WALTER KERBER LA HUELGA DE HAMBRE Valoración teológico-moral A raíz de las huelgas de hambre de algunos prisioneros católicos irlandeses vuelven a quedar planteados una serie de problemas morales como el de la acción de doble efecto, el de la posible justificación de los medios por el fin, el de la guerra justa, etc. El autor matiza y hace ver la complejidad de todos estos problemas, destapando al mismo tiempo algunas posiciones morales católicas en la historia que no parecen demasiado coherentes con el evangelio, vistas desde ahora. El interés del articulo está no sólo en los temas concretos tratados sino sobre todo en los interrogantes y puertas abiertas que nos deja en el tratamiento de los problemas morales. Zur moraltheologischen Beurteilung eines politisch motivierten Hungerstreiks, Theologie und Philosophie 57 (1982) 43-60 Las huelgas de hambre llevadas a cabo en Irlanda del Norte por algunos prisioneros católicos han vuelto a poner de actualidad la cuestión de la licitud moral de tal medio de lucha política. Sin detenernos ahora en el caso concreto de Irlanda, queremos abordar esta cuestión de un modo general y objetivo. Es decir, prescindimos de si en Irlanda se dieron determinadas circunstancias que pudieran justificar aquellas huelgas y prescindimos también de la posible buena fe subjetiva de los huelguistas. La cuestión que nos proponemos es la siguiente: queremos examinar si en una confrontación política puede justificarse la huelga de hambre hasta la propia muerte, por lo menos por determinados motivos o en determinadas circunstancias. Por huelga de hambre entendemos "la renuncia voluntaria a tomar alimentos, unida a la amenaza de perseverar en esta actitud hasta lograr una exigencia política o, en caso contrario, hasta la propia muerte". Todo ello concebido como instrumento de resistencia no violenta. Tal comportamiento guarda cierta semejanza con el chantaje y la tortura, pero con la diferencia de que no amenaza con un mal físico a otra persona, sino que tal amenaza recae sobre el mismo huelguista. Con esta amenaza se pretende alcanzar un fin tan importante a los ojos del huelguista, que éste cree que vale la pena arriesgar por él incluso la propia vida. El no de la moral a la huelga de hambre Comencemos analizando este hecho a la luz de los principios comunes de la teología moral. Con estos principios en la mano, parece que hemos de concluir que la huelga de hambre es inmoral, porque se trata de una muerte directa. En efecto, cuando la teología moral se ocupa de la huelga de hambre parte del no matarás. Nadie tiene derecho a disponer ni de su propia vida ni de la vida de los demás. Sin embargo, tal prohibición no es absoluta ni ilimitada. Según el principio del doble efecto, en determinadas circunstancias es lícita la muerte indirecta, mientras que la muerte directa es siempre una acción intrínsecamente mala (con la excepción del caso de la pena de muerte) y nunca podrá justificarse, ni siquiera por causa de un fin superior por elevado que éste sea. WALTER KERBER Es decisivo aclarar ante todo si, de acuerdo con el principio del doble efecto, la muerte como consecuencia de una huelga de hambre puede ser una muerte indirecta (y por lo tanto justificable) o si, por el contrario, siempre será una muerte directa (y por lo tanto siempre injustificable). Según el principio del doble efecto, para que una acción sea lícita moralmente, se han de cumplir las cuatro condiciones siguientes: I .a que la acción en sí misma sea buena o indiferente; 2.a que el efecto bueno proceda de dicha acción por lo menos con la misma inmediatez que el efecto malo; 3.a que el efecto malo no se pretenda directamente, sino que únicamente se permita; y 4.a que haya un motivo proporcionado que contrapese el efecto malo. Si aplicamos este principio a la huelga de hambre, vemos que el problema está en la primera y segunda de las condiciones. Es claro que lo que se pretende no es la propia muerte (3 condición) y presuponemos también que lo que se pretende es una causa justa de tal valor que justifica el riesgo que se corre (4.a condición). En todo caso será necesario demostrar que se cumple esta última condición. Nos queda por ver lo que atañe a las condiciones primera y segunda, que son fundamentales en esta cuestión. ¿Podemos considerar que la huelga de hambre es por lo menos algo moralmente indiferente? ¿El efecto bueno procede de la acción por lo menos con la misma inmediatez que el efecto malo, o, por el contrario, es una consecuencia de una mala acción? Para responder a estas preguntas, hemos de analizar la huelga de hambre como acto moral. Se trata de una verdadera acción positiva, no de una simple omisión. El quebranto de la propia salud hasta la muerte se asume como un medio directamente orientado a alcanzar un fin. Cuando el huelguista rechaza los alimentos necesarios para subsistir, obra conscientemente en contra de su propia vida. Su acción es verdaderamente un suicidio incoado. Y el carácter moral de tal acción no cambia por el hecho de que materialmente consista en una acción pasiva, como el negarse a tomar alimentos. Sin embargo, es cierto que el medio que se utiliza no es la propia muerte, sino la amenaza de llegar hasta la muerte. Con esta amenaza se pretende coaccionar al gobierno. Pero aquí no discutimos si se puede utilizar o no una amenaza en general. Al fin y al cabo el huelguista amenaza a su adversario político para lograr algo que en sí mismo, o por lo menos en su opinión, es justo. Y una amenaza que tenga por objeto evitar la injusticia es aceptable desde el punto de vista moral, siempre que la fuerza o la coacción no se utilice de una forma ya en sí misma mala. El estado coacciona con sus leyes a todo delincuente en potencia a fin de evitar los delitos; y el propietario amenaza al posible ladrón para defender sus bienes, etc. Hemos de examinar, por lo tanto, qué tipo de coacción utiliza el huelguista de hambre. Se trata de una violencia dirigida, no contra un injusto agresor, sino contra sí mismo. En casos de legítima defensa, puede incluso justificarse la muerte del injusto agresor, pero nunca podrá justificarse la muerte de un inocente, ni siquiera para defender un derecho justo. Nunca será lícita, por ejemplo, una amenaza al estilo de "si no me devuelves lo que me has robado, mataré a tu hijo". Si esto es así, podemos preguntarnos: ¿la situación es distinta cuando la vida del inocente amenazada es la misma vida del que amenaza? El huelguista de hambre ¿tiene derecho a disponer de su propia vida si; por ejemplo, un gobierno no cumple con sus deberes de justicia? Si no tiene este derecho, tampoco puede amenazar con su propia muerte. WALTER KERBER Se podría objetar que el verdadero causante de la muerte es el propio gobierno con su obstinada actitud. Pero hay que tener en cuenta que tal actitud sólo es causa de la muerte por unas circunstancias que el mismo huelguista ha provocado y, por lo tanto, es este último quien de modo inmediato se causa la muerte. Por consiguiente podemos concluir: la muerte, en el caso que nos ocupa, es una muerte directa, como objetivo tanto de la acción del huelguista, como de la amenaza incluida en aquella acción. De aquí se deduce que la huelga de hambre es injustificable según los principios más comunes de la moral. Si el suicidio directo es intrínsecamente inmoral y jamás se puede utilizar, ni siquiera como una real amenaza o como un medio para alcanzar un fin, también hemos de afirmar que la huelga de hambre es una acción intrínsecamente inmoral e injustificable en todas las circunstancias posibles. Posible justificación de la huelga de hambre Con todo, y por más que estas consideraciones parezcan lógicas y concluyentes, no podemos negar que nos queda una cierta desazón. La conclusión a la que hemos llegado no parece totalmente plausible. Tanto la opinión pública mundial, como sus mismos adversarios, han reconocido la categoría ética de no pocos huelguistas de hambre, y precisamente a causa de su actitud. Piénsese, por ejemplo, en el caso de Gandhi. Tampoco podemos olvidar que algunos huelguistas se confiesan cristianos y apelan a las palabras del evangelio "no hay mayor amor que dar la vida por los amigos". También sorprende que la moral católica, con su principio filosófico de doble efecto, sea la única que condene de una manera tajante la huelga de hambre al asimilarla simplemente al suicidio. Al margen de esta moral, tanto los defensores como los opositores de la huelga de hambre operan a partir de otros principios. Sin embargo, a pesar de estas objeciones, la huelga de hambre puede ser inmoral. Porque la simple plausibilidad o el juicio de la opinión pública no son ningún argumento decisivo, ni ningún criterio seguro de moralidad. Como tampoco lo es la simple motivación cristiana, que puede ser utilizada equivocada ó subjetivamente. Más objetivo y digno de tenerse en cuenta es, el hecho de que la huelga de hambre se discute en el contexto de una estrategia general orientada a resolver conflictos políticos, y como medio para humanizar los enfrentamientos violentos. La teoría política moderna ha desarrollado el concepto de resistencia no violenta. Este concepto -en cuya elaboración no han dejado de influir motivaciones cristianas- quiere ocupar el lugar que hasta ahora ocupaban los enfrentamientos violentos, la guerra generalizada o la guerra civil. Sólo comprenderemos correctamente el significado de la huelga de hambre si la situamos en el ámbito de esta estrategia política y como un instrumento de este tipo de lucha no violenta. La teología moral católica justificó la utilización de la violencia física, incluso hasta la muerte del adversario, en su teoría sobre la licitud de la guerra justa. Pues bien, en aquellas situaciones en las que la moral justificó la guerra, se han de utilizar ahora otros medios. Sus características son las siguientes: utilizan un mínimo de violencia física, dan poco pie a fomentar el odio mutuo; respetan lo más posible la dignidad humana y la responsabilidad ética, incluso del mismo adversario; tienen en cuenta que el adversario político, aunque defienda una causa injusta, muchas veces es él mismo un prisionero de WALTER KERBER su propia ideología; en una palabra, tales métodos de lucha intentan apelar a la conciencia del adversario, a fin de ganarlo, si es posible, para la lucha contra la injusticia, y han de valorarse a la luz de este fin que pretenden. La experiencia nos enseña que los argumentos racionales son insuficientes para superar prejuicios políticos, y que "la razón se ha de fortalecer con el sufrimiento, mientras que el sufrimiento abre los ojos a la comprensión" (Gandhi). Un sufrimiento calculado y buscado es un elemento esencial de esta estrategia. Pero un sufrimiento que no se orienta hacia el adversario, sino hacia uno mismo. Por consiguiente, es un factor parcial de una estrategia de lucha política pensada expresamente para superar enfrentamientos violentos. Conviene pues comparar esta estrategia de la no violencia con la moral tradicional de la guerra: La estrategia de la no violencia coincide con la moral tradicional de la guerra en que no puede renunciar totalmente a la violencia, pero se distingue de ella por cuanto considera que "una injuria proporcionada al daño que causa la guerra" no siempre justificará la utilización de la violencia contra la persona del adversario y que tal violencia nunca será el mejor medio para alcanzar un objetivo político, por justo que sea. La estrategia de la no violencia cree que, en determinadas circunstancias y para defender una causa justa, basta, como mal menor, utilizar la violencia contra uno mismo. Y si estas circunstancias se dan, entonces es un deber moral hacer todo lo posible por sustituir la violencia de la guerra por los medios más humanos de la no violencia. Y uno de estos medios es la huelga de hambre. Si Gandhi y sus seguidores hubieran optado por la lucha armada, tal vez hoy estaríamos lamentando millares de víctimas de ambos lados y la guerra hubiera dejado una secuela de odios difícilmente superables. Al utilizar la estrategia de la no violencia, Gandhi logró su objetivo político y a la vez evitó todos estos males. En comparación con esta estrategia de la (relativa) no violencia, no podemos negar que la moral de la guerra y la teoría clásica de la guerra justa nos parece más bien inhumana. Tal teoría parte de la existencia constatada de una injusticia que afecte a toda la comunidad civil y de la imposibilidad de acudir a una instancia superior que pueda poner remedio a esta situación. Y a partir de aquí llega a la conclusión de que, en estos casos, la guerra puede ser moralmente lícita. Y la violencia física, que se ejerce contra el adversario, se justifica o bien como un caso de legítima defensa o bien a partir del derecho que tienen el estado a condenar a los culpables. Los moralistas insisten en que se requiere una causa justa para poder desencadenar este tipo de guerra, pero no precisan con mucho detalle las características de tal causa. Santo Tomás, por ejemplo, se alarga mucho cuando explica que solo la legítima autoridad del estado puede declarar la guerra, y, por el contrario, al describir la causa que puede justificar la guerra se limita a decir: "se requiere que quienes son impugnados merezcan por alguna culpa esta impugnación" (2, 2 q. 40 a. 1 c). En este contexto, es importante destacar el hecho real de que la moral tradicional considera que en caso de guerra queda como suspendida la prohibición de matar directamente. A la vez nos quedan sin respuesta una serie de cuestiones planteadas precisamente por los mismos principios generales de moral. En la guerra ¿no es verdad que se hiere y mata a verdaderos inocentes? Si se pretende justificar la guerra a partir del derecho a condenar al culpable ¿el castigo alcanza únicamente a los moralmente culpables?, ¿no hay que reconocer que más bien afecta a inocentes? Si se da por buena la teoría de la defensa propia ¿cuándo se ha inculcado a los combatientes que utilicen el WALTER KERBER mínimo de violencia necesario para dejar fuera de combate al enemigo, pero no más? La moral de la guerra ¿puede ignorar que generalmente los combatientes de ambos bandos creen defender una causa justa? La mutua muerte directa entre los combatientes ¿no es por ventura una acción intrínsecamente mala y jamás justificable, ni siquiera para restablecer la justicia y el derecho? En una palabra, si aplicáramos de una manera estricta los principios generales de moral al caso de la guerra, deberíamos llegar a la lógica conclusión de que la guerra es intrínsecamente inmoral. Teniendo en cuenta estas consideraciones, tenemos una nueva luz para analizar el juicio de los moralistas sobre la huelga de hambre. Ya hemos visto cómo la moral tradicional equipara la huelga del hambre con el suicidio. Pero sería conveniente no tratar esta huelga como si fuera únicamente un problema individual. Hay que relacionarla con la ética que se ocupa de los enfrentamientos sociales violentos. Hay que situarla en el contexto de la guerra y en concreto en el contexto de aquellas situaciones en las que la moral considera lícita la utilización de la violencia física, que puede llegar incluso a dar muerte al adversario. La huelga de hambre, como hemos ya indicado, es un factor de la estrategia de la no violencia. Y bien puede suceder que esta política de la no violencia sirva para evitar una guerra sangrienta y para alcanzar la paz y la reconciliación. En estos casos sería incomprensible que, en nombre de la ética cristiana, se prohibiera tal forma de resolver los conflictos políticos. No es éste el momento de precisar cuándo y en qué circunstancias se presenta tal alternativa. Creemos que una situación de este tipo se dio, por ejemplo, en el caso de Gandhi. En aquella situación era justificable la utilización de la huelga de hambre y lo hubiera sido incluso si Gandhi hubiera muerto como consecuencia de la misma. La huelga de hambre como medio de lucha no violento, no siempre es inmoral, en algunas circunstancias puede ser un mal menor, como alternativa al mal mayor del enfrentamiento violento. Aunque ni siquiera en este caso podemos olvidar que por más que se trate de una resistencia o lucha no violenta, incluye un cierto grado de violencia, y, como todo método político violento, sólo se puede y debe usar en determinadas circunstancias. Este método cuenta con la ventaja de estar menos expuesto a posibles abusos. El mismo instinto de conservación ya constituye una barrera al abuso. Además, será inútil, incluso contraproducente, si no va asociado a un cierto grado de credibilidad ética en la persona y en la causa del huelguista. Credibilidad de la que difícilmente gozará un delincuente común. Aunque siempre queda la posibilidad de que algún huelguista de hambre haya sido manipulado ideológicamente en favor de una causa que no sea precisamente justa. Grupos, por ejemplo, terroristas pueden presionar sobre alguno de sus miembros y empujarle a emprender una huelga de hambre con la intención de mover a la opinión pública en su favor. Pero no podemos hacer depender la valoración ética de la huelga de hambre en general del riesgo de posibles abusos. Los abusos siempre son posibles tanto en éste como en otros medios de lucha. Y, en cualquier caso, el riesgo siempre es menor en la lucha no violenta que en la lucha armada. Además, la lucha no violenta no tiene tanto peligro de contribuir a una escalada de violencia, como sucede en otras formas más tradicionales de enfrentamiento político. La huelga de hambre a la luz de una nueva metodología teológico-moral Todo lo que llevamos dicho nos conduce a una conclusión paradójica. Por su parte, y teniendo en cuenta la clásica doctrina del principio del doble efecto, hemos de equiparar WALTER KERBER la huelga de hambre al suicidio y, por consiguiente, la hemos de considerar como algo intrínsecamente malo. Por otra parte, si la integramos en la estrategia de la resistencia no armada (o pacífica), nos parece que es un método más humano y cristiano de resolver determinados enfrentamientos políticos. Por lo menos más humano y más cristiano que la guerra, aceptada, por otra parte, por la moral tradicional. ¿Cómo resolver esta contradicción? Sospechamos que la paradoja no se debe a una mala utilización de los principios de la moral, sino que radica en estos mismos principios. Sospecha que viene robustecida por modernas investigación-cuestionan la hipótesis de las aclogía moral. Algunos moralistas cuestionan la hipótesis de las acciones intrínsecamente malas y el mismo principio del doble efecto. Veamos hasta qué punto el nuevo estado de la cuestión nos sirve en nuestro tema. En la moral clásica se dan muy pocos casos o ejemplos de acciones intrínsecamente malas. Una de ellas es la muerte directa del inocente y también el suicidio directo. Son normas de tipo deontológico. Pero generalmente la moral católica valora las acciones sospesando también los efectos de cada una de ellas. Pues bien, las modernas investigaciones en teología moral intentan demostrar que incluso la norma del no- matarás tiene un fundamento teleológico. Se ha dicho que tal norma se prueba a partir del señorío absoluto de Dios sobre la vida. Pero hay que notar también que Dios es igualmente señor de toda la creación. De la formulación "sólo Dios es señor de la vida" se sigue que nosotros, los hombres, no podemos disponer de la vida arbitrariamente, de igual modo como no podemos disponer arbitrariamente de ningún ser creado. Lo que sí es cierto es que la vida es un derecho tan fundamental que difícilmente podremos imaginar un derecho igual o superior a él. De lo cual se puede concluir que nadie tiene derecho a disponer de la vida humana. Esto no quiere decir que la moral no acepte, en algún caso concreto, derechos prioritarios respecto a la misma vida. Uno de estos casos es el derecho a la legítima defensa. Ante un injusto agresor, la moral acepta el derecho a la propia defensa incluso, si fuere necesario, dando muerte al agresor. Es un caso en el que se enfrentan dos vidas. Pero lo que justifica la legítima defensa, no es el hecho de que la vida del agredido sea de mayor valor que la del agresor, ni siquiera la culpa del agresor, sino más bien una exigencia de bien común. Si todos los posibles asesinos contaran ya de antemano con que sus víctimas nunca opondrían resistencia, es evidente que esto estimularía sus proyectos criminales.. Y tal cosa no se puede permitir. Por ello, en este caso, aplicamos el principio del doble efecto, que justifica y a la vez limita la defensa propia. La justifica, porque permite que se disponga de la vida humana del agresor, incluso si éste subjetivamente no es culpable. La limita, por cuanto prohíbe que el agredido cause más daño al agresor del estrictamente necesario para la propia defensa. Un segundo caso es el de la pena de muerte. Aquí no aplicamos la distinción entre directo e indirecto. La ejecución de una pena de muerte es una muerte directa y sin embargo permitida en la moral, aunque se exigirá que el condenado sea subjetivamente culpable de un crimen tal que merezca la pena de muerte. Pero desde un punto de vista teórico, no es fácil de justificar de dónde le venga al estado el derecho a disponer de la vida de un hombre, por más que sea un delincuente. Por lo general se argumenta del modo siguiente: Dios quiere el orden jurídico justo del estado, porque es una condición necesaria para poder llevar una vida humana digna; y, por lo menos en algunos casos, la pena de muerte es necesaria para salvaguardar este orden. Nos parece claro que en este razonamiento se ha abandonado una argumentación de tipo deontológico y se argumenta teológicamente. El ordenamiento jurídico del estado se considera un bien tan WALTER KERBER importante, que se puede presuponer que Dios ha concedido al mismo estado el derecho a disponer de la vida humana, si ello fuere necesario para salvaguardar aquel ordenamiento jurídico. Dicho de otro modo: el fin de la acción (la salvaguarda del orden) es lo que la especifica. Tal acción deja de ser un homicidio y pasa a ser un castigo lícito, aunque tenga todas las características de una muerte directa. Esta forma de argumentar se puede aplicar a la huelga de hambre. La guerra, el derramamiento de sangre y el odio entre los hombres van ciertamente contra la voluntad de Dios. Pues bien, supongamos el caso en que alguien tenga fundadas esperanzas de que comprometiendo su vida en una huelga de hambre podrá evitar estas calamidades, o podrá convencer al adversario de la injusticia que comete, o tal vez logre establecer la paz y la reconciliación. En esta hipótesis tenemos derecho a preguntarnos si tal huelga de hambre no debería especificarse moralmente a partir del fin que se pretende, y, por consiguiente no es ya un suicidio incoado, sino un compromiso en favor de un orden social más justo y de la paz. Más aún, en este caso ¿sería moralmente licito optar por el enfrentamiento armado, antes que por la huelga de hambre? Parece que en esta hipótesis no se viola la soberanía de Dios sobre la vida humana, sino que se pretende realizar precisamente el plan de Dios, que no es otro que la paz y la justicia entre los hombres. Si sólo con la violencia se puede asegurar la justicia y la paz, parece justo que optemos por el mínimo de violencia imprescindible. Tal vez se nos diga que estamos aceptando que el fin justifica los medios. Pero ya hemos intentado demostrar antes que la huelga de hambre no es un medio en sí mismo inmoral. En determinadas circunstancias puede ser un mal menor. Y lo será, cuando la alternativa o mal mayor fuera la muerte de muchos inocentes. Conclusión Esta es nuestra opinión. Y la proponemos como una hipótesis de trabajo que necesita aún de la reflexión crítica y de la discusión de los expertos. Si se llega a aceptar su plena validez, todavía será necesario un ulterior debate para precisar mejor en qué condiciones se puede justificar la huelga de hambre como instrumento de lucha política. Sin entrar ahora en este segundo aspecto, queremos notar algo sobre las condiciones en que se dio la huelga de hambre en los casos de Irlanda del Norte citados al comienzo. La estrategia de la no violencia requiere una verdadera coherencia. Su fuerza y credibilidad dimanan de sus principios asumidos de forma absoluta e incondicional. Y estas condiciones no se dan cuando una misma organización política pretende utilizar tanto los medios violentos del terrorismo o de la lucha armada, como los no violentos de la huelga de hambre. Tradujo y condensó: MANUEL CASALS