¿Y cómo ha podido ser? Araceli García Carranza Bibliógrafa y jefa del Dpto. de Bibliografía Cubana de la Biblioteca Nacional José Martí En los primeros años de la década del cincuenta visitaba, llevada de la mano de mi padre, la Biblioteca Nacional, situada en aquel entonces en el Castillo de la Fuerza. Su atmósfera húmeda, con olor a polvo, aireada un tanto por la brisa del mar, me atrapó para siempre, sin saberlo. Por esos años, también en compañía de mi padre, vi alzarse, poco a poco, dentro de un tupido andamiaje los dieciséis pisos del edificio que ocupa hoy nuestra centenaria institución. Recuerdo a mi padre señalándome, premonitoriamente, aquel edificio que ya se empinaba para atesorar e impulsar nuestra inmensa cultura cubana. Y esa visión también quedó en mi subconsciente, sin imaginar que iba a trabajar en la Biblioteca Nacional durante cuarenta años ¿o más? Un día de enero de 1962, una compañera de estudios, en el elevador de la Escuela de Filosofía y Letras, le decía al doctor Fernando Portuondo del Prado que me recomendara para ser aceptada en la Biblioteca Nacional como bibliotecaria. El doctor Portuondo se negó alegando que los buenos se recomiendan solos. Yo había sido una alumna estudiosa y disciplinada, y en esos días me examinaba por última vez. Rompiendo, no sé ni como, con mi timidez de siempre, fui a la Biblioteca y pedí ver a la doctora María Teresa Freyre de Andrade, ella me recibió, no recuerdo exactamente el diálogo, pero me aceptó. A los dos o tres días, el 1º de febrero de 1962, empecé a trabajar en la Biblioteca. Unos años después, la doctora Freyre quedaría satisfecha con mi Índice de la Revista Bimestre Cubana, y en 1970 me felicitaría por la Biobliografía de don Fernando Ortiz. A partir de 1962 busqué autoridades en el Departamento de Catalogación y Clasificación, y pronto haría analíticas en el Departamento Colección Cubana, el cual llegué a dirigir a instancias de Sidroc Ramos, quien siempre confió en mí, y quien me llevaría de la mano al universo de la investigación bibliográfica, cuando al morir don Fernando Ortiz me pidiera que en menos de tres meses compilara su obra. En Colección Cubana trabajé cerca de grandes e ilustres de la literatura y la historia cubanas y paradójicamente fui jefa de alguno de ellos: Cintio Vitier, Eliseo Diego, Fina García Marruz, Renée Méndez Capote, Roberto Friol, Octavio Smith, Zoila Lapique, Juan 112 Pérez de la Riva, y conocí a decenas de historiadores, investigadores, creadores, especialistas y profesores universitarios cubanos y extranjeros. Ese año también conocí a mi compañero de siempre, mi cómplice Julio Domínguez, quien también trabajaba en ese Departamento. Luego, entre otras tareas compilé para los historiadores la Bibliografía de la Guerra de Independencia la cual se consulta frecuentemente en la Sala Cubana. En 1972 publiqué la Biobibliografía del doctor Ramiro Guerra, mi primera colaboración en la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, en la cual, según Juan Pérez de la Riva, “no publicaba cualquiera” y lo logré después de diez años. Por estos años inicié la compilación de la obra de José Lezama Lima, retomada en los 90 y ahora recién publicada. Entre índices analíticos, investigaciones bibliográficas, servicios y tareas de dirección transcurrieron los años siguientes sin olvidar el montaje de exposiciones que a veces lográbamos Elena Giraldez, mi hermana Josefina, Zoila Lapique y yo como por arte de magia. La Sala Martí había sido inaugurada en 1968 por el profesor Manuel Pedro González exactamente “un domingo de mucha luz”, frase que exportó de la obra de Fina García Marruz, quien hizo de las visitas dirigidas a la Sala, un verdadero magisterio, un evangelio vivo. Años después, en 1977, la Sala devendría Centro de Estudios Martianos. Ya desde 1968 Cintio Vitier me había pedido que fuese la bibliógrafa de José Martí, y año tras año saldrían los Anuarios y después los Anuarios del Centro de Estudios Martianos con las correspondientes bibliografías, hasta la fecha 28 compilaciones, o lo que es lo mismo 28 años de bibliografía martiana, tratando siempre de que la última supere a la anterior. En los años ochenta la doctora Marta Terry me haría ocupar la jefatura del Departamento de Bibliografía Cubana, nuevo desarrollo del Departamento de Investigaciones Bibliográficas, nomenclatura que vuelve a usarse en estos tiempos por así exigirlo el trabajo creador, y en los años 90 continuaría en la jefatura de ese Departamento y asumiría la jefatura de redacción de la Revista de la Biblioteca Nacional bajo el mandato del más joven de sus directores, el historiador y ensayista Eliades Acosta Matos, y en medio de investigaciones y servicios la satisfacción de una fuerte vocación posiblemente indicada por la mano de mi padre cuando me señalaba los andamios que atrapaban el esqueleto de futuro edificio de la Biblioteca Nacional. Y siempre esa agradable realización que se siente cuando se logra un repertorio o se utiliza (porque es y será útil) o cuando se satisface una demanda. En especial cuando servimos a jóvenes y presentimos sus talentos y los vemos crecer hasta convertirse en historiadores, críticos, escritores o periodistas. Así han transcurrido los años y como en una cinta cinematográfica recuerdo algunas figuras relacionadas con la investigación bibliográfica: la de Cintio Vitier, creciendo siempre como creador 113 e intelectual y dando fe constante de “ese sol del mundo moral”; la de Alejo Carpentier, quien llegaba cada verano acompañado de Lilia y sabía apreciar el significado de la bibliografía como instrumento de presente, pasado y futuro, así como su utilización dentro de la novela, dando fe de ello el uso de los títulos de ciertos asientos bibliográficos como recurso intertextual en La consagración de la primavera; la de Carlos Rafael Rodríguez, siempre sonriente y amable, cuando nos revisaba a mi hermana Josefina y a mí los datos con los que nos pretendimos acercar a su intensa trayectoria vital; y unos años antes recuerdo a la familia de Ramiro Guerra agradeciéndome su biobliografía; y unos años después alguien agradecería la de Elías Entralgo, la de María Villar Buceta, la de Loló de la Torriente, y tantas otras ... y más tarde los donativos de las colecciones de Roberto Fernández Retamar y de Lisandro Otero, las cuales promoverían las compilaciones de ambos, y hace poco tiempo la compilación de la obra de Eusebio Leal precedida en el tiempo por la de Emilio Roig de Leuchsenring, historiadores de la Ciudad de la Habana; más recientemente aún vamos conformando el cuerpo bibliográfico correspondiente a la obra del poeta y ensayista Luis Suardíaz; y siempre el servicio y la satisfacción de la demanda, así como la identificación con cada figura y su obra. Y siempre ese examen diario que con abnegación y modestia sufrimos los bibliotecarios acribillados a preguntas, casi ocho horas diarias, tratando de buscar espacio y tiempo para pensar, leer, escribir... ¿Y cómo es posible que hayan pasado cuarenta años transcurridos en una de las más rigurosas universidades: la Biblioteca Nacional José Martí de Cuba? 114