Cecilia Claramunt Violencia basada en género y derechos humanos

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Violencia basada en género y derechos humanos:
Aproximaciones para trascender el enfoque psicologista de los programas de
atención a las víctimas
María Cecilia Claramunt
Introducción
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas, la violencia basada en género es
toda acción que resulte o pueda resultar en un daño o sufrimiento físico, sexual o
psicológico para la mujer, incluyendo, las amenazas de tales actos, la coacción o la
privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública o privada. Este
concepto tiene un uso reciente y ha sido elegido para resaltar la direccionalidad de la
violencia; es decir, visualiza los actos de violencia que las mujeres experimentan en
razón de su pertenencia al género femenino. Afecta por lo tanto, a mujeres de todas las
edades y culturas. Sus manifestaciones pueden variar de occidente a oriente, de países
desarrollados a subdesarrollados, o bien, de la infancia a la edad adulta; sin embargo,
independientemente de la región, cultura, edad u otra condición, la violencia basada en
género, siempre es señalada como una de las principales violaciones de derechos
humanos en la sociedad actual.
Con el uso del término “basada en género”, también se pretende recalcar el origen
social de la violencia, pues una de sus principales características es la legitimidad
cultural con que ella se presenta. Esto significa, que dadas las relaciones asimétricas de
poder entre hombres y mujeres, se ha llegado a considerar natural y muchas veces
hasta apropiado, el maltrato contra una mujer. Por ejemplo, lapidar a quien ha
mantenido relaciones sexuales sin haber contraído previamente el matrimonio o el
asesinato de la esposa, bajo la excusa de su infidelidad. Las legitimaciones sociales
pueden variar de una manifestación a otra, pero casi siempre suponen la culpa o
colusión de la mujer en torno a la violencia recibida y con ello, constituyen un
importante elemento para perpetuarla.
En América Latina, la violencia basada en género suele expresarse según lo señalan
diversos estudios, en manifestaciones bastante similares aunque con algunas diferencias
de acuerdo con la edad. Así, para las adultas, la violencia se presenta principalmente
en la forma de abuso físico, sexual, patrimonial y psicológico perpetrado por el esposo
o compañero; el hostigamiento sexual en el trabajo y en la calle; la violación sexual
tanto por hombres conocidos como por desconocidos; la prostitución forzada y el tráfico
con carácter sexual. En los periodos caracterizados por guerras civiles y conflictos
1
armados, la violación de las mujeres ha sido en nuestra región –igual que en otras partes
del mundo en distintos periodos históricos- una poderosa arma de guerra.
En el caso de las niñas y las adolescentes, la violencia se ha caracterizado por una alta
prevalencia de abuso sexual e incesto. Adicionalmente, en los últimos años, se ha
llamado la atención sobre la existencia de dos formas modernas de esclavitud: la
primera es la denominada explotación sexual comercial , que incluye el uso de personas
menores de edad o sus imágenes en pornografía (impresos, videos e internet), los
espectáculos sexuales privados y públicos, las relaciones sexuales remuneradas, la
servidumbre sexual y el tráfico con carácter sexual tanto al interior del país como al
nivel internacional. La segunda, es la esclavitud para el trabajo doméstico fuera y
dentro de la familia.
Existen muchas otras formas de expresión, y tal y como señalamos en el párrafo
anterior, todas tienen su correspondiente legitimidad o tolerancia social, pues se supone
la existencia de la responsabilidad de la víctima en la ocurrencia del problema. Y en
este sentido, nuestra hipótesis es mientras no revisemos las formas antiguas y modernas
dadas al concepto de dicha responsabilidad, nuestra región continuará tolerando la
violación de los derechos humanos de las mujeres.
El reconocimiento del problema de la violencia basada en género es bastante reciente y
podemos dar crédito del mismo, tanto al creciente movimiento de mujeres que puso el
tema en la agenda pública internacional, como a los grupos activistas por los derechos
humanos, gestados principalmente después de la segunda guerra mundial. La unión de
estos movimientos tiene como punto crucial histórico, la Conferencia Mundial de
Derechos Humanos, celebrada en Viena en el año 1993. De esta forma, la focalización
del tema de la violencia contra las mujeres en dicha Conferencia queda resaltada en el
texto de la Declaración de Viena y su Programa de Acción.
Los derechos de la mujer y de la niña son parte inalienable, integrante e
indivisible de los derechos humanos universales. La plena participación en
condiciones de igualdad, de la mujer en la vida política, civil, económica, social
y cultural en los planos nacional, regional e internacional y la erradicación de
todas las formas de discriminación basados en el sexo, son objetivos prioritarios
de la comunidad internacional.
La violencia y todas las formas de acoso y explotación sexuales, inclusive las
derivadas de prejuicios culturales y del comercio internacional de personas son
incompatibles con la dignidad y la valía de la persona humana y deben ser
eliminadas. Esto puede lograrse con medidas legislativas y con actividades
nacionales y cooperación internacional en esferas tales como el desarrollo
económico y social, la educación, la atención a la maternidad y la salud y el
apoyo social.
Los derechos humanos de la mujer deben formar parte integrante de las
actividades de derechos humanos de las Naciones Unidas, incluida la promoción
de todos los instrumentos de derechos humanos relacionados con la mujer.
La Conferencia Mundial insta a los gobiernos, las instituciones
intergubernamentales y las organizaciones no gubernamentales a que
intensifiquen sus esfuerzos a favor de la protección y promoción de los derechos
humanos de la mujer y de la niña.
Conferencia Mundial de Derechos Humanos, Viena, 1993
2
Los compromisos anteriores se recalcan dos años después en la Declaración de Beijing y
su respectivo Plan de Acción, gestados en la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer en
el año 1995. Los siguientes extractos lo evidencian:
La violencia contra la mujer impide el logro de los objetivos de igualdad,
desarrollo y paz. La violencia contra la mujer viola y menoscaba o impide su
disfrute de los derechos humanos y las libertades fundamentales. La inveterada
incapacidad para proteger y promover esos derechos y libertades en los caos de
violencia contra la mujer es un problema que incumbe a todos los Estados y
exige que se adopten medidas al respecto.
Objetivo Estratégico D.!. Adoptar medidas integradas para prevenir y eliminar la
violencia contra la mujer.
124. Medidas que han de adoptar los gobiernos:
a. Condenar la violencia contra la mujer y abstenerse de invocar ninguna
costumbre, tradición o consideración de carácter religiosos para eludir las
obligaciones con respecto a su eliminación que figuran en la Declaración
sobre la Eliminación de la Violencia contra la mujer;
c. Introducir sanciones penales, civiles, laborales y administrativas en las
legislaciones nacionales, o reforzar las vigentes, con el fin de castigar y
reparar los daños causados a las mujeres y las niñas víctimas de cualquier
tipo de violencia, ya sea en el hogar, el lugar de trabajo, la comunidad o la
sociedad;
j. Formular y aplicar, a todos los niveles apropiados, planes de acción para
erradicar la violencia contra la mujer.
k. Instaurar, mejorar o promover, según resulte apropiado, así como financiar
la formación de personal judicial, letrado, médico, social, pedagógico y de
policía e inmigración para evitar los abusos de poder que dan pie a la
violencia contra la mujer, y sensibilizar a esas personas en cuanto a la
naturaleza de los actos y la amenazas de violencia basados en la
diferenciación de género, para conseguir que las mujeres víctimas reciban un
trato justo;
Declaración de Beijing, Plan de Acción, 1995
La comunidad internacional ha generado otros instrumentos que también ponen de
relieve el problema de la violencia basada en género e instan a su eliminación. Dentro
de ellos, existen dos que a nuestro propósito es importante señalar. El primero y el cual
constituye único en su género en el mundo, es el esfuerzo regional plasmado en la
Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la
Mujer (Organización de Estados Americanos, Brasil, 1994), conocida también como la
Convención Belem Do Pará, por el lugar en que la misma se llevó a cabo. En ella, los
Estados parte se comprometen a realizar acciones en materia de prevención, atención y
sanción. El segundo, es la Resolución de la 49ª Asamblea Mundial de la Salud
(Organización Mundial de la Salud, 1999), donde se DECLARA la violencia como un
problema de salud pública, se INSTA a los Estados miembros a que evalúen el problema,
comuniquen la información y su enfoque respectivo a la OMS y se PIDE al Director
General, emprender actividades de salud pública en torno a dicha problemática.
3
A partir de estos dos compromisos, la región se ve comprometida a atender el problema
como una prioridad y específicamente, el sector salud se considera ente clave en la
lucha por su erradicación.
Adicionalmente y a pesar de que en el año 1956 se aprobó la Declaración de los Derechos
del Niño, no es sino hasta 1989, cuando la Organización de las Naciones Unidas aprueba
la Convención respectiva, - un solo país en el mundo no la ha ratificado-. En este
instrumento resulta significativo, el capítulo dirigido hacia el maltrato de personas
menores de edad y como parte del mismo problema, se especifica la explotación sexual
comercial como una violación de los derechos humanos de las niñas, niños y
adolescentes; del cual sabemos, quienes pertenecen al género femenino constituyen las
principales víctimas. En relación con esta problemática, la Organización Internacional
del Trabajo reconoce la utilización de personas menores de edad en el comercio sexual
como un asunto prioritario de atención y en el año 1999, la Conferencia General, tomando en cuenta la Convención de los Derechos de los Niño y la Convención
Suplementaria de las Naciones Unidas sobre la Abolición de la Esclavitud-, adopta el
Convenio 182, con el objeto de prohibir las peores formas de trabajo infantil y dentro de
ellas, la explotación sexual comercial.
Los esfuerzos internacionales también han tenido eco en el interior de nuestros países,
no solo en la formulación de nuevas leyes, reformas legales y códigos específicos, sino
también en la creación y ejecución de programas de asistencia para las víctimas de
violencia. En nuestra región, sobresale la iniciativa ejercida por las organizaciones de
mujeres en la implementación de los mismos y dentro del sector público, el de salud,
por ejemplo, ha sido uno de los que más ha trabajado en la formulación de políticas y
estrategias de atención. La sanción, sin embargo, constituye el reto más grande en
nuestros países, debido a los altos niveles de impunidad que aún se mantienen.
Podemos señalar como punto vértice de todos los esfuerzos internacionales y nacionales
en torno a la violencia basada en género, la trascendencia del enfoque privado e
individualista a un paradigma público y social, basado en la Doctrina de los Derechos
Humanos.
Sin embargo, los cambios normativos son aún insuficientes. Las actuales
representaciones sociales en torno a la violencia basada en el género, muchas veces
continúan arrastrando el enfoque anterior. De esta forma, se sigue ubicando las causas
del problema y el encargo de detenerlo dentro del mundo privado; es decir, las víctimas
continúan siendo las depositarias tanto de las causas como de la eliminación de la
violencia.
De esta forma, el enfoque privado que la comunidad internacional ha pretendido abolir
mediante instrumentos que recalcan el derecho universal de toda mujer, niña o
adolescente a vivir sin violencia, - y que la mayoría de nuestros países ha ratificado-;
constituye aún el paradigma común no solo de la población general, sino
particularmente, de muchos quienes prestan servicios atencionales para víctimas o de
quienes están encargados de la administración de la justicia.
Sabemos que los cambios culturales requieren más tiempo para llevarse a cabo; sin
embargo, podemos citar algunas barreras que dificultan a prestadores y prestadoras de
4
servicios para trabajar el enfoque de derechos humanos y la perspectiva genérica1 y
generacional2 en su trabajo.
1. Barreras para la incorporación del enfoque de derechos humanos en los
servicios de atención a víctimas de violencia
Dentro de las principales barreras podemos citar el desconocimiento o la comprensión
reducida del enfoque de derechos y sus implicaciones en el trabajo cotidiano. Por
ejemplo, dentro de los principios de éste, se encuentra el de integralidad de todos los
derechos humanos, -uno de ellos no puede sustituirse por otro- y sin embargo, en la
práctica hemos observado que con la buena intención de ofrecer protección integral
frente al abuso sexual infantil, se viola el derecho a la convivencia familiar, pues la
protección y la institucionalización son interpretadas como sinónimo. Este paralelismo es
fruto de la doctrina conocida como “situación irregular”, predominante en el periodo
previo a la Convención de los Derechos del Niño.
En la década de los años 60, en un esfuerzo por eliminar las tendencias biologistas que
atribuían los problemas sociales a las características biológicas de los seres humanos, se
generó la Doctrina de la situación irregular. Aunque inicialmente se trabajó desde la
disciplina del derecho, la misma tuvo enorme influencia en otras ciencias sociales. El
campo de acción privilegiado fue la materia relacionada con los problemas de la niñez y
la adolescencia. Sin embargo, aunque la norma legal exige la sustitución de este
enfoque por la Doctrina de los Derechos Humanos, las prácticas derivadas del paradigma
anterior aún persisten.
Por ejemplo, revisemos algunos principios orientadores de la Doctrina de la Situación
Irregular. El primero es la creencia de que los problemas sociales son irregularidades del
entorno social y responden no a un problema social sino a una desviación personal o
familiar a la normas establecidas. El segundo se deriva del primero, dado que el
problema está en los individuos y no en la dinámica social, la respuesta se concentra en
quienes manifiestan la irregularidad o desviación, considerándolos personas
esencialmente distintas.
La acción privilegiada resultante de este enfoque, en caso de las personas menores de
edad, es la institucionalización. Así, con el propósito de protegerles de las situaciones
irregulares en que viven, se les aísla de sus familias y comunidades. Y si revisamos las
características de los niños y niñas institucionalizados, observamos dentro de las mismas
bastantes similitudes: provienen de familias en condiciones de pobreza extrema, o bien,
y por lo general, como un agregado, la victimización por incesto y otras formas de
violencia intrafamiliar. De esta forma, la pobreza extrema y el abuso infantil son
1
Enfoque que reconoce las diferencias genéricas entre hombres y mujeres como una construcción social y por
tanto susceptibles de trasformación. Permite visualizar en contextos concretos las diferentes manifestaciones
con que se expresan las relaciones de jerarquía y poder entre hombres y mujeres y por ende, orienta la toma
de decisiones para implementar acciones dirigidas hacia la equidad genérica.
2
Enfoque que reconoce las particularidades de los seres humanos de acuerdo con su edad o ciclo de vida y
por tanto, plantea estrategias diferenciadas de atención y protección de los derechos humanos según las
mismas.
5
consideradas situaciones irregulares. La dinámica social que contribuye con la magnitud
de la pobreza en nuestra región o la alta tasa de prevalencia de abuso infantil no es
cuestionada y por lo tanto, no se constituye en un problema que requiere de políticas
sociales y estrategias integrales de atención que permitan a las personas menores de
edad ejercer todos sus derechos.
De manera similar, el abuso contra la mujer en el seno de la pareja, también es
considerada una situación irregular, ya sea por suponer la existencia de una desviación
en la mujer o en el hombre maltratador. Ello genera muchas veces, respuestas tales
como quitarle los hijos a dichas mujeres -por juzgarlas inapropiadas para la crianza-, o
calificar de enfermos mentales a los hombres agresores, por considerarlos distintos a la
norma social. Y con ello se oculta la
prevalencia de mujeres maltratadas que en
nuestra sociedad alcanza entre un 30 y un 50% (Buvinic M., Morrison, A., Shifter,M.,
1999).
Otra barrera para la incorporación del enfoque de los derechos humanos en el trabajo
con víctimas de violencia es la poca o ninguna experiencia para el trabajo articulado
entre diversas instituciones en aras de cumplir con su principio de integralidad. Es
decir, el ejercicio del derecho a vivir sin violencia debe ser trabajado paralelamente al
ejercicio de todos los derechos. Ello quiere decir, que el cese de la violencia no puede
ser negociado, ni buscado a partir de la violación de otros derechos, tal como por
ejemplo, exigirle a una mujer maltratada la renuncia del pago para la manutención de
los hijos con el propósito de lograr la salida del hogar del agresor.
También podemos citar, muy común dentro de nuestra región, la poca experiencia o
cultura de rendición de cuentas en torno al impacto de los programas. Por lo general, los
informes se refieren más a procesos metodológicos –número de capacitaciones, número
de personas atendidas-, que al éxito de los mismos según criterios verificables. Por
ejemplo, el haber ofrecido atención a determinado numero de mujeres maltratadas no
indica el impacto de dichos servicios en el maltrato mismo. Esta barrera contribuye con
el mantenimiento del status quo, ya que no se evidencia la necesidad de establecer
cambios conceptuales y metodológicos en los procesos de intervención sobre las distintas
problemáticas.
La tendencia psicologista, tal y como lo indica el título del presente artículo, constituye
también una de las más importantes barreras para incorporar el enfoque de los derechos
humanos, específicamente en los programas de atención a las víctimas.
El psicologismo podemos entenderlo como la tendencia a interpretar los problemas
sociales como resultado de la dinámica psicológica individual o interpersonal. Esta
tendencia se deriva del sistema o corriente filosófica denominada individualismo, que
considera al individuo particular como unidad o centro de análisis y por tanto, como
fundamento y fin del conocimiento. De esta manera podemos argumentar que si
buscamos explicaciones para los problemas sociales, debemos concentrar nuestros
esfuerzos en el estudio de nuestra unidad privilegiada de análisis: los individuos
particulares. Dicho de otro modo, los problemas sociales son entonces comprendidos
como una derivación de determinadas “patologías” personales. La suma de las mismas
nos da el problema social. A su vez, el individualismo puede enfocarse, en la dimensión
biológica o psicológica de dicha unidad de análisis y con ello, se da lugar a la tendencia
biologista o psicologista.
6
El familismo es una tendencia similar y consiste en asumir no a los individuos, sino a las
familias como la unidad de análisis más pequeña. No es una superación del
individualismo, sino más bien, cuando se acredita a la familia de propiedades que son el
resultado de la suma de las características de los individuos que la componen (Eichler,
1988). Es también la tendencia a atribuir las acciones o experiencias individuales a una
propiedad de la familia.
El familismo parte del supuesto de que existen
responsabilidades y beneficios equitativos entre los miembros de la familia. Por
ejemplo, los conceptos de familia incestuosa o maltratadora son derivados de esta
tendencia pues suponen la responsabilidad compartida entre víctimas y victimarios y se
ignora con ello, la especificidad de la experiencia de victimización.
A la vez, cuando hablamos de violencia basada en género, la tendencia familista suele
verse acompañada por el androcentrismo3
y el sexismo4 de las teorías y sus
correspondientes prácticas profesionales, los cuales derivan en conceptos tales como lo
sexualmente apropiado, y la dicotomía sexual.
El primero se refiere al supuesto de que existen patrones de conducta o rasgos de
personalidad que son más apropiados para un género y por lo tanto, el no responder a
dichos patrones, es considerado como una desviación, una enfermedad, o como mínimo,
un problema. Por ejemplo, la conciliación, la templanza, la capacidad para perdonar y
la negociación son conductas o actitudes propias de las mujeres; por tanto, en
situaciones de violencia conyugal o incesto, si una esposa o madre se enoja
abiertamente, pierde la templanza y renuncia a la negociación, dichas reacciones
pueden interpretarse como conductas impropias, “poco naturales”, problemáticas.
La dicotomía sexual, es un concepto que se refiere a la forma extrema de lo
sexualmente apropiado y consiste en asumir como excluyentes las conductas de hombres
y mujeres. Así, cuando una mujer adopta conductas consideradas socialmente como
masculinas o viceversa, se interpreta como un desorden de personalidad. Por ejemplo,
en una revista prestigiosa de los Estados Unidos se publicó en la década de los 80, un
estudio para identificar varones con conflictos de identidad de género - con pruebas
psicométricas que aún se utilizan-. En la investigación se consideraron conductas
indicativas del problema, las respuestas afirmativas a variables tales como: me gusta
leer historias de amor, me gusta cocinar, me gustaba la rayuela, si fuera reportero me
gustaría mucho hacer noticias de teatro o bien, me gusta coleccionar flores o cultivar
plantas domésticas. En oposición, era indicador de salud mental, el que los varones
respondieran afirmativamente a: me gustan las revistas de mecánica, me gusta la pesca,
prefiero las historias de aventuras que las historias románticas (Eichler, 1988).
En resumen, estas tendencias constituyen barreras significativas para la incorporación
del enfoque de los derechos humanos en prestadores de servicios que han sido formados
en corrientes teóricas sustentadas en las mismas. Y aunque se ha pretendido
suplantarlas, la sustitución no siempre ha tenido éxito. En este mismo sentido, el
psicologismo se ha revestido con otros trajes, pero puede estar presente aún en quienes
dicen practicar modelos distintos y acordes con los compromisos internacionales.
3
Corriente de pensamiento que designa al hombre y a las características atribuidas al género masculino como
el prototipo o modelo de ser humano.
4
El sexismo es la creencia de que existe una superioridad natural de un sexo sobre otro.
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2. Particularidades de la tendencia psicologista en la comprensión de la violencia
basada en género
Si recordamos que el psicologismo es la tendencia para ubicar la fuente de los problemas
sociales en la psicología particular de quienes los experimentan; entonces, en la
aplicación de la tendencia al problema de la violencia se suponen tres fundamentos
básicos: la conducta violenta es causada por problemas derivados de la psicología
particular de quien la ejerce, las víctimas llegan a serlo porque tienen problemas
psicológicos (problemas de adicción a las relaciones violentas, pobre autoestima, entre
otros) y/o la violencia conyugal o intrafamiliar es un problema derivado de la dinámica
existente entre sus miembros (problemas de comunicación, relación disfuncional, por
ejemplo).
Estos tres fundamentos ocultan la direccionalidad genérica y generacional y por ende, la
violación sistemática de derechos humanos contra determinados grupos sociales, Vg. las
mujeres y las personas menores de edad;
pues coloca el problema no solo en la
dimensión individual sino que supone también la responsabilidad compartida entre
víctima y victimario. Es obvio por lo tanto, que la respuesta al problema desde el
tendencia psicologista, se focaliza en los aspectos psicológicos de las víctimas o de
quienes ejercen la violencia, con la firme creencia de que si se “reparan” los problemas
psicológicos, la violencia desaparecerá.
El psicologismo podemos verlo expresado en los siguientes ejemplos.
Uno de ellos, se relaciona con el problema recientemente reconocido de la explotación
sexual comercial contra niñas, niños y personas adolescentes. En este sentido, diversos
estudios regionales han demostrado la existencia de redes nacionales e internacionales
que comercian sexualmente a personas menores de edad, ya sea para su utilización en
espectáculos de tipo sexual, pornografía y prostitución (OIT/IPEC, 2003,a). Las víctimas
son atrapadas por medio del dinero u otros beneficios materiales y el ofrecimiento de
una vida mejor. También, se ha observado el cómo los comerciantes del sexo inician a
niñas y adolescentes en la drogadicción como una estrategia para mantenerlas
dependientes o cautivas de los proxenetas y otro tipo de intermediarios. Las víctimas
son personas menores de edad vulnerables al atrapamiento por las condiciones
particulares en que han vivido desde su nacimiento: pobreza, abandono, deambulación,
deserción/expulsión escolar, trabajo infantil en calle, mendicidad y un continuo de
experiencias de violencia -que van desde el abuso sexual y el incesto hasta el maltrato
físico y la degradación-. Estas condiciones, una vez que son atrapadas en el comercio
sexual, permanecen y se agravan con embarazos tempranos, infecciones de trasmisión
sexual y por la violencia ejercida por los explotadores sexuales (Claramunt, 2002).
De acuerdo con estudios realizados por el Programa para la Erradicación de las Peores
Formas de Trabajo Infantil de la Organización Internacional del Trabajo (OIT/IPEC, 2003,
b), se ha señalado que en muchos programas de nuestra región, persiste la tendencia
psicologista en la atención de las víctimas de la explotación sexual comercial. Ella se
manifiesta en el tipo de actividades o proyectos realizados, tales como terapia, talleres
de autoestima y fortalecimiento personal, revisión de valores y educación sexual. Se
supone que a partir de una mayor fortaleza, información y autoestima, las niñas, los
niños
y las personas adolescentes “tomarán conciencia” de su problema y
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“abandonarán” la explotación. No queremos decir que ellas no tienen problemas
psicológicos, sino más bien, evidenciar el papel que se da a los mismos en el origen de la
victimización. Como resultado y al carecer de estrategias integrales para erradicar esta
forma de comercio sexual en nuestra región, las personas menores de edad participantes
de dichos programas, puede que hayan logrado “tomar conciencia”, tener mayor
autoestima, pero sabemos, ellas continúan siendo esclavizadas por los comerciantes del
sexo. Ello evidencia la poca efectividad de dichos programas en la protección del
derecho a vivir sin violencia.
En esta problemática específica, se hace evidente la dificultad para reconocer a las
niñas y las adolescentes prostituidas como víctimas de un crimen, ya que se supone su
participación y consentimiento para la actividad sexual, aunque la Convención de los
Derechos de la Niñez y la Adolescencia y otros instrumentos internacionales califiquen la
situación como una forma severa de violación de derechos humanos.
En esta forma de expresión de psicologsimo subyace un concepto, que aunque no se
coloque abiertamente en el marco referencial de dichos programas, es clave para
comprender la dificultad para el reconocimiento de la victimización. Este concepto es el
de masoquismo. Término ideado para explicar la complacencia o adicción a verse
maltratado o humillado ya sea en la vida sexual o en otras esferas o actividades humanas
(Caplan, 1987). Y dado que en el comercio sexual, son las mujeres las que ocupan
preferiblemente el papel de objetos de intercambio, estaríamos frente a una expresión
de la supuesta existencia de masoquismo femenino. Quienes orientan su practica
profesional en el campo de la explotación sexual comercial por medio de la tendencia
psicologista y utilicen o no abiertamente el concepto de masoquismo, interpretan que
hay problemas psicológicos que llevan a “escoger” la humillación, objetivación y
violencia como parte del proyecto de vida, aunque las víctimas tengan cinco, diez o
quince años.
Otro ejemplo de psicologismo puede observarse en las estrategias atencionales para
mujeres maltratadas por su pareja. Al igual que en el caso anterior, la tendencia supone
que las mujeres son víctimas de abuso por parte del compañero, por una supuesta
adicción a relaciones de maltrato, por provenir de hogares disfuncionales o por tener
baja autoestima. En este sentido, la respuesta privilegiada, es ofrecerles terapia, pues
según los fundamentos de la tendencia, por medio del recurso terapéutico, las mujeres
se autovalorarán y no “permitirán” al hombre con quien viven, el que abuse de ellas. Se
supone así, la violencia, desaparecerá. Por tanto, desde este paradigma, no se hace
necesario, revisar las condiciones sociales y estructurales que son el cultivo para la
violencia sistemática contra las mujeres en las relaciones de pareja.
De manera paralela, con el mismo enfoque, se intenta revisar las causas psicológicas
individuales que pueden llevar a un hombre a maltratar a su compañera y visualizándolo
como una persona “irregular” o distinta a la mayoría de los hombres, se buscará
encontrar en su psicología particular los aspectos disfuncionales que deberán ser
tratados. Una vez logrado, se supone, la violencia desaparecerá.
La tendencia psicologista, en resumen, propone la respuesta terapéutica como medio
fundamental para erradicar las distintas formas de expresión de la violencia basada en
género.
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Dado que la psicología es una ciencia social, existen distintos modelos o interpretaciones
teóricas en torno al concepto de ser humano y por lo tanto, para explicar el origen del
comportamiento, la explicación de los problemas psicológicos y el tipo de respuesta
terapéutica para los mismos. Sin embargo, podemos agregar, cualquiera de ellos puede
ser absorbido por la tendencia psicologista.
Revisemos brevemente algunos ejemplos de la aplicación de la tendencia según la
corriente de pensamiento psicológico: en el modelo intrapsíquico se observará su uso
cuando la respuesta al problema de la violencia basada en género se encuentra en la
búsqueda y tratamiento de factores inconscientes que provocan la violencia o la
victimización. En el modelo conductual, nos enfrentaríamos a la búsqueda y tratamiento
de factores de aprendizaje que provocan la violencia o la victimización y en el modelo
sistémico, dicha búsqueda y tratamiento se focalizarían en los factores disfuncionales
existentes en la dinámica de pareja o familiar.
La tendencia psicologista en los programas dirigidos a combatir la violencia contra las
mujeres se expresa por lo tanto, en la elección privilegiada de la terapia individual, de
pareja o familiar y de las técnicas de mediación o reconciliación. Ello trae como
consecuencias evidentes, la invisibilización de la violencia basada en género; la
minimización del crimen; la violación sostenida de los derechos humanos de las
mujeres,las niñas y las adolescentes; el menosprecio de la denuncia y de la búsqueda de
respuestas concretas a las necesidades de protección frente al crimen.
Conclusión
Tal y como señalamos adelante, es preciso recalcar que no decimos que las víctimas o
los agresores no tienen problemas psicológicos, sino más bien, evidenciar el papel dado
a los mismos en el origen de la violencia. Al depositar la causa de la violencia basada en
género en la psicología particular de víctimas u ofensores, ocultamos los aspectos
culturales, sociales y económicos subyacentes a las relaciones desiguales de poder entre
hombres y mujeres y que son el verdadero cultivo de la violencia basada en género.
Al respecto, debemos recordar que la violencia funciona, es decir, cumple su cometido,
y por ello es utilizada constantemente en nuestra sociedad. Ya sea que se utilicen
motivos religiosos, económicos, raciales o genéricos, los sectores sociales que la
utilizan, consiguen la subordinación, el sometimiento, la esclavitud o la muerte de sus
víctimas y con ello, el poder. Es preciso por lo tanto, reconocer las verdaderas semillas
de la violencia sistemática basada en el género y abandonar los enfoques que la
mantienen y refuerzan.
Es urgente trascender el paradigma psicologista y las otras barreras enunciadas, con el
propósito de garantizar para todas las mujeres, el ejercicio de sus derechos humanos. La
violencia basada en género es un crimen y por lo tanto, una violación a los mismos. En
este sentido, es preciso que los programas atencionales para víctimas, articulen sus
esfuerzos con el sistema de justicia y con una plataforma de servicios institucionales;
propicien la creación y el desarrollo de políticas públicas en la materia; el cambio de la
legislación y las trasformaciones culturales que hacen tolerable la violencia y otras
violaciones a los derechos de las mujeres, las niñas y las adolescentes.
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Finalmente, quisiéramos concluir con el reconocimiento de que las mujeres que
experimentan distintas manifestaciones de violencia basada en género no son enfermas
mentales, ellas son víctimas de un crimen y como tales, no son responsables de su propia
victimización y tampoco, por lo tanto, se las puede responsabilizar de su detención.
Ellas requieren justicia, apoyo, orientación y respuestas inmediatas a sus necesidades
concretas.
Todos los y las proveedoras de servicios de salud, debido a la oportunidad estratégica de
poder detectar violaciones a los derechos humanos de las mujeres, debemos por lo
tanto, incluir como parte del trabajo cotidiano, la detección sistemática y la atención
requerida a quienes son víctimas de violencia basada en género; de lo contrario,
seríamos cómplices silenciosos del crimen.
Referencias Bibliográficas
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