francisco - Agustinos

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ConCordis
VISIÓN DESENFADADA
DEL NUEVO PAPA
FRANCISCO
El Papa Francisco saludando.
Lleva de Papa en Roma desde bien entrada la tarde
de aquel miércoles 13 de marzo de 2013. Dada la normalidad en su quehacer, nadie diría que la Iglesia católica vivió por aquellas fechas la renuncia del antecesor
y las consabidas turbulencias de un cónclave. Muchos
son, sin embargo, quienes opinan que domina el oficio
como si llevara en él toda la vida. Tiene los ojos vivos,
franca la sonrisa, escrutadora la mirada, porteño el acento, un andar como de pies planos y el gesto contenido.
Saluda al público alzando la mano derecha, en vez de
las dos como Benedicto XVI, el cual, con el movimiento
de los dedos, parecía que estuviera tocando el piano.
Abre y cierra sus intervenciones con exquisita cortesía -Buon giorno / buona sera / buon pranzo!- en vez del
Sia lodato Gesù Cristo! del beato Juan Pablo II. Durante
su baño de multitudes acaricia a los niños y se detiene
con ternura ante los enfermos, aupados algunos en
parihuelas hasta el papamóvil cual paralíticos redivivos
de Cafarnaún. Sus discursos son cortos y en un italiano
a veces no del todo pulido. Jamás se le ha oído cantar
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ni do-re-mi-fa-sol. Tampoco Benedicto XVI le daba mucho al cante, como no fuera en misa o impartiendo la
bendición los domingos, muy al contrario de Juan Pablo
II, a quien más de una vez me cupo la suerte de ver
al cabo del Angelus metiéndole marcha al respetable
con canciones polacas que ponían a los jóvenes a cien.
El mayor parecido que ciertos vaticanólogos detectan entre Francisco y sus cercanos predecesores
apunta a Juan XXIII. Podría servir, con matices. El hoy
beato papa Roncalli sucedió a un seráfico y esbelto
Pío XII, a cuya muerte parecía que el mundo no
pudiese dar, ni queriéndolo, con un sucesor de su
altura. Luego se vio que muchas alturas -¡no la física,
desde luego…!- las escaló mejor, desprovisto y todo
de aristocracia pacelliana y pródigo en arrobas, el de
Sotto il Monte. Muchos son, por otra parte, y no van
descaminados, quienes consideran al papa Ratzinger
como uno de los más inteligentes sucesores de san
Pedro. Desde su gran nivel intelectual -y renuncia,
que tampoco le va a la zaga-, parecía llevar camino
de poner las cosas no menos difíciles al sucesor, Bergoglio en este caso, y ya se está viendo que la Casa
El Papa Francisco besa a una niña en la Plaza de san Pedro.
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VISIÓN DESENFADADA DEL NUEVO PAPA FRANCISCO
de Santa Marta, donde de momento Francisco se ha
quedado a vivir, le mola total; más, sin comparación,
que el Palacio Apostólico, de cuya estructura lo menos
que cabe afirmar es que, por ahora, no le va. Alguien
ha escrito incluso que no lo quiere ver ni en pintura.
En cambio se mueve, dicen, como pez en el agua en
las misas de la mañana en Santa Marta, cuyas homilías
veremos si acaban tomando cuerpo o se quedan en
moda pasajera. El tiempo dirá y lo que sea sonará.
Pero acaso por este simple detalle se pueda entrever
ya un espacioso horizonte de interpretación. Y es que,
ante la posibilidad de grabarlas, o televisarlas, altos
círculos vaticanos han respondido ¡tararí que te vi! El
P. Lombardi lo ha explicado con la diplomacia de un
portavoz de la Santa Sede, lo que es, pero también
con la suficiente claridad para el buen entendedor, es
decir, el que no necesita explicaciones.
Todas estas, por supuesto, son cosas que no hacen a
la Iglesia ni mejor ni peor, aunque gusten más o menos.
Ponen de manifiesto, eso sí, que para ejercer como sucesor de san Pedro en el servitium caritatis, que diría san
Agustín, las posibilidades son tantas por lo menos como
los colores del arco iris, y me quedo corto. El estilo de
Francisco ya se ve que gusta, y mucho. En la pastoral
eso es como tener medio camino recorrido. Y aunque
la cosa no ha hecho sino empezar, bien se nota que
dista del modus operandi que distinguió a Benedicto
XVI. El rodaje aún es corto, sin duda, y habrá que dar
tiempo al tiempo, pero la pequeña muestra indica lo
suyo en formas y propósitos. De entrada, se adivina su
voluntad de poner a la Iglesia no patas arriba, como
insidiosas lenguas comentan por ahí –que en detractores, a lo que parece, tampoco Francisco va mal servido-,
sino armónica con el Vaticano II, del que curiosamente
celebramos ahora su 50º de andadura.
Esto no quiere decir que Benedicto XVI haya sido
figura meramente decorativa, ni mucho menos. Ahí
están sus discursos, su doctrina, su ejemplo. Sólo haber
acometido lo de la pederastia ya sería para levantarle
un monumento. Pero como parecemos duros de mollera, es claro que si por la vía de la inteligencia no se
pudo conseguir, habrá que probar con la de los hechos.
Aquella opción del Vaticano II por los pobres, con declaraciones del cardenal Lercaro y admirables artículos
de Congar y otros teólogos, denota que persiste como
asignatura pendiente en esta Iglesia del sigo XXI, o sea:
que apenas hemos arrimado material. ¿Puede saberse
qué hay, aquí, de fundamento tras 50 años de posconcilio? Francisco aspira vivamente a una pobreza desnuda,
sin notas al pie de página, evangélica en definitiva. Pero
como él es él y sus circunstancias, que diría Ortega,
habrá que esperar su deriva, porque así, a bote pronto,
suena bien, pero se compadece poco con la cola de
casi catorce metros que por ahí se gasta todavía algún
cardenal, según reflejan las redes sociales. Como aviso
a navegantes, pues, su deseo me parece inmejorable.
Ya se verá luego si convenció a muchos más de los que
previamente estábamos convencidos.
Que llega rompiendo esquemas, no hay duda.
Ojalá nos devuelva el espíritu del Vaticano II, aquel
coraje, aquel valor, aquellas ansias de Iglesia Lumen
Gentium, Pueblo de Dios, Madre y Maestra experta
en humanidad que dijo luego Pablo VI. De momento
algo emerge por el horizonte, y no seré yo quien le
niegue a Francisco poder de convocatoria y ansias
de conseguir que la Iglesia no pierda la melodía. De
hacerlo así, es de esperar que consiga lo que muchos
hoy piden: reforma de la Curia, colegialidad sin encogimientos ni cortapisas, destierro de condenas, hacer
del boato y de la parafernalia piezas arqueológicas,
desburocratizar los dicasterios, dejar en segundo plano
la estética, tirar por la sencillez del Evangelio. Todo
esto, entiéndase, aguarda con impaciencia de divino
impaciente y existen indicios de que a su mano, esa
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que levanta para saludar, el pulso no le temblará. Algo
se atisba en los pocos nombramientos hechos. Es
jesuita con descalcez franciscana, tímida apuesta por
los religiosos y, en relaciones interreligiosas, el espíritu
de Asís en su nombre. Lo que no es poco.
Donde todavía sigue inédito es en lo de lidiar con
esos morlacos que le aguardan en los corrales de la plaza, culpables algunos en buena medida de la renuncia
de Benedicto XVI. ¡Nadie se va a tragar a estas alturas
que el Papa emérito se fue sólo por deterioro físico! Han
sido demasiado clamorosos los casos de pederastia, de
lobby gay en el Vaticano [lo acaba de admitir el pasado
jueves 6/6/13 hablando a la directiva de la CLAR], de
cuentas incontables del IOR, de cuervos del Vatileaks,
y de otros estremecedores etcéteras como para creerse
que basta con la condena de Paolo Gabriele Paoletto.
Que no nos tomen por tontos. De no fajarse ahora bien,
todo lo hecho quedaría reducido a puro maquillaje. Otra
cosa es que estemos aún en horas previas al festejo.
Según afronte tales desafíos –he ahí la prueba del nueve- acabaremos por saber si ha encarnado en plenitud
su papel como sucesor de Pedro, o, por el contrario,
ha terminado siendo, desdichadamente, punto menos
que la carabina de Ambrosio.
El papa Benedicto XVI se refirió a nuestro país
como «viña devastada por los jabalíes del laicismo»,
aunque en ningún momento nos acusó de tener el
colmillo retorcido. Por su parte, al cardenal de Madrid,
Antonio María Rouco Varela, no le dolieron prendas
al calificar a sus compatriotas como habitantes de un
«país de misión», salida que para unos pudo suponer
echarse a la calle y en otros a temblar. Francisco, el
nuevo Papa, se despachaba no hace mucho con lo de
oler a oveja y, recibiendo a las generales de congregaciones femeninas, advertía que la superiora debe ser,
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ante todo, religiosa y no
una solterona. Nadie que
añore los tiempos, pongo
por caso, de Pío XII admitirá un lenguaje así. Pero que
tampoco se equivoque,
porque, a nada que recuerde, le sonará que donde las
dan las toman, y que, sin ir
más lejos, el final de aquella
audiencia del papa Pacelli
a John Foster Dulles no fue
precisamente un prodigio
de elegancia. Pero la sociedad, ya lo creo, impone sus
dictámenes y avanza inexorable dándole a la caza alcance, y en los tiempos que
corren dicho lenguaje tampoco debe antojarse fuera
de lugar. Así que, ¡ánimo, papa Francisco, contamos
contigo! ¡Ojalá también tú cuentes con nosotros!
P. Pedro LANGA
13/6/2013
A los 3 meses de pontificado
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