Capítulo V Las Lesiones y los Homicidios s 1.- Consideraciones Preliminares ANTO EN LAS Pandectas Hispano Megicanas, la Novísima Recopilación y el Febrero Mejicano, se denomina heridas a toda lesión hecha con violencia en el cuerpo humano, de la cual podía resultar conmoción, contusión, frachlra, quemadura, dilaceración, torsión o luxación. Unas heridas son leves, otras incurables, algunas mortales por accidente o falta de auxilio inmediato, y otras por si mismas son absolutamente mortales. Se estimaban leves las que afectaban únicamente el tejido celular y alguna porción de músculos, siendo curadas con cierta facilidad, según la destreza y pericia del cirujano, temperamento del herido, edad, fuerzas y demás circunstancias. Las incurables eran aquellas que a pesar de los esfuerzos médicos perduraban toda la vida. Mortales por accidente podían ser consideradas aquellas que por si mismas no eran peligrosas, pero que por descuido del enfermo ocasionaban la muerte, o cuando las heridas caían en gentes enfermizas y de malos hábitos, también eran mortales por accidente debido a la falta de luces de los facultativos que no tomaban las medidas precisas para evitar mayores males. Finalmente las absolutamente mortales eran las que ni por naturaleza, ni por T a las artes médicas podían curarse, algunas de ellas matando repentinamente y otras en periodos breves de tiempo.m En relaci6n a las penas se advertía que no todo el que hería a otra persona lo hacía con la intenci6n de matarle ni a todas las heridas seguía la muerte, en ese caso las herid~ eran un delito menor que debería ser castigado con una pena mínima. Cuando el acusado procedía por asechanza o mal aconsejado por otra persona, incurría en la pena capital, aún y cuando la herida no ocasionara la muerte. . Quien hería con arcabuz o pistola era tenido por alevoso y antiguamente perdía todos sus bienes. Las personas que lesionaban a otras al momento de dedicarse a los robos en los caminos públicos, además de la pena corporal que se les imponía, perdían también la mitad de sus bienes en favor del gobierno. El que disparara una arma de fuego en poblado y causara lesiones a cualquiera le era impuesta la pena de muerte y la confiscaci6n de la tercera parte de sus bienes en favor del gobierno. Cualquier otro tipo de lesiones diferentes a las enunciadas, eran castigadas con la pena de presidio, destierro y multas, según las circunstancias que acompañaran al hecho.(21 En relaci6n al homicidio, se decía que era el mayor delito qu.e podía cometer un hombre en contra de otro, en cuanto se le privaba de su existencia. El homicidio se dividía en voluntario y casual, siendo el primero de ellos el que se hacía de intento o con premeditaci6n, mientras que el segundo era el que dimanaba de algún accidente. En el último caso podía cometerse con culpa o sin ella. Sin culpa era cuando alguien iba corriendo en un caballo en un sitio destinado para ello, y durante la acci6n matare a alguna persona que se le atravesase, o cuando en una co~strucci6n que tiene avisos preventivos, algún trabajador deJa caer cualquier material que mata a algún transeúnte. En 1.. Pascua, An8.$taaio de la. Op. Cit., T. 70. pp. 125-127. 2.• Idem. 140 estos casos no debía imponerse ninguna pena. Era homicidio casual con culpa, cuando dos personas estuviesen riñendo en plena vía pública y quitasen sin querer la vida a algún curioso, o si algún médico o cirujano quitase la vida a una persona por ignorancia o error. En esas ocasiones se les podía imponer la pena del destierro hasta por cinco años. El homicidio voluntario era el que se hacía a sabiendas o con intenciones, ya su vez se subdividía en simple y calificado. Al primero de ellos se llamaba el que ni por raz6n de la persona muerta, ni por las circunstancias que acompañaron o intervinieron en la muerte, merecía el concepto de gravísimo o en sumo grado detestable. Calificado era el que por los dos motivos dichos merecía aquel concepto y obviamente era castigado con mayor rigor que el homicidio simple. Dentro de este último podemos señalar el homicidio de un padre, abuelos, hijos, hermanos, mujer o esposo. Curiosamente el suicidio también era contemplado dentro de este último. De la misma forma, ateniéndose a la circunstancia que acompañaba al hecho, el homicidio era calificado; por ejemplo al dar muerte a una persona robándole en el camino, al incendiar una casa, los que se llevaban a cabo con saeta o arma de fuego. La pena para este tipo de homicidios era más grave.(3) A diferencia del homicidio, el asesinato era la muerte causada con alevosía y violencia, estando de por medio algún interés ya fuera en alhajas o dinero, o el ofrecimiento para conseguir algún destino o acom6do. El asesino alevoso debía ser arrastrado, ahorcado y perdía la mitad de sus bienes en favor del estado. l') Otra de las modalidades del homicidio lo fue el envenenamiento, considerado como uno de los más atroces. De acuerdo con la ley 2, título 2, libro 6 del Fuero Juzgo, tanto las personas que preparaban el veneno como quienes lo administraban, eran atormentados antes de sufrir la muerte.(S) 3.-lbid., pp. 127-129. 4.- Ibid., p. 81. 5.-lbid., pp.l07 Y 108. 141 • Desde la época virreinal dentro del derecho criminal se consignaba el parricidio, consistente, según las leyes coloniales, no sólo en matar al padre o a la madre, sino a cualquiera de sus descendientes, tales como el tío, sobrino, yerno, nuera, padrastro o entenado. Las leyes de partida ordenaban que los parricidas fueran azotados, después metidos a un saco de cuero con un perro, un gallo, una culebra y un mono, siendo arrojado al mar o río más cercano de donde se había cometido el delito. Para nuestro periodo de estudio, esta práctica era inusual, pero se conservó el ejercicio de cierta ceremonia que la recordaba: al ser ejecutado el parricida, se metía el cadáver en una cuba , en donde estaban pintados los referido animales, y se hacía el ademán de arrojarla al río, para después darle sepultura ecIesiástica.'6) Al igual que lo sucedido con los robos, la ley del 6 de septiembre de 1829 marcó una nueva etapa dentro de los procesos judiciales por heridas y homicidios, mismos que a partir de entonces empezaron a contener otros elementos que los diferenciaron de los litigios virreinales. Dentro de las aportaciones hechas por los congresistas michoacanos, en 1829 se estipuló que sufrirían la pena capital: el asesino y sus cómplices; el matador de caso pensado; el que en pendencia premeditada con armas causare la muerte; el envenenador y sus cómplices, aunque no resultare la muerte; el incendiario malicioso y el infanticida con plena deliberación. Serían condenados de seis a ocho años de presidio, los que en pendencia imprevista causaren la muerte. Un poco en contradicción con esta última norma, se imponía de uno a cuatro años de prisión, quien matare en el acto de ser provocado. Otro de los artículos que se relacionaba con los anteriores creaba todavía más confusión , ya que textualmente ordenaba: "El que en defensa propia hiere, no tendrá pena alguna, aunque de la herida resulte la muerte. Tampoco la tendrá el que hiere involuntariamente o por acci6.- ¡bid., p. 149. 142 dente. Ni el que hiere o matare al que con violencia le despojare o intentare hacerlo de su mujer, hijas o personas de este sexo 'd a do. que estén d eb'd 1 amente a su cUl Tanto la legislación virreinal como la que se estuvo generando en las primeras décadas del periodo independiente, no reglamentaban todas las formas de heridas y homicidios que podían suceder, de ahí que algunas penas se dejaban al arbitrio del juez, pero éste debería obrar racionalmente y con arreglo a la prudencia. El arbitrio no ampliaba las facultades de los jueces, sino que las estrechaba en la medida que eran obligados a repasar y estudiar con buena lógica y crítica, todo el derecho natural y las leyes p!ltrias, examinando detenidamente cada palabra y el sentido de la ley, el objetivo que se tuvo en publicarlas y el motivo que las impulsó, cotejando después todas las circunstancias de los casos que ocurrían, con los que estaban literalmente prevenidos en las leyes. Este criterio de arbitrio servía para que los jueces en momentos determinados actuaran con cierta flexibilidad. Para el caso de la pena capital, a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, notamos aunque no de manera abierta, que determinadosjueces se empezaron a oponer a emitir esa sentencia. Una de las manifestaciones iniciales lo era el hecho de que ya no se empleaban los horrorosos tormentos de antaño que arrancaban la vida a las personas. Los delincuentes condenados al último suplicio por lo regular fueron llevados al paredón. A partir del reglamento michoacano de 1829, nuestra opinión es que los jueces sólo en determinados casos extremos aplican la pena capital, lo cual sin lugar a dudas tam bién fue una muestra de oposición. El juicio criminal se distinguía del civil porque empezaba con una información llamada sumaria, la cual una vez evacuada, daba lugar a un juicio semejante al ordinario civil, de modo que el proceso criminal estaba integrado de dos partes: una '-'l 7.- Coromina. Amador. Op. Cit., T. IV, p. 16. 143 s informativa llamada sumaria, y la otra que propiamente era el juicio plenario que seguía a esa. La sumaria tenía por objeto: averiguar la existencia del delito, con todas sus circunstancias; indagar la persona del delincuente, y en caso de duda, identificarla; asegurar al reo y las resultas del juicio; tomarle declaración a fin de indagar cuanto conduzca al delito que se le imputa y; recibir su confesión para cerciorarse más del hecho y sus circunstancias, como de la intención y malicia con que procedió, haciéndole los debidos cargos y reconvenciones La segunda parte iniciaba con hacer saber, por parte del juez, del estado de la causa; seguida de la presentación de las pruebas; la defensa de los reos; la sentencia, apelación, súplica y recurso de nulidad de las causas criminales; y finalmente de la ejecución de la sentencia. 2.- La Justicia en las Heridas y los Homicidios EN CUANTO A las estadísticas se refiere, los dos delitos que nos ocupan superaron notablemente a los enunciados con anterioridad, pues de 1827 a 1850 los procesos concluidos por lesiones fueron 467, mientras los de homicidio alcanzaron la suma de 447, es decir casi 20 juicios por año en todo el estado. Lo anterior sin estimar los procesos que habían iniciado y los que estaban en vías de dictar resolución , que en cantidad , al parecer, eran más que los concluidos. Pensando que a lo largo de esos 23 años entre todos los juzgados de Michoacán se conocían una cifra promedio de 2000 casos entre lesiones y homicidios, resulta que anualmente se cometían 87 delitos de esas índoles en nuestra entidad, cantidad que ya era alarmante para esa época. Todavía más aún, si determinamos que la población masculina, cuyo promedio era de 200,000 habitantes, era la que frecuentemente se veía involucrada en ese tipo de infracciones, nos encontraríamos que anualmente por cada 100 hombres se cometía un delito, ya fuera de homicidio o lesiones. Eso sin considerar que una parte importante de los 200,000 hombres eran menores de edad, algunos de los cuales estaban al margen de hechos delictivos. De esa forma los índices de la delincuencia por lesiones y homicidios se hadan más grandes. CUADRO DE LOS PROCESOS POR HERIDAS EN MICHOACAN 1827.1850 JURISDICCION Morelia Puruándiro Zamora Uruapan Pátzcuaro Jiquilpan Los Reyea Zitácuaro Ario Maravatío La Piedad Zinapécuaro Otras Total NO. DE PROCESOS 228 46 37 28 26 16 16 15 14 14 12 6 9 467 PORCENTAJE APROXIMADO 48.8% 9.8% 7.9% 6 % 5.5% 3.4% 3.4% 3.2% 2.9% 2.9% 2.6% 1.5% 2.1% 100 % FUENTE: A.H.P.J.M. Libro de causas criminales concluidas, 1827-1897. Ya afirmamos que todos los delitos cronológicamente experimentaron un crecimiento en Michoacán a .10 largo de nuestro periodo de estudio, y al igual que la vagancia y los robos, los casos de heridas y homicidios se presentaron con más frecuencia en las jurisdicciones que concentraban mayor número de pobladores; de esa forma, Morelia, Puruándiro, Zamora, Uruapan, Pátzcuaro y Zitácuaro, se distinguieron por sus elevados índices de violencia. 144 145 ---------------------------.-----------------------------~i_:.- Las causas más comunes de los delitos de heridas fueron las rencillas personales, encontrándonos que este aspecto no se vinculaba directamente con el fenómeno del desempleo, sino más bien con el comportamiento social de las personas. Sobre todo en las áreas rurales los hombres acostumbraban solucionar sus diferencias mediante la violencia. Dirigir palabras ofensivas a alguien o a cualquiera de sus familiares era motivo de buscar lavar la afrenta a golpes o con el uso de armas blancas o de fuego. Este tipo de procederes se explica un poco en la medida que las personas que asumían esas actitudes, de antemano sabían que ese tipo de asuntos no eran de mucho interés para las autoridades, por lo cual decidían hacerse justicia por su propia mano. Además para entablar la denuncia, era preciso recorrer largas distancias, emplear parte de su tiempo y dinero que muchas veces no se tenía a la mano. También gran parte de las heridas se derivaban de las fiestas pueblerinas que se llevaban a cabo con el objeto de festejar al santo patrono del lugar, o para recordar cualquier día religioso importante. La magnitud de esas reuniones iba de acuerdo con la fe que los lugareños tuvieran a tal o cual santito , aunque por regla en los pueblos había varios que eran de su devoción; unos más y otros menos, pero todos alcanzaban festejo. Dentro del ambiente campirano eran imprescindibles las comilonas organizadas al concluir la temporada de cosechas, o cuando el hacendado visitaba la finca para supervisar los trabajos o decidía tomar unas largas vacaciones. Como ya era costumbre, en este tipo de acontecimientos se echaba la casa por la ventana, distribuyéndose la bebida y la comida en grandes cantidades. Al calor de las copas salía a relucir el carácter de las gentes, quienes aprovechaban el momento para saldar viejas cuentas o simplemente para dar rienda suelta a sus instintos de superioridad física. Por otra parte fue común que al momento de cometerse los asaltos en despoblado o en los principales caminos de Michoacán, los criminales utilizaran la violencia, causando serias 146 heridas a sus víctimas; en esos casos ya era norma que a los delincuentes se les procesara por ambos delitos. Entre otros casos de heridas podemos señalar el de Leocadio Garcfa, quien el año de 1833 fue acusado de lesionar y dar muerte a Casimiro Corona. El juez de la. instancia de Morelia determinó condenarlo a 1 año de presidio, sin embargo al pasar el expediente al Superior Tribunal de Justicia, la sentencia fue revocada, absolviéndosele de la acusación. El Fiscal argumentó que en la declaración de los testigos, había quedado claro que Casimiro Corona, en el baile organizado en la hacienda la Goleta, localizada al oriente de Morelia, el 17 de agosto, día en que se festejó a la Virgen María, estaba embriagado notablemente, razón por la que insultó y provocó a los concurrentes. Leocadio Garcfa, pretendiendo evitar un escándalo mayúsculo, lo exhortó para que abandonara la reunión, pero lejos de hacerle caso, fue agredido suscitándose la pelea en donde Corona perdió la vida. En los testimonios había quedado claro que el occiso era pendenciero, inmoral, audaz y provocativo, llegando inclusive a amagar a su propio padre, lo cual era del conocimiento público. El fiscal del tribunal argumentó que las heridas hechas a Corona, fueron después de que éste agredió a su compadre Leocadio, quien actuó en defensa propia.(B) Cabe decir, que el Alcalde 40. de Valladolid, dictó sentencia de un año de prisión, basándose en el artículo 55 de la ley del 6 de septiembre de 1829, que a la letra estipulaba: ''El que hiere levemente con alevosía, el que de caso pensado cause herida leve, el que en pendencia imprevista hiere gravemente, y el que matare en el acto de ser provocado, será condenado desde uno hasta cuatro años de presidio." Por su parte el fiscal del Superior Tribunal de Justicia tomó como fundamento el artículo 57 del citado reglamento, que de alguna manera se contraponía al anterior y a la letra ordenaba: ''El que en defensa propia 8.. A.H.P.J.M. Toca a la causa criminal contra Leocadio García, por el homicidio de Casimiro Corona, 1833. 147 • hiere, no tendrá pena alguna, aunque de la herida resulte la muerte." Insistimos en el hecho de que algunos artículos del citado reglamento de 1829 se prestaban a confusiones, propiciando que no hubiera unificación de criterios entre los jueces subalternos y los tribunales. superiores. Por ejemplo, en el mismo orden de cosas, el artículo 54 del mismo reglamento decía que: "Serán condenados de seis a ocho años de presidio: primero, los que causen herida grave con alevosía; segundo, los que la causaren de caso pensado; tercero, los que en pendencia imprevista causen la muerte"9J El caso de Leocadio García también podía determinarse por lo señalado en la parte tercera de ese artículo. Era natural que ante las imprecisiones que ofrecía dicho reglamento, los abogados defensores recurrlan a la legislación .novohispana en su afán de obtener un veredicto más justo. En el proceso por heridas levantado en contra de Reyes Alonso, por haber agredido a Bruno González, el juez de la. instancia de Puruándiro lo condenó a dos años de prisión, pues según su criterio, la pendencia donde ocurrieron los hechos fue imprevista, y el artículo 55 imponía una pena de uno hasta cuatro años de cárcel; por su parte el Superior Tribunal de Justicia al revisar el caso, determinó que la condena fuera solamente de un año. Al hacer uso de sus derechos, el defensor del acusado solicitó la libertad argumentando que Bruno González fue quien primeramente agredió a Reyes Alonso, motivo por el cual éste actuó en defensa propia, decía que era enemigo de las riñas y de buena conducta, pero que en esa ocasión la pelea se sucitó al calor de las copas. Su petición la apoyó en la ley 2a., título 80., partida 7a que textualmente rezaba: "Matando algun ome o alguna mujer a otro, a sabiendas, debe haber pena de homicidio, quien sea libre o siervo el que fuere muerto fueras ende, si lo matase en defendiendose viniendo el otro contra el, trayen9.- COlOmina, Amador. 148 Op. Cit., T. IV, p.l6. do en la mano cuchillo sacado o espada o piedra o palo o otra arma cualquier con lo que pudiese matar. Si aquel a quien acomete, mata al otro que lo quiere de esta guisa matar, non cae por ende en pena alguna. La natural cosa es, e muy guisada, que todo ome aya poder de amparar su persona de muerte. Queriendolo alguno matar a él, no ha de esperar que el otro le tire primeramente porque podría acaecer, que por el primer golpe que le diese, podía morir el que fuese acometido e despues non se podría amparar." Como ya era costumbre, al existir divergencia entre el veredicto del juez de la. instancia y el Superior Tribunal de Justicia, la sentencia del Supremo Tribunal de Justicia era definitiva; en esta ocasión los magistrados decidieron la pena de un año de presidio.u°l En otros casos fueron las propias autoridades judiciales quienes para penalizar alguna herida u homicidio, consultaron las leyes coloniales. En 1834 el juez de letras de Puruándiro condenó a Ramón García a un año de prisión por las heridas causadas a Juan Rodríguez Calderón; su decisión la fundamentó en el multicitado artículo 55 del reglamento de 1829. Por su parte el Superior Tribunal de Justicia, dio por compurgada la pena con arreglo al Auto Acordado 50., foliaje 40 de Montemayor y Beleña, cuyo texto disponía que: ...Ios que diesen heridas leves, después de pagar la dieta, curación y costas, sufrirán precisamente la pena de cincuenta azotes dentro de la cárcel en el principio y otros tantos al tiempo que conste de sanidad, siendo de color quebrado; y si fueren españoles, la multa de veinte y cinco pesos, aplicados en la forma ordinaria, y dos meses de cárcel, y siendo pobres, cuatro meses de prisión por la primera vez: y por la segunda la pena doblada. Si la herida fuere grave por accidente, los primeros, después de cincuenta azotes publicamente en picota, serán condenados a oficina cerrada por espacio de un año; y los españoles irán irremisible10.~A.H.P.J .M. Causa criminal contra Reyes Alonso y 8oci06 por heridas, 1834. 149 ----------------------a--------------------mente por .dos años a presidio por la primera, y doble por la segunda. SI fuese grave la berida .. a los primeros se les darán cien ~otes en forma de justicia e irán por tiempo de dos años a oficma cerrada,_ ganando para si, pagando dieta, curación y costas; y los espanoles a más de pagar esto, serán condenados irremisiblemente a cuatro 'años de presidio.oll Esta última determinación fue confirmada por el Supremo Tribunal de Justicia. Así como estos dos ejemplos, son múltiples los expediente~ ~ue nos muestran la forma variable en que actuaban tanto los Jueces menores como las autoridades superiores de lajudicatura, y la consulta que hacían tanto de la legislación novohispana, co~o de la mexicana, para procesar a los delincuentes por heridas y homicidios. Sobre estos delitos es importante señalar que las personas enc~r~adas de reconocer las heridas no eran profesionistas en medl:ma, de ahí que sus puntos de vista se daban según la práctica que tenían y de acuerdo a sus limitados conocimientos. Los reportes no eran eminentemente objetivos lo cual hacía . . ' que mcurrleran en errores al emitir su parte médico. Sabemos de antem~o que la gravedad de las heridas desempeñaba un pap.el muy Importante en la decisión de los jueces. Como dato CUriOSO podemos describir los pormenores de un reconocimiento médico, mismo que nos ilustra sobre las prácticas y términos chuscos empleados en el siglo XIX. En el pueblo de Panindícuar~ la ~urandera María Rodríguez al examinar las heridas de VIctoriano Martínez, explicó que tenía cuatro: "...una en el br.azo izquierdo abajo del hombro; otra debajo de la arca en el ml.smo lado: otra en el cerebro y otra en la espalda. Que las tres primeras nmguna de ellas es mortal; pues que la primera tiene cuatro dedos d: ancha y dos de honda; la segunda sobre el cutis, la tercera lo mIsmo y la última cuatro dedos de honda y un dedo 11.- Ventura Beleña, Eusebio. Op. Cit., T. 1, pp. 54 y 55. 150 de ancha. Que ambas heridas cree firmemente que fueron inferidas con navaja."021Así como estas descripciones primitivas abundan los ejemplos, sin embargo las cosas no podían ser de otra manera en una sociedad donde el sistema educativo iba a la zaga, siéndo las escuelas profesionales muy restringidas en nuestro estado. A diferencia de lo sucedido con los robos, los delitos por heridas no presentan un horario específico en común, pues lo mismo sucedían en la mañana que en la tarde o muy entrada la noche. Un porcentaje elevado de lesiones era cometido con armas blancas, lo cual es entendible ya que por lo regular las gentes del campo siempre llevaban consigo sus instrumentos de trabajo: navajas, machetes, hoces, cuchillos, espadas, azadones, picos, etc., etc. De lo anterior y de los expedientes consultados se concluye que los peones y trabajadores eventuales de las fincas rurales, así como pequeños propietarios del campo, artesanos, arrieros, matanceros y tablajeros, eran quienes con más frecuencia se veían involucrados en procesos judiciales de esa naturaleza. No es ocioso decir que un porcentaje elevado de los participantes en estos litigios son hombres mayores de edad. CUADRO DE LOS PROCESOS POR HOMICIDIO EN MICHOACAN 1827.1850 JURISDICCION Morelia Pátzcuaro puruándiro Zamora Zitácuaro Ario Uruapan NO. DE PROCESOS PORCENTAJE APROXIMADO 163 76 36.4% 37 33 8.2% 7.4% 6.7% 5.1% 4.9% 30 23 22 17 % 12.- AH.P.J .M. Toca a la causa contra Ramón García y socio por haber herido Juan José Rodríguez Calderón, 1834. ti 151 JURISDICCION Maravatío La Piedad Zinapécuaro Jiquilpan Tacámbaro Zacapu Otras Total NO. DE PROCESOS 14 11 9 9 9 5 6 447 PORCENTME APROXIMADO 3.1% 2.5% 2% 2% 2% 1.1% 1.6% 100 % FUENTE: A.H.P.J.M. Libro de causas criminales concluidas, 1827-1897. El panorama que presentaban los homicidios era muy semejante al de las heridas en tanto que tampoco existieron horarios determinados para cometerlos, y por las armas empleadas en este tipo de acciones que fueron casi las mismas. Los inmiscuidos en estas infracciones a la ley, los ubicamos dentro de las profesiones o actividades señaladas con antelación, siendo las rancherfas, haciendas, estancias o pueblos, los escenarios más frecuentes de los homicidios. 152