prefacio para un estudio sobre vulnerabilidad, precariedad y

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PREFACIO
PARA UN ESTUDIO SOBRE VULNERABILIDAD, PRECARIEDAD Y
DESAFILIACIÓN EN LOS SUBURBIOS DE BUENOS AIRES1
Robert Castel 2
Los autores de esta investigación, Guillermo Pérez Sosto y Mariel Romero, afirman
con modestia que no se trata de una tesis definitiva, sino de un estudio exploratorio.
Sin embargo, este informe ofrece una contribución muy importante para la
comprensión del lugar especifico que ocupan los jóvenes en la cuestión social actual
en Argentina, pero de manera más general también en el marco de la presente crisis
mundial, que lleva a interrogarnos, nuevamente, sobre el papel que juega el trabajo
como factor capaz de asegurar la cohesión social.
Caracterizaría, en primer lugar, la forma en que la cuestión del trabajo, y en
particular del trabajo juvenil, se plantea a nivel mundial, para invitar a reflexionar
luego, sobre la especificidad de la situación argentina, tal como se trata en este
estudio. Más adelante caracterizaré la originalidad del enfoque aplicado en esta
investigación que presenta, para mí, el gran mérito de tratar las transformaciones del
trabajo desde una perspectiva dinámica considerando los efectos de estos cambios
en los modos de vida y en las dificultades de adaptación social de los jóvenes que
mantienen una relación problemática con el trabajo.
I
La situación de los jóvenes, analizada en este “Informe sobre vulnerabilidad,
precariedad y desafiliación de los jóvenes en el conurbano bonaerense” no es
exclusiva de la Argentina. En el año 2010, la Organización Internacional del Trabajo
(OIT) constataba la emergencia de una “generación sacrificada”, la de los jóvenes
que intentan hoy entrar en el mercado de trabajo, en casi todos los países del
mundo. También, para la Unión Europea, las tasas de desempleo de los jóvenes de
15 a 24 años de edad se acercan al 20% en promedio, alcanzan el 35% en España y
el 23% en Francia. Dentro de un mismo país, varían también, fuertemente, según la
localización geográfica. Así, en Francia, en algunos barrios particularmente
desfavorecidos de los suburbios, cerca de la mitad de los jóvenes está en situación
de inactividad.
El desempleo de los jóvenes se inscribe también, en Argentina y en otros lugares, en
esa dinámica general que llamamos la globalización o mundialización y que, entre
otras cosas, produce un desempleo masivo y una precarización de las condiciones
de trabajo. Pero hay que preguntarse por qué los jóvenes son los más gravemente
afectados por esas transformaciones (por ejemplo en Francia hay un 10% de
Extraído de PEREZ SOSTO, Guillermo y ROMERO, Mariel. Futuros inciertos. Informe sobre
vulnerabilidad, precariedad y desafiliación de los jóvenes en el conurbano bonaerense. Prólogo
por Robert Castel. Aulas y andamios / Catálogos, Buenos Aires, 2012. Páginas 9 y siguientes.
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Sociólogo, Director de Estudios de la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales (EHESS),
París, Francia. Autor de “Las metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado.”
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desempleados en la población activa, pero un 23% de jóvenes desempleados entre
15 y 24 años de edad). La respuesta es que los jóvenes son los “primo-arrivants”3 al
mercado laboral. En otras palabras, buscan un empleo en un mercado de trabajo ya
deteriorado y tienen, por lo tanto, la mayor posibilidad, o mejor dicho la desgracia, de
encontrar un trabajo de mala calidad o de volverse desempleados.
El caso de Francia es significativo para comprender esta dinámica, que da cuenta de
las desventajas que enfrentan, especialmente los jóvenes, para encontrar un empleo
de calidad. En Francia, hay todavía hoy una mayoría (más del 80%) de empleos
correspondientes a lo que los juristas llaman el estatuto del empleo: un empleo a
jornada completa, de larga duración con preeminencia de los contratos con duración
indeterminada (CDI), relativamente bien protegido por el derecho laboral y las
convenciones colectivas de trabajo, sin la garantía del Estado. Pero esto es cierto en
términos de stocks, como dicen los economistas, es decir contabilizando la totalidad
de los empleos ocupados y generalmente, desde hace mucho tiempo. Sin embargo,
si se piensa en términos de flujos, es decir de entrada en un nuevo empleo, es lo
contrario. Alrededor del 73% de las nuevas contrataciones se hacen en forma de
contratos llamados “atípicos”: contrato con duración determinada (CDD), de medio
tiempo, temporal… Son generalmente los jóvenes que llegan al mercado laboral los
que están obligados a ocupar este tipo de empleos. Hay que añadir que, en el marco
de la lucha contra el desempleo, se ha multiplicado desde hace una veintena de
años, un gran número de empleos provisionales llamados “contratos subsidiados”4,
en promedio de un año, eventualmente renovables una vez. Son principalmente los
jóvenes que están en dificultades para encontrar un primer trabajo los que los
ocupan.
Se desarrolla así, en un país como Francia, pero también con variantes en los
principales países de Europa Occidental, un nuevo estrato de la división del trabajo
hecho de empleos provisionales, intermitentes, que un mismo individuo puede
ocupar sucesivamente, pasando también por períodos de inactividad entre dos
empleos. Los jóvenes empiezan muy a menudo así su carrera profesional, pero
pueden también instalarse sin necesariamente desembocar en un empleo duradero.
Se puede envejecer en la precariedad pasando de un empleo transitorio a otro
fragmentado, eventualmente, por periodos de inactividad. Se constituye así, lo que
se podría llamar un precariado, una especie de condición de precariedad
permanente que se desarrolla debajo del salariado clásico caracterizado por el
estatuto del empleo. No concierne sólo a los jóvenes, pero los jóvenes ocupan el
lugar más importante. Lo que conviene señalar, para alimentar la comparación con la
situación argentina, es que la precariedad que se desarrolla en Francia y en Europa
Occidental es una precariedad después de las protecciones. Hace 40 años, un joven
que salía del sistema escolar o universitario se hubiera integrado fácilmente al
mercado laboral en una situación de casi pleno empleo y se hubiera beneficiado de
las prerrogativas completas del estatuto del empleo. Hubiera sido así un miembro de
Los “primo-arrivants” designan a los “primeros-en-llegar”, los “recién-llegados”, es decir, los
debutantes en el mercado de trabajo.
3
En Francia se llaman “contratos subsidiados” a los contratos de trabajo que se benefician de la
ayuda del Estado para poder mantenerse.
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pleno derecho de la sociedad salarial. Así se llamó a la formación social que se
impuso en Europa occidental en los años que han seguido la Segunda Guerra
Mundial y que estaba estructurada alrededor del estatuto del empleo. Una condición
salarial sólida aseguraba la independencia económica y social de los trabajadores y
sus familias. Este es el modelo de seguridad social generalizada, construido a partir
del trabajo, el que se ha deteriorado a partir de los años setenta. El desempleo de
masas y el desarrollo de la precariedad han mermado el stock de empleos estables
que formaba el armazón de la sociedad salarial. Es por esta razón que hablo, a
propósito de Europa, de precariedad después de las protecciones.
¿Cuál es la posición de la Argentina con respecto a esta dinámica que se ha puesto
en marcha en los años setenta con lo que llamamos la mundialización o
globalización? Se podría decir, sin duda, que con el desarrollo del derecho del
trabajo y de las protecciones sociales instauradas bajo el peronismo, la Argentina
había entrado ampliamente en el proceso de constitución de la sociedad salarial y
que los sectores de trabajo informal iban camino a desaparecer. Pero la ofensiva
neoliberal que se impone con el Consenso de Washington y el gobierno de Menem
va a contracorriente de esta dinámica. Interrumpe el proceso de promoción del
salariado estable y crea desempleo y precariedad. Por eso, como lo señala el
Informe bajo análisis, al inicio de la crisis de los años 2001-2002 las tasas de
desempleo se habían deteriorado hasta alcanzar alrededor del 23% de la población
activa, mientras entre las personas ocupadas, el 57% se encuadraba en categorías
de “empleo pobre o de mala calidad”, distribuidas entre “actividades de subsistencia,
precarias o de baja calificación”. Para los jóvenes de 15 a 24 años, el Informe señala
también que en el IV Trimestre de 2011 la proporción de los desempleados
alcanzaba el 18.7% y que el “empleo informal” todavía alcanzaba al 57.3% de la
población de jóvenes que ocupan un empleo. Por lo tanto, existe un significativo
déficit con respecto a los empleos “formales” correspondiendo a los criterios de la
sociedad salarial. Me parece que la “informalidad” presente en Argentina remite a
dos categorías distintas, aunque sean difíciles de estimar con precisión. La primera
es una informalidad antes de las protecciones y concierne a las actividades que
escapaban y todavía escapan, a las normas de empleo constituidas alrededor del
estatuto del empleo asalariado. Pero hay ahora, como en Europa occidental, una
informalidad después de las protecciones reuniendo las formas de trabajo precario
producidas por la degradación del estatuto del empleo.
Me parece que hay que tomar en cuenta esa distinción para precisar la diferencia de
la problemática del trabajo entre la Argentina y otros países de América Latina, por
un lado y Europa occidental, por el otro. No es fácil medirla a nivel de los datos
estadísticos, pero tiene incidencias importantes sobre la manera con la cual se vive
la precariedad. En efecto, no es lo mismo haber estado socializado en el marco de
una economía informal o encontrarse en una situación de fracaso profesional porque
se está desempleado o se tiene un empleo precario cuando se aspiraba a un empleo
de calidad y protegido.
II
El Informe “Vulnerabilidad, precariedad y desafiliación en el conurbano bonaerense”
permite, entre otras cosas, profundizar ese tipo de cuestionamiento. Es muy valioso,
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porque no se conforma con recolectar un conjunto de datos cuantitativos sobre la
situación de los jóvenes en su relación con el trabajo. Permite también caracterizar
tipos de relaciones laborales que hagan entender las funciones diferentes que toman
para esos jóvenes sus relaciones con el trabajo. En particular, las referencias que
están hechas en este Informe sobre las nociones de vulnerabilidad, precariedad y
desafiliación, ejemplifican diferentes maneras a través de las cuales, para esos
jóvenes, el trabajo informal fracasa en asegurar las funciones de socialización que
se le atribuyen generalmente. Yo mismo había propuesto esos conceptos para
ayudar a comprender la complejidad de estas relaciones entre trabajo e integración
social y los análisis del este Informe profundizan esta perspectiva.
Que haya una relación fuerte entre el trabajo y la integración a la sociedad es casi
evidente. El lugar que ocupa un individuo en el conjunto social depende, en primera
instancia, del lugar que ocupa en la división del trabajo. En ese sentido se puede
decir con Yves Barel que “el trabajo es el gran integrador”. Eso no significa
evidentemente que el trabajo sea el único factor de integración: la familia, las
relaciones de vecindad, las pertenencias comunitarias, el nivel de instrucción, la
participación en actividades asociativas o culturales, etc., constituyen también
vínculos fuertes de pertenencia social. Pero son generalmente articulados entre ellos
tomando como base la relación con el trabajo. La prueba es que, cuando esta
relación con el trabajo falta o se degrada, es también la relación con el entorno
social en su conjunto la que corre peligro de degradarse. Así, las investigaciones
sociológicas sobre el desempleo evidencian que lo que el desempleado pierde al
perder su trabajo no es solamente su salario, sino la organización de la vida que
está a menudo quebrada cuando esta situación se prolonga. Asimismo los jóvenes
que no logran acceder a un empleo no solamente están desprovistos de recursos,
tampoco logran hacerse un lugar, por lo menos un lugar reconocido y estable, en la
sociedad. De manera más general hay una multitud de situaciones sociales en las
cuales los individuos se encuentran fragilizados y, en última instancia, invalidados
porque las carencias que sufren en el orden laboral repercuten en problemas que
afectan profundamente su identidad personal.
Es en esta perspectiva que había propuesto identificar una zona de vulnerabilidad de
la vida social. A lo largo de la historia, la vulnerabilidad ha marcado profundamente
la condición del conjunto de los trabajadores. Ser vulnerable es estar a merced del
menor riesgo de la vida social como un accidente, una enfermedad, una interrupción
de trabajo, una pérdida de su poder adquisitivo o de su vivienda, un brusco
encarecimiento del costo de la vida, etc., que rompen el curso de la existencia
cotidiana y pueden empujar a la desgracia, incluso a la decadencia, porque no se
dispone de reservas para enfrentar esas situaciones. Ser vulnerable es estar
condenado a vivir el día a día, como se decía en otro tiempo, bajo la dependencia de
la necesidad inmediata. Se ve que esta experiencia de la vulnerabilidad está
estrechamente conectada a un cierto tipo de relación con el trabajo. Para todos
aquellos que no tienen otros recursos que los que sacan de su trabajo – es decir
para la gran mayoría de las categorías populares – las formas de trabajo precario
aseguran apenas la supervivencia. Hay entonces una relación profunda entre la
precariedad del trabajo, la vulnerabilidad de las condiciones de existencia y la
existencia de trabajadores pobres. Es como vivir al filo de la navaja sin poder
controlar cómo será mañana.
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Esta vulnerabilidad producida por “la precariedad antes de las protecciones” que he
anteriormente recordado había sido a lo largo de la historia una característica
constante de la condición popular que vinculó durante mucho tiempo trabajo y
pobreza. Ser un trabajador era generalmente tener lo justo para asegurar su
subsistencia y la de su familia en el día a día, a riesgo de encontrarse desprovisto
frente a los imprevistos y las incertidumbres del futuro. Pero esta vulnerabilidad, y la
inseguridad permanente que le está asociada, ha sido ampliamente superada en
Europa occidental, gracias a las protecciones relacionadas al trabajo en la sociedad
salarial. Reapareció con la degradación de esas protecciones. Con respecto a la
Argentina, este nuevo tipo de vulnerabilidad ha sido también desarrollado con la
degradación del salariado. Pero se conjuga ahora con la antigua vulnerabilidad de
las categorías populares, cuando el trabajo informal apenas aseguraba, en el día a
día, la supervivencia de los pobres. La zona de vulnerabilidad es por lo tanto una
zona movediza, que puede contraerse o dilatarse dependiendo si los recursos que
provienen del trabajo disminuyen o aumentan. Se puede salir de la vulnerabilidad
hacia arriba al acceder a la zona de integración tomando como base situaciones
estables de trabajo. Se puede también salir de ella hacia abajo al desconectarse casi
completamente de las relaciones de trabajo y sociabilidad.
Esta última zona de desafiliación corresponde al resultado de trayectorias de
desocialización. Se trata de situaciones-límite que caracterizamos en general como
situaciones de exclusión. Hablar de exclusión y de excluidos me parece, sin
embargo, en la mayoría de los casos impropio porque se supone que habría
individuos fuera de la sociedad, en una especie de “hors-social”5. Pero nadie
propiamente dicho está fuera de la sociedad, ni siquiera el sin domicilio fijo (SDF)
que mendiga en la calle. Es alguien que ha tenido una familia, aunque la haya
perdido o haya terminado con ella, ha trabajado probablemente, aunque fuese en
formas muy precarias antes de volverse inactivo, ocupó una vivienda y tuvo vecinos
antes de terminar en la calle, etc. Importa reconstituir esos itinerarios marcados por
rupturas con respecto al eje del trabajo y al eje de la sociabilidad y que pueden llevar
al aislamiento. Sin embargo, nunca hay un vacío social, sino más bien conjuntos de
trayectorias más o menos problemáticas de las cuales algunas hoy van de la
integración a la desafiliación. Hay posiciones estables o que lo parecen, que
asocian la consistencia de las relaciones de trabajo y la solidez de las relaciones de
sociabilidad. Pero se observa también una desestabilización de los estables que se
vuelven vulnerables porque su trabajo precario fragiliza también sus relaciones con
su entorno. Y en última instancia, están los que se encuentran completamente
desconectados, marcados por la pérdida del trabajo y el aislamiento social. Si uno es
optimista, se puede pensar también, aunque fuera menos evidente, que existe
también la posibilidad de trayectorias inversas partiendo de situaciones de privación
a situaciones de integración al volver a encontrar las condiciones de una vida social
estabilizada.
Lo que digo es muy esquemático. Es el enunciado de un plan que queda como
demasiado abstracto de una postura y de nociones que hay que considerar en una
perspectiva dinámica sobre los problemas que plantea la transformación de las
relaciones laborales que vemos hoy.
El “hors-social” o “social extremo” remite a lo que sería una zona de desafiliación extrema, total, en
la cual los individuos no tienen ningún tipo de vínculos con la sociedad.
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Para ir más de allá de las generalidades, hay que leer el “Informe”. Se apoya en las
nociones de vulnerabilidad, precariedad y desafiliación, pero no se conforma con
retomarlas en su titulo. Ilustra su alcance al ayudar a elaborar estos vínculos,
siempre tan difíciles de establecer, entre lo que ocurre en el orden de las
transformaciones del trabajo y la manera con la cual los actores sociales las
experimentan y las interpretan hasta estar ellos mismos transformados por esos
cambios. Desde ese punto de vista la riqueza de los testimonios recogidos y la
manera con la cual están ordenados representa una valiosa contribución a la
comprensión de las dificultades que viven esos jóvenes enfrentados al desafío de
encontrar un lugar en un mercado laboral cada vez más competitivo. Por eso, este
Informe lleva también a interrogarse sobre las medidas que habría que implementar
para ayudar a estos jóvenes a aceptar este reto.
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