Abrumados por las minuicias técnico-jurídicas, en pocas ocasiones quienes nos dedicamos a la investigación jurídica somos capaces de revelar la discusión axiológica que subyace a toda cuestión jurídica, por nimia o prosaica que pueda parecer. El Derecho de extranjería es acaso el sector del ordenamiento jurídico donde esa pugna de valores aparece de forma más nítida y controvertida. Sin mayor riesgo, es posible afirmar que la salud moral de una sociedad se mide en buena medida por el tenor de su ordenamiento jurídico. No sólo importan las claves constitucionales con las que se construye una idea de Estado o de sociedad, ni el giado de justicia social o económica de sus normas de Derecho público o privado, sino también el modo en que los derechos y obligaciones se hacen efectivos a través de la jurisprudencia, la práctica administrativa y la cultura jurídica en un sentido amplio. Si sigue siendo cierta la distinción kelseniana acerca de la democracia formal y real, la esencia y valor del Derecho no sólo se mide en términos formales, sino también reales y sociológicos. El Derecho de extranjería constituye un excelente barómetro para calcular el horizonte ético de una sociedad. No debe extrañar, por tanto, que la promulgación de una ley de Extranjería venga precedida por convulsiones sociales y políticas, hasta el punto de haber producido en nuestro país dos leyes sucesivas en el breve lapso de un año. Desde un punto de vista ético, parece bastante cierto que no puede haber Ley de Extranjería intrínsecamente justa, salvo la que no existe. El origen nacional es, de hecho, la única causa de discriminación personal admitida por ordenamientos jurídicos como el español (art. 14 de la Constitución), anclados en un sistema de valores respetuoso con los derechos humanos. Ello viene a significar que la protección económica de un grupo se sobrepone de alguna forma a valores morales en torno a la igualdad o a la solidaridad, incluso intrínsecamente enraizados en la tradición religiosa, moral y política de la sociedad. La cruda realidad de esta afirmación no debe invitar al rasgado de vestiduras ni a formular pretensiones filantrópicas más que utópicas, ni a defender propuestas social y económicamente inviables. Simplemente pone de relieve, en lo filosófico, la relatividad consustancial a cualquier valor, y en lo político, el postulado de que en nuestra socie- XVI COMENTARIO SISTEMI~TICOA LA LEY DB EXTRANJERÚ dad, que es casi como decir .en nuestro mercado., ha de existir una Ley de Extranjería. Ahora bien, admitiendo este punto de partida, no es menos cierto que la necesidad no excluye la virtud. No existe un único modo de concebir un Derecho de Extranjería, al igual que nunca ha existido un pensamiento único. Existen múltiples variables que habilitan una valoración muy diferente del modo en que el legislador resuelve problemas muy concretos relativos al régimen de los extranjeros en España. Y en este margen de oscilación, la opción del legislador español puede y tal vez debe ser criticada no sólo en términos políticos, sino también desde un punto de vista jurídico, pues es responsabilidad del legislador atemperar un régimen de extranjería que optimice el respecto a los principios y valores esenciales de nuestro ordenamiento jurídico. La evidente dimensión moral y política del fenómeno de la inmigración no debe nublar las claves sociológicas en que una determinada legislación debe justificarse para ser eficaz, a fuer de moralmente aceptable. Para el ciudadano medio, es muy probable que el Derecho de extranjería encuentre una explicación muy similar a la que cabe imaginar en los orígenes de la sociedad. En el alba del hombre, no existía evidentemente el concepto de extranjero. No había razones socio-económicas para ello. Los recursos eran abundantes y el ser humano, eminentemente nómada, satisfacía sus necesidades cazando o recolectando. En un momento determinado, las alteraciones demográficas alteraron esta conducta, convirtiendo a los humanos en una especie sedentaria, cultivadora y ganadera, aferrada a la tierra de la que dependía su subsistencia. En ese mismo momento histórico, tal vez crucial, asistimos a una mutación social que aún perdura, quizás a los albores del capitalismo, con seguridad a la consolidación de los clanes, tribus y poblaciones, respecto de los cuales el Estado no es más que un trasunto más sofisticado. Aparece asimismo la agresividad, las guerras y la idea de protección y defensa de la subsistencia del grupo o del clan. Con bastante certeza, el ciudadano actual o b s e ~ ade reojo al extranjero con idéntica prevención a la de aquellos moradores de cerros estratégicos de la península ibérica observaban a los extraños. La única diferencia, sustancial sin duda, es que ese cerro estratégico presenta en la actualidad las dimensiones de la Unión Europea. Porque, en efecto, cuando nos referimos a la Ley de Extranjería no hablamos de un texto legal relativo al régimen de los extranjeros en sentido estricto, es decir, de todos aquellas personas que no ostentan la nacionalidad española. Los fenómenos de integración económica obligan a una relativización del concepto, tan evidente que no precisa mayor explicación, y que justifica el primer capítulo de esta obra. No es casual que la mayor parte de las normas de la Ley de Extranjería, y de las disposiciones que la desarrollan, se dediquen a diseñar un régimen discriminatorio de acceso del extranjero a los beneficios económicos, representados hoy por el puesto de trabajo, y en torno al que gira una sección completa de estos comentarios. Incluso muchas de las discusiones sobre los derechos públicos, como puede ser la asistencia sanitaria y social, se reconducen sin dificultad al debate sobre la conveniencia de beneficiarse económicamente de unos servicios públi- PRÓLOGO XVII cos costosos. La discriminación económica, reverso de la protección económica del nacional, es, por tanto, una de las claves sociales del tratamiento del problema de la inmigración, al igual que lo fue en esos momentos históricos tan perdidos en el tiempo que hemos rememorado. Podría pensarse que semejante analogía es lógica, pues el problema demográfico no ha hecho más que acentuarse en los pocos miles de años que tiene nuestra historia de seres aferrados a la tierra. Sin embargo, merece la pena reflexionar sobre la alteración fundamental del postulado demográfico del fenómeno de la inmigración, especialmente a la luz de los cambios más recientes. Nuestro capitalismo tecnológico ha conjugado una serie de factores diversos que han producido una inversión demográfica en países desarrollados. El riesgo del descenso de la natalidad es, obviamente, el envejecimiento de la población. El sistema compensa las consecuencias de su modelo de mercado garantizando una protección social de los mayores, con un coste económico elevado y cada vez más desproporcionado en razón de quienes tienen que sufragarlo con su actividad laboral. Algunos países han intentado equilibrar situación tan explosiva incentivando la natalidad. Otros no han querido o no han podido asumir ese compromiso, y su población decae irremisiblemente, como es el caso de España o de Italia. Ambas opciones, en todo caso, necesitan, siquiera sea como complemento, la inyección de mano de obra extranjera que cubra los déficits de población activa. Sería aventurado predecir el futuro de esta situación coyuntural, que en todo caso exige un aumento demográfico cuyas consecuencias pueden ser inciertas, aunque muchos seguramente tendremos la suerte de no verlo. Pero lo que resulta inconcuso a todas luces es que, en un plazo muy corto, países como el nuestro se verán obligados a fomentar la llegada de trabajadores a nuestro país de una forma muy parecida a como captamos turistas para nuestro gran negocio nacional. La experiencia de la Europa de la posguerra, asolada material y demográficamente, y renacida en parte por el aluvión de inmigrantes, en buen número procedentes de nuestro país, debe ser tenida en cuenta. En consecuencia, no sólo razones éticas, sino intereses económicos, deben estar en la base de una determinada opción legislativa al problema de la inmigración. Pero desde una óptica sociológica, la presencia masiva de extranjeros en un país, incluso admitiendo sus beneficios económicos, nos sitúa ante un nuevo reto: la convivencia con la multiculturalidad. La historia criminal de nuestra especie se nutre de dos grandes banderas: Dios y la Nación. Ambas contribuyen a la identidad nacional en la misma medida que a la alienación, e incluso a la enajenación. Los fundamentalismos se amparan bien en uno o en otro concepto. Por más antipáticos y atávicos que puedan resultar, es preciso tener en cuenta que sus nefastas consecuencias arrancan muchas veces de la presión que produce un determinado monopolio cultural, con el consecuente riesgo de la desaparición de la propia cultura. Piénsese, por ejemplo, en qué medida el fundamentalismo islámico no es una reacción al monopolio cultural mal llamado .occidental*, con su actitud agresiva amparada en criterios muchas veces inconfesables, de puro interés económico. El temor al extranjero, y sus perniciosos efectos en el orden mo- XVIII COMENTARIO SISTEMÁTICO A LA LEY DE EXTR~INJER~A ral, no se asienta únicamente en el riesgo de desaparición física del clan, esto es, en razones de protección económica. Obedece asimismo a una preocupación igualmente colectiva, y tal vez más subliminal, por la desaparición espiritual, es decir, por la conservación de la propia cultura. La vieja teoría de las fronteras demuestra cómo la civilización más avanzada y sofisticada se hace pacífica y ~ a f e minada» y tiende a sucumbir a manos de la más atrasada y ~bárbarau,curioso término que significa «extranjera». La Historia nos oirece ejemplos muy conocidos, como la caída del Imperio Romano ante los pueblos del norte, o el fin del refinado Islam español ante el avance de cristianos medio salvajes. Y algunos otros no tan manidos, pero acaso más sugerentes, como el que nos propuso Adolf Schulten en torno a aquella civilización de Tartessos, tal vez la primera gran civilización de Occidente, cuya enorme riqueza y desarrollo n o fueron óbice para que sufriera los constantes zarandeos de pueblos menos excelsos que finalmente la hicieron desaparecer y ser borrada de la Historia. A la postre, la Historia confirma las tesis de Henri Pirenne, en el sentido de que los pueblos conquistados acaban imponiendo su cultura cuando ésta es más avanzada. Pero un temor tal alimenta asimismo la xenofobia en Europa, y explica el renacimiento no tan anecdótico de movimientos de calado -decir .ideología. sería un despropósitoneonazi. La presencia masiva de extranjeros en un país implica una modificación inevitable de los perfles monolíticos y seguros de una cultura construida muchas veces a sangre y fuego. Elevada a la condición de paradigma, la cultura dominante se erige como una salvaguarda de nuestra propia existencia, nos proporciona la protección del padre en una época en que hemos perdido a Dios, nos identifica y nos hace sentirnos individuos por el mero hecho de formar parte de un todo preciso. Su defensa se convierte en algo vital porque seguramente formamos parte de una sociedad alienada, deshumanizada y sin personalidad, y el individuo sólo justiiica su existencia precisamente alienando su propia esencia en entes colectivos, ya se trate de una Nación o de un equipo de fútbol. Pero para lograr esa existencia virtual necesitamos que el ente colectivo nos suministre un catálogo de valores que seamos capaces de percibir. Si el equipo de fútbol del pueblo se conforma con individuos de razas y orígenes dispares perdemos la identidad de ese ente colectivo en el que hallamos nuestra razón de ser, y la sentencia Bosman se convierte en un atentado contra la identidad, más que en un pronunciamiento por la igualdad económica. Si nuestra cultura, íntimamente ligada a nuestro concepto de nación, pierde sus caracteres más acendrados, se contamina, dejamos de ser quienes somos, no somos nada, y parece nuestro deber defender esa cultura en la medida en que defendemos nuestra propia pervivencia. Habría mucho que decir acerca del verdadero carácter patológico de esta actitud y de sus verdaderas causas, pero está claro que constituye un hecho cierto. Como tal, representa un inconveniente para un tratamiento saludable del problema de la inmigración. Es verdad que los medios de comunicación de masas han contribuido a una aproximación cultural, a una mayor conciencia de la multiculturalidad y a una relativización de la propia cultura (C. Vattimo). Pero en la misma PRÓLOGO XIX medida han servido de cauce para la agresividad y los propios fines de las culturas dominantes. En consecuencia, las aspiraciones postmodernas de convivencia cultural no son tanto la constatación de un dato sociológico como simplemente eso: una aspiración. En esta dirección, una Ley de Extranjería, al igual que todo un sistema de Derecho internacional privado, debe orientarse a garantizar y facilitar la convivencia multicultural, sin renunciar a sus principios fundamentales. Afortunadamente, nuestro país se ha mostrado más sensible que muchos otros a esta necesidad, y algo que nos resulta tan natural como la posibilidad de celebrar en España un matrimonio en forma islámica, hebrea o evangélica, no deja de ser una realidad sorprendente en otras latitudes de nuestro viejo continente. El Derecho de extranjería debe atender de igual iorma al respeto de la diversidad cultural - y no simplemente a tolerarla - y a facilitar los cauces apropiados para la integración cultural de aquellos extranjeros, especialmente de segunda y sucesivas generaciones, que opten por ella. En esta doble dirección, el reconocimiento más generoso de los derechos políticos y de las libertades fundamentales de los extranjeros cumple una función esencial, en particular por lo que respecta a los derechos de participación política, reunión y asociación, educación, medidas no discriminatorias, etc. Más allá de los discursos de los medios de comunicación, en menor o mayor medida mediatizados por los intereses políticos coyunturales, el estudio cabal de nuestro nuevo Derecho de extranjería sirve para poner de relieve cuán desenfocados pueden estar, en mucho puntos, los debates políticos. De esta forma, arrostrar el estudio sistemático de la normativa madre de nuestra legislación sobre extranjeros, se convierte en algo más que una aportación puramente científica o jurídica. Se erige como una necesidad social. Tengo para m í que, afortunadamente, quienes suscriben cada uno de los capítulos que conforman esta obra, no han sabido ni querido prescindir de esa demanda social, y han acompañado al rigor jurídico claves, enfoques y desarrollos que responden a esa necesidad. Para ello han partido de una estructura de análisis especialmente afortunada. En lugar de atenerse artificialmente al orden, a menudo poco operativo, de las disposiciones legales, han optado, en primer lugar, por un estudio verdaderamente sistemático, atento a la autonomía de los problemas jurídicos más que al capricho de la articulación normativa. En segundo lugar, estos estudios se suceden sobre un esquema ordenado de forma lógica, casi cronológica. Tras el primer análisis imprescindible del ámbito de aplicación personal de la Ley, que nos sitúa en su verdadero alcance, los distintos bloques se encadenan a partir del periplo vital del propio extranjero: entrada, permanencia, trabajo, derechos y libertades, régimen fiscal y salida, con un último apartado reierido al régimen sancionador. Cada bloque incorpora distintos comentarios que identifican a la perfección y exhaustivamente los puntos clave de un régimen de extranjería. En cada uno de los capítulos no sólo encontrará el lector una minuciosa disección de las normas de la nueva Ley de Extranjería, sino una respuesta a los silencios y a las lagunas, el tratamiento de las cuestiones teóricas de mayor envergadura o soluciones a cues- xx COMKNTARIO s i r n e ~ Á n c oA LA LEY DE U(TMNJER~A tiones prácticas inadvertidas. La obra tiene además la virtud de haber combinado la participación de expertos universitarios con la de avezados conocedores de la práctica diaria de los problemas que suscita la inmigración. El excelente resultado no es más que una suma natural de todos estos factores. N o sería justo terminar este prólogo sin una mención a la labor realizada por la coordinadora de la obra. Mercedes Moya Escudero ha llevado a cabo su labor con mimo y esmero, y con el compromiso personal que la caracteriza en todos sus quehaceres. A ella debemos agradecer en gran medida el excelente resultado conseguido. Pero debe dejarse constancia, además, de la impagable - e impagada - actividad que Mercedes Moya Escudero ha desplegado en el ámbito de la Extranjería. Comenzando con una labor investigadora incansable, introdujo hace algunos años asignaturas de libre configuración relativas al Derecho de Extranjería, tanto en la Facultad de Derecho como en otras titulaciones de la Universidad de Granada, en particular en la Escuela de Relaciones Laborales. El éxito de su magisterio pronto llevó, de forma milagrosamente espontánea, a que dichas enseñanzas echaran raíces, integrándose en los Planes de Estudios como asignaturas optativas. No tardó en levantar, contra viento y marea, un ejemplar Título de Experto sobre asesoría jurídica a inmigrantes, cuya acogida ha sido tan excepcional que de inmediato concitó el interés de particulares e instituciones públicas, hoy en trance de colaborar en el diseiio de un Master de Derecho de Extranjería y de un futuro Instituto Universitario, que será sin duda un referente nacional y europeo de cómo enfocar la investigación y la docencia en este sector estratégico del Derecho. Podría decirse que desde una patera convirtió a esta disciplina en un trasatlántico a fuerza de convicción moral, con escasos medios y el apoyo moral de unos pocos. Entretanm, aún tuvo tiempo para convertir el Seminario de Derecho internacional privado de la Facultad de Derecho en lo más parecido a una O.N.G., resolviendo y asesorando diariamente, y de forma desinteresada, cientos de dudas, expedientes y recursos, transformando el propio Departamento en una especie de lugar de culto para inmigrantes necesitados. Como tengo fe en la justicia, confío en que muy pronto tantos esfuerzos encomiables recibirán un premio más tangible, aunque no mayor, que la admiración que le profesamos quienes tenemos la suerte de trabajar a su lado. Granada, 1 de enero de 2001 Un nuevo dia, una nueva semana, un nuevo mes, un nuevo año, un nuevo siglo, un nuevo milenio ... )para quién? SIXTO SANCHEZ LORENZO Catedrático de Derecho internacional privado Universidad de Granada La proposición de una nueva Ley de Derechos y Libertades de los Extranjeros en España y su Integración Social provocó en el último trimestre de 1999 un inusitado interés en los medios de comunicación, al tiempo que un debate político cuyo transfondo dificilmente resulta comprensible para el común de los mortales. Interés y debate que no terminó con su entrada en vigor, sino más bien se acrecentó, por cuanto antes de nacer ya se amenazaba con su modificación. En ocasiones, ha dado la impresión de que tampoco existe un interés real en provocar un debale público transparente, y resulta palpable que muchas opiniones vertidas en público por unos y otros revelan un absoluto desconocimiento tanto del régimen de Derecho de extranjería vigente como del propuesto. Ciertamente, una Ley de Extranjería es siempre caldo de cultivo para el debate político, porque su contenido provoca no sólo discusiones técnicas, sino profundas controversias ideológicas y éticas. La Ley Orgánica de Extranjería de 11 de enero nace, por lo demás, como fruto de un consenso, en el marco del Congreso de los Diputados y su origen no se encuentra en el Gobierno de turno. No es fácil adivinar por qué, tras semejante consenso, el partido mayoritasio ha visto en el texto acordado algunos riesgos que hubiera podido atisbar anteriormente. Lo cierto es que, casi inmediatamente de la entrada en vigor de la Ley, se presentó por el Gobierno un Anteproyecto y posteriormente un Texto consolidado de reforma de la LOEXIS que, tras múltiples negociaciones para conseguir el máximo consenso y sorpresas de último hora, se aprueba por las Cortes en los últimos días del siglo. El 23 de diciembre de 2000 se publica en el BOE la Ley 8/2000, de 22 de diciembre, de reforma de la Ley Orgánica 4/2000, de 11 de enero, sobre derechos y liberlades de los extranjeros y su integración social. A lo largo de esta obra la denominación LOEXIS se utilizará para el conjunto del texto vigente tras la reforma. Para España, la travesía de la inmigración supone navegar entre dos aguas. Por una parte, no podemos olvidar nuestra historia como país que padeció XXII COMENTARIO SISTEMÁTICO A I.A LEY DE EXTRANJER~A la emigración. Por otra, no podemos prescindir de los compromisos adquiridos como un Estado de la Unión Europea. Pero conviene no desorbitar la realidad. A menudo, nuestra idea del extranjero es parcial y errónea. Tendemos a identificar al inmigrante como d e g a l , ~de , otra raza, inculto, pobre y a veces hasta peligroso. Experimentamos un sentimiento de solidaridad consecuente con la patética imagen que nos suelen ofrecer los medios de comunicación, o presentimos que se les proporciona un trato de favor injustificado, cuando su intención es privamos de nuestros puestos de trabajo. La realidad, sin embargo, es más prosaica: el nacional de la Unión Europea o del Espacio Económico Europeo compite en igualdad de condiciones con los españoles; en contrapartida, los extranjeros a que se refiere la Ley Orgánica de Extranjería precisan de uri permiso de trabajo; cuando dicha actividad laboral debe desempeñarse por cuenta ajena, su obtención no va a tener lugar si un español o extranjero sujeto al régimen comunitario está en condiciones de ocupar ese puesto de trabajo. Cada sociedad debe calibrar adecuadamente qué margen de derechos y facilidades conviene en cada coyuntura atribuir a los extranjeros. Hoy por hoy, más que una amenaza, su presencia obedece más bien a una necesidad demográfica y económica, que tenderá a ir creciendo y que nos obligará, queramos o no, a diseñar una sociedad abierta y multicultural. La LOEXIS proclama la igualdad entre espaiioles y extranjeros, si bien supeditada en muchas ocasiones a determinadas autorizaciones administrativas. Pero hahrá que esperar unas décadas para que se confronte tal proclamación con la realidad, y se pueda comprobar si se ha conseguido un proyecto de justicia que exige, además de la igualdad jurídica y política, la igualdad económica y social. Se parte en el primer artículo de la Ley de una distinción entre extranjero y nacional. Pero, a la vez, existen clasificaciones y distintos tipos de extranjeros: privilegiados, semiprivilegiados, normales, parias ... En el informe de la Ponencia de la Ley de Extranjería de 11de enero de 2000 se afirmaba que el objetivo de la reforma era favorecer una mayor protección e integración de los inmigrantes. Es sintomático que ese deseo de mayor protección en cl marco de los derechos humanos comenzara con las mujeres, continuara con los menores y y hoy se propugne respecto de los extranjeros (ciertamente también con la llamada tercera edad). ?Por qué? ¿El hombre de treinta años, blanco, europeo, no necesita ser protegido? por qué surgen convenios de derechos humanos, en el seno de Naciones Unidas, y Leyes Orgánicas, y propuestas de Directivas de la Unión Europea, en el año 2000, que proclaman el principio de igualdad de trato de las persona? independientemente de su origen racial o étnico? ¿Es que los principios de libertad, igualdad, democracia, el respeto a los derechos y libertades fundamentales, todavía no están en las leyes o, estándolo, no son respetados? El cono- cimiento riguroso de la LOEXIS, el estudio más allá de las normas en ella contenidas, su interpretación a la luz de los Tratados internacionales y de la Constitución española, el análisis de las leyes que regulan el goce de cada derecho para los espaiioles, la plasmación de la descoordinación entre normas, de las antinomias y lagunas..., pueden llevar, a través de la formación, a la mejor aplicación del Derecho y, en definitiva, al respeto de la persona humana. Esta obra pretende aportar su grano de arena a tal cometido. La LOEXIS comprende, como toda Ley de Extranjería, dos cuestiones diversas y en difícil equilibrio. Por un lado, la Ley reconoce los derechos y libertades fundamentales de los extranjeros en España. Por otro, el grueso de sus disposiciones regulan la situación administrativa y laboral de los extranjeros, a saber, entrada, permanencia, salida y expulsión del territorio español, régimen sancionador, autorizaciones administrativas y condiciones para el acceso al mercado de trabajo. El legislador, tras delimitar el ámbito de aplicación personal de la Ley en los artículos 1 y 2, regula los derechos de los extranjeros hasta el artículo 23, para dedicar el resto de la Ley a la dimensión administrativa de la extranjería y a la coordinación de los poderes públicos en materia de inmigración. No ha sido esle el orden de este Comentario. Y ello porque entendemos que, antes de abordar el estudio de los derechos reconocidos, hay que estudiar las disposicionesreCerentes a la entrada del exti-anjeroen territorio español. Además porque, puesto que el reconocimiento de algunos derechos y el ejercicio de otros dependen de la situación administrativa en la que se encuentre el extranjero, es necesario primero clarificar los aspectos referentes a la situación de estancia/ residencia y trabajo, a efectos de una mejor comprensión de aquellos. Por ello, después de delimitar el ámbito de aplicación personal de la LOEXIS, se aborda en una segunda parte la entrada de los extranjeros y todo lo referente a las distintas situaciones de permanencia en España: residencia temporal, residencia permanente, situación dc los estudiantes, residencia de apátridas, indocumentados y refugiados, y situación específica de los menores extranjeros. En un tercer momento, se intenta clarificar el marco del derecho al trabajo de los extranjeros en España y las diferentes autorizaciones y situaciones laborales contempladas en la Ley, englobando también en esta tercera parte los derechos y sanciones específicamente laborales. Esta parte de la obra comienza con un comentario al artículo 10 que proclama el derecho al trabajo. En él se analizan tanto los sujetos de la relación laboral como los derechos laborales básicos del trabajador extranjero. Contínua con un estudio general de la autorización lucrativa para realizar una actividad laboral y otro dedicado a la homologación de títulos y a la colegiación, que sirven de pórtico a los trabajos específicos dedicados al trabajo por cuenta propia, por cuenta ajena, trabajadores de temporada, transfronterizos, tra~isnacionales,contingente, y re- XXIv COMENTARIO SISTEMÁTICO A LA LEY DE EXTRANJER~A gularización. Se completa con los comentarios correspondientes a los aspectos de Seguridad Social y de los derechos colectivos, para finalizar con la cxposición de las sanciones laborales que, si bien no están reguladas por la LOEXIS, sí tienen especial incidencia. Por último, no se podía dejar de hacer mención tanto a la reciente regularización como a la futura. La ubicación de esta materia antes del análisis de los derechos podría estimarse incorrecta por cuanto el reconocimiento y ejercicio de aquellos exige, en su caso, tan sólo la situación de estancia o residencia. Pero no nos engañemos. La LOEXIS está pensada fundamentalmente para el inmigrante laboral y su familia, sin perjuicio de que también se aplique al que resida en España sin realizar una actividad lucrativa. Y el extranjero sin medios económicos <<per sen no obtcndrá el permiso de residencia si no se le concede el permiso de trabajo. En cuarto lugar, se comentan los derechos y libertadcs de los extranjeros en España, intentando abordar también aquellos deberes que el legislador parcce olvidar y que el extranjero debe conocer y cumplir. En especial, y dedicándole un apartado específico, el régimen fiscal. En scxto y séptimo lugar se estudian tanto la salida del territorio español como las infracciones en materia dc extranjería y su régimen sancionador en el marco administrativo y en los aspectos penales. Este último apartado n o se limita a la plasmación de unas y otras. Se delimitan normas y principios, se contemplan tanto la autoría como la participación, se procede a la diferenciación entre sanciones, y se estudia toda la problemática del internamiento de extranjeros. Por último, se dedica una parte al capítulo de la LOEXIS sobre la coordinación de los poderes públicos en materia de inmigración. La obra finaliza con una mención de las disposiciones finales y transitorias y un Anexo Legislativo que rccoge un texto unificado de la Ley. La pretensión de este Comentario Sistemático ha sido aportar una visión clara y rigurosa de cada una de las materias, sin estar circunscritos a la letra del precepto correspondiente. Y ello porque entendemos que, cuando se establece la remisión a las leyes que regulan un derecho para los españoles, es necesario llegar a esas normas a efectos de comprobar si, a su tenor, el derecho puede ser ejercido por el extranjero. Cada comentario se realiza por un especialista en la materia concreta pero con conocimientos glohales de Derecho de extranjería. Hemos tratado de realizar un trabajo multidisciplinar, multiprofesional, coordinado, en la idea de cooperar en el logro de auténticos especialistas en Derecho de Extranjería en el marco de la Administración, la Justicia, el Asesoramiento, la Traducción Jurídica y la Asistencia Social. Esta obra ha sido realizada por un conjunto de personas que tienen algunos denominadores comunes: entusiasmo, humildad científica, tolerancia y espíritu crítico. La mayoría configuran el profesorado del <<Títulode Experto en Asesoramiento de los inmigrantes en España y en la Unión Euro- PRBSENTACI~N XXV pea. impartido por la Universidad de Granada y que tengo el honor de dirigir. Todos están convencidos que el primer paso para el ejercicio de derechos y la integración social que la LOEXIS proclama es la formación de unos y de otros. Y ve la luz gracias a la aceptaciún incondicional de todos y cada uno de los que participan, incluido quien la prologa. A todos ellos mi más profundo agradecimiento, porque han demostrado que se puede conseguir una labor en equipo desde los más diversos sectores de la sociedad. Que su actitud inteligente y generosa sirva de ejemplo a las distintas Administraciones Públicas. Granada, 24 de diciembre de 2000