El 1º de Noviembre de 1.700 muere Carlos II, ultimo representante de la casa de Austria, sin sucesión directa y dejando como heredero, en virtud del testamento redactado apenas un mes antes de su fallecimiento, al duque Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV. Con esta postrera decisión, se entronizaba en España la casa de Borbón, hecho que, de inmediato, fue interpretado como una grave amenaza para el equilibrio continental por las restantes potencias europeas, opuestas a la formación de un bloque hispano-francés, instrumento de Luis XIV. La consolidación de la nueva dinastía no fue fácil, Comportó una guerra internacional paralelamente a un conflicto civil en España. Todos los historiadores coinciden en subrayar la trascendencia de este reinado, que cerrará un ciclo y abrirá otro en la historia de España. Las discrepancias, en cambio, son radicales a la hora de valorar el sentido positivo o negativo de su trascendente significación. Su reinado sin duda está decisivamente marcado por la guerra que enfrentó a los españoles en torno al rey que querían para España, una guerra que fue fría antes de 1.702, con solo las tensiones constitucionales clásicas en las relaciones entre la corte y la Corona de Aragón, y que se transformó ya en caliente desde que en mayo de 1.702 se configuró el bloque aliado contra Francia, lo que implicó la inmediata involucración de España en el conflicto. La guerra de Sucesión fue una guerra civil en tanto que internacional y no al revés, como pudiera pensarse, pese a lo que estaba en juego era la dinastía que tenia que reinar en España. Castellanos, andaluces, gallegos y vascos se alinearon decididamente con Felipe V; catalanes, valencianos, aragoneses y mallorquines con el archiduque Carlos. La guerra, entre otras muchas cosas, puso en juego los distintos conceptos de España que tenían los españoles de la Corona de Castilla y los de la Corona de Aragón. De entrada, hay que recordar que la elección a favor de Felipe de Anjou fue considerada como un acto de contrafuero por los países de la Corona de Aragón , para los que la legitimidad estaba al lado del pretendiente austriaco, descendiente directo del emperador Fernando, hermano de Carlos V. Por otra parte, esta decisión fue tomada sin previa consulta de las cortes aragonesas y modificación acordada de fueros, de modo que ambas circunstancias, estimuladas por los acontecimientos bélicos que se sucedieron, terminaron derivando en la aparición de tendencias disgregacionistas en los reinos orientales de la monarquía. Con todo, estas motivaciones iniciales pronto empezaron a caracterizarse por una etiología mucho más compleja y de signos distintos, según los reinos en los que se manifestaban. Así en Aragón, la defensa del foralismo y de la idea legitimista se une a la xenofobia antifrancesa para hacer popular la causa del archiduque Carlos; en Valencia, estas motivaciones cuentan , además con el estallido , en forma de movimiento antiseñorial, de viejas tensiones sociales muy radicalizadas , lo que explica el matiz claramente rural que adoptó la causa austracista en este reino.Por ultimo, en Cataluña confluyen también varios fenómenos de etiología muy diversa: a la francofobia preexistente y al temor al establecimiento de un gobierno centralizado se añaden el deseo de conservar y prolongar la situación de estabilidad sociopolítica y de recuperación económica alcanzada durante el reinado de Carlos II, así como la defensa de los intereses económicos relacionados con algunas de las potencias alineadas en el bando del archiduque. Pero la guerra de sucesión entierra todos los intentos de articulación de una monarquía que conjugará la lealtad al rey con el respeto del régimen constitucional de los diferentes reinos integradores de esa monarquía. Al convertirse el archiduque Carlos, en 1.711, en emperador germánico (como consecuencia de la muerte de su hermano José) y pese a la voluntad de seguir reivindicando la corona española, éste renuncia a reinar en España, aceptando el tratado de Utrecht , ratificado en Rastatt (6 de Marzo de 1.714) y es, por tanto, a partir de este año cuando se impone el triunfo de una única España vertical asentada sobre los principios de la victoria militar y sobre la necesidad de asumir una vieja asignatura pendiente: la de adaptar la compleja realidad nacional a un Estado uniforme. Es el nuevo perfil de Felipe V: el de nominalmente responsable de los decretos de Nueva Planta que significaran el triunfo de la España vertical sobre la España horizontal de los Austrias Estos decretos de Nueva Planta desmantelaran los fueros que permitían a los distintos reinos de la Corona de Aragón limitar el ejercicio del poder real: de mayo de 1.707 en que se cambiaron drásticamente las instituciones del Reino de Valencia, hasta 1.719 en que se cambió el régimen político de Cerdeña se suceden Nuevas Plantas en diversos territorios (junio de 1.707: decreto de reforma de las instituciones del Reino de Aragón y abolición de los fueros de los reinos de Valencia y Aragón ; abril de 1.711: instauración de una administración provisional en el reino de Aragón; octubre de 1.715: Nueva Planta del Principado de Cataluña; mayo de 1.716: Nueva Planta de la Audiencia de Valencia; y noviembre de 1.715: Nueva Planta de Mallorca). Estos decretos de Nueva Planta implicaron cambios transcendentales como la desaparición de las instituciones propias de cada uno de los reinos, como Cortes, diputaciones, administración fiscal, así como las reservas que limitaban la libertad del rey en la elección de sus propios agentes. Ya el propio monarca podía nombrar a las autoridades locales, con la perpetuación vitalicia de los cargos municipales en las ciudades principales, la aplicación del derecho criminal castellano en lugar del foral, dejando intocado el derecho civil (solo Valencia perdería el derecho privado); la introducción de un sistema impositivo centralizado… la administración de la Corona de Aragón dejaba de depender del Consejo de Aragón y se extendían a su territorio las prerrogativas de los consejos de la monarquía encargados de Castilla. Se trataba, como dijo García Baquero “de hacer de España una sola monarquía en la que todos los súbditos quedasen sujetos a un régimen común, a unas mismas leyes y a una sola administración y para ello nada mejor que suprimir los fueros y privilegios que conservaban todavía los reinos peninsulares. La represión de los fueros la aplicó Castilla contra la Corona de Aragón en función de viejos agravios históricos. Los motivos que impulsan a la corona, según decreto de 29 de junio de 1.707, a tomar drásticas medidas podían reducirse a los siguientes puntos expresados en el preámbulo del mencionado decreto: -El delito de rebelión cometido por los reinos de Aragón y Valencia,”faltando enteramente al juramento de fidelidad que me hicieron como a su legitimo rey y señor” -“El justo derecho de reconquista” que de estos reinos habían hecho los ejércitos reales. -El dominio absoluto que el rey poseía sobre ellos “ya que uno de los principales atributos de la soberanía es la imposición y derogación de las leyes” -El deseo del monarca, unido a la conveniencia de reducir todos los reinos españoles a la uniformidad de las leyes de Castilla “tan loables y plausibles en todo el universo”. Felipe V, como vencedor de una guerra civil trata de aportar “la solución” al viejo problema de la invertebración hispánica, pero ¿fue la solución al problema de España? Si en el siglo XIX pareció que, salvo periodos muy concretos, Felipe V había ganado la batalla de la opinión pública española, el siglo XX ha sido en buena parte el de la venganza de la periferia contra la España de Felipe V, una venganza que parte de la idea del supuesto secuestro de España por Castilla, que habría empezado con Felipe II y que ya denunciaron muchos intelectuales en el siglo XVII. Es una condena quizás un poco injusta, porque Castilla no fue beneficiaria del régimen político de Felipe V, como pudiera pensarse. No tuvo pocos motivos Castilla para quejarse del trato recibido por la monarquía. Lo ha subrayado recientemente Domínguez Ortiz. Lo del monopolio de la españolidad no ha sido ningún privilegio. Por otra parte, debería recordarse que si el conflicto de los castellanos con las llamadas nacionalidades periféricas generó múltiples descalificaciones mutuas, tampoco faltan los testimonios de castellanos proclives a la comprensión y hasta la admiración hacia los catalanes, desde el austracista castellano conde de la Coreana, que intervino a favor de Cataluña en el Tratado de Utrecht, a Manuel Azaña, el hombre clave del estatuto catalán en 1.932. Como también abundan las muestras de catalanes extraordinariamente sensibles hacia los castellanos, desde Víctor Balaguer a Joan Maragall. El reto de conocerse mejor los españoles entre sí continúa siendo una asignatura pendiente. Ahora bien, ¿se puede hablar que España está sufriendo en los finales del siglo XX y lo que llevamos del XXI una venganza tardía por la política mal hecha de Felipe V?. Es evidente que la historia no es un juez inmóvil que condena o aprueba sistemáticamente la política del pasado. Con respecto a Felipe V, la historia ha tenido muchos tribunales: Para castellanos, andaluces y gallegos, el Rey Felipe V no ha tenido connotaciones especiales más allá de ser el primer Borbón. No alteró su régimen político, fiscal y administrativo, pero tampoco provocó entusiasmos de adhesión. Para los vascos fue el rey que salvó su régimen foral, manteniendo a las provincias vascas y Navarra en anomalía jurídica respecto al régimen de la Nueva Planta aplicado en toda España. El nacionalismo vasco del siglo XX se olvidó de Felipe V como se olvidó de todo aquello que viniese de España y no fuera intrínsicamente perverso para Euskadi. El discurso foralista quedaría definitivamente enterrado en un nuevo discurso etnicista de otro calado. Los catalanes, en cambio, enarbolaron la bandera de la reivindicación de los ciudadanos de la corona de Aragón frente a las sangrantes heridas dejadas por la represión de Felipe V. La guerra sufrida por catalanes, mucho más larga y penosa que la sufrida por valencianos o aragoneses, dotó a aquellos de la representación continuada de las victimas del rey Felipe. La memoria catalana del monarca y su demonización se radicaliza a finales del siglo XIX y se prolonga en el siglo XX, hasta convertirse más en un producto propio del capital simbólico del nacionalismo catalán de este ultimo siglo que del foralismo anterior. La España actual tiene muy poco que ver con la de Felipe V por más que pueda interesar y no deje de ser rentable mantener “la llama del amor vivo” del orgullo identitario de la vieja Corona de Aragón, borrada del mapa hace tres siglos. El actual régimen constitucional ha integrado las dos míticas Españas: la vertical y la horizontal, la azul y la roja, en una tercera España, abierta y solidaria, en la que caben todos. Es hora de encerrar a Felipe V en el armario de los recuerdos menos gratos. El síndrome pesimista de la balcanización, como inevitable destino de cualquier Estado que no sea Estado-nación del siglo XIX, habría que superarlo en el mismo grado que el optimismo irracional de los que creen que todo puede solucionarse fácilmente con un bricolaje constitucional. Nadie puede dudar de que el camino no sea fácil. Debemos asumir la España real, la que es, la que nos gusta y la que no nos gusta, con cadáveres históricos en el armario nacional-como en todos los países- y mirar hacia Europa como un proyecto de futuro común por delante. Termino con un comentario del trágicamente fallecido D. Francisco Tomás y Valiente (El País, 13 de enero de 1.994) “La diversidad es constitutiva y enriquecedora, si, positiva, si: con tal de que todos queramos seguir formando una unidad, una sociedad política unitaria. El problema, pues, no es la valoración de la diversidad, sino la aceptación o el rechazo de la síntesis, de la fórmula constitucional unitaria, válida para que todos los que, conscientes y defensores de una pluralidad constitucionalmente reconocida y amparada y estatutariamente organizada, quieran seguir formando parte de esa unidad política superior llamada España o el Estado español” BIBLIOGRAFIA: Historia de España. Editorial Planeta 1.989. Capitulo I. Las Estructuras del reformismo borbónico: Antonio García-Baquero González-Paginas 10, 15 Felipe V y los españoles. Editorial Plaza y Janés 2.002: Ricardo García Cárcel. Páginas 55, 114, 115, 285, 286, 287, 288, 289, 291, 292. Un poco de aportación personal.