¡ONOIL DE ESPOSA! :ORáZÓrHrDI MADRE

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¡ONOIL DE ESPOSA!
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Periódico semanal que publica los martes la EDITORIAL
«SATURNINO CALLEJA», S. A. Administración, cierre y
talleres: San Sebastián. Administración, correspondencia y suscriciones: Madrid, Calle de Valencia, 28 - Apartado 447.
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SUSCRICIÓN: Año: 5 Ptas., seis meses: 2,50 Ptas.
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rUBZICACIÓIf:
HONOR DE ESPOSA Y
CORAZÓN DE MADRE
por Ramón Ortega y Frías
Resumen
de
lo
publicado
en
lo»
número»
anteriores:
£1 día 7 de noviembre de 1760, a las once y media
de la noche, un hombre joven, de arrogante aspecto y
gran belleza varonil, pero modestamente vestido, penetró sigilosamente en el jardín del suntuoso palacio que
habitaba el comendador don Pedro de Saavedra, para entrevistarse con su amada, María, la hija de don Pedro.
Fueron sorprendidos en su dulce coloquio, y Querubín—así se llamaba el enamorado—logró escapar de las
iras del padre de María, que juró castigarle en cuanto
le encontrase.
¿ Se equivocaba ?
N o s o t r o s sabemos que n o .
Pero de nada servía que acertase, porque l a ciencia era
impotente para combatir el m a l .
A pesar de su g r a v e e s t a d o , no ofrecía p e l i g r o de
muerte l a e n f e r m e d a d de M a r i a n a .
— A s í —había dicho el m é d i c o — puede esta mujer vivir
cien a ñ o s .
T a m p o c o e n esto se e q u i v o c a b a .
T a l v e z , p o r su d e s g r a c i a , tenía l a infeliz l a r g a v i d a .
P r o l o n g á b a s e la e n f e r m e d a d y se a g o t a b a n l o s ahorros
de la e n f e r m a ; y c o m o , por otra parte, no había p e l i g r o
de muerte ni esperanza de m e j o r í a , se c r e y ó innecesario
el m é d i c o .
D e s p u é s de a l g u n o s m e s e s , todos se habían acostumbrado a ver a la pobre M a r i a n a en a q u e l l a situación, y
mientras no la acometiese u n a nueva e n f e r m e d a d , se d e cía que estaba buena.
E l señor P o l i c a r p o , d a n d o pruebas- de su buen corazón, estuvo siempre a t e n t o ' a l a suerte de l a m a d r e y
de la hija.
Sin el sastre, D i o s sabe l o que hubiera sido de aquellas d o s d e s g r a c i a d a s .
Pasaba el tiempo.
L a hija c r e c í a , se d e s a r r o l l a b a , y era cada vez más
bella.
Aunque tan niña, pudo c o m p r e n d e r perfectamente su
situación.
Mostróse con su madre m u y cariñosa, y suplicaba a
las vecinas y al señor P o l i c a r p o que le enseñasen a coser
para poder trabajar y acudir a las n e c e s i d a d e s de la
casa.
Consuelo se l l a m a b a la niña, y justificaba su nombre.
Antes de tener diez años no necesitaba y a d e l auxilio
de las vecinas para cuidar a su m a d r e , y , a d e m á s , a y u d a -65 3 Honor de esposa.
ba en lo que le era posible al señor P o l i c a r p o , consig u i e n d o así mantener a su m a d r e , aunque en medio de
la m a y o r miseria.
L o s pocos muebles, la ropa, todo se vendió en aquel l a casa.
D o c e años tenía Consuelo cuando se preguntó quién
e r a su p a d r e , y dónde había nacido ella.
Q u i s o a v e r i g u a r l o ; pero los vecinos no le dieron nin-,
g u n a noticia ni le dijeron más sino que su madre se
h a b í a mostrado muy reservada cuando l l e g ó a M a d r i d .
M a r i a n a era la única persona que podía dar explicacion e s , pero le era imposible hablar.
L a hija le preguntaba y hacía después suposiciones
por si acaso a c e r t a b a ; pero a todas las suposiciones de
la niña respondía la madre por señas y negativamente.
C o n v e n c i ó s e Consuelo de que nada conseguiría, y , res i g n á n d o s e , acabó por aceptar su situación tristísima, com o sucede siempre que se convence la criatura de su impotencia para luchar con su desdicha.
N o pensó ya Consuelo más que en trabajar.
Q u i s o D i o s que el señor Policarpo tuviese lo que él
l l a m a b a una buena é p o c a , es decir, mucha ropa que hacer.
L a niña cosió sin descanso, g a n ó más de lo que necesitaba para c o m e r , y en el espacio de un año consiguió
c o m p r a r a l g u n a ropa para ella y su madre.
S e c r e y ó entonces la criatura más dichosa del mundo.
N a d i e le había dado a conocer el bien y el m a l ; pero
instintivamente sabía distinguirlo ella.
T u v o diecisiete a ñ o s .
Se vio asediada por muchos g a l a n t e a d o r e s ; pero su
virtud salió siempre triunfante, aunque más de un astuto
seductor empleó medios casi siempre seguros cuando no
h a y que luchar más que con la inocencia.
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Los vecinos de la c.asa reconocieron que C o n s u e l o era
una mujer virtuosa y sin i g u a l .
N o tenía la j o v e n dinero para socorrer a los n e c e sitados; pero si a l g ú n vecino e n f e r m a b a , la veían inmediatamente ponerse al l a d o del enfermo.
Más o m e n o s , todos la amaban.
N o salía ella de su habitación mientras no la fuese ab-r
solutamente p r e c i s o .
L a m a d r e continuaba en el mismo e s t a d o .
T o d o s los días al amanecer se levantaba con la a y u d a
de su h i j a , sentábase cerca del b a l c ó n , y allí permanecía
hasta que cerraba la noche y se a t o s t a b a .
E n presencia del señor P o l i c a r p o no era posible hablar mal de aquellas dos m u j e r e s , porque dejaba de ser el
hombre pacífico y se ponía furioso.
Diecinueve a ñ o s tenía C o n s u e l o cuando el sastre pasó
a l g u n o s meses sin trabajo.
E l l a entonces lo b u s c ó en otra parte, y tanto h i z o , que
al fin c o n s i g u i ó que la recomendasen a la condesa de R o c a n e g r a , que podría dar a la j o v e n a l g u n a s prendas de
ropa b l a n c a para coser.
C u a n d o esto sucedió encontrábase C o n s u e l o en el ú l timo a p u r o .
T o d o s sus recursos se habían a g o t a d o , y l l e g ó el día
terrible en que apenas pudieron alimentarse la madre
y la hija.
E n situación tan a n g u s t i o s a , fue C o n s u e l o una tarde
a la suntuosa m o r a d a de la c o n d e s a ; pero l e dijeron
que ésta había partido aquella mañana para una de sus
posesiones de r e c r e o , y que no debía v o l v e r hasta pasadas d o s o tres semanas.
P r e g u n t ó la infeliz j o v e n si había q u e d a d o en la casa
el. ama de g o b i e r n o o a l g u n a otra persona que la pudiese atender en su pretensión.
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E l portero le respondió afirmativamente, y , compad e c i d o , la d e j ó subir.
H i c i e r o n esperar a la joven en una habitación donde
a p e n a s había luz.
D e s p u é s de diez minutos se presentó el ama de g o b i e r n o , y casi a la vez se levantó la cortina de una puert a , p u d i e n d o distinguirse, aunque muy confusamente, la
f i g u r a de un hombre envuelto en una capa y embozado
hasta los o j o s .
A q u e l h o m b r e se detuvo, sin duda impulsado por la
c u r i o s i d a d , y fijó la mirada en Consuelo.
E x p l i c ó ésta con turbación profunda sus deseos y la
situación horrible en que se encontraba.
E l ama de gobierno respondió que no se necesitaba
costurera, ni ella tampoco podía determinar.
L a j o v e n suplicó, hablando de su pobre madre.
U n raudal de lágrimas se escapó de sus n e g r o s o j o s .
E m p e r o , la otra se mostró, inflexible, y con espantosa
frialdad v o l v i ó la espalda.
— ¡ D i o s m í o ! — e x c l a m ó Consuelo con acento de súplica d e s g a r r a d o r a .
— N o lo invocaréis en vano mientras y o viva—dijo entonces el que junto a la cortina había permanecido medio oculto.
Y d a n d o a l g u n o s pasos y recatando siempre el semb l a n t e , a c e r c ó s e a Consuelo y le presentó un bolsillo
por entre cuyas mallas veíanse relucir bastantes monedas.
L a a n g u s t i a d a joven exhaló un grito de sorpresa y miró al aparecido.
— T o m a d — a ñ a d i ó éste—, que el dinero no podéis rec h a z a r l o cuando lo necesita vuestra madre. Y a veo que
no sois una m e n d i g a , puesto que tanto suplicáis para
que os den t r a b a j o ; pero no os lo dan, y como ningún
recurso os q u e d a , será preciso que aceptéis lo que os
ofrezco.
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-
— C a b a l l e r o — b a l b u c e ó la j o v e n — , no os c o n o z c o .
— Y o tampoco a v o s .
—Pero y o que he de recibir el b e n e f i c i o . . .
— ¿ N o habéis suplicado a D i o s ? P u e s es D i o s quien
esto os envía. P e n s a d que os espera vuestra m a d r e .
C o n s u e l o , s e d a r s e clara cuenta de lo que h a c í a , tomó el b o l s i l l o .
— ¡ T a n d e s g r a c i a d a — d i j o el c a b a l l e r o — , tan j o v e n y
tan b e l l a ! ...
N o pudo p r o s e g u i r , porque la j o v e n levantó la c a b e za orgullosamente y su rostro se contrajo.
Secáronse sus l á g r i m a s , relumbraron sus n e g r o s o j o s ,
y fijando una mirada intensa en el c a b a l l e r o , d i j o :
— S i esto lo dais a mi juventud y a mi b e l l e z a , g u a r dadlo.
Y con violento ademán a r r o j ó al suelo el b o l s i l l o , e n volvióse en su manto, y se l a n z ó fuera de la habitación.
.El caballero quiso seguirla y l l a m a r l a , p e r o no a c e r t ó
a moverse.
H a c i é n d o l e justicia, d e b e m o s declarar que ni por un
solo instante había pensado en poner en d u d a la Virtud
de la hija de M a r i a n a , y que al hablar de b e l l e z a y de
juventud lo h i z o , no en son de importuno g a l a n t e o , sino obedeciendo a la costumbre de dirigir p a l a b r a s a g r a dables a l a s mujeres.
V e r d a d es que le había parecido m a r a v i l l o s a la b e lleza de C o n s u e l o , y que aquella belleza l o había i m p r e sionado v i v a m e n t e , lo había fascinado y había p r o d u c i d o
en él un violento trastorno; pero era su c o r a z ó n d e m a s i a do noble para explotar la d e s g r a c i a de aquella infeliz,
y con la mejor buena fe del mundo ofreció el b o l s i l l o .
C o n s u e l o , por lo mismo que era p o b r e , se mostraba
más exigente en cuanto al respeto que merecía su virtud, y al oír las p a l a b r a s del c a b a l l e r o , trastornada por su
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d o l o r y ofuscada por la sorpresa, c r e y ó encontrar a l g o
que ofendía su delicado pudor.
P a r a rechazar el dinero no necesitó reflexionar; era
para ella cuestión de honra, y por nada del mundo se hubiera rebajado a entrar en explicaciones y razonamientos.
Maquinalmente había tomado el bolsjMo, y obedeciend o a sus nobles impulsos, lo arrojó sin vacilar.
N o pensó la infeliz que aquella noche no tendría que
cenar su madre enferma; no pensó en nada más que en
dejar a salvo su honor, que para ella tenía mucho más valor que l a vida.
Inmóvil como una estatua quedó el caballero por a l g u n o s minutos. L o que sentía no puede hacerse comprender.
— ¡ O h ! — m u r m u r ó al fin— He aquí una mujer muy
b e l l a ; pero más bella de alma que de cuerpo. He aquí
una virtud a prueba de hambre, de sufrimientos... ¡ V i ve D i o s !
N o dijo más.
R e c o g i ó el bolsillo y salió.
¿ Q u i é n era ?
Y a lo hemos presentado a nuestros lectores: era el
h i j o de la condesa, era L e a n d r o , el rival de Querubín, el
a m i g o del pobre sastre. '
N o había perdido una sola palabra de la conversación
entre la j o v e n y el ama de g o b i e r n o , y , por consiguiente,
sabía c ó m o se llamaba aquella criatura encantadora y
d ó n d e vivía.
L o que hizo entonces Leandro no lo sabemos con seguridad.
C o n s u e l o volvió a su casa cuando no quedaba más luz
que la débil claridad del vespertino crepúsculo.
Mintió para evitar sufrimientos a su madre, y dijo que
no había encontrado a la condesa y tendría que volver
a la mañana siguiente.
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A s í se tomaba un plazo con la esperanza de que D i o s
la socorriese.
P e r o , entretanto, no tenía qué cenar, ni siquiera a c e i te para encender una luz.
Y el resplandor del crepúsculo se desvanecía.
Mariana suspiraba tristemente.
Consuelo ,iba y venía como si se ocupase en a r r e g l a r
el pobre lecho y los más pobres m u e b l e s ; p e r o , en realidad, l o que quería era callar y reflexionar.
¡ T e r r i b l e s momentosI
E s p a r c i é r o n s e las tinieblas.
Y todavía M a r i a n a no se había a c o s t a d o .
E l silencio era a b s o l u t o .
De vez en cuando percibíase el ruido de la respiración violenta de aquellas dos d e s d i c h a d a s .
D e repente sonaron a l g u n o s g o l p e s d a d o s a la puerta.
— ¿ Q u i é n llama ? — p r e g u n t ó la j o v e n .
— Soy y o , vecina—le respondieron.
— ¡ E l señor P o l i c a r p o !
A b r i ó la j o v e n .
—¿ P e r o qué es esto ?—dijo el sastre—¿ A u n estáis a
oscuras ? ¿ Y a os habéis a c o s t a d o ?
—No.
—Entonces...
— N o he c o m p r a d o aceite—dijo C o n s u e l o .
— E n t i e n d o , entiendo —repuso el sastre c o n acento
de dulce r e c o n v e n c i ó n — ; pero me parece que no os he
dado ningún motivo de queja para que me tratéis así. T u
madre no puede moverse ni h a b l a r , y , por consiguiente,
nada d i g o de e l l a ; pero tú, que puedes ir a buscarme y
a decirme l o que p a s a . . .
—Señor P o l i c a r p o . . .
— N o mereces p e r d ó n .
—Vuestra situación es bien triste, porque hace mucho
tiempo que no trabajáis.
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— P e r o tengo algunos a h o r r o s ; no lo ignoras.
— L o s habéis consumido.
— M e sobra crédito en todo el barrio, y , a Dios g r a c i a s , ningún día me falta qué c o m e r ; y teniendo yo un
p e d a z o de pan...
— N o s habéis socorrido muchas veces, y me parecía
un abuso.
— N o mereces p e r d ó n ; p e r o , en fin, te quiero demas i a d o , y olvidaré todo esto a condición de que no vuelva a suceder. E s p e r a , que voy a mi cuarto por l u z ; volveré en seguida y hablaremos, pues tengo que darte muy
buenas noticias.
E l sastre se alejó, presentándose otra vez a los pocos
minutos con un velón encendido y bien provisto de aceite.
—Señora Mariana—dijo—, no hay que afligirse, que
D i o s no abandona a las buenas criaturas. T o d o nos sorprende en este mundo, lo mismo la fortuna que la desg r a c i a ; y como esto me lo ha enseñado la experiencia, no
me dejo arrebatar nunca por la desesperación.
L a pobre madre fijó en el señor Policarpo una mirad a d e indescriptible afán.
E l sastre prosiguió d i c i e n d o :
— Y a me sobra el trabajo.
— ¡ G r a c i a s , Dios m í o ! — e x c l a m ó Consuelo.
— C u a n d o menos lo esperaba, se me presentó un parroquiano que necesitaba muchas prendas, y mostraba
g r a n empeño en que yo las hiciese todas, porque le habían ponderado mi habilidad.
— E s decir, que mañana...
—Trabajaremos sin levantar cabeza.
L a señora Mariana elevó al cielo una mirada de g r a titud.
— H i c e presente—añadió el sastre—mi falta de recursos
para comprar inmediatamente alguna tela, que el parroquiano no quiere tomarse la molestia de buscar, así co- 72 -
mo también h i l o , s e d a , a g u j a s y otras p e q u e n e c e s , y por
toda contestación me ha d a d o esto a buena cuenta.
Y sacó un b o l s i l l o , haciendo sonar las m o n e d a s que
contenía.
— C u a n d o esto no e s más que a cuenta, f i g u r a o s lo
que importará todo el trabajo que he de h a c e r . P o r c o n siguiente, como tú h a s de a y u d a r m e y he d e p a g a r t e b i e n ,
porque bien me p a g a n , d i s p o n d e este b o l s i l l o .
— I Todo eso!
— ¡ O lo que q u i e r a s !
— N o tengo n e c e s i d a d d e tanto d i n e r o — d i j o la j o v e n .
— E n t r e plata y oro h a y a q u í , j u s t o s y c a b a l e s sesenta
d u c a d o s ; cantidad que p a r t i r e m o s , porque con la mitad
me sobra.
A b r i ó el señor P o l i c a r p o el bolsillo y e c h ó a l g u n a s m o nedas sobre l a m e s a .
C o n s u e l o e s t a b a a t u r d i d a y apenas a c e r t a b a a pronunciar una p a l a b r a .
— N o habréis c e n a d o — d i j o e l sastre—y os dejo en
completa libertad.
Y sin e s c u c h a r a l g u n a s o b s e r v a c i o n e s que C o n s u e l o
quiso h a c e r , salió.
R e n a c i ó la a l e g r í a d o n d e antes reinaba la tristeza
E l señor P o l i c a r p o no e x a g e r a b a , pues d e s d e el día
siguiente, n i n g u n o le faltó trabajo a C o n s u e l o .
P a g a b a el s a s t r e ;casi a d o b l e precio que había p a g a d o
nunca, a s e g u r a n d o que él cobraba doble también y que
su conciencia no l e permitía h a c e r otra cosa.
A u n no había transcurrido un m e s , cuando por casualid a d encontráronse en la calle C o n s u e l o y L e a n d r o .
Miráronse c o m o se miran dos d e s c o n o c i d o s , puesto que
ella no podía sospechar que a q u e l caballero fuese el que
le había o f r e c i d o e l b o l s i l l o en la m o r a d a de la condesa.
Y l o mismo que una vez se vieron muchas.
- 73 '
L a casualidad hace cosas bien extrañas.
N o salía Consuelo una vez a la calle sin encontrar casualmente al hermoso caballero.
N o se asomaba una vez a la ventana sin que por casual i d a d dejase de ver a L e a n d r o .
N o quería ella m i r a r l o , pero tenía forzosamente que
verlo.
N i n g ú n motivo tenía ella para quejarse de la casual i d a d , pues el caballero no le había dirigido una sola
v e z l a palabra, por más que muchas veces le hubiese hab l a d o con l o s ojos.
Q u é pensaba Consuelo de aquellas casualidades ?
Lo ignoramos.
Transcurrieron dos meses más.
Consuelo estaba a todas horas pensativa, y se distraía
hasta el punto de olvidarse a l g u n a vez del mismo trabaj o que la ocupaba.
L a curiosidad se presentó en auxilio de las casualidades.
L a joven hubiera querido saber quién era aquel homb r e que decía con los ojos lo que no se permitía expresar
c o n los labios.
Y como quería saberlo, hizo l o posible por a v e r i g u a r l o ,
y al fin lo a v e r i g u ó c o n ayuda del señor P o l i c a r p o , que
en aquella ocasión dio pruebas de ser muy astuto.
N o hay que decir que eran falsas, aparentes, las prueb a s de astucia del buen sastre, pues el lector comprenderá
p o r qué fácilmente pudo ayudar a l a j o v e n para averiguar
quién era el caballero de las ardientes miradas.
Sabemos y a que el señor Policarpo estaba en relaciones con el h i j o de la condesa, relaciones que hasta cierto punto pueden calificarse de íntimas.
Sintióse Consuelo poseída de terror al conocer el ilustre nombre del c a b a l l e r o , al saber que éste debía ser
h e r e d e r o de una g r a n fortuna y de un título nobiliario.
c
-74-
E l l a no tenía n o m b r e , ni siquiera p l e b e y o ; no contaba con otra riqueza qué el fruto de su t r a b a j o , y no
podía envanecerse más que de su virtud.
L a j o v e n , que era j u i c i o s a , entró en reflexiones sobre
su situación, pensando que no e r a posible que quisiese
ser su esposo un c a b a l l e r o de tan n o b l e estirpe c o m o
L e a n d r o , y claro es q u e , no q u e r i e n d o unirse a ella con
lazos i n d i s o l u b l e s , debía de o b e d e c e r a intenciones nada
santas.
E m p e r o , aun suponiendo lo m á s agradable.,, lo m e j o r ,
lo más santo, el j o v e n encontraría en sus p a d r e s un o b s táculo i n v e n c i b l e , y , a d e m á s de sus p a d r e s , miraría con
cierto respeto y con bastante temor a l m u n d o , q u e , en
sus p r e o c u p a c i o n e s , debía c o n d e n a r aquel casamiento y
mirar con d e s d é n al que había l l e v a d o su d e b i l i d a d hasta
el punto de b a s t a r d e a r su s a n g r e .
A n g u s t i a mortal sintió l a pobre n i ñ a , y una noche se
pasó sin que le fuese posible cerrar, l o s o j o s al s u e ñ o ,
l l o r a n d o unas v e c e s , y otras e n t r e g á n d o s e a l o s transportes de la d e s e s p e r a c i ó n .
T o d o esto era una prueba d e que a m a b a c o n uno de
esos a m o r e s i n e x t i n g u i b l e s .
U n a y otra vez j u r ó que o l v i d a r í a a l h e r m o s o c a b a l l e r o
de las m i r a d a s a r d i e n t e s , h a c i e n d o propósito firme de
volverle la e s p a l d a c u a n d o la p i c a r a c a s u a l i d a d se lo
pusiese d e l a n t e .
¡ Vanos esfuerzos! j Propósitos inútiles!
C o n s u e l o a m a b a , y su c o r a z ó n era e s c l a y o de sus sentimientos.
P e d í a c o n s e j o s a s u c a b e z a , y era e s c l a v a de su p r o pio c o r a z ó n .
E l c o r a z ó n e s un tirano que n o transige y que mata
cuando n o c o n s i g u e h a c e r s e o b e d e c e r .
P á l i d a , o j e r o s a , triste y meditabunda levantóse al otro
día la d e s g r a c i a d a j o v e n .
- 75 -
Su madre la miró, comprendió que su hija sufría, y
sufrió también; pero no pudo hablar, y quiso con los
ojos hacerse entender.
T a l vez C o n s u e l o comprendió que su madre le pedía
e x p l i c a c i o n e s ; pero hizo como que no lo comprendía,
porque se horrorizaba a la sola idea de tener que revelar
el secreto de su desdichada pasión.
E s f o r z ó s e para sonreír; pero sus sonrisas estaban imp r e g n a d a s de tristeza.
Se puso a trabajar, y lo hizo febrilmente.
B u s c ó un pretexto para no salir, y una vecina le llevó
lo que necesitaba para comer.
A s í evitaba encontrarse con L e a n d r o .
; Cuánto debió de sufrir la pobre madre ?
C u a n d o el sol se ponía, ya la joven había concluido su
tarea.
T e n í a que entregarla al señor P o l i c a r p o , y bajó hasta
el portal para buscarlo tras su biombo.
N o estaba solo el sastre.
Su silla la ocupaba un embozado, que levantó la cabe• ^a y fijó la mirada en la joven.
E l l a quiso retroceder; peto no pudo.
E x h a l ó un grito y se escapó de sus manos la prenda
que había cosido.
A q u e l hombre era L e a n d r o ,
N u n c a tuvo él mejor ocasión para decir lo que sentía, puesto que Consuelo no era. dueña de. moverse, y ,
m a l que le pesase, había de escuchar.
Sin e m b a r g o , el hijo de la condesa se puso en pie com o impulsado por un resorte.
N o quiso abusar d e su ventajosa situación, y apenas
m i r a n d o a la joven habló aquella v e z , aunque concretánd o s e a decir con voz alterada:
— P e r d o n a d . . . N o es culpa mía... D i o s os g u a r d e .
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Y salió del b i o m b o y se lanzó fuera del portal c o m o
si lo impulsase un v é r t i g o .
E l señor P o l i c a r p o fue y vino de un l a d o para o t r o ,
sin saber qué hacer ni qué d e c i r .
P o r fin, C o n s u e l o rompió el silencio m u r m u r a n d o :
—Ahí tenéis...
¿ Q u é es esto ? —dijo el sastre r e c o g i e n d o la prenda que había c a í d o — . | A h ! . . . Y a s é . . . E s p e r a , hija m í a ;
espera a h í . . . N o es la culpa de mi ilustre p a r r o q u i a n o ,
ni tuya t a m p o c o , ni m u c h o menos m í a , sino de la c a sualidad, porque es preciso que sepas que l a s c a s u a l i d a des representan en este picaro m u n d o un g r a n p a p e l .
T ú no tienes tanta experiencia c o m o y o ; que si la tuvieras... | O h ! . . . P e r o , bien p e n s a d o , no encuentro que
haya s u c e d i d o nada que sea motivo suficiente para afligirte y ponerte c o m o te has puesto. Siéntate, C o n s u e l o ;
sosiégate y e s c ú c h a m e , p o r q u e es preciso que de una
vez c o n c l u y a n estos e n d i a b l a d o s e n r e d o s , aunque no sé
si enredo d e b e llamarse a lo que h a c e el demonio de la
c a s u a l i d a d ; p e r o , sea c o m o fuese, ello es que y o m e
encuentro en g r a n d í s i m o a p u r o , porque tú pensarás lo que
se te a n t o j e , y no sé l o que por su parte dirá el señor
don L e a n d r o ; y aunque el asunto parece muy s e n c i l l o , e s toy viendo venir muy g r a v e s consecuencias.
N o sabemos hasta cuándo el buen sastre hubiera continuado sus r e f l e x i o n e s , pues cuando e m p e z a b a a hablar
no sabía c o n c l u i r ; pero le interrumpió C o n s u e l o diciéndole:
s
, — S e ñ o r P o l i c a r p o , no encuentro la g r a v e d a d
to, ni asunto siquiera.
— A s í son l a s mujeres.
—¿ Q u é ha s u c e d i d o para que d i g á i s lo que
oír ?— r e p l i c ó l a j o v e n , que se había repuesto
hasta cierto punto, dueña de su r a z ó n .
— H a s v e n i d o ; ese - c a b a l l e r o se encontraba
- 77 0
del asun-
acabo de
y era y a ,
aquí h a -
b l á n d o m e de unas libreas que quiere hacer a sus criados
para que las estrenen el primer día de Pascua de N a vidad.
— N o n i e g o que me sorprendí,
— T e has quedado como una estatua.
— Y él ha comprendido mi sorpresa y mi turbación.
— P o r q u e tiene mucho talento, mucho.
— Y queriendo mostrarse cortés hasta el último punto, se ha levantado y se ha i d o .
— P e r o ha d i c h o . . .
— Q u e no era culpa suya el que nos viésemos aquí.
— C o n s u e l o , es preciso que hablemos.
— S e ñ o r P o l i c a r p o , sois mi mejor a m i g o , y más de una
vez habéis hecho conmigo las veces de padre.
— L o cual significa que para mí no tienes secretos.
— G u a r d a r secretos para vos sería ofenderos g r a v e mente.
— M á s que la mía, estimo tu honra—dijo el sastre.
Y no mentía, porque se hubiera dejado matar por C o n suelo. É s t a , que apenas podía sostenerse, sentóse al fin.
E l portal empezaba a quedar entre tinieblas, circunstancia que daba a la infeliz j o v e n más valor para hab l a r con franqueza.
L a v e r g ü e n z a no es la misma a oscuras que con l u z ;
y esta o b s e r v a c i ó n , que parece de poquísima o ninguna
i m p o r t a n c i a tiene mucha, y no debe olvidarse en ciertos c a s o s .
N i siquiera pensó el b u e n P o l i c a r p o en l a falta d e
luz.
— Y a veis—dijo Consuelo—que la casualidad ha hecho
que muchas veces me encuentre con ese hombre.
— U n a casualidad te lo hizo conocer.
— Y desde entonces, y por mi desdicha, parece que
una mano misteriosa nos lleva al uno hacia eL otro.
— | P o r tu d e s d i c h a !
r
- 78 -
— S í — d i j o con voz a h o g a d a la j o v e n .
- ^ N o l o entiendo.
— N i n g ú n motivo de queja me ha d a d o ese c a b a l l e r o ,
pues lo del b o l s i l l o la primera v e z que l o v i . . .
— L o hizo con la más sana intención.
— T u v e curiosidad de saber quién era.
—Acudiste a mí, observé, averigüé.
— Y cuando me dijisteis su n o m b r e . . .
—¿ Q u é te ha sucedido ?
— ¡ Dios mío!
—Pero...
—Estoy horrorizada...
— P u e s señor 5 repito que no lo entiendo.
—Señor Policarpo, compadecedme
—I Y por qué ?
— L a noche pasada no he p o d i d o dormir.
—¿ Y qué tiene que ver tu sueño con el señor don
L e a n d r o de S a n d o v a l ?
— ¿ A u n no me c o m p r e n d é i s ?
— N o , hija m í a ; pero tus palabras empiezan a ponerme
en g r a n d í s i m o c u i d a d o .
— Q u i e r o olvidar a ese h o m b r e ,
quiero o l v i d a r l o —
dijo la j o v e n con el acento d e la desesperación.
E l buen sastre g u a r d ó silencio por a l g u n o s minutos.
N o p o d e m o s decir lo que su semblante e x p r e s a b a , porque l a o s c u r i d a d e r a absoluta.
— P u e s si en o l v i d a r l o — d i j o a l fin—pones tanto e m peño, claro está que piensas en él a todas h o r a s , o , por
lo m e n o s , m á s de l o que te conviene.
L a contestación de C o n s u e l o fue un s u s p i r o ; contestación elocuente en aquellos momentos..
E l señor P o l i c a r p o p r o s i g u i ó :
— M i conciencia está tranquila, porque no es culpa
mía que la n e c e s i d a d te o b l i g a s e a ir a casa de l a señora c o n d e s a , ni que el ama de g o b i e r n o te recibiese m a l ,
79 "
ni m u c h o menos que tú rechazases un bolsillo lleno de
o r o , lo cual dio al señor don L e a n d r o la más alta idea de
tu virtud y d e la g r a n d e z a de tu alma.
— N o os acuso...
— Y e s e l caso-que a l ilustre caballero le sucede lo mism o que a ti, pues se empeñó en olvidarte y no ha p o d i d o , y te encuentra cuando no te busca, y contra su v o luntad te busca cuando no te v e , y entre propósitos y luchas pasa una vida de agitación y tormento que no debe
envidiarse.
S i n s a b e r l o , acababa el señor Policarpo de pintar una
pasión con los más v i v o s , a g r a d a b l e s y exactos colores.'
E n aquellos momentos sentía, y el Sentimiento sublimaba su inteligencia.
N o hablaba entonces como UQ hombre sencillo.
S u s palabras produjeron en Consuelo e l mismo efecto
que p r o d u c e el combustible que sé añade a la hoguera,*
o , para decirlo con más exactitud, el efecto mismo que el
s o p l o q u e aviva el fuego.
E l l a a m a b a c i e g a m e n t e ; pero también era a m a d a .
L a s preocupaciones sociales abrían un abismo entre
a q u e l l o s d o s c o r a z o n e s ; pero, en cambio la pobre, la
h u m i l d e , había sido mirada con respeto profundo por el
p o d e r o s o caballero.
Y e l respeto de éste significaba que reconocía a la,
virtud tanto, valor, por l o m e n o s , como a la nobleza de
cuna.
L a m u j e r , cualquiera que sea su condición social,
quiere ser considerada, y Consuelo había sido objeto
d e las más d e l i c a d a s - c o n s i d e r a c i o n e s .
E n vano buscó heridas en su amor propio, pues ninguna herida había recibido, sino que, por lo contrario, m o tivos tenía para estar muy h a l a g a d a .
A u n q u e las intenciones del hijo de la condesa fuesen
- 8o -
l a s mejores del m u n d o , ¿ q u é fin debían tener a q u e l l o s
amores ?
N i n g u n o b u e n o , porque siempre s e abriría un a b i s m o
entre l o s d o s d e s d i c h a d o s a m a n t e s .
A d m i r a b l e m e n t e había pintado el buen sastre un amor
sublime, y sin darse t a m p o c o cuenta de e l l o , C o n s u e l o
había r e v e l a d o e l secreto de su intensa pasión.
Y a era forzoso que hablasen con franqueza.
T a l v e z todo esto estaba previsto por L e a n d r o , y más
que previsto p r e p a r a d o hábilmente.
U n a v e z excitado el sentimiento del buen sastre, no
era posible que se encerrase en l o s límites de la prudencia, y sin o c u p a r s e de lo trascendental de sus p a l a bras, prosiguió diciendo:
— L o c o de amor está el ilustre c a b a l l e r o , y l o c o hasta
el punto de haberse n e g a d o resueltamente a dar su m a no a una mujer que, sobre ser j o v e n , virtuosa y un p r o d i g i o de h e r m o s u r a , tiene un nombre ilustre y debe h e redar una g r a n fortuna.
C o n s u e l o d e j ó e s c a p a r un g e m i d o d o l o r o s o .
Sufría horriblemente.
E l sastre a ñ a d i ó ;
— V e r d a d es que esa j o v e n ilustre no está e n a m o r a d a
del señor d o n L e a n d r o , y , p o r c o n s i g u i e n t e , l a n e g a t i v a
de él no ha p o d i d o hacer a ella daño a l g u n o , y quizá con
el tiempo sé sepa que le h a hecho un b e n e f i c i o , c o m o es
posible si ella se interesa p o r o t r o .
— D e b o o l v i d a r l o —dijo C o n s u e l o .
— Y él quiere olvidarte.
— N o volveremos a vernos.
— ¿ H a s contado c o n l a s c a s u a l i d a d e s ?
— Y si l o v e o . . .
— C o n s u e l o , no soy de tu o p i n i ó n . L o que sucede es
una g r a n d e s g r a c i a ; pero esta clase de d e s g r a c i a s no se
remedian a s i .
- 81 -
P o r más que la j o v e n no quisiera confesarlo, era lo
cierto que demasiado bien comprendía que l o de olvidar
al h e r m o s o caballero era un imposible, o tan difícil,
por lo m e n o s , que quizá sus fuerzas no bastarían para
conseguirlo.
P e r o ¿ dónde estaba el remedio de que hablaba el señor P o l i c a r p o ?
E l l a no lo veía.
G u a r d ó silencio la joven y siguió escuchando, sin a c o r darse de que el tiempo pasaba, de que su madre la
echaría de menos y se pondría en muy g r a n cuidado.
— L o que hay que hacer—dijo el sastre después de alg u n o s minutos—es que, no por casualidad, sino intenc i o n a d a m e n t e , veas al ilustre señor don L e a n d r o .
— I V e r l o 1 —exclamó como si se horrorizase la infeliz
h i j a de Mariana.
— N i m á s ni menos.
—¿ H a b é i s perdido la razón ?
— T ú eres la que estás trastornada con estos endiablados amoríos.
—¿ P u e s no opináis que debemos olvidar el uno y el
o t r o , y que a los dos nos conviene hacerlo así ?
— P e r o l o que a mí me estás diciendo debes decírselo
a l señor d o n L e a n d r o , y él a ti decirte lo que me ha repetido tantas veces. T ú le harás comprender que aspira
a un i m p o s i b l e , y él te convencerá de que no desea más
que tu b i e n , y que las circunstancias le o b l i g a n a huir
d e ti.
—¿ Y por qué no huye ?
— Y a sabes que no te busca.
— L o que yo haya de decirle podéis decírselo v o s .
— |Yol
— ¿ Q u é inconveniente encontráis para hacerlo ?
— I L í b r e m e D i o s de semejante cosa 1
—Señor Policarpo...
- 82 -
— T ú no sabes c ó m o está el pobre c a b a l l e r o . H e querido a l g u n a s v e c e s h a c e r l e reflexiones y c o n v e n c e r l o de
que jamás p o d r á c o n s e g u i r lo que d e s e a , y el infeliz se
ha puesto pálido c o m o un difunto, y unas v e c e s l o he
visto tan d e s e s p e r a d o que era capaz de cometer c u a l q u i e ra l o c u r a , así c o m o otras v e c e s l o he visto l l o r a r . . .
j O h l . . . S í , C o n s u e l o ; l l o r a r c o m o un n i ñ o . . .
No,
no tengo c o r a z ó n para esas c o s a s , y , a d e m á s , si e n su
arrebato hace un desatino Cualquiera, mi conciencia no
quedaría tranquila.
N o faltaba más que esto para que l a j o v e n se interesase doblemente por el hijo de l a c o n d e s a , porque d o b l e mente interesante se hace la persona a m a d a c u a n d o sufre.
Creeríase que intencionadamente h a b l a b a así él señor
P o l i c a r p o ; pero todo e l l o l o d e c í a con la m a y o r sencillez y sin apreciar las c o n s e c u e n c i a s .
N o se había p r o p u e s t o el b u e n sastre f a v o r e c e r al hijo
de la c o n d e s a contra l o que a la j o v e n c o n v i n i e s e , por
más que quisiera p r o t e g e r l o y c r e y e r a que era una fortuna que a él se le hubiera b u s c a d o para representar el
papel que representaba.
— S i te d e c i d e s — p r o s i g u i ó d i c i e n d o el b u e n sastre—
hablarás c o n el señor d o n L e a n d r o en mi p r e s e n c i a , p a ra que así nada p u e d a temer tu e s c r u p u l o s o r e c a t o , y me
parece que quedaréis más tranquilos d e s p u é s que se h a y a n d e s a h o g a d o vuestros c o r a z o n e s .
— N o , n o — r e p l i c ó vivamente C o n s u e l o .
— P u e s entonces s i g a el asunto c o m o está, y si sufres
mucho t e n d r á s p a c i e n c i a .
L a s ideas de la j o v e n c a m b i a r o n repentinamente.
P ú s o s e en p i e , c o g i ó una d e las m a n o s del sastre, la
estrechó fuertemente, y le p r e g u n t ó :
— ¿ Q u i é n es esa d a m a con quien debía casarse d o n
Leandro.
— N o lo s é .
. 83 -
-lOh!...
— P e r o tal vez quiera él decírmelo.
— S í — r e p u s o Consuelo con voz reconcentrada—; preg u n t á d s e l o , porque tengo curiosidad...
— L a picara curiosidad nos ha perdido.
— Y mañana me diréis...
— E s p e r a , que aun no hemos concluido.
— ¿ Y mi madre ?
— E s v e r d a d . . . ¡ V i v e el c i e l o ! . . . Y la noche ha cerrad o , estamos a oscuras, hablamos a g r i t o s , y no sabem o s si a l g ú n otro curioso, tan curioso como tú, se ha
puesto a escuchar.
— ¡ D i o s mío l
— V e t e , C o n s u e l o ; vete.
— M i madre infeliz no puede preguntarme; pero con la
mirada me pedirá explicaciones sobre mi tardanza en
volver.
— P u e d e s decirle que y o estaba o c u p a d o , que te has
visto o b l i g a d a a esperar, y . . .
— N o lo Creerá.
— T o m a el dinero de tu trabajo, y si tu madre se d i s g u s t a , y o le diré que soy el culpable.
E l señor Policarpo sacó una moneda de plata que puso en l a s manos de la j o v e n .
Ésta c o r r i ó , subiendo y entrando en su habitación.
O y ó un g e m i d o y comprendió que su m a d r e se i m p a cientaba y sufría. Apresuróse a encender l u z . L a señora
M a r i a n a fijó en su hija una mirada penetrante.
E l rostro de la j o v e n decía claramente lo que la infeliz sufría.
N o era menester más que mirarla para comprender que
una b o r r a s c a espantosa agitaba su espíritu.
A d e m á s , el llanto había dejado sus inequívocas huellas.
L a pobre madre hizo g r a n d e s esfuerzos como si qui- 84 -
siera h a b l a r , a g i t ó l o s b r a z o s y g e s t i c u l ó , en tanto que
su mirada continuaba fija en C o n s u e l o .
— M a d r e m í a — d i j o la j o v e n con una turbación que aun
no había p o d i d o d o m i n a r — , el señor P o l i c a r p o m e ha
detenido porque h a b l a b a con un p a r r o q u i a n o , y l u e g o
ha querido darme e x p l i c a c i o n e s s o b r e el trabajo que he
d e hacer m a ñ a n a .
L a m a d r e hizo con la cabeza un movimiento que s i g nificaba la n e g a c i ó n .
A s í quería decir que n o creía.
—Os aseguro...
Repitió la señora e n é r g i c a m e n t e sus s i g n o s n e g a t i v o s ,
y la expresión d e su m i r a d a se h i z o severa.
Consuelo se e s t r e m e c i ó .
N o sabía mentir.
U n a v e z y otra a g i t ó l o s b r a z o s l a d e s d i c h a d a m a d r e ,
y nuevos g e m i d o s se e s c a p a r o n d e su p e c h o .
Mandaba y era preciso obedecer.
Quiso resistir la j o v e n .
S u intento fue v a n o .
De severa l l e g ó a ser terrible la m i r a d a de la m a d r e .
Y a h e m o s d i c h o que en sus o j o s parecía haberse reconcentrado todo el v i g o r , toda la e n e r g í a de su j u v e n tud,-toda la fuerza d e su espíritu.
N o era fácil resistir aquella m i r a d a , sombría unas v e c e s , ardiente o t r a s , y siempre e l o c u e n t e , profunda y d o minadora.
— 1 M a d r e m í a ! ¡ M a d r e d e mi a l m a ! — e x c l a m ó C o n suelo con d e s g a r r a d o r a c e n t o .
Y mientras un raudal de a b r a s a d o r a s l á g r i m a s se e s c a paba de sus o j o s , a b r a z ó a su m a d r e , e s t r e c h á n d o l a fuertemente contra su p e c h o .
T e m b l o r c o n v u l s i v o a g i t ó los m i e m b r o s de l a a n c i a n a ,
si anciana p u e d e llamarse a la que n o tenía m á s de cuarenta a ñ o s , por m á s que su c a b e l l e r a hubiese e n c a n e - 85 -
c i d o en un solo día cuando experimentó la conmoción
terrible que la había privado del uso d e la palabra, y
por más que algunas profundas a r r u g a s surcasen su rostro.
Sentíase Consuelo a h o g a d a , y le era imposible articular
una s í l a b a .
S o m b r í o apareció entonces el semblante de la señora
M a r i a n a , y era que las demostraciones de dolor de su hij a le hicieron adivinar d e s g r a c i a s horribles, y qué ella
quizá conocía demasiado bien por haberlas experimentado
e n su juventud.
T a l vez la señora Mariana sospechó que su pobre hija
h a b í a sido victima de los e n g a ñ o s de a l g ú n miserable
seductor.
| Y no podía preguntar, no podía m o v e r s e !
L o que la infeliz madre debió de sufrir en aquellos
m o m e n t o s es imposible que se comprenda.
L í v i d o y contraído violentamente estaba su rostro.
A s í transcurrieron cinco minutos, que debieron ser cinc o s i g l o s de tormento sin i g u a l para la señora Mariana.
P o r fin, C o n s u e l o hizo un esfuerzo sobrenatural, separóse de su m a d r e , se d e j ó caer en una silla y d i j o :
— T o d o lo sabréis.
L a madre volvió a fijar una mirada afanosa en su hija.
— S í , t o d o ; pero no ahora, porque apenas puedo hab l a r ; mis fuerzas se han a g o t a d o ; sufro m u c h o . . . ¡ A h L . .
A u n no daba señales de conmoverse la señora M a r i a na ante el inmenso dolor de su hija.
Ésta comprendió al fin que su madre abrigaba sospechas verdaderamente horribles, y limpiando sus ojos
y levantando con o r g u l l o la cabeza, dijo enérgicamente:
— N o , madre m í a ; no he olvidado m i s d e b e r e s ; pura
está mi honra y tranquila mi conciencia.
O t r o g e m i d o se escapó del pecho de la señora M a riana, g e m i d o que era como una exclamación de júbilo
C a m b i ó de expresión su semblante.
- 86 -
Revolóse en sus o j o s una tristeza profunda, h u m e d e ciéronse, y dos l á g r i m a s rodaron por sus m e j i l l a s .
L u e g o elevó al cielo una m i r a d a de gratitud.
L a madre y la hija e m p e z a b a n a - e n t e n d e r s e ; pero les
esperaban g r a n d e s sufrimientos.
U n a y otra vez s u p l i c ó C o n s u e l o que se le permitiese
dilatar sus e x p l i c a c i o n e s hasta el otro- d í a .
S u madre le r e s p o n d i ó p o r señas afirmativamente. M e dia hora después se encontraban en el l e c h o .
Consuelo c o n s i g u i ó dormir aquella n o c h e , aunque a g i tadamente; pero la señora M a r i a n a no c e r r ó l o s o j o s
hasta que r a y a b a el día.
CAPÍTULO
Cómo
quedó
la
IX
situación
Consuelo no había r e c o b r a d o la t r a n q u i l i d a d , ni era
fácil que l a r e c o b r a s e : pero se sentía más animada desde
que a sus caricias había c o r r e s p o n d i d o su d e s g r a c i a d a
madre.
.
Una vez d a d o el primer paso e n el camino d e l a s revelaciones, la j o v e n no encontraba inconveniente para lleg a r hasta el fin.
Había d e c i d i d o decírselo todo a su m a d r e , y si la noche anterior no lo había h e c h o , fue porque en realidad
le faltaban las fuerzas.
N o bien el sol había d e j a d o ver sus primeros r a y o s ,
la madre y l a hija a b a n d o n a r o n el l e c h o .
Sentóse la primera junto al b a l c ó n d o n d e pasaba su
triste v i d a , y la j o v e n , queriendo a p r o v e c h a r l o s instantes, d i j o :
— M a d r e m í a , voy a revelaros mi secreto, v a i s a c o n o cer la causa d e mis sufrimientos h o r r i b l e s , y así creo
que quedaré más tranquila.
- 87 -
La señora Mariana no podía responder: pero su mirada elocuente se fijó con ansiedad indescriptible en su
hija.
Las palabras de ésta no debemos repetirlas.
Con la más escrupulosa exactitud hizo el relato de los
sucesos que habían ocasionado su pasión desdichada.
Nó olvidó el detalle más leve; no dejó de mencionar
circunstancia alguna, ni mucho menos ocultó nada de lo
que había sentido, sentía y pensaba.
Escuchaba la pobre madre, y en su rostro se pintaban claramente todas sus impresiones. Muchas veces tembló, y pareció horrorizarse de los peligros que a su desgraciada hija amenazaban.
Empero la infeliz no podía pronunciar una palabra,
y esto le hacía experimentar los tormentos más espantosos.
De terror profundo dio claras muestras cuando supo
que el hombre amado por su hija era nada menos que el
heredero de una de las más ilustres y ricas familias de
España.
No necesitaba más la cariñosa madre para Comprender
la suerte que le aguardaba a su hija.
Ésta era pobre,' de humilde condición, y si su existencia no significaba una liviandad, tampoco podía probar
que era legítima.
Sin que hubiese podido dar explicaciones sobre su
situación había enfermado la señora Mariana, y nadie
sabía si Consuelo tenía padre ni si era fruto de un amor
criminal o de una unión legítima, ni mucho menos dónde había nacido.
¿ Cómo averiguar todo esto ?
Era imposible, mientras la señora Mariana no recobrase el uso de la palabra.
Ni con su mirada elocuente ni con ademanes podía
dar explicaciones.
- 88 -
Y a h e m o s d i c h o que para a v e r i g u a r la v e r d a d , el s e ñor P o l i c a r p o y otros vecinos habían a p e l a d o a l m e d i o
de h a c e r s u p o s i c i o n e s , p r e g u n t a n d o a la enferma si se
e q u i v o c a b a n ; pero e l l a había r e s p o n d i d o a todo n e g a t i v a mente, lo cual probaba que al hacer las suposiciones no
habían a c e r t a d o .
L a hija había e m p l e a d o el mismo sistema.
Habíase a d v e r t i d o una circunstancia que l l a m ó m u c h o
la atención del h o n r a d o sastre: cuando se le p r e g u n t a b a
a la e n f e r m a si su hija era l e g í t i m a , no r e s p o n d í a ni a f i r mativa n i n e g a t i v a m e n t e , y esto hizo suponer que C o n suelo debía su existencia a un a m o r criminal.
M á s e m p e ñ o que nunca tenía l a d e s g r a c i a d a C o n s u e lo en saber al menos si era hija de un e x t r a v í o , p u e s , y a
que pobre y h u m i l d e , quería por l o menos levantar la
frente con a l t i v e z , p u d i e n d o decir que era l e g í t i m a su
existencia.
¿ P o r qué sobre este punto g u a r d a b a tan obstinada reserva la m a d r e ?
C e r c a de una hora p a s ó antes de que la j o v e n terminase su triste y c o n m o v e d o r relato.
C u a n d o hubo c o n c l u i d o , escapóse de sus o j o s un raudal de l á g r i m a s , b e s ó las manos de su m a d r e , y d i j o :
— C r e o que ninguna falta he c o m e t i d o ; contra mi, v o luntad se ha e n c e n d i d o en mi pecho este a m o r , y , por
c o n s i g u i e n t e , y o no soy responsable de las consecuencias. N i p o r un instante he o l v i d a d o mis d e b e r e s , y me
siento con fuerzas para morir antes que o l v i d a r l o s , p u e s ,
aunque j o v e n y sin e x p e r i e n c i a , c o m p r e n d o que tras de
la satisfacción de estas pasiones se siente el arrepentimiento y debe de sufrirse h o r r i b l e m e n t e , porque ya es
imposible retroceder ni mucho menos reparar l a faltaD i c h o s a he sido a pesar de nuestra pobreza y d e nuestra tristísima s i t u a c i ó n ; d i c h o s a he sido con l a tranquí-
lidad de mi conciencia, y esta tranquilidad no la sacrificaré por nada del mundo.
L a señora Mariana extendió los b r a z o s , entrechó en
e l l o s a su hija y la besó tiernamente.
C r e y ó Consuelo propicia la ocasión para averiguar lo
que tanto la interesaba, y d i j o :
— A u n q u e y o estuviese deshonrada y el mundo me rechazara c o n desdén, vos no me rechazaríais, porque sois
mi m a d r e ; no dejaríais de amarme, sino que me amaríais
m u c h o más por lo mismo que y o era más d e s g r a c i a d a .
L a señora Mariana hizo con la cabeza una señal afirm a t i v a , porque en aquellos momentos solemnes no p o día mentir.
— P u e s bien—prosiguió diciendo C o n s u e l o — ; y o soy
vuestra h i j a , os amo mucho por lo mismo que sois muy
d e s g r a c i a d a , y si de otras d e s g r a c i a s vuestras tuviese
y o noticia, acrecentaría mi amor filial y sería para vos
más profundo mi respeto.
L a señora Mariana se estremeció violentamente.
— D i s i p a d mis d u d a s , madre de mi a l m a ; disipadlas,
porque me atormenta más de l o que pudiera atormentarme la más espantosa realidad.
N e r v i o s a palidez cubrió el rostro de la pobre madre.
—Nadie más que D i o s nos escucha...
L a señora Mariana exhaló un g e m i d o .
— ¿ Y mi padre ?—preguntó la j o v e n .
L a infeli2 anciana se e n c o g i ó de hombros.
— ¿ E r a mi padre vuestro esposo legítimo ?
T o r n ó s e profundamente sombría la mirada de la pob r e m a d r e , y volviendo a gemir y haciendo un esfuerzo
s u p r e m o , m o v i ó la cabeza y las manos como para resp o n d e r negativamente.
A c a b a b a de ponerse en claro esta parte del misterio
de la historia de la señora Mariana.
C o n s u e l o exhaló un g r i t o desgarrador.
- 90 •
r
Cubrióse el rostro con las m a n o s .
A l g u n o s momentos d e s p u é s a b r a z a b a a la enferma
exclamaba:
— | M a d r e mía I ... ¡ C u á n t o os a m o 1... Fuisteis víctima de la s e d u c c i ó n , os e n g a ñ a r o n miserablemente... ¿No
es verdad ?
L a anciana hizo una señal afirmativa.
—Exigiríais reparación...
L a señora M a r i a n a v o l v i ó a decir que sí.
— ¿ Q u i é n es ese h o m b r e , quién es mi p a d r e , d ó n d e e s tá ?—preguntó arrebatadamente la j o v e n .
E m p e r o bien pronto c o m p r e n d i ó que su m a d r e infeliz no p o d í a r e s p o n d e r .
— ¡ O h ! — e x c l a m ó con el acento de la d e s e s p e r a c i ó n .
Y sus fuerzas se a g o t a r o n , y se d e j ó caer pesadamente
sobre una silla.
Reinó un silencio a b s o l u t o .
C o r r i ó el llanto por las m e j i l l a s de a q u e l l a s dos infelices.
N o p o d í a ser más horrible la situación.
C o n s u e l o no p o d í a tener siquiera el d e s a h o g o de la
lucha, ni el consuelo de h a c e r cuanto le fuese p o s i b l e .
Si al menos hubiese sabido quién e r a su p a d r e , habría
ido a b u s c a r l o , e x i g i é n d o l e r e p a r a c i ó n ; y aunque nada
hubiera c o n s e g u i d o , habría q u e d a d o más tranquila.
A d e m á s , l o s e n a m o r a d o s se e n t r e g a n fácilmente a ilusiones, y C o n s u e l o creía q u e , conociendo el nombre d e
su p a d r e , para o b l i g a r l o a reparar la falta en cuanto fuese p o s i b l e , L e a n d r o le a y u d a r í a .
Si era v e r d a d e r o el a m o r del hijo de la c o n d e s a , C o n suelo no se e q u i v o c a b a .
L a r g o rato p e r m a n e c i e r o n s i l e n c i o s a s .
L a madre no h a b l a b a , porque no le era posible h a c e r l o , y la h i j a , porque nada a g r a d a b l e podía decir.
T a l vez se hubiesen p a s a d o muchas h o r a s sin hacer
- 91 -
m á s que llorar y suspirar; pero fueron interrumpidas por
a l g u n o s g o l p e s que dieron en la puerta.
L i m p i á r o n s e los o j o s , y abrió la joven.
E l señor Policarpo se presentó.
T a m b i é n estaba pálido y ojeroso.
D e b í a de haber pasado mala n o c h e , lo cual no es e x t r a ñ o , pues sobre ser sincero a m i g o de las dos mujeres,
encontrábase comprometido sin saber cómo en el endiab l a d o enredo de aquel amor.
— B u e n o s días—dijo mientras miraba a sus dos vecinas.
Y d e s p u é s de algunos breves instantes añadió:
— A l g o p a s a , porque así lo dice vuestro semblante:
a l g o de mucha g r a v e d a d y que fácilmente adivino. Han
m e d i a d o francas explicaciones, ¿no es verdad ?
— S í — r e s p o n d i ó C o n s u e l o — ; mi buena madre lo sabe
t o d o , absolutamente todo, porque seguir ocultándoselo
me parecía un crimen.
— M u y bien hecho—repuso el sastre—, muy bien hec h o , porque a una madre nada se le debe ocultar. A d e m á s , tú no has cometido ninguna falta, ni l a cometerás,
si D i o s quiere protegernos, y en cuanto a m í , me parece
q u e mis intenciones han sido rectas, y , sobre todo, no
he fomentado tu amor ni te he dado un consejo que no
sea b u e n o .
— P o r lo contrario, nos habéis hecho muchos beneficios.
— H e cumplido mi deber, y además he obedecido los
i m p u l s o s de mi corazón. D e s d e que encontré a tu pobre
m a d r e p r i v a d a de sentido y la vi desamparada, me he
interesado por ella como un padre puede interesarse por
una h i j a .
— V u e s t r o noble corazón...
— N o hablemos de e s o , porque tenemos q u e - o c u p a r nos de cosas más importantes.
-
9 2
-
— S e ñ o r P o l i c a r p o , mi d e s g r a c i a no tiene r e m e d i o , y
sabré resignarme y sufrir si no c o n s i g o o l v i d a r a ese
hombre.
— ¡Olvidarlo!...
— C r e o que es i m p o s i b l e ; p e r o . . .
— H a b l e m o s c o m o g e n t e de razón—interrumpió el s a s tre—. T u m a d r e no puede h a b l a r ; pero me e s c u c h a r á , y
por señas dirá si l e p a r e c e b i e n mi o p i n i ó n .
— N o o l v i d é i s que el h o m b r e a quien amo y parece
amarme...
— E s un c a b a l l e r o m u y r i c o y de la primera n o b l e z a ,
y cuando muera su p a d r e será c o n d e y g r a n d e de E s p a ña de primera clase y no áé cuántas cosas m á s .
—Pues b i e n ; un h o m b r e a s í . . .
— P u e d e casarse c o n una mujer de p o s i c i ó n humilde
y p o b r e , con tal que sea h o n r a d a ; que con l a nobleza
del marido hay bastante para que se e n n o b l e z c a la e s posa. D e estos e j e m p l o s se han visto a l g u n o s , y para
convencerte me b a s t a r á r e c o r d a r l o s n o m b r e s d e a l g u n o s
personajes c u y a s mujeres no fueron más que infelices
como tú, p e r o , c o m o antes he d i c h o , n o b l e s q u e d a r o n
con la nobleza del e s p o s o , y d e a l g u n a de ellas se a s e g u r a que rebuscando entre l o s p a p e l e s de los a r c h i v o s
se han e n c o n t r a d o , c u a n d o m e n o s se e s p e r a b a , d o c u m e n tos irrecusables que p r u e b a n el o r i g e n ilustre de la familia que se c r e y ó p l e b e y a . E s t a s c o s a s se a r r e g l a n fácilmente, cuando hay v o l u n t a d .
Consuelo pensó que ni siquiera un n o m b r e p l e b e y o tenía, y fijó en su m a d r e una m i r a d a a n g u s t i o s a .
— P o r de p r o n t o — p r o s i g u i ó d i c i e n d o el sastre—, el
m a y o r inconveniente consiste en que tu pobre madre no
puede h a b l a r , y , por c o n s i g u i e n t e , no s a b e m o s d ó n d e
has n a c i d o , ni c ó m o se l l a m ó tu p a d r e . ¿ Q u i é n sabe si
a l g ú n día a v e r i g u a r e m o s que tienes d e r e c h o a l l e v a r un
nombre ilustre ?
-
93
L a señora Mariana se apresuró a hacer una señal negativa.
— T u madre dice que n o ; p e r o , en fin, si el nombre
no es ilustre, será un nombre.
O t r a v e z respondió negativamente la anciana. Sin dud a , no quería ya g u a r d a r el secreto de su deshonra.
— ¿ E s que debo decirlo todo ?—preguntó C o n s u e l o .
—Sí—contestó la madre.
E l p r o c e d e r de la señora Mariana no podía ser más
n o b l e , pues significaba que no quería que se e n g a ñ a s e
a l que amaba a su hija.
E n t o n c e s Consuelo le dijo al sastre lo que había podido averiguar.
E l señor Policarpo hizo un gesto de d i s g u s t o ; pero
no se dio por vencido.
— A pesar de todo eso—dijo con una buena fe singul a r — , creo que el señor don L e a n d r o te amará como
s i e m p r e , porque nunca ha mirado más que tu virtud y tu
b e l l e z a , y no ha de cometer la injusticia de querer que
p a g u e s las faltas de otro. Para mí vales ahora más que
a n t e s , puesto que te considero más d e s g r a c i a d a ; y si
y o estuviese enamorado de ti... [ O h ! . . . E n t o n c e s no
vacilaría un instante y serías mi esposa en cuanto me
lo permitiesen las circunstancias. ¡ M i r a r t e con desdén
p o r q u e otros cometieron una f a l t a ! . . . Imposible... N o ;
eso n o puede hacerlo un hombre como don L e a n d r o . Si
lo c o n o c i e r a s como y o , no lo sospecharías. T i e n e un gran
c o r a z ó n , un corazón sin i g u a l .
— M i m a y o r fortuna—replicó Consuelo—sería que me
mirase c o n desdén.
—¿ Q u é estás diciendo ?
— S í ; porque semejante ofensa heriría mi d i g n i d a d ,
y entonces me sería posible olvidarlo y hasta mirarlo
con odio.
>
— ¡ Q u é ideas tan raras se les ocurren a las m u j e r e s !
- 0.4 -
— Y o no puedo ni quiero engañar a ese h o m b r e .
— E s o es otra cosa.
— E s preciso que sepa que entre nosotros hay tanta
distancia, que no puede salvarse con l a fuerza de su
a m o r , si es que me a m a v e r d a d e r a m e n t e .
— N o puede hoy el señor don L e a n d r o casarse c o n t i g o ,
porque tiene padres que se lo e s t o r b e n ; pero a l g ú n día
quedará huérfano y , dueño entonces d » su v o l u n t a d , será tu e s p o s o .
— | M i e s p o s o 1...
— ¿ L o d u d a s ?... P u e s y o no l o d u d o , y para creerlo
así t e n g o m u c h a s y m u y p o d e r o s a s r a z o n e s , y creo que
tú tendrás m u y pronto la prueba de cuanto te d i g o . C o m o
nunca le has h a b l a d o , no puedes saber lo que es ese
hombre.
— R e c o n o z c o sus b u e n a s c u a l i d a d e s , pues no t e n g o m o tivo para ponerlas en d u d a ; pero c o m o mis aspiraciones
son un i m p o s i b l e , es preciso poner término a esta situación.
— ¿ Y c ó m o ha de terminarse ?
— N o saldré de mi c a s a , no veré a d o n L e a n d r o , él
tampoco me v e r á , así pasará el tiempo, y a l f i n . . .
—Sufriréis mucho y o s quedaréis c o m o estáis a h o r a .
—Eso no.
— P a s a r á el t i e m p o , y d o n L e a n d r o no te v e r á ; pero
cada día esperará verte a l s i g u i e n t e , y sus e s p e r a n z a s
avivarán e l f u e g o d e su a m o r , y a m á n d o t e m á s cada día
por lo mismo que no c o n s i g u e su d e s e o , l l e g a r á su p a sión a la l o c u r a , y D i o s sabe l o que s u c e d e r á .
— N o a b r i g a r á e s p e r a n z a s , p o r q u e v o s le diréis que río
lo amo.
— |Yol...
— S í ; también me haréis este b e n e f i c i o .
— P u e s te e q u i v o c a s , hija mía.
—¿ O s n e g a r é i s a contribuir a mi tranquilidad ?
- 95 "
— P í d e m e cuanto q u i e r a s ; pero mentir...
— H a y mentiras lícitas.
— E n mi vida he mentido.
—Señor Policarpo...
— E s c ú c h a m e , que voy a concluir.
—¿ A c a s o hay otro medio d e acabar con estas ansi»
dades ?
— T u m a d r e decidirá.
— M i madre no puede permitir que y o corresponda al
a m o r de un hombre como don L e a n d r o .
— ¿ Y por qué no ha d e permitirlo ?
— C u a n d o el mundo se aperciba de semejantes relacion e s , p o n d r á e n duda la pureza de mi honor, porque no
creerá que de buena fe quiere ser mi esposo un hombre
tan rico y tan ilustre.
— E l m u n d o nada podrá decir contra tu honra cuando
sepa que no ves a don L e a n d r o sino por espacio de a l g u n o s minutos y en presencia de tu m a d r e , y que, a d e m á s , sois tan pobre ahora como lo habéis sido siempre.
— Q u e mi m a d r e decida.
— P e r o no en este momento.
— ¿ P u e s cuándo ha de ser ?
— A h o r a vas a venir a mi c a s a , donde tengo muchas
cosas por a r r e g l a r , y entretanto ei señor don Leandro
dará a tu madre las explicaciones que bien le parezcan.
T u m a d r e no puede h a b l a r ; pero esto no importa, pues
lo único que a don L e a n d r o le interesa es que le escuc h e n , y bastará con que tu madre d i g a que sí o que no
m o v i e n d o la cabeza.
Q u i s o replicar C o n s u e l o ; pero e l sastre no se lo perm i t i ó , y d i r i g i é n d o s e a la anciana le d i j o :
—¿ Permitiréis que v e n g a el señor don L e a n d r o ?
L a señora M a r i a n a respondió afirmativamente.
S u hija l a miró con sorpresa, porque sorprender debía l a contestación d e su madre.
- 06 -
Continuará
en el número 4
Querubín regresó entristecido a su casa. E s pobre e
ignora quiénes son sus padres. Vive con un hombre de
gran corazón, don Godofredo de Guevara, hidalgo arruinado, que le recogió cuando era muy ruño.
Junto con don Godofredo, al día siguiente, se encaminó a casa de un sastre, para que le arreglasen una
capa vieja, pues perdió la suya en la huida.
Mientras aguardaban en el mísero portal donde el sastre, el señor Policarpo, habitaba, salió de aquella casa y
habló en secreto con el maestro un joven elegantísimamente trajeado. Querubín, al verle, sintió un estremecimiento: era don Leandro de Sandoval, hijo de la condesa de Rocanegra, rival suyo en los amores de María.
¿Qué iba a hacer allí ? Seguramente, el señor Policarpo lo sabía, pero no quiso decirlo.
Mientras comían luego en un mesón, don Godofredo
escuchó el relato de los amores de Querubín. [Cómo
iba el orgulloso don Pedro a acceder a su boda, sobre
todo habiendo entre medias un pretendiente como don
Leandro!
Don Godofredo creyó oportuno relatar a Querubín su
historia. Recién nacido, fue entregado por un caballero
ricamente vestido a una pobre mujer, para que le criase
en secreto. A l morir ésta, a los dos años, don Godofredo
le puso bajo su protección. No sabía más.
Querubín decidió descubrir el secreto de su nacimiento, y don Godofredo prometió ayudarle. Entretanto, decidieron que don Godofredo averiguase el por qué de la
visita de don Leandro a casa del sastre, mientras Querubín rondaba el palacio de su amada.
En uno de los pisos de la casa del sastre habitaban dos mujeres, madre e hija, que habían llegado allí
misteriosamente, diecisiete años antes.
Vivían modestamente. La madre se llamaba Mariana,
y la hija, Consuelo.
Un día, la madre sufrió una fuerte emoción y quedó
paralítica. Entonces la hija tuvo que pasar por ella privaciones sinnúmero. E l sastre, que las profesaba gran
cariño, les ayudaba en cuanto podía.
i
ENIGMA
COLEC
NOVELAS DE E M O t l O N Y DE MISTERIO
E N I G M A
Rultatw*
1.-
serí
' El corasón secuestrado
El bufón por sacrificio
Rouletabflle en Rusia
¡Por atlal
El náufrago del aspado
La «lucia de una mujer
Al astro espantoso
La vengania dal Destino
El capitán Lagarde de Jarxac
El secreto de Mari-Rosa
Los amores de francisco I y la (iloconda
Ultraja Mortal
La marquesa doloroso
La favorita
El misterio da mlraflor
El hijo de Santos
01 CADA TOMO IN MÚSTIC*
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