1 Introducción Somos herederos involuntarios del siglo XX, de sus

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Reflexiones en torno al concepto de ciudadanía a partir del pensamiento de Hannah Arendt
“Si es verdad que una cosa, tanto en el mundo de lo histórico-político,
como en el de lo sensible, sólo es real cuando se muestra y se percibe desde todas
sus facetas, entonces siempre es necesaria una pluralidad de personas o pueblos,
y una pluralidad de puntos de vista, para hacer posible la realidad y garantizar su
persistencia. Dicho con otras palabras, el mundo sólo surge cuando hay diversas
perspectivas (...). Si por el contrario, aconteciera que a causa de una enorme
catástrofe, restara un sólo un pueblo sobre la tierra, en que todos vieran y
comprendieran todo desde la misma perspectiva, y vieran en completa
unanimidad, entonces el mundo, en sentido histórico-político, llegaría a su fin y
los supervivientes, que permanecerían sin mundo sobre la tierra, no tendrían más
en común con nosotros.”
Hannah Arendt1
Introducción
Somos herederos involuntarios del siglo XX, de sus grandes avances científicos y
tecnológicos, pero también de sus grandes catástrofes humanas y políticas. Nuestros
antecesores han sido protagonistas y testigos de una historia caracterizada por el fenómeno
totalitario, la guerra total y la deshumanización de la humanidad. Nosotros, a más de 6
décadas de terminada la segunda guerra mundial, hemos heredado un mundo en proceso de
construcción, en constante movimiento, transformación y flujo, y esto no sólo en términos
económicos y políticos, sino también culturales y sociales.
Al menos en Europa, se ha heredado no sólo el tan anhelado estado de paz, el
bienestar económico, la estabilidad política -alcanzada gracias a la consolidación de la
democracia- y el auge científico-tecnológico, sino también, y paradójicamente, como
consecuencia de lo anterior, se ha heredado una Europa que actualmente se enfrenta a los
nuevos conflictos que le presenta el surgimiento de la sociedad multicultural, conflictos no
sólo de carácter económico y social, sino también, político y cultural. Y es que, la sociedad
multicultural que surge, en la mayoría de los casos, como consecuencia inevitable del
fenómeno de la migración, genera indudablemente una realidad inédita llena de conflictos,
que van desde los que podrían considerarse como insignificantes, como los ocasionados,
por ejemplo, por las deficiencias en el manejo del idioma, los diferentes usos y costumbres,
etc., hasta los más difíciles de resolver y/o conciliar, como los ocasionados por las
diferencias religiosas y las visiones del mundo.
Ahora bien, la complejidad inherente al tema de la multiculturalidad o, mejor
dicho, a la manera en la que se le ha venido tratando hasta el momento, se refleja de
manera clara, y esto aunque parezca, en un primer momento, paradójico, en la posición
que se tiene frente a la idea de nación y/o identidad nacional.
1
. Hannah Arendt, ¿Qué es la política?, p.118.
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Reflexiones en torno al concepto de ciudadanía a partir del pensamiento de Hannah Arendt
La consolidación de la Unión Europea en un cuerpo político-económico
compuesto por una diversidad de países, culturas e idiomas da cuenta, por una parte, no
sólo de una valoración positiva de la multiculturalidad y del deseo de entendimiento e
integración entre las diferentes culturas, sino también, y como consecuencia de lo
anterior, da cuenta de la desvalorización en la que ha caído la categoría de »Estadonación«. Esta misma afirmación no se puede hacer, sin embargo, respecto al proceso
que ha tenido la noción de »identidad nacional« en el contexto de la sociedad
multicultural. El orgullo exacerbado, por no llamarlo »nacionalismo«, que algunos
grupos humanos tienen por el hecho de pertenecer a un pueblo, raza, nación o religión,
se ha hecho patente no sólo a través de actos terroristas, sino también, y aunque de
manera más sutil, no por ello menos peligrosa, a través de la discriminación cotidiana,
la exclusión y la marginación de la que son víctimas los inmigrantes en las llamadas
sociedades multiculturales. Estos fenómenos muestran la relevancia que la noción de
»identidad nacional y/o cultural« ha adquirido en el contexto de la multiculturalidad y,
tal vez, precisamente a causa de ella.
A partir de estas consideraciones, resulta necesario preguntarse, sí una sociedad
multicultural, con tales características y conflictos, tiene la posibilidad de subsistir o, sí
sus conflictos son a tal grado irresolubles que dicha sociedad esta condena al fracaso. Y
de no ser así, habría que preguntarse entonces ¿qué clase de estrategia organizacional,
ley jurídica o virtud humana haría posible la subsistencia de una sociedad multicultural?
En su Diario de pensamiento Hannah Arendt (1906-1975) escribe:
“La política existe para garantizar un mínimo de confianza. La ley (...) crea
un marco de fiabilidad en lo imprevisible. También las costumbres hacen eso; y por
ello la política y las constituciones son tanto más necesarias cuanto menos
podemos fiarnos de las costumbres, y así lo son particularmente en épocas de
ampliación del mundo, en el que el choque de las costumbres y las moralidades
arroja sobre todas ellas el cariz de lo relativo.”2
Con “una época de ampliación del mundo en la que no es posible fiarse de las
costumbres” pareciera que Arendt se refiere a la situación que surge como resultado de
los conflictos de la sociedad multicultural y que hemos esbozado con anterioridad. Pero,
¿a qué se refiere con que “la política garantiza un mínimo de confianza” y “la ley crea
un marco de fiabilidad”?, ¿qué tipo de política puede garantizar la confianza y qué tipo
2
. Hannah Arendt, Denktagebuch, p.349.
2
Reflexiones en torno al concepto de ciudadanía a partir del pensamiento de Hannah Arendt
de ley la fiabilidad? La ciudadanía es, a nuestro parecer, en el contexto del pensamiento
arendtiano, esa política y/o ley que crea un espacio de confianza y fiabilidad.
1. Ciudadanía
No quisiera comenzar con el desarrollo de la noción de ciudadanía en el
pensamiento de Hannah Arendt, sin antes hacer alusión a la definición tradicional de
ciudadanía y de sus antecedentes históricos.
Aun cuando la concepción actual de ciudadanía es heredera más cercana de la
noción que surge en el siglo XVIII, a partir de las Revoluciones francesa y
estadounidense, sus orígenes más antiguos, al menos en la tradición occidental, se
remontan a la Antigüedad clásica. La concepción del ciudadano que encontramos, por
ejemplo, en Aristóteles, resulta ser, comparada con la que se desprende de dichas
Revoluciones, bastante estrecha y excluyente. Y es que, en la Antigüedad no todo
miembro de la sociedad podía ser considerado como ciudadano. Sólo aquellos hombres
cuya existencia no se reducía al mantenimiento de la vida, eran libres y podían ser
considerados como tales. Ser ciudadano significaba, entonces, ser libre, es decir, no ser
esclavo de las necesidades de la vida ni de otros ciudadanos, pero tampoco mandar. El
ciudadano griego no manda ni obedece, sino que participa activamente en el
mantenimiento del espacio público y la esfera de los asuntos humanos, es decir, se
dedica a la vida política, que era entendida como la participación activa de los
ciudadanos en los asuntos públicos; de ahí que, la forma de vida del ciudadano, del bios
politikos, fuera la única que daba inmortalidad. Así, escribe Arendt:
“la »buena vida«, como Aristóteles califica a la del ciudadano, no era simplemente
mejor, más libre de cuidados o más noble que la ordinaria, sino de una calidad
diferente por completo.”3
Esta concepción clásica de la política y del ciudadano desaparece por completo
con el surgimiento del Cristianismo. Y desaparece, porque en él la acción política y la
libertad no sólo no tienen ninguna relevancia en la existencia humana, sino que poseen
un carácter negativo. Desde la expansión del Cristianismo hasta finalizada la Edad
Media, la esfera de los asuntos humanos no sólo carece de significado en términos
teóricos, sino que incluso, la legitimidad de la existencia humana, se define en función
de la lejanía con respecto a ésta. Ser libre significa, en este contexto, estar libre de la
política, estar libre de los asuntos humanos.
3
. Hannah Arendt, La Condición Humana, p.47.
3
Reflexiones en torno al concepto de ciudadanía a partir del pensamiento de Hannah Arendt
Con la Modernidad la acción política vuelve a recobrar significado y la categoría
de ciudadanía, concretamente a partir de la revolución francesa y estadounidense, se
hace extensiva y adquiere un nuevo impulso; no obstante, este nuevo impulso no vuelve
a darse en los mismos términos que durante la Antigüedad. El ciudadano moderno ya no
actúa de manera concertada con sus conciudadanos y hace, de este modo, política, sino
que se limita, más bien, a reaccionar a la manera en la que el Estado ejerce el poder
sobre él y sus conciudadanos. Y es que, aun cuando el individuo moderno haya
adquirido el status de ciudadano frente al Estado, la política ha dejado de ser un asunto
de su competencia, para convertirse en el monopolio del Estado. Así, en la medida en
que el individuo moderno pierde su capacidad de acción política y, con ella, su
capacidad de contribuir a la conformación de la esfera de lo público, se convierte en un
miembro de la sociedad de masas, cuyo único interés es la »vida privada«. De este
modo, la figura del ciudadano, en tanto ser político, desaparece durante la Modernidad.
Actualmente la ciudadanía se define como la condición jurídica que se le otorga
a un ser humano por el hecho de pertenecer a un Estado, esto es, la ciudadanía define a
una persona como un sujeto de derechos. Parafraseando a Arendt, se podría afirmar que
la ciudadanía es el derecho, que le garantiza al ciudadano, su derecho a tener derechos.
La ciudadanía es pues un derecho que garantiza al ciudadano, por una parte, “derechos”
frente al Estado y a sus conciudadanos, pero también, “obligaciones”, a saber, su
“derecho” de participación y comunicación política. Resumiendo, se podría decir
entonces que la ciudadanía se refiere a las condiciones básicas de seguridad y dignidad
humana que un Estado le brinda a sus miembros. Así, si la ciudadanía se define a partir
del Estado –que es el aparato que se encarga tanto de la administración pública como de
la representación de la sociedad-, resulta claro que los derechos, que la cuidadanía
pretende garantizar, no existen, si no existe el Estado que los otorga y vigila su
cumplimiento.
Ahora bien, a partir de esta reconstrucción de la noción de ciudadanía y
retomando la problemática esbozada con anterioridad, consideramos necesario
preguntarnos ¿hasta que punto es legítimo hablar de ciudadanía en el contexto de las
sociedades multiculturales caracterizado por la ausencia o, si se prefiere, la crisis del
Estado? (Crisis que se manifiesta, a nuestro parecer, al menos de dos maneras: por una
parte, en el hecho de que no todo miembro de una sociedad multicultural tiene el status
de ciudadano; y, por la otra, a través de la pérdida de autoridad del Estado y la falta de
identificación del ciudadano con éste.) ¿Qué sentido tiene entonces hablar de ciudadanía
4
Reflexiones en torno al concepto de ciudadanía a partir del pensamiento de Hannah Arendt
en una sociedad en la que, por diferentes razones -por ser asilados políticos, refugiados,
extranjeros residentes, ilegales etc.-, no todos sus miembros tienen el status de
ciudadano?, ¿es posible y/o deseable disponer de un concepto de ciudadanía que
responda a las necesidades de una realidad social caracterizada por la multiculturalidad?
y, si es así, ¿en qué términos habría que definir a la ciudadanía?, ¿es posible seguir
concibiendo a la ciudadanía como un derecho que se otorga y/o se recibe, o habría que
redefinirla y comenzar a pensarla como una capacidad humana?
2. La propuesta arendtiana
En su negativa de asumirse y reconocerse como filósofa Hannah Arendt define su hacer
como teoría política4, cuya única finalidad, si es que se puede hablar de alguna, es
comprender. En este mismo sentido, la presente comunicación retoma la herencia
arendtiana, en un primer momento, al presentarse como un intento de comprender la
relevancia y necesidad del concepto de ciudadanía en el contexto de la sociedad
multicultural; pero también, recurre a su legado conceptual con la pretensión de indagar
en qué medida, conceptos como el de »pluralidad« y »política«, pueden contribuir a la
reflexión y posible redefinición de una noción de ciudadanía que sea más acorde con la
realidad sociocultural en la que nos encontramos en la primera década del siglo XXI.
Dicha empresa nos parece por demás interesante debido a que, aun cuando Arendt no
escribió de manera explícita ni mucho menos exhaustiva ningún tratado sobre la
ciudadanía, es un tema de suma relevancia tanto en su vida, como en su obra, ya que
ella misma vivió algunos años como apátrida, desde que el Nazismo alemán negó a
todos los judíos la nacionalidad alemana y hasta 1951, año en el que le fue otorgada la
nacionalidad americana; de modo que se trata de un problema que tiene que ver
directamente con su existencia: el problema de los apátridas, los “sin-hogar”, el
problema de los refugiados. Y es que, no hay que olvidar que el pensamiento arendtiano
siempre parte y remite a un hecho o a un acontecimiento histórico concreto, es decir, se
desarrolla a partir de un problema político que adquiere en su pensamiento, y quizás
muy a pesar suyo, una significación filosófica.
En tanto teórica de la política Hannah Arendt se propone no sólo pensar
acontecimientos históricos y fenómenos socioculturales de manera política, sino pensar
también, concretamente, la política y redefinirla. En este intento de redefinir a la
4
. Cfr. Hannah Arendt, “Fernsehengespräch mit Günter Gaus” (Oktober 1964) en Ich will verstehen,
Piper, München, 1996.
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Reflexiones en torno al concepto de ciudadanía a partir del pensamiento de Hannah Arendt
política, Arendt vuelve su mirada a la Antigüedad para rescatar la herencia de la Polis
griega, no sólo porque en ella surge la acción política como tal, sino también, y como
consecuencia de lo anterior, porque en ella tiene lugar la ciudadanía como experiencia
vivida. Al parecer de nuestra autora, aquello que posibilita el surgimiento de la política
en la Antigüedad es el hecho de que lo griegos, y más tarde también los romanos, fueron
capaces de comprender la relevancia que acción (praxis) y discurso (lexis) tienen en la
política. O dicho de otra manera, fueron los griegos los que, a partir del descubrimiento
de la potencialidad política de la acción y el discurso -en tanto generadores del espacio
público y la esfera de los asuntos humanos- posibilitaron el surgimiento de la política.
Acción y discurso hacen posible la política en tanto que tienen como condición a la
pluralidad humana (el hecho de que los seres humanos aunque iguales –a saber, seres
humanos- son diferentes –es decir, cada uno de ellos único e irrepetible), pero dicha
pluralidad, a su vez, no sólo hace posible a la acción y el discurso, sino que les da
sentido; y es que, si los seres humanos no fueran diferentes entre sí, la acción y el
discurso no serían necesarios. Así, la acción y el discurso, que dan origen a la política,
ofrecen no sólo un criterio para distinguir lo que es política de lo que no lo es, sino
también, presentan al ser humano qua ser humano. De ahí que, praxis y lexis, tanto en la
Antigüedad como para Arendt, tengan el status más elevado dentro de las actividades de
la vita activa.
La acción es, frente a la labor (que tiene como finalidad la conservación de la
vida) y el trabajo (que se encarga de producción de las cosas materiales), que son las
otras dos actividades que Arendt nos presenta en La condición humana, no sólo la
tercera actividad de la vita activa, sino también la más elevada, y esto debido a que, en
la medida en que posibilita la interacción e intercomunicación entre los seres humanos,
la acción posibilita el surgimiento de la esfera pública y, con ella, el surgimiento de la
política. La acción, a diferencia de la labor y el trabajo, no sólo revela el »quien« de la
persona que actúa, sino también crea un mundo que, aunque inaprehensible e
imperceptible, alcanza el rango de la inmortalidad. A esto habría que agregar que la
acción humana, que por cierto siempre va acompañada del discurso, no sólo posibilita el
surgimiento del mundo, sino que introduce, aunque no sea esta su finalidad, algo nuevo
en él; y no es esta su finalidad, porque la acción no tiene finalidad alguna, sino que es,
por decirlo en términos metafísicos, un fin en sí mismo. La acción es impredecible e
irreversible, esto significa, que las consecuencias que trae consigo no pueden predecirse
ni deshacerse. La acción, en tanto creadora del espacio público, crea también el espacio
6
Reflexiones en torno al concepto de ciudadanía a partir del pensamiento de Hannah Arendt
común entre los seres humanos y este espacio común implica, para nuestra autora, la
creación del mundo que surge entre ellos:
“Sólo [se] puede ver y experimentar el mundo tal y como éste es »realmente« al
entenderlo como algo que es común a muchos, que yace entre ellos, que los separa
y los une, que se muestra distinto a cada uno de ellos y que, por este motivo,
únicamente es comprensible en la medida en que muchos, hablando entre sí sobre
él, intercambian sus perspectivas. (...) Vivir en un mundo real y hablar sobre él con
otros son en el fondo lo mismo, y a los griegos les parecía la vida privada »idiota«
porque le faltaba esta diversidad del hablar sobre algo y consiguientemente, la
experiencia de cómo van verdaderamente las cosas en el mundo.”5
Fiel a la tradición griega, Arendt considera igualmente a la »vida privada« como
un riesgo para el mundo, ya que, al definirse en contraposición a la »vida pública«, la
»vida privada« niega no sólo a la pluralidad humana, sino también, y como
consecuencia de ello, a la acción. La »vida privada«, que bien puede definirse como
“privada” de la pluralidad humana y de la acción, está privada también del mundo. Y el
resultado de esta privación del mundo, que surge de la escisión de la vida humana en
»privada« y »pública«, lo encontramos expresado, al parecer de nuestra autora, en el
fenómeno del Totalitarismo:
“Ese tipo moderno de ser humano, que ha falta de un mejor nombre, se sigue
designando con la antigua expresión »pequeño burgués« tuvo, en el suelo alemán,
una oportunidad especial de florecer y prosperar. Ningún otro país de la cultura
occidental ha permanecido tan ajeno a las virtudes de la vida pública. En ningún
país jugó un papel tan grande la vida privada y la existencia privada.“6
Y ciertamente, la consecuencia principal de la escisión de la vida en »privada« y
»pública«, que al parecer de Arendt se manifiesta de manera ejemplar en la Alemania
Nazi, provoca en el ser humano una fragmentación de su existencia no sólo en términos
sociopolíticos -es decir, en el sentido de que el ser humano es incapaz de reconocer su
compromiso y responsabilidad política-, sino también personales –el individuo es
incapaz de establecer y/o siquiera reconocer un vínculo entre su vida en la dimensión
privada y su vida en la dimensión pública. Y en verdad, el único interés del Nazi que
organizaba y/o ejecutaba la deportación y/o la muerte de miles de personas, era su vida
privada, y no en escasas ocasiones se trataba de hombres cultos, padres responsables y
5
. Arendt, Hannah, ¿Qué es la política?, p. 79.
. Hannah Arendt, “Organisierte Schuld” en Die verborgene Tradition, p. 46. La traducción del alemán es
mía.
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Reflexiones en torno al concepto de ciudadanía a partir del pensamiento de Hannah Arendt
buenos esposos que, durante los juicios de la postguerra, fueron incapaces de asumir su
culpabilidad frente a los crímenes de los que se les acusaba. Y la única razón que
explica porque, a pesar de reconocer su participación en tales crímenes, se declaraban
inocentes la encontramos, al parecer de Arendt, en la escisión de la vida en »privada« y
»pública«, entre la familia y la profesión. Aunque reconocieran su participación en el
asesinato de personas, no se consideraban como un asesinos, ya que “sólo habían
cumplido con su trabajo”, con su función en la vida pública. Por convicción, gusto o
voluntad, afirmaban convencidos, eran incapaces de cometerle ningún mal a nadie.
Conclusión
¿Es posible entonces hablar de ciudadanía en un contexto caracterizado por la
desaparición del Estado-nación y la expansión de las sociedades multiculturales? y, si es
así, ¿de qué manera habría que definir la noción de ciudadanía para que no resultara
contradictoria con las condiciones de dicha sociedad?
La reconceptualización de la noción de política que encontramos en el
pensamiento de Hannah Arendt nos permite formular una definición de ciudadanía más
acorde con las condiciones sociopolíticas y culturales que ha traído consigo el
surgimiento de las sociedades multiculturales. Al concebir a la política como el espacio
público que surge a través de la actividad libre de los seres humanos, seres capaces de
acción y discurso, Arendt no sólo libera a la política del monopolio del Estado, sino
también libera a la ciudadanía de la administración de éste. Y es que, en la medida en
que la política deja de ser entendida como “algo” exclusivo de los aparatos del Estado,
para convertirse en el espacio que surge del actuar concertado entre los seres humanos,
la ciudadanía deja de ser un “estado” de derecho otorgado al ser humano por el Estado
en razón de su pertenencia a él, para convertirse en “algo”, si se le quiere llamar
“proceso”, que se construye a partir de la acción política en el seno de la pluralidad
humana. De ahí que, no es más la política la que hace al ciudadano, sino el ciudadano el
que hace política. Concebida de esta manera, la noción de ciudadanía, que proponemos
a partir de la reflexión arendtiana, bien pudiera caracterizarse como “inclusiva” en la
medida en que no depende de la existencia del Estado, ni se reduce a un determinado
grupo humano, sino que, por el contrario, en la medida en que emerge del actuar
humano que hace posible la esfera de los asuntos humanos, es “algo” que el ser humano
se da a sí mismo, es decir, el ser humano se hace a sí mismo ciudadano o, dicho con
otras palabras, se concede a sí mismo la ciudadanía, en la medida en que interviene, a
través de su actuar político, en el mundo.
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Reflexiones en torno al concepto de ciudadanía a partir del pensamiento de Hannah Arendt
Cada ser humano, en tanto ciudadano, adquiere de manera voluntaria un
compromiso con el mundo y, por lo tanto, se hace co-participe y co-responsable de lo
que suceda en él. En tanto ciudadano, el ser humano no sólo participa activamente en la
creación y el mantenimiento de la esfera de los asuntos humanos, sino que además,
muestra, a través de ella, su compromiso y preocupación frente a la pluralidad humana y
el mundo, esto es, da cuenta de su »amor al mundo«. Si bien mostramos a través de
nuestro »ser ciudadano«, de nuestro actuar político y nuestra responsabilidad frente al
mundo, nuestro »amor al mundo«, la manera concreta en la que es posible hacerle frente
es, al parecer de nuestra autora, a través de la educación.
“La educación es el punto en el que decidimos si amamos el mundo lo bastante como
para asumir una responsabilidad por él y así salvarlo de la ruina que, de no ser por la
renovación, de no ser por la llegada de los nuevos y los jóvenes sería inevitable.”7
Ahora bien, el reconocimiento de la relevancia que la educación y la responsabilidad
tienen en la ciudadanía no implica, en modo alguno, que se le reduzca a una mera
conciencia cívica y formación política, por el contrario, es gracias a que el ser humano, en
tanto ciudadano, asume su responsabilidad para con el mundo, -lo que, en términos
arendtianos, no significa otra cosa, que asumir la responsabilidad frente a la pluralidad
humana- que se puede hablar de la ciudadanía en tanto »virtud política«. Y ciertamente,
una de las implicaciones más importantes, a mi parecer, de reflexionar en torno a la
ciudadanía a partir de las categorías filósofico-políticas de Hannah Arendt y,
concretamente, de su reconceptualización de la noción de política, es precisamente el
hecho de que nos permite concebir al ciudadano ya no en términos de »persona jurídica« como sería en el caso de la concepción tradicional de ciudadanía-, sino en términos de
»persona«, es decir, la persona vista desde una perspectiva moral y política8.
Y, aun cuando la propia Arendt caracteriza su pensamiento como político y no
como ético ni moral –principalmente por dos razones: la primera remite al hecho de que el
fundamento sobre el que se erige el pensamiento arendtiano es la pluralidad humana, es
decir, el reconocimiento de que son los seres humanos y no el hombre los que habitan la
tierra; y, la segunda, remite al hecho de que la ética a lo largo de la tradición siempre se ha
referido al hombre en tanto individuo- lleva consigo una profunda preocupación »moral«9.
7
. Arendt, Hannah, “La crisis en la educación” en Entre el pasado y el futuro, p. 208.
. Sobre el concepto de persona en Hannah Arendt Cfr. Hannah Arendt, “Karl Jaspers: una Laudatio” en
Hombres en tiempos de oscuridad, Gedisa, Barcelona, 2001 y Hannah Arendt, Über das Böse. Eine
Vorlesung zur Frage der Ethik, Piper, München, 2006.
9
. Sobre la manera en la que Arendt utiliza el concepto de “moral” véase Hannah Arendt, Über das Böse.
Eine Vorlesung zur Frage der Ethik, Piper, München, 2006.
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Reflexiones en torno al concepto de ciudadanía a partir del pensamiento de Hannah Arendt
Si se tiene presente que la intención de nuestra pensadora es, sin duda alguna, restaurar la
dimensión moral de la filosofía, no resultara erróneo definir su filosofía como una
»filosofía política moral«. De ahí que, a nuestro parecer, el pensamiento de Arendt nos
ofrezca la posibilidad de hacerle frente al desafío ético-político de las sociedades
multiculturales a través de la redefinición y reconstrucción de una nueva cultura ciudadana
cuya finalidad principal sería, a partir no sólo del reconocimiento de la pluralidad humana,
sino del reconocimiento incluso de su carácter necesario en la constitución de la sociedad,
ofrecer a los ciudadanos alternativas de respeto y tolerancia que hagan posible la
formación moral y política de la persona.
Finalmente podemos concluir aseverando que, en tanto resultado del actuar
político, el concepto de ciudadanía, que se propone a partir del pensamiento de Arendt,
contiene, por una parte, a nivel personal, potencialidades generadoras y rehabilitadoras del
interés por el ámbito de los asuntos humanos que, por la otra, a nivel de la sociedad en
general, se traducen en potencialidades integradoras que, desde nuestra perspectiva,
posibilitarán el mejor funcionamiento de las sociedades multiculturales. Sólo en la medida
en que se reconozca el potencial político y transformador que implica el hecho de que cada
persona asuma su co-responsabilidad de lo que acontece en la esfera de los asuntos
humanos o, dicho con otras palabras, que se reconozca el poder que tiene la pluralidad
humana en tanto ciudadanía, será posible hacer de la tierra un mundo para vivir, del
desierto un oasis.
Y aunque, el pensamiento de Hannah Arendt pudiera parecer demasiado optimista
o, incluso, ingenuo, estamos convencidos de que sólo un pensamiento que parta del
reconocimiento de la pluralidad humana y de la confianza y la esperanza en los seres
humanos, como el de ella, será capaz de fundamentar un concepto de ciudadanía más
acorde a las circunstancias de nuestro tiempo y ofrecer alternativas viables de solución a
los conflictos que nos presenta la realidad multicultural.
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