Domingo de la 4ª semana de Tiempo Ordinario

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IV Domingo del Tiempo Ordinario
Jesús, como Elías y Elíseo, no es enviado sólo a los judíos
(Lc 4, 21-30)
ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 105,47)
Sálvanos, Señor Dios nuestro; reúnenos de entre los gentiles: daremos gracias a tu santo nombre y
alabarte será nuestra gloria.
ORACIÓN COLECTA
Señor concédenos amarte con todo el corazón y que nuestro amor se extienda , en consecuencia, a
todos los hombres.
PRIMERA LECTURA (Jer 1, 4-5. 17-19)
Te nombré profeta de los gentiles
Lectura del libro de Jeremías
En los días de Josías, recibí esta palabra del Señor: «Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de
que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles. Tú cíñete los lomos, ponte
en pie y diles lo que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos. Mira; yo
te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país:
frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo. Lucharán contra ti,
pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte.»
SALMO RESPONSORIAL (Sal 70, 1-2. 3-4a. 5-6ab. l5ab y 17)
R. Mi boca contará tu salvación, Señor.
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre;
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído, y sálvame. R/.
Sé tu mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú, Dios mío,
líbrame de la mano perversa. R/.
Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza,
Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías. R/.
Mi boca contará tu auxilio,
y todo el día tu salvación.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas. R/.
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SEGUNDA LECTURA ( Co 12, 31-13, 13)
Quedan la fe, la esperanza, el amor; la más grande es el amor
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios
Hermanos: Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional. Ya
podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un
metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los
secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada.
Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me
sirve. El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni
egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Disculpa sin limites, cree sin limites, espera sin limites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca. ¿El
don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se acabará. Porque limitado
es nuestro saber y limitada es nuestra profecía; pero, cuando venga lo perfecto, lo limitado se acabará.
Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me
hice un hombre acabé con las cosas de niño. Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces
veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado; entonces podré conocer como Dios me conoce.
En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor.
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO (Lc4,18-19)
R/. Aleluya, aleluya
El Señor me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad
R/. Aleluya, aleluya
EVANGELIO (Lc 4, 21-30)
Jesús, como Elías y Elíseo, no es enviado sólo a los judíos
Lectura del santo evangelio según san Lucas
En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: - «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de
oír.» Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus
labios. Y decían: - «¿No es éste el hijo de José?» Y Jesús les dijo: - «Sin duda me recitaréis aquel
refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en
Cafarnaún.» Y añadió: - «Les aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Les garantizo que
en Israel habla muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis
meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más
que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del
profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.» Al oír esto, todos
en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco
del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre
ellos y se alejaba.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Presentamos, Señor, estas ofrendas en tu altar como signo de nuestra servidumbre; concédenos que, al
ser aceptados por ti, se conviertan para tu pueblo en sacramento de vida y redención.
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ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Salmo 30,17-18)
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia, Señor, que no me avergüence de
haberte invocado
o bien (Mt 5,3-4)
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los sufridos,
porque ellos heredarán la tierra.
ORACIÓN DESPUÉS DE COMUNIÓN
Reanimados por estos dones de nuestra salvación te suplicamos, Señor, que el pan de vida nos haga
crecer continuamente en la fe verdadera.
Lectio
Introducción
Jesucristo, Jeremías, Pablo: Tres hombres con una única misión, cuyo vértice es Jesucristo, plenitud de
la revelación y de la misión salvífica de Dios. En efecto, Jesús es el enviado del Padre para la salvación
de los pobres pecadores, sin distinción alguna entre judíos y gentiles (Evangelio). La misión profética
de Jesús está prefigurada en Jeremías, el gran profeta de Anatot durante el primer cuarto del siglo VI
a.C, de cuya vocación y misión, en tiempos de la reforma religiosa del rey Josías y luego durante el
asedio y la caída de Jerusalén, trata la primera lectura. Pablo, segregado desde el seno de su madre,
prolonga en el tiempo la misión profética de Jesús, poniendo el acento en el amor cristiano, como el
carisma que relativiza todos los demás y que constituye la verdadera medida
Características de la misión.
Son varios los caracteres que los textos litúrgicos resaltan, al tratar de la misión profética.
La misión viene de Dios.
Es Dios quien dice a Jeremías: "Antes de formarte en el vientre te conocí; antes que salieras del seno te
consagré, te constituí profeta de las naciones" (Jer 1,5). Jesús en la sinagoga de Nazaret no se atribuye a
Sí mismo la misión, sino que la lee ya profetizada en las Escrituras, es decir, ya prevista por el mismo
Dios. San Pablo, por su parte, sabe muy bien que todo carisma proviene del Espíritu de Dios, máxime
el carisma por excelencia que es el del ágape.
Una misión en doble dirección.
Por un lado destruir, por otro edificar (Jer 1, 10). Por un lado, el anuncio: proclamar la Buena Nueva a
los pobres, por otro, la denuncia: ningún profeta es bien acogido en su tierra (Evangelio). Por un lado,
la devaluación de todo sin la caridad, por otro, la caridad como valor supremo (segunda lectura). Es la
dinámica de la misión, y es la dinámica de la vida cristiana, desde sus inicios hasta nuestros días.
Una misión universal.
Jeremías es llamado por Dios a ser "profeta de las naciones"; Jesucristo ha sido ungido por el Espíritu
para ayudar a los pobres, a los cautivos, a los ciegos, a los pecadores, y para proclamar a todos un año
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de gracia del Señor, es decir, un jubileo. Si Dios es creador y padre de todos, todos son por igual objeto
de su amor y de su redención.
Una misión con riesgos.
El riesgo principal de que los hombres no escuchen ni acepten el mensaje de Dios, comunicado por el
profeta. El riesgo también está en ser maltratado, considerado enemigo público, tenido por aguafiestas
y profeta de desventuras. La biografía de Jeremías está entretejida con episodios de este género. Jesús
estuvo a punto de ser apedreado por los nazarenos, y Pablo vivió unas relaciones no poco tensas con los
cristianos de Corinto, cuando les escribió su primera carta.
Una misión sin temor y con la fuerza de Dios.
Dios dice a Jeremías: "No les tengas miedo… Yo te constituyo hoy en plaza fuerte, en columna de
hierro y muralla de bronce frente a todo el país". Jesús, ante los nazarenos que quieren despeñarle, nos
dice san Lucas que, "abriéndose paso entre ellos, se marchó". ¡Qué valentía sobrehumana y qué poder
de Dios en la actitud de Jesús! ¿Y acaso no muestra Pablo una fuerza divina cuando antepone el ágape
cristiano a la ciencia, a la pobreza total, a las llamas, y a la misma fe?
Una misión que exige una respuesta.
Puede ser una respuesta de rechazo, como en el caso de Jeremías: "Ellos lucharán contra ti" (primera
lectura). Puede ser una respuesta doble, como en el caso de Jesús: por un lado, asentimiento y
admiración, por otro, indignación y deseo de despeñarlo por un precipicio (Evangelio). Y Pablo, en la
segunda lectura, al proponer a los corintios el carisma de la caridad, no hace sino pedirles que
respondan con generosidad a dicho carisma.
En el Evangelio
Al comenzar su vida pública, Jesús participa en la liturgia de la sinagoga de aldea leyendo un texto de
Isaías. En primer momento, sus palabras son recibidas con agrado. Pero después el ambiente cambia
bruscamente.
Desvelando el pensamiento de sus oyentes, Jesús los acusa de estar celosos. La gente de Nazaret, de hecho,
no entiende por qué Jesús obró curaciones en Cafarnaum y no lo hizo también en Nazaret, entre ellos.
Ahora bien, Cafarnaum es una aldea en la que se mezclan tendencias. Hay tantos extranjeros como gente de
allí mismo, tantos paganos como judíos.
Jesús responde apoyándose en las Sagradas Escrituras. Para ello se coloca en la línea de los profetas de
otros tiempos, especialmente en los fundadores de la profecía israelita: Elías y Eliseo. Elías había ido a
ayudar a una mujer extranjera, la viuda de Sarepta; por su parte, su discípulo Eliseo había curado de lepra a
Naamán el Sirio.
Jesús explica su novedosa forma de comportarse mostrando su coherencia con el plan de Dios establecido
desde la eternidad. De hecho, Dios hizo alianza con un pueblo preciso, pero con la finalidad de hacer de él
un testigo suyo en medio de las naciones. No fue escogido el pueblo para acaparar los beneficios de Dios.
Con los habitantes de su aldea de Nazaret, Jesús se comporta a la manera de Dios y muestra que el amor de
Dios se dirige prioritariamente hacia a aquellos que están alejados. Hay que comprender este gesto de la
misericordia de Dios y hacer lo mismo.
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Pero este mensaje de Jesús resultó sorprendente y fastidioso para sus paisanos de Nazaret. Los obligó a
hacer una reflexión sobre sus relaciones tanto con Dios como con los otros. Si Dios no es simplemente el
Dios de un pueblo sino que igualmente el Dios del universo, el creyente debe reconocerle a los otros,
incluyendo a los paganos, su cualidad de hijos de Dios incluyéndolos en la familia de los hermanos.
Para la gente de Nazaret esto fue demasiado duro. Ellos querían que Jesús se comportara de manera
diferente. Entonces no lo reconocieron más como uno de los suyos e intentaron asesinarlo fuera de la aldea.
La escarpada colina donde lo condujeron anuncia otra subida a hasta Jerusalén, allí donde será plantada la
cruz de Jesús. Desde el principio, la sombra de la cruz se asoma en el relato del evangelio. Pero no hay que
dejar de ver la alusión a la victoria de la resurrección en la frase final: “Pero él, pasando por en medio de
ellos, se alejó de ahí”.
Jesús les provocó con sus palabras y por eso intentaron matarlo. La Palabra que engendra vida se
convirtió para aquellas personas duras de corazón, en palabras que engendran intenciones de muerte.
El misionero o profeta será siempre objeto de críticas desde dentro y desde fuera; siempre estará en una
postura incómoda ya que al denunciar la opresión, la injusticia y el egoísmo se enfrentará
irremediablemente incluso con los de dentro de su propia familia y comunidad. Tenemos que estar
siempre preparados no sólo para el domingo de ramos sino también para el viernes santo de nuestras
vidas apostólicas...
Este es un buen día para cuestionarnos sobre el Evangelio que tenemos que llevar a los cercanos: a
nuestras familias, a nuestros amigos y compañeros de trabajo, a nuestros vecinos. Sería bueno
preguntarnos cuántas personas de nuestro círculo más cercano han encontrado a Cristo gracias a nuestra
palabra, a nuestro testimonio, a nuestra oración. Muchas veces los evangelizadores estamos tan
inmersos en llevar el Mensaje a los demás que nos olvidamos de llevarlo a los que tenemos más cerca.
Cuando Jesús lo hizo ya vemos el resultado...
Puede que más difícil que llevar el Evangelio a los lejanos sea el entregarlo a los más cercanos...
Apéndice
---Jesús y el amor
Hoy somos testigos de la contradicción que Cristo encontró al comienzo mismo de su misión -en su
Nazaret-. Efectivamente: cuando, basándose en las palabras del profeta Isaías, leídas en la sinagoga de
Nazaret, Jesús hace entender a sus paisanos que la predicción se refería precisamente a Él, esto es, que
Él era el anunciado Mesías de Dios (el Ungido en la potencia del Espíritu Santo), surgió primero el
estupor, luego la incredulidad y finalmente los oyentes “se llenaron de cólera” (Lc 4,28), y se pusieron
de acuerdo en la decisión de tirarlo desde el monte sobre el que estaba construida la ciudad de
Nazaret... “Pero Él, atravesando por medio de ellos, se fue” (Lc 4,30).
Y he aquí que la liturgia de hoy -sobre el fondo de este acontecimiento- nos hace oír en la primera
lectura la voz lejana del profeta Jeremías: “Ellos te combatirán, pero no te podrán, porque yo estaré
contigo para protegerte” (Jer 1,19).
Jesús es el profeta del amor, de ese amor que San Pablo confiesa y anuncia en palabras tan sencillas y a
la vez tan profundas del pasaje tomado de la Carta a los Corintios. Para conocer qué es el amor
verdadero, cuáles son sus características y cualidades, es necesario mirar a Jesús, a su vida y a su
conducta. Jamás las palabras dirán tan bien la realidad del amor como lo hace su modelo vivo. Incluso
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palabras, tan perfectas en su sencillez, como la primera Carta a los Corintios, son sólo la imagen de esta
realidad: esto es, de esa realidad cuyo modelo más completo encontramos en la vida y en el
comportamiento de Jesucristo.
No han faltado ni faltan, en la sucesión de las generaciones, hombres y mujeres que han imitado
eficazmente este modelo perfectísimo. Todos estamos llamados a hacer lo mismo. Jesús ha venido
sobre todo para enseñarnos el amor. El amor constituye el contenido del mandamiento mejor que nos
ha dejado. Si aprendemos a cumplirlo, obtendremos nuestra finalidad: la vida eterna. Efectivamente, el
amor, como enseña el Apóstol “no pasa jamás” (1 Cor 13,8). Mientras otros carismas e incluso las
virtudes esenciales en la vida del cristiano acaban junto con la vida terrena y pasan de este modo, el
amor no pasa, no tiene nunca fin. Constituye precisamente el fundamento esencial y el contenido de la
vida eterna. Y por esto lo más grande “es la caridad” (1 Cor 13,13).
--Manifestaciones de la caridad
Esta gran verdad sobre el amor, mediante la cual llevamos en nosotros la verdadera levadura de la vida
eterna en la unión con Dios, debemos asociarla profundamente a la segunda verdad de la liturgia de
hoy: el amor se adquiere en la fatiga espiritual. El amor crece en nosotros y se desarrolla también entre
las contradicciones, entre las resistencias que se le oponen desde el interior de cada uno de nosotros, y a
la vez “desde fuera”, esto es, entre las múltiples fuerzas que le son extrañas e incluso hostiles.
Por esto San Pablo escribe que “la caridad es paciente”. ¿Acaso no encuentra en nosotros muy
frecuentemente la resistencia de nuestra impaciencia, e incluso simplemente de la inadvertencia? Para
amar es necesario saber “ver” al “otro”, es necesario saber “tenerle en cuenta”. A veces es necesario
“soportarlo”. Si sólo nos vemos a nosotros mismos, y el “otro” “no existe” para nosotros, estamos lejos
de la lección del amor que Cristo nos ha dado.
“La caridad es benigna”, leemos a continuación: no sólo sabe “ver” al “otro”, sino que se abre a él, lo
busca, va a su encuentro. El amor da con generosidad y precisamente esto quiere decir: “es benigno” (a
ejemplo del amor de Dios mismo, que se expresa en la gracia). Y cuán frecuentemente, sin embargo,
nos cerramos en el caparazón de nuestro “yo”, no sabemos, no queremos, no tratamos de abrirnos al
“otro”, de darle algo de nuestro propio “yo”, sobrepasando los límites de nuestro egocentrismo o quizá
del egoísmo, y esforzándonos para convertirnos en hombre, mujer, “para los demás”, a ejemplo de
Cristo.
Y así también, después, volviendo a leer la lección de San Pablo sobre el amor y meditando el
significado de cada una de las palabras de las que se ha servido el Apóstol para describir las
características de este amor, tocamos los puntos más importantes de nuestra vida y de nuestra
convivencia con los otros. Tocamos no sólo los problemas familiares o personales, es decir, los que
tienen importancia en nuestro pequeño círculo de relaciones interpersonales, sino que tocamos también
los problemas sociales de actualidad primaria.
---Egoísmo. Odio en el mundo
¿Acaso no constituyen ya los tiempos en que vivimos una lección peligrosa de lo que puede llegar a ser
la sociedad y la humanidad, cuando la verdad evangélica sobre el amor se la considera superada?,
¿cuando se la margina del modo de ver el mundo y la vida, de la ideología?, ¿cuando se la excluye de
la educación, de los medios de comunicación social, de la cultura, de la política?
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Los tiempos en que vivimos, ¿no se han convertido ya en una lección suficientemente amenazadora de
lo que prepara ese programa social?
Y esta lección, ¿no podrá resultar más amenazadora todavía con el pasar el tiempo?
A este propósito, ¿no son ya bastante elocuentes los actos de terrorismo que se repiten continuamente,
y la creciente tensión bélica del mundo? Cada uno de los hombres -y toda la humanidad- vive “entre” el
amor y el odio. Si no acepta el amor, el odio encontrará fácilmente acceso a su corazón y comenzará a
invadirlo cada vez más, trayendo frutos siempre más venenosos.
De la lección paulina que acabamos de escuchar es necesario deducir lógicamente que el amor es
exigente. Exige de nosotros el esfuerzo, exige un programa de trabajo sobre nosotros mismos, así
como, en la dimensión social, exige una educación adecuada, y programas aptos de vida cívica e
internacional.
El amor es exigente. Es difícil. Es atrayente, ciertamente, pero también es difícil. Y por eso encuentra
resistencia en el hombre. Y esta resistencia aumenta cuando desde fuera actúan también programas en
los que está presente el principio del odio y de la violencia destructora. Cristo, cuya misión mesiánica,
encuentra desde el primer momento la contradicción de los propios paisanos en Nazaret, vuelve a
afirmar la veracidad de las palabras que pronunció sobre Él el anciano Simeón el día de la Presentación
en el templo: “Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel, y para signo de
contradicción” (Lc. 2,34).
Estas palabras acompañan a Cristo por todos los caminos de su experiencia humana, hasta la cruz.
Esta verdad sobre Cristo es también la verdad sobre el amor. También el amor encuentra la resistencia,
la contradicción. En nosotros, y fuera de nosotros. Pero esto no debe desalentarnos. El verdadero amor
-como enseña San Pablo- todo lo “excusa” y “todo lo tolera” (1 Cor 13,7).
Homilía del Beato Juan Pablo II en la Parroquia de la Ascensión (3-II-1980)
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