Análisis perfecto dado por un loro | GMT

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El Apuntador | El espacio de las artes escénicas del Quito - Ecuador
El espacio de las artes escénicas del Ecuador
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Análisis perfecto dado por un loro | GMT
Hablar de ejercicio escénico es hablar del trabajo solitario de actores dispuestos a prescindir de
la tutoría del director. Manuela Romoloreux y Cristina Marchán personifican a dos mujeres
que se baten solas en el escenario nocturno de los bares, se las arreglan hasta que
encuentran el personaje que direcciona su rumbo, Santiago Villacís, el mesero, director.
Este juguete de Tenneesse Williams, engañosamente insustancial, es el instrumento preciso
para trabajar una doble línea de discurso, como lo hacen estas Hijas de Marte, que en un juego
escénico inteligente, permiten al espectador ver más allá de los diálogos intrascendentes.
Dos actrices que se hablan, en un constante ir y venir, mostrarse y esconderse, denotan el
conflicto que las domina: la soledad y encuentran una interesante manera de contarlo. La
soledad tiene un doblez parecen decir desde la escenografía misma. Las protagonistas hacen
su entrada, detrás de esa doble pared al fondo del escenario en donde solamente vemos su
ritmo, piernas que se exhiben, marcan el paso ilusoriamente decidido, avanzan y cuando ya
parecen haber entrado en acción, retroceden, para luego volver a empezar, o mostrar tan solo
un sombrero que las cubre, otro guiño para caracterizar a Flora y Paty.
Análisis perfecto dado por un loro es una pieza corta que brinda la posibilidad de recrearla y
plantea también una exigencia de síntesis escénica y de búsqueda de acciones, que en sí
mismas son muy limitadas, razón que demanda consistencia y creatividad. La actuación de
las “damas” es destacada, fluida y aunque parezca necio decirlo, teatral. Cristina Marchán es
una actriz que ha venido afianzando su oficio en la escena, igual que Manuela Romoleroux.
Destacan con un trabajo armónico que marca un modo y configura a las protagonistas, no
decanta por el realismo a la hora de asumir los personajes pero logran que las veamos
totalmente creíbles. Santiago Villacís es, además del mesero que se desliza en su “propio
patín”, moderno, veloz y anacrónico, gesto calculado y desconfiado, en Santiago, hay un
“algo” que lo delata, una mirada que se repite, un gesto que aparece a lo largo de sus
personajes. Lo notable es que ese gesto sale también en la dirección que va perfilándose ya
con rasgos propios de su concepción. Una dirección que anota aciertos, muestra un trabajo
sencillo, coherente, donde los elementos utilizados configuran la atmósfera lúdica de la puesta
en escena.
Los aspectos simbólicos, sin llegar a tener un peso dramático excesivo, sintonizan con el tono
del texto y la dramaturgia de las actrices. En medio del escenario una suerte de azucarada
cascada marca el tiempo de la espera de estas ilustres solitarias que se esfuerzan por
encontrar a un hijo de Marte.
Una ágil y precisa donde la luz juega un papel activo, al igual que la música. Destaca asimismo
un aspecto que ya desde hace rato viene trabajando el grupo Malayerba, la voz, que
generalmente es el punto débil de la actuación. El grupo cuenta hoy con el aporte de Elena
Vargas, cantante, intérprete e instructora de talleres de voz.
Dirección:
Actuación:
Santiago Villacís
Cristina Marchán, Manuela Romoleroux, Santiago Villacís
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Preparación vocal:
Elena Vargas
Carlos Arboleda
Adaptación musical:
Diseño de iluminación: Santiago Villacís
Técnico de iluminación: Jaime
Boada
Elena Vargas
Vestuario y escenografía y producción: Grupo Malayerba
Fotografía y diseño gráfico:
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