EL PAPEL DE LOS PARLAMENTOS NACIONALES EN LA UNIÓN EUROPEA Ponencia para la Conferencia de Presidentes de Parlamentos de la Unión Europea (Madrid, 8-9 de junio de 2002) Contribución de Luisa Fernanda Rudi Úbeda Presidenta del Congreso de los Diputados de España ÍNDICE I. INTRODUCCIÓN 3 II. EL DEBATE INSTITUCIONAL EN EL CENTRO DEL DEBATE EUROPEO: ¿QUIÉN HACE QUÉ? 4 EL REPARTO DE COMPETENCIAS ENTRE LAS INSTITUCIONES 5 EL PAPEL DE LAS INSTITUCIONES NACIONALES EN LA CONSTRUCCION EUROPEA 6 V. UNA SOLUCION INTEGRADORA 7 VI. CONCLUSIÓN 8 III. IV. 2 I. INTRODUCCIÓN Volver a tratar el papel de los Parlamentos nacionales en la Unión Europea, tras la Conferencia de Presidentes de Estocolmo, responde a la prioridad que nos ha marcado la propia agenda europea. A las conclusiones de los Consejos Europeos de Niza y Laeken, se suman los trabajos de la ya comenzada Convención sobre el Futuro de Europa. La presencia permanente de este asunto en el debate público coincide pues con la importancia que los responsables políticos le han otorgado. Es necesario, por tanto, que la reunión de Madrid lo aborde con la mayor profundidad posible, con el objetivo de aportar nuevos elementos a la reflexión pública. En ningún modo se trata de llevar a cabo una negociación informal o una toma de posición colectiva, para las que la Conferencia no tiene mandato. Esta ponencia trata de resumir mi posición personal sobre alguno de los aspectos relacionados con el futuro de la intervención de los Parlamentos nacionales en la Unión Europea. El punto de partida es el respeto a una arquitectura que ha demostrado su eficacia para alcanzar los objetivos de la Unión. Con independencia de que discutamos cualquier otra perspectiva, en ella se destaca la importancia del enfoque institucional para encontrar una propuesta de reforma útil y factible. Se deducirá pronto la preferencia por reforzar la intervención de los Parlamentos nacionales en el ámbito de funcionamiento del Consejo y por hacer que esta intervención competa no sólo a los ordenamientos internos sino también al derecho primario europeo. En suma, la vocación de este texto es contribuir a la reflexión conjunta que me gustaría tuviera lugar en Madrid. Una reflexión que podremos abordar junto a los candidatos a la adhesión y a la que dedicaremos la mayor parte de los trabajos de la Conferencia. 3 II. EL DEBATE INSTITUCIONAL EN EL CENTRO DEL DEBATE EUROPEO: ¿QUIÉN HACE QUÉ? La composición y el funcionamiento de las instituciones de la Unión han estado siempre en el centro del debate europeo. En realidad, puede afirmarse que las reformas de los Tratados han tenido con frecuencia una “razón institucional”, que se ha traducido en muchos casos en un cambio de los equilibrios internos en la Unión Europea o de la relación entre las instituciones y los Estados miembros. Del mismo modo, las crisis que han venido ocurriendo desde la creación de las Comunidades Europeas han sido sobre todo crisis institucionales, de cuya resolución ha dependido, en gran medida, la viabilidad del proyecto de integración. Por otro lado, la crítica a la actuación de la Unión en su conjunto es también un juicio al funcionamiento de sus instituciones. En este sentido, el debate sobre la delimitación de competencias entre la Unión Europea y los Estados miembros está claramente relacionado con la discusión sobre el modelo y funcionamiento de las instituciones europeas. Con frecuencia, lo que se pone en cuestión es la creciente capacidad de éstas de tomar decisiones en ámbitos que controlaban anteriormente las instituciones nacionales y por ello la crítica subraya habitualmente la falta de ese control nacional, más que la pérdida de la propia competencia. Por ello, el debate institucional y, dentro de él, la función de los Parlamentos nacionales en la arquitectura europea, cobra especial importancia, al contar además con la perspectiva de una Europa cada vez más integrada. Las razones son claras. Por un lado, los Parlamentos nacionales hacen posible que la Unión Europea ejerza con plenitud las competencias que ya tiene sin la sospecha de vulnerar los principios democráticos que rigen en los Estados miembros. Por otro, porque su intervención permite entender la arquitectura institucional europea como un modelo dinámico de integración en el que se asumen nuevas competencias con el respaldo explícito de los ciudadanos, representados tanto en sus Parlamentos nacionales como en el Parlamento Europeo. En este sentido, el debate sobre la función de los Parlamentos nacionales no se plantea, a mi entender, como una revisión de los principios que rigen la integración europea. 4 Los ciudadanos ratificamos la atribución de competencias a las Comunidades o a la Unión a través de nuestros Parlamentos, o incluso por medio de un referéndum. De lo que se trata es de garantizar que esas competencias, democráticamente atribuidas a las instituciones europeas, pueden seguir siendo controladas por las instituciones nacionales en la forma que prevé el sistema comunitario. Es decir, a través de las instituciones de la Unión. Desde este punto de vista, la clave es garantizar el encaje institucional de un objetivo que seguramente compartimos todos los Parlamentos, pues consolida el proyecto europeo y refuerza su legitimidad. III. EL REPARTO INSTITUCIONES DE COMPETENCIAS ENTRE LAS Para algunos, la integración de los Parlamentos nacionales en el marco institucional europeo debe producirse mediante una participación directa de los Parlamentos nacionales o, mejor dicho, de un grupo de parlamentarios nacionales. En esta línea, quienes defienden la participación directa suelen limitar la intervención de los Parlamentos nacionales a ciertos asuntos específicos (materias que caen en el segundo y tercer pilar, análisis del cumplimiento del principio de subsidiariedad por parte de las instituciones europeas, etc.). Sin embargo, la defensa de un cambio institucional centralizado, a través de una segunda Cámara, o por la vía del doble mandato, no responde desde mi punto de vista a las necesidades reales de la participación parlamentaria, ni tiene en cuenta el funcionamiento de las instituciones europeas. Sin entrar a analizar las dificultades prácticas de un cambio de esta naturaleza, me interesa subrayar una objeción de carácter general. Lo que exige el nivel actual de integración europea no es tanto una dilución de las responsabilidades de las instituciones, sino una definición clara de lo que le corresponde hacer a cada una de ellas, y de los procedimientos que deben llevar a cabo para que las decisiones sean tan legítimas como eficaces. 5 De esta forma, las limitaciones que puedan identificarse en el Parlamento europeo no se solucionan mezclando esa fuente de legitimidad con la que proporcionamos los Parlamentos nacionales. Ambas son necesariamente complementarias y exigen un tratamiento mucho más equilibrado que lo que pueden proporcionar algunas sesiones conjuntas de trabajo en el curso de un periodo legislativo o un debate limitado de nula trascendencia normativa. Por otro lado, parece evidente que los Parlamentos nacionales se relacionan de forma más directa con el Consejo y no con el Parlamento Europeo y es también en el Consejo donde pueden intervenir de manera decisiva. Al fin y al cabo, los Gobiernos europeos, es decir los miembros del Consejo, tienen su origen en los Parlamentos nacionales y responden ante ellos. Una mejor definición del Consejo como institución colegisladora –junto con el Parlamento Europeo – plenamente fundamentada sobre la legitimidad que le proporcionan los Parlamentos de cada uno de sus miembros, es probablemente la manera correcta de integrar a los Parlamentos nacionales en el marco institucional europeo. IV. EL PAPEL DE LAS INSTITUCIONES NACIONALES EN LA CONSTRUCCION EUROPEA Para lograr este objetivo no basta con reformar los métodos de trabajo del Consejo. Es necesario también abordar, desde el plano europeo, la relación de los Parlamentos nacionales con sus Gobiernos respectivos, ya que éste es el único modo de hacer frente a las verdaderas limitaciones de la intervención parlamentaria en la actividad del Consejo. Esta opción no es nueva, pues ha habido, en el curso de las negociaciones de los tratados de Maastricht y Amsterdam, propuestas en este sentido, cuyo exponente más relevante fue la aprobación final del Protocolo sobre el cometido los Parlamentos nacionales en la Unión Europea del Tratado de Amsterdam. Dejando a un lado las críticas puntuales a algunos aspectos concretos del Protocolo de Amsterdam, lo relevante es preguntarse si la perspectiva adoptada en su momento sigue siendo válida para el actual grado de integración. 6 Quiero en este sentido recordar algo que indiqué en la reunión de Suecia, citando una atinada observación de la ponencia del Presidente del Bundestag, Sr. Thierse. Los Parlamentos nacionales podemos también ser definidos en un sentido amplio como instituciones de la Unión Europea, en tanto que instrumentos necesarios, no sólo para ratificar y transponer la legislación comunitaria, sino también para legitimar la actividad de la Unión Europea a través del Consejo. Ahora bien, si esto es así ¿resulta lógico que sigamos contemplando la relación de los Parlamentos nacionales con sus Gobiernos en los asuntos europeos como una cuestión de ámbito interno? De lo que se trataría es de establecer una nueva relación de los Parlamentos nacionales con las instituciones europeas, reconociendo explícitamente la vinculación que une a los miembros del Consejo con sus respectivos Parlamentos. Este reconocimiento es plenamente coherente con las referencias que hacen los Tratados a la colaboración entre las instituciones nacionales y las de la Unión Europea, y se ajusta a los principios sobre los que se basa la Unión y que son comunes a los Estados miembros, tal como enuncia el Artículo 6 del Tratado de la Unión Europea. V. UNA SOLUCION INTEGRADORA De esta forma, la relación Parlamento nacional–Gobierno podría estar sujeta a unas reglas mínimas que garanticen la posibilidad de intervención parlamentaria en el proceso interno de toma de decisiones por parte del Consejo. Dicha regulación marco, plenamente respetuosa con las peculiaridades de los diferentes modelos parlamentarios, podría recogerse en el derecho primario y en el Reglamento interno del Consejo que de él se deriva. No es mi intención hacer aquí una propuesta detallada. Sin embargo, si seguimos el enfoque expuesto hasta ahora, su contenido no puede limitarse a conceder un plazo mínimo de seis semanas entre la transmisión de la propuesta legislativa de la Comisión y la inclusión de dicha propuesta en el orden del día del Consejo, único efecto real del Protocolo sobre el cometido de los Parlamentos nacionales en la Unión Europea, introducido por el Tratado de Amsterdam. 7 Lo relevante a efectos del control parlamentario nacional de la actividad del Consejo es garantizar que las propuestas legislativas de la Comisión tengan entrada inmediata en los Parlamentos nacionales y que éstos puedan, siguiendo sus propios mecanismos internos, controlar efectivamente a los Gobiernos durante la tramitación de dicha propuesta legislativa. De lo que se trata, por tanto, es de encontrar un código de conducta armonizado lo suficientemente amplio y flexible que permita su adaptación a los distintos sistemas parlamentarios nacionales. Este código de conducta se convertiría en un requisito procesal de la tramitación de la iniciativa legislativa y contaría con la protección jurisdiccional del Tribunal Europeo de Justicia. VI. CONCLUSIÓN En las páginas anteriores se ha esbozado un modelo de solución para abordar la demanda creciente de una mayor intervención de los Parlamentos nacionales en el ámbito de la Unión Europea. No pretendo con esta ponencia otra cosa que la de abrir un debate en el que se tenga en cuenta un enfoque que, desde mi punto de vista, ha sido ligeramente postergado en las reflexiones públicas sobre la materia. El modelo institucional de la Unión Europea permite, sin transformaciones radicales, integrar a los Parlamentos nacionales en el proceso interno de toma de decisiones. De hecho, esto sucede ya en muchos Estados miembros que han realizado un enorme esfuerzo para adaptar sus estructuras y procedimientos parlamentarios internos a la realidad europea. Sin embargo, estos esfuerzos necesitan de la consolidación que proporcionaría un reconocimiento jurídico y político a nivel europeo. No sólo para ayudar al desarrollo de las reformas internas donde sea necesario, sino sobre todo para subrayar de manera efectiva que también los Parlamentos nacionales legitimamos el proceso europeo de toma de decisiones. 8 Creo, por último, que no puede argumentarse en contra de esta tesis una presunta injerencia por parte de las instituciones europeas en los fundamentos de nuestros respectivos modelos constitucionales. Decir esto equivaldría a rechazar los profundos cambios que han experimentado los Estados nacionales en virtud de la integración europea, al tiempo que sería olvidar que estos cambios y los que tengan que venir sólo pueden ser efectivos si los Parlamentos nacionales les damos unánimemente nuestro consentimiento. 9