No hay que culpar al mosquito sino a su mujer

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No hay que culpar al mosquito sino a su mujer
Ana María Bertolini
El mosquito Aedes aegyptino es el culpable de la transmisión del dengue y la fiebre amarilla; tampoco el
mosquito Culex lo es de contagiar la encefalitis: ellos no pican, no ponen huevos y en sus dos semanas
de vida sólo se dedican a chupar el néctar de las flores.
La gran culpable —ya lo decía la Biblia— es su mujer, que se alimenta de sangre humana para fabricar
los huevos que deposita en el borde interno de cualquier recipiente, en la parte húmeda, inmediatamente
por encima del nivel del agua.
RESISTENCIA. Con suficiente calor y humedad, a las 48 horas los huevos completan su desarrollo
embrionario y son capaces de resistir largos períodos de sequedad, lo que explica por qué es tan difícil
evitar la propagación del dengue, la fiebre amarilla o la encefalitis, de una región a otra.
Sucede que esta capacidad que tienen los huevos de resistir la sequedad, les permite ser trasladados
inadvertidamente a grandes distancias en recipientes ya secos, y eclosionar rápidamente e iniciar la
infestación en cualquier parte, ni bien se los moje.
De tal forma, no es suficiente con vaciar los recipientes: hay que lavarlos con lavandina para erradicar los
huevos adheridos al borde del florero, del baldecito, de la pelopincho o de una cubierta seca. Por lo
mismo, tampoco bastará con eliminar larvas y ejemplares adultos mediante la fumigación.
El huevo eclosiona en larva y ésta tiene un sifón que le permite respirar y alimentarse, bajo el agua, de
microorganismos.
La larva del mosquito Ae. aegypti puede sobrevivir en porciones de agua muy pequeñas: precisa menos
de un centímetro de profundidad para completar su ciclo de vida.
Después de cuatro mudas, la larva se transforma en pupa, estadío en el que se produce la metamorfosis
para ser adulto.
Con buena temperatura, alimentación y concentración larvaria, entre la eclosión y la pupación median
cinco días.
El mosquito adulto vive aproximadamente dos semanas y suele morir de muerte violenta: aplastado de un
cachetazo, atrapado por una araña, tragado por un pájaro, o por efecto de un insecticida.
Quizás por esta razón es lo suficientemente promiscuo para aparearse dos días después de nacido.
INFECCIÓN. Aunque las hembras de Ae. aegypti pueden picar a cualquier vertebrado, demuestran
preferencia por los humanos, lo que explica sus hábitos urbanos, a condición de que haga calor y se
habite a menos de 1.000 metros de altura sobre el nivel del mar.
El virus del dengue (del que existen cuatro serotipos llamados DEN-1, DEN-2, DEN-3 y DEN-4) es
transmitido por artrópodos del tipo Ae. aegypti y Ae. albopictus, aunque este último, por ser menos
antropófilo, es un vector menos eficaz.
La infección por un serotipo produce inmunidad permanente contra la reinfección por ese serotipo, pero
no induce inmunidad cruzada; al contrario, la infección sucesiva con dos serotipos diferentes puede
provocar las formas graves de la enfermedad: el dengue hemorrágico y el síndrome de choque por
dengue.
Como es común que circulen simultáneamente varios serotipos, el riesgo de epidemia de dengue
hemorrágico está siempre latente.
Tras una ingestión de sangre infectante, existe un período de incubación de 8 a 12 días, después del cual
la hembra del mosquito Ae. aegypti comienza a trasmitir la enfermedad.
Esto también puede ocurrir por transmisión mecánica, cuando interrumpe la alimentación en una persona
infectada y pasa de inmediato a picar a un huésped susceptible.
Así como la hembra del Ae. aegypti contagia el dengue y la fiebre amarilla, su par más común, el Culex,
transmite un tipo de encefalitis virósica, cuyo reservorio son las aves.
Tras haber picado a gorriones, palomas y quizás gallinas enfermas, la hembra del Culex transmite la
encefalitis al hombre y al respecto es oportuno recordar que en 2005 hubo en Córdoba un brote de esta
enfermedad que costó la vida de ocho personas.
Pero, en vez de filosofar acerca del daño que pueden causar las hembras de estos artrópodos, habría que
reflexionar sobre la necesidad, ya no sólo de vaciar los recipientes con agua, sino de limpiarlos con
lavandina o detergente, menester que —vaya paradoja— suele quedar en manos de las mujeres.
“No es suficiente con vaciar los recipientes: hay que lavarlos con lavandina para erradicar los huevos
adheridos al borde del florero, del baldecito, de la pelopincho o de una cubierta seca”.
Fuente: El Diario – 21 de marzo de 2007
AI-Unidad Epidemiológica Local – Departamento Colón – Entre Ríos
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