TÉCNICOS Y HUMANISTAS VÍCTOR GÓMEZ FRÍAS GETINSA

Anuncio
TÉCNICOS Y HUMANISTAS
VÍCTOR GÓMEZ FRÍAS
GETINSA
RESUMEN
Se presenta la diferencia entre la formación técnica y humanística, prestando atención a las repercusiones sociales
que implica. Se identifica un diferente paradigma conceptual de la realidad en técnicos y humanistas, a partir de los
que se extrae un patrón de comportamiento de los técnicos con varias dimensiones como son la actitud ante el riesgo
o la calidad, la preeminencia social, la perspectiva acerca del progreso, la ética, lo práctico o la especialización.
Introducción
La idea de realizar este artículo surge de la observación por parte del autor de auténticas barreras
culturales entre grupos humanos de una misma sociedad –la española–, por causa de haber
recibido una formación superior técnica o humanística. No se trata simplemente de diferente
contenido del saber especializado pues, aunque un ingeniero de telecomunicaciones y un
ingeniero de caminos compartan más estudios comunes entre sí que con un licenciado en
filosofía, los conocimientos sustantivos concretos son en cualquier caso muy diferentes entre
unos y otros ingenieros. Sin embargo, la concepción del mundo, o concepciones (práctica,
trascendente, ética) pues no siempre son homogéneas, son radicalmente distantes entre técnicos y
humanistas.
La reflexión sobre la existencia de estas diferencias culturales no es ciertamente original, y puede
considerarse incluso tópica en la sociedad actual. En términos aún válidos hoy, José Ortega y
Gasset en “La rebelión de las masas” (1930) recogía un ensayo publicado poco antes en el
periódico “El Sol” llamado “La barbarie del especialismo”, donde ya criticaba el peligro de la
separación de los saberes:
“[…] antes los hombres podían dividirse, sencillamente, en sabios e ignorantes,
en más o menos sabios y más o menos ignorantes. Pero el especialista no puede
ser subsumido bajo ninguna de esas dos categorías. No es un sabio, porque
ignora formalmente cuanto no entra en su especialidad; pero tampoco es un
ignorante, porque es ‘un hombre de ciencia’ y conoce muy bien su porciúncula de
universo. Habremos de decir que es un sabio ignorante, cosa sobremanera grave,
pues significa que es un señor el cual se comportará en todas las circunstancias
que ignora, no como un ignorante, sino con toda la petulancia de quien en su
cuestión especial es un sabio.”
Compartimos que la cuestión sigue siendo constituyente un conjunto importante de los
problemas de identidad que padecemos, y quizá también de los de convivencia. Sirvan comos
ejemplo la apatía de los jóvenes ante su contexto político y la perspectiva deshumanizante de sus
carreras profesionales. En cualquier caso, no se pretende como solución una unificación del
paradigma cultural de técnicos y humanistas, pero sí la búsqueda de elementos de encuentro a
través de la comunicación.
1
En consecuencia, el propósito del texto es profundizar en el análisis de las barreras culturales
para, primeramente, verificar la hipótesis sobre su impacto social, y, si se comprueba, explorar
propuestas de acercamiento cultural que sirvan como solución. El punto de vista no es el de la
técnica pedagógica, aun reconociendo que sea por sí solo el más válido para estudiar el
problema, sino el filosófico, es decir, buscando las implicaciones en el conocimiento de la
realidad y en el sentido del obrar humano.
El alcance previsto para este estudio no atiende de igual manera los arquetipos filosóficos que
utilizan técnicos y humanistas, sino que se centra en los primeros. No obstante, su
caracterización se realiza en numerosas ocasiones por contraposición a los humanistas y también
se realizan propuestas acerca de facilitar el entendimiento entre unos y otros.
Asimismo, se puede indicar que la distinción entre técnicos y humanistas es obvia en el plano
profesional, pero que creemos que también se produce en el personal y, al relacionarse los
individuos, en el social y político. Por eso, nos ocuparemos primeramente de analizar al técnico
en el desempeño de su profesión, pero después comprobaremos si sus características se trasladan
al ámbito personal, es decir, graduaremos su “deformación profesional”.
Resultaría ciertamente útil realizar estudios sociológicos, en particular, entrevistas a parejas o
familias cuyos miembros sean de extracto exclusivamente técnico o humanístico, o bien mixto.
Caveat mas posponemos intentar esta trabajosa campaña, para la que se necesitaría la
colaboración de especialistas, hasta comprobar, al menos en parte, que el objeto de estudio es
algo más que un abuso del vicio taxonómico.
Sentados los objetivos y apartadas, por el momento, las observaciones sobre el terreno, el
contenido del estudio que nos proponemos comprende: a) clasificación de las formaciones o
profesiones; b) descripción del paradigma conceptual de la realidad de los técnicos frente al de
los humanistas; c) análisis de las relaciones personales, profesionales y políticas entre ambos
grupos; d) propuesta de un marco conceptual sobre los elementos de acercamiento a través de la
educación y la comunicación.
No se presenta una metodología científica puesto que el estudio solo pretende ser por el
momento un primer análisis por el autor del interés de la cuestión, e incluso de la existencia
misma de la problemática en la sociedad. Por lo tanto, se adopta el discurso del ensayo sin seguir
expresamente ninguna metodología.
Desprovistas por tanto de soporte científico, muchas de las afirmaciones que se presentarán
sobre el desconocimiento o desinterés de los técnicos sobre ciertas cuestiones, podrían ser
calificadas de gratuitas inquinas, sobre todo, si se quisiesen atribuir a opiniones presuntuosas o
despechadas del autor, técnico de origen y que solo ahora inicia sus primeros pasos en las
Humanidades. No encontramos defensa ante esto, simplemente declaro que el objetivo no es otro
que satisfacer una curiosidad y aportar algunas ideas de mejora a esta sociedad en la que
conviven tan alejados técnicos y humanistas.
Clasificación de las formaciones o profesiones
Hemos venido haciendo referencia a la distinción entre técnicos y humanistas, sin atender a la
definición de unos y otros. En primer lugar, antes de ocuparse de cada grupo, cabe plantearse si
esta distinción se origina por la formación recibida o por la profesión desempeñada. Creemos
reconocer una influencia de ambos factores en la personalidad de una persona (más adelante nos
2
ocuparemos de hecho de su interacción para el caso de los técnicos) pero con una preponderancia
de la formación, lo que queda reforzado por el escaso salto de una profesión a otra (técnico a
humanista, o viceversa) de quien se ha formado en una de las ramas.
Esta formación determinante no es toda la que han recibido las personas, puesto que durante toda
la enseñanza primaria es común, sino la divergente, que comienza a manifestarse en la enseñanza
secundaria y se convierte en excluyente en el período universitario, donde técnicos y humanistas
no comparten por lo general ni una sola materia, incluso cuando se deja libertad para optar por
cualquier asignatura para una pequeña parte del itinerario curricular).
Podemos asociar por lo tanto técnicos y humanistas a dos grupos de enseñanzas universitarias,
asimilables a las clásicas Ciencias y Letras –Letras Humanas, en el Diccionario de la Real
Academia Española– del bachillerato tradicional (aunque, como veremos el término “Ciencias”
puede resultar equívoco para clasificar a los técnicos).
En sus profesiones, los técnicos desempeñan la función social de resolver necesidades prácticas
concretas. Para los humanistas esta función no es de acceso inmediato y se dedican con
frecuencia (con una preparación muy adecuada, pero también sin apenas encontrar alternativas)
al cultivo del espíritu –metafóricamente considerado–, ya sea propio o, con más frecuencia y
para poder ganarse la vida, ajeno, es decir, a la educación.
Para delimitar más precisamente esta dicotomía entre técnicos y humanistas conviene hacer
referencia a las cinco especialidades educativas que se manejan actualmente: Artes y
Humanidades, Ciencias, Ciencias de la Salud, Ciencias Sociales y Jurídicas, Ingeniería y
Arquitectura. La primera corresponderían a los humanistas, y todas los demás a los técnicos,
siendo sus más claros representantes los ingenieros.
No obstante, hay que distinguir varias excepciones. La primera es no identificar a los artistas con
los estudiantes de Artes, y por lo tanto como humanistas. Los artistas no se caracterizan por su
formación (aunque en mucha ocasión sea precisamente la de las Artes) sino por una
predisposición creativa del espíritu, que correspondería con más propiedad a una profesión
ejercida con notable libertad. Casi lo mismo se puede decir de los científicos o investigadores,
quienes a pesar de tener necesariamente una formación de Ciencias o de cualquiera de las otras
ramas, manifiestan una voluntad de traspasar los límites de lo conocido (es decir, de lo
establecido) que los diferencia de quienes habiendo recibido su misma formación, la utilizan sin
cuestionar ni avanzar en su conocimiento. De hecho, como ya reconocieran los institucionistas
de Francisco Giner de los Ríos y otras corrientes pedagógicas desde mediados del siglo XIX,
artistas y científicos forman especies muy similares, y también bastante raras, y no constituyen el
objeto de atención de este texto.
Conviene entonces indicar que quienes estudiaron Ciencias no son, salvo excepciones,
científicos, sino técnicos, puesto que se limitan a aplicar lo aprendido en contextos de resolución
de problemas prácticos con una componente tecnológica. Técnicos son también los formados en
las Ciencias Sociales y Jurídicas, puesto que aplican un conocimiento especializado a problemas
abiertos, en los que cuenta más la práctica y la experiencia que el saber teórico. Igualmente, la
enseñanza de las Ciencias de la Salud se dirige a la resolución de unas necesidades concretas de
la sociedad, que implicar manejar con destreza las correspondientes técnicas. Los arquitectos son
desde luego también técnicos, aunque en sus estudios y en sus obras se busca una cercanía a la
concepción artística.
3
Humanista viene de “hombre”, lo que es coherente con lo adelantado acerca de que este
colectivo es quien más se preocupa de atender el espíritu, atributo distintivo de los hombres. La
técnica (cuya raíz se remonta al griego τέχνη, que significaba “arte”, sorprendente unidad
original de significados que nos ocupará más adelante), por el contrario, hace referencia al
manejo de los instrumentos y de los procedimientos, por lo que parece encontrarse más cercana
al universo de los objetos.
Esta nueva distinción fisuraría la establecida anteriormente para las cinco ramas educativas
actuales puesto que, aunque una buena parte de los técnicos suelen tratar con frecuencia con
objetos (quienes estudiaron Ciencias, los ingenieros y Arquitectos, también por lo general los
economistas), para otros es el hombre el centro de su atención (los médicos y, por lo general, los
juristas). Sin embargo, creemos que este planteamiento es erróneo puesto que, en realidad, todas
las profesiones están desempeñadas por hombres y, al cabo, tienen como objetivo el hombre, por
lo que la verdadera diferencia es ocuparse de él a la manera de los técnicos (delimitando
problemas concretos y resolverlos) o de los humanistas (a través del estudio). Esto no obsta a
que, puesto que los técnicos suelen llegar al hombre a través de los objetos, sea más fácil que lo
traten como tal. Aunque entre los técnicos existen muy diferentes maneras de razonar, este
artículo solo trata de mostrar lo que entre ellos tienen en común frente a los humanistas.
A toda esta clasificación de profesionales según sus conocimientos puede oponerse que la
inteligencia de los individuos, que se encuentra repartida en ambos bandos, acaba siendo el
factor diferencial de la manera de actuar de cada persona. Sería efectivamente interesante,
destilar lo que se indica en este texto de manera que no exista contaminación por estar influido
por desiguales talentos en cada grupo. Según se ha señalado, no hay ocasión en este estudio para
esos análisis sociológicos tan finos, pero creemos que, a pesar del diferente proceder de las
personas según su inteligencia, sí que existe una influencia por su conocimiento.
Finalmente, puesto que hemos dividido en técnicos y humanistas a la población según su
formación universitaria, conviene aludir a aquellas personas que no han alcanzado este nivel
educativo. Propiamente técnicos serían aquellas personas que hubieran seguidos estudios más
prácticos, o que independientemente de su nivel de estudios, desempeñasen con cierta autonomía
una profesión de las que suelen corresponder a técnicos. Es mucho menos frecuente que personas
con formación alejada de la universitaria se comporten como humanistas. Existe así un colectivo
amplio de personas, generalmente sin estudios, que no son clasificables en técnicos o
humanistas, puesto que no se obran como ninguno de ellos, y que ocupan profesiones de escasa
responsabilidad y autonomía, donde sirven como mano de obra fácilmente intercambiable. Este
grupo de personas tampoco es objeto de análisis en este texto.
Descripción del paradigma conceptual de la realidad de los técnicos frente al de los
humanistas
El objeto de este texto es describir la visión de los técnicos sobre la realidad que los rodea.
Obviamente existen amplias diferencias dentro de este colectivo en función de sus sensibilidades
y experiencias personales, su formación, sus capacidades, pero creemos poder identificar un
núcleo común entre los técnicos diferente al de los humanistas en torno a esta concepción del
mundo.
Este apartado comienza con el análisis de la conciencia de los técnicos sobre su propia
concepción de la realidad. Los apartados “Lo mejor es enemigo de lo bueno” y “Probabilidades”
se dedican a desarrollar en los procesos de decisión de los técnicos, de sustrato científico pero
marcado por las exigencias prácticas.
4
A continuación, se aclara el origen de la convivencia en su comportamiento de la virtud de la
discreción y el vicio de la arrogancia . En “Experiencia” y “Sentido común” se observan las
componentes que influyen en los sistemas de razonamiento. Se estudia la idea de los técnicos
acerca del sentido del progreso y se complementa con las normas éticas que los influyen. Por
último, en “Generalista o especialista” se analiza si existe en al actualidad una inversión de la
tendencia al especialismo que advirtió Ortega, concluyéndose que este modelo permanece
vigente.
Conciencia sobre la propia concepción de la realidad
Entrando ya en materia acerca de la manera de pensar de los técnicos, el primer aspecto que
estudiamos es la escasa conciencia de los técnicos acerca de la existencia de una propia
concepción de la realidad. Podemos señalar que en el entorno humanístico se debaten con
frecuencia cuestiones como los posicionamientos conceptual e ideológico con el que se aborda el
conocimiento, la naturaleza de la realidad y su percepción, el sentido metafísico y moral de la
existencia humana, etc. Esto ocurre desde luego en el ámbito de la filosofía, donde estas
cuestiones constituyen el objeto mismo de estudio, pero también en otras disciplinas
humanísticas que, sin dedicar su atención objetiva a estas cuestiones, permanecen atentas a su
impacto epistemológico en sus disciplinas.
Los técnicos (no hablamos de los científicos, más adelante realizaremos la distinción), por el
contrario, suelen manejarse al margen de estas disquisiciones tanto en su ámbito profesional
como en el personal y el social o político. Pocos se cuestionan si lo percibido, lo conocido o lo
deseado está condicionado por la manera de entender el mundo. Palabras ya aparecidas en
anteriores párrafos como “paradigma” son raras en sus discursos, pues la mayoría desconocen
incluso su significado.
Una consecuencia de lo anterior es que los técnicos que ocupan puestos de responsabilidad social
tienen, por tanto, una inclinación a minimizar la importancia de puntos de vista diferentes. Aun
sin caer en posiciones políticas extremas, este modo de proceder conduce sin duda a posiciones
más autoritarias.
Una rama de esta falta de conciencia de la propia visión es la escasa reflexión sobre la pedagogía
de las enseñanzas técnicas. Aunque ocurre en todas las disciplinas, humanísticas como técnicas,
los alumnos de estas últimas son menos conscientes de lo que “los profesores están haciendo con
ellos”. Se conciben las materias como una acumulación de conocimientos sobre objetos variados
pero de vocación práctica, sin reconocer que también sirven para edificar una visión del mundo e
incluso un posicionamiento ético. Tampoco los docentes ni los diseñadores de planes de estudios
prestan mucha atención a estas cuestiones.
Por último, causa (y, al cabo de tantos años de mantenerse este tipo de formación, también
consecuencia) de esta reducción del reconocimiento de la legitimidad de los diferentes puntos de
vista es no mencionar a los autores de las ideas que aprenden los técnicos. Esto tiene relación
con la discreción con que suelen obrar los técnicos –de la que se hablará más adelante–, pero
aquí interesa señalar que supone ocultar a los autores críticos a lo largo de la historia del
conocimiento científico y técnico, lo que refuerza la creencia en la existencia de una concepción
de la realidad. Compárese con los estudios de Filosofía, cuyo núcleo es la narración de historia
de los sistemas de ideas que han ido sucediéndose, a veces completando o reformando los
anteriores, pero con frecuencia enmendándolos de plano.
5
“Lo mejor es enemigo de lo bueno”
Los técnicos se mueven mejor en la práctica que en la teoría, o lo que viene a ser equivalente,
resuelven problemas más que buscan razones. Ambas contraposiciones se pueden equiparar
puesto que los técnicos suelen manejarse profesionalmente con fórmulas de funcionamiento que,
aunque tengan una base o una inspiración científica, su sanción final viene dada por su
operatividad. Es decir, están habituados a pensar que es difícil comprender el origen o el porqué
de un problema, pero que eso no impide encontrar una solución al mismo que funcione. Los
científicos alegarían que nada asegura que esa salida al problema a ciegas de sus causas sea la
mejor y que incluso es posible que acabe resultando contraproducente; la réplica de los técnicos
es que “lo mejor es enemigo de lo bueno”.
El origen de este rechazo de los técnicos a encontrar las causas de los problemas se encuentra en
la formación especializada. Entre los pedagogos de las enseñanzas técnicas se maneja el objetivo
de lograr que los alumnos se acostumbren a formular y resolver problemas “de diseño abierto”
(término inusitado entre pedagogos de Humanidades). El entrenamiento educativo comienza con
problemas cuyo enunciado es confuso o incompleto, pero para el que se exige encontrar una
solución razonable. Después, se va extendiendo a que el aprendiz identifique por sí mismo los
posibles problemas prácticos de un determinado entorno real y les busque una salida.
Los técnicos, en el uso popular, se asimilan a los científicos, por la clásica distinción de los
estudios Ciencias y Letras. Pero, aunque es cierto que los técnicos fundamentan su formación en
el conocimiento científico, ésta no se interesa nada por su método y las enseñanzas técnicas o
aplicadas que completan su instrucción lo alejan definitivamente de la búsqueda de explicaciones
robustas a la realidad.
Se discute si el término “ingeniero” (figura prominente entre los técnicos) proviene del ingenio
que se atribuía a sus primeros representantes o del producto de su trabajo, las máquinas o
artificios (engine, en inglés). Siguiendo al Diccionario de la Real Academia parece que ambas
vías se unifican puesto que la etimología de “ingeniero” remite a la acepción de “ingenio” como
máquina, y la de “ingenio” remite a una única raíz latina de ingenĭum. Siendo así, el ingenio hace
referencia a la “facultad del hombre para discurrir o inventar con prontitud y facilidad”, que es
precisamente el modo de proceder de los técnicos, resolver sin tardanza y sin parar en mientes,
convencidos de que lo ganado en atajar rápido el problema compensará el que se pierda la
oportunidad de aplicar un sustituto más efectivo, pero más costoso de hallar.
Probabilidades
¿Afirmarían esto con seguridad total para cada caso? Probablemente no, dirían que es con alta
probabilidad, y he aquí otra característica distintiva de los técnicos, relacionada con la anterior
de “no complicarse la vida”. La probabilidad matemática es la proporción de que un suceso
ocurra de una determinada manera entre todas las posibles que existen. Exige, por lo tanto, que el
suceso siga una determinada ley, normalmente comprobada en repeticiones anteriores, pero los
técnicos ensanchan su significado y hablan de “un 70% de posibilidades de que el jefe me pague
una gratificación” o incluso de “un 40% de que me apetezca ir al cine”, sin necesitar comprobar
patrón alguno de comportamiento de esos individuos ante esas situaciones.
Es frecuente que a los no técnicos de nada sirvan esas estimaciones probabilísticas. En el
ejemplo de la subida la gratificación podrían decir que “más bien creo que sí” pero sin más
opción que esperar puesto que la respuesta depende del jefe, y puede ser tanto un “sí” como un
“no” (lo que los técnicos remedarían diciendo que “sí o no, un 50% de probabilidades”). Sin
6
embargo, estas probabilidades sí tienen una utilidad esencial para los técnicos puesto que les
sirve de justificación de posibilidades: multiplicando ganancias y probabilidades, y sumándolas
después.
Los técnicos por lo tanto extienden el uso profesional de las probabilidades (cada cuántos años
viene una riada importante, resistencia media del hormigón) a ámbitos casi impredecibles, como
el comportamiento humano. Se fuerza la visión cientificista de que todo responde a unas leyes
naturales para asumir que sobre cualquier suceso futuro se puede aventurar una probabilidad
estimada sobre la que tomar decisiones.
En ocasiones, las mismas probabilidades dejan de ser un instrumento y se convierten en
generadoras de nuevos modelos de concepción de la realidad. Así ocurre con los denominados
coeficientes de seguridad que vienen a consagrar la renuncia a conocer exhaustivamente el
funcionamiento de nada por suponerse toda teoría imperfecta y todo suceso sujeto a imprevistos
y contingencias, lo que exige incorporar en cualquier cálculo unos márgenes de prevención que
permiten asegurarse de que (con alta probabilidad) no se excederán sus previsiones.
La alta estima por los coeficientes de seguridad convierte a los técnicos en más tolerantes frente
a las imprecisiones en otros ámbitos, tales como presupuestos. Conceden más valor a la
aproximación rápida, al “número gordo” que a la precisión matemática; escriben la vida con
trazo grueso. Filosóficamente, existiría una tensión dialéctica en torno a la clasificación como
holistas, puesto que por un lado razonan como si la realidad (especialmente las decisiones que le
afectan) fuese computable mediante adiciones y, por otro lado, se contentan con manejar
aproximaciones genéricas a la misma.
Las probabilidades pueden considerarse expresiones del riesgo por lo que, al ser capaz de
concretar en cifras las incertidumbre, se adopta también una actitud más confiada ante éstas. Eso
hace que los técnicos que se encuentran en la situación de decidir por otros tengan menos
temores ante los peligros, lo que viene a reforzar la ya señalada falta de dudas ante la divergencia
de puntos de opinión.
Discreción y arrogancia
Han aparecido ya dos facetas que pueden parecer contradictorias en el técnico. Por un lado, la
escasa importancia que se concede a figurar como autor (la virtud de la discreción) y, por otro, la
seguridad en sí mismo para decidir sin consultar a otros (el vicio de la arrogancia). Las razones
de esta última han quedado ya aclaradas al explicar que los técnicos no suelen reconocer (con
frecuencia, ni siquiera conocer) la posibilidad de arquetipos mentales igualmente válidos desde
los que se puede llegar a soluciones diferentes y también por su confianza en procesos de
decisión basados en elementos “ultrarracionales” como las probabilidades.
Sin embargo, en el técnico, acompaña a esta inmodestia de no dudar de sus decisiones un
carácter reservado en lo relativo a publicitar sus obras (especialmente en el caso de los
ingenieros). La razón de este comportamiento no se encuentra en la cautela del inseguro sino en
la humildad de quien se considera parte de un grupo esencialmente homogéneo en conocimientos
y capacidades, ya que su desarrollo profesional no consiste en aportaciones individuales al
conocimiento sino en acumular “experiencias”. Este es el origen del corporativismo, plenamente
vigente en la sociedad española actual donde, a pesar de la presión de la competencia, los
técnicos suelen estar convencidos de la alta valía de quienes comparten su profesión. Esta
característica es desde luego opuesta al individualismo que es propio tanto de humanistas, como
de científicos y artistas.
7
Según el diccionario académico, el corporativismo es la “tendencia abusiva a la solidaridad
interna y a la defensa de los intereses del cuerpo”. Efectivamente, aunque los técnicos ven en
este atributo un respaldo a sí mismos como parte de un grupo, en realidad produce un
debilitamiento por la falta de apoyos externos y la pérdida de autoexigencia, lo que constituye un
círculo vicioso que no se plantean abandonar a pesar de la voluntad de actuar racionalmente que
suele guiarlos.
En algunas profesiones técnicas, coadyuva a la discreción la conciencia de servir a una función
de eminente utilidad social. Es el caso de las que tienen su origen en actividades que ha de
impulsar el Estado, como son las obras públicas. De nuevo, discreción y arrogancia vienen de la
mano, puesto que esta alta tarea refuerza la legitimidad de actuar “para el pueblo pero sin el
pueblo” (conocido lema del Despotismo Ilustrado, cuando surgieron precisamente en Francia y
en España los cuerpos de ingenieros estatales).
Experiencia
Se ha caracterizado al técnico como una persona que recibió una formación en Ciencias, pero
que no es un científico. Pero también se ha indicado la importancia que tiene la experiencia en su
personalidad (como profesional, nos referimos todavía).
La experiencia constituye un valioso complemento al conocimiento académico, pero también su
mayor amenaza. Los técnicos parten en su formación de una base científica, que se completa con
el aprendizaje de procedimientos y tecnologías concretos, solo parcialmente respaldados por la
ciencia, puesto que su valor no reside en el rigor sino en la utilidad. Así, en el propio aprendizaje
universitario se comienza un camino por el que se va alejando de la ciencia; continuarlo durante
la práctica profesional resulta natural para el técnico.
Consiste la experiencia en acumular observaciones y acciones sobre casos reales, necesariamente
diferentes a los modelos estudiados. La realidad es siempre compleja y en manos de nadie está
hacerla simple, pero sí corresponde al técnico convertirla en un problema que intentar resolver.
Este problema podría ser fácil o difícil (y no simple y complejo, pues ya no nos encontramos en
la realidad sino en la ficción), según las habilidades del técnico para percibir matices en el
problema y para asimilarlo a uno de los modelos conocidos.
Sin embargo, el técnico nunca goza del infinito horizonte de acción que se concede al incierto
avance de la ciencia, sino que se le exige (y tampoco concibe él de otra manera su trabajo, puesto
que así se le inculca al formarle) respetar estrictos límites de recursos (tiempo, dinero…) que le
obliga a defender, como se indicó, que “lo mejor es enemigo de lo bueno”. De esta manera, el
técnico se habitúa a temer los problemas difíciles aun, por prudencia, cuando pudiera gozar de
los recursos suficientes, y, según avanza en su experiencia, cortocircuita el paso de la realidad a
la ficción para simplificar en extremo, de manera que los problemas sean siempre fáciles.
No pretendemos negar cuanto de positivo tiene la experiencia para formar la intuición y, si se
acompaña, de capacidades analísticas y sintéticas, para consolidar el conocimiento teórico. Sin
embargo, creemos que la experiencia según la incorporan los técnicos es igualmente el puntal de
ese ánimo exageradamente resolutivo que supone la consagración de la chapuza y el tirar
p’alante.
8
Sentido común
El técnico confía en su sentido común, lo que recoge dos elementos ya mencionados: la
racionalidad y la intuición. También niega que el componente de la racionalidad abunde entre los
humanistas, considerando que rematan con su desestructurada formación su escasa
predisposición al análisis ordenado.
Limitándonos al punto de vista de los técnicos, esta despectiva y errónea creencia se encuentra
firmemente arraigada por continuadas tradiciones, como el corporativismo del que se imbuyen
los aprendices y que después transmiten ellos cuando se encuentran en la posición de maestros.
El técnico, según se ha dicho, no maneja el método científico pero si se le pretendiera acusar por
esa vía de falta de rigor, diría que en el fondo viene a ser el mismo sentido común.
Con estas armas, el técnico es y se siente capaz de acometer grandes proyectos, lo cual sin duda
tiene una significativa relevancia social puesto que empresas de esa envergadura son necesarias
en el mundo desarrollado. Pero, la intuición –o más bien la sensación de estar dotado de ella–
que determina la audacia, se presenta indistintamente en los técnicos, sean mayores o menores
sus habilidades profesionales. La consecuencia es que se potencia la naturaleza de cada cuál, no
encontrándose los mejores con la traba del miedo, pero tampoco los peores con el freno de la
prudencia, lo que provoca que sean muy desiguales los resultados de sus obras.
No obstante, el respaldo que creemos encuentran los técnicos en la intuición, esta cualidad se
encuentra nominalmente desprestigiada en su entorno. Efectivamente, conceden a la experiencia
un valor de maduración por sí misma que la convierte en conocimientos estructurados, puesto
que, en abstracto, la única legitimidad de las decisiones se encuentra en la racionalidad. La
intuición no sería entonces arma de técnicos, sino de todos los demás (artistas, científicos,
humanistas). Sin embargo, creemos que no ocurre precisamente así, pues los técnicos, según
avanza su experiencia, proceden de manera menos racional y, por lo tanto, más intuitiva.
El sentido del progreso
El francés Jean-Rodolphe Perronet, fundador en 1747 de la École Nationale des Ponts et
Chaussées, la primera escuela de ingenieros en el mundo, dictó que éstos en su formación debían
integrar el conocimiento la técnica, la ciencia, el arte y el humanismo, según un ideal
renacentista. Ortega en “La barbarie del especialismo” indica que el siglo XIX comienza dirigido
por personas con saber enciclopédico y producción especializada, data en la siguiente generación
la pérdida de la cultura integral y en 1890 la aparición de un nuevo científico que desprecia
abiertamente el diletantismo de la multidisciplinariedad.
Sin embargo, para los técnicos esta ruptura se había adelantado un siglo puesto que las ideas de
Perronet se olvidaron tras el triunfo de la Revolución Francesa y la creación en 1791 de la –
desde entonces más prestigiosa– École Polytecnique, donde se consagró la concepción de la
ingeniería como mera ciencia aplicada (como indica Aracil, 2000). En otras palabras, según lo
explica Antonio Valdecantos (1999), la separación de civilización y cultura comienza en el siglo
XVIII, cuando también técnica y arte –absolutamente unidos en la lengua griega clásica– separan
para siempre sus caminos.
Los técnicos se ocupan de la civilización, que interpretan en el sentido de la época inacabable
que es la Ilustración, es decir, como un progreso continuo en términos de productividad,
eficiencia, grandes obras, etc. Efectivamente, su arquetipo de pensamiento es, según se ha visto,
9
plenamente acorde con esta necesidad de limitar el uso de los recursos y lanzarse con las
menores dudas a emprender.
Ética
Los técnicos eluden la palabra “ética”, que hace referencia a juicios morales absolutos, sobre el
bien y el mal. Aunque tampoco con ahínco, sino como una mera referencia institucional, se rigen
por la deontología, cuyo alcance se limita a los deberes. Esto es coherente con lo aludido acerca
de la falta de reconocimiento de los técnicos de diferentes paradigmas de pensamiento.
Por supuesto, los técnicos manejan como todas las personas códigos y normas morales, pero no
reflexionan mucho sobre ellas. Su adquisición puede recibir los más variados influjos naturales y
sociales (en particular, señalemos que la familia de un técnico puede no estar formada por
técnicos), que son especialmente determinantes en la infancia, según declaran los psicólogos.
Nada aportamos en este sentido y en nada se distinguen los técnicos de los humanistas en cuanto
a las bases de su educación humana.
Lo interesante es el influjo ético que reciben los técnicos por el propio ambiente profesional, que
viene marcado por dos agentes de los que se ha tratado: el sentido del progreso, interpretado
colectivamente, y la experiencia. Javier Gomá (2005) trata en su ensayo “Imitación y
experiencia” de la adquisición de valores a través de la relación con otras personas. Sin negar la
validez del esquema, no hemos querido incorporar la imitación junto a los otros dos influencias
morales puesto que los técnicos, profesionalmente, hemos visto que no suelen conocer los
autores de las ideas y apenas lo de las obras, conceden mucho valor a lo validado colectivamente
luego desconfían de las aportaciones individuales y, por lo tanto, se fijan más en personas
determinadas para desear sus resultados que para copiar sus maneras.
Generalista o especialista
Volvemos a la advertencia orteguiana acerca de los peligros del especialismo y, nos encontramos
que, aunque no dudaríamos en considerar a los técnicos como extremadamente especializados,
ellos elogian cada vez más la figura del generalista. ¿Nos encontramos entonces, tras varias
generaciones, con una inversión de la tendencia a la parcelación del conocimiento? Creemos que
no es así, sino que se trata más bien de una confusión de términos ante cambios de otra índole,
que son los que se están produciendo por el fenómeno de la globalización.
En efecto, lo ensalzado por los técnicos no es el sabio generalista, que se maneja entre la técnica,
la ciencia, el arte y el humanismo, como esperaba Perronet. Su aspiración es ser técnicos
generalistas, que no es otro que quien, por su vasta experiencia, puede acometer proyectos de
amplio impacto social, y ahora también, participar del “giro gestionarial”, que viene exigido por
la sociedad actual, en la que se gestiona más que se hace, aunque el contenido de la ubicua
gestión permanece formado por conocimientos técnicos sin dejar paso a los humanísticos.
10
Bibliografía
(1) Aracil, J. (2000). “Humanidades e ingeniería”. Conferencia pronunciada en la Universidad de
La Laguna el 28 de mayo de 2000.
(2) Arroyo, B. (2004). “La formación a lo largo de la vida”. Conferencia pronunciada en la
Universidad Politécnica de Cataluña el 11 de mayo de 2004.
(3) García Madruga, J.A. (1998). Conceptos fundamentales de psicología. Madrid: Alianza
Editorial.
(4) Gomá Lanzón, J. (2005). Imitación y experiencia. Madrid: Crítica.
(5) Ortega y Gasset, J. (1930). (Consultada edición de 1969). La rebelión de las masas.
Barcelona: Círculo de Lectores.
(6) Valdecantos Alcaide, Antonio. (1999). Contra el relativismo. Madrid: Editorial Visor.
11
Descargar