por la
institución.
FUTUROS DESEABLES Y POSIBLES
Poner orden en casa
Muchos se apartan de la Iglesia o no quieren ser miembros de
ella porque la ven como una casa
con problemas de mantenimiento. Los que viven en ella no se dan
cuenta del envejecimiento del
edificio y temen las molestias que
las reformas provocarán. Pero,
cuando las reformas se han hecho, todos están contentos.
La Iglesia debería decidirse a
ordenar la casa y dedicar sus energías a la sociedad. Hecho el diagnóstico de los principales problemas que la afectan, se pueden imaginar algunas operaciones para
una reforma que posibilitara el renacimiento. Quizás se podría imaginar un futuro que cierre el paréntesis de la era constantiniana
durante la cual la Iglesia se ha dotado de estructuras parecidas a las
de los poderes políticos.
No tiene sentido que los servicios de la Iglesia universal funcionen con estructuras estatales
y que el papa sea un jefe de estado con una red de diplomáticos a
su servicio. La Iglesia, tanto en el
ámbito local como en el universal, podría optar por estructuras
que la diferenciaran de los pode-
res políticos, y su personalidad jurídica podría ser similar a la de
otras organizaciones no gubernamentales. Las mejores condiciones para poder vivir las encontrará en la libertad religiosa y en la
desconfesionalización de los estados. No se trata de reducir la incidencia de la vida religiosa a la
esfera privada, sino de poder tener una incidencia pública compatible con el pluralismo religioso y
al margen de intereses sectarios
o gremiales. Otra reforma podría
orientarse hacia la democratización de la gestión de las comunidades cristianas y del conjunto de
la Iglesia. La dignidad teológica de
todos los bautizados lo exige. La
Iglesia no es una convención humana, como lo son las repúblicas.
Es depositaria de dones y de promesas de las cuales no es propietaria, pero esto no impide, sino
que requiere, un ejercicio compartido de la autoridad, con formas
de participación. En la misma dirección se puede imaginar una
Iglesia católica desclericalizada. La
profesionalización de los ministerios podría ser substituida por
otras formas de servicio ministerial más ágiles, menos burocratizadas y que cubriesen las necesi-
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dades determinadas desde abajo
por las comunidades católicas.
Defender a los pobres
El escándalo más grande de
nuestro tiempo es la mala distribución de la riqueza. Las estadísticas de las Naciones Unidas informan sobre este proceso, a escala estatal y mundial. Vivimos en
un mundo completamente condicionado por los poderes económicos que subordinan la política.
La razón del beneficio se impone
por encima del respeto a la dignidad de las personas y de los pueblos. Los estados, que hasta el siglo XX habían ejercido funciones
de regulación y de justicia social,
inician el XXI recortando los ideales de la sociedad del bienestar y
son incapaces de asegurar una justicia económica a escala planetaria. Los grupos sociales que acumulan riqueza no muestran signos
de querer otras estructuras regidas por el principio de la solidaridad. Quieren defender sus privilegios con doctrinas y estrategias
de seguridad policial y militar.
Dominan los medios de comunicación y ahogan las propuestas
alternativas. La Iglesia tendría credibilidad si movilizara sus energías
para ponerse al lado de los pobres y fuera sensible a las voces
proféticas.
La Iglesia no tiene fórmulas
propias para solucionar el desorden universal ni tiene que pretender ningún tipo de protagonismo
político, pero puede inspirar comportamientos liberadores y compartir críticas y propuestas. Las
comunidades cristianas desperta184
Félix Martí
das por la teología de la liberación en América Latina y en otros
continentes son un ejemplo. La
lucha por la dignidad de todos los
miembros de la familia humana
tiene que proponerse la superación de las actuales estructuras
del poder económico, mediático
y político. No bastan gestos de
compasión en favor de las víctimas del sistema actual. Habría que
concentrar energías para conseguir cambios substanciales en los
gobiernos de los estados y en el
gobierno mundial. La Iglesia podría
contribuir a todo ello por coherencia con afirmaciones de su teología como son la dignidad de todos los hijos de Dios y unas promesas de salvación que atraviesan
la historia humana. La Iglesia podría ayudar a despertar la conciencia de los ciudadanos beneficiarios
de las actuales estructuras para
que, en lugar de priorizar sus privilegios, estuvieran dispuestos a
limitar su bienestar material o su
nivel de consumo en favor de nuevas estructuras de solidaridad.
Donde más falta hace el espíritu
de las teologías de la liberación
es en el seno de las sociedades
más ricas. Sólo las tradiciones religiosas, con su autoridad espiritual, pueden orientar las opciones
democráticas más allá de la defensa de los intereses introvertidos de muchos grupos sociales.
Unas democracias convertidas en
sólidas fortalezas excluyentes pervierten sus mismos principios.
Proteger el planeta
El planeta Tierra no soporta el
ritmo de explotación al que está
sometido por los modelos de producción y de consumo y su lógica
de crecimiento. Los recursos naturales son limitados, y su explotación, desmesurada. Hay datos
fiables sobre la disminución de la
biodiversidad y sobre el cambio
climático. La gestión de los residuos se ha complicado demasiado. No se puede exportar el modelo de desarrollo occidental a los
países pobres porque quedarían
maltrechos los frágiles equilibrios
de la biosfera. Sin cambios substanciales en el funcionamiento de
las sociedades industriales, la humanidad queda condenada a una
fractura permanente entre los que
se sirven de la naturaleza y los que
quedan excluidos de ella. Con los
actuales ritmos de depredación
del planeta, se condena a las futuras generaciones a la precariedad.
Los políticos de los países “desarrollados” disimulan la gravedad
de estos problemas. No les gusta
tener que proponer medidas impopulares. Pero los países “avanzados” deberán cambiar mucho y
garantizar una buena calidad de
vida a través de otros modelos de
producción y de consumo. La Iglesia, en coherencia con su teología
de la creación, podría contribuir
a despertar las conciencias sobre
la necesidad de cuidar el planeta
en el que vivimos y en el que tendrían que poder vivir las generaciones futuras. Se acusa a la tradición bíblica de haber promovido
ideologías de dominación de la
Tierra. Hay que destacar las dimensiones cósmicas de las promesas de salvación y las tradiciones espirituales que, como el franciscanismo, han optado claramen-
te por el amor a todos los seres
vivientes y a la naturaleza.
En el contexto de la globalización tecnológica y económica, la
Iglesia debería promover la defensa de la diversidad. En el mundo
actual, todas las realidades humanas, culturales y sociales no integradas en las redes de la globalización, caen en la pobreza y en la
marginación: los inmigrantes que
no forman parte de la economía
globalizada; los infopobres, en relación con las nuevas tecnologías
de la comunicación y de la información; los hablantes de lenguas
minoritarias, y las comunidades
humanas que cultivan valores diferentes de los promovidos por
los poderes globales. Los procesos de globalización destruyen la
diversidad de la biosfera y la diversidad cultural. La Iglesia podría
contribuir a la protección de la
biodiversidad y de la diversidad
humana, ser un ejemplo de respeto hacia la diversidad de las
comunidades católicas y apoyar a
los que luchan por una globalización alternativa compatible con la
diversidad. En esta lucha, las comunidades católicas podrían dar
voz, dignidad y esperanza a los más
débiles. Lo despreciado por los
actuales arquitectos de la globalización puede ser lugar de manifestación de la gloria de Dios. La
naturaleza tiene que cuidarse con
actitudes amorosas, especialmente en sus ámbitos más vulnerables.
Las culturas humanas tienen derecho a vivir y a tener futuro, aunque no cuenten mucho a los ojos
de la actual globalización.Todo ser
viviente posee, para muchas tradiciones religiosas, riquezas enig-
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185
máticas, cuyo valor sólo se descubre en los procesos de iluminación espiritual.
Criticar a los ídolos
Las religiones son peligrosas.
La irrupción de lo sagrado en la
vida humana puede esclavizar la
inteligencia, los comportamientos
y el espíritu creador.Todas las tradiciones religiosas pueden ser usadas de formas diferentes, suscitar
lo mejor y lo peor. Al constatar la
ambigüedad de las religiones, muchos prefieren mantenerse al margen. Religiones que, sin parecerlo,
reproducen las dominaciones que
se querían evitar sustituyen el lugar de la experiencia religiosa convencional. Las idolatrías son más
peligrosas que las religiones y los
creyentes están contaminados por
las creencias idolátricas de cada
época.
También la Iglesia se ha contaminado con idolatrías a lo largo
de los siglos y ha luchado para liberarse de ellas. El Dios predicado por Jesús, tanto en su distancia como en su proximidad, no
favorece sacralizaciones desmesuradas. No es un Dios recluido en
el espacio cultual, ni parece muy
interesado en crear dependencias.
No destruye los aspectos positivos de la soledad humana ni el
riesgo de la libertad. El cristiano
intenta hacer una experiencia de
Dios que le distancia de las idolatrías, incluyendo una cierta relativización de la propia creencia pues
también ésta puede convertirse
en idolatría.
La Iglesia debería denunciar las
viejas y nuevas idolatrías. Para
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Félix Martí
muchos, la religión del dinero es
la única que da sentido a la vida.
La violencia sigue ejerciendo una
enorme fascinación y los promotores de la cultura de la paz son
calificados de ingenuos. El ideal de
placer, tan humanizador cuando es
comedido, llega a ser tiránico
cuando excluye todos los demás
valores.
Los medios de comunicación
insisten en el consumo como vía
de acceso a la felicidad. El fomento del consumo deportivo fabrica ídolos inconscientes y pasiones inútiles. Debemos denunciar
la excesiva admiración que suscita la técnica. El progreso tecnológico posibilita formas mucho más
agradables de vida, pero su uso
puede también pervertirse. La tecnología es ciega y no contribuye
de forma automática a mejorar la
calidad de vida. En muchos lugares del mundo las personas humanas están supeditadas a lógicas
esclavizadoras del progreso tecnológico. Otra idolatría reciente
es la de la creencia exclusiva en la
realización personal. En muchos
países occidentales se pierde de
vista que las personas humanas
crecen en comunidades. Es prudente no ignorar los límites del
individualismo. En esta línea se
mitifica con frecuencia el derecho
al placer sexual, olvidando el arte
de amar. La excesiva fragilidad de
muchas parejas se explica por la
desmedida atención a los intereses personales. La Iglesia podría
acompañar las necesarias desmitificaciones, incluso las que deben
purificar la propia experiencia
cristiana.
Celebrar la vida
El nihilismo es, probablemente, la experiencia que más se aleja
de la religión cristiana y de la mayoría de las tradiciones religiosas.
Los escepticismos radicales y los
nihilismos se dan cuando se constata que los mitos no iluminan
suficientemente los enigmas de la
existencia, ni la excesiva fragilidad
de la razón y la inadecuación entre el deseo y las ofertas de la vida,
ni el peso desmesurado del mal
ni, finalmente, el hecho de que la
muerte parece ser el último poder.
Frente a la cultura nihilista,
emergen los itinerarios de las religiones. Son sabidurías o iluminaciones con las mismas constataciones, pero no se dejan encarcelar por ellas. La fe católica proclama el designio amoroso de Dios
y la liberación de todas las personas de los poderes visibles del mal
y de la muerte. La resurrección
de Jesús se celebra como memoria y como promesa. Las personas y el universo entero están en
tránsito hacia un gozo pleno y
definitivo. La revelación cristiana
afirma el carácter no ilusorio de
la experiencia amorosa. Los amores humanos anuncian y hacen
probar la realidad de Dios. Durante los últimos siglos, paradójicamente, parece que la tradición
cristiana, por su polarización en
la conciencia del pecado, podía
confundirse con las corrientes
nihilistas. Se había olvidado que lo
más característico de la vida cris-
tiana es la creencia en el amor y
su práctica en su enorme variedad de expresiones. Pertenece al
corazón de la fe la afirmación de
que el amor nos hace conocedores de Dios, libres y capaces de
vivir más allá de las leyes, y esto
nos llena de gozo.
Ni la administración, ni el derecho canónico, ni las ortodoxias
ni las ortopraxis son compatibles
con el carácter imprevisible, libre
y creador del amor. En el catolicismo del futuro debería poderse
funcionar con normas ligeras, aunque las sociedades no puedan funcionar así; ejercer el poder sin ningún tipo de violencia, diferente del
que ejercen las autoridades políticas; prescindir de los controles
ideológicos y disciplinarios para
ensayar nuevos mecanismos de
discernimiento y de autorregulación. Como en el mundo de la filosofía o de las artes, debería preferirse la creatividad al orden. El
injerto constantiniano ha condicionado demasiado a la Iglesia con
valores y prácticas que pertenecen más al imperio romano que a
las características de su mensaje
original. Es posible que el crecimiento del catolicismo en el seno
de las culturas que no derivan del
imperio permitan ensayar nuevas
formas de vida cristianas liberadas de este modelo. Deberá insistirse en el hecho de que la fascinación del catolicismo no proviene de su orden visible, sino de
su capacidad de invitar a la vida
como una celebración de la vida
humana y cósmica sin rebajas.
Tradujo y condensó: JOSEP Mª BULLICH
Decadencia o renacimiento del catolicismo
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