Tribunal: Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal, sala I(CNFedCrimyCorrec)(SalaI) Fecha: 10/08/1984 Partes: Monticelli de Prozillo, Teresa B. Publicado en: LA LEY 1984-D, 378 SUMARIOS: 1. La enfática preservación a la privacidad del domicilio posee una larga tradición en la República, pues ya el decreto sobre seguridad individual del 23 de noviembre 1811 lo contemplaba así como también los proyectos de Constitución de la Sociedad Patriótica de 1813 (art. 205), el Estatuto Provisional de 1815 (Sección séptima, Capítulo I, art. XV), el Reglamento Provisional de 1817 (Sección VII, Capítulo I, arts. IX y X), la Constitución de 1819 (arts. CXIX y CXX), y la de 1826 (arts. 172 y 173). Asimismo las Constituciones de las provincias aseguran la intangibilidad del domicilio. (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos los doctores Arslanián y Torlasco). 2. No debe confundirse el problema atinente a la validez de la prueba obtenida por un medio legal, que es tema de la regla de exclusión, con el de la admisibilidad de la prueba originada, derivada o vinculada aun medianamente, con el primer acto ilegítimo, que se conoce en el derecho norteamericano como la doctrina del "fruto del árbol venenoso" y que fue también aplicada por la Cámara del Crimen de la Capital al resolver el caso "Montenegro" (Rev. LA LEY, t. 1982-D, p. 256). (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos, los doctores Arslanian y Torlasco). 3. El Código de Procedimientos en Materia Penal establece el régimen de las "visitas domiciliarias y pesquisas en lugares cerrados" en el título XIX del libro segundo y sustancialmente en los arts. 399, 403, 404, 400 y 407 y los funcionarios de la policía deben actuar como lo preceptúan los arts. 188 y 189. (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron con sus propios fundamentos los doctores Arslanián y Torlasco). 4. No puede razonablemente considerarse como una expresión de voluntad genuina de la moradora el no haberse opuesto a que la policía ingresara en la vivienda, cuando su hija se encontraba detenida desde unas horas antes y los agentes estatales no preguntaron si se los autorizaba a ingresar, sino que directamente expresaron "que tenían que revisar el departamento". Resultaría una afirmación ajena a toda realidad, el sostener que en este país una persona de las mismas características y en las mismas circunstancias, pueda rehusar el ingreso de una comisión policial. (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos, los doctores Arslanián y Torlasco). 5. La Constitución no quiere que se allane el domicilio sin orden judicial; el acto que viole la prohibición será ilegal y por tanto inválido; y si la Constitución no quiere eso tampoco puede conceder eficacia alguna a la prueba que se obtenga de tal modo, porque entonces ello importaría vaciar de contenido a la garantía de la inviolabilidad del domicilio, lo que es lo mismo que proceder, dentro del marco del proceso, a su lisa y llana supresión. Se afectaría así una de las condiciones esenciales del juicio (Voto del doctor Arslanián. Adhirió, con sus propios fundamentos, el doctor Torlasco). 6. Las leyes que disciplinan el enjuiciamiento penal deben estructurar el proceso sobre la base de directivas como ser: la institución del juez natural; el estado de inocencia (implícita); la de incoercibilidad; la de inviolabilidad de la defensa, del domicilio, de los papeles y la de la persona y en tal sentido importan una orden o mandato al legislador. Tratándose de normas que en atención a su función son de conducta porque imponen deberes a los órganos estatales o a los ciudadanos. (Voto del doctor Arslanian. Adhirió, con sus fundamentos, el doctor Torlasco). 7. La reglamentación de la garantía constitucional de inviolabilidad del domicilio ha sido efectuada por las respectivas leyes locales de procedimiento. Las que han establecido cuáles son los recaudos necesarios para allanar una morada, y qué autoridad puede disponerlo. (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios, fundamentos los doctores Arslanián y Torlasco). 8. Es inválida la prueba obtenida a través de un medio ilegal. (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos, los doctores Arslanian y Torlasco). 9. La Constitución no quiere que se allanen los papeles privados sin orden del juez por lo que un acto contrario a esa prohibición sería inválido. Más todavía, dentro del marco del proceso legal, sería igualmente inválida la prueba incriminante que se derivara de ello, -v. gr. individualización de las víctimas de un supuesto delito- porque de lo contrario cabría preguntarse qué sentido tendría la interdicción. (Voto del doctor Arslanian. Adhirió, con sus propios fundamentos, el doctor Torlasco). 10. La falta de un consentimiento válido por parte de la madre de la procesada, única persona mayor presente al momento de llegar la comisión policial con los testigos, torna ociosa la cuestión de si ella podía o no prestarlo para la diligencia que incriminaría a su hija. (Voto del doctor Torlasco). 11. La sociedad tiene un interés legítimo, como comunidad civilizada organizada, en que no se perpetren actos vulnerantes de la legalidad -delitos- y, ante su consumación, dispone penalidades. Estas penalidades sólo pueden imponerse por un tribunal natural, sobre una ley anterior y con las formalidades de un proceso minuciosamente reglado. Sólo así esa comunidad organizada admite la imposición de una pena. Mal puede hablarse entonces del interés social frustrado cuando, por no haberse observado las formalidades procesales que hacen a una garantía fundamental, corresponda un juicio absolutorio del acusado. Por el contrario, a la luz de las disposiciones constitucionales, y a sus antecedentes a partir del decreto sobre seguridad individual de 1811, puede afirmarse que la voluntad de quienes constituyeron la Nación no fue, de que se impusiese una pena en base a procedimientos contradictorios con las garantías que ellos mismo claramente estatuyeron. El castigo de una individuo sólo es pensable, para nuestra sociedad jurídicamente organizada, en el marco de la observancia de la ley y, fundamentalmente, de la Constitución. (Voto del doctor Torlasco). 12. Sin dejar de reconocer el peso de los argumentos expuestos y el innegable interés de la sociedad en la persecución y sanción de los delitos, no deben admitirse la validez probatoria de los elementos allegados al proceso merced a una actividad violatoria de garantías constitucionales. (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos, los doctores Arslanian y Torlasco). 13. Debe considerarse que no hubo circunstancia alguna que impidiera a la autoridad prevencional solicitar al juez competente la correspondiente orden de allanamiento si de las constancias del expediente se desprende que se lo tuvo permanentemente informado de lo que sucedía, sin que se cumpliera con lo dispuesto en el art. 188 del Cód. de Proced, en Materia Penal, de modo que el allanamiento ha sido ilegal. (Del voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos, los doctores Arslanián y Torlasco). 14. La Constitución no quiere que se obligue a declarar al imputado contra sí mismo. Una confesión extorcada carecería así de valor y sería ilegal. Pero si no quiere eso, tampoco puede acordar valor alguno -dentro del marco del proceso- a la prueba que se obtenga a partir de las referencias autoincriminantes, porque entonces la garantía de incoercibilidad quedaría también vacía de contenido y, por ende, no habría proceso legal. (Voto del doctor Arslanian. Adhirió, con sus propios fundamentos, el doctor Torlasco). 15. El consentimiento del interesado y el allanamiento serían las dos caras de una misma moneda: el ingreso a una morada ajena, que puede realizarse o por la voluntad del titular o contra ella (allanamiento). Habida cuenta de la importancia que posee este consentimiento, dado que excluye la necesidad de la orden judicial, resulta insoslayable determinar qué características debe tener y cuál es la persona que puede prestarlo. Por un lado la garantía de inviolabilidad de domicilio protege a las personas, no los lugares con lo que no puede tener importancia decisiva un criterio que atienda exclusivamente a la relación del individuo con el inmueble. Por el otro, la innegable vinculación que tiene la garantía de inviolabilidad del domicilio con la de la prohibición de obligar a alguien a declarar contra sí mismo, contenida también en el art. 18 de la Constitución. (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos, los doctores Arslanián y Torlasco). 16. Se ha ido produciendo en la República un paulatino divorcio entre los principios que reglan la persecución penal y su aplicación práctica. Ello no se ha debido a la culpa exclusiva de los organismos policiales, sino también a la de los jueces que consintieron tal situación. Las declaraciones espontáneas ante la prevención, la detención arbitraria de personas, los allanamientos ilegales, etc., son prueba palpable de esto. Por todo esto urge retornar al imperio de los derechos y garantías consagradas en la Constitución, o de lo contrario propugnar su reforma para adaptarla a la realidad ya que pregonar su vigencia y violarla sistemáticamente no es otra cosa que una actitud hipócrita. (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos, los doctores Arslanian y Torlasco). 17. Existen límites en la persecución penal. El descubrimiento de la verdad debe ser efectuado en forma lícita, no sólo porque hay de por medio un principio ético en la represión del delito, sino porque la tutela de los derechos del individuo es un valor más importante para la sociedad que el castigo al autor del delito. El respeto a la dignidad del hombre y a los derechos esenciales que derivan de esa calidad, constituyen el vértice fundamental sobre el que reposa la existencia misma de todo Estado de Derecho. (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos, los doctores Arslanian y Torlasco). 18. El "allanamiento" que menciona el art. 18 de la Constitución, significa entrar por la fuerza a una casa ajena o contra la voluntad de su dueño. Por consiguiente, si existe voluntad de permitir el ingreso, no hay allanamiento ni necesidad de orden que lo disponga. (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos, los doctores Arslanián y Torlasco). 19. Se viola el debido proceso legal, (juicio previo), cuando se consiente el valor probatorio de actos, cuya realización sólo fue posible por la producción de un acto antecedente en el que se violó alguna de las garantías del art. 18 de la Constitución Nacional. (Voto del doctor Arslanian. Adhirió, con sus propios fundamentos, el doctor Torlasco). 20. Si la autoridad policial desborda los límites legales para perseguir con eficacia a los delincuentes, deja de ser autoridad y transforma a quienes así la ejercen en delincuentes, con lo que no se hace más que causar nuevo daño moral a la sociedad, superior siempre al que pudo ocasionar el delito investigado si es que existió. (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos, los doctores Arslanian y Torlasco). 21. Tanto se incrimina quien reconoce ser el autor o partícipe de un delito, como quien facilita voluntariamente la obtención de prueba que sirva para condenarlo. Por ello, el permitir el ingreso y registro por parte de la autoridad, con la posibilidad de que se adquiera prueba que pueda ser usada en contra del que otorgó el permiso, es algo bastante análogo, en sus efectos, a la confesión. (Del voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos, los doctores Arslanian y Torlasco). 22. La garantía establecida en el art. 18 de la Constitución Nacional al establecer que el domicilio es inviolable, y que una ley determinará en qué casos y con qué justificativos podrá procederse a su allanamiento y ocupación, se vincula directamente con el ámbito de intimidad y reserva que posee todo individuo frente a la injerencia estatal. (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos los doctores Arslanián y Torlasco). 23. Si bien es lícito reconocer el lógico interés de la comunidad en que se apliquen con rapidez y eficacia las leyes, este interés comprende, y no contraría, el de que se respeten los derechos individuales que esas mismas normas protegen. Sólo la observancia acabada de las leyes satisfará el interés social, acallará el estrépito y cumplirá la voluntad constituyente y constituida de la Nación. (Voto del doctor Torlasco). 24. El consentimiento válido para excluir la hipótesis del allanamiento, debe ser prestado de modo expreso (no hay confesiones criminales tácitas), por la persona que tenga derecho a excluir a un tercero del domicilio y que, además, pueda verse perjudicada por el registro que realice el órgano de prevención. (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos, los doctores Arslanián y Torlasco). 25. No son válidas las pruebas obtenidas mediante un allanamiento ilegal. 26. Es nula el acta de secuestro y las declaraciones del oficial de policía como así también de los testigos, por derivar directamente de un allanamiento ilegal del domicilio de la procesada. (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos, los doctores Arslanián y Torlasco). 27. El conflicto entre dos intereses fundamentales de la sociedad: su interés en una rápida y eficiente ejecución de la ley y su interés en prevenir que los derechos de sus miembros individuales resulten menoscabados por métodos inconstitucionales de ejecución de la ley, ha sido resuelto en nuestro país en favor de este último. (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos, los doctores Arslanian y Torlasco). 28. Cuando se habla de juicio previo en materia penal, se hace referencia a un proceso regular y legal. En virtud de esa exigencia, el derecho penal deberá realizarse judicialmente a través de órganos estatales específicos (art. 94, Constitución nacional), y predispuestos, mediante el cumplimiento de actos de acuerdo a normas preestablecidas. (Voto del doctor Arslanian. Adhirió, con sus propios fundamentos, el doctor Torlasco). 29. En los Estados Unidos se denomina "exclusionary rule" (regla de exclusión), al principio según el cual no resulta judicialmente válida la evidencia obtenida ilegalmente. (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos, los doctores Arslanian y Torlasco). 30. Son nulas las actas de secuestros efectuadas como consecuencia de allanamientos que no cumplían los requisitos legales, porque de la violación de una garantía fundamental no puede derivarse un perjuicio para el afectado, pues sería tanto como volver a desconocer aquella garantía al aprovechar lo que resulte de su quebrantamiento. (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos, los doctores Arslanián y Torlasco). 31. En la comparación de valores es preferible dejar sin castigo los delitos, que permitir que una garantía constitucional se torne en letra muerta o a merced de cualquier eventual pretexto. (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos, los doctores Arslanian y Torlasco). 32. Los Códigos Procesales modernos de las provincias, mantienen en esencia las mismas restricciones que el nacional, en lo relativo a que los funcionarios policiales no pueden efectuar allanamientos sin orden judicial, salvo en casos de necesidad y urgencia y que el juez sólo puede disponer allanamiento por auto motivado. (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos, los doctores Arslanián y Torlasco). 33. La ley en el interés de la moral y de la seguridad de las relaciones sociales, declara inadmisible el resultado de un procedimiento condenado por la ley o de una pesquisa desautorizada y contraria a derecho, aunque se haya llevado a cabo con el propósito de descubrir y perseguir un delito. (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos, los doctores Arslanian y Torlasco). 34. El hogar o domicilio es el lugar donde se desarrolla la vida privada o íntima del ciudadano que en tanto no afecte el orden o la moral pública, o perjudique los derechos de un tercero constituye un reducto que está reservado a Dios y exento de la autoridad de los magistrados. Por ello su inviolabilidad como lo establece el art. 18 de la Constitución. (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron, con sus propios fundamentos los doctores Arslanián y Torlasco). 35. El consentimiento del interesado para que el funcionario policial penetre en su domicilio debe ser prestado voluntariamente y estar exento de cualquier clase de coacción. (Voto del doctor Torlasco). 36. Si a raíz del allanamiento del domicilio, les fue dable secuestrar a los preventorios el cuerpo del delito, lo que se documentó en el acta pertinente y se abonó con el testimonio del personal interviniente y de testigos, se obtuvo así prueba de cargo de modo irregular, con mengua de la garantía del debido proceso legal, por lo que tales actos no pueden, pues, cumplir la finalidad que perseguían porque se transgredió una garantía contenida en una cláusula programática de la Constitución Nacional; se violó una forma esencial y la consecuencia es la nulidad de tales actos (art. 509, Cód. de Proced. en Materia Penal. (Voto del doctor Arslanián. Adhirió, con sus propios fundamentos, el doctor Torlasco). 37. De acuerdo al Código de Procedimientos en Materia Penal, sólo el juez puede disponer -y fundadamente- un allanamiento, nunca la policía. Esto resulta plenamente congruente no sólo con la importancia de la garantía del art. 18 de la Constitución, sino con el sistema de investigación implementado por la ley procesal federal. En efecto, no parece ocioso destacar que la instrucción del sumario corresponde exclusivamente al juez, (art. 195), y los funcionarios de policía sólo tienen a su cargo la realización de las primeras diligencias de prevención que no admitan demora (art. 184, inc. 4°). (Voto del doctor Gil Lavedra. Adhirieron con sus propios fundamentos, los doctores Arslanián y Torlasco). TEXTO COMPLETO: 2ª Instancia.- Buenos Aires, agosto 10 de 1984. El doctor Gil Lavedra dijo: I - La sentencia de fs. 439/445 condenó a Teresa B. Monticelli de Prozillo a cumplir la pena de 3 años de prisión, por considerarla autora del delito de tenencia de arma de guerra. La decisión del a quo se apoyó sustancialmente en la diligencia practicada en el domicilio de la procesada por el subinspector Pizarro y el sargento Parodi, donde se secuestró, ante los testigos Millaner y Yavagnilio, la pistola calibre 7,65, que una pericia posterior declaró apta para producir disparos (v. consid. 1º, fs. 443). Además, el sentenciante tuvo por ciertos los dichos de la encausada obrantes a fs. 198/205, descargando la veracidad de la rectificación posterior de fs. 307, a los que agregó las declaraciones de las víctimas de los robos, Triulzi, Garber y Loschiavo (v. consid. 3º, fs. 443 vta./444). Al expresar agravios ante este tribunal a fs. 458/460, el abogado defensor de la condenada reitera el planteo ya formulado al contestar la acusación fiscal, en el sentido de que debe declararse la nulidad del secuestro del arma, pues la pesquisa domicialiaria fue efectuada sin orden de allanamiento que la autorizara, lo que lesionaría principios constitucionales. II - La decisión a tomar en esta causa no resulta sencilla, pues supone comprometer opinión respecto de cuestiones de singular importancia. En efecto, se encuentran aquí involucrados, temas como el alcance que cabe asignar a garantías de rango constitucional, la observancia por parte de los organismo de prevención de estas garantías y de las leyes que las reglamentan, y los efectos de este comportamiento dentro del proceso penal, a la luz del interés de la sociedad en el castigo del delito y del individuo en la preservación de ciertos derechos fundamentales. Pido desde ya excusas a los colegas que me suceden en la votación, si en el afán de sustentar debidamente mi punto de vista me extiendo quizás en demasía. III - El art. 18 de la Constitución Nacional establece que el domicilio es inviolable, y que una ley determinará en qué casos y con qué justificativos podrá procederse a su allanamiento y ocupación. Esta garantía se vincula directamente con el ámbito de intimidad y reserva que posee todo individuo frente a la injerencia estatal. Así, se dice que el hogar o domicilio es el lugar donde se desarrolla la vida privada o íntima del ciudadano que en tanto no afecta el orden o la moral pública, o perjudique los derechos de un tercero, constituye un reducto que está reservado a Dios y exento de la autoridad de los magistrados (conf. Linares Quintana, Segundo V., "Tratado de la ciencia del derecho constitucional", t. III, p. 841, Buenos Aires, 1956; Bielsa, Rafael, "Derecho constitucional", p. 331, Buenos Aires, 1954; Bidart Campos, Germán, "Derecho constitucional", t. II, p. 277, Buenos Aires, 1966. La cláusula resguarda así, según Estrada, la "soberanía doméstica" (conf. "Derecho constitucional", p. 161, Buenos Aires, 1895). De igual modo, Joaquín V. González ("Manual de la Constitución Argentina", p. 205, Buenos Aires, 1951), expresa que el domicilio es el centro de las acciones privadas, donde se realizan la soberanía del individuo y los actos sagrados misterios de la vida de la familia, el espacio en el que el hombre tiene un poder superior al del estado mismo. Patentiza esta idea la conocida frase de Lord Chattam: "La casa de cada hombre es su fortaleza, no porque la defienda un foso o una muralla, pues bien puede ser una cabaña de paja, el viento rugir alrededor y la lluvia penetrar en ella, pero el rey no" (cit. por Linares Quintana, ob. y loc. cit. y por Alcorta, Amancio, "Las garantías constitucionales", p. 357, Buenos Aires, 1881), lo que mueve el comentario de González Calderón cuando afirma que a nada quedarían reducidas la libertad y la seguridad de las personas si pudiera el poder público violarlas impunemente (conf. "Derecho constitucional argentino", t. II, p. 173, Buenos Aires, 1931). Tan enfática preservación a la privacidad del domicilio posee una larga tradición en la República, pues ya el decreto sobre seguridad individual aprobado el 23 de noviembre de 1811, que en sus considerandos establecía que todo ciudadano tiene un derecho sagrado a la protección de su vida, de su honor, de su libertad y de su propiedad. Una vez que se haya violado esta posesión ya no hay seguridad, se adormecen los sentimientos nobles del hombre libre, y sucede la quietud funesta del egoísmo, prescribía en su art. 4º: "La casa de un ciudadano es un (lugar) sagrado, cuya violación es un crimen; sólo en el caso de resistirse el reo, refugiado a la convocación del juez, podrá allanarse: su allanamiento se hará con la moderación debida, y personalmente por el juez de la causa. Si algún motivo urgente impide su asistencia, dará al delegado una orden por escrito, y con la especificación que contiene el antecedente artículo; dando copia de ella al aprendido, y el dueño de la casa si la pide". Textos análogos figuran en el proyecto de la Constitución de la Sociedad Patriótica de 1813 (art. 205), en el Estatuto Provisional de 1815 (Sección séptima, Capítulo I, art. XV), en el Reglamento Provisional de 1817 (Sección VII, Capítulo I, arts. IX y X) en la Constitución de 1819 (arts. CXIX y CXX) y en la de 1826 (arts. 172 y 173). Las Constituciones de Provincia aseguran también la intangibilidad del domicilio (Buenos Aires, arts. 14 y 21; Córdoba, arts. 19 y 20; Jujuy, art. 25; La Rioja, arts. 32 y 33; Mendoza, arts. 14 y 18; San Luis, art. 29; San Juan, arts. 7º y 15, entre otras). Asimismo, bien que con una redacción más amplia, la enmienda IV de la Constitución de los Estados Unidos, protege a las personas, casas, documentos y efectos contra registros y secuestros irrazonables. En lo que toca al domicilio, esto ha permitido aseverar que todo hombre puede correr la puerta de su habitación y defender el hogar, no solamente contra los particulares, sino también contra los oficiales de justicia y el Estado mismo (Conf. Cooley, Thomas, "Principios generales de derecho constitucional en los Estados Unidos", Trad. J. Carrié, p. 206, Buenos Aires, 1898. IV - La reglamentación de la garantía a la que me vengo refiriendo ha sido efectuada por las respectivas leyes locales de procedimiento, que han establecido cuáles son los recaudos necesarios para allanar una morada, y qué autoridad puede disponerlo. En el orden nacional, el Código de Procedimiento en Materia Penal se ha ocupado del tema en el Título XIX, del Libro Segundo, bajo el nombre "De las visitas domiciliarias y pesquisas en lugares cerrados". Sustancialmente y en lo que aquí interesa, el régimen es el siguiente: Los jueces encargados de la instrucción pueden practicar pesquisas o investigaciones en domicilios privados, cuando existan indicios suficientes para presumir que allí se encuentra el presunto delincuente o que pueden hallarse objetos útiles para el descubrimiento y comprobación de la verdad (art. 399); la resolución del juez que ordene un allanamiento y registro debe ser siempre fundada (art. 403), y expresará el lugar donde deberá efectuarse y la autoridad que lo habrá de practicar (art. 404); las pesquisas deben hacerse siempre de día, salvo casos de necesidad o consentimiento del interesado (art. 400); el registro se realizará en la presencia de éste su representante o miembro de su familia, o en defecto de todos ellos, de dos testigos (art. 407). Por su parte, el art. 188 del mismo cuerpo legal dispone que los funcionarios de Policía que necesiten entrar en el domicilio de un particular deben recabar del juez competente la respectiva orden de allanamiento salvo situaciones de extrema urgencia en las que están facultados para penetrar sin orden (v. art. 189). En consecuencia, sólo el juez puede disponer -fundadamente- un allanamiento, nunca la policía (v. Malagarriga, Carlos y Sasso, S., "Procedimiento penal argentino", t. I, ps. 189 y 199, y t. II, Buenos Aires, 1910). Esto resulta plenamente congruente no sólo con la importancia de la garantía en juego, sino con el sistema de investigación implementado por la ley procesal federal. En efecto, no parece ocioso destacar que la instrucción del sumario corresponde exclusivamente al juez (art. 195), y los funcionarios de Policía sólo tienen a su cargo la realización de las primeras diligencias de prevención que no admitan demora (art. 184, inc. 4). Resulta sumamente ilustrativo lo expresado por el autor del proyecto, en la nota explicativa que remitiera al Ministerio de Justicia el 15 de julio de 1882. Decía el doctor Manuel Obarrio que en el texto que proponía se reglamentaban con minuciosidad las diligencias sumariales "... para que se mantenga el equilibrio necesario entre el interés social y las garantías individuales, sobre el cual debe descansar el procedimiento en materia penal". Añadía más adelante en torno a la opción entre otorgar o no grandes facultades a la policía: "Era necesario evitar ambos extremos, acordando a la policía la facultad de practicar todas las diligencias urgentes del sumario inmediatamente después de cometida la infracción criminal, debiendo dar cuenta, acto continuo de tener conocimiento del hecho, al juez competente para la instrucción, e imponiendo a ésta la obligación de llevar adelante esa instrucción, después de recibir la comunicación expresada". Por último, en lo que toca a las pesquisas domiciliarias, aseveraba Obarrio "... No es posible poner en duda el derecho del poder social para penetrar en ciertos casos en el domicilio de los particulares o en otros lugares análogos. Pero ese poder no es omnímodo; es necesario reducirlo a ciertos límites, porque si bien el interés general debe tenerse siempre en cuenta, no deben olvidarse, sin embargo, los derechos que las leyes fundamentales garanten a todos los habitantes del país". Los Códigos procesales modernos de las provincias, mantienen en esencia las mismas restricciones que el nacional, en lo relativo a que los funcionarios policiales no pueden efectuar allanamientos sin orden judicial, salvo en casos de necesidad y urgencia, y que el juez sólo puede disponer allanamientos por auto motivado (ver, Córdoba, arts. 190, inc. 4º, 226, 227 y 229; Salta, arts. 191, inc. 4º, 228, 229 y 231; Mendoza, arts. 192, inc. 4º, 228, 229 y 231; La Rioja, arts. 249, 250 y 253; La Pampa, arts. 176, inc. 5º, 208, 209 y 211; Catamarca, arts. 162, inc. 4º, 193, 194 y 196, entre otros). V - Efectuadas estas consideraciones, vemos ahora qué es lo que ha ocurrido en el caso de autos. El 31 de mayo de 1982, a las 2,50 horas, el subinspector Pizarro detuvo a Eduardo R. Tiscornia y Luis Biondi, por resultar sospechosos de haber cometido diversos delitos. Pocos minutos más tarde (a las 3,30 horas), los oficiales instructores dan cuenta de que Tiscornia espontáneamente ha reconocido su participación en diversos asaltos a mano armada, involucrando también a una tal "Tosi" o "Teresa" que vivía en la calle Nogoyá 4676, piso 1º. A las 5.30 horas el oficial ya nombrado, se constituyó en ese domicilio y detuvo a Teresa B. Monticelli. Muy poco después, a las 7 horas, la instrucción labró un acta en la que constan dichos vertidos espontáneamente -según se dice-, por la detenida Monticelli, en los que admite su participación en distintos hechos delictivos, suministrando detalles de su ejecución y afirmando haber llevado a su domicilio un arma que le entregó "Ricardo", luego de realizado el último robo. En horas de la mañana, siempre del 31 de mayo de 1982, se asienta una consulta que se habría efectuado al juez de la causa y se establecen una serie de medidas que éste habría dispuesto. A fs. 56/57 obra fotocopia de un acta labrada a las 13 horas del mismo 31 de mayo de 1982 (mecanografiada a fs. 54), por el subinspector Carlos M. Pizarro, quien dice haberse constituido junto a los testigos Germán Millaner y Luis A. Yavagnilio en el domicilio de la calle Nogoyá 4676, piso 1º, siendo allí atendidos por María A. Cavalieri, madre de la procesada Monticelli y haber secuestrado del interior de un placard de la vivienda una pistola marca "Browning Patent", calibre 7,65. Al declarar ante la instrucción a fs. 51/52 y ante el juez a fs. 335, el oficial Pizarro dice que la señora Cavalieri le franqueó el ingreso a la vivienda "sin oponer reparos". María A. Cavalieri declara a fs. 313 vta./314; manifestando ser la madre de Teresa B. Monticelli y que vive con ella y su marido en el departamento de la calle Nogoyá 4676, piso 1º. Que un lunes del mes de mayo de 1982 concurrieron a ese domicilio 4 personas, identificándose una de ellas como oficial de policía y diciéndole "que tenían que revisar el departamento". Que una vez en el interior, le manifestaron textualmente "abuela, usted no se haga problemas, atienda a los chicos", dedicándose entonces a peinar a sus nietos que tenían que ir al colegio, que luego la llamaron para firmar un acta que no leyó, aseverándole que era "para constatar que vino". Las declaraciones de los testigos del secuestro, Yavagnilio y Millaner, no aportan mayores detalles acerca de cómo se efectuó la diligencia, así como tampoco los dichos del sargento Parodi, quien ni siquiera la presenció. Sólo merece destacarse lo manifestado por Yavagnilio a fs. 309 vta., en el sentido de que "lo único que revisaron fue el ropero donde se encontraba el arma, y que se dirigieron directamente a él como si supieran qué era lo que buscaban". El juez de Primera Instancia rechazó la impugnación que efectuó la defensa, por entender que María A. Cavalieri no puso objeciones al procedimiento, lo que constituye un consentimiento del interesado a prescindir de formalidades puestas en su propia garantía. VI - A mi juicio, el registro llevado a cabo en el domicilio de la procesada Monticelli de Prozillo, que culminó con el secuestro del arma cuya tenencia ilegítima se imputa a la nombrada, ha sido hecho en violación a las normas que regulan el tema, y constituye, por ende, un acto ilegal. El "allanamiento" que menciona el texto constitucional, significa entrar por la fuerza a una casa ajena o contra la voluntad de su dueño. Por consiguiente, si existe voluntad de permitir el ingreso, no hay allanamiento ni necesidad de orden que lo disponga. El consentimiento del interesado y el allanamiento serían entonces las dos caras de una misma moneda: el ingreso a una morada ajena; que puede realizarse o por la voluntad del titular o contra ella (allanamiento). Habida cuenta de la importancia que posee este consentimiento, dado que excluye la necesidad de la orden judicial, resulta insoslayable determinar qué características debe tener y cuál es la persona que puede prestarlo. La Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, ha sentado que el consentimiento debe darse voluntariamente, no como resultado de compulsión o coacción por parte de la policía, expresa o implícita (causa "Schneckloth vs. Bustamante", 412 US., 218, 1973). Tradicionalmente se interpreta, además, que el consentimiento puede ser otorgado por quien tenga derecho a excluir a terceros del lugar (conf. Clariá Olmedo, Jorge A., "Tratado de derecho procesal penal", t. V, p. 415, Buenos Aires, 1966). Punto de vista que ha sido seguido también por la Corte Norteamericana, diciendo que puede ser cualquiera que ejerza la propiedad o el control del área (conf. "United States vs. Matlock", 415 US., 164, 1974, entre otros). Sin embargo, en mi opinión, esta línea de pensamiento es objetable desde dos ángulos diferentes. Por un lado, La garantía de inviolabilidad de domicilio protege a las personas, no los lugares (v. "Katz vs. United States", 389 US., 347, 1967), con lo que no puede tener importancia decisiva un criterio que atienda exclusivamente a la relación del individuo con el inmueble. Por el otro, la innegable vinculación que tiene la garantía de inviolabilidad del domicilio con la de la prohibición de obligar a alguien a declarar contra sí mismo, contenida también en el art. 18 de la Constitución Nacional. Analizando la relación entre la 4ª enmienda y la 5ª, la Corte Suprema de Estados Unidos ha dicho que ambas se arrojan luz recíprocamente, corriendo entrelazadas, porque los registros y secuestros irrazonables condenados en la 4ª enmienda son realizados casi siempre con el propósito de obligar a una persona a proveer de pruebas contra sí misma , lo que en los casos criminales está considerado en la 5ª enmienda (conf. "Boyd vs. United States", 116 US., 616, 1886). Esta es, creo, la clave del asunto. Tanto se incrimina quien reconoce ser el autor o partícipe de un delito, como quien facilita voluntariamente la obtención de prueba que sirva para condenarlo. Por ello, el permitir el ingreso y registro por parte de la autoridad, con la posibilidad de que se adquiera prueba que pueda ser usada en contra del que otorgó el permiso, es algo bastante análogo, en sus efectos, a la confesión. Lo dicho conduce, según entiendo, a exigir que el consentimiento válido para excluir la hipótesis del allanamiento, debe ser prestado de modo expreso (no hay confesiones criminales tácitas), por la persona que tenga derecho a excluir a un tercero del domicilio y que, además, puede verse perjudicado por el registro que realice el órgano de prevención. Aplicando lo expuesto a la hipótesis de autos, fácil es de advertir que no ha habido consentimiento de María A. Cavallieri, para que la policía registrara el domicilio, y que tampoco era ésta la persona con aptitud para prestarlo. En efecto, no puede razonablemente considerarse como una expresión de voluntad genuina, el no haberse opuesto a que la policía ingresara en la vivienda, cuando su hija se encontraba detenida desde unas horas antes y los agentes estatales no preguntaron si se los autorizaba a ingresar, sino que directamente expresaron "que tenían que revisar el departamento". Resultaría una afirmación ajena a toda realidad, el sostener que en este país una persona de las mismas características y en las mismas circunstancias, pueda rehusar el ingreso de una comisión policial. De cualquier manera, por las razones ya expuestas, no era a la Cavallieri a quien cabía renunciar a la garantía constitucional, sino a su hija, Teresa B. Monticelli. Por otra parte, no hubo circunstancia alguna que impidiera a la autoridad prevencional solicitar al juez competente la correspondiente orden de allanamiento. Antes bien, de las constancias del expediente se desprende que se tuvo permanentemente informado al juez de lo que sucedía, sin que se cumpliera con lo dispuesto en el art. 188 de la ley procesal. En realidad, la comisión policial parece haber concurrido al domicilio guiada por lo manifestado en la declaración "espontánea" de fs. 32/35 por la Monticelli, en el sentido de que había guardado un arma en su casa. La voluntariedad de estos dichos, como de todas estas declaraciones "espontáneas" que acostumbra a tomar la policía, es más que dudosa, como así también su licitud. VII - Con la conclusión sentada anteriormente acerca de la ilegalidad del allanamiento practicado en el domicilio de la procesada, se resuelve sólo una parte de la cuestión, pues ¿qué debe hacerse con la prueba obtenida a través de dicho procedimiento? Repárese que en el caso se cuenta con un acta de secuestro que cumple con todos los requisitos legales, y con los dichos de 2 testigos hábiles que afirman haber presenciado como la policía encontró un arma de guerra en la vivienda de la Monticelli. En los Estados Unidos se. denomina "exclusionary rule" (regla de exclusión) al principio según el cual no resulta judicialmente válida la evidencia obtenida ilegalmente, habiéndose generado un profuso debate sobre el acierto y alcances de esta doctrina. En 1914 al decidir la causa "Weeks vs. United States" (232 US., 383), la Corte Suprema norteamericana estableció que no era admisible ante los Tribunales Federales una prueba lograda por funcionarios federales a través de un registro o secuestro ilegítimo, fundando esta conclusión en que se debían desalentar los procedimientos ilegales de la policía. Esta regla se extendió a los procesos estatales en el caso "Mapp vs. Ohio", 367 US., 643, 1961, luego de una polémica evolución (v. "Wolf vs. Colorado", 338 US., 25, 1949; "Rochin vs. California", 342 US., 165, 1952; "Irvine vs. California", 347 US., 128, 1954; "Breithaupt vs. Abram", 352 US., 432, 1957), añadiéndose un argumento ético respecto de la necesidad de preservar la integridad de la función judicial y el carácter ejemplar de los actos del Estado. Actualmente, la tendencia es hacia la limitación de la regla, quizá debido a la amplia e indiscriminada aplicación que tuvo en los últimos 20 años y, fundamentalmente, por un cambio valorativo en su utilidad (v. Corwin, Eduard, "The Constitution and what it means today", Princeton University Press, New Yersey, 1978, edición actualizada por Harold Chase and Craig Ducat, p. 362). Analicemos ahora qué es lo que ha ocurrido en nuestro país 23 años antes que la Corte estadounidense, nuestro máximo tribunal sentó la regla de exclusión de la prueba ilegalmente adquirida al resolver la causa "Charles Hermanos" (Fallos, t. 46, p. 36), afirmando que la ley en el interés de la moral y de la seguridad de las relaciones sociales, declara inadmisible el resultado de un procedimiento condenado por la ley o de una pesquisa desautorizada y contraria a derecho, aunque se haya llevado a cabo con el propósito de descubrir y perseguir un delito. Lamentablemente, el desarrollo posterior del principio no guardó relación con tan promisorio comienzo, pues la Corte, escudándose en que lo atinente a la validez de un allanamiento remite a una cuestión de hecho, prueba y derecho procesal, rehusó considerar el tema (ver Fallos, t. 177, p. 390; t. 275, p. 454; t. 277, p. 467; t. 301, p. 676; t. 303, p. 1593; t. 304, p. 105 -Rev. LA LEY, t. 6, p. 427; t. 138, p. 376; Rep. LA LEY, XXXI, J-Z, p. 1671, sum. 466; Rev. LA LEY, t. 1979-D, p. 633; t. 1983-A, p. 418 - entre otros), llegándose incluso a convalidar supuestos más que discutibles (ver Fallos, t. 301, p. 676), y dando lugar a una firme y atinada crítica de la doctrina (ver Bidart Campos, Germán en Rev. LA LEY, t. 133, p. 375, E. D. t. 98, p. 284 y diario del 13 de febrero de 1984, p. 3; Carrió Alejandro, "Garantías constitucionales en el proceso penal", ps. 59 y sigts., Buenos Aires, 1984). La situación podría comenzar a revertirse con la causa F. 508, L. XIX, "Fiorentino, Diego" desde que el fundado dictamen del Procurador General de la Nación, doctor Juan O. Gauna, del 21 de mayo de 1984, interpreta esta cuestión federal en su adecuado punto. No obstante ello, en un aislado pero trascendente pronunciamiento, la Corte Suprema descalificó una confesión prestada bajo tortura, expresando que el acatamiento por parte de los jueces de la prohibición contenida en el art. 18 de la Constitución Nacional de obligar a alguien a declarar contra sí mismo, no puede reducirse a disponer el procesamiento y castigo de los eventuales responsables de los apremios, porque otorgar valor al resultado de un delito y apoyar sobre él una sentencia judicial, no sólo es contradictorio con el reproche formulado, sino que compromete la buena administración de justicia al pretender constituirla en beneficiaría del hecho ilícito ("Montenegro, Luciano" en Fallos, t. 303, p. 1938, consid. 5º- Rev. LA LEY, t. 1982-D, p. 226, con nota de Fernando de la Rúa-). A partir de este caso en que se adoptó con toda claridad la exclusión de la prueba ilegal, y de algún otro antecedente cercano (v. Cámara Federal de Rosario "in re":"Monzón, Carlos", J. A., 1981-III, p. 100 -Rep. LA LEY, t. XLI, J-Z, p. 2144, sum. 145-), la sala III de la Cámara del Crimen de la Capital, integrada por los doctores Néstor N. Gómez, Tristán García Torres y Guillermo de la Riestra, en las causas "Avila, José", "Palacios, Gonzalo", "Alori, Carlos", sentencias del 27 de mayo, 6 de julio y 22 de noviembre de 1982 respectivamente (publicadas en Rev. LA LEY, t. 1983-B, ps. 115, 117, 119), declaró la nulidad de actos de secuestros efectuadas como consecuencia de allanamientos que no cumplían los requisitos legales, invocando que de la violación de una garantía fundamental no puede derivarse un perjuicio para el afectado, pues sería tanto como volver a desconocer aquella garantía al aprovechar lo que resulte de su quebrantamiento. Fallos posteriores han seguido la misma línea (v. Cámara Federal de La Plata J. A., 1983-I, p. 523; salas III y VI de la Cámara del Crimen de la Capital, en E. D. del 3 de febrero de 1984, ps. 6 y 7), con pleno beneplácito de la doctrina (v. Carrió, ob. cit., ps. 66 y sigts., De la Rúa, Fernando, "Un fallo sobre la confesión y la tortura" y "Algo más sobre prohibiciones de valoración probatoria", en Rev. LA LEY, t. 1982-D, p. 225 y t. 1983-B, p. 106, respectivamente). Antes de proseguir, corresponde efectuar un distingo. No debe confundirse el problema atinente a la validez de la prueba obtenida por un medio ilegal, que es tema de la regla de exclusión y que estoy tratando en este voto, con el de la admisibilidad de la prueba originada, derivada o vinculada aún medianamente, con el primer acto ilegítimo, que se conoce en el derecho norteamericano como la doctrina del "fruto del árbol venenoso" ("fruit of the poisnous tree", v. "Silverthorne Lumber Co. vs. United States", 251 U.S., 385, 1920, "Nardone vs. United States", 308, U.S., 338, 1939; "Wong Sun vs. United States", 371 U.S., 471, 1963, entre otros), y que fue también aplicada por la sala III de la Cámara del Crimen de Capital al resolver el citado caso "Montenegro", luego de la anulación del fallo anterior por la Corte Suprema (publ. en Rev. LA LEY, t. 1982-D, ps. 226 y 256). VIII -Conforme lo dijera anteriormente, se observa actualmente un replanteo en la jurisprudencia de la Corte estadounidense sobre la razón que justifica el mantenimiento de la regla de exclusión, habiéndose incluso cambiado su denominación por el de doctrina de la supresión ("the supression doctrine"), lo que muestra el descontento del tribunal hacia ella y torna no alentador el pronóstico de su evolución futura (conf. Corwin's, ob. y loc. cits.). De los dos fundamentos que sustentaban la doctrina, utilitario el uno (erradicar prácticas ilegales de la policía) y moral el otro (la justicia no puede servirse de prueba mal habida), se ataca con énfasis al primero, afirmándose que es estéril e ineficaz para conseguir su objetivo, siendo necesaria una demostración acabada de su bondad ante el alto costo que se acarrea a la sociedad: el dejar en libertad a un alto número de criminales culpables, no teniéndose ninguna evidencia empírica de que realmente la regla impida la conducta ilegal de los oficiales ejecutores de la ley (v. voto del Chief Justice Burger en "Rivens vs. Six Waknown Mamed Agents", 403 U.S., 388, 1971). Este punto de vista puede complementarse de la siguiente manera. Si la policía actúa ilegítimamente será sancionada por su proceder, pero el rechazo de la prueba que se adquiera nada hace para castigar al funcionario que ha obrado mal, mientras que puede librar al acusado malhechor. Priva a la sociedad de su remedio contra un violador de la ley porque ésta ha sido quebrantada por otro (v. voto del Justice Jackson en "Irvins vs. California" ya citado). En mi opinión, sin dejar de reconocer el peso de los argumentos expuestos y el innegable interés de la sociedad en la persecución y sanción de los delitos, considero que no debe admitirse la validez probatoria de los elementos allegados al proceso merced a una actividad violatoria de garantías constitucionales. El delito es una conducta que afecta de modo grave la convivencia social, por ello el Estado debe tratar de prevenirlo, o cuando ocurra, esclarecer lo sucedido e imponer pena a su autor para que éste no vuelva a delinquir. De esta manera proveerá a la seguridad jurídica disipando la alarma social que todo delito acarrea. Sin embargo, existen límites en la persecución penal. El descubrimiento de la verdad debe ser efectuado en forma lícita, no sólo porque hay de por medio un principio ético en la represión del delito (dictamen del doctor Gauna en la citada causa "Fiorentino"), sino porque la tutela de los derechos del individuo es un valor más importante para la sociedad que el castigo al autor del delito. El respeto a la dignidad del hombre y a los derechos esenciales que derivan de esa calidad, constituyen el vértice fundamental sobre el que reposa la existencia misma de todo estado de derecho. Por ello, ha dicho la Corte Suprema que el conflicto sobre dos intereses fundamentales de la sociedad: su interés en una rápida y eficiente ejecución de la ley y su interés en prevenir que los derechos de sus miembros individuales resulten menoscabados por métodos inconstitucionales de ejecución de la ley, ha sido resuelto en nuestro país en favor de este último (confr. Fallos, t. 303, p. 1938, consids. 3º y 4º). En la comparación de valores es preferible dejar sin castigo, los delitos, que permitir que una garantía constitucional se torne en letra muerta o a merced de cualquier eventual pretexto (confr. voto del doctor Andereggen en la causa citada en E. D. del 3 de febrero de 1984, p. 7). Una práctica ilegal de la policía o el abuso sobre un interno, constituyen potenciales ataques sobre los derechos de todos los ciudadanos, porque cada uno de nosotros está únicamente protegido en la medida en que los demás lo están (confr. Oakes, James L., "The proper role of the federal courts in enforcing the Rill of Rights", New York University Law Review, vol. 54, noviembre de 1979, núm. 5, p. 294). Esto hace que en los platillos de la balanza donde se miden la seguridad por un lado, y la libertad individual por el otro, haya que colocar también junto a ésta a la supervivencia como nación libre (conf. Warren, "The Bill of Rigars and the Military" 36 N. Y. U. L. Rev. 761, 196, cit. por Oakes, ob. cit., p. 932). Desde otro ángulo, es exacto lo afirmado por el juez Gómez en la recordada causa "Montenegro" (v. Rev. LA LEY, t. 1982-D, p. 256), que si la autoridad policial desborda los límites legales para perseguir con eficacia a los delincuentes, deja de ser autoridad y transforma a quienes así la ejercen en delincuentes, con lo que no se hace más que causar nuevo daño moral a la sociedad, superior siempre al que pudo ocasionar el delito investigado si es que existió. En igual sentido, asevera Oakes (ob. cit., p. 933), que si un Estado no tiene reparos respecto de las reglas de obtención de la evidencia, si sus agentes se convencen de la posibilidad de ejecutar actos criminales, derribar las puertas de una casa por la noche y secuestrar cualquier cosa, conseguir que un acusado admita ciertos hechos en ausencia de su abogado, extraer confesiones engañando, disimulando o empleando la fuerza, más allá de que todas estas evidencias puedan ser admitidas en nombre de "la verdad", ¿qué es lo que diferencia a un estado de un estado opresor? Resulta también inadmisible el borrar los límites que distinguen al que actúa bajo la ley del que la viola, si se repara en la función ejemplar que tienen para la comunidad los actos estatales. Decía respecto a esto el Justice Brandeis al fundar su voto disidente en la causa "Olmstead vs. United States" (277 US., 438, 1928), recogido luego por el Justice Clark en "Mapp vs. Ohio"; "nuestro gobierno es el poderoso, el maestro". "Para bien o para mal enseña a todo el pueblo con su ejemplo. Si el gobierno resulta ser el criminal incita a reírse de la ley, invita a cada ciudadano a tomar la ley en sus manos, invita a la anarquía". Por otra parte, contestando ahora al argumento utilitario referido al costo social que debe pagar la regla de exclusión con la absolución de culpables, corresponde señalar que si. bien ese no es un dato empíricamente verificable, una encuesta realizada en los Estados Unidos en el año 1979 arrojó como resultado que sobre 2804 casos federales, sólo en el 1,3 % se aplicó la regla de exclusión, y dentro de este pequeño porcentaje en más de la mitad de los casos igual se condenó por prueba independiente a la excluida, y dentro del 0,5 % restante, en el 0,25 % se ignora si la razón determinante de la absolución fue la eliminación de la prueba ilegítima (confr. "Comptroller General of the United States, the impact of the exclusionary rule on federal criminal prosecutions", cit. por Oakes, ob. cit. p. 933, nota 138). Las razones expuestas me llevan a inclinarme, sin hesitación alguna, por la invalidez de la prueba obtenida a través de un medio ilegal. Como lo pone de manifiesto el Procurador General de la Nación en el dictamen que he citado anteriormente (causa "Fiorentino"), creo que la particular situación histórica que ha vivido nuestro país contribuyó a la creación de un clima poco propicio en orden al respeto de los límites constitucionales a la investigación penal, y deben ahora fijarse con claridad las pautas de interpretación y alcance de las garantías constitucionales, a efectos de que las fuerzas policiales puedan encausar su accionar por los carriles de la legalidad. Entiendo que se ha ido produciendo en la República un paulatino divorcio entre los principios que reglan la persecución penal y su aplicación práctica. Ello no se ha debido a la culpa exclusiva de los organismos policiales, sino también a la de los jueces que consintieron tal situación. Las declaraciones "espontáneas" ante la prevención, la detención arbitraria de personas, los allanamientos ilegales, etc., son prueba palpable de esto. Urge retornar al imperio de los derechos y garantías consagradas en la Constitución, o de lo contrario propugnar su reforma para adaptarla a la realidad, pregonar su vigencia y violarla sistemáticamente no es otra cosa que una actitud hipócrita. Al efectuar su voto disidente en la causa "Terry vs. Ohio" (392 US, 1, 1968), afirmó el Justice Douglas: "Dar a la policía mayores poderes que a un magistrado es dar un largo paso hacia el totalitarismo. Quizá tal paso sea deseable para enfrentarse con las modernas formas de delincuencia, pero si se da, deberá ser por elección deliberada del pueblo mediante una reforma constitucional... porque si el individuo no ha de ser soberano en lo sucesivo, si la policía puede aprehenderlo cuando no le agrade su facha, si puede detenerlo y registrarlo a discreción, estamos entrando en un nuevo régimen". IX - Propondré, entonces, la nulidad del acta de secuestro fotocopiada a fs. 56/57 (mecanografiada a fs. 54), y de las declaraciones del subinspector Pizarro y de los testigos Millaner y Yavagnilio, por derivar directamente del allanamiento ilegal del domicilio de la procesada. Esta solución se compadece con lo dispuesto en el art. 509 del Cód. de Proced. en Materia Penal, y por el art. 512 del mismo cuerpo legal, en cuanto dispone la nulidad de todo lo que se relacione con la actuación nula. Ello sentado, los restantes elementos de juicio incorporados a la causa son totalmente insuficientes para acreditar el cuerpo del delito, por lo que corresponde absolver a la Monticelli del delito que se le imputa. Propongo, pues, que: a) Se declare la nulidad del acta de secuestro de fs. 56/57, y de las declaraciones de fs 51/52, 113/114, 117/118, 309 y 335 (arts. 509 y 512 del Cód. de Procedimientos en Materia Penal); b) Se revoquen los puntos 1º y 2º de la parte dispositiva del fallo de fs. 439/445, y se absuelva a Teresa B. Monticelli de Prozillo del delito de tenencia de arma de guerra por el que fuera acusada. Sin costas de ambas instancias. Así voto. El doctor Arslanian dijo: I - "Y sin embargo las sociedades cambian... ¿cómo ocurrren esos cambios? La mayor parte de ellos han ocurrido de modo violento y catastrófico. La mayoría de las sociedades -conductores y conducidos- han sido incapaces de adaptarse voluntaria y pacíficamente a condiciones fundamentalmente nuevas, anticipándose así a hacer los cambios necesarios. Han atendido a seguir siendo como eran, tratando de continuar con la estructura básica de su vida social... Hasta cuando habían surgido circunstancias que estaban en completa y flagrante contradicción con su total estructura, estas sociedades siguieron intentando ciegamente continuar su modo de vivir hasta que no les fue posible proseguir de ese modo. Fueron entonces conquistadas y destruidas por otras naciones, o murieron lentamente en razón de su incapacidad para gobernar su vida por más tiempo en su modo acostumbrado". "...Hasta los conceptos muy ligeramente diferentes llegan a convertirse en algo naturalmente perturbador y son mirados como embestidas hostiles, demoníacas, enloquecidas, contra el pensamiento propio, 'normal' y sano". "Es así como la historia del hombre es un cementerio de grandes culturas que llegaron a un final catastrófico en razón de su incapacidad para reaccionar de manera planeada, racional y voluntaria ante el desafío". (Fromm, Erich, "Podrá sobrevivir el hombre", cap. V, ps. 14/17, Ed. Paidós, Buenos Aires). El país viene de atravesar uno de los períodos más dramáticos y ominosos de su historia, instituciones, valores, reglas éticas y hasta su sistema de creencias, sentados y supuestamente consolidados en cruentos esfuerzos que se enraízan en los orígenes mismos de la patria, comenzaron a sufrir los duros embates de una violencia irracional que asumió las formas pérfidas y protervas de la delincuencia. A fuerza de familiarizarse con la muerte, progresiva e insensiblemente, la vida dejó de representar el bien supremo y comenzó a cuestionarse el valor de la libertad, en favor de una seguridad siempre apetecida. La impulsión del fenómeno estragó al mismo poder estatal, produciendo una seria fisura en su basamento moral. Y tal claudicación que pronto se proyectó sobriamente sobre sus distintos ámbitos de acción, mostró hasta qué punto era posible poner en crisis garantías tan preciadas como la vida, la libertad, la propiedad y la seguridad personal cuando, paradójicamente, en procura de su tutela y atendiendo a una supuesta mayor eficacia, se dejaba de lado la actuación regular y legal, única propuesta válida caracterizante de un estado de derecho. Descendió gravemente el nivel de legalidad y ello envolvió a la sociedad toda, porque comprometió hasta los criterios valorativos de sus miembros. Pareciera claro, pues, que la labor de recomposición ha de ser común. Que urge dar los cambios necesarios para evitar ingresar al "cementerio de grandes culturas que llegaron a un final catastrófico en razón de su incapacidad para reaccionar de manera planeada, racional y voluntaria ante el desafío". El esfuerzo intelectual, la exhaustividad, erudición y en especial el mérito de sus conclusiones, señalan el voto de mi colega preopinante, como un concreto paso en tal sentido. En ello va implícita mi total adhesión y aquí mismo terminaría mi voto si no fuera porque la seductora naturaleza de la cuestión involucrada, me invita a que formule un modesto aporte convergente. II - Las circunstancias fácticas del caso han sido suficientemente reseñadas. El planteo teórico consiste en determinar qué valor es dable acordar a la prueba incriminante directamente proveniente de un acto ilegal y a aquella que se incorpora al proceso como derivación de la primera. Para la una ha encontrado el doctor Gil Lavedra, en su expurgación de las fuentes jurisprudenciales norteamericanas, la "regla de exclusión"; para la otra la del "fruto del árbol venenoso". Fundamentos éticos y políticos son los que sirven para invalidar la prueba así lograda. Es mi propósito dar un fundamento dogmático-constitucional a tales nulidades. La Constitución Nacional exige el "juicio previo" como condición de la imposición de una pena (art. 18). Cuando se habla de juicio previo en materia penal, se hace referencia a un proceso regular y legal (Clariá Olmedo, "Derecho procesal penal", t. I, p. 161). En virtud de esa exigencia, el Derecho Penal deberá realizarse judicialmente, a través de órganos estatales específicos (art. 94, Constitución Nacional) y predispuestos, mediante el cumplimiento de actos de acuerdo a normas preestablecidas. Como derivación de esa exigencia el Estado reglamenta y el orden normativo jerárquico nacional (art. 31, Constitución Nacional) impone un contenido material al producto de dicha actividad reglamentaria (leyes), lo que constituye el ámbito de validez material de la ley (confr. Kelsen Hans, "Teoría pura del derecho", p. 147, Ed. Eudeba, 1960). Desde esta perspectiva, junto al juicio previo la norma fundamental tiene otros mandatos que importan al propio tiempo la consagración de garantías para el juzgamiento: la institución del juez natural; el estado de inocencia (implícita); la de incoercibilidad; la de inviolabilidad de la defensa, del domicilio, de los papeles y de la persona. Parece claro, pues, que las leyes que disciplinan el enjuiciamiento penal deben estructurar el proceso sobre la base de tales directivas y en tal sentido importan una orden o mandato al legislador. Trátase de normas que en atención a su función son de conducta porque imponen deberes a los órganos estatales o a los ciudadanos (confr. Bidegain, Carlos María, "Cuadernos del curso de derecho constitucional" t. I, p. 77, Ed. Abeledo Perrot, 1975; Vanossi, Jorge, "Teoría constitucional", t. IV, ps. 24 y sigts., 1976). Pero desde el punto de vista de sus efectos jurídicos, son también normas operativas, esto es "aplicables en forma inmediata y que no requieren para ello que se dicte previamente una reglamentación legislativa" (Bidegain, op. cit., p. 77). Tal operatividad de las prohibiciones o limitaciones y de los mandatos que trae el art. 18 de la Constitución Nacional, hace que ellos funcionen como verdaderas garantías del sujeto frente al poder de los órganos estatales. De lo expuesto parece claro que el enjuiciamiento penal y los límites a la investigación y coerción, a la luz de las prescripciones de la Constitución Nacional es una cuestión dogmática, (conf. Maier, Julio, "Cuestiones fundamentales sobre la libertad del imputado y su situación en el proceso penal", p. 14, Ed. Lea). La actividad que debe realizarse para la imposición de una pena, aparece así regulada por el derecho, el que por otra parte "disciplina también deberes y amenaza su inobservancia con una sanción específica por tratarse de actos jurídicos: la nulidad, comprendida como ineficacia del acto que infringe las disposiciones jurídico-penales" (Maier, op. y loc. cit.). III - He creído útil esta introducción como modo de fundar dogmáticamente la invalidez de actos del proceso que signifiquen llevar adelante la persecución penal rematando en una sentencia de condena si para ello ha debido entrarse en contradicción con alguna de las garantías que la Constitución Nacional contiene. Resulta obvio que cuando se viola la defensa en juicio la sentencia no puede ser eficaz (válida); lo mismo cuando se transgrede la garantía de la inviolabilidad del domicilio o la correspondencia. Pero, ¿cómo se resuelven a la luz de una teoría general las cuestiones que como la examinada en autos, consisten en obtención de pruebas en sí ajustadas al procedimiento adquisitivo formal, pero a la que se accede a partir de una violación a alguna de aquellas garantías? Por ejemplo, el apoderamiento de papeles privados -diario íntimo- a partir de cuyas secretas referencias la autoridad policial descubre un delito y obtiene el testimonio incriminante de la víctima. Una confesión basada en una espontánea lograda mediante apremios que sirve de puntada inicial para la colección de pruebas de cargo. O el secuestro mismo de efectos o instrumentos del delito mediante el ingreso ilegal a morada ajena. La Constitución Nacional no trae en forma explícita principio alguno que prohíba la realización de un proceso penal que conduzca a una condena originada en o derivada de un acto ilegal. Y de ahí se desprende en buena medida la dificultad de fundar normativamente la nulidad, y sus alcances. Procuraré fundar, por lo tanto, en la garantía del juicio previo, dicha consecuencia. Todo parece indicar que la expresión "juicio previo fundado en ley" proviene de la Carta Magna de 1215, guardando equivalencia con la fórmula "lawful judgement" en ella utilizada. Además a estar a opiniones calificadas (ver Zaffaroni, "Tratado de Derecho Penal", pte. gral., t. V, p. 134), el mismo art. 18 de la Constitución Nacional, admite ese origen. No reconoce, pues, su procedencia en la Constitución de los EE.UU. En tal sentido, cabe destacar que la cláusula 3 de la secc. 9 del art. 1º establece que no se aplicará ningún "bill of atteinder", con lo que consagraba tan solo la legalidad procesal en cuanto a la división de los poderes del Estado; además, la enmienda V (1791) utiliza una expresión bien diferente -"due process of law"-, en tanto que la enmienda XIV -que también se vale de idéntica fórmula-, data de 1866. Además, parece confirmarlo la forma en que se plasma la garantía en nuestros antecedentes patrios. Así, en el decreto de seguridad individual (1811) el art. 1º consigna: "Ningún ciudadano puede ser penado, ni expatriado sin que preceda forma de proceso y sentencia legal", enunciándose luego otras garantías referentes a la persecución -necesidad de mínima prueba para el arresto (art. 2º), inviolabilidad del domicilio (art. 4º)-; la norma se reproduce textualmente en el Estatuto Provisional de 1815 (secc. 7ª, cap. V, art. IV), en el que se consagra además el principio de reserva; se repite en su literalidad en la secc. V, cap. II, art. CXVIII, de la Constitución de 1819; y pasa reformulada a la Constitución de 1826, bajo la fórmula innovadora: "Ningún habitante del estado puede ser penado, ni confinado, sin que preceda juicio y sentencia legal" (art. 171), repitiéndose igualmente las demás garantías aludidas, entre las que se incluye el juez imparcial (art. CXIV). Por último, se llega a la Constitución de 1853, en cuyo art. 18 se consagra la exigencia del juicio previo, dándose cabida en la misma norma al resto de las garantías individuales. El origen del principio, su evolución en conexión con los que informan la persecución penal y, en buena medida, el desarrollo paralelo que ha tenido con el "due process of law" de la Constitución Norteamericana, concede razón a quienes sostienen que cuando se habla de juicio previo en materia penal, se hace referencia a un proceso regular y legal, que comprende el concepto de "debido proceso legal" de los textos constitucionales norteamericanos (confr. Clariá Olmedo, "Derecho penal", t. I, p. 225). Proceso cuya "legalidad" proviene de la observancia de las propias leyes de procedimientos (v.gr., Código Procedimientos, Córdoba, Corrientes, Jujuy, Entre Ríos, San Juan, Santa Fe, Santiago del Estero) y especialmente de las mismas cláusulas operativas de la Constitución Nacional, art. 18. De tal manera, el "juicio previo" viene a tener así un propio contenido; lo integran elementos esenciales: juez, acusación, defensa, prueba y sentencia (González Calderón, "Curso de derecho constitucional" p. 239, 3ª ed., Ed. Kraft), al punto que reconducen a él las garantías que en materia criminal asegura y consagra el art. 18 de la Constitución Nacional y que consisten en la observancia de esas formas sustanciales (C. S. Fallos, t. 119, p. 284). Desde este punto de vista tal concepto del "juicio previo" que trae nuestra Carta Fundamental, muestra su plena coincidencia con el sentido adjetivo que tiene el "due process of law" en la Constitución norteamericana y a través del desarrollo de su jurisprudencia, puesto que en su faz procesal "constituye un conjunto de reglas y procedimientos tradicionales que el legislador y el ejecutor de la ley deben observar cuando en ejecución de las normas que condicionan la actividad de esos órganos (Constitución, leyes, reglamentos), regulan jurídicamente la conducta de los individuos y restringen la libertad civil de los mismos "(confr. Linares, Juan Francisco, "El 'debida proceso', como garantía innominada en la Constitución Argentina", p. 26, Depalma, 1944, y en idéntico sentido Bidart Campos, Germán J., "La Corte Suprema", p. 117). Es que "due process of law" fue originariamente un concepto procesal, que se utilizó para fiscalizar los procedimientos criminales en los tribunales federales y estaduales, pero que en manos de la Suprema Corte desarrolló también un aspecto sustantivo, vinculado con la razonabilidad (confr. C. Herman Pritchett, "La Constitución Americana", p. 745, ed. Tea, 1965). A la luz de estos razonamientos y del contenido o elementos del "juicio previo", parece claro que trátase de una garantía constitucional, en sentido amplio, por sus efectos auto-operativos, -y no en el marco estrecho que, como sinónimo de acción, le acuerdan ciertos autores- (vid. Sánchez Viamonte, "Garantías Constitucionales", t. XIII, p. 15, Enciclopedia Jurídica Omeba). Sentado ello, ha menester confrontar la conformidad de un procedimiento o de parte de los actos que lo integran con la vigencia de la garantía y con la reglamentación que de ellos hacen las leyes. Está claro que la Constitución no quiere que se allane el domicilio sin orden judicial; el acto que viole la prohibición será ilegal y por tanto inválido; y si la Constitución no quiere eso tampoco puede conceder eficacia alguna a la prueba que se obtenga de tal modo, porque entonces ello importaría vaciar de contenido a la garantía de la inviolabilidad del domicilio, lo que es lo mismo que proceder, dentro del marco del proceso, a su lisa y llana supresión. Se afectaría así una de las condiciones esenciales del "juicio". La Constitución no quiere que se obligue a declarar al imputado contra sí mismo. Una confesión extorcada carecería así de valor y sería ilegal. Pero si no quiere eso, tampoco puede acordar valor alguno -dentro del marco del proceso- a la prueba que se obtenga a partir de las referencias autoincriminantes, porque entonces la garantía de incoercibilidad quedaría también vacía de contenido y por ende no habría proceso legal. Tampoco quiere nuestra norma fundamental que se allanen los papeles privados sin orden de juez. Un acto contrario a esa prohibición sería inválido. Mas todavía, dentro del marco del proceso legal, sería igualmente inválida la prueba incriminante que se derivara de ello -v. gr., individualización de las víctimas de un supuesto delito- porque de lo contrario cabría preguntarse qué sentido tendría la interdicción. Resulta claro, entonces, que el límite operativo de tales garantías está dado por el marco o continente en que se insertan. Tal marco es el "juicio previo" del mismo art. 18 de la Constitución Nacional. Si juicio previo es un proceso legal como condición de la imposición de una pena; si proceso legal es el que se debe verificar con arreglo a las leyes de procedimientos y a la Constitución Nacional; y si la finalidad inmediata que él persigue es la comprobación de los hechos y el pronunciamiento de la sentencia, como único modo posible de lograr su finalidad mediata, que es la actuación de la ley (De la Rúa, Fernando, "Proceso y Justicia", p. 51, Lea, 1980), no es posible limitar el alcance de las otras garantías a la mera tutela del derecho que consagran -v. gr. la intimidad-, desentendiéndose del marco en que ellos operan. Es imposible, en consecuencia, apreciar las garantías prescindiendo de la finalidad del "juicio". Adentro de él aquéllas adquieren un poder expansivo que compromete la eficacia probatoria de los actos adquisitivos verificados a través de su inobservancia. Entiendo así que se viola el "debido proceso legal" (juicio previo), cuando se consiente el valor probatorio de actos, cuya realización sólo fue posible por la producción de un acto antecedente en el que se violó alguna de las otras garantías del art. 18 de la Constitución Nacional. IV - En el caso traído a consideración de esta sala, personal policial llevó a cabo un allanamiento sin contar con orden de juez, fuera de los supuestos de excepción que la ley adjetiva contempla para obrar de tal manera y sin que quepa conceder valor al consentimiento o prestado por una de las ocupantes del inmueble, por las buenas razones interpretativas dadas por mi colega preopinante. A raíz del allanamiento en que se transgredió la garantía de la inviolabilidad del domicilio, les fue dable secuestrar a los preventores, el cuerpo del delito, lo que se documentó en el acta pertinente y se abonó con el testimonio del personal interviniente y de testigos. Se obtuvo así prueba de cargo de modo irregular, con mengua de la garantía del "debido proceso legal". Tales actos no pueden, pues, cumplir la finalidad que perseguían porque se transgredió una garantía contenida en una cláusula programática de la Constitución Nacional; se violó una forma esencial y la consecuencia es la nulidad de tales actos (art. 509, Cód. de Procedimiento Criminal). Queda así la sentencia condenatoria huérfana de todo sustento y por no ser el caso del art. 512 del Cód. de Proced. en Materia Penal, se impone la absolución de la enjuiciada. Con estos breves fundamentos doy mi voto en coincidencia con el del doctor Gil Lavedra. El doctor Torlasco dijo: I - Si no fuera por la importancia que la cuestión debatida posee, me apresuraría a adherir sin más a los dos enjundiosos votos que han precedido mi intervención pues la atenta lectura del expediente me convence de la justeza de la solución que en ellos se propicia. Mas, estando de por medio la aplicación práctica de una garantía constitucional, deseo hacer algunas breves observaciones complementarias. II - Es obvio que el consentimiento del interesado para que el funcionario policial penetre en su domicilio debe ser prestado voluntariamente y estar exento de cualquier clase de coacción. Pero en el caso, a mi criterio, no existió consentimiento alguno. Dije el 13 de octubre de 1981 en la causa 15.488 del Registro del Juzgado Nacional en lo Criminal de Instrucción Nº 30, Secretaría 164, del que era titular: "No admito bajo ningún concepto la posibilidad de que los hechos hayan ocurrido con la anuencia o conformidad de las víctimas pues no me cabe duda que, si de hecho no existió oposición expresa por parte de ellas, sólo se debió al temor que el carácter de policías imponía". La "contradicción entre los dichos de la pareja por un lado, y los de los policías, por el otro, por lo antedicho, no merece relevancia. La presencia de personal policial, de civil, armado, en la actualidad, en nuestro país, intimida". La falta de un consentimiento válido por parte de la madre de la procesada, única persona mayor presente al momento de llegar la comisión policial con los testigos, torna ociosa la cuestión de si ella podía o no prestarlo para la diligencia, que incriminaría a su hija. III - Como ha sido mi invariable conducta, tendré como inexistente el acta de la mal llamada "espontánea", no solamente en cuanto a su valor de pieza autoincriminante. sino también en tanto puedan desprenderse de ella indicios sobre el motivo por el cual la prevención policial realizó el discutido secuestro del arma. IV - A mi juicio, no puede hablarse del conflicto entre dos intereses: el de la sociedad en que se reprima el delito, y el del individuo en ser protegido de acuerdo a las garantías que la Constitución le otorga. En efecto, la sociedad tiene un interés legítimo, como comunidad civilizada organizada, en que no se perpetren actos vulnerantes de la legalidad -delitos- y, ante su consumación, dispone penalidades. Estas penalidades sólo pueden imponerse por un tribunal natural, sobre una ley anterior y con las formalidades de un proceso minuciosamente reglado. Sólo así esa comunidad organizada admite la imposición de una pena. Mal puede hablarse entonces del interés social frustrado cuando, por no haberse observado las formalidades procesales que hacen a una garantía fundamental, corresponda un juicio absolutorio del acusado. Por el contrario, a la luz de las disposiciones constitucionales, y a sus antecedentes a partir del decreto sobre seguridad individual de 1811. puede afirmarse que la voluntad de quienes constituyeron la Nación no fue de que se impusiese una pena en base a procedimientos contradictorios con las garantías que ellos mismos claramente estatuyeron. El castigo de un individuo sólo es pensable, para nuestra sociedad jurídicamente organizada, en el marco de la observancia de la ley y, fundamentalmente, de la Constitución. No pueda admitir, entonces, aparentes conflictos entre intereses contrapuestos. Si bien es lícito reconocer el lógico interés de la comunidad en que se apliquen con rapidez y eficacia las leyes -como lo ha dicho la Corte Suprema de Justicia- este interés comprende, y no contraría, el de que se respeten los derechos individuales que esas mismas normas protegen. Sólo la observancia acabada de las leyes satisfará el interés social, acallará el estrépito del delito y cumplirá la voluntad constituyente y constituida de la Nación. Todos los que vivimos en esta República tenemos una riqueza invalorable: sabemos que si se cumplen las normas fundamentales y legales, está asegurada nuestra supervivencia como Nación de hombres libres. No las tenemos que crear. Están en nuestras manos. El divorcio entre estos enunciados y lo acaecido realmente en nuestra sociedad es justamente el divorcio entre lo reglado por la Constitución y la ley, por un lado, y la violación oficial sistemática de ambas, por el otro. V - Con estas breves consideraciones, adhiero a la solución propuesta por los dos colegas de esta sala. Por todo lo expuesto, el tribunal resuelve I) declarar la nulidad del acta de secuestro de fs. 56/57, y de las declaraciones de fs. 51/52, 113/114, 117/118, 309 y 335 (arts. 509 y 512, Cód. de Proced. en Materia Penal); II) revocar los puntos 1º y 2º de la parte dispositiva del fallo de fs. 439/445, y absolver a Teresa B. Monticelli de Prozillo del delito de tenencia de arma de guerra por el que fuera acusada. Sin costas de ambas instancias.- Ricardo R. Gil Lavedra - León C. Arslanian. - Jorge E. Torlasco. (Prosec.: Oscar E. Sirito).