¿HAY PARA DIOS ALGUNA COSA DIFÍCIL?

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Conferencia General Octubre 1980
¿HAY PARA DIOS ALGUNA COSA DIFÍCIL?
Douglas W. DeHuan
Presidente de la Estaca Este de Portland, Oregon
Algunas veces, realizar los diferentes proyectos de los servicios de bienestar de la
Iglesia puede parecer para nosotros una experiencia temporal. Luego de haber
pasado todo el día trabajando en os cultivos de una de las granjas de la estaca, bajo
el ardiente sol de verano; o de volver a casa cerca de la media noche, sabiendo que al
otro día tenemos que estar en nuestros propios trabajos a las 7:00 de la mañana
después de haber trabajado toda la tarde y parte de la noche, en una fábrica de
enlatados. Seguramente nos sintamos exhaustos, aunque satisfechos, y no se nos
ocurra pensar que hemos tenido una experiencia espiritual.
En Doctrina y Convenios 29:34 se nos dice claramente que lo que el Señor nos
pide que hagamos es siempre de orden espiritual. El nos ice: ". . y en ningún tiempo
os he dado una ley que fuese temporal . . ."
Hace tres años por esta misma época, recibí una demostración del Señor de este
principio, de un modo muy especial. La Estaca Este de Portland, Oregon, durante seis
años o más había estado dedicada a la instalación de una granja lechera, que estaba
ubicada en una isla en el río Columbia y que es una de las empresas de estaca más
grandes en toda la Iglesia. El hecho de su magnitud, y también el haber tenido que
empezarlo prácticamente de la nada, ha requerido de nuestros miembros grandes
sacrificios en cuanto a las cantidades de dinero y tiempo que tenían que contribuir.
Por ser éste un proyecto nuevo habíamos tenido pérdida todos los años, pero
esperábamos que ese año, 1977, saldríamos con ganancia. El resultado dependía de
que cosecháramos unas 30 hectáreas plantadas de maíz, el cual íbamos a utilizar para
alimentar el ganado. En septiembre, inoportunamente había llovido casi todos los
días, y cuando llegó el primero de octubre, día que teníamos planeado cosechar,
supe con seguridad que iba a ser casi imposible hacerlo. En esa isla cuando llueve
mucho, el terreno se satura de agua, y el lodo impide el trabajo de las maquinarias
agrícolas. Una vez que se satura, tiene que hacer buen tiempo por más o menos un
mes para que otra vez se puedan usar vehículos. Durante el invierno y casi hasta el
mes de junio, e1 campo donde teníamos plantado el maíz queda completamente
cubierto de agua.
En vista de que visito la granja una vez por semana siempre tengo en mi
automóvil un par de gotas de goma. Ese primero de octubre, decidí ponérmelas y
caminar entre las plantas de maíz; no bien lo había hecho me di cuenta de que los
caminos estaban llenos de barro y cubiertos de charcos. No sé qué me impulsaba a
continuar caminando, pues en ciertos lugares el barro casi me llegaba al borde de las
botas. Era un día obscuro y nublado, y las gotas de lluvia salpicaban al caer sobre los
charcos. Algunos de los empleados de la granja me habían dicho que unos días antes
habían llevado al cultivo una de las maquinarias y habían tenido que dejarla
abandonada allí, pues se había atascado en el barro.
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Al caminar, noté que el maíz había crecido espléndidamente; cada planta medía
de tres a cuatro metros de altura. Yo muy rara vez me deprimo, pero ese día
realmente me sentía triste. Sabía cómo habíamos trabajado todos para tener esos
resultados, y lo que significaba que todo se perdiera. Finalmente llegué al lugar
donde se encontraba la cosechadora, y al dirigir la vista hacia adelante vi que todavía
estaba allí atascada en el lodo. No sé por qué decidí caminar hasta ese lugar, y en
ese momento mientras chapaleaba en el barro en dirección a la máquina, me
sobresalté al oír una voz. Estoy seguro que la voz surgió de mi mente, pero era la voz
de amonestación del presidente Kimball que me decía: "¿Hay para Dios alguna cosa
difícil?" (Génesis 18:14.) Al igual que vosotros, he oído al presidente Kimball decir
esto muchísimas veces, pero hasta ahora nunca le había prestado mayor atención.
Sonreí y mientras caminaba me dije a mí mismo: "Sí, Presidente, creo que este
desastre es muy difícil de solucionar aun para el Señor".
Cuando llegué a donde estaba la máquina se me ocurrió subirme y desde allá
arriba pude divisar 30 hectáreas de esta hermosa plantación de maíz. Mientras
miraba desanimado, otra vez escuché la voz que me hablaba con más firmeza.
"Presidente, ¿hay para Dios alguna cosa difícil?"
Esta vez me sentí avergonzado por mi actitud de desánimo, y en lugar de mirar
hacia abajo, me encontré mirando hacia el cielo. Antes de que pudiera darme cuenta
de lo que hacía, empecé a hablarle en voz alta al Señor, a rogarle con toda mi fe, y
cuando hube terminado había dejado la cosecha en manos de Dios y lo había hecho
bajo el poder del sacerdocio de Dios. Recuerdo que cuando descendí de la
cosechadora, las lágrimas aún corrían por mis mejillas y en el camino de regreso
empecé a sentirme preocupado y a tener conciencia exacta de lo que había hecho.
Sin embargo, sabía que lo había hecho con fe, que existía una necesidad real, y que
mi pedido era justificado.
Debido al carácter espiritual de la experiencia que había tenido, había decidido
no contársela a nadie. Pero al domingo siguiente, mientras estaba sentado en la
reunión sacramental en uno de nuestros barrios, se paró el obispo, y como faltaban
todavía diez minutos para terminar la reunión, dijo: "Creo que el presidente DeHaan
ha tenido una experiencia espiritual y necesita contárnosla". Me levanté sin muchas
ganas, sabiendo qué era lo que debía decirles. Luego de haberlo hecho le pedí a la
congregación que me apoyara con su fe. En nuestra estaca tenemos personas con un
testimonio muy fuerte, y muy pronto lo que me había pasado llegó a todos. Unas
cuantas semanas después me enteré de que algunos de los miembros incluso le
decían a sus amigos que no eran mormones, que no tuvieran reparo en planear
paseos al campo y actividades al aire libre, porque a pesar de que estuvieran en
Oregon, no iba a llover durante el mes de octubre. Al día siguiente de la experiencia
que tuve en la plantación de maíz, salió el sol por primera vez en casi treinta días. Y
el sol volvió a salir al día siguiente y al próximo. Muy pronto la temperatura volvió a
estar templada. Todos los días de las tres semanas siguientes, el pronóstico del
tiempo anunciaba lluvia; pero la lluvia nunca cayó.
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Recuerdo que unas dos semanas más tarde fui en avión a Seattle, Washington,
unos 370 kms al norte, en un viaje de negocios. Allí llovió torrencialmente todo el
día, y también durante mi viaje de regreso hasta que llegamos al río Columbia que
rodea nuestra granja. Desde ese punto las nubes milagrosamente quedaban cortadas
y no había más lluvia. Ese mismo día recorté del periódico un mapita con el
pronóstico del tiempo, que ilustraba cómo la lluvia dejaba de caer al llegar al río, y lo
pegué en la puerta de la heladera para que me recordara que debía mantener la fe.
Tres semanas más tarde de aquella lección, fui otra vez a la granja; me puse las botas
empecé a recorrer el campo. Esta vez la tierra estaba bastante firme. Era viernes y ya
se hacían planes para empezar la cosecha el siguiente lunes.
Ese mismo día un conocido de una estación de televisión me llamó por teléfono y
me dijo: "Me han dicho que los mormones tienen una hermosa granja lechera en la
isla". Cuando le contesté que sí, me preguntó si había algo que valiera la pena
contar. Le contesté que sí, pero sabía que nunca podría comprender la verdadera
historia. El lunes, cuando empezamos a cosechar, nos acompañaron las cámaras de
televisión por unas cuantas horas, y la Iglesia recibió publicidad favorable.
Con la ayuda leal de muchos de los miembros trabajamos día y noche durante los
cinco días siguientes, y para el sábado teníamos todo el maíz guardado en los silos y
habíamos terminado de cubrirlo con plástico. Por fin teníamos el alimento necesario
para el invierno. En menos de una hora después, parecía que el cielo se hubiera
rasgado, y nunca vi llover tan torrencialmente como ese día. La tierra cultivada con
el maíz se inundó y permaneció así hasta junio del siguiente año. Mientras estaba
parado bajo la lluvia, sentí una gratitud que nunca podré expresar adecuadamente.
Parecía que el Señor había esperado hasta que nuestra fe diera fruto.
Yo sé que podrían decirme que todo esto es una simple coincidencia y yo les daría
la razón; pero les testifico que yo sé exactamente lo que pasó y por qué sucedió.
Quisiera detallarles algunas cosas que he aprendido en mis reflexiones
espirituales acerca de este episodio y otras experiencias de mi vida:
Lo que parecen ser requisitos temporales que se le da a la Iglesia y a sus
miembros, nunca lo son. Nuestra perspectiva es la que falla; todo lo que, pide el
Señor es siempre espiritual.
El Señor considera los programas de bienestar de la Iglesia muy importantes, por
lo tanto, si nosotros hacemos todo lo que está a nuestro alcance, El hará su parte y
aun más. No importa que cuando comencemos no podamos ver el propósito
verdadero.
Parece que la mayoría de las bendiciones del Señor las recibimos cuando estamos
yendo la segunda milla. Durante la primer milla estamos haciendo nada más lo que
se espera de nosotros; pero cuando vamos más allá en nuestra fe y determinación
podemos atraer los poderes del cielo, siempre y cuando estemos en condiciones
espirituales de hacerlo.
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Finalmente, os testifico solemnemente que no hay nada demasiado difícil para el
Señor.
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