PUNTO DE MIRA Preparar a los adolescentes para la edad adulta y la ciudadanía Un papel activo para los adolescentes en los procesos de toma de decisiones en las familias, comunidades y sociedades Un periodista de 16 años de la Red de medios de comunicación para jóvenes, que promueve la participación de los jóvenes en la formación sobre medios de comunicación y el establecimiento de redes de jóvenes, entrevista a una niña en Tbilisi, Georgia. A medida que maduran y crecen, los adolescentes y los jóvenes sienten el deseo de modelar de forma más activa su entorno, su sociedad y el mundo en el que viven y que heredarán. Preparar a los adolescentes para la edad adulta, y en particular para su responsabilidad como ciudadanos, es la labor fundamental de las familias, las comunidades y los gobiernos durante esta etapa de su crecimiento. Para que los adolescentes participen de forma activa en las comunidades y gobiernos durante esta fase de su desarrollo, es necesario que sean conscientes de sus derechos y que se les brinde la oportunidad de participar en la vida ciudadana a través de diversas instituciones que alienten valores cívicos fundamentales como la equidad, la comprensión y el respeto mutuos, la justicia, la tolerancia y la responsabilidad de los propios actos. La Convención sobre los Derechos del Niño supuso un hito, ya que consagró el derecho de la infancia a ser escuchada (artículo 12), brindando así a niños, niñas y adolescentes el derecho a expresar su punto de vista libremente en relación a todas las cuestiones que les afectan –de forma especial en el seno de la familia, la escuela y la comunidad– y a que esas opiniones se tengan debidamente en cuenta. Éste y los restantes “derechos de participación” que se enumeran en la Convención, hacen posible que los adolescentes ejerzan un control cada vez mayor sobre decisiones que les conciernen, acorde con la evolución de sus capacidades. Así pues, la participación se erige en uno de los pilares básicos de la Convención, junto con los principios de la universalidad, del interés superior del niño o niña, y de la supervivencia y el desarrollo de la infancia. Además de ser un derecho fundamental, la participación estimula el desarrollo pleno de la personalidad y las capacidades del niño o niña. Los jóvenes aprenden mejor cuando enfrentan decisiones reales y participan de forma activa en abordar sus circunstancias. La participación fomenta la confianza en sí mismos, les ayuda a adquirir habilidades, y promueve la capacidad de los niños y niñas para proteger sus propios derechos. Permite a los adolescentes abandonar la posición pasiva a la que se les relega desde que son pequeños, y les brinda la oportunidad de generar conocimiento, en lugar de limitarse a recibirlo. Capacita a los adolescentes para planificar y poner en marcha sus propios proyectos, dirigirlos y, en consecuencia, ser responsables de sus actos. Existen cada vez más pruebas que demuestran que los adolescentes activos experimentan menos problemas que sus compañeros, poseen más destrezas y tienden a tener un mayor sentido de la responsabilidad social. La participación en organizaciones sociales les abre también la puerta a oportunidades económicas, por lo que es especialmente valiosa para los adolescentes de grupos previamente excluidos. Alentar la participación no sólo promueve la autonomía de los adolescentes sino que comporta también numerosos beneficios para las sociedades en las que viven. Invertir en ciudadanos bien informados y capaces puede derivar en poblaciones más saludables, en un mayor crecimiento económico y en comuni66 estado mundial de la infancia 2011 dades más cohesionadas. Cuando las personas jóvenes participan en iniciativas comunitarias y entre compañeros, aportan puntos de vista nuevos y un marcado sentido de la responsabilidad que permiten generar soluciones innovadoras, en especial cuando se trata de crisis complejas. La participación de los jóvenes puede mejorar la acción colectiva, aumentando la presión ejercida sobre los gobiernos para proveer servicios públicos óptimos e impulsando el cambio social, económico y político. Por último, los hechos apuntan a que la participación es uno de los medios más eficaces a la informar a la infancia de sus derechos, en especial de su derecho a la protección frente a la violencia, el daño y el maltrato. Este conocimiento es a su vez crucial para asegurar que se respeten estos derechos. Permitir a los adolescentes acceder a un amplio espectro de información –referida a cuestiones como la planificación familiar, la prevención de accidentes y la drogadicción– constituye un medio muy eficaz para los estados de promover la salud y el desarrollo. Pese a los beneficios que se derivan de permitir a los niños y niñas ejercer sus derechos a la participación y pese al compromiso formal asumido por los gobiernos, este principio aún no se está aplicando de forma efectiva ni continuada. Muchas prácticas y actitudes muy arraigadas, así como barreras económicas y políticas, continúan dificultando el derecho de los adolescentes a que se les escuche, sobre todo el de aquellos que tienen dificultades para expresarse como, por ejemplo, los adolescentes con discapacidad y los niños y niñas de grupos minoritarios, indígenas y emigrantes. Participación en las iniciativas de políticas públicas y servicios para los jóvenes A lo largo de las dos últimas décadas, y en particular durante los 10 últimos años, numerosos países han adoptado iniciativas innovadoras y fructíferas para alentar la participación de los adolescentes y los jóvenes. En muchos de estos países se ha procedido a formar consejos o parlamentos de la juventud que promueven el diálogo sobre cuestiones importantes, al tiempo que ofrecen a sus jóvenes dirigentes la oportunidad de entablar relaciones formales y de carácter consultivo con el gobierno. Según una encuesta practicada en 22 consejos de la juventud de países industrializados y en desarrollo, las tres principales prioridades para la mayoría de estos organismos eran incremen­tar la participación de los jóvenes, fomentar la cooperación internacional y lograr una mayor intervención en la dirección de las políticas orientadas a la juventud. Si bien los consejos de la juventud no tienen poder para formular las políticas juveniles de un país, sí pueden influir con éxito en la toma de decisiones. En Lituania, por ejemplo, los jóvenes integran la mitad del Consejo de Asuntos Juveniles, que se encarga de asesorar oficialmente al Departamento de Asuntos Juveniles en la preparación y puesta en práctica de políticas para la juventud. En Sudáfrica, los adolescentes participaron en la elaboración de una Carta de la Infancia de Sudáfrica, e hicieron aportaciones importantes a la formulación de la Ley de la Infancia de 2005, uno de cuyos principios básicos es la participación de la infancia. Debería animarse a los niños y niñas a crear sus propias organizaciones, encabezadas por ellos mismos, a través de las cuales puedan generar un espacio para la participación y la representación efectivas. Un excelente ejemplo de este tipo de organización lo constituye el Movimiento Africano de Niños y Jóvenes Trabajadores, que en 2008 contaba con asociaciones en 196 ciudades y aldeas de 22 países de África subsahariana, con un total de más de 260.000 niños y niñas trabajadores. Este movimiento, fortalecido por la participación activa de niños y niñas que cuentan con experiencia en las cuestiones que se abordan, posee una capacidad única para llegar a los niños y niñas más marginados, en especial los niños y niñas emigrantes, a quienes ofrece diversos servicios y mecanismos de apoyo. El número creciente de organizaciones creadas y encabezadas por jóvenes da fe de su activismo, así como del hecho de que las organizaciones existentes encabezadas por adultos se quedan cortas a la hora de ocuparse de sus necesidades. El establecimiento de redes entre las organizaciones encabezadas por jóvenes ofrece magníficas oportunidades para compartir prácticas óptimas y para crear una plataforma común desde la que promover sus intereses. La participación de los adolescentes en la acción política ha recibido también un empuje por parte de las tecnologías de la comunicación, que poseen un enorme potencial para impulsar el activismo encabezado por la infancia y ampliar su alcance y su contexto geográfico. Con el tiempo, más y más niños y niñas tendrán acceso a información, lo que derivará en un conocimiento cada vez mejor de sus propios derechos y vinculará a los nuevos miembros con redes y asociaciones existentes que representen sus puntos de vista. Permitir que todos los niños y niñas expresen sus opiniones a través de una plataforma común, puede contribuir a solventar las desigualdades y a superar la discriminación, sobre todo en el caso de los adolescentes con discapacidades, las niñas, y aquellos que viven en zonas rurales donde tal vez no existan asociaciones de jóvenes. Por ejemplo, en 2005, UNICEF puso en marcha una plataforma rural de La Juventud Opina, que conecta a jóvenes offline con sus compañeros online, brindándoles la oportunidad de participar en un diálogo en torno a los derechos infantiles y cuestiones relativas a la participación. Si se emplean adecuadamente, Internet, las redes sociales, y otras tecnologías afines pueden ser potentes herramientas que permitan a los adolescentes expresarse acerca de cuestiones que son importantes para ellos. Los jóvenes de este siglo no buscan tanto una participación de carácter representativo en sus gobiernos locales, sino que cada vez recurren más al activismo en línea o interactivo, dando lugar a la creación de redes modernas y ágiles en la web. El viejo modelo de “ciudadanía responsable”, en el que las personas actúan en respuesta a los medios de comunicación y se movilizan siguiendo iniciativas del gobierno o la ciudadanía, está siendo sustituido por una forma de “ciudadanía autoactualizada”. Políticos, responsables de la formulación de políticas y educadores deberían resistir la tentación de excluir a los jóvenes porque los perciben como apáticos e indiferentes, y en su lugar centrarse en fomentar el potencial de nuevas y distintas formas de participación que se expresan mediante un lenguaje diferente. Una miríada de obstáculos legales, políticos, económicos, sociales y culturales obstaculizan la participación de los adolescentes en la toma de decisiones que afectan a sus vidas. Desmantelar estas barreras es un desafío que exige la voluntad de reexaminar los prejuicios relativos al potencial de los adolescentes para crear entornos en los que realmente puedan progresar, al tiempo que cultivan sus capacidades. Véanse las referencias en la página 78. Las iniciativas de colaboración, como la Iniciativa para la abolición de las tasas escolares, iniciada en 2005 por UNICEF y el Banco Mundial, trabajan con los gobiernos nacionales para promover la educación gratuita. La Iniciativa investiga y analiza las experiencias de los países y utiliza ese conocimiento para orientar y apoyar a los países en sus esfuerzos para eliminar las tasas escolares10. Las familias y las comunidades también deben poder expresar su opinión e instar a sus gobiernos a que supriman los costos escolares. La tercera clave es promover el acceso equitativo a la educación posprimaria. Ampliar la educación a los niños y niñas excluidos actualmente será un reto particular en la década presente; si se logra, sin embargo, tiene el potencial de romper el ciclo intergeneracional de la pobreza de los adolescentes. La asistencia a la escuela secundaria y la terminación está aún en gran medida fuera del alcance de los grupos y comunidades más pobres y más marginados en muchos países. Las niñas, los adolescentes con discapacidades y los miembros de grupos minoritarios están especialmente desfavorecidos. Aunque la mayoría de países han alcanzado la paridad de género en la escuela primaria, hay muchos menos cerca de este objetivo en el caso de la educación secundaria. El Informe sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas de 2010 examinó la situación de las niñas en edad escolar secundaria en 42 países y descubrió que el doble de las niñas del 60% de los hogares más pobres no acudían a la escuela, en comparación con el 40% de las niñas de los más hogares ricos (50% en comparación con el 24%). Las diferencias fueron similares para los niños en edad escolar secundaria. La ampliación de la educación obligatoria de calidad y la supresión de las cuotas escolares ayudarán a reducir estas brechas de género. También es preciso hacer más esfuerzos para llegar a los niños y niñas indígenas, discapacitados y de otros grupos marginados. Las recientes reformas realizadas en Bolivia, por ejemplo, tienen como objetivo llegar a las minorías y grupos indígenas por medio de la educación intercultural y bilingüe. En Sudáfrica, integrar a los niños discapacitados en las escuelas de enseñanza general –en lugar de enviarlos a escuelas especiales– ha llevado a un aumento de la matriculación escolar de los niños discapacitados y el apoyo a las prácticas de enseñanza especializada11. Otro grupo que necesita un apoyo especial es el de las madres adolescentes que tienen que abandonar la escuela. En Namibia, 1 de cada 7 mujeres jóvenes de 15 a 19 años comienza ya a tener hijos a esa edad. La maternidad de las adolescentes es más común en las zonas rurales que en las urbanas, y las mujeres jóvenes sin educación tienen 10 veces más probabilidades de comenzar a gestar a los 19 años que quienes han terminado la escuela secundaria (58% frente al 6%)12. Aunque la matriculación invertir en los adolescentes 67