Un golpe que se proclamó revolución pero agravó la decadencia argentina En 1966 el general Carlos A. Caro se opuso al derrocamiento de Illia Por Gregorio A. Caro Figueroa y Ramiro Caro Figueroa Se suele recordar más que, en 1930, el general salteño José Félix Uriburu encabezó el golpe de Estado que derrocó al presidente Hipólito Irigoyen. Pero se menciona menos que en 1966, treinta y seis años después, otro general salteño, el general Carlos Augusto Caro, defendió el orden constitucional y se dispuso a enfrentar el golpe que destituyó al presidente Arturo Illia, tres años y medio antes de terminar su mandato. En 1966 el general Caro era Comandante del Segundo Cuerpo de Ejército con asiento en Rosario, segunda unidad militar más importante del país. El 20 de junio de 1966, ocho días antes del golpe, Illia presidió en Rosario el acto central del Día de la Bandera. Terminada la ceremonia, Illia se trasladó a la Jefatura de Policía de Rosario con Caro, el Secretario de Guerra general Castro Sánchez y el gobernador de Santa Fe, Aldo Tessio. “En un momento de esta reunión, el doctor Illia me pidió que lo acompañara a una dependencia contigua. Allí, a solas, preguntó mi opinión sobre la situación militar del momento”, recordó Caro en sus “Memorias”, libro aún no publicado. Luego de escuchar a Caro, Illia dijo que lo designaría Comandante en Jefe del Ejército. Le confió que, ante la inminencia del golpe, trasladaría la sede del Poder Ejecutivo a Rosario. “General Caro, ¿usted está dispuesto a defender el orden constitucional con las fuerzas a su mando?”, preguntó Illia. Sin vacilar, Caro respondió: “Si señor presidente”. Caro informó a Illia sobre el acuerdo alcanzado el 14 de junio por generales en actividad en sostener el orden institucional. Todos firmaron un acta que redactó y pasó a máquina Caro. Fraguar un pretexto Al terminar la reunión el general Adolfo Cándido López dijo a Caro: “No hay que confiar en estos tipos que van a firmar cualquier cosa y después te pueden dar una puñalada por la espalda”. Esas sospechas se confirmaron. “El Comandante en Jefe, Pistarini, y el general Julio Alsogaray, Comandante del I Cuerpo, firmaron el compromiso, y después lo traicionaron”, escribió Caro. Dos días antes del golpe, se produjo un encuentro casual y breve de Caro, con los diputados nacionales peronistas J. Armando Caro –su hermano-, Juan Luco, Rodolfo Tecera del Franco y Alberto Serú García. Al día siguiente al diario “La Razón”, vocero de los golpistas, publicó en portada una versión deformada del encuentro, porque para dar el golpe necesitaban sacar a Caro del medio. “La Razón” afirmó que fue una prolongada cena política donde se fraguó un oscuro pacto militar-peronista. “Esta comida la cuesta la cabeza a Caro y a Castro Sánchez”, comentó el futuro dictador Onganía, frotándose las manos. “No puede ser que un general se reúna con peronistas”, dijeron. Por ese episodio, Pistarini convocó a Caro con el pretexto de darle instrucciones. Cuando Caro se presentó, Pistarini lo destituyó, dispuso su pase a retiro y ordenó su arresto: ese fue el detonante del golpe. A las 5.30 del 28 de junio se consumó el violento desalojo del presidente de la República. El general Julio Alsogaray, el coronel Perlinger, portando armas y apoyados por un pelotón de la Guardia de Infantería de la Policía Federal rodearon al presidente y lo intimaron a abandonar la Casa de Gobierno. Illia enfrentó a Alsogaray: “Usted es un general sublevado que engaña a sus soldados y se aprovecha de esta juventud que no quiere, que no siente lo que ustedes le piden. Usted no representa a las Fuerzas Armadas. Representa tan sólo a un grupo de revoltosos. Es un usurpador. Usted y cuantos le acompañan obran como bandidos que aparecen cuando cae la noche”. “Mi padre fue muy valiente, enfrentó a Alsogaray”, recuerda hoy Leandro Illia, hijo de presidente. Le dijo que era un salteador nocturno, un bandido cobarde que pisoteaba la Constitución. “Usted no es digno de vestir el uniforme de la Patria. Algún día sus hijos y la Patria se lo recriminarán”, le dijo a Perlinger. Retórica y realidad Con esa acción los militares golpistas, no solo borraron con el codo lo que habían firmado con mano, sino que renegaron de las proclamas que lanzaron en 1962 y 1963 en defensa de la Constitución y del retorno a la legalidad. “Levantemos, pues, las banderas que darán a este tierra paz, progreso y vocación de grandeza: el imperio de la Constitución, la efectiva vigencia de la democracia y la definitiva reconciliación entre los argentinos”, decían en el Comunicado 150. No sólo ninguna de esas promesas se cumplió: la herencia que dejó el régimen de facto de Onganía fue en todo contraria a sus fantasías. La maquinaria para desestabilizar y derrocar a Illia se puso en marcha cuatro días después de que se hizo cargo de la presidencia. El primer ataque fue cuestionar su legitimidad de origen, por la proscripción parcial del peronismo, ocultando que el justicialismo que tuvo 52 diputados nacionales y ganó la gobernación de cuatro provincias. Tampoco se dijo que Illia fue elegido con el 32% de los votos positivos; el 27% del total del padrón y el 56,5% de los integrantes del Colegio Electoral (270 sobre 476) Pero esa supuesta falta de legitimidad de origen fue compensada con la legitimidad de ejercicio: en la renovación legislativa de 1965 el peronismo participó libremente en la contienda electoral y se alzó con la mayoría de los votos. Illia gobernó sin estado de sitio, sin intervenir ninguna provincia, respetando la composición de la Suprema Corte, sin presos políticos, sin persecuciones religiosas o raciales y respetando los derechos humanos y la libertad de prensa. Con gestos y medidas graduales, Illia manifestó el propósito del gobierno de remover las proscripciones diseñando un nuevo mapa político. “La democracia argentina necesita perfeccionamiento”, dijo. Había que poner fin a las exclusiones. Con proscripciones, presos políticos, recorte de libertades públicas y Estado de Sitio, no era posible pacificar el país, explicó. La fuerza de la Ley Utilizando técnicas de la guerra psicológica, se desplegó una campaña para ridiculizar a Illia creando la sensación que había en el país “un vacío de poder”. Los medios golpistas lo presentaban como un anciano sin carácter, débil, sin capacidad ni autoridad. Lo caricaturizaron con una paloma en la cabeza y como una tortuga. Imagen contrapuesta a la de Onganía al que se adjudicó autoridad, firmeza, visión de estadista y capacidad de mando comparable a Bismarck y De Gaulle: era el hombre providencial destinado a acaudillar la Revolución Argentina y construir la Argentina Potencia. “Se dice que hay vacío de poder”, recogían medios golpistas. Illia respondía: “Mi fuerza es la Ley”. La oposición –de derecha a izquierda- clamaba “¡Basta de Illia!”. “¡No tenemos libertad!”, se quejaban estudiantes callando que se respetaban la libertad, la autonomía universitaria y que se destinó el mayor porcentaje del presupuesto a educación. “¡Abajo el gobierno de los patrones!”, clamaba la izquierda que ignoró que se legalizó al Partido Comunista. A poco de asumir los sindicatos lanzaron el Plan de Lucha, ocupando 11.000 establecimientos fabriles. Ignoraron el incremento del casi 10% del ingreso de los trabajadores, el crecimiento del 9% del PBI, la reglamentación de la Ley de Asociaciones Profesionales, la creación del Consejo del Salario Mínimo Vital y Móvil, la baja tasa de desocupación (4.3%) y la baja inflación. Convicciones sanmartinianas El 16 de diciembre de 1965, la política exterior argentina alcanzó uno de los mayores logros de su historia al obtener en la Asamblea General de Naciones Unidas la sanción de la Resolución 2.065, a través de la cual la comunidad internacional reconoció oficialmente el carácter de litigio de la disputa territorial por Malvinas. En 1988 el general Caro dijo: “Puedo exhibir con orgullo el haber mantenido firmemente mis convicciones sanmartinianas en lo militar y democráticas en lo político. El habernos apartado de ambas tradiciones es una de las causas de la declinación argentina. Aquella madrugada no solo cayó un gobierno: junto a él fueron derribadas las instituciones”, esta fue la reflexión de uno de los pocos militares democráticos que trató de evitarlo.-