Los siete mitos de la conquista española; Matthew Restall y Marta Pino Moreno

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Con este libro Matthew Restall realiza un ejercicio de revisionismo
histórico, desde una óptica criticista, sometiendo a las fuentes que han
conformado nuestra visión de la conquista a una critica racional, que por
otra parte debió de ser aplicada por los historiadores temporalmente más
cercanos a las fuentes, si no hubieran estado tan imbuidos de tantos
prejuicios como los que muestra Restall en este trabajo.
Al no dar por verdaderas todas las afirmaciones de los testimonios
primeros, facilita el contraste de los diferentes textos y posibilita unas
conclusiones que a fuer de ser lógicas contrastan con las admitidas por la
historiografia tradicional, mas llenas de voluntarismo autocomplaciente que
de metodologÃ-a cientÃ-fica.
El análisis objetivo se facilita por la actitud del autor al analizar las
fuentes, sobre todo las indÃ-genas, sin tamizarlas con situaciones, creencias,
o hábitos actuales.
Resulta pues una obra sorprendente, no por que muestre grandes
descubrimientos, si no por que nos enfrenta a una realidad que siempre
hemos tenido delante nuestro y no habÃ-amos sido capaces de apreciar, por
comodidad intelectual, algo asÃ- como descubrirle a un leones las maravillas
de la portada de su catedral.
Además toda la desestructuración de cada uno de los mitos que
analiza está realizada de tal modo no se aprecian juicios morales, no
aparecen buenos ni malos, o todos lo son en la misma medida, no hay
maniqueÃ-smo, parece presentar los hechos como una sucesión lógica y fatal
dados los precedentes y la situación existente, parece concluirse que el
descubrimiento y conquista de América fue como fue porque no pudo de
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ser de otra manera.
Restall estructura la obra en siete capÃ-tulos, y con un supramito como
titulo e hilo argumental, en cada uno de ellos deshace un grupo de mitos
menores interrelacionados unos con otros, incluso las verdades
redescubiertas en el análisis de uno de ellos, le sirve para desmontar otro.
Sin embargo a veces la estructura en siete mitos parece un tanto forzada,
por ejemplo, en el último de ellos, MONOS Y HOMBRES, sobre el mito
de la inferioridad indÃ-gena, parece un resumen de las conclusiones de los
otros mitos deshechos.
En los dos primeros capÃ-tulos se analiza quienes eran los llamados
conquistadores, tanto en su individualidad, como colectivamente. Son
analizados, desde la crÃ-tica y la comparación de fuentes tanto las grandes
personalidades, Colón, Pizarro, Cortés, Orellana, como el colectivo de los
colonizadores anónimos, analizando su procedencia, número, oficios, y
motivaciones.
Los grandes nombres del descubrimiento y de la conquista quedan
desprovistos de toda mitificación, aparecen como hombres corrientes cuyos
comportamientos, lejos de excepcionales eran los corrientes en la época.
Colón, marino con conocimientos comunes a los marinos
portugueses de la época, no hizo si no buscar patrón hasta que lo encontró,
firmó contrato y fue despojado de su paga ( tÃ-tulos y riquezas) al
descubrirse que habÃ-a incumplido el contrato y no poder probar que las
tierras eran el oriente, ni aportar especias, etc.
Cortés y Pizarro cada uno en su territorio, primero fueron traidores a
sus jefes, después inflaron sus hazañas para obtener mejores prebendas del
rey, lo cual consistÃ-a en su aspiración y el motivo casi exclusivo de sus
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acciones expansivas. Incluso algunas de sus hechos más mÃ-ticos, (quema
de las naves o el conflicto con Orellana) son intentos de que su gente no
pudiese traicionarles llevando al rey logros ajenos como propios antes que
ellos mismos.
Estos comportamientos se entienden en el contexto de las relaciones
de la corona hispánica con su nobleza y súbditos, los bienes de los cuales se
expanden o menguan por voluntad real, al otorgarles o negarles tierras y
señorÃ-os, según los servicios que los monarcas recibieren de ellos. Lo que
en la penÃ-nsula eran señorÃ-os en América eran encomiendas.
Y es que parece claro que la motivación esencial que movÃ-a a los
conquistadores era la obtención de un premio real por los esfuerzo
realizados, premio en forma de encomienda, es decir del derecho de vivir
de los rendimientos de un determinado número de indÃ-genas en un
territorio, igual que los señores peninsulares. Del texto de Restall es fácil
inferir que la conquista de América se asemeja a una prolongación de la
reconquista peninsular, solo que aquella descansaba en las armas nobles y
la repoblación plebeya, y en América repobladores y conquistadores son
los mismos, los nobles financian.
Y estos conquistadores descubrimos que son personas del común, ni
nobles ni militares, si no colonos que estaban forzados a pelear por
conseguir sus objetivos, y que pocos como eran tuvieron que ayudarse con
personal auxiliar, negros sobre todo, para las tareas de porteo, intendencia
incluso militares. Además, y utilizando estrategias importadas de la
reconquista peninsular, utilizaban las desavenencias de las tribus para,
aliados con unas u otras, obtener beneficio de la coyuntura.
Respecto a este punto de las alianzas, resulta llamativo como Restall
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pone de manifiesto que los indÃ-genas aliados de los castellanos asumÃ-an
que eran ellos los que conquistaban a los enemigos con ayuda europea,
dado que para ellos, esa conquista era un episodio más de los muchos que
habÃ-an desarrollado con sus pueblos vecinos. Los españoles no estorbaban
esta idea dado que ellos no pretendÃ-an, en la época de conquista, acaparar
tierras sino vivir de los productores indÃ-genas, por eso su expansión se
realizaba siempre por territorios ya habitados y con civilizaciones
complejas.
Civilizaciones que, no solo no sucumbieron, sino que tal y como
demuestra el autor, no fueron totalmente conquistadas hasta siglos después
del descubrimiento y que, culturalmente aún perviven, en uno de los
ejemplos de simbiosis cultural más maravillosos de la historia.
Los conquistadores jamás controlaron totalmente el territorio que
explotaban, numerosos reinos indÃ-genas pervivieron relacionándose con las
autoridades españolas bajo figuras de alianza que se asemejan alas de los
pueblos faederati con el imperio Romano, y como a aquellos el tiempo
permitió una paulatina absorción polÃ-tica y una simbiosis cultural.
Esta simbiosis cultural, lo fue en ambos sentidos, también los
colonizadores adecuaron sus formas culturales a su nuevo medio, los
indÃ-genas asimilaron y adecuaron a su realidad tanto la religión como la
organización de las ciudades, por ejemplo.
Pero tampoco la cristianización fue nunca completa, también sirve
aquÃ- la comparación con Roma, al igual que los primeros cristianos con las
imágenes paganas, los indÃ-genas americanos utilizaron las imágenes
cristianas para asignarlas a sus dioses, con una sincronÃ-a que todavÃ-a
pervive.
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Si que desaparecieron cientos de miles de indÃ-genas, pero el autor
aplica la lógica frente a la leyenda negra, y concluye que es absurdo pensar
que unos colonos que necesitaban indÃ-genas a los que explotar los
exterminasen, además la capacidad de destrucción se ejercerÃ-a sobre los
pueblos enemigos, pero el hecho es que desaparecieron enemigos y aliados
de la misma forma. Entiende Restall que la desaparición de tantos
indÃ-genas es mas fácil y coherente explicarla al tener en cuenta las
epidemias que los colonizadores llevaron a América y frente a las que los
indÃ-genas no tenÃ-an defensas. Si bien es cierto que esta explicación sirve
para aquellos pueblos cohesionados y con alto nivel de urbanización, no
explica como se diezmó a pueblos que quedaban fuera de los circuitos
Mejicanos , Mayas o Incas.
Los argumentos desmitificadores que resultan más interesantes son
los que intentan explicar como fue posible un control tan rápido de los
territorios y de las sociedades indÃ-genas, por tan escaso número de colonos.
¿Superioridad militar, cultural, racial, intervención divina?
Según la historiografÃ-a decimonónica esas eran las razones, pero
Restall las relativiza o simplemente las desacredita. La tesis que mantiene,
en base a las fuentes escritas, sobre la conquista, sobre las artes bélicas de
la época, etc., es que ninguna de estas posibilidades, por sÃ- sola es capaz de
explicar el éxito de la expansión.
Por supuesto queda descartado la intervención divina ni en la
concepción, ni en la inspiración ni en el resultado, por mas que los
contemporáneos y muchos de los historiadores posteriores asÃ- lo creyeran.
Sin embargo si resulta más objetiva la mayor capacidad técnico−
bélica de los castellanos. El acero, la artillerÃ-a, los arcabuces, las armaduras
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incluso los caballos, son elementos que por si mismo suponen una ventaja
objetiva ante ejércitos de sociedades con técnicas poco mas que neolÃ-ticas.
Pero el autor pone de manifiesto, acertadamente, que tal superioridad
quedarÃ-a enormemente relativizada por, primero, el diferencial numérico,
segundo por la escasa disponibilidad de los artefactos bélicos por parte
hispana, tenÃ-an cañones, arcabuces, caballos etc, pero en muy escasa
cantidad, y escasamente operativo en la orografÃ-a mesoamericana, por lo
que sin la ayuda de las diferentes tribus aliadas, tan numerosas como las
enemigas, ese diferencial técnico no habrÃ-a servido para nada.
Contrariamente, la razón nos hace preguntarnos por qué unos
pueblos que en principio recibÃ-an bien a los hispanos, bien porque querÃ-an
que se fuesen pronto de sus tierras (como los Mactunes en el episodio de
Cuauhtémoc), bien por que los querÃ-an como aliados en sus propias
guerras, creaban de repente conflictos de rechazo armado contra los
colonizadores.
Al autor parece responderle el que el llama fallo comunicativo. A
pesar del uso de interpretes, por otra parte escasos y de poca fiabilidad, la
comunicación entre los colonizadores y los indÃ-genas resultaba
evidentemente precaria.
Mala debÃ-a de ser la comunicación oral, (la escrita debió resultar
inexistente), dependiente de traductores indirectos y de traducciones
sucesivas a tres idiomas, como el caso de Cortés, Malinche, Aguilar y
Moctezuma, pero con todo la mas grave incomunicación era la gestual y
ritual. Los distintos episodios que Restall menciona, tanto de Pizarro como
de Cortés, manifiestan a las claras la confusión de gestos diplomáticos e
incluso amables y obsequiosos por otros de rechazo, humillación o
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desprecio, que generaron matanzas y cambios de polÃ-tica colonial.
Este mito del fallo comunicativo, que el autor enlaza con su
contrario, el del milagro comunicativo que surge del hecho de que en la
mayorÃ-a de las crónicas se da la impresión de que los interlocutores hablan
cada uno su lengua y sin embargo se entienden perfectamente, sin que se
mencione interprete alguno, es el único que el autor no desmonta
totalmente.
Resulta evidente que la falta de fluidez en la comunicación si tuvo
(ejemplos en el presente son incontables) influencia sobre la forma como se
desarrolló la fase de conquista en la colonización americana.
Colonización que, tras la lectura del libro le queda claro a uno que
fue dirigida por hombres castellanos, de estratos sociales bajos en busca de
fortuna en forma de favor real, pero que fue realizada por los propios
indÃ-genas y por esclavos negros, y que no estuvo completada hasta después
de la independencia de las repúblicas.
¿Que hemos estudiado hasta ahora?, ¿Qué les estamos enseñando a los
actuales estudiantes de secundaria y bachillerato?
Según Matthew Restall, mitos y leyendas pero no historia.
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