La muerte juega a las cuatro esquinas

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La muerte juega a las cuatro esquinas
MANUEL ALCÁNTARA
oda la preparación de un boxeador está en- sar de eso puede ejercer sobre muchos una especie
caminada a convertir su organismo en un de fascinación o atractivo fatal, a veces en las
arma. Las sesiones de guantes, el footing, antípodas de la complacencia. No se trata de
que es lo único que da fondo, la comba, el espejo, defender lo indefendible, sino de aceptar una
la pera, que dicen en el argot, y las demás realidad inscrita en la naturaleza humana y decir,
asignaturas servirán de poco si un púgil no sabe, como Walt Whitman: «No soy un inquisidor, ni
por intuición o porque se lo ha inculcado el un reprobador: yo riego las raíces de todo lo que ha
hombre de la esquina, que tiene enfrente un nacido». La esencia del juego es crearse unas
enemigo mortal. Lo de «instinto asesino» puede dificultades que no existirían si no las
que sea una exageración, ya que nadie quiere hubiésemos propuesto, y el boxeo es un juego
matar, literalmente, pero es también una cuali- trágico, basado en el innato deseo humano de
dad. No deseaba Chris Eubank, que también fue competir. Qué explicarles a los que lo ignoran
al hospital después del combate, asesinar a todo acerca de él, incluso que ha interesado, o
Mi-chael Watson. Nada de eso. f|Si este hombre apasionado, que es algo más, a tipos como
se está muriendo no se debe a un propósito, sino a Pín-daro o Hemingway, pasando por un
una posibilidad.
parnasiano catálogo que va desde Jack London,
Michael Watson, de veintiséis años, está en co- Jean Coc-teau, Norman Mailer y tantos y tantos,
ma desde el 21 de septiembre. No sé, no puedo todos primeras series, hasta nuestra irrefutable
saberlo, si cuando se impriman estas palabras aportación, desde Ignacio Aldecoa a Eduardo
que ahora escribo habrá dejado de existir, que se Arroyo. ¿Qué explicarles, decía, acerca de lo que
dice de manera eufemística cuando alguien se no tiene más explicación que la condición
va del mundo o se le echa. Sé, sin duda, que no humana? Naturalmente que el boxeo es
podrá mejorar. No hay solución. Watson ha sido dramático. Si no lo fuese nadie pagaría una
operado tres veces en el cerebro. Por último se le entrada. «Se trata de un oficio muy peligroso si
ha practicado una traqueotomía. Ningún ring en no se tiene talento», que dijo Mohamed Alí, antes
toda su carrera como la habitación del hospital Cassius Clay. Peligrosísimo. Incluso para él, que
Saint Bartolomew de Londres. La crónica de la tenía un gran talento y que se ha convertido
muerte anunciada de este púgil reaviva una ahora en su propia estatua balbuceante. Resultan
polémica intermitente sobre la licitud del ridículos los que defienden el boxeo aduciendo
boxeo. El argumento de los detractores, que que no le hace daño a nadie. Un paso más y se
asegura que han muerto 600
atreverían a decir que los
púgiles en lo que va de siglo, «Es absolutamente infantil decirgolpes en la cabeza no sólo no
peca de imprecisión: son
perjudican, sino que favorecen.
muchos más, por la sencilla que el boxeo no es un deporte No. Nada de hipocresías. El
razón de que en muchos países cruel; es cruel y además no es un boxeo es hermoso y terrible y
no se cuentan las víctimas. El deporte. El boxeo es dramático. un cuadrilátero puede ser un
argumento de los partidarios es
trampolín de redención social o
siempre idéntico: el boxeo no Si no lo fuese, nadie pagaría unaun cadalso.
es
obligatorio.
Es entrada. Es hermoso y terrible, y
absolutamente infantil decir un cuadrilátero puede ser un
Cuando alguien grita en el
que el boxeo no es un deporte
ring-side
eso
de
cruel: es cruel y además no es trampolín de redención social o
un cadalso.»
«¡queremos
sangre!»
un deporte. Lo que sucede es
podemos asegurar que no
que a pese trata de un aficionado,
T
C
Así como un verdadero aficionado al flamenco
no pretende divertirse oyendo cantar, sino más
bien sufrir, ningún auténtico degustador del
boxeo lo confunde con el regocijo.
sino de un maldito espectador con tendencias
sádicas. Así como un verdadero aficionado al
flamenco no pretende divertirse oyendo cantar,
sino más bien sufrir, ningún auténtico degustador del boxeo lo confunde con un regocijo. Los
treinta y seis metros cuadrados pueden ser el
altar de los ídolos de la afición o su patíbulo.
Mienten también los que hablan de «los accidentes del boxeo» o aplican pésimamente la palabra, ya que la obsesión de todo boxeador es
accidentar a su contrario. De accidente puede
hablarse en alpinismo o en automovilismo, pero
no en boxeo, donde todos quieren accidentar al
de enfrente.
n paisano mío, llamado Picasso, que tiene
muchas posibilidades de ser tercamente
inmortal, o sea, de ser recordado durante
algún tiempo, dijo que «donde hay drama hay
canción». En el boxeo hay drama y por eso el
aire cancionero viene de antiguo, desde aquella
crónica del padre Hornero en el libro veintitrés
de «La Iliada». Que nadie crea que el reglamento
del ínclito marqués de Quemsberry originó la
competencia. El pequeño aristócrata se limitó a
ponerle condiciones a las riñas de los marineros
en las alcohólicas orillas del Támesis. El afán de
confrontarse con los puños pertenece a la natu-
U
raleza de los hombres, si bien no a la de todos.
Tampoco a todos les gusta acudir a las plazas de
toros, esos cráteres de la pasión nacional. Toreo y
boxeo tienen similitudes, y una vez más me
guarezco en las palabras de Pérez de Ayala y las
traslado. Dijo don Ramón: «Si fuera ministro de
la Gobernación suprimiría las corridas; pero
como no soy, pienso ir a todas». No voy al
boxeo desde que vi morir a un pobre peso medio
alménense llamado Rubio Melero, hace mucho
tiempo. Hice la crónica de aquel combate y
mientras la hacía pensé que era la última, cosa
nada sorprendente en quien se está despidiendo
siempre. Desde entonces sólo veo boxeo en el
ring vertical de los televisores. Sé que es lo
mismo, pero la muerte está distante. Aquel
chico no murió en el cuadrilátero, sino en los
entrenamientos, al hacer abusivamente de
sparring. El caso es que lo dejé, y fue una lástima:
conmigo el boxeo tenía mala prensa y buena
literatura. Pero uno no es de piedra. Lo que es
de piedra es la vida y nos hace pasar por ella.
Cada vez que hay una nueva víctima, el asunto
vuelve a ponerse sobre el tapete de lona y de
resina y una vez más nos damos cuenta de que
nada cambiará mientras no cambien los dioses.
Manuel Alcántara es poeta, articulista y célebre cronista de boxeo
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