grave defecto de discreción de juicio. incapacidad de asumir

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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
VII. C. Panizo.
Nulidad de matrimonio (grave defecto
de discreción de juicio. incapacidad de asumir—cumplir
esenciales obligaciones conyugales. exclusión de la fidelidad). Sentencia de 1 de junio de 2003 del Tribunal de la
Rota de Nunciatura Apostólica de España
Siendo S. Pontífice de la Iglesia Católica S. Santidad del
Papa Juan Pablo II y Nuncio Apostólico en España el Excmo. Y
Rvdmo. Mons. D. Manuel Monteiro de Castro;
En la Sala de Audiencias del Tribunal de la Rota de la
Nunciatura en España, reunido el Turno judicial designado para
conocer y resolver esta causa y formado por los Rvdmos. Mons.
Santiago Panizo Orallo como Juez—Ponente; y los Mons. Feliciano Gil de las Heras –decano del Tribunal— y Mariano García
López, como Conjueces;
En la CAUSA DE NULIDAD DE MATRIMONIO, instada
ante el Tribunal Eclesiástico de... por Don XXX como parte actora, legítimamente representado por... y asistido de...; siendo
parte conventa la esposa del mismo Doña XXX, legítimamente
representada en esta instancia por..., asistida de...:
Tramitándose la causa en la actual instancia por: GRAVE
DEFECTO DE DISCRECIÓN DE JUICIO Y/O INCAPACIDAD
DE ASUMIR—CUMPLIR ESENCIALES OBLIGACIONES CONYUGALES POR PARTE DE ALGUNO DE ESTOS ESPOSOS O
DE AMBOS CONJUNTAMENTE; y –para ser tratado como en
primera instancia— por el capítulo de EXCLUSIÓN DE LA
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______________________________________________________ Mª Rosa García Vilardell
FILDELIDAD POR PARTE DEL ESPOSO ACTOR.
Interviniendo en la causa como Defensor del vínculo el de
N. Tribunal Mons. D...;
PRONUNCIARON LA SIGUIENTE SENTENCIA DEFINITIVA EN ESTE SEGUNDO GRADO DE JURISDICCIÓN.
I. LOS HECHOS DE LA CAUSA. 1. Don XXX y Doña XXX
contrajeron entre sí matrimonio canónico en la parroquia de...,
de la ciudad y diócesis de..., el ... de 1962.
Del mismo nacieron dos hijas.
2. El marido interpuso la demanda de nulidad de su matrimonio ante el Tribunal Eclesiástico de... el 27 de febrero de 1997.
En esta demanda se exponen –sustancialmente— estos
datos de hechos:
a) El primer encuentro de los futuros esposos se produjo,
como era normal para un caso como el presente, en... La mujer
contaba trece años y él 25. La mujer estudiaba interna en un
colegio de... Él buscaba la fama para salir de la miseria y prestar acomodo a los suyos en una vida más confortable: “hay –se
dice— un egocentrismo del triunfo profesional, que lo inunda todo
y lo dirige todo en su vida”. Cuando se encuentran los dos por
primera vez, ella era la niña bien, hija de padres notables, rodeada de mimos en casa y con bienestar material en el colegio ...; el
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
actor, por su parte, era ya entonces un profesional consagrado
y con buen futuro a la vista. En el “ambiente fácil para emotividades” del lugar en donde se produce el primer encuentro, “él
encandila a la niña” de trece años: nacen en ella entusiasmo
y enamoramiento románticos “sobre la base inmadura de unos
sentimientos casi infantiles” en su práctica impubertad psíquica. En dicho lugar, ya ella le hace prometer a él que le mandará
cartas al colegio; pero “... él se olvida del encuentro con la niña
que tenía once años menos que él”. Las anunciadas cartas nunca
llegaron a ese destino prometido.
b) Al año siguiente, el encuentro se reproduce –y también
en... para que “continuaran los espejismos”. La mujer, ya entonces en otro colegio de..., se prepara [...]. Se besan los dos por primera vez y ya llegan cartas y llamadas de él, aunque el noviazgo
formal no se haya instaurado todavía.
c) La demanda –en este punto— anticipa ciertas claves de
los fondos últimos de asiento de la “pretendida” por el actor nulidad del matrimonio de ambos y por los cuales el mismo habría
resultado imposible: se habría tratado de “dos personalidades”
caracterizadas por un cerramiento en sí mismas, ancladas sus
vidas en él y sin “referencia” de ninguno de los dos a la “otra
parte” “como persona en sí y por sí autónoma”: cada parte –se
indica— marcha aferrada a su propio “yo” con presencia de barreras y cierres de comunicación “dual” al “tú” del otro y, sin
olvidarse del dinamismo de un “super—yo” fuerte y marcado en
cada parte, en los dos casos, con presencia de un “convencionalismo social del éxito de masas”: se anota que estas realidades
del “hacerse” de ambos presidirían la suerte futura, negativa, de
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______________________________________________________ Mª Rosa García Vilardell
este matrimonio.
d) Las vidas de los dos siguen cruzándose, pero con dinamismos hechos de intencionalidades contrapuestas: la muchacha, programada por sus padres para el éxito [...] nota el
primer choque en sus relaciones con él: es ya un profesional
consagrado y trata de actuar como tal: ella no puede ni debe
seguir con su carrera porque en su cielo ha de seguir adelante
con él, “tiene que renunciar a esa programación que le han dado
en su casa”. Se anota en la demanda que este problema de raíz
se convierte insensiblemente en problema de “choque” y siembra
y hace germinar en la mujer la simiente de un rechazo de él “en
cuanto dominador de sus destinos”. A pesar de todo, se precipitan los acontecimientos: ella dice a sus padres que no quiere
aprovechar la oportunidad profesional que le había sido brindado, porque desea casarse con él y él se lo prohíbe. En su casa de
ella, se refuerzan y multiplican los controles para que ambos no
sigan viéndose. Y entra en liza la emulación de quién o quienes
pueden más: si la hija empeñada en seguir con él o los padres
empecinados en impedirlo; se añaden amenazas de ella de irse
de casa; se producen consultas sobre ello a instancias eclesiales. Al final, se va a llegar a la boda sin casi noviazgo y sin conocerse mutuamente, pero ella ha ganado esa “guerra doméstica”
frente a sus padres y logrado su ambición de ser la esposa de
él: se juntan estos dos mundos, el de él profesional con sus 28
años entonces, con sus caprichos y ambiciones cumplidos desde
que tiene fama y dinero, y el de la adolescente de 17 años hecha
a la medida y sombra de sus padres que la habían programado.
Y la anotación—comentario que se hace en la demanda es: él se
ha impuesto, pero sólo de momento, porque “las imposiciones en
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
relaciones que deben ser de amor son malas, porque demuestran
que no hay verdadero amor, sino el narcisismo de quien puede
imponerse”.
e) El matrimonio celebrado entre los dos –se comenta en
la demanda— lleva en su fondo incubada la dialéctica de la “acción—reacción”: un real y efectivo narcisismo egocentrista en
la personalidad del esposo (ha pasado de la “nada” del frío, del
hambre y las carencias al “todo”) que le lleva a conducir sus relaciones con la mujer en una ostensible “hipervaloración del yo”;
y la reacción de ella, del mismo signo, que se va concibiendo en
“cinco años, en que a regañadientes tolera el `super—yo´ del marido hasta “responderle con un mismo signo de recuperación de
su propia hipervaloración y de su propio narcisismo”. De hecho,
ya casados y en plena luna de miel, tras días en... y en estancia
en... donde se han trasladado los esposos por exigencias de la
profesión del actor, estalla ya la “primera tormenta intraconyugal”: todo porque ya se han puesto a caminar el narcisismo y la
inmadurez afectiva, el engreimiento de él que se siente con derecho a disfrutar la vida con sus compañeros y la frustración de
la mujer que empieza a ver la profesión de su marido como algo
“sórdido” para ella. Una silla estampada en el suelo por la mujer
en un momento dado y el mal augurio de una amiga de ella que
le espeta un “no te veo casada por mucho tiempo”.
f) Se instala el matrimonio en...; en 1964 nace la primera
hija y vienen ya depresiones “post partum” de la mujer, cada
vez con una mayor sensación de soledad frente al mundo de él:
juergas y ausencia de relación esposo—esposa.
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g) La antes aludida “reacción” de la mujer se está incubando y estalla con ocasión del nacimiento de la segunda hija: él
está en “su vida” y ella ha de acudir sola a la clínica: él va a ver
a su hija por la tarde para volverse con sus amigos a celebrarlo.
Tres meses más tarde, en octubre del 67, con ocasión del bautizo de la niña, él monta una gran fiesta para 800 invitados en
un hotel...; él se divierte con sus amigos sin echar cuenta de su
esposa, la cual –ese día— hace a su madre esta confesión: “Ésto
se ha terminado; no me voy de casa para no perder mis derechos
y mis hijas, pero yo empiezo a contar ya”: ese día, ella regresa a
casa sola y con las dos hijas, mientras él solo hace acto de presencia a los dos días.
h) Ella le paga con la misma moneda de él: busca su propio lugar al margen del de su marido [...]. El comentario de la
demanda es: entran con ello en esencia “el narcisismo y la hipervaloración para lo que fue programada antes de que él entrara en
su vida”: en aquel verano de 1970, el “intento” de su matrimonio
“está desmoronado”: lo está –se dice— porque había sido construido sobre dos inmadureces afectivas”, sobre la “arena” de dos
“yo” replegados del todo hacia sí mismos. Cada uno de los dos en
su propio mundo; son “dos narcisismos satisfechos” que giran
en órbitas diferentes; cuatro años más en “vidas paralelas” y sin
relaciones ni afectivas ni de intimidad, con la separación apuntándoles inexorablemente, hasta que en el año 1979 se producen, primero, la sentencia de separación legal y, más tarde, el
divorcio.
i) Al final, la demanda se extiende en un comentario a ese
lema del derecho de la Iglesia: “la salvación de las almas, supre-
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
ma ley”, con alegatos de poesía dramática a favor de la obtención
de la nulidad del matrimonio enhebrados al filo del temblor de
su espíritu por el deseo de ponerse en paz con su propia conciencia. Y los alegatos llegan hasta ver ese mismo deseo de paz
de la conciencia en las apetencias de la mujer demandada.
3. ESTA DEMANDA fue admitida por el Tribunal Eclesiástico de ... el 4 de marzo de 1997.
Legítimamente citada la esposa, la misma contestó a la
demanda el 18 de marzo de dicho año 1997, mostrando decidida oposición a la misma y ofreciendo en su escrito toda una
serie de precisiones y matizaciones respecto del contenido de la
demanda.
FUE FIJADO EL OBJETO LITIGIOSO (Dubio en la técnica
procesal canónica) el 7 de abril de 1997 por: GRAVE DEFECTO
DE DISCRECIÓN DE JUICIO E INCAPACIDAD PARA ASUMIR
LAS ESENCIALES OBLIGACIONES CONYUGALES POR PARTE DE ALGUNO DE LOS DOS ESPOSOS.
Tramitada la causa de acuerdo con el Derecho, el Tribunal
de la primera instancia dictó sentencia el 14 de enero de 1998
denegando, al pleno, la declaración de la nulidad pedida por el
actor; siendo apelada esa sentencia por el mismo el 4 de febrero
de 1998. Los autos fueron pasados a Nuestro Tribunal para los
efectos procesales pertinentes.
4. ANTE NUESTRO TRIBUNAL, fue primero proseguida la
apelación el 6 de marzo de 1998 (con indicaciones varias de apo-
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______________________________________________________ Mª Rosa García Vilardell
yo a fundamentos del recurso).
Designado el Turno judicial correspondiente, se tuvo la
primera sesión el 20 de abril de 1998 y se fijó, el 20 de mayo
siguiente, el nuevo Dubio para la segunda instancia por los mismos capítulos desestimados en la anterior sentencia: el de grave
defecto de discreción del juicio y el de incapacidad para asumir
las esenciales obligaciones conyugales por parte de alguno de
los esposos.
Se propusieron en esta segunda instancia nuevas pruebas y –practicadas las mismas en la forma determinada por el
Tribunal— se procedió a la publicación de actas y pruebas el 28
de junio de 1999; concluyéndose la causa el 11 de octubre del
mismo año.
Formuladas Alegaciones por ambas partes con réplica
igualmente mutua a las mismas, la Defensa del vínculo ofreció
sus Observaciones el 5 de noviembre de 1999, siendo las mismas a su vez replicadas por las partes; los autos fueron pasados
a los Rvdmos. Sres. Jueces para voto y sentencia el 17 de enero
de 2000.
5. Estando ya del todo tramitada la causa en segunda instancia, como se anota, con nuevas pruebas practicadas en ella
y remitidos los autos a los Rvdmos. Jueces para sentencia (17
de enero de 2000), a instancia de la parte actora y por medio de
escrito de 2 de febrero de 2000, fue presentada y posteriormente
admitida por el Tribunal (decreto de fecha 24 de febrero de 2000)
ampliación del Dubio al capítulo de EXCLUSIÓN DE LA FIDELI-
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
DAD por parte del esposo actor.
Realizados los pertinentes trámites procesales del caso,
con nueva proposición y práctica de pruebas incluidas, el 23 de
abril de 2002 los autos fueron de nuevo pasados a los Rvdmos.
Jueces para estudio, voto y sentencia. Por jubilación del Ponente de esta causa el 11 de enero de 2003, fue nombrado nuevo
Ponente –el 21 de marzo de 2003— el actual, que era Juez de
Turno en la misma causa.
II. FUNDAMENTOS JURÍDICOS. 6. Son de aplicación a
este supuesto las siguientes normas canónicas:
— por una parte, el canon 1.095, en sus dos párrafos segundo y tercero: es decir, la figura de la “incapacidad psíquica”
en su calidad de óbice radical a la validez tanto del consentimiento como del matrimonio, en planos subjetivos (de un grave
defecto de discernimiento) y objetivos (de real y efectiva imposibilidad para asumir—cumplir esenciales obligaciones conyugales);
— por otra, el canon 1101, párrafo dos, del vigente Código
de Derecho Canónico, juntamente con el canon 1056, en que se
proclama la unidad –con su derivación natural, la fidelidad—
como propiedad esencial del matrimonio.
— y en tercer lugar, ha de plantearse (puesto que la esposa
demandada formuló en su momento queja frente a la decisión de
ampliar el objeto del litigio estando ya los autos y la causa para
sentencia) la cuestión procesal de la ampliación del objeto litigioso en el curso del procedimiento, con las circunstancias en que
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ello puede tener lugar y aplicación de la correspondiente doctrina al caso presente (cánones, especialmente, 1683 y 1514).
PRIMERO. La “incapacidad psicológica” para el consentimiento conyugal y el matrimonio.
1) “Incapacidad psíquica” para consentir conyugalmente. Obrar humano y carencias o limitaciones en el mismo.
Todo el derecho, e igualmente la total actividad jurídica, se
halla constituido en función de la persona humana, como ya intuyera el Jurisconsulto romano HERMOGENIANO al referirse al
“estado de la persona” en su calidad de la primera y la más natural premisa de un orden jurídico bien reglado (Digesto, 1.5).
La llamada a ser persona con el reto de llegar a serlo y esa
pregunta –siempre a flor de labios en el orden de los valores— de
qué cosa es el hombre (para poder encontrarse consigo mismo
en su interior y en la relación con “otros”) impregnan –por elementales prioridades de lógica— todas las raíces, los fundamentos y las proyecciones de la juricidad, cualesquiera que sean los
intereses humanos en juego: qué es el hombre, qué puede o debe
hacer con su vida, a qué aspira, qué caminos ha de recorrer
para llegar a ser lo que debe ser y con qué posibilidades, etc. en
todos sus planos vitales: de lo físico—material, de lo biológico—
psicológico, de lo moral y ético, de lo cultural o en lo social, de lo
espiritual inclusive...son cuestiones de siempre sin respuestas a
gusto de todos nunca.
Todos estos sustratos (antropológicos) han de ser, por lo
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
antes señalado, premisa ineludible ante cualesquiera construcciones jurídicas sobre el ser o el existir de los hombres, sobre sus
opciones fundamentales de vida o sobre las diferentes formas o
modalidades de su convivencia interhumana, que es la que verdaderamente puede plasmarse en estructuras de juridicidad.
El viejo axioma de “hominum causa omne ius constitutum
est” del Digesto (D. 1. 5. 2), impone referencias personalistas,
más o menos directas e inmediatas, en todos los institutos jurídicos; y cauces necesarios de conexiones estrechas entre juridicidad y antropología. Este principio general de interacción
necesaria de ambas categorías de ciencias del hombre vendrá en
cada caso y circunstancia plasmado en forma de concretas condiciones de calidad, de proporción, de referencias y precisiones
normativas a unas, en cada momento y supuesto, determinadas
concepciones del hombre y de la vida, de formas de cultura y,
en el pensamiento cristiano, de ineludibles exigencias de respeto
a las marcas impresas por Dios y la naturaleza en la condición
humana y a las que no debiera sustraerse ninguna ordenación
jurídica que se precie de humanista en el sentido más entero de
la palabra.
Para que el “homo iuridicus” (sujeto de derechos y obligaciones por su calidad de persona) pueda rubricar su propia vida
o actividad humano—jurídica con títulos de verdadera autenticidad, necesita “estar al corriente” en el uso y el ejercicio de su
condición específica de hombre, la que realmente cuenta para
que el ser humano pueda con verdad titularse “dueño y señor de
sí mismo y de sus actos”. Ello se produce siempre y en cuanto
el hombre, al obrar, actúa sus “potencialidades” “per rationem et
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voluntatem”, procediendo el acto de las raíces interiores de uno
mismo: “a voluntate cum cognitione finis” (en condensadas frases
felices de SANTO TOMÁS (cfr. por ejemplo summa theologica,
I.II, q. 1, art. 1; I—II, q. 6, art. 1): es sencillamente la racionalidad presidiendo y liderando la existencia humana en los distintos ámbitos de su proyección y desarrollo vitales.
Las carencias, limitaciones o insuficiencias radicales en
cuanto al uso y ejercicio –el proporcionado siempre al valor de
los actos— de las potencias del espíritu, al incluirse en ellas verdaderas “claudicaciones” o “rupturas” en la normalidad de ser
hombre, pueden representar –por imperativos de naturaleza—
verdaderas “caídas” de la operatividad humana, con una más
que posible secuela de tipo jurídico: la de una “ineptitud de la
persona” en ese campo del acto que se haya de poner.
A esta condición carencial de la persona en su vida de
relación social (que es –como decimos— la que se cultiva con el
orden jurídico) se le denomina “incapacidad” siendo su contrario
–la “capacidad”— el estado natural y corriente de “idoneidad” o
“aptitud” para adquirir, tener–retener o ejercitar derechos con
las consiguientes y correspondientes obligaciones anexas.
Desde Roma y sus normas de derecho, estas cuestiones de
“capacidad—incapacidad” entrañan –como hemos apuntado ya
con frase de SANTO TOMÁS— alusiones directas e ineludibles a
la necesidad de inteligencia y voluntad para que los actos de las
personas tengan sentido humano y efectividad jurídica: las dos
cosas enlazadas y precisas para la vigencia efectiva de una vida
de relación social normal y con valor.
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
La “aptitud radical” de la persona para participar en la
vida jurídica en cualquiera de sus escenarios –lo conyugal en su
conjunto es uno de ellas (y trascendente además en grado máximo)— es tomada por los ordenamientos como infraestructura de
apoyo primario del despliegue o ejecutoria de todas las “potencialidades” de la persona. Forma parte, sin duda, de las mismas
raíces del desarrollo humano.
El reto inviolable de ser persona tiene una de sus metas
o apuestas en poder conjugar las energías psíquicas necesarias
para la inserción efectiva del sujeto dentro de un orden de valores, en nuestro caso los conyugales, con la vocación conyugal y
las posibilidades conyugales de ese mismo sujeto.
Concretamente, una “incapacidad” para el consentimiento
y el matrimonio –de raíz psíquica particularmente en la fórmula
legal hoy vigente en las leyes matrimoniales canónicas—, con sus
distintas formas y ámbitos, es recogida –o mejor reconocida simplemente por tratarse de ordenaciones legales de base natural—
en esos tres párrafos del canon 1.095, que dicen literalmente:
“Son incapaces de contraer matrimonio:
—quienes carecen suficiente uso de razón;
—quienes tiene un grave defecto de discreción del juicio
acerca de los derechos y deberes esenciales del matrimonio, que
mutuamente se han de dar y aceptar;
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—quienes no pueden asumir las obligaciones esenciales del matrimonio por causas de naturaleza psíquica”.
Es ésta una norma eclesial asentada en las vetas más profundas, y por ello más humanas, por las que discurren las aguas
más puras o auténticas de lo realmente específico de los seres
humanos: las de las posibilidades de cubrir con acierto el encargo humano—divino de ser y llegar a ser cada hombre lo que
“debe ser” en el proyecto innato de una vocación.
Por eso, la “incapacidad psíquica” para el consentimiento
y el matrimonio es el cliché negativo del “ius connubii”; una especie de veto que los caprichos de la naturaleza levantan a veces
en los caminos del “homo coniugalis”.
2) Algunas cuestiones de la “gama jurídica” de una nulidad conyugal por “incapacidad psíquica” de un contrayente.
TRATANDO más en concreto CUESTIONES EN MATERIA
DE “INCAPACIDAD PSÍQUICA CONYUGAL” –y a la luz del mérito
de la presente causa—,
ESTE TRIBUNAL SE PERMITE ALGUNAS ANOTACIONES
dentro de la gama jurídica del asunto o materia de la “incapacidad psicológica” para consentir:
a. Típicamente, cuando se habla de capacidad—incapacidad “psíquica” para contraer matrimonio, las referencias más
directas se cifran peculiarmente en el cuadro de las aptitudes
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
–o no— para el consentimiento: ello ha de ser así por la estrechísima relación que ha de mediar –estructural y existencialmente— entre el matrimonio—realidad consumada e íntima de
existencia de las personas humanas sexológicamente categorizadas y el consentimiento—realidad gestante de lo anterior al
ser activadora de las –prácticamente casi totales— posibilidades
de ese “consumarse” de dos vidas separadas en la otra realidad
de un “consorcio integrado” –estructural y funcionalmente— de
vida común.
Una incapacidad conyugal, por tanto, cualquiera que sea
o como quiera que se titule, por la naturaleza misma de las cosas, “per habitudinem ad consensum coniugalem dimettiri debet”
(como señala la sentencia c. Serrano, de fecha 7 de junio de
1996 SRRD., vol. LXXXVIII, 1996, pags. 446—448), es lo que
se deduce del texto mismo del canon 1.095, sistemáticamente
ubicado en la materia del consentimiento matrimonial y establecido por primera vez en los ordenamientos eclesiales con esta
única razón de ser: la de mostrar las vías o planos en que la
persona, por buena voluntad que tenga no podría “perficere consensum” para un verdadero y válido matrimonio, no tanto en la
teoría de unas construcciones metafísicas de lo conyugal, como
en esa otra perspectiva más real y práctica de calibrar el tono
y la sustancia de las incapacidades al trasluz de las efectivas
posibilidades de la persona contrayente ante el compromiso y
la responsabilidad de unas obligaciones—oficios conyugales. Al
respecto, es significativo del sentido y alcances de la norma de
los dos párrafos 2º y 3º del canon 1095 el que se patentice correspondencia entre la respectiva figura de “incapacidad” y los
“essentialia matrimonii iura et oficia”.
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Con ello, se produce un adelanto al posibilitarse claves de
medida de una capacidad—incapacidad consensual: no sólo la
incapacidad ha de alienarse primariamente al paso del consentimiento, sino que ese paso y correspondencia reciben su peso y
su medida –en valoraciones procesales del juez— de su “respectus” a la “habitudo” del contrayente (y mejor de cada contrayente) ante el cuadro variado y complejo de las obligaciones y oficios
conyugales más típicos del matrimonio y mejor calificadores de
sus esencias (vínculo, propiedades esenciales, tendencias naturales, principio del consentimiento principalmente).
b. La elementalidad de la cláusula de la “carencia del uso
de la razón” (nro. 1 del canon 1095) (sin normas anteriores explícitas de ninguna clase, se tuvo siempre por “incapaces para
contraer” a los “amentes—dementes”) adquiere ya unas mayores
precisiones normativas en los “supuestos” de los párrafos 2º y
3º del canon: la necesidad de un determinado “discernimiento”
presenta un mayor nivel de exigencia intencional que la mera
carencia de la razón; y la disponibilidad vigorosa de la persona
para “hacerse cargo”, asumiendo y cumpliendo, pudiendo responsabilizarse –en una palabra— como persona conyugal, del
cuadro completo –una sola que faltara se quebraría fatalmente
la capacidad— de las “esenciales obligaciones conyugales”.
c. También trascendente nota de las diferencias y correlaciones entre esos tres planos de la incapacidad conyugal presentados en esa misma sentencia c. Serrano es la que viene mostrada por estas palabras de la sentencia:
“Animadversio... quod ratio stricte habeatur de actu quo
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
matrimonium conficitur praesertim valet cum quaestio venit de
iisdem nn. 1—2 citatae legis. Nam assumptio iurium et officiorum in protacto tempore ponenda est et simili modo haec eadem
iura et official essentialia matrimonio per tractum successivum
sunt et intelliguntur; non ita usus rationis vel gravis defectus
discretionis iudicii. Quorum vis et ambitus, quae matrimonium
irritare valeant, tota quanta in ipsomet consentiendi actu spectantur. Et sicut qui habitualiter capax, non tamen sibi compos
– ex ebrietate, v.gr. vel ex transeúnte mentis obnubilatione ope
pharmaci – in emittendo consensum, iure meritoque semper habitus est et habebitur ad matrimonium inhabilis, ita ni fallor
qui usu sufficientis discretionis iudicii déficit in consentiendo,
quidquid est de habituali ipsius psychica constitutione, impar
ad nubendum censendus est (cf. J. M. Serrano Ruiz, La consideración existencial del matrimonio en las causas canónicas de
nulidad por incapacidad psíquica, in Angelicum, 68(1991), pp.
33—63 et 173—230; cf. Etiam UNAM coram infrascripto Ponente diei 29 octobris 1987, SDR., vol. LXXIX, pp. 573—589).
Necessaria haec et semper cogens attentio ad actum desumitur etiam ex verbis quibus Concilium Vaticanum II describit
ortum foederis coniugalis, sua sibi proprissima natura peculiariter exsurgentis ex “irrevocabili consensu personali... actu humano quo cónyuges sese mutuo tradunt et accipiunt” (Const. Past.
Gaudium et spes, n. 48); sicut et can. 1057 asserit consensum
seu actum voluntatis esse causam efficientem et necessariam
matrimonii.
Quibus citatis auctoritatibus satis superque innuitur implicita saltem praegnans indoles consensus coniugalis.
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Si autem respectus ad actum adeo premit constitutionem
coniugii, conclusio est quod mayores partes tribuendae sint in
analysi capacitatis ad circumstantias temporis et personarum in
quibus agens nactus est agüere. Quare non modum ex eo quod
iuxta dicta doctorum in arte medicali, non dantur abnormitates
sed abnormes, verum etiam quia persona spectata in agendo –
in casu, in nubendo – non solum in suiipsius psychica indole vel
structura seorsim sumpta aestimanda est, sedulo considerandus venit actus eiusque adiuncta omnia. Et hoc quidem etiam
cum iure asseratur “una vera incapacitó é ipotizzabile solo in
presenza di una seria forma di anomalia che, comunque si voglia
definire, deve intaccare sostanzialmente le capacitó di intendere
e/o di volere” (loannes Paulus II, Allocutio ad Rotae Romanae
Auditores coram admissos, AAS, vol. LXXIX, p. 1457, n. 7): nam
eo praecise quod capacitas sit ad intentionem et/aut volitionem
(scil. Matrimonii) eadem capacitas una cum intentione et volitione determinate perpendi debet. De qua profundiore et implexa
synthesi, sicut de ómnibus eiusdem consectariis, perspicue docemur a magistro Wojtyla in bene noto opere (cf. K. WOJTYLA,
Persona e atto, ed. it., Libreria Editrice Vaticana, 1982”).
Los actos de la persona (“acciones sunt suppositorum”)
exigen ser mirados –para su análisis, crítica, valoraciones e interpretación de sus alcances— a bordo de la persona en su ser
–su “yo” más profundo y biotípico— y en sus “circunstancias”,
esas que han ido eventualmente amoldando el “yo radical” hasta
plasmarlo en la “persona de carne y hueso” que acude a casarse
con todas la carga de su realidad plena y total, pero la suya.
d. Es o parece claro, antropológicamente, que el individuo
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
racional –el hombre— es sujeto único de operaciones vitales humanas.
Al “yo profundo” de cada hombre, biotipo de sustentación
de cuanto en el hombre es realidad de hombre, se superponen
capas que se van formando por la interacción de esos “componentes de base” de cada ser humano con la circunstanciada
heterogeneidad de cada existencia viva.
Quiere con ello decirse, en ese individuo “integrado” que
es cada hombre, los rasgos concretos y diferenciados de personalidad se implantan en un todo que, siendo estructuralmente
inmovible, se transforma y convierte funcionalmente en un centro unitario de operaciones, que se determinan e interconectan
recíprocamente.
Se hace con todo patente que, si entre esos rasgos y productos de la personalidad predominan las “armonías”, el sujeto
titular y soporte se presenta como “armónico”; mientras que,
si en ese conjunto predominaran las disociaciones, inadaptaciones o las perturbaciones, el signo sería el contrario, de una
verdadera disarmonía psíquica, bien se tratara de disarmonías
del fondo estructural o bien de esos actos de comportamiento, a
través de los que el fondo se muestra operativamente a los ojos
de los demás.
Así es puesto de relieve por estas palabras de la antes referida sentencia c. Serrano: “Exinde tamen nemo debet esse qui
dicta scientificam qualificationem “psyche” personae seu definitionem illius quae ipsius sit abnormitas vel anomalia structu-
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ralis magno et etiam máximo valore carere. Quia agitur de probando gravi defectu discretionis iudicii et argumenta desumpta
ex structura psychica, sicut deductiones a causa ad effectum,
indubium et quandoque etiam necessarium pondus acquirunt.
Scitur enim quod “operare sequitur esse”; et haud raro sola abnormitas personalitatis subiecti adeo clare ostenditur a norma
deflectens ut minus necesse sit ad adiuncta mentem convertere,
cum tam sauciata radix non possit nisi fructus infirmos producere. At insimul etiam certum esse potest quod adiuncta aggravent – sicut et minuant – id quod natura ponit. In quacumque
tamen specie adiuncta saltem concurrent at melius exstricandum totum negotium in casu cíngulo iuducis examini subiecto.
Quae praecedunt maxime prae oculis habenda sunt ubicunque
periti non valent constabilire exsistentiam alicuius infirmitatis
ex sese secum ferentis insufficientem discretionem iudicii ad
nubendum. Et nihilominus quomodocumque dignoscunt aliqualem personae psychicam peculiaritatem (psychopathicam vel, uti
aiunt, “borderline”) quae praecise in nubendo devenisset gravis
defectus discretionis iudicii, defectus libertatis internae, inmaturitas... et alia huiusmodi quae possent validitatem alicuius
determinati matrimonii inficere” (sentencia c. Serrano, de 7 de
junio de 1996 SRRD; vol. LXXXVIII, 1.996, pags. 446—448).
Algunas ideas más se pudieran añadir en comentario a
posicionamientos—intuiciones de la sentencia del tribunal de la
primera instancia sobre esta materia que tratamos.
Tan sólo diríamos que las verdaderas incapacidades para
la vida conyugal sólo pueden “fijarse” a partir de la línea divisoria entre la mesura y la desmesura, entre el orden aunque sea
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
relativo y el desorden grave y de fondo, entre lo prescindible para
el valor de los actos (en lo único en que se quedan las pretensiones del derecho) y el ideal de mayores o menores perfecciones
por despliegues de nota en las virtualidades de su dinamismo.
Pretender que la incomodidad, la mera dificultad o el simple fracaso de una convivencia de los esposos pueden llamarse
a verdaderas equivalencias de “incapacidad” entraña grave desconocimiento tanto de lo que es jurídicamente una incapacidad
como de que el matrimonio es reto parcial del reto mayúsculo de
ser persona.
Si en un mundo roto, como defendiera G. MARCEL, es posible ser persona, en un mundo de instituciones en crisis, como
la de los matrimonios hoy, rebajar el listón de las exigencias de
verdad en materia de incapacidad conyugal y pretender nominar
como incapacidad lo que no es otra cosa que necesidad de lucha,
entrega y esfuerzo o sencillamente meros cambios o accidentes
en el destino del amor de la primera hora son modalidades al
uso de ese relativismo individualista que corta a la medida de
cada voluntad lo que no es cosa de la voluntad, sino ley imperturbable de la naturaleza.
Son ideas al filo de las pretensiones de la presente causa.
Son ideas que el Papa Juan Pablo II, en sus Discursos a la
Rota Romana, de los años 1987 y 1988, quiso salvaguardar del
cierzo de las actuales rebajas y saldos en materia de nulidades
conyugales por “incapacidad psíquica”.
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SEGUNDO. El rechazo de la fidelidad conyugal (canon
1101)
1)Exclusión de la fidelidad
I. El vigente Código de Derecho Canónico en el canon 1101,
2, reconoce la invalidez del matrimonio en los casos en que el
contrayente, por medio de un acto positivo y formal de su voluntad, excluye alguna de las propiedades o elementos esenciales
del mismo:
Uno de esos componentes que en el matrimonio han de
asentarse por necesidad para que haya concepto y realidad de
matrimonio es, a tenor del canon 1056, la “fides”, que es: el salvoconducto de la seguridad en la entrega mutua; el compromiso
de amor superando la barrera del tiempo; crédito mutuo que
se intercambian y se juran los esposos cuando se fían uno del
otro; unidad—fidelidad conyugales; esa “fides” que es una de
las caras del amor conyugal haciendo frente a las cortapisas del
tiempo. La ley de la “fides” es una de las leyes sagradas de los
matrimonios.
2. La unidad—exclusividad en el matrimonio, al ser –en la
concepción canónica— propiedad esencial del mismo y, por tanto, cualidad inseparable de la misma sustancia conyugal (citado
canon 1056), implica, sobre todo y primordialmente, un natural
exclusivismo mutuo en los intercambios de los dos esposos de
todo lo conyugable de los mismos y respecto de las exigencias de
comunión íntima cerrada en la relación interpersonal conyugal.
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
A una tal unidad—exclusividad se opondrían radicalmente: decisiones o actitudes de infidelidad, de alma o de cuerpo,
como la de reservarse, a pesar de las vinculaciones matrimoniales, el derecho a mantener trato de intimidad –sexual principalmente— con persona distinta del cónyuge o a contraer matrimonio con otro manteniéndose el anterior vínculo o a compartir la
vida o proyecciones conyugales del ser humano, en la medida
que sea, con otro.
b. La “unidad—fidelidad” conyugal es entendida por la
Iglesia, desde sus orígenes, como uno de los “bienes” más propios y representativos del matrimonio:
así lo señala por ejemplo, SAN AGUSTÍN, en su monografía
De bono coniugii, al decir que “en el cumplimiento exacto de los
deberes que la unión conyugal impone a los esposos, se deben éstos mutua y constante fidelidad... El apóstol San Pablo atribuye a
esta mutua fidelidad una importancia jurídica tan decisiva que la
denomina “potestad” cuando escribe: “porque la mujer maridada
no es dueña de su cuerpo, sino que lo es el esposo. Y así mismo
el marido no es dueño de su cuerpo sino que lo es la mujer” (Del
bien del matrimonio, cap. IV.4, BAC Madrid 1.954, pag. 49).
Y en sus bases de fundamentación, a parte de las fundadas en las naturales esencias de lo conyugal, viene a coincidir
con la “buena ley” que se han de tener las personas especialmente cuando se conyugan en un mutuo empeño, denotando
ese “juego limpio” de lealtad que las promesas serias imponen.
En el matrimonio, la fidelidad significa exclusividad y ex-
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clusión de otros en el “darse conyugal” de los esposos.
c. Estrechamente conectado el “bien de la fidelidad” con el
amor conyugal, se hace incuestionable que la fidelidad es una
secuencia lógica y natural de su consentimiento; es esa flor del
amor que los esposos se ponen en el ojal con el sí de su consentir en ser marido y mujer, por cuanto el sentimiento del amor
en su concepto más elemental incluye tendencias naturales de
posesividad excluyente respecto de la persona que es amada (sin
llegarse a la desmesura de una posesividad de ansiedad, que
sería patología o novela rosa).
No hay duda: una de las esenciales y más limpias características del amor es, sin duda “la exclusividad” en razón al sujeto
amado. Lo enseñan así los mejores pensadores del amor (cfr. G.
MARAÑÓN, Vocación y Ética, en Obras completas, Espasa Calpe, Madrid, 1977, vol. IX, pag. 328).
La Iglesia lo hace igualmente: en la Encíclica “Casti connubi”, por boca del Papa Pío XI (de 31 de diciembre de 1931), declara que, entre los bienes del matrimonio, está el de la “fe conyugal”; es decir, “la fidelidad mutua de los esposos en relación con
su contrato matrimonial, por virtud de la cual todo aquello que
por exigencias de la ley divina mantiene una referencia exclusiva
al “otro conyugal” ni puede al mismo serle sustraído ni concedido a una tercera persona”.
Y así mismo esta exigencia de la “fidelidad” se proclama
por el Conc. Vaticano II, en la Const. “Gaudium et spes”, nro. 48,
como algo propio y derivado esencialmente de la mutua unión
655
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
de los esposos que se hacen el uno al otro donación recíproca de
sus personas.
d. La “fidelidad” no sólo es una consecuencia natural de la
donación personal basada en el amor mutuo, sino que la misma se constituye en verdadera obligación, cuyo contenido se extiende desde “darse la fe” de manera definitiva hasta aceptar el
compromiso de observar esa promesa “de fe”. Esta obligación
forma parte de la sustancia conyugal, de tal forma que si alguno
de los contrayentes impidiera positivamente o se opusiera a que
un tal deber entrara en su consentimiento –o por rechazo de la
fidelidad como obligación conyugal o por denegación del “ius” a
la misma—, el matrimonio carecería de subsistencia como tal
matrimonio.
Tal y como se señala en una sent. C. Stankiewicz, de 26
de marzo de 1990 (SRRD, 82, 1.990, pag. 229), “la fe conyugal
entra a título de justicia en la relación de mutua participación de
los esposos; y por exigencias de justicia los dos se hacen deudores el uno para con el otro en la comunión profunda de vida y de
amor conyugal; y precisamente porque todo ello se convierte no
sólo en obligación sino en obligación de justicia, esta comunión
de amor conyugal se hace una comunión propiamente dual”.
e. En cuanto a la extensión de esta obligación de “fidelidad” mutua, suele decirse que la misma se puede considerar en
dos perspectivas: una externa y otra interior.
El hecho externo de observar fidelidad o de no quebrantar
exclusividad del vínculo con actuaciones contrarias a la misma
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en muchos casos se considera como el aspecto jurídicamente
exigible.
La perspectiva de la fidelidad interior, en cuanto contiene
rechazo de todo sentimiento afectivo o sexual, aún cuando sólo
tenga contenido intencional, hacia una tercera persona fuera
del matrimonio, presenta una mucho mayor coherencia con las
exigencias de la verdadera fidelidad, que debería ser siempre
una fidelidad del corazón antes que una fidelidad de gestos o de
cumplimientos retóricos. Esta fidelidad interior es realmente la
que se erige en elemento primordial de sustentación del edificio
de la unidad matrimonial.
f. Ahora bien, ¿un rechazo positivo de esta “fidelidad interior” del corazón podría comprometer la validez del matrimonio?.
Entendemos que, en el supuesto de que la misma se pudiera demostrar en el fuero externo, esa “fidelidad interior” no
sólo no puede ser desdeñada como si fuera algo secundario en
el plano de la juridicidad conyugal, sino que debe ser contemplada como ingrediente sustancial de un matrimonio normal. Y
lo afirmamos por varias razones: en primer lugar, porque situar
reductivamente la obligación de la fidelidad en un plano exterior
de puro “cumplimiento” equivaldría a minusvalorar en su misma sustancia esa obligación; en segundo lugar, la fidelidad en
cuanto fruto y consecuencia del amor conyugal requiere, como
requiere el amor verdadero, verdad, autenticidad y sinceridad
en el compromiso. Y eso no se daría si la fidelidad conyugal
pudiera salvarse en su concepto con la mera observancia externa. Y además una fidelidad formal y puramente exterior nunca
657
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
podría casarse bien con la “totalidad” de la entrega que supone
la expresión definitoria del matrimonio: “consorcio de toda la
vida”, del can. 1.055. La donación que implica un matrimonio
verdadero tiene que ser una donación de cuerpo y de espíritu,
una donación profunda verdadera y total de todo lo que lleva
consigo esencialmente la unión conyugal. El problema podría
ser, insistimos, un problema de prueba, pero a nuestro juicio
nunca debería ser un problema conceptual.
g. El rechazo de la “fe conyugal” podría presentarse bajo
variadas modalidades. Podría presentarse en forma de “reserva”
formal respecto de esta propiedad del matrimonio; podría actuarse la exclusión en forma de actitud favorable a la libertad de
actuar en este terreno según el capricho del momento o el aprovechamiento de las circunstancias favorables a la infidelidad; o
incluso podrían darse casos de rechazo cuando, al lado del compromiso conyugal, se mantienen otros compromisos para con
otras personas con las que se sostienen relaciones o perduran
adulterios sin solución de continuidad respecto de la celebración del matrimonio. Realmente uno de los supuestos en los que
la Jurisprudencia de la Rota admite claramente rechazo de la
fidelidad sería aquel en el que el contrayente, antes de su matrimonio, decide no romper un comportamiento licencioso establecido con anterioridad y persistente una vez celebrada la boda
(cfr. sent. c. Ewers, de 10 de febrero de 1973, SRRD., 65, 1.973,
pags. 88—89). Y no creemos que, para admitirse el rechazo, la
persistencia en ese comportamiento deba tener referencia a una
misma persona con la que se mantenía el mismo antes de contraer; sino que la persistencia del comportamiento en sí estaría
forzando la presunción de que esa persona no quiso realmente
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una entrega verdadera, sincera y completa a su cónyuge.
2) Modos específicos de rechazo de la unidad—fidelidad
Finalmente, y en cuanto a formas o modos de rechazo de
la fidelidad con proyecciones jurídicas eficientes de invalidez del
consentimiento matrimonial, se han de diferenciar dos específicos
modos:
—el modo explícito del formal, positivo y expresivamente
tangible repudio de la radicalidad en cuanto al compromiso de
la entrega de la “persona conyugal” al “otro”; y
—todas las posibles formas de efectivo rechazo pero de signo o contenido implícito, porque resulte su sustancia de ir las
exclusiones implicadas en actitudes o en hechos, de los cuales
la infidelidad sea algo más que un fallo o mal momento de la
persona y de las cuales, con presuntivo legítimo fundamento, se
pueda racionalmente considerar remetida una verdadera entrega de la persona comprometida por su matrimonio a otra persona distinta de la que es “objeto” formal de su consentimiento
conyugal.
a. Se puede, por ello, indicar que el rechazo de la fidelidad
puede realizarse lo mismo por vía de exclusión explícita que
implícita.
Siempre que, por la forma de obrar o de manifestarse una
persona, por las palabras utilizadas o por las circunstancias
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
concurrentes, por el tenor habitual de un comportamiento licencioso y cuando se trate de hechos ciertos o claros e inequívocos,
podría considerarse rechazada positivamente la fidelidad.
Aún cuando las palabras puedan mostrar –y normalmente
así se presume que ocurre— el verdadero estado del espíritu y
la verdad de los sentimientos y actitudes, sin embargo es más
cierto que los hechos y la conducta de las personas son más reveladores de la verdad que las palabras o los gestos.
Suele decirse con toda razón que las obras interpelan con
mucha mayor fuerza que las palabras, de las que se dice son
“aire” y “flatus vocis” y que “se las lleva el viento” (cfr. sents. c.
Palestro, de 16 de mayo de 1.990, nro. 8; o c. Fiore, de 16 de
abril de 1988, SRRD., 82, 1990, pags. 369 y 373).
b. Es efectivamente idea digna de nota en el caso, y que
realmente forma parte del acervo o núcleo de los criterios probatorios de base. Ese axioma de que “los hechos interpelan siempre con mayor fuerza que las palabras”.
La fuerza elemental del dicho surge del peso específico humano mayor de las obras sobre las palabras de la persona: la
obra expresa mejor lo que el ser humano es y puede que el “flatus” o aire de las palabras.
El dicho sirve especialmente como criterio probatorio en
materia procesal y más cuando las palabras no pueden eludir
el fondo de “interés personal” que late siempre, aunque no se
quiera, en las pretensiones judiciales de los actores.
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c. Hemos de anotar finalmente que, en la mayor parte de
los casos de nulidad por simulación y al tratarse de internas
y muy personales determinaciones del voluntario de tan difícil
demostración en foros judiciales, la prueba se construye por los
jueces preferencialmente, por la propia dinámica de las realidades, por vías de llegada indirecta al sentir verdadero de las personas; es decir, mucho más a partir de indicios fuertes y poderosos, que fuerzan presunciones, que a partir de unas pruebas
directamente vinculadoras, por lo antes dicho de que las obras
y la conducta dentro de unas circunstancias elocuentes interpelan al juez con mucha más fuerza que las declaraciones de los
propios interesados o de los testigos.
Vale en todos estos casos de complejas, difíciles y casi
siempre imprecisas demostraciones con apoyo preferente en
indicios más o menos seguros y elocuentes, esa máxima de la
destreza y el olfato jurídico de los jueces al analizar y valorar las
pruebas en estos casos: “certo, in tali casi, il giudice debe essere
veramente bravo e ricco di esperienza oltre che il senso pastorale”: así se manifestaba el Cardenal P. FELICI en su disertación
Formalitates iuridicae et aestimatio probationum in processo
canonico, en Communicationes, 1977, pag. 182.
Y es ella una buena regla si quien la usa lo sabe hacer con
la mesura y el equilibrio de quienes han visto pasar muchas
aguas por los puentes de estos singulares procesos simulatorios: el instinto puede convertir en asequible a unas buenas percepciones del juez las peculiaridades de una técnica probatoria
tan fina como la que se precisa para valorar indicios.
661
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
d. El indicio, en el orden procesal, no puede dejar de considerarse una de las ideas o conceptos más ambivalentes e incluso
confusos del orden probatorio.
Históricamente, la teoría o mejor teorías sobre los indicios,
se han complicado mucho por el encuentro del concepto de indicio con el concepto de presunción, muy conexo y en ocasiones
mezclado con el primero.
Sobre los indicios hay que decir, con brevedad:
1) El concepto más usual de “indicio” se centra en señalar
que el mismo es –en su calidad estática de signo, señal de o huella de otra realidad distinta de la del mismo— “la cosa, el suceso
o el hecho conocido del cual se infiere otra cosa, otro suceso o
hecho desconocido (cfr. L. MUÑOZ SABATE, Técnica probatoria,
Barcelona 1973, pag. 248).
Esta naturaleza o realidad estática de los indicios marca
una gran distancia de los mismos con las presunciones que, de
suyo, son formas lógicas de pensar con apoyo en el indicio o en
otros factores o hechos—base similares.
2) En buena técnica probatoria y dentro de planos estrictamente procesales, el indicio en su estructura interna es procesalmente, una realidad de suyo neutral; ni buena ni mala de
suyo; ni positiva ni negativa tampoco.
Lo bueno y lo malo del indicio –siempre en términos de
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probanza procesal— deriva y se corresponde con la estructura
de razonamiento que en cada caso particular, de acuerdo con
las reglas de valoración de pruebas, pueda y deba derivarse o
establecerse sobre la base del mismo.
El enlace preciso, directo y acorde con el mérito de la causa (ha de configurarse una relación de la premisa menor del
silogismo (el hecho indiciario—hecho demostrado) con la premisa mayor (máxima de experiencia o base presuntiva) de las dos
cosas según las reglas del criterio humano ha de estar sin duda
en la base de la dinámica de la construcción de presunciones
probatorias a partir de indicios; que es lo que, en el can. 1.586,
se exige en definitiva para la legitimidad de la construcción por
el juez de pruebas presuntivas judiciales.
No queda por tanto, por entero y en todo, a la libre determinación de los jueces una elaboración de presunciones a partir de
indicios, sino que en esta materia el orden procesal canónico se
orienta hacia la línea de la prueba legal, a tenor del citado canon.
TERCERO. La ampliación del objeto litigioso en el curso del procedimiento.
En esta causa y en la segunda instancia de la misma, se
produjo un poco menos que insólito caso de ampliación del objeto litigioso, cuyo supuesto circunstanciado es el siguiente:
a. Ultimada la tramitación de la causa con las nuevas
pruebas propuestas y aceptadas para esa segunda instancia (la
última de ellas la pericia psiquiátrica sobre los dos esposos), el
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
28 de junio de 1999 fueron publicadas las pruebas y actas totales de la causa con plazo concedido para posibles deducciones
en dicho trámite.
Anotándose por el Tribunal el 11 de octubre de ese mismo
año que ninguna de las partes dedujo nada en ese trámite, en la
misma fecha fue decretada la conclusión de la causa con apertura del periodo de alegaciones de plazos para ello: las dos partes presentan en la causa sus alegaciones y defensas así como
réplica a las de contrario.
Fueron pasados los autos a la Defensa del vínculo de Nuestro Tribunal para Observaciones finales, que fueron emitidas el
5 de noviembre de 1999.
Las dos partes presentaron sus contestaciones a dicho escrito del Sr. Defensor y el 17 de enero de 2000 se dispuso el pase
de los autos a los Rvdmos. Sres. Jueces para estudio y sentencia
definitiva.
b. Los sucesos que seguidamente se produjeron en el desarrollo de la causa e instancia fueron éstos:
—El 31 de enero de 2000, el actor –en documento notarial—Escritura de poder general para pleitos— “confiere poder
tan suficiente como en derecho se requiera a favor de los Procuradores de los Tribunales de ...: D... y, para cuando no sea preceptiva la intervención de Procurador, a favor del Letrado D...”
(f. 141 vlto. 2ª inst.).
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—Por escrito de la misma fecha –entrado en el Tribunal
el 2 de febrero de 2000—, el referido Procurador (su firma no
aparece en el documento a pesar de encabezarlo él mismo), en
nombre y representación del actor “y bajo la dirección jurídica
del Letrado” en cuestión, pidió que en segunda instancia “se admita para tratarlo como en primera instancia, a tenor del canon
1414 el nuevo capítulo de exclusión del “bonum fidei” por parte
del esposo”, añadiéndose a esta petición que “después de una
larga entrevista con el actor... en la que me manifestó con toda
seriedad que, al casarse con la demandada no había querido
obligarse a serle fiel y leídos detenidamente los autos y cerciorado de sus distintas y frecuentes relaciones con señoras, antes y
después del matrimonio y dado el ambiente en el que se movía,
me extrañó que no se hubiera solicitado la nulidad por el capítulo de exclusión “bonum fidei” por parte del esposo”.
—El 8 de febrero de 2000 se acepta por el Tribunal el “mandato” otorgado al referido Sr. Letrado y se da traslado del mismo
a la parte demandada para contestarlo, solicitándose también
informe al respecto de la Defensa del vínculo.
—Por escrito de 15 de febrero de 2000, la parte demandada se opuso a la ampliación solicitada del Dubio; por su parte, la
Defensa del vínculo –en líneas de fecha 22—II—2000— “entiende que a lugar a la ampliación del Dubio al capítulo que ahora
se presenta”.
c. El Tribunal, por amplio Decreto de fecha 24 de febrero
de 2000, admitió el nuevo capítulo de nulidad pedido por la parte actora para ser tramitado como en primera instancia: exclu-
665
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
sión de la fidelidad por parte del esposo.
Abierto de nuevo el período probatorio; propuestas nuevas
pruebas por ambas partes; practicadas las que fueron admitidas
por el Tribunal, el 21 de enero de 2002 se produjo la publicación
de las mismas, concluyéndose la causa el 11 de febrero de 2002.
Hechas alegaciones y réplicas por ambas partes, fueron
los autos pasados por dos veces a la Defensa del vínculo al no
haberse pronunciado en su primer informe de 14 de marzo de
2002 sobre el capítulo nuevo de la exclusión de la fidelidad. Antes de ese segundo Informe, el 21 de marzo de 2002, los autos
habían sido pasados a los Rvdmos. Jueces para estudio y sentencia definitiva. Pero el Tribunal –advertido sin duda de esa
falta de pronunciamiento precisamente sobre el capítulo objeto
de la ampliación del Dubio (ya lo había hecho constar la parte
demandada en sus alegaciones al respecto)— pasa de nuevo los
autos al Sr. Defensor el 4 de abril de 2002, el cual en nuevo Informe de 9 de abril de ese mismo año manifiesta que, “de las declaraciones y testimonios hay prueba que constata en el esposo
una mentalidad y unos hechos contrarios (sic) que hacen muy
probable la referida exclusión del bien de la fidelidad”.
Hay nueva contestación de la parte demandada a este Informe de la Defensa del vínculo y el 23 de abril de 2002 –una vez
más en la instancia— los autos fueron pasados a los Rvdmos.
Jueces para estudio y sentencia definitiva.
Jubilado –y sin haberse redactado la sentencia— el Ponente en fecha de 11 de enero de 2003, el 21 de marzo de 2003 fue
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nombrado nuevo Ponente uno de los jueces del Turno y un nuevo juez del Turno en sustitución del ahora designado Ponente.
ESTE “ITER” PROCESAL, tan accidentado cuando menos,
nos lleva a varias observaciones en relación especialmente con
esta ampliación del objeto litigioso, cuando ya los autos, pruebas y causa habían sido pasados a los Rvdmos. Jueces para
estudio y sentencia.
NUESTRAS CONSIDERACIONES SON ÉSTAS:
a) Hemos de adelantar a cuanto sigue que reconocemos “la
estricta legalidad” –lo hace también la parte demandada— con
que se pronuncia el Tribunal en el Decreto de admisión del nuevo capítulo, de fecha 24 de febrero de 2000.
b) A esa reconocida “estricta legalidad” de la ampliación
del objeto litigioso en las circunstancias procesales en que se
produjo por el Decreto en cuestión, este nuevo Tribunal añade,
sin embargo, estas otras consideraciones:
1) La ampliación de la demanda con añadidos de nuevo o
nuevos capítulos al objeto litigioso es realidad procesal corriente
en los ordenamientos bajo determinadas condiciones de reserva
siempre, puesto que –con la “litiscontestación”— se ha de entender que esa “criba” dialéctica derivada del contraste de las
mutuas alegaciones y peticiones de las partes, en que consiste
realmente la “litiscontestación”, ha dejado definitivamente claras y fijadas de lleno las posiciones de las dos partes en la causa
(cfr. LEGA—BARTOCETTI, Commentarius in iudicia eclesiásti667
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
ca, Romae 1.950, vol. II, pags. 560—561). La causa con ello ha
llegado a un “estado” fijo y normalmente cerrado.
Consecuencia jurídica natural de lo anterior es que las innovaciones en cuanto al objeto litigioso (mutaciones, adiciones,
cambios y ampliaciones de demanda y objeto litigioso), por razones de pura lógica, han de tener sentido y alcances jurídicamente restrictivos, por ese peligro que enuncia el propio LEGA—
BARTOCETTI (ob. cit., pag. 554) cuando alude al deber de los
jueces de “non indulgere fraudibus”, con la obligación concurrente de “impertinentes petitiones reiicere”, cuando se observen
síntomas de interés en “res implicare et in longum protrahere”:
unos peligros que, como se podrá observar por ulteriores valoraciones de esta misma sentencia, no pueden considerarse ajenos
o lejanos en esta causa.
2) Se ha señalado que lo natural es que, oídas y contrastadas en la “litiscontestación” las posiciones de las partes en
causa, los alegatos y contra—alegatos, las pretensiones y negaciones de los litigantes, el contencioso se configure de manera
definitiva y el buen orden procesal imponga el paso a paso del
“curso” previsto por esa fijación de posiciones según el desarrollo legal marcado para las mismas.
3) Que ese no sea el curso real de las cosas en un proceso
determinado es posibilidad que bien puede ampararse en razones de justicia siempre que principios como el de “economía
procesal” o el de la conexión de causas y acciones –principalmente— lo puedan exigir.
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Aún entonces, cobran vida –a favor del “sensus exceptionis” de las aludidas “posibilidades de cambio”— esas señaladas
cautelas de LEGA—BARTOCETTI con los marcados peligros de
que esas “ampliaciones” se intenten o para desmesurar la duración del proceso o para ensayos sin fin de vías nuevas de nulidad
a medida que las ensayadas anteriormente se ven cerradas por
el peso de las pruebas ya practicadas.
De todos modos, el recto orden de las cosas impone su ley y
ese principio de la “preclusión” que pone en el proceso cada cosa,
cada trámite y cada diligencia en su sitio (esta función de orden
aunque sea una “formalidad”, sirve mucho a la racionalidad y la
eficacia en la rectitud de administrar justicia) puede hacer sospechosas a estas peticiones de ampliación de los peligros indicados
y que por los jueces deben evitarse ciertas peticiones extemporáneas de ampliaciones de demanda—título nuevo de nulidad.
4) Nos parece que el fundamento (y una de las razones de
su imperiosidad procesal) de la “publicación de la causa” tiene
una de sus motivaciones procesales, además de otras, en esa
posibilidad de ampliar el Dubio cuando de los resultados probatorios así se dedujere con base objetiva. Es natural que, si con
las pruebas practicadas –y la publicación las pone a la vista de
las partes— se aprecian vías de probable nulidad distintas de las
“fijadas” en el Dubio, la economía procesal –en causas y títulos
compatibles— permita utilizar ese momento (y no otro posterior,
porque la “conclusión de la causa” hace de cierre y pone fin a las
alegaciones de pretensión y prueba) para orientar la causa por
esa o esas nuevas vías de nulidad.
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
El momento natural –dentro de la instancia— para esas
ampliaciones del objeto litigioso es o anterior o coetáneo a la
publicación de las pruebas; o a lo sumo, a las alegaciones y defensas de la parte quien, al valorar las pruebas propias y de contrario, puede tener razón para pedir ese giro nuevo de la causa
dentro de la instancia.
Pasados estos trámites o momentos procesales sin iniciativas de ampliación, realmente el suceso instructorio de la causa
estaría ya clausurado. Incluso a partir de ello, habrían de entenderse más agravadas todavía si cabe las reservas de excepción
frente a las ampliaciones. Incluso, las reservas resultarían más
apremiantes –con mayor resistencia judicial a admitirlas— si,
ultimada ya del todo la tramitación de la causa “ante sententiam”, y precisamente para dictarla, los autos hubieran sido ya
pasados a los jueces para pronunciarse definitivamente por medio de la sentencia.
Ya no se trataría de una iniciativa “para mejor proveer” del
propio tribunal en aras del “favor iustitiae”.
El que un “sorprendente” cambio de Letrado en momento
tan avanzado de la causa (los autos fueron pasados a los jueces
para pronunciamiento de sentencia el 17 de enero de 2000 y el
31 de ese mismo mes es otorgado por el actor poder—comisión
al nuevo Letrado, sin que aparezcan en causa vestigios de apoyo
a ese cambio en la dirección letrada) se salde –en escrito de la
misma fecha del poder notarial— con la “extrañeza” de no haberse pedido antes la ampliación al nuevo capítulo y unas razones
más que nada “espaciosas” o “engañosas” del nuevo Letrado se
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______________________________________________________ Mª Rosa García Vilardell
hace objetivamente más que sospechoso de la vigencia en el caso
de alguna de las indicadas “reservas” de LEGA—BARTOCETTI
frente a determinadas peticiones de ampliación del Dubio.
5) Entre los Romanos –con esa institución de sabiduría
práctica que los caracterizaba en sus percepciones del buen sentido en la administración de la justicia— tenía vigencia esa famosísima cláusula que aparece formulada en el Tratado De officiis
de CICERÓN “Summum ius, summa iniuria” que el mismo refiere en alguno de sus Discursos (Caec. 65) a la práctica judicial y
que –a partir del Medievo— daría lugar a otras máximas de derivación con insistencia en lo negativo de aplicaciones demasiado formales y estrictas del derecho como la de “Noli esse iustus
nimis” (que viene a decir que, hasta en la justicia, la desmesura
puede ser un vicio) (cfr. Tópica. Principios de Derecho y Máximas
jurídicas latinas, Pontevedra, 2.001, 986, pags. 331—333).
Los excesos y artificios en extremar y estirar hasta el límite
la regla de lo justo puede fácilmente degenerar en injusticia; y
quizá no porque se atente contra la ley, sino porque esas intervenciones de legalidad ponen al descubierto intereses que no
son los de una verdadera justicia, sino oportunismos de letrados poco escrupulosos en esa su tarea funcional primaria: la de
cooperar con el tribunal en el encuentro más rápido y equitativo
con la justicia.
6) Como dijera el Papa Pablo VI, en su Discurso a la Rota
Romana del año 1971, “no es la ley por la ley ni el juicio por el
juicio; sino que son la ley y el juicio al servicio de la verdad y de
la justicia” verdaderas virtudes de los jueces; y en particular de
671
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
los jueces eclesiásticos (cfr. A. LIZARRAGA ARTOLA, Discursos
pontificios a la Rota Romana, Pamplona, 2001, pag. 65).
Ciertas sutilezas del Derecho no son el Derecho (“ápices
iuris non sunt iura”), como es deducible de enseñanzas del jurisconsulto ULPIANO (D. 17.1.29.4), para quien –y es vieja la
“praxis”— no resulta “congruente” discutir de sutilezas jurídicas
con olvido de la cuestión de fondo debatida: “non congruit de
apicibus iuris disputare, sed de hoc tantum: debitor fuerit necne” (la palabra “apex” en ULPIANO reviste sentido y alcances de
“quisquillas jurídicas”).
7) En materia de justicia, la “equidad tiene luz propia” y
“lucet ipsa per se”. Con estos epítetos habla de la equidad CICERÓN en su tratado De officiis (1, 30) como de la regla de oro
que nos pide no hacer nada cuando dudamos acerca de si lo que
hemos de hacer es equitativo o no, pues aequitas lucet ipsa per
se, dubitatio cogitationem significat iniuriae (= pues la aequitas
brilla por sí misma, mientras que la duda muestra el temor de
que pueda haber injusticia). La equidad, pues, se reconoce fácilmente. La aequitas es uno de los elementos esenciales del sistema jurídico romano. No conservamos ninguna definición en los
juristas, pero Cicerón, buen conocedor de la ley y de la filosofía
jurídica, en Top. 31, divide el derecho en tres partes: lex, mos y
aequitas (= ley, costumbre y equidad). De acuerdo con ello, la ley
(o en su caso la costumbre) no es todo el derecho. Sólo la ley (o
en su caso la costumbre) acompañada de la equidad constituye
de verdad el derecho (cfr. Tópica, cit. pag. 60, nro. 41).
En las fuentes romanas –del Digesto especialmente— se
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______________________________________________________ Mª Rosa García Vilardell
hace mención frecuente de la “equidad” y los caracteres y calificaciones que se le atribuyen en la vida del derecho forman un
complejo cuadro, del que pueden destacarse como más apropiadas al caso éstos: la equidad es justicia natural; la equidad
está por encima del derecho y de las formalidades del derecho;
el derecho puede fallar donde la equidad acierta; el recurso a
la equidad es servicio de la libertad de los jueces; no se exige el
cumplimiento de obligaciones a quienes, sin culpa, no pueden
cumplirlas—, etc. (cfr. Tópica, cit., pags. 60 ss.).
8) De la necesaria presencia de la equidad en los caminos
de la administración general de la justicia y de la justicia eclesial
especialmente han hablado con frecuencia y profusión los últimos Papas en sus anuales Discursos a la Rota Romana.
Lo hizo casi monográficamente PABLO VI en el Discurso
del año 1973.
Ideas matrices de este Discurso fueron, por ejemplo, éstas:
“La equidad canónica confiere al Derecho de la Iglesia su
fisonomía propia, que está en su carácter pastoral” (1973, nro.
8): el recurso a la equidad en el plano de la aplicación de las leyes es obligado para que la ley no se desvirtúe en sus tendencias
institucionales.
“La vida social impone las determinaciones de la ley humana”; “sus normas, inevitablemente generales y abstractas, no
pueden prever las circunstancias concretas, a las que la ley debe
aplicarse”; “frente a este real problema, el Derecho ha tratado de
673
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
enmendar, rectificar y hasta corregir el rigor del derecho”; “una tal
tarea se realiza por obra de la equidad que encarna de esta forma
las aspiraciones humanas por una justicia mejor” (1973, nro. 10).
Esta equidad de buen tino en el Derecho de la Iglesia “es
norma para su aplicación”; “la presencia de la equidad, como
elemento humano correctivo y factor de equilibrio en el proceso
mental que ha de conducir al juez a dictar la sentencia, se halla,
aunque tal vez con diferentes denominaciones, en las Decretales
y en toda la historia del Derecho Canónico” (1973, nro. 11).
Esta equidad es “justicia superior” en abono de fines superiores; ella “suaviza” o “agrava” según los casos pero tratando siempre de evitar ese “summum ius” que, al extremar los
posibilismos legales, corre el riesgo de degenerar en verdadera
“summa iniuria” en la recta justicia (1973, nro. 13). Esta equidad se distingue del derecho positivo precisamente porque sirve
para amoldarlo a la realidad concreta y circunstanciada que ese
derecho no podría atender sin el uso de la equidad. Y entre los
males que el uso de la equidad está llamado a evitar se incluye
el de impedir el excesivo peso de los formalismos o “la rigidez de
la expresión técnica” del derecho positivo: una cosa es en realidad que esa “expresión” permita ampliaciones del objeto litigioso
hasta el momento de dictarse la sentencia y otra bien distinta, el
que puedan darse circunstancias que, en aras de motivaciones
fácilmente presumibles, hagan difícilmente aceptable en justicia
y equidad tal ampliación.
Las “exigencias de la situación” –aludidas en ese Discurso
como puerta tendida al uso de la equidad— pueden llevar a esas
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______________________________________________________ Mª Rosa García Vilardell
dos posibilidades—obligaciones en el juez: “aplicar la ley con
mayor severidad” o “aplicar el derecho de forma más humana y
comprensiva” (1973, nro. 18).
Los jueces eclesiásticos están llamados y hasta obligados,
“servatis servandis”, a “administrar justicia con equidad canónica”. Y esta regla ha de ser compaginable con esta otra de que el
uso de la equidad o la equidad misma “no sea forzada más de lo
equitativo para que no estimule a descuidar las normas”, lo que
de ese modo podría ser fuente de arbitrariedades, perjudicial y
causa de incertidumbres e inseguridades (cfr. F. ROBERTI, De
processibus, pag. 99) (1973, nro. 18).
La excusa de lo equitativo no puede ser suficiente para
dejar de ver “en el consentimiento matrimonial” la exigencia de
un respeto casi sagrado a los fueros de la verdad; esa sacralidad
del respeto a la verdad objetiva nunca podrá ser doblegado “para
sanar penosas situaciones” si con ello se pusieran en entredicho
las verdades reveladas o los datos de la fe; o si se perdiera de
vista en ese consentimiento “aquel contrato de fidelidad y aquel
signo de unión que, en la voluntad humana, constituye la primera flor del amor” (1.973, nro. 24).
EN CONSECUENCIA, y a pesar de esa “estricta legalidad”
posiblemente salvable en la admisión de la ampliación del objeto
litigioso llevando ya la causa días en manos de los jueces para
decidir el sentido de la sentencia, el criterio de este Tribunal es
el deducible de los anteriormente expuestos y razonados: no es
equitativa ni razonable, aunque pueda ser legal, una tal ampliación porque, en una buena parte, esas razones de economía
675
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
procesal mueren a manos de la dinámica misma del momento
de la ampliación, que obliga –una vez admitida— a retornar la
tramitación correspondiente a fases procesales muy regresivas
de la causa, como se ha hecho patente en la actual instancia.
Decaída la “ratio iuris”, lógico es que también decaiga la misma
aplicación de la norma que hipotéticamente la permite.
III. ALGUNAS REFERENCIAS PSICOLÓGICO—PSIQUIÁTRICAS DE APLICACIÓN A ESTA CAUSA: “inmadurez psico—
afectiva” y “narcisismo” – Trastorno de Personalidad narcisista.
PRIMERO. Inmadurez psico—afectiva.
La inmadurez psico—afectiva grave como posible factor de
incapacidad para la emisión normal del acto psicológico de consentir conyugalmente.
I. Este tema concreto de la “inmadurez psico—afectiva”, en
su calidad de obstáculo para la validez o normalidad del consentimiento matrimonial, ha ido recibiendo, a partir del año 1967
y concretamente de las dos señeras sentencias c. Lefebvre, de
fechas 6 y 8 de julio de 1967 (SRRD., vol. LIX, pags. 555 y 563
ss.), sucesivas aportaciones doctrinales y jurisprudenciales, que
han contribuido a formar un estado muy completo de doctrina
en la materia, que –siendo claro en determinados aspectos de la
misma— dista todavía de ser unívoco, claro y seguro en otros.
Puede por eso hablarse de materia recurrente en las causas
de nulidad conyugal, pero a la vez puede hablarse aún de grandes
sombras e incertidumbres en el desarrollo de algunas cuestiones:
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como las relativas al concepto de “inmadurez”, al encaje sistemático de la precariedad afectiva grave en el cuadro de las líneas de
incapacidad del canon 1095, a la relevancia –por ejemplo— de la
“inmadurez” llamada “situacional” o debida a estados puntuales
de crisis afectivas en este plano de las incapacidades psíquicas o
al valor atribuible a los estudios técnicos (pericias psicológicas o
psiquiátricas oficiales) sobre la normalidad o no afectiva del contrayente en momentos, cronológicamente muy pasados casi siempre, de la vida de la persona analizada (cfr. L´immaturità psico—
affettiva nella Giurisprudenza della Rota Romana, a cura di P.A.
BONNET e C. GULLO, Librería Editrice Vaticana, 1990, IX).
1) La misma palabra “inmadurez”, ya en la enorme variedad de sus acepciones –o quizá mejor proyecciones posibles—
(madurez—inmadurez corpórea; espiritual; intelectiva; psico—
afectiva; sexual; etc), presenta una polivalencia tal en esas sus
diferentes y hasta contrastantes proyecciones que en su concepto, en sus caracteres, en sus perfiles cuantitativos o cualitativos,
en todo realmente, se convierte en uno de los grandes tópicos, o
retos tal vez mejor, de la antropología moderna.
Si ya el concepto genérico de madurez—inmadurez se hace
por demás esquivo y difícil de precisar, la dificultad se agrava al
mero intento de trazar contornos y líneas divisorias o diferenciales entre un desarrollo de menos a más pero normal de la
persona en proceso natural de evolución y una verdadera “anormalidad de la persona por inmadurez” de la misma.
Y el problema se agrava incluso cuando el objeto de la discusión se coloca en ese campo de Marte de la afectividad y de sus
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
retrasos o involuciones, siendo ello –como señalan los psiquiatras (cfr. por ejemplo E. ROJAS, El laberinto de la afectividad,
Madrid, 1999, pag. 12)— “una tarea casi imposible teniendo en
cuenta lo proteiforme y difuso de los contenidos”.
Al respecto bien indica el P. GEMELLI que “vi è grande
disaccoro tra gli psicologi a riguardo deglo stati affettivi: non vi è
acordó sull´uso e sul significato dei termini fondamentali; non vi
è acordó sulla classificazione; non vi è acordó nel determinare i
caratteri differenciali dei singoli stati affettivi, nè meno grave è la
mancanza di acordó nel dare raggione dei macanismi di loro produzione” (cfr. COLAGGIOVANNI, E., Immaturità: per un approccio interdisciplinare alla comprensione ed applicazione del can.
1095, nro. 2 y nro. 3, en Monitor Eccles., 1988, pag. 356).
2) La madurez—inmadurez afectivas –en las obligadas
referencias de su concepto— han de mantenerse, como es natural, en una directa correlación con el estado, desarrollo y desviaciones de la “afectividad” de la persona humana.
La “tectónica de la persona” –como anota PH. LERSCH—
tiene uno de sus escenarios (con hechos y realidades fundamentales para la vida anímica humana) en esa esfera profunda de
la personalidad, a la que pertenecen esos procesos y estados
anímicos que suelen tomar nombre de “emociones, movimientos
afectivos, sentimientos y estados de ánimo y también los deseos,
los instintos y las tendencias” (cfr. Philip LERSCH, La estructura
de la personalidad, Scientia Barcelona, 1974, pags. 80 ss.).
Viene situado ese plano por debajo de las iniciativas y vi-
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______________________________________________________ Mª Rosa García Vilardell
vencias del Yo consciente: las que se hallan en nuestra conciencia en forma de verdaderos “estados de conciencia” al emanar en
forma regulada y dirigida por nuestro Yo personal. En cambio,
ese “otro mundo” subterráneo de los apetitos y tendencias, de
las distintas vivencias afectivas, de los temples emocionales tiene todo él la virtud de hacerse presente en la vida anímica humana sin permiso del pensamiento y de la voluntad consciente y
rectora. Aunque se trate de realidades humanas que puedan ser
–llegado el caso— “reprimidas” o “dirigidas” por el mundo superior, no se halla en poder de ese mismo mundo el provocarlas.
Nacen y brotan a pesar de la supraestructura personal y lo hacen en ocasiones como excrecencias de los “fondos endotímicos”
de la personalidad, cuyas directrices se mueven en líneas o planos distintos de los abiertos a los planos de la vida consciente.
En esa especie de “anarquía” vital en que se mueven estas
inclinaciones y tendencias radican buena parte de las dificultades de análisis y sobre todo valoración de estos casi siempre
complicados fenómenos y movimientos de la vida anímica, que
–no por ser “bajeros” en nosotros— dejan de tener una gran influencia en el sentido y orientación generales de una vida.
3) Es –o parece al menos— claro que estos dos mundos de
la “afectividad” junto con el de la “inteligencia” entrañan referencias insignes a dos de las líneas primarias de las “funciones de
la vida anímica humana” y también quizá de las más representativas en todo cuanto atañe a la conformación y la calidad de los
comportamientos del hombre.
En el predominio, en la calidad y sobre todo en la vitali-
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
dad y fuerza de estas dos funciones, además, radican estilos y
patrones de conducta especialmente significativos del carácter
predominante, de la condición de las personas y del sentido que
las mismas tratan de dar a su vida o dan de hecho con independencia de unas actitudes conscientes y libres.
No son ellas por cierto las únicas expresiones del psiquismo
humano, pero con la ciencia psiquiátrica actual se puede afirmar
que las demás funciones, aunque se presenten individualizadas
también y al menos a efectos didácticos, de alguna manera se hallan
solapadas y de alguna manera entremetidas en esas dos grandes y
primarias parcelas de la actividad anímica de los seres humanos.
4) Volviendo al campo siempre importante de los conceptos, se ha de señalar en primer término que no es fácil ofrecer
una definición precisa de la afectividad, de sentido unívoco y
para todos convincente.
POROT, por ejemplo, señala que bajo estas palabras o término se engloba y reúne “l´ensemble des réactions psychiques
de l´individu devant les situations ocasiones par la vie: soit contacts avec le monde exterieur, soit modifications intérieures de
l´organisme. Beaucoup plus qu´un domaine, la vie affective est
un aspect fondamental de la vie psychique absolument indissociable de la vie instinctive d´une part, de la pensée et de l´activité
d´autre part. D´où la frequence des expressions “instintivo—
affectif”, “ideo—affectif”. En este “mezclado” terreno se instalan
hechos de la vida anímica tan representativos como el ancho
campo de los afectos, de los sentimientos, de las emociones, de
las pasiones, de los tonos afectivos, etc. (Manuel alphabetique de
680
______________________________________________________ Mª Rosa García Vilardell
Psychiatrie, París, 1975, pags. 20—21 v. “Affectivité—affects”).
A pesar, sin embargo, de esas tan distintas como posibles
proyecciones de la madurez—inmadurez con este calificativo de
“afectiva”, y admitiendo que “una persona puede ser madura en
uno de sus aspectos o espacios e inmadura en otros”, la verdad
es que la auténtica madurez actúa como por vasos comunicantes e interpela para crear en la persona “total” una funcionalidad
con verdadero equilibrio entre las distintas dimensiones del crecimiento personal (GARCÍA—MONGE, J.A., Palabra e inmadurez
en la psicoterapia humanista, en Miscelánea Comillas, vol. 57,
nro. 110, 1999, pag. 122).
Es precisamente por esa interconexión de las diferentes
parcelas del psiquismo o vida anímica del ser humano que se
puede afirmar que, aunque la inmadurez afectiva contenga una
“individualidad propia dentro del complejo campo de las inmadureces de la persona” y su cuadro de trastornos sea diferente y
no en todo asimilable al cuadro de trastornos de otra índole, sin
embargo los varios tipos de inmadurez “pueden coexistir” y con
frecuencia se ensamblan unos con otros y se interconectan de
forma tal que un inmaduro afectivo muestre con frecuencia síntomas de inmadurez en el plano de lo intelectivo o de lo volitivo,
de lo sexual o del ancho mundo de las relaciones interpersonales
(cfr. S. PANIZO, La inmadurez de la persona y el matrimonio,
Salamanca, 1996, pags. 86 ss.).
Se hace importante anotar con EY—BERNERD—BRISSET
(Tratado de psiquiatría, Barcelona, 1975, pags. 557—558), a
este mismo respecto, que “los trastornos de la afectividad y los
681
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
retrasos neuróticos pesan sobre el futuro del débil mental tan
intensamente como el déficit de inteligencia”.
Esta inmadurez afectiva, capaz muy bien de quebrantar
seriamente la normalidad del sujeto, con alteraciones y deficiencias de gravedad equiparable a las que son capaces de producir
otras inmadureces, de ordinario “no suele provocar catástrofes
de salud como las que provoca por ejemplo la inmadurez mental” con posibilidades de llegadas a verdaderas y profundas demenciaciones. Ha de advertirse, de todos modos, que no sólo
en los casos extremos de “catástrofes mentales” puede faltar el
mínimo exigible para consentir.
Así parece descubrirse al hablarse por la Jurisprudencia
de las “exigencias” para una mínima normalidad del consentimiento y proclamarse la necesidad para ello de una “certa harmonia variarum structurarum ipsius personalitatis”. Una armonía tan “delicada” que puede romperse y destruirse de muchas
maneras, entre las que pueden contarse perturbaciones del
campo de los afectos: “constitutiva quadam instabilitate, suggestionabilitate, mutabilitate affectionis, catatimia, incapacitate
tolerandi minimas frustrationes, dummodo gradum attingant
qui rectum processum volitionis impediunt; immo etiam interveniunt ineptiae, quarum E. BLEULER extollit momentum asserens: “Sie sind deie einzigen der Psichopathen, bei denen nicht
offensichtlich die Affekivität allein oder hauptsichtlich gestört
ist, sondern auch der Gedankengang” (Lehrbuch der Psychiatre,
Berlín, 1960, pag. 501)” (de la sentencia c. Lefebvre, de 8 de julio
de 1967, SRRD., vol. LIX, pag. 563).
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5) Como decimos en nuestro anotado trabajo, “una inmadurez afectiva puede, sin caerse –por necesidad— en una falta
de discreción de juicio (que también puede reciclarse en eso), determinar por sí sola una incapacidad de asumir las obligaciones
conyugales” (cit., pag. 89).
Debe admitirse esa polivalencia de relevancia jurídica de
este tipo de inmadurez y con ello la posibilidad de que un verdadero y grave trastorno por inmadurez afectiva sea capaz de privar
a la persona hasta de las posibilidades de emitir con normalidad
el acto psicológico de consentir conyugalmente, llevándola a los
espacios jurídicos de la falta de discreción de juicio. Y ello sería
debido, en el fondo, al deterioro que la sustancial inestabilidad
personal del sujeto inmaduro afectivo introduce en los mecanismos de ponderación de la realidad, sin posibilidades prácticas de
medir el valor de los compromisos y los alcances de los mismos:
las anomalías afectivas con preponderancia excesiva y hasta patológica de las reacciones emocionales e impulsivas sobre el rectorado de la razón y de la voluntad son capaces, como es lógico,
de impedir la necesaria clarividencia de la razón, el justiprecio
de la deliberación y la capacidad de organización por parte de la
voluntad. “Se non solo l´immaturità psicológica, ma anche quella psico—affettiva viene presa in considerazione la ragione è in
ciò che una “insuficiente maturazione affettiva (si risolve in) una
insuficiente intencionalita ex parte voluntatis” giacché il “processus volitionis veto in sphera volitionis evolvitur”. Esiste quindi
una stretta correlazione fra affettività el volontà” (cfr. sents. c.
Pinto, 26 de junio 1969, nro. 25; c. Agustoni, de 5 de julio de
1983, nro. 4; cfr. para mayor amplitud Studi Giuridici, XXIII,
“L´immaturità psico—affettiva nella giurisprudenza della Rota
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
Romana”, Città del Vaticano, 1990, pags. 100 ss.; o Nevrosi e
personalità psichopatiche in rapporto al consenso matrimoniale,
de M. F. POMPEDDA, en Perturbación psichiche e consenso matrimoniale nel Diritto Canonico, Roma, 1976, pag. 58). De hecho
durante un tiempo predominó el criterio de la conexión de la inmadurez psico—afectiva con la “falta de discreción de juicio”.
6) Hoy –por tanto— y no pudiéndose ignorar que “la inmadurez de los mecanismos de control de la vida emotiva e impulsiva representa una incidencia considerable en cuanto la misma
puede obstaculizar seriamente el proceso intelectual en orden a
una elección que sea fruto de una decisión consciente y libre...,
hay que reconocer también que, con independencia de esa inflexión sobre el proceso formal del acto voluntario, la inmadurez
afectiva, en sí misma, puede disminuir, anular incluso, las posibilidades radicales de asumir con eficacia y de cumplir las obligaciones esenciales del matrimonio” (cfr. S. PANIZO, cit., pags.
92—100 y especialmente pag. 99).
En este sentido cabe admitir la estrecha conexión posible de
una grave inmadurez afectiva con los supuestos del can. 1095—
2º, pero sin olvidar así mismo posibilidades fundadas de incapacidades derivadas de ella a tenor del párr. 3 del mismo canon.
7) En relación concretamente con esta inmadurez afectiva y
especialmente con la verificación en ella de la gravedad requerida
para poder constituirse la misma en raíz y fuente de una verdadera incapacidad conyugal, se suelen repetir de manera constante
palabras acuñadas y recogidas en célebre frase de las dichas pioneras sentencias c. Lefebvre, de 6 y 8 de julio de 1967, en las cua-
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les por una parte se indica que la inmadurez afectiva “raras veces”
puede considerarse “grave” (“est signum cuiusdam perturbationis
rarius adeo gravioris”), aunque añadiéndose de inmediato que
son posibles casos en que tal tipo de inmadurez alcance cotas
de gravedad nada desdeñables, con unas consecuencias en tales
supuestos de grave perturbación de la vida psíquica: “gradum attingit non spernendum”, se dice en las sentencias referidas.
No creemos que el sentido genuino de las anteriores frases
haya consistido en dejar sentado que las inmadureces de signo afectivo hayan de situarse por principio en planos de menor
gravedad –y por tanto relevancia— que las inmadureces –por
ejemplo— del juicio o de la libertad.
La maduración de las personas muestra un camino de desarrollo con un recorrido progresivo que lleva de la inmadurez
natural de la infancia o de la primera adolescencia hasta un
grado de maduración nunca perfecto pero sí suficiente para un
actuar humano normal dentro de esa proporcionalidad conexa
con la entidad y trascendencia del acto que se realiza.
Cuando ese nivel mínimo y proporcionado, o mínimo habida cuenta de esa necesidad de proporcionalidad en la maduración, no se haya logrado, bien se trate de una “inmaturitas iudicii”, bien se trate de una “inmaturitas libertatis”, bien se trate
de una “inmaturitas affectuum”, esa inmadurez, cualquiera que
sea o como quiera que se llame, será inexcusablemente determinante de incapacidad psíquica para el matrimonio.
Y en este sentido nos parece que lo de “signum perturba-
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
tionis rarius adeo gravioris” no debería considerarse propio en
exclusiva o típico de las inmadureces afectivas sino de cualquier
forma de inmadurez.
8) La persona, que, para responder al sentido radical de la
palabra, al madurar persigue siempre el logro de una verdadera
unidad “integrada” o “totalidad unificada”, orienta sus naturales
tendencias hacia la maduración, de una manera conjunta, en
los tres planos más calificados de la madurez psíquica: el del
raciocinio (conocimiento—razón—juicio); el de la voluntad (ponderación—motivación—elección libre); y el de la afectividad (el
equilibrio dinámico en ese variopinto mundo de los afectos, de
las emociones, de los impulsos, de los sentimientos y pasiones
humanas).
Y no nos parece que haya razones serias para desligar este
proceso de maduración y escindirlo en su desarrollo de manera
–tal como parece sugerir la dicha frase jurisprudencial— que la
maduración afectiva de la persona sea por principio más fácil
de lograr y alcanzar que otros tipos de maduraciones psíquicas;
más bien parecería lo contrario: que la madurez afectiva, implicada en el ancho, complejo y laberíntico terreno de los afectos,
sea más difícil de obtener y lograr que otras maduraciones menos complicadas existencialmente.
Partiendo de la base de que la incapacidad no se presume
ni debe ser afirmada más que dentro de comprobadas y graves
condiciones de anormalidad en el desarrollo humano y de que
una incapacidad se diferencia cualitativa y cuantitativamente
de la dificultad superable con un esfuerzo normal (y no de la
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que sea no superable con tal esfuerzo) no se debiera entrar en
el terreno teóricamente espinoso y prácticamente insoluble de
si un tipo de inmadurez es más raro o más difícil de alcanzar
que otro u otros; sino que, partiendo del principio de que para
que una inmadurez psicológica, la que sea, se erija en causa o
raíz de capacidad—incapacidad—nulidad, se requiere inexcusablemente la nota en ella de una gravedad y de unos caracteres
inflexibles, desadaptativos y funcionalmente incapacitadores,
se debe atender por el juez canónico no tanto a la estructura
ontológico—psicológica pero teórica de cada uno de los tipos de
inmadurez cuanto a que en el caso concreto la inmadurez de
que se trate en el supuesto contemplado sea realmente grave,
inflexible, desadaptativa e incapacitante; sin echar por delante,
por principio y apriorísticamente, la mayor o menor posibilidad
de alcanzar gravedad en unas inmadureces sobre otras.
Entendemos que, en este sentido y con estos alcances, deberán entenderse las citadas frases de esas sentencias c. Lefebvre tan repetidas y tan utilizadas en ocasiones para dificultar o
impedir incluso la aceptación de la inmadurez afectiva como raíz
de verdaderas incapacidades psicológicas.
Si se demostrara que existe gravedad de la inmadurez en
el momento del matrimonio y que en ella y en el caso concreto
que se analiza o plantea se dieron esos caracteres de gravedad,
inflexibilidad y desadaptación personal habría que concluir una
verdadera incapacidad del contrayente para el matrimonio por
la vía más adecuada del canon 1095 en sus párrafos 2º y 3º.
Otra cosa muy distinta sería hacer del tema tan socorrido
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de la inmadurez de la persona una especie de cajón de sastre del
que se sacan por capricho y sin rigor científico—psiquiátrico alguno inmadureces afectivas o de otro tipo, que pueden serlo, pero
sin esa nota ineludible de la comprobada gravedad equivalente a
inflexibilidad, ineptitud, inadaptación del sujeto para una mínima normalidad conyugal, que debe en todo caso ser atribuible a
las condiciones mismas de las anomalías y nunca al descuido, la
mala voluntad, la incuria o desidia del propio contrayente.
9) Sirvan estas ideas para centrar jurídicamente este tema
de la inmadurez psico—afectiva, evitando o tratando de evitar
ese múltiple escollo: de negar la incapacidad de la persona cuando la inmadurez grave aparece comprobada en el proceso; o de
afirmarla cuando gratis se presume gravemente inmaduro algo
que no es otra cosa que leve e intrascendente inmadurez; o también de recurrir al tópico de la inmadurez cuando no hay a mano
otro título para la nulidad.
10) Y en esto recala esa distinción acuñada por el Papa
Juan Pablo II en el Discurso a la Rota de 1987, en el que pide
a los jueces eclesiásticos cautela y seriedad al tocar estas cuestiones, porque a veces “se termina por confundir una madurez
psíquica que sería el punto de llegada del desarrollo humano
con la madurez canónica que es en cambio el punto mínimo de
partida para la validez del matrimonio” (cfr. Revista “Ecclesia”,
nro. 2.308, de 28—II—1987, pag. 29, nro. 5).
El diálogo interdisciplinar bien asentado en los principios
y campos del actuar de cada ciencia será clave para discernir las
medidas válidas de la exigible mínimamente ante la determina-
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ción de la validez o no del consentimiento matrimonial.
TODAS ESTAS ANTERIORES IDEAS sobre madurez—inmadurez afectiva las vamos a completar en el caso con otras derivadas tanto de la Doctrina como de las precisiones de la reciente
Jurisprudencia rotal, cada vez más abierta a una concepción de
la persona como un “todo integrado” en ese terreno más ontológico de la “estructura” de la personalidad, pero también en el de la
“funcionalidad” de los diferentes “estratos” de la misma.
Ello es más que importante en una materia como la conyugal, en la que se hace necesario compaginar cuidadosamente
y por un lado el derecho de la persona a que su matrimonio sea
declarado nulo cuando efectivamente lo es pero no en otros casos, con las fuertes exigencias institucionales de una realidad
humana como ésta, que –por voluntad de Dios y unas ostensibles consonancias naturales— es entendida como una e indisoluble por la Iglesia una vez nacida en validez.
II. ALGUNOS COMPLEMENTOS DE DOCTRINA JURISPRUDENCIAL SOBRE LA MADUREZ—LA INMADUREZ AFECTIVA, en planos como los que en esta causa se contemplan, vienen
expuestos, por ejemplo, en una sentencia c. Colaggiovanni, de
20 de marzo de 1991 (SRRD., vol. 83, 1991, pags. 175—177).
ANOTAMOS seguidamente varias claves e indicadores:
Entre las cosas –se señala— que pueden llegar a impedir, y lograr a veces impedir de hecho, el “asumir” en mínima
normalidad las esenciales obligaciones conyugales “ponenda erit
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
gravis immaturitas psychica in narcisismo” (cfr. BOB SANSÓN,
Narcissi stic Personality Disorder, possible effects on the validity of marital consent, in Monitor Ecclesiasticus, III, 1989, pp.
405—424 et IV, 1989, pp. 541—582).
Se insiste como en toda clase de raíces o bases de arraigo
de una verdadera incapacidad psíquica han de tenerse en cuenta
lo mismo los perfiles de las ciencias psicológicas o psiquiátricas
que los del derecho. En todos los supuestos de planteamientos
de presencia de alteraciones del psiquismo que contienen indicadores de inmadurez (en prácticamente todos los trastornos del
psiquismo laten precariedades en el desarrollo personal) deben
atenderse imperativos de pureza metodológica de cada ciencia
o técnica: “alia enim est maturitas psychica, sensu generali et
latissimo, alia maturitas canonica quae requiritur ad validum
consensun praestandum”. Cuando las dos nociones con sus enlaces y dimensiones se olvidan o soslayan el término del raciocinio judicial es el preconizado por el Papa en ese Discurso a la
Rota del año 1987: la confusión metodológica, de modo que “la
maturitá psichica che sarebbe il punto di arrivo dello sviluppo
umano, con la maturitá canonica, che é invece il punto minimo
di partenza per la validitá del matrimonio” (cfr. Monitor Ecclesiasticus, I—II, 1987, p. 174 sub n. 7 Allocutionis Pontificiae).
El principio de todo, para entenderse en humano y lo mismo judicialmente, se halla en dar a las cosas y realidades el
verdadero sentido y sus auténticos alcances: “Non est dificultas,
verum incapacitas praestandi consensum atque ideo constabiliendi communitatem vitae et amoris quae consideratur sub n.
3 canonis 1095”.
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Sumamente conexa en estas causas por incapacidad psíquica con la figura del juez se halla la del técnico venido al juicio
para prestar nombres y apoyo pericial a la formación de convicciones en el juez sobre el mérito de la causa. Y para evitar males de las propias personas encausadas, se aleccionan criterios
de valoración a tono con las exigencias y virtualidades de cada
ciencia: “Mentre per il psicólogo o psichiatra ogni forma di sicopatología puó sembrare contraría alla normalità, per il canonista, che si ispira alla visione integrale dell persona, il concetto di
normalita e cioè della normale condizione umana in questo mondo comprende anche moderate forme di difficoltà psicologiche”
(cfr. el Discurso a la Rota Romana, del año 1988 (L´Osservatore
Romano, 25—26 gennaio 1988, p. 4).
LAS CONCLUSIONES –a los efectos de unas valoraciones
probatorias correctas— son lógicas y numerosas:
a) Una incapacidad impera ineptitudes radicales para
prestar las esencias mismas del acto, sin las cuales el mismo se
hace de imposible vigencia como tal acto. De este modo se anota que “incapacitatem non respicere elementa accidentalia vitae
cuoniugalis, prout felicem modum ducendi communionem vitae, perfectam harmoniam Inter. Partes, demptis ideo diversitate
caracterum, indolis, educaionis, vitae perspectivae, sensibilitate
uniuscuiusque, gradu peculiaris amoris, etc.”.
b) La “incapacidad psíquica” para contraer matrimonio ha
de tener una naturaleza, un momento de existencia o presencia
en el contrayente y una calificación de verdadera incapacidad
desde el punto de vista jurídico. Más que ver en ella un tipo
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
de “impotencia moral” que sería poco expresivo en buena sistemática jurídica, la naturaleza de estas incapacidades se integra en la estructura misma del consentimiento en calidad de
ausencia—defecto del mismo: sin capacidad para ello, el acto se
hace por completo inexistente (verdadero defecto por tanto de
consentimiento). Por otro lado, el momento de existencia de la
incapacidad ha de ser el momento de la prestación del consentimiento: es la propia dinámica consensual la que exige que, en el
momento de dar el sí haya en quien o quienes lo dan, posibilidad
radical (eso es la capacidad) para “hacerse cargo personalmente”
de los compromisos que con ese sí se empeñan. Por eso se indica que “incapacitatem debere esse praesentem in actu praestationis consensus seu assumptionis obligationum essentialium
matrimonii. Legitur in una coram Di Felice: “Quaestio facta est,
an incapacitas assumendi obligationes essentiales matrimonii
ob incapacitatem easdem adimplendi sub nomine ompotentiae
moralis recensenda esset (cfr. Communicationes, 1971 vol. III,
n. 1, p. 77). Cum vero incapacitas adimplendi onera coniugalia
ob graves defectus psychicos in incapacitatem tradendi obiectum consensus ideoque ipsum consensum praestandi redundet,
eadem recensenda videtur Inter. Defectus consensos” (diei 12
ianuarii 1974, ARRT Dec., vol. LXVI p. 2, n. 2)”.
c) Hay sin duda un punto neurálgico en materia de crisis
conyugales definitivas: la ruina conyugal se hace plena, total e
irreversible; afecta a cuanto de vital y sustancial en el matrimonio se necesita para poder llamarse con verdad matrimonio; esa
ruina total es subsiguiente al matrimonio y obedece a causas y
razones que se constituyen y muestran después del consentimiento. En estas conjuntas hipótesis, la misma lógica derivada
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de la propia dinámica de la vida humana impone pensar en raíces del naufragio conyugal en razones de la crisis hipotéticamente distintas de las derivables de una psicopatología. No todas las
irreversibles crisis conyugales vienen causadas por inmadurez
o por alteraciones del psiquismo: muchas de las crisis advienen
por causas en nada y para nada referibles a problemas psíquicos
de la persona. Son secuencias del uso –lo de bueno o malo es
ya otra cuestión— de la libertad humana, que lleva a decidirse
ahora, y por la fuerza o peso de circunstancias que no tienen
nada que ver con el origen del matrimonio, por caminos de vida
distintos de los ensayados con el primer consentimiento. En estos casos, las bendiciones de la Iglesia no son posibles para romper lo que Dios, con ayuda de la voluntad humana, unió aquel
día y para siempre si entonces no se dieron raíces justas de
incapacidad o defecto de consentimiento. Lo anota con claridad
esa referida sentencia: “Si ideonaufragium etsi in essentialibus
verificatum fuerit post matrimonium et ex causis quae post nuptias verificatae sunt, tunc, admonet Summus Pontifex in citata
Allocutione diei 25 ianuarii 1988, “si dovranno altresi prendere
in considerazione tutte le ipotesi di spiegazione del fallimento del
matrimonio, di cui si chiede la dichiarazione di nullitá e no solo
quella derivante dallasicopatología”. Et iam ad principia theologica sese appellaverat in Allocuzione anni 1987: “Nel campo
del matrimonio ciò comporta che la realizzazione del significato
dell´unione coniugale, mediante il dono reciproco degli sposi, diventa possibile solo attraverso un continuo sforzo che include
anche rinuncia e sacrificio”, unde, concludit Summus Pontifex,
“il fallimento dell´unione coniugale... non é mai una prova per
dimostrare tale incapacità dei contraenti, i quali possono aver
trascurato, o usato male, i mezzi sia naturali che soprannaturali
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
a loro disposizione, oppure non aver accettato i limiti inevitabili
ed i pesi della vita coniugale che non intaccano la sostanziale
libertà umana, sia, infine per deficienze di ordine morale (n. 7 in
Monitor Ecclesiasticus, 1—II, 1988, p. 165s.)”.
d) Aún cabe pensar otro punto neurálgico en la materia:
el de la posible reconducción de realidades que operan postconyugalmente (una hipótesis frecuente es la del “cruce” de otra
persona en la vida e interés de uno de los esposos o de ambos
a veces) a causas y raíces conexas con el origen del matrimonio
por el consentimiento.
La propia psicología de la persona es dinámica; se va constituyendo al paso de la vida y de las circunstancias que la van
conformando en el día a día de su decurso vital; los seres humanos son de condición falible y los errores –los de cálculo y en
general todos— forman parte de nuestro devenir; ante nuevas
circunstancias, la persona se replantea su existencia y cambia y
reivindica incluso su derecho a cambiar. Y en esas situaciones,
del todo reales siempre y ahora, se cuestiona esto, como anota
la Jurisprudencia: si las realidades, circunstancias, vivencias,
opciones, etc. surgidas en los cónyuges después de su matrimonio puedan de algún modo reconducirse a ese momento puntual
del consentimiento inicial hasta el punto de poderlos apreciar
en justicia como causas verdaderas de esos cambios llegados a
veces con distancia de muchos años. Es menester volver a insistir en las raíces de las crisis conyugales y en la diversidad de su
naturaleza: la psicología humana es dinámica sin duda, pero lo
es más y más cambiante la voluntad del hombre. No todo lo que
cambia o se modifica en el hombre obedece a razones psíquicas
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y tampoco esa dinámica de la psicología humana en evolución y
sobre todo adaptación al paso y peso de las circunstancias rompe
sustancialmente los moldes de la personalidad hasta vaciarlos en
otros por completo diversos; ni esa dinámica es capaz de quebrar
del todo el libre albedrío de seres humanos normales. A pesar de
ciertas concepciones con vigencia en muchos acerca de la libertad humana, a nadie con buen sentido de la dignidad humana se
le puede ocultar que los “condicionamientos”, siendo muchos en
la vida de cada hombre, no son ni tan pequeños que se puedan
entonar cantos de gloria a favor de nuestra plena y absoluta libertad, pero casi nunca son tan grandes que maten del todo las
posibilidades de vigencia de una libertad personal suficiente para
que el ser humano pueda llamarse dueño y señor de sí mismo y
de sus actos. Al tratar estas cuestiones reales de estos aludidos
matrimonios en crisis, no parece admisible en absoluto hacer sin
más atribuciones de la crisis o del fracaso a vicios psicológicos
encubiertos o en estado de latencia, porque normalmente no es
así; siendo verdad más bien –sobre todo en cónyuges que han
vivido tiempos de normalidad— que son otras las razones de los
cambios sentimentales, y no de vicios graves psicológicos precisamente, las de índole voluntaria o moral especialmente: a ellas
han de anudarse muchas de las crisis que se pretende resolver
por la vía —en tales casos artificial— de la nulidad.
Y en cuanto a las tan traídas y llevadas, y muy poco precisas porque no se quiere o no conviene, “incompatibilidades de
temperamentos o caracteres”, las palabras de la sentencia suenan a
sentido común y sentido exacto de una sana filosofía de la persona
humana. Otra cosa es puertas abiertas a corto plazo a esa infausta
premonición de Un mundo feliz de A. HUXLEY, cuando –hablando
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
en el Prólogo mismo de esa nueva revolución para ese nuevo mundo
feliz— y anotando que “ya hay algunas ciudades americanas en las
cuales el número de divorcios iguala al número de bodas”, se hace
esta horripilante profecía: “dentro de pocos años, sin duda alguna,
las licencias de matrimonio se expenderán como las licencias para
perros, con validez solo para un período de doce meses, y sin ninguna ley que impida cambiar de perro o tener más de un animal a la
vez” (Un mundo feliz, Plaza y Janés Barcelona, 1999, pag. 17).
De este modo y sobre las ideas anteriores se expresa la
sentencia referida.
“Neque obliviscendum est quod psychologia humana dynamice evolvitur atque ideo eventus psycho—sociales postmatrimoniales possunt influere in mutuam aptitudinem acceptationis
et donationis suiipsius partium.
“quibus principiis attentis, perpendi potest, utrum res paractae a coniugibus post matrimonium demonstrent vitia gravia psychologica antenuptialia, quibus ídem prohibeantur onera
cniugalia adimplere an potius meras violationes onerum susceptorum, responsabiliter, seu scienter et volenter, positas” (coram
Di Felice, sent. cit. p. 3).
Quapropter, distinctis vitiis psichologicis a vitiis morum,
attentio peculiaris dirigi debet ad dicernendas causas interpersonales quae ad naufragium coniugale duxerunt.
Etenim naufragium in communione vitae at amoris, potissimum oriri poterit ex conflictuali personalitate, quae latens
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erat ante matrimonium, et patens deinde facta est. Sed simplex diversitas indolis, educationis, proiectonis propiae vitae in
futurum non obstant oneribus essentialibus matrimonialibus:
fieri “una caro” non implicat annihilationem duarum personalitatum ita ut exurgat tertium quid novum et indistinctum, neque
quod personalitas unius resolvatur in aliam. Addatur autem frigescentia amoris et deinde non raro quaestus compensationis
psychoaffectivae vel etiam psycosexualis, cum consequenti infidelitate ab una alterave parte vel ab utraque.
Leves autem indolis vitiositates, voluntatis fragilitates tantummodo plenam ac perfectam consuetudinem vitae coniugalis
impedire poterunt, quae tamen gratia Dei, cooperante voluntate utriusque parties perfici poterit. Ideo “Iudicium ferre de matrimonii validitate non est competentia peritorum, sed iudicis,
quia est quaestio iuridica, non psychiatrica” (coram Pinto, diei
28 aprilis 1977, in una Ianuen.)”
e) Otras referencias, muy razonables también de la citada
sentencia, las presentamos tal como aparecen en la misma, al
formar ahora mismo parte de los criterios canónicos en vigor
para este tipo de causas de nulidad conyugal:
“Breviter ideo: “a) Il concetto di normalita psicologica non
richiede si attui tutta la potenzialitá del rapporto a due: vige
in esso la legge dell´economia dell´essenziale con posibilita di
tendere a valori e non di economia soltanto dell´esistente e del
realizzato. In scienze sociologiche si distingue in modello ideale
dal modello reale;
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
b) Il concetto di normalita include anche la legge del peccato e della lotta... Di qui segue la responsabilitá dei contraenti
perché le difficoltá inerenti alla stessa vita a due siano superate;
c) Di qui la necesita di distinguere le gravi forme di sicopatología da quelle leggere: le prime rendono impossibile, le altre
rendono più difficoltoso l´adempimento degli obblighi essenziali
del matrimonio.
A tale scopo, non basta la enumerazione di comportamenti
devianti dalla norma statistica o dei sintomi, bisogna che l´analisi
si spinga alla valutazione delle cause e dei processi sottostanti.
Solo allora se ne potranno dedurre categorie canonistiche (E.
Colagiovanni, Contributi giurisprudenziali innovativi nelle sentenze “selectae” coram Angelo Di Felice, in Monitor Ecclesiasticus, 1—II, 1988, pp. 199—200).
“Attamen, ubi agatur de vera incapacitate constituendi ipsum nucleum communionis vitae et amoris, tunc, prae oculis
habita connaturali tendentia hominis non solum ad relationes
sociales normales instaurandas, sed etiam ad specialissimas
obligationes matrimoniales per consensum mutuo assumendas,
inquirendae erunt causae naturae psychicae, non quidem genericae et normales, sed anormales et abnormes talis incapacitatis.
Etsi enim verbalizatio numeri tertii 1095 dicat “ob causas
naturae psychicae”, reapse illae causae debent (esse) indolis pathologicae, uti iurisprudentia Nostri Fori semper intellexit, secus
redactio canonis tam late pateret ut compreheret quidquid ab
homine procedit, sive ex sua complexione physio—psychica sive
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ex interioratione in suo processu socializationis”.
COMO COMPLEMENTO DE ESTAS ANTERIORES IDEAS
ACERCA DE LA INMADUREZ AFECTIVA Y DE SUS REFLEJOS
SOBRE LA INCAPACIDAD PSÍQUICA DE LAS PERSONAS PARA
EL CONSENTIMIENTO MATRIMONONIAL, NOS PERMITIMOS
REPRODUCIR ALGUNAS PÁGINAS, al respecto, de Nuestro libro
titulado La inmadurez de la persona y el matrimonio (Salamanca,
1986, pags. 86 ss.).
“La inmadurez afectiva bajo puntos de vista psicológicos
Si los de “afectividad” y de “inmadurez” son conceptos,
como ya hemos anunciado, sumamente esquivos y muy difíciles
de recoger dentro de una descripción precisa, habremos de comenzar anticipando que la idea de inmadurez afectiva arrastra
consigo las mismas o aún mayores dificultades de conceptuación y análisis. Como señala GEMELLI (78 Cfr. COLAGIOVANNI,
E., Immaturitá: per un approccio interdisciplinare alla comprensione ed applicazione del can. 1095, nro. 2 e nro. 3, en Monitor
Ecclesiasticus, 1988, pag. 356)” vi é grande disaccordo tra gli
psicologi a riguardo deglo stati affettivi: non vi é acordó sull´uso
e sul significato dei termini fondamentali; non vi á acordó sulla
classificazione; non vi é acordó nel determinare i caratteri differenziali dei singoli stati affetivi, né meno grave é la mancanza
di acordó nel dare ragione dei mecanismi di loro produzione”.
Estas divergencias, sin embargo, no impiden que, si nos asomamos al terreno de la psiquiatría, podamos encontrar algunas
puntualizaciones que tal vez puedan servir a nuestro intento de
precisar lo más y mejor posible este concepto.
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
En primer lugar, la inmadurez afectiva es considerada
como una individualidad específica dentro del complejo campo de las inmadureces de la persona, entendiéndose que este
tipo de inmadurez contiene un cuadro de trastornos no asimilable, aunque no se puedan negar mutuas interconexiones, con
el cuadro de los trastornos intelectivos e incluso volitivos. Se
señala así mismo que varios tipos de inmadurez —intelectiva,
volitiva o afectiva— pueden coexistir y producirse a la vez dentro
de la misma persona.
EY—BERNARD—BRISSET
(EY—BERNARD—BRISSET,
Tratado de Psiquiatría, cit., pags. 557—558), refiriéndose concretamente a la debilidad mental, precisa que en este tipo de
retraso, “al lado de los trastornos intelectuales propiamente dichos, hay que reservar un lugar importante para los retrasos
afectivos, en los que los trastornos de la afectividad y los retrasos neuróticos pesan sobre el futuro del débil mental tan intensamente como el déficit de inteligencia”. Sobre estos retrasos
afectivos (inmadurez) confirma el mismo autor que son “casi tan
importantes como los trastornos intelectuales en la desadaptación social del débil”.
Y considera como principales síntomas de esta inmadurez
afectiva los siguientes: exagerada fijación en las imágenes parentales; necesidad de protección; falta de autonomía; limitación
y centralización del interés en la propia persona (narcisismo y
egoísmo) o en el estrecho campo de sus actividades y de sus
pequeños provechos; un egoísmo muy particular hecho de susceptibilidades, de vanidad y de terquedad.
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Esta conjunción de la inmadurez afectiva con la inmadurez mental provoca, como señala el mismo autor, el que en esta
clase de inmaduros exista “una mayor dificultad, a veces una
absoluta incapacidad, para solucionar sus conflictos”; abriéndose entonces la persona a soluciones falsas o fallidas “que se asemejan a los mecanismos de defensa neuróticos: descarga brutal
de su tensión emocional facilitada por su inestabilidad instintoafectiva, tensión agresiva y rígida (inhibición, oposición, terquedad, desafío, desinterés); mecanismos de compensación torpes (mitomanía, robo, delincuencia)”. A menudo también puede
ocurrir que los trastornos del equilibrio psicoafectivo del débil
fijen “su conciencia moral en un estado premoral”. Y la importancia clínica de los trastornos afectivos puede llegar a ser tan
grande como la de los trastornos intelectuales que padece y ello
en orden a la incidencia en la desadaptación social del débil.
La inmadurez afectiva, por tanto, se presenta como un
trastorno dotado de una individualidad propia, con síntomas característicos y con una proyección sobre la persona en soledad
o en asociación con otros trastornos. Y su influencia negativa
sobre la personalidad puede provocar alteraciones y deficiencias
de gravedad parangonable a las que producen otras inmadureces, aunque de ordinario la sola inmadurez afectiva no suele
provocar catástrofes de salud como las que provoca por ejemplo
la inmadurez mental.
Esta misma individualidad y autonomía del trastorno afectivo la consignan también otros autores.
POROT (POROT, A., Manuel alphabetique de Psychiatrie,
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París, 1975, pags. 74—75) por ejemplo, hablando de la “arriération affective”, de alguna manera la desconecta del retardo mental, confiriendo a la figura una autonomía por demás interesante
desde ángulos jurídico—canónicos, ya que los planteamientos
de nulidades por inmadurez afectiva suelen plantearse ya con
relativa frecuencia ante nuestros tribunales eclesiásticos. La inmadurez afectiva puede, sin duda, combinarse y venir asociada
a la inmadurez de juicio, dando lugar a una “falta de discreción”.
Pero también puede ocurrir que esa inmadurez se decante por sí
misma, determinando dificultades o incluso hasta imposibilidad
de asumir obligaciones esenciales del matrimonio.
Dicho autor señala: “alors que l´arrieré mental (comme
le debile d´esprit) est un infantile de l´ensemble du psychisme
(consideré principalement au point de vue du niveau intellectuel), l´arrieré affectif est un individu mormalement intelligent,
parfois méme tres doné intellectuellement, mais dont l´évolution
affective, c´est—á—dire, la maturation des instints, sentiments
et émotions est resteé plus o moins incompléte”. Desde puntos de vista psicoanalíticos, esta inmadurez afectiva explica “la
fixation á l´enfance de certains individus, sous la forme de persístanse d´attitudes infantiles á l´égard des parents et, comme
corollaire, de la sexualité infantile, c´est—á—dire, non pervenue
au stade genital adulte. Elle a été ensuite élargie et étendue á
tous les anormaux et malades chex lesquels on décéle une inmmaturation affective, sour la forme d´un fort egocentrisme avec
possesivité de sentiments; le sujet, n´etant pas. parvenu au stade de l´altruisme, de l´oblativité, qui caracctérise l´amour des
sujets adultes normaux”. Y añade la indicación de que la noción
de la inmadurez afectiva es en estos momentos algo comúnmen-
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te admitido en Psiquiatría, aunque este término no denota por
lo general una situación irreversible: “le terme ne doit pas suggérer, par analogie avec certains infantilismes corporeis, l´idée
d´un átat définitif: un individu arrieré affectivement peut –comme cela se produit manifestement chez les sujets jeunes— par
une thérapeutique convenable, psychothérapie notamment retrouver la capacité de maturation de son instinctivité”. Esta idea
de superación y de reversibilidad de estos tipos de inmadurez
presenta así mismo aplicaciones prácticas de cierta trascendencia a la hora de valorar su incidencia sobre los matrimonios; y
ello no precisamente por razones de trascendencia jurídica de
la perpetuidad o no perpetuidad, sino más bien porque, una reversibilidad fácil de la inmadurez podría apoyar el criterio de la
levedad de la misma.
AJURIAGUERRA (AJURIAGUERRA, J. de, Manuel de Psychiatrie de l´enfant, París, 1970, pags. 163—164) ofrece por su
parte una buena exposición de la inmadurez afectiva con pensamientos como éstos:
— La inmadurez afectiva connota idea de relatividad: “ne
peut éter envisagée que par rapport á un áge determine”. Un
ejemplo puede demostrar esta afirmación: un niño a los diez
años puede ser inmaduro, pero no anormal; en cambio, un hombre a los veinticinco años con una afectividad anclada en los diez
años es, además de inmaduro, un verdadero anormal.
— Los aspectos que se consideran para valorar una inmadurez afectiva pueden venir expresados con estos binomios:
dependencia—independencia; seguridad—inseguridad; posibili-
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dad o no de inhibir las reacciones emocionales; posibilidad o no
de aportar juicios intelectuales y no afectivos; posibilidad o no
de autonomía en el comportamiento.
— La inmadurez afectiva puede comportar (en el caso de
que el desarrollo intelectual permanezca intacto) una discordancia entre el fin perseguido conscientemente y la conducta impuesta por las apetencias inconscientes (discordancia que denomina “esquizonoia”): sería el querer y no poder; sería aquello de
“video meliora proboque, deteriora sequor”; sería en definitiva la
clave de que una inmadurez afectiva puede, sin caerse en una
falta de discreción de juicio, que también puede reciclarse en
esto, determinar por sí sola una incapacidad de asumir las obligaciones conyugales.
Podemos resumir todo lo anterior y señalar que, psicológicamente hablando, la inmadurez afectiva implica, en general,
falta de dominio sobre uno mismo; falta de capacidad oblativa y
de entrega en las relaciones interpersonales; falta de control en
la emotividad; ausencia de equilibrio en la vida y en los mecanismos psíquicos (Cfr. N. PICARD, L´immaturité et le consentement
matrimonial, cit., pag. 58). En una palabra: esta inmadurez es
muestra de una verdadera desorganización de la personalidad
en el plano de los afectos, pero que puede interaccionarse y repercutir negativamente sobre todo el conjunto de la personalidad humana.
La inmadurez afectiva desde el ángulo matrimonial canónico.
Una afectividad madura se hace elemento integrador de
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una personalidad normal. Tal afectividad lleva a las demás potencias el sosiego y la armonía necesarios para un comportamiento equilibrado. Por eso mismo, en condiciones de normalidad, su influencia sobre otros campos del psiquismo no tiene
por qué alterar el correcto funcionamiento de las demás potencias espirituales.
Una afectividad madura, aunque deje sentir su influjo sobre las distintas fases de la elección (motivación, deliberación,
decisión y realización), no sólo no afecta negativamente a su desarrollo, sino que en condiciones normales lo favorece y potencia.
Solo cuando exista un disturbio más o menos grave en la
afectividad y se produzca una indebida preponderancia de la
misma sobre los procesos espirituales del hombre, se pueden
generar hipótesis de perturbaciones graves a nivel de inteligencia
(convirtiéndose entonces la inmadurez afectiva en base de una
falta de discreción de juicio) o a nivel de voluntad (con el bloqueo
de la libre elección y del proceso voluntario, con lo que se llegaría
a una falta de libertad interna) o incluso a nivel de la totalidad
de la persona, que se ve alejada de las mismas posibilidades de
constitución del “consorcio de toda la vida conyugal”, en que consiste el matrimonio (lo que sería base de una incapacidad de asumir o de cumplir las obligaciones esenciales del matrimonio) (Cfr.
COLAGIOVANNI, E., Immaturitá: approccio interdisciplinare...,
cit. pag. 357: a queste quattro convergence degli psicologi corrispondono altrettante conergence dei giuristi e della giurisprudenza: 1) l´affettivitá e parte integrante della personalitá normale e
quindi di per sé sotto il suo influsso le facoltá superiora (intelligenza e volontá) rimangono libere; 2) l´affettivitá puó rinforzare la
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scelta et influere sui quattro tempi o stadi della scelta stessa: motivazione, deliberazione, decisione, realizzacione, dando rilevanza
tonalitá ed appetibilitá o dissappetibilitá al contenuto della scelta, ma in condizioni normal non distorgno l´oggetto stesso della
scelta; 3) se si verifica disarmonia, preponderanza dell´affettivitá
sui processi intellettivi—volitivi, la ipotesi di turbamento grave
puó porsi a livelo dell´intelligenza (alcune sentenze riportano la
immturitá affettiva al difetto discretionis iudicii), della volontá
(bloccante la scelta) o, pié comunemente della persona totale e
quindi compromettendo non tanto (o non soltando) il consenso,
causa eficiente del matrimonio (matrimonio statu nascenti), ma
la capacità della persona ad assumere gli onera matrimonialia”).
Estas ideas nos llevan a una consideración importante: la
de que el mundo afectivo de las personas se inmiscuye con cierta
frecuencia en las coordenadas de la conyugalidad, afectándolas
positiva o negativamente. Cuando la afectación sea positiva, esa
afectividad se revelará como factor potenciador de las posibilidades conyugales; cuando, por el contrario, la afectación sea
negativa, su influjo aumentará el caldo de cultivo de las malformaciones o perturbaciones del psiquismo, al convertirse en factor distorsionador de la personalidad o la afectividad por sí sola
o en combinación con otros factores distorsionantes.
Condiciones para que una inmadurez afectiva impida por
sí misma la validez del matrimonio.
1. Ante todo, esa inmadurez afectiva tiene que ser grave y
profunda.
706
______________________________________________________ Mª Rosa García Vilardell
En su ya mencionado Discurso de la Rota Romana, de 5
de febrero de 1987 (nro. 7), el Papa Juan Pablo II establece que
“solamente la incapacidad y no ya la dificultad para prestar el consentimiento y para realizar una verdadera comunidad de vida y de
amor hace nulo el matrimonio”; añadiéndose que “una verdadera
incapacidad puede ser admitida en hipótesis solo en presencia de
una seria forma de anomalía que, de cualquier modo que se llame,
cercene sustancialmente las capacidades de entender y/o de querer del contrayente”. Las palabras del Papa parten del supuesto de
que solamente una imposibilidad, al menos moral, y no una pura y
simple dificultad fácilmente superable constituye base para hablar
de incapacidad y por tanto de posibilidad de nulidad de matrimonio. Y ello es normal y natural si nos concienciamos del significado
jurídico de la palabra “incapacidad” que es simplemente “carencia”
de posibilidades de actuación en algún orden de la vida.
En las citadas sentencias c. Lefebvre, de 6 y 8 de julio de
1967, a propósito de la gravedad de la inmadurez afectiva, se
enuncian dos cosas dignas de nota: por un lado, y en términos
generales, se dice que ese tipo de inmadurez raras veces es grave: “est signum cuiusdam perturbationis rarius adeo gravioris”;
por otro lado y excepcionalmente pueden darse casos en que
tal inmadurez alcance cotas de gravedad nada desdeñable, con
unas consecuencias, por tanto, de grave perturbación de la vida
psíquica: “gradum attingit non spernendum”.
La conclusión es clara: no cualquier clase o tipo de inmadurez afectiva podrá determinar una incapacidad para el matrimonio,
sino solamente aquella que sea grave y profunda y afecte decisivamente a la personalidad del contrayente, alterándola seriamente.
707
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
En una sentencia c. Davino, de 19 de febrero de 1981 (Cfr.
C. TRICERRI, La piú recente giurisprudenza della Rota in tema di
incapacitó a prestare un valido consenso, en Monitor Ecclesiasticus, 1983, III, pag. 370), se pone en guardia ante los supuestos de nulidad matrimonial por inmadurez afectiva, indicándose
que la misma únicamente podrá ser tenida en cuenta cuando
sea “algo grave que haga imposible la relación interpersonal”.
Y en una sentencia c. Serrano, de 18 de noviembre de
1977 (c. Serrano, de 18 de noviembre de 1977, en Ephemerides
Iuris Canonici, 1978, nros. 3—4, pags. 349 ss.), se advierte que,
para considerar a un sujeto como inmaduro para el matrimonio,
no es suficiente demostrar que “infirma vel imminuta laborasse habilitate ad communionem stabiliendam cum comparte ex
futili quadam ratione, sicut nec satis est demonstrare debilem
intellectum vel hebetem voluntatem”. Deben ser comprobadas
deficiencias que revelen una radical incapacidad. También esta
sentencia, como se aprecia, permite entrever con claridad la autonomía de la inmadurez afectiva, al mismo tiempo que resalta
la necesidad de gravedad en la misma para ser causa válida de
nulidad matrimonial.
En este mismo sentido de exigir gravedad en la inmadurez
se orienta la Doctrina.
Según N. PICARD (N. PICARD, L´immaturité et le consentement matrimonial... cir., pag. 39), ha de hacerse una distinción:
hay tipos de inmadurez afectiva que no son otra cosa que meros
desajustes del carácter, que impiden, tal vez indefinidamente, el
que esa persona logre un encaje pleno y perfecto consigo misma
708
______________________________________________________ Mª Rosa García Vilardell
y con su entorno. Esta situación o condición puede, sin duda,
originar problemas, dificultades, crisis en los matrimonios; puede llevar incluso a la ruptura de la convivencia. Pero, al no verse
afectado el psiquismo en profundidad y en gravedad auténticas,
dichas situaciones carecen de virtualidad para comprometer la
suerte radical de los matrimonios. Por el contrario, existen otros
tipos de inmadurez afectiva realmente cualificados, en cuanto
que patentizan un desequilibrio profundo de la personalidad y
son expresión de constituciones personales o patológicas gravemente anómalas: constituciones de tipo paranoico, psiconeurótico, sociopático o psicopático, desadaptado o inadecuado, etc.
Por tanto, y en una línea práctica, se puede afirmar, jurídicamente hablando, que la mera comprobación en sí de la
presencia en el contrayente de una inmadurez afectiva no constituye de suyo una presunción de verdadera incapacidad de la
persona para el matrimonio. Habrá que demostrar que esa inmadurez, por su profundidad o gravedad, impidió o la suficiente
discreción de juicio o la posibilidad de asumir las obligaciones
esenciales del matrimonio.
Otra cuestión nos podemos plantear en este punto y es la
de saber si el hecho contrastado del fracaso, incluso irreductible
de la vida conyugal puede aducirse como expresión de una inmadurez de quien fracasa o como elemento de prueba o demostración de una incapacidad de las personas que han fracasado.
Volviendo al citado Discurso del Papa a la Rota, de 5 de
febrero de 1987 (nro. 7), el mismo hace constar que “la quiebra
de la unión conyugal jamás puede ser en sí misma una prue-
709
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
ba de la incapacidad de los contrayentes, porque los mismos
pueden haber olvidado o usado mal los medios tanto naturales
como sobrenaturales a su disposición o bien no haber aceptado las limitaciones inevitables de la vida conyugal, bien por
bloqueos de naturaleza inconsciente o por leves patologías que
no cercenan la potencial libertad humana o por deficiencias de
orden moral”.
Nos sitúa esta cuestión, como cabe deducir por estas palabras del Papa, ante la distinción entre los “vitia forum” y los
“vitia psicológica”; entre la culpa moral que se origina por el mal
uso de la libertad humana y que depende del libre albedrío de
las personas y que puede constituir base de una quiebra de la
convivencia y las situaciones de verdaderas alteraciones graves
del psiquismo que provocan, sin culpa moral de nadie, una inmadurez con la consiguiente incapacidad.
Cuando el fracaso convivencial es debido a culpa de los
propios contrayentes que por su desidia o por su descuido o por
sus defectos morales no han puesto los medios para preservar
su vida conyugal de los peligros, en modo alguno se puede hablar de que tal fracaso preste base para la nulidad. La necesidad
del esfuerzo y del combate personal del hombre para superar
sus dificultades la expresó magistralmente el Papa Pío XII en un
discurso del año 1953 en el que decía literalmente lo siguiente:
“no es posible, cuando se estudia la relación entre el yo y los dinamismos que lo componen conceder sin reserva, teóricamente,
la autonomía del hombre, es decir, de su alma, y al mismo tiempo añadir que, en la realidad de la vida, este principio teórico
parece fracasado o, por lo menos, está reducido a la mínima ex-
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presión. En la realidad de la vida —se dice— le queda al hombre
siempre la libertad de prestar su asentimiento interno a lo que
ejecuta, pero no ya la libertad de ejecutarlo. La autonomía de la
libre voluntad se sustituye con la heteronomía del dinamismo
instintivo. El Creador no ha formado así al hombre. El pecado
original no le ha quitado la posibilidad y hasta la obligación de
gobernarse a sí mismo por medio del alma. No se pretenderá que
las perturbaciones psíquicas y las enfermedades que impiden el
funcionamiento normal del psiquismo sean la nota habitual. El
combate moral para permanecer sobre el recto camino no prueba la imposibilidad de seguirlo y no autoriza a retroceder” (Pío
XII, Personalidad y conciencia. Psicoterapia y Psicología clínica.
Discurso al V Congreso de Psicoterapia y Psicología clínica, de
15 de abril de 1953, en Encíclicas y Documentos pontificios,
Trad. de P. Galindo, Madrid, 1955, pags. 1.457—1.458).
Por el contrario, cuando ese fracaso no está en función de
la mala voluntad de los contrayentes, sino que deriva de alteraciones del psiquismo, graves y profundas, que imposibilitan
para la vivencia de la vida conyugal, en esos casos y sólo en ellos
se podría afirmar que el fracaso, sin ser causa de la nulidad del
matrimonio, es verdaderamente la expresión de la imposibilidad
de convivencia.
Abundando en la misma idea y como se indica en una sentencia c. di Felice, de 12 de enero de 1974 (“Discernere oportet
vitia morum a certis inemendabilibus vitiis psychologicis: vitia
morum a libero arbitrio pendentia corrigere horno potest lumine rationis et auxilio gratiae Dei, exercendo quod praescriptis
divinarum legum est consentaneum... Quibus principiis atten-
711
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
tis perpendi potest utrum res peractae a coniugibus post matrimonium demonstrent vicia gravia psychologica antenuptialia
quibus ídem prohibeantur onera coniugalia adimplere, an potius meras violationes onerum susceptorum, responsahiliter seu
scienter et volenter positas... Non autem licet pravas violationes
onerum coniugalium ab iisdem patratas semper tribuere vitiis
psychosexualibus vei psychologicis et denegare eorumdem responsabilitatem” (SRRD., vol. LXVI, 1963, pags. 3—4), hay que
distinguir los “vitia morum” de las perturbaciones psicológicas
radicalmente imposibles de enmendar. Los primeros son cosas
dependientes del libre albedrío de los cónyuges, mientras que
los segundos se adscriben a la propia condición del psiquismo
humano. Y por ello no es lícito atribuir siempre las violaciones
de las obligaciones conyugales, que son de la propia responsabilidad de los cónyuges, a problemas psíquicos independientes
de su voluntad. Habrá que averiguar por tanto si la conducta de
los cónyuges después del matrimonio demuestra la existencia de
graves defectos psicológicos antenupciales que impiden la misma
posibilidad de asumir—cumplir las obligaciones o se trata solamente de simples violaciones de los deberes conyugales achacables tan sólo a mala voluntad o a falta de responsabilidad.
Por ello, hay que concluir que, antes de valorar un fracaso
conyugal, habrá que determinar bien sus raíces y causas. El fracaso conyugal, que puede obedecer a razones distintas de una
incapacidad, podrá ser en ocasiones un indicio de presencia en
el cónyuge de una anomalía de personalidad grave. Pero el indicio no es prueba sino únicamente comienzo de prueba. Y pasar
de ahí constituye una osadía probatoria.
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En consecuencia, y para rematar este punto, hemos de
decir lo siguiente: para dilucidar el tema de la gravedad de la inmadurez afectiva, hay que señalar que nos encontramos verdaderamente ante una cuestión de hecho”, soluble únicamente a
través y por medio de las pruebas pertinentes. Y se debe anotar
bien que ninguna alteración o inmadurez leve de la personalidad puede determinar una verdadera incapacidad y, por tanto,
la declaración de la nulidad de un matrimonio. Insistimos en
que “incapacidad” técnicamente y en el plano jurídico equivale a
imposibilidad física o moral de consentimiento, tanto en el plano
formal—subjetivo, como en el plano del objeto.
Hay que concluir, por todo ello, que las alteraciones de
la afectividad del contrayente solo pueden considerarse graves
cuando por sí mismas impiden radicalmente y no sólo dificultan
la integración y la comunicación interpersonal de los cónyuges”.
SEGUNDO. El “narcisismo” y el Trastorno narcisista
de la Personalidad. NARCISISMO: normalidad—desmesura—
patología.
Las condiciones para ser “Trastorno de Personalidad”.
1) El “narcisismo” –desde sus viejas raíces en el mito griego del ser que “se enamora de sí mismo” cuando ve su propia
imagen reflejada en las aguas cristalinas de una fuente— puede
ser llamado, en su dimensión anormal, “la enfermedad del amor
propio”; una desmesura realmente en uno de los cualificados
indicadores de la madurez: la autoestima.
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
La estima equilibrada de uno mismo entra de lleno en el
“hacerse a sí mismo”, ese vital quehacer en el que consiste el redactar cada ser humano la “novela” de la personal existencia.
La “necesidad vital” de la propia estima, siempre y cuando
no degenere en afanes desmedidos o ansias ciegas de notoriedad, entra de lleno en el desarrollo de la persona como un factor
realmente constructivo.
Esa positiva “estima” de sí evoca el término “autoestima”
con sentido psicológico centrado en la “consideración del yo individual como un yo personal”. Se trata de una “vivencia”, las
más de las veces equilibrada, que se revela en multitud de exponentes: como la construcción de caminos personales en la vida,
como la experiencia de la libertad y autonomía en el moverse
por esos caminos o como el “ojo avizor” para descubrir lo que
en cada momento la persona debe hacer para dar y hasta llenar
de sentido la existencia (cfr. sobre estas ideas acerca de la “estima—autoestima” humanas, A—R. FERNÁNDEZ GONZÁLEZ,
Introducción a la edición del Teatro crítico universal del P. B.J.
FEIJOO, Cátedra Madrid, 2002, pags. 19—20).
Este “amor de sí mismo”, —uno de los más naturales amores y mecanismo, a la vez, de salvaguarda y defensa de valores
primarios de la personalidad— se desgaja, sin embargo, y aleja
de la normalidad tan pronto como se cuida de convertir leves
ofensas contra la estima de uno en devastadores atentados contra la propia condición y dignidad.
Distingue, por eso mismo, la Psiquiatría moderna entre un
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“narcisismo sano” y “saludable” y un “narcisismo patológico”;
entre una “autoestima” que, en mesura, forma indudablemente
parte del acervo de los valores éticos de la persona y forma parte
decisiva en el proceso del desarrollo o la maduración del ser porque, al conocerse por uno mismo las propias “potencialidades
humanas”, el hecho de canalizarlas hacia el “ajuste de la propia
y personal vocación de cada uno” (en eso consiste realmente la
madurez de la persona) y ese otro negativo dar culto de idolatría
al propio “Yo” entronizando en el cuadro de los valores el sartriano y horrendo “l´enfer ce sont les autres”; entre una conciencia
saludable de uno mismo, que es tan sólo y cuando adquiere
carácter y sentido “coexistencial” en cuanto necesariamente implica relaciones de coexistencia con cosas y de convivencia con
“otros”, y una “conciencia del vacío” cerrada a todo carácter genitivo, dativo y coexistencial de la vida (cfr. P. LAÍN ENTRALGO,
Teoría y realidad del otro, Selecta de Revista de Occidente, Madrid, 1968, vol. II, pags. 39 ss.).
Una existencia personal –estructural y funcionalmente, de
hecho, abierta a “los otros”— se halla en la línea de arranque de
cualesquiera relaciones interhumanas o de “encuentro interpersonal”; y esa “apertura” con sus raíces en el pensar—sentir—querer una “empresa” de la que formen parte “los otros” o un “otro”
determinado en aras del obligado “hacerse uno mismo” con las
personales “potencialidades” de cada ser humano (vocación) es,
por necesidad, un “tendere—in”, una “impulsión” consciente y
libremente orientada hacia un fin vital, que –al envolver una real
posibilidad de haberse de contar con “los otros”— incluye, con la
lógica de las cerezas prendidas unas en otras, un “existir activo
y orientado, un in—tencional existir ‘para’ los otros; en definiti-
715
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
va, un con—vivir” (cfr. P. LÍAN ENTRALGO, cit., pag. 41).
Todas las raíces de “lo conyugal” interhumano beben su
savia en esta realidad del hombre en sí vuelto hacia los “otros”.
Esas raíces dejan de tener savia cuando el narcisismo desmesurado ciega los canales de alimentación de esas naturales “tendencias altruistas”.
2) Aunque se reconoce que “una certa quantità di amor
propio è non solo normale ma anche auspicabile” (cfr. Glen O.
GABBARD, Psichatria psicdinamica. Nuova edizione basata sul
DSM—IV, r. Cortina Editore, Milano, 1995, pags. 467 ss.), también admite la Psiquiatría moderna la dificultad –como en todo lo
anómalo humano— de trazar divisorias netas y definidas entre
los perfiles de un narcisismo sano y los del patológico; o de poder fijar con la exactitud propia de una buena técnica depurada
“dove il narcisismo sano si trasmuta in narcisismo patológico”.
De hecho, manifestaciones de buena y constructiva “autoestima” pueden combinarse y mezclarse –hasta en el mismo
individuo— con la “desmesura” de inaceptables egocentrismos
próximos o incluso dentro ya de una verdadera “patología”.
De hecho también se reconoce la innegable “relatividad” de
las fijaciones patológicas en esta materia, ya que un “acicalarse”
por ejemplo de un joven durante una hora de “atusarse” sus
cabellos puede ser algo tan normal como anormal podría ser eso
mismo en una persona de cincuenta años (cfr. G. O. GABBARD,
cit., pag. 467—468).
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El mismo Autor apunta el innegable hecho de hallarse nuestra sociedad inmersa en la vivencia activa de una cultura narcisística, con puntos de alimentación y apoyo en unos “mass media”
que rinden culto a la imagen mucho más que a los fondos y sustancia de la realidad; una cultura que es consumista de bienes
materiales mucho más que de valores espirituales como claves de
bienestar y de felicidad; en que el “miedo a envejecer”, por ejemplo,
dispara hacia arriba la cuenta de resultados de gimnasios y de
fisioterapeutas, o que en las “emulaciones” de hoy se concretan invariablemente en ídolos de musculaturas envidiables más que en
ejemplos del “deber ser” en cualquiera de los órdenes de la vida.
Y añade el mismo Autor estas otras ideas en apoyo de
esa dificultad de –en estos momentos— fijar como indicadores
de verdaderas patologías narcisistas modos de obrar que o no
son otra cosa que expresiones normales y equilibradas incluso
de buena “autoestima” o son tan solo muestras de una “moda
social” dentro de la cultura moderna.
“Uno dei criteri diagnostici chiave d el disturbo di personalitá narcisistico, lo sfruttamento interpersonale, é fortemente
adattativo nella nostra societá. Di fatto, la struttura stessa del
nostro sistema economico é fondata sul recompensare coloro
che sono capaci di convincere gli altri ad acquistare un prodotto
(Maccoby, 1976; Person, 1986). Nel mondo aziendale, “produrre”
é diventato piú importante rispetto a valore come impegno, lealtá, integritá e calore interpersonale. Allenatori di squadre sportive possono soprassedere a trattamenti offensivi da parte dei loro
atleti finché essi continuano a portare a casa vittorie. La vittoria
fa perdonare ogni cosa”.
717
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
Por ello, ha de reconocerse que se acrecen las dificultades para un diagnóstico diferencial, muchas veces imposible en
cuanto al acierto del mismo:
“Dato questo ambiente culturale, é spesso problemático
determinare quali tratti indichino un disturbo di personalitá
narcisistico e quali tratti siano dei semplici adattamenti culturali. Inoltre, la differenza tra una sana stima di sé e una stima di sé
artificialmente gonfiata é spesso ambigua” (ob. Cit., pag. 468).
3) La cuestión central en el caso del “narcisismo”, ante tamaña mezcolanza de tan posibles como inciertos factores de indicaciones hipotéticamente narcisistas, estribará en intentar fijar
algunos criterios que, con carácter definitivo, puedan utilizarse a
la hora de deslindar el terreno de un narcisismo normal, equilibrado y sano frente a otro que deba calificarse de patológico.
Con sentido y alcances de meras aproximaciones, el propio
G. O. GABBARD anota estas muy aprovechables indicaciones,
con aplicaciones posibles –y muy concretas también—, a este
nuestro campo de la calidad altruista y dativa de las relaciones
interpersonales conyugales.
En modos negativos y positivos, el citado Autor recorre
caminos lisos con pretensiones –muchas de ellas efectivamente
elocuentes— de clarificar las lindes entre lo que, en esta materia, ha de considerarse patológico y lo que no lo es en ninguna
forma: “I criteri della salute mentale consacrati dal tempo – amare e lavorare – sono soltanto parcialmente utili nel rispondere
a questa domanda. La storia professionale di un individuo puó
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aiutare molto poco a fare tale distinzione. Individui narcisisti
fortemente disturbati possono avere un suceso straordinario in
certe professioni, come negli affari, nelle arti, nella política, nel
mondo dallo spettacolo, nell´atletica, nel campo dell´evangelismo
(Gabbard, 1983; Rinsley, 1985, 1989). In certi casi, tuttavia, la
patología narcisistica si puó riflettere nella superficialità di un
interesse professionale (Kernberg, 1970), come se il suceso e
l´applauso fossero più importanti rispetto alla competenza specifica nel campo stesso.
Le forme patologiche del narcisismo sono piú fácilmente
identificate tramite la qualità delle relazioni del soggetto. Una
tragedia che aflige queste persone è la loro incapacità di amare.
Delle sane relazioni interpersonali possono essere riconosciute
in base a carta qualità come l´empatia e la preoccupazione per i
sentimenti dell´altro, un genuino interesse per le idee degli altri,
la capacità di tollerare l´ambivalenza nelle relazioni di lunga durata senza pervenire a una rinuncia, e la capacitá di riconoscere
il proprio contributo nei conflitti interpersonali. Gli individui le
cui relazioni siano caratterizzate da queste qualitá possono servirsi a volte degli altri per gratificare i propri bisogni, ma questa
tendenza si verifica nel piú ampio contesto di relazioni interpersonali connotate da sensibilitá piuttosto che essere uno stile
pervasivo di trattare gli altri. D´altra parte, l´individuo con un
disturbo narcisistico di personalitá si acosta agli altri trattandoli
come oggetti da usare e da abbandonare secondo i bisogni narcisistici, incurante dei loro sentimenti. Gil altri non sopo vissuti
come persone che hanno un´esistenza separata o bisogni propri.
Il soggetto con disturbo narcisistico di personalitá spesso interrompe una relazione dopo un breve periodo di tempo, di solito
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
quando l´altro comincia a porre richieste emergente dai propri
bisogni. L´aspetto più importante é che tali relazioni chiaramente non “lavorano” nei termini della capacità del narcisista di
mantenere il propio sentimento di autostima (Storolow, 1975)”
(cfr. ob. cit., pag. 469).
4) En el DSM—IV—TR (cfr. Masson Barcelona, 2001, pag.
803), los criterios para el diagnóstico de F60.8 (del CIE 10),
Trastorno narcisista de la personalidad [301.81] (cinco o más
“items” para el posible diagnóstico) y en la muestra de ese patrón general de grandiosidad (en la imaginación o en el comportamiento), esa necesidad de admiración y la ostensible falta de
empatía, que empiezan al principio de la edad adulta se da en
diversos contextos y con entrada de algunos o todos estos caracteres y distintivos:
“(1) Tiene un grandioso sentido de auto—importancia (p.
ej., exagera los logros y capacidades, espera ser reconocido como
superior, sin unos logros proporcionados)
(2) Está preocupado por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza o amor imaginarios
(3) Cree que es “especial” y único y que sólo puede ser
comprendido por, o sólo puede relacionarse con otras personas
(o instituciones) que son especiales o de alto status
(4) Exige una admiración excesiva
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(5) Es muy pretencioso, por ejemplo, expectativas irrazonables de recibir un trato de favor especial o de que se cumplan
automáticamente sus expectativas
(6) Es interpersonalmente explotador, por ejemplo, saca
provecho de los demás para alcanzar sus propias metas
(7) Carece de empatía: es reacio a reconocer o identificarse
con los sentimientos y necesidades de los demás
(8) Frecuentemente envidia a los demás o cree que los demás le envidian a él
(9) Presenta comportamientos o actitudes arrogantes o
soberbios”
5) Son, como se aprecia, los patrones fundamentales que
constituyen las líneas medulares del Trastorno narcisista de la
personalidad cosas como la emotividad excesiva con demanda
de atención prevalente a favor del egocentrismo del paciente; la
grandiosidad, necesidad de admiración y falta de empatía sobre
todo con los demás; una consiguiente actitud sistemática de desprecio, objetivación y violación de los derechos de las personas.
Con ellos, y en estados de verdadero y grave narcisismo
patológico, no se hace difícil concluir incidencias negativas sobre las mismas posibilidades de conyugalidad normal de las personas, tanto en el plano de la emisión del consentimiento, como
en el de poder asumir llevando a efecto el haz –en todo o en par-
721
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
cialidad— de las esenciales obligaciones conyugales.
Ello se hace perfectamente deducible de las anteriores anotaciones sobre los caracteres definitorios en grado máximo de las
condiciones patológicamente narcisistas de la personalidad.
III. APLICACIÓN DEL DERECHO A LOS HECHOS. 7. En
esta causa de nulidad conyugal por “incapacidad psíquica” –en
el momento de contraer— de los dos esposos, para el consentimiento y el matrimonio: por grave defecto de discreción del juicio
e incapacidad para asumir—cumplir las esenciales obligaciones
conyugales; y también por exclusión positiva de la fidelidad conyugal por parte únicamente del esposo actor (este capítulo para
ser juzgado como en primera instancia, de acuerdo con el canon
1.683), los infrascritos Auditores del Turno judicial, después
de haber analizado y valorado –de acuerdo con los criterios legales canónicos de aprecio de pruebas y las reglas ordinarias de la
sana crítica— los resultados de los medios probatorios actuados
y practicados en la presente causa, han estimado y juzgado que
de los mismos no cabe deducir racionalmente, según nuestro
juicio y con certeza moral, argumento suficiente a favor de
una verdadera demostración en este caso de la nulidad del
matrimonio en cuestión por ninguno de los capítulos invocados y contenidos en el objeto litigioso de la misma: es decir, ni por la incapacidad psíquica de alguno de estos esposos, o
por grave defecto de discreción del juicio o por imposibilidad de
ambos o de alguno de ellos para asumir—cumplir las esenciales
obligaciones conyugales: todo ello a tenor del canon 1.095—2º y
3º; ni tampoco –juzgando en primer grado de jurisdicción— por
exclusión o rechazo positivo de la prole por parte del marido
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actor.
Y en consecuencia, deciden no declarar la nulidad del referido matrimonio, respondiéndose negativamente a todas las
pretensiones del marido actor en la causa.
LAS RAZONES Y MOTIVACIONES DE APOYO A TAL RESOLUCIÓN SE CONCRETAN EN ESTAS ANOTACIONES Y VALORACIONES CRÍTICAS:
I. Dos líneas o cauces de prueba son de ordinario precisos
en estas causas de nulidad conyugal por “incapacidad psíquica”
del contrayente, para que el juez o tribunal puedan disponer de
elementos de juicio suficientes para llegar a convicciones seguras y ciertas sobre la verificación en la persona, al emitirse el
consentimiento, de presencia eficaz de raíces –inflexibles, desadaptativas y funcionalmente incapacitadoras— de unas verdaderas imposibilidades personales, o para una emisión psicológica normal del consentimiento o para poder asumir—cumplir
esenciales obligaciones conyugales.
Estos cauces probatorios son, de un lado,
—El basado y apoyado en datos de experiencia sobre el
comportamiento del presunto incapaz en todo el “iter” de las
relaciones interpersonales, lo que es de ordinario llevado al proceso por medio de las pruebas llamadas morales (declaraciones
judiciales de los esposos y prueba testifical)
723
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
—Y –de otro— el técnico, derivado del estudio científico
(generalmente psicológico y psiquiátrico) de las condiciones reales del psiquismo—personalidad del presunto incapaz en el momento de contraer su matrimonio.
Estas dos líneas de prueba se han llevado a cabo en las
dos instancias de la presente causa; y en ambas, los resultados
probatorios, a juicio de este Tribunal, y siguiendo los criterios
valorativos de la sentencia anterior, han sido insuficientes para
llegarse a certeza moral sobre incapacidad de alguno de estos
dos esposos para el consentimiento y el matrimonio, de acuerdo
con la norma concreta del canon 1.095, 2 y 3 del vigente Código
de Derecho Canónico.
Este Tribunal, en línea analítico—valorativa de las actas de
la causa y muy especialmente de los resultados de las pruebas
practicadas en ella, conjuntando esos dos aspectos de análisis y
de valoración, se permite las siguientes anotaciones.
II. RESUMEN ANTICIPADO DEL CRITERIO FINAL DEL
TRIBUNAL
Estudiados, analizados y valorados los autos, con las pruebas practicadas en las dos instancias de la causa y en cuanto a
todos los capítulos del Dubio, este Tribunal llega a estas conclusiones, sintéticamente anticipadas:
1. En cuanto al grave defecto de discreción del juicio y la
incapacidad para asumir las esenciales obligaciones conyugales
por parte de alguno de los dos esposos
724
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Nuestro criterio es del todo contrario a la verificación en
el caso de estos capítulos de nulidad, de cualquiera de ellos, en
alguno de estos cónyuges, individual o conjuntamente considerados:
—ni de las pruebas personal—morales (declaraciones judiciales de las dos partes, intensa prueba testifical de personas
realmente conocedoras de las dos personas litigantes e incluso
prueba documental en el caso poco o nada atinente al mérito)
ni tampoco de las más relevantes en estos supuestos pruebas
periciales nos parece mínimamente derivable,
Ni el que los esposos –personas normales, aún dentro de
los condicionantes personales y sociales derivados por lógica natural de sus respectivas profesiones fueran incapaces de percibir—criticar—valorar el significado del matrimonio en general y
para sus vidas;
Ni tampoco el que ambos o alguno de ellos –por iguales
condiciones de normalidad de los mismos— carecieran de reales
posibilidades de asumir—cumplir las fundamentales obligaciones conyugales.
La razón de mayor fondo deriva, en línea de remate probatorio, de las pruebas técnicas, la segunda de las cuales, la
realizada sobre los esposos por el Dr... en la segunda instancia
de esta causa, es del todo concluyente dentro de una clara coherencia y armonía de sus resultados con el contenido de las
restantes pruebas:
725
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
—En una buena pericia sobre el marido, con abundancia
de referencias de índole fáctico y de ciencia y técnica psiquiátrica, con un contraste acertado entre las dos enunciadas líneas de
prueba, el perito no encuentra justificación alguna para mantener un criterio favorable a la presencia en el esposo y en el momento de su matrimonio de raíces psicopatológicas graves o de
ocasionales situaciones de anormalidad psíquica, que pudieran
haber sido determinantes de incapacidad del marido ni para la
emisión psicológica del consentimiento en mínimas condiciones
de regularidad ni para poder asumir, mínimamente al menos,
las esenciales obligaciones que el matrimonio conlleva (cfr. ff. 93
ss. 2ª inst.)
—Y eso mismo es también deducible de esa vía probatoria
respecto de la mujer demandada (ff. 95 ss.).
Las perturbaciones de personalidad hipotéticamente expresivas de anormalidad psíquica en estas personas no pasarían
de ser simples variaciones o simples desequilibrios cuantitativos, nunca cualitativos y con verdadera dureza de invalidar conductas, dentro del vasto espectro de la normalidad.
2. En cuanto a la exclusión de la fidelidad por parte del
marido,
el mismo Tribunal, a la vista del suplemento de prueba
practicado una vez admitido el nuevo capítulo, no encuentra en
estas pruebas algo que permita seriamente ir más allá de un
hipotético quebranto efectivo, sin más, de la fidelidad conyugal,
sin que en ningún caso se puedan comprobar actitudes –previas
726
______________________________________________________ Mª Rosa García Vilardell
al matrimonio, explícitas o implícitas— de exclusión formal y positiva de la misma; ni se puede aventurar racionalmente a partir
de las pruebas un rechazo formal y expreso de esa fidelidad que
forma parte de la entrega mutua esponsal; ni la conducta sentimental del esposo, antes o después de celebrado el matrimonio
pero con posibilidad de referencia al momento de la celebración,
permite deducciones de buena lógica que permitan una ilazón
entre el comportamiento y la voluntad interior, que pudiera favorecer seriamente una conclusión presuntiva de rechazo de esa
virtud conyugal.
III. ANOTACIONES—VALORACIONES CRÍTICAS, MÁS
COMPLETAS Y DETALLADAS, DE LAS PRUEBAS DE LA CAUSA EN ORDEN A LA DEMOSTRACIÓN O NO DEL MÉRITO DE
LA MISMA
Primero. Realmente, en un procedimiento judicial, ni la
demanda o la contestación de la misma ni, en general, los elementos de mera alegación de la causa han de considerarse, en
sentido estricto, pruebas; son más bien objetivos de prueba, pretensiones con expectativa de prueba y que, en buena técnica
procesal, se reducen a casi nada probatoriamente hablando.
Siendo esto así, ello no quiere decir sin embargo que dichos elementos de alegación u otros contenidos de las actas no
puedan, llegado el caso, revestir o mostrar poderes indiciarios
que puedan servir como criterios de apoyo a la valoración propiamente dicha de las pruebas.
Por ello, nos proponemos –antes de otra cosa— echar una
727
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
mirada crítica a esos dos elementos de primaria alegación como
son la demanda del actor y la contestación a la misma por parte
de la esposa demandada.
Hecho ello, se analizarán y valorarán las restantes pruebas de la causa en esas dos vertientes de lo personal—moral
(declaraciones judiciales de los dos esposos y prueba testifical) y
de lo técnico (pruebas periciales).
Segundo. Breve referencia valorativa de la demanda del actor y de la contestación a la misma por la parte
demandada.
Miradas a vuelo de ave, la demanda del actor y la contestación a la misma de la esposa demandada forman un cuadro
en anverso y reverso: un anverso de utopía ... y un reverso de
realismo de a pié.
La poesía es sin duda creación a partir de miradas interiores a la realidad que se quisiera de las cosas: esos dos presuntos
“narcisismos” –con relieves freudianos de “yo” y “super—yo”—
encajan bien sin duda en moldes de novela rosa, en voluntarismos de estereotipo cultivado, pero la frialdad de un proceso
judicial y la eficacia o no de unos medios de prueba procesal son
otra cosa distinta: ni los narcisismos, y menos con las calidades
que en la demanda se les atribuyen, son normales y corrientes,
aunque sí deba ser normal la autoestima de cada persona hacia
sí misma, sin que por ello el narcisismo asome; ni el otro punto
de apoyo de las pretensiones en el caso y por parte del actor, la
inmadurez afectiva de ambos, con que al parecer fueron llevados
728
______________________________________________________ Mª Rosa García Vilardell
hasta el altar, tiene de ordinario mucho que ver con personas,
una de las cuales ha decidido verse en un determinado mundo
para construirse y salir adelante (la inmadurez, toda inmadurez,
se cura con la brega diaria de la vida); y la otra –aunque haya
podido ser “niña bien”— se ha curtido en internados que, aún
en la hipótesis de ser jaulas de oro, son jaulas a pesar de todo y
curten también para la vida y de qué manera.
Frente a la pintura rosa de esta mutua realidad y relaciones de la demanda, se levanta con mayor realismo y fuerza la
contestación de la esposa, aligerando sensiblemente el tono de
esos voluntarismos y poniendo en acto la seriedad y frialdad de
las cifras y de datos más objetivos: se casan estos esposos en
el año 1962; una vida con altibajos como todas, pero normal,
de ambos hasta que, en 1979, él conoce, entabla relaciones, se
pone a vivir con otra y se separa de su mujer, llegándose a la
separación y el divorcio; 18 años de vida estable con esa mujer
hasta que entabla relaciones con una tercera, con la que se trata de contraer matrimonio por la Iglesia y para ello se demanda
esta nulidad.
Los avales de realismo están, a simple vista repetimos,
más a favor de los datos objetivos que de la novela rosa; y más
si tomamos, aunque solo sea como indicio, el último tramo de la
demanda, en que se muestran en su fondo las auténticas motivaciones de esta petición de nulidad y que anteriormente resumíamos así: al final, la demanda se extiende en un comentario
a ese lema del derecho de la Iglesia: “la salvación de las almas,
suprema ley”, con alegatos de poesía dramática a favor de la obtención de la nulidad del matrimonio enhebrados al filo del tem-
729
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
blor de su espíritu por el deseo de ponerse en paz con su propia
conciencia. Y los alegatos llegan hasta ver ese mismo deseo de
paz de la conciencia en las apetencias de la mujer demandada.
A tales alegatos y posicionamientos, no infrecuentes en
muchos hoy día, han de recordarse las enseñanzas del Papa
Juan Pablo II, en su Discurso a la Rota Romana del año 1990,
en el que se hacen significativas consideraciones de contraste
entre equidad, justicia y derecho y se vierte luz muy orientadora
sobre esos voluntarismos en materia de nulidades conyugales
que pretenden aunar la justicia y los intereses o deseos, por
bienintencionados que resulten.
Reproducimos algunos párrafos de ese Discurso pontificio:
“El Concilio no dejó de sacar muchas consecuencias operativas de este carácter pastoral del Derecho Canónico, estableciendo medidas concretas encaminadas a hacer que las leyes
y las instituciones canónicas sean cada vez más adecuadas al
bien de las almas (cfr. por ejemplo, el Decreto CD, passim).
En esta perspectiva es oportuno detenerse a reflexionar sobre un equívoco, tal vez comprensible pero no por ésto menos
dañoso, que por desgracia condiciona con frecuencia la visión
de la pastoralidad del derecho eclesial. Tal distorsión consiste en
atribuir alcance e intenciones pastorales únicamente a aquellos
aspectos de moderación y de humanidad que se pueden relacionar inmediatamente con la aequitas canónica; es decir, consiste
en sostener que sólo las excepciones a las leyes, el evitar el recurso a los procesos y a las sanciones canónicas, y el reducir las
730
______________________________________________________ Mª Rosa García Vilardell
formalidades jurídicas, tienen de verdad importancia pastoral.
Se olvida así que también la justicia y el estricto derecho –y, por
consiguiente, las normas generales, los procesos, las sanciones y
las demás manifestaciones típicas de la juridicidad, siempre que
resulten necesarias— son exigidas en la Iglesia para el bien de las
almas y son, por tanto, realidades intrínsecamente pastorales.
La dimensión jurídica y la pastoral están inseparablemente unidas en la Iglesia peregrina sobre esta tierra. Ante todo,
existe armonía entre ellas, que deriva de la finalidad común: la
salvación de las almas. Pero hay más. En efecto, la actividad jurídico—canónica es por su naturaleza pastoral: constituye una
peculiar participación en la misión de Cristo Pastor, y consiste
en actualizar el orden de justicia intraeclesial querido por el mismo Cristo. A su vez, la actividad pastoral, aún superando con
mucho los meros aspectos jurídicos, comporta siempre una dimensión de justicia. En efecto, no sería posible guiar a las almas
hacia el Reino de los cielos si se prescindiese de aquel mínimo
de caridad y de prudencia que consiste en el esfuerzo por hacer
observar fielmente la ley y los derechos de todos en la Iglesia.
De ahí se sigue que toda contraposición entre pastoralidad y juridicidad es desviadora. No es verdad que, para ser más
pastoral, el derecho deba hacerse menos jurídico. No cabe duda
de que hay que tener presentes, y aplicarlas muchas manifestaciones de aquella flexibilidad que precisamente por razones pastorales, siempre ha caracterizado al Derecho Canónico. Ahora
bien, es preciso respetar también las exigencias de la justicia que
pueden ser superadas por aquella flexibilidad, pero nunca negadas. La verdadera justicia en la Iglesia, animada por la caridad
731
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
y suavizada por la equidad, merece siempre el adjetivo calificativo de pastoral. No puede existir un ejercicio de auténtica
caridad pastoral que no tenga en cuenta ante todo la justicia
pastoral.
Por tanto, es preciso tratar de comprender mejor la armonía entre justicia y misericordia, tema tan querido por la
tradición tanto teológica como canónica. “Juste iudicans misericordiam cum iustitia servat”, rezaba una rúbrica del Decreto
del Maestro Graciano (D. 45, c. 10). Y santo Tomás de Aquino,
después de haber explicado que la misericordia divina, al perdonar las ofensas de los hombres, no actúa contra la justicia
sino más bien por encima de ella, concluía: “Ex quo patet quod
misericordia non tollit iustitiam, sed est quaedam iustitiae plenitudo” (Summa Theologiae, I, q. 21, art. 3, ad 2).
Convencida de eso, la autoridad eclesiástica trata de conformar su propia acción, incluso al estudiar las causas sobre
la validez del vínculo matrimonial, a los principios de la justicia y de la misericordia. Por ello, toma nota, por una parte, de
las grandes dificultades en que se mueven las personas y las
familias implicadas en situaciones de infeliz convivencia conyugal, y reconoce su derecho a ser objeto de una particular solicitud pastoral. Pero, por otra, no olvida el derecho, que tienen
también ellas, de no ser engañadas con una sentencia de nulidad que esté en contraste con la existencia de un verdadero
matrimonio. Esa injusta declaración de nulidad matrimonial
no encontraría ningún legítimo aval en el recurso a la caridad
y a la misericordia, pues éstas no pueden prescindir de las
exigencias de la verdad. Un matrimonio válido, aunque marca-
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______________________________________________________ Mª Rosa García Vilardell
do por graves dificultades, no podría ser considerado inválido
salvo haciendo violencia a la verdad y minando de ese modo
el único fundamento sólido sobre el que puede sostenerse la
vida personal, conyugal y social. El juez, por tanto, debe siempre cuidarse del peligro de una malentendida compasión que
degeneraría en sentimentalismo, sólo aparentemente pastoral.
Los caminos que se apartan de la justicia y de la verdad acaban por contribuir a alejar de Dios a las personas, obteniendo
el resultado opuesto al que en buena fe buscaban.
Por el contrario, la obra de defensa de una válida unión
matrimonial representa la tutela de un don irrevocable de Dios
a los cónyuges, a sus hijos, a la Iglesia, y a la sociedad civil.
Solamente dentro del respeto a este don es posible encontrar
la felicidad eterna y su anticipación en el tiempo, concedida a
quienes, con la gracia de Dios, se identifican con su voluntad,
siempre benigna aunque a veces pueda parecer exigente. Entonces es preciso tener presente que el Señor Jesús no dudó
en hablar de un “yugo”, invitándonos a tomarlo y consolándonos con esta misericordiosa afirmación: “Porque mi yugo es
suave y mi carga ligera” (Mt. 11.30)”.
El espíritu de verdad –jurídica o no jurídica, que la verdad es una aunque se la llame con distintos nombres— de
los anteriores pensamientos prestan ya mucha luz a los solos
planteamientos de la presente causa, con las anotadas incidencias de la misma, tal como las correlativas formulaciones
se presentan en la demanda y en la contestación a la misma
por parte demandada.
733
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
Tercero. Análisis y valoración de los distintos ramos de
prueba de la presente causa.
1. En esta causa, las pruebas practicadas han sido:
—Declaraciones judiciales de los dos esposos (más de una
en distintos momentos y circunstancias de la causa)
—Prueba testifical, también propuesta por ambos cónyuges, con declaraciones de once testigos en la primera instancia y
tres en la segunda (respecto del objeto litigioso inicial) y cuatro
en la segunda instancia, una vez admitido el nuevo capítulo de
rechazo de la fidelidad conyugal por parte del esposo
—Prueba documental, muy diversa, gráfica y manuscrita,
con algún documento notarial y toda ella, por lo general, de escasa referencia al mérito central de la causa
—Y prueba pericial de psicólogo (en la primera instancia)
y de psiquiatra (en la segunda), llevadas a cabo sobre los dos
cónyuges, con exploración directa y personal de los mismos por
los propios peritos designados judicialmente.
2. Análisis y contraste valorativo de las pruebas de la
causa.
A. Estudio analítico y crítico—valorativo de las pruebas
periciales.
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______________________________________________________ Mª Rosa García Vilardell
En causas de nulidad conyugal como las fundadas en “incapacidad psíquica” del contrayente a consecuencia de raíces
imbricadas en alteraciones del psiquismo personal y con proyecciones graves y negativas sobre el valor mismo de su consentimiento a causa de caracteres inflexibles, desadaptativos,
desestructuradores de la normalidad y funcionalmente incapacitantes, se hace patente como los estudios técnicos de la personalidad de los esposos en el momento del consentir se erigen
en portavoces, los más autorizados, de buenos elementos de juicio para crear en los jueces las convicciones correctas sobre los
alegatos de parte a favor de esa pretendida incapacidad para el
consentimiento y el matrimonio.
Ello hace que, en este examen valorativo de las pruebas de
la causa en materia de las incapacidades de los esposos fijadas
en el Dubio, el comienzo se centre en las dos pericias realizadas
sobre ambos cónyuges, una en cada instancia.
a. En cuanto a la pericia psicológica de la primera
instancia
Hechos análisis y profundización crítica de la pericia de la
primera instancia y contando con que el perito ha llevado a cabo
sus pericias con estudio directo de la personalidad de los dos
esposos y con cuenta de las restantes pruebas de la causa, este
Tribunal no tiene inconveniente alguno en aceptar la conclusión
siguiente contenida en la sentencia de la primera instancia:
“En consecuencia, a la vista del informe pericial, no consta que
ninguno de los esposos padeciese incapacidad discretiva o asunti-
735
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
va en el momento de contraer matrimonio. El hecho de que hayan
existido problemas en su relación interpersonal y el hecho de que
por falta de esfuerzo y de pedir la ayuda ordinaria y proporcionada
no los hayan superado no significa que sean incapaces de contraer
matrimonio, puesto que la capacidad consensual no se identifica
con un grado de madurez ideal, donde no quepa la existencia de
ningún problema, desavenencia o discusión entre los cónyuges
–grado que, por otra parte, la generalidad de las personas, estando
llamadas al matrimonio, no suelen alcanzar—, sino con el grado mínimo de madurez que supone ausencia de anomalías psíquicas en
la personalidad de los contrayentes, grado que es compatible con la
existencia de otros factores –también de tipo psíquico— que puedan
hacer más o menos difícil la relación conyugal y puedan exigir más
o menos esfuerzo para ser superados” (cfr. 276 1ª inst.).
Suele decirse en hermenéutica que, cuando las palabras
son claras –y sobre todo cuando las mismas cuentan con apoyos
en razones serias—, no necesitan de interpretación alguna.
La parte actora, en sus Alegaciones sobre la pericia en
cuestión, sigue haciendo alardes voluntaristas.
Anota que “para hacer un disparate, no es necesario que
una persona padezca alguna anomalía psíquica”;
y que “el dictamen del psicólogo, siendo acertado en lo que
ha investido (sic), es manco para el mérito total de la causa presente por lo que, más allá del campo observado, en él queda por
investigar” (ff. 223 y 223 vlto. 1ª inst.).
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______________________________________________________ Mª Rosa García Vilardell
Y el Letrado de la parte –después de anotar doctrina de uso
aceptable en materia de incapacidades psíquicas— centra sus –para
nosotros— deformados o irregulares criterios jurídico—canónicos
en la materia con estas frases de las Alegaciones en cuestión:
“Decimos que la cuestión a dilucidar aquí no es que ni el Sr.
XXX ni la Sra. XXX tengan trastornos de personalidad o anomalías psíquicas (en el sentido de CIE 10 de la OMS, o de la DSM IV),
cosa que nunca hemos afirmado, ni por asomo; sino que, a pesar
de no darse tales supuestos, sí se da, en ambos conjuntamente, esa “carencia de voluntad estimativa del matrimonio a niveles
personales”, que los volvió por ello “incapaces a niveles de juicio
práctico” para asumir un válido matrimonio, como decía Panizo,
no dándose por ello en los mismos esa “intención (contractual)
verdadera no solo en la mente del sujeto sino en el orden real, de
que hablaba Serrano” (cfr. ff. 224 y 224 vlto. 1ª inst.).
BASTARÍA, para desautorizar estos planteamientos con
recordar que, en esta causa y materias del Dubio de la primera instancia, nos hallamos con planteamientos de nulidad por
“incapacidad” y no por cosas que puedan depender de alguna
manera, de una u otra forma, de la voluntad consciente de las
personas; y con reproducir meramente esta muy clara frase del
Papa Juan Pablo II en su memorable Discurso a la Rota Romana sobre las nulidades conyugales por incapacidad psíquica, de
febrero de 1987, en la que deja muy bien sentado algo que, para
un jurista, no puede tener duda: “Una vera incapacità è ipotizzabile solo in presenza di una seria forma di anomalia che, comunque si voglia definire, debe intaccare sostanzialmente le capacità
di intendere e/o di volere del contraente” (nro. 7 del Discurso).
737
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
Con todos los respetos para la parte, lo que en esta causa
centralmente se discute es no otra cosa que la de si estos esposos, al contraer, eran “incapaces” para el consentimiento y el matrimonio; y el concepto jurídico de incapacidad en materia conyugal ha de corresponderse con “causas de naturaleza psíquica”,
lo que en la realidad se conecta con situaciones de verdadera
anormalidad o presencia de anomalías psíquicas graves.
El juego del “disparate” usado por la parte actora, cuando
en buena lengua española “disparatar” significa “decir o hacer
cosas fuera de razón y regla”, aunque a veces pueda quedarse
en una simple “ocurrencia” o “demasía” ocasional, no sirve de
medida en el caso, porque de ordinario “una persona que haya
incorporado a su criteriología práctica el disparate” puede que
no sea –como dice la parte— un “perturbado mental” en sentido
estricto, pero será sin duda un anormal que anda por fuera de
las reglas de la convivencia social ordinaria.
INSISTIMOS: cuando la pericia psicológica de la primera
instancia –con buen método y criterio y elementos aceptables de
juicio— concluye que, ninguno de estos esposos, al celebrarse
el matrimonio, padecía trastornos de personalidad o anomalías
psíquicas de ninguna clase o género, se niega razón a cualesquiera pretensiones de incapacidad consensual—conyugal en
cualquiera de estos cónyuges.
b. Las dos pericias psiquiátricas sobre los dos esposos
–efectuadas en la segunda instancia— no muestran mejores
pronósticos conclusivos que la anterior pericia.
738
______________________________________________________ Mª Rosa García Vilardell
El núcleo de las conclusiones finales del perito son las
siguientes:
1) En cuanto a las condiciones del esposo en el momento
de celebrarse el matrimonio, los señalamientos periciales, como
cristalizaciones finales de razonados análisis con apoyo en pruebas psicológicas y estudio del contenido de las restantes pruebas de la causa (la personal—moral sobre todo), es como sigue:
“1. No encuentro justificación alguna para afirmar que, el
esposo, en el momento de contraer, presentara algún déficit de
madurez, de desarrollo o algún trastorno reactivo o anomalía
psíquica, ni ningún otro género de alteración de la personalidad, que afectase a su persona de forma negativa limitando o
anulando sus normales capacidades psicofísicas, cognitivas y
emocionales.
2. Es evidente una carencia económica y cultural en la
infancia, pero igual de evidente es que no sufrió carencia afectiva de ningún tipo. Esto ha influido en la adquisición de conocimientos académicos, retrasándola en relación a la de otros
jóvenes de su edad. Pero en ningún sentido esta situación puede considerarse una educación inadecuada que haya originado
una singularidad de carácter en sentido negativo. Ha sido una
dificultad socio—económica, brillantemente, superada en la realización de sus aptitudes, en la elección de su carrera profesional. Considero que estas circunstancias no han influido en sus
facultades decisorias al contraer matrimonio, ni son suficientes
para entender el fracaso matrimonial.
739
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
3. Yo, con los conocimientos adquiridos en el estudio realizado para esta pericia, no puedo afirmar que, en el momento de
contraer, existiera ninguna grave alteración de índole psíquica
que afectase a su discreción de juicio o a su libertad.
4. Mi criterio, es que no. Que ninguna peculiar manera de
ser condicionó su inteligencia ni su voluntad llevándole a una
decisión incoherente.
5. Mi opinión es que sí que se daba en él la discreción de
juicio y la madurez afectiva suficientes para valorar las obligaciones del matrimonio, y, en consecuencia, para poder aceptarlas consciente y libremente.
6. De los estudios realizados no se deduce nada que haga
dudar de su capacidad psicofísica para asumir y cumplir las
obligaciones conyugales.
7. Considero que no existe tal incapacidad, por causa psíquica.
8. No considero extrañas a sus respectivas profesiones las
pautas de conducta descritas por ambos esposos, en cuanto a la
ambición de libertad y la valoración de la fidelidad, pero sí que
considero que estos extremos, la fidelidad y la libertad, querida
para sí pero no para el otro, independientemente, incluso, de los
deseos de éste, han tenido importancia en el final de la relación
matrimonial. Me refiero solo a esto, pues ni la sexualidad de la
esposa ni su conducta frente al consumo de alcohol, considero
que sean pautas anómalas de conducta, como he dicho en la
740
______________________________________________________ Mª Rosa García Vilardell
parte que se refiere a la exploración de la misma.
9. En el apartado correspondiente a la exploración y descripción de los rasgos de personalidad, se describe la del peritado haciendo hincapié en que es una manera de ser, una tendencia a determinadas formas de conducta, una mayor facilidad
para determinadas respuestas, pero no una fatal e inevitable
condición insuperable. Puede hacer más comprensible su manera de actuar, pero no es causa de incapacidad para obrar de
otra forma” (cfr. ff. 93—94 2ª inst.).
2) En lo referente a la mujer demandada, los criterios conclusivos periciales son éstos, en respuesta puntualizada a las
cuestiones planteadas para la pericia por la Defensa del vínculo
del Tribunal:
La esposa presenta en su modo de ser una
1. “personalidad Emotiva, Activa, Secundaria, lo que se entiende en caracterología un Carácter Apasionado. Pero esto en ella
no alcanza las cualificaciones que permitan considerarlo como
una verdadera Psicopatía, como un Trastorno de la Personalidad;
es, simplemente una manera de ser, una disposición del temperamento a determinada forma de actuación, a determinados
valores. No es un fatal modo de ser que condicione siempre, ineludiblemente la forma de comportarse. Por otra parte no implica
ningún tipo de déficit, trastorno o anomalía, ni afecta de manera
fundamental a sus capacidades cognitivas o volitivas. Estos rasgos estarían presentes en el momento de contraer, porque los rasgos que definen la personalidad son perdurables, con las modifi-
741
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
caciones que la experiencia biográfica pueda incorporar (conserva
íntegra la capacidad de aprender con la experiencia), a lo largo de
toda la vida, desde la adolescencia hasta la ancianidad, cuando se
modifican más, se atenúan o agravan selectivamente.
2. No se puede afirmar lo que enuncia la cuestión planteada. Mi convicción, después del estudio realizado, es que no
presentaba, en el momento de contraer, alteración alguna de la
índole a que se refiere la cuestión, que afectase a sus facultades
decisorias. No se han observado carencias afectivas o educacionales importantes.
3. En igual sentido me defino sobre lo planteado en esta
cuestión: mi convicción, después del estudio realizado, es que
ninguna circunstancia anómala afectó gravemente a su discreción o libertad de decisión, en el momento de contraer.
4. Su manera de ser propia no es anómala ni desadaptativa; no considero, por lo tanto, que se pueda afirmar que haya
influido, perturbándolas, en su conducta, su inteligencia o su
voluntad, haciendo incoherente su decisión de contraer.
5. Mi opinión es que sí que se daba en la periciada y en el
momento de contraer suficiente madurez afectiva y discreción
de juicio para valorar las obligaciones del matrimonio y hacerlo
consciente y libremente.
6. Considero a la periciada psíquica y físicamente sana,
intelectualmente normal y sin desviación psicopática de la conducta, por lo cual sí que la considero capaz de asumir y cumplir
742
______________________________________________________ Mª Rosa García Vilardell
las obligaciones conyugales.
7. Está contestada. No considero la existencia de una incapacidad; pero evidentemente la dificultad o la facilidad para
cumplir las obligaciones conyugales, está en función de los rasgos de carácter del otro cónyuge, de la concordancia o complementariedad de ambas personalidades.
8. Por lo que respecta a la esposa pienso que su temperamento apasionado pudo influir en sus exigencias, en la intolerancia hacia alguna manera de conducirse el esposo, en la
forma de exigir su propia realización mediante la actuación profesional; pero en ninguna manera puedo considerar esto como
una manera extraña de conducirse. Si la pregunta se refiere a
las alegaciones hechas en la causa sobre la conducta sexual y
las pautas de consumo de alcohol de la esposa, mi opinión es
que no son conductas o pulsiones probadas en las diligencias ni
comprobadas en la exploración” (cfr. ff. 95 y 97 2ª inst.).
3) No se hacen precisas, creemos, excesivas anotaciones
crítico valorativas sobre estas pericias psiquiátricas de esposo
y esposa.
A parte de la prácticamente plena coincidencia conclusiva
en las dos pruebas periciales obrantes en autos de primera y segunda instancia de la causa, esta segunda pericia –en las partes
de la misma y tanto en lo referente al esposo como a la mujer—
presta una sensación palpable, muy justificada, con apoyos en
la técnica más actual, de ser el resultado de un estudio serio,
concienzudo, responsable y pleno de argumentos y razones a
743
Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
favor de la total inexistencia en alguno de estos esposos, en el
momento de su matrimonio, de bases o raíces de una verdadera incapacidad para prestar el consentimiento por acto humano
proporcionado al matrimonio o para poder asumir—cumplir con
mínima normalidad las esenciales obligaciones conyugales. La
razón básica deriva, en línea de remate probatorio, de las pruebas técnicas de esta causa, la segunda de las cuales –la realizada
en esta segunda instancia— sobre los dos esposos por el Dr. ...,
es del todo concluyente dentro de una clara coherencia y armonía de sus resultados con el contenido de las restantes pruebas:
—En una buena pericia sobre el marido, con abundancia
de referencias de índole fáctica y de ciencia psiquiátrica, con un
contraste acertado y coherente entre, por un lado, los resultados
de las directas investigaciones del experto sobre la personalidad del actor tal cual es ahora y tal como puede científicamente
presumirse que hubo de ser al casarse; y, por otro, los datos de
mayor relieve y mérito de la causa dados a luz procesal por los
dos esposos y los testigos principalmente, el Dr. no encuentra
justificación seria de ninguna clase para mantener un criterio
favorable a la incapacidad del marido, ni para la emisión psicológica del consentimiento en condiciones normales, ni para
poder asumir mínimamente las esenciales obligaciones que el
matrimonio conlleva (cfr. ff. 93 ss. 2ª inst.)
—Eso mismo sostiene el perito, como se ha visto también
en las anotadas conclusiones finales, respecto de la mujer demandada (ff. 95 ss. 2ªinst.)
EN UNA PALABRA, los rasgos de personalidad de ambos
744
______________________________________________________ Mª Rosa García Vilardell
cónyuges hipotéticamente relacionables con esas pretendidas
incapacidades no constituyen síntomas verdaderos de auténticas anomalías psíquicas; y los mismos no pasarían de ser meros
o simples desequilibrios, variaciones cuantitativas únicamente
dentro del amplio espectro de la normalidad estadística.
Siguiendo el criterio técnico de las pericias, no pueden ser
los mismos entendidos y admitidos, por tanto, como patrones de
conducta estrictamente anormal en virtud de caracteres inflexibles en alguno de los esposos, desadaptativos o funcionalmente
incapacitantes.
POR TODO LO CUAL, ENTIENDE ESTE TRIBUNAL que
estas pruebas técnicas, fundamentales en la parte inicial de los
planteamientos de la causa, en virtud de sus resultados coincidentes y claros y de su perfecta coherencia con resultados mayoritarios y poderosos de las demás pruebas y en concordancia
con las anotaciones jurídicas y psiquiátricas referibles al caso,
como se ha señalado en la parte “in iure” de esta misma sentencia, IMPIDEN admitir como científicamente comprobadas bases
de seriedad y fundamento suficientes a favor de una verdadera
demostración en el caso de incapacidad conyugal de cualquiera
de estos dos esposos, o por grave defecto de discreción del juicio
o por imposibilidad de asumir—cumplir esenciales obligaciones
conyugales, a tenor del canon 1.095—2º y 3º.
4) El subsidio probatorio formado por las restantes pruebas de la causa, que ha servido a los dos peritos de las dos
instancias para elaborar sus tareas periciales, abona con mayor
fuerza y medida todavía el insuficiente valor que reconocemos y
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
la exactitud de las conclusiones derivadas, como vamos a comprobar en la siguiente referencia breve a esas otras pruebas.
B. Breve referencia crítico—valorativa a las declaraciones judiciales de las dos partes en causa.
1) En sus declaraciones judiciales –una en cada instancia— el marido presenta dos enfoques bastante diferentes
de su conciencia y experiencia de la realidad ante y post—
conyugal; y el análisis—examen de las mismas permite estas
consideraciones:
Ha de resaltarse, ante todo, cómo en estas declaraciones
se perciben a simple vista versiones tan distintas de la misma
realidad de las relaciones de estos cónyuges que ambas –a la vez
y conjuntamente— se hacen casi inconciliables.
Esto no obstante, también en ellas se contienen bases correctas para determinadas conclusiones sobre el mérito de la
causa, como vamos a ver.
En un tercer plano de contenidos, ciertos alegatos contra
la esposa –serios por supuesto—, al no encontrar apoyo demostrativo alguno o suficiente al menos, perjudican probatoriamente a quien los formula.
Yendo por partes y en forma breve y ejemplativa, ANOTAMOS:
—En la primera instancia, el actor habla de que la de-
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cisión de casarse fue en ellos y en aquel momento “demasiado superficial y no había amor” (f. 133/5 1ª inst.). Pero, en la
misma declaración, él insiste y hace ver lo contrario: se indica
reiterativamente –en las dos declaraciones— que la mujer, ante
la oposición de los mismos al noviazgo y relaciones con el demandante, “amenazaba a sus padres con fugarse de casa” para
irse con él; en la segunda declaración, al volver a insistir en lo
mismo, en esa reacción de ella ante la actitud de los padres, no
duda en afirmar que “ella estaba tan enamorada que me llegó
a decir que, si se oponían, nos marchábamos los dos y ya nos
casaría algún cura. Yo estaba tan enamorado que también pensaba lo mismo” (ff. 240—241 2ª inst.). La boda, como se sabe,
tuvo lugar en octubre de 1962; pues bien, la esposa aporta a la
segunda instancia un documento—carta del actor, fechada en
Lima en octubre del año anterior a la boda, cuyo evidente tono
amatorio muestra un estado tan normal de las relaciones entre
ambos que cualesquiera palabras contrarias se caen solas y por
su peso (cfr. ff. 205—217 2ª inst.).
Contradicciones o bandazos como éste, de tal tamaño, quitan fuerza sin duda a la seriedad y fondo de verdad de los planteamientos del esposo en su pretensión de la nulidad; muestran
más que otra cosa oportunismo interesado en los mismos más
que alegatos de verdadera justicia, lo que, por lo demás, se hace
muy patente en determinadas precisiones del esposo, al percibirse con claridad en las pretensiones del mismo un deseo poco
disimulado de procurarse a costa de lo que sea esa nulidad de
matrimonio, que de alguna manera “necesita” para sus planes o
intereses personales.
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
Por ejemplo:
—Dice el actor en su declaración judicial primera que, al
año de casarse, “ya el matrimonio no funcionaba” (f. 134/8 1ª
inst.); pero él mismo, en la segunda declaración (f. 241/7 2ª
inst.), no duda en reconocer que la convivencia duró hasta el
año 1.977—78 (se casaron en 1962) y que los primeros años de
vida en común estuvieron “dentro de unos cauces que podemos
llamar normales”. Si por otro lado –como él asegura— “la vida en
común era un infierno” (f. 241/7 2ª inst.), se comprende bastante mal esa persistencia en el convivir de dos personas que, por
sus profesiones y economía, podían perfectamente prescindir la
una de la otra y separarse cuando las cosas comenzaron a ser
un infierno.
—Se alude, sobre todo en la demanda y más en ella que
en las declaraciones judiciales del marido (que debieran ser, en
buena lógica jurídica, reflejos fieles de su propia demanda), a
dos realidades que vendrían a configurar las bases de radicación
de las pretendidas incapacidades de los dos esposos: el narcisismo –patológico se supone— de ambos y la inmadurez psicoafectiva también de los dos.
Ambos alegatos de la demanda, que conforman realmente
la estructura de la defensa del actor, no encuentran apoyo firme
en estas declaraciones del marido:
De un lado, no se intuyen siquiera posibilidades de retraso
madurativo en una persona con estas dos realidades en su vida y
entorno: una familia humilde que brinda afecto y unidad dentro
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______________________________________________________ Mª Rosa García Vilardell
de sus estrecheces económicas y un aprendizaje de cara a la vida
y el futuro vital en una persona, en inicial elevada precariedad de
medios, que ha de luchar –y lucha de hecho y con eficacia y fortaleza— para “hacerse” ella misma y abrirse camino en la vida como
sucedió al actor; ya en la primera declaración (f. 132 1ª inst.), no
duda en verse y describirse a sí mismo el propio actor “como una
persona muy normal y natural, de un carácter fuerte”.
Realizarse a uno mismo desde la embrionaria potencialidad del ser humano, alcanzando las metas y fines que se proponen en una vida es sin duda una verdadera escuela de madurez
y de las mejor acreditadas que existen; y el jugársela, en aras
de esa finalidad, entraña poner el peso de los compromisos por
encima del de los sentimientos, lo que igualmente presta buenas ayudas y servicios a la conquista –incluso precoz— de una
buena madurez y realismo personales. Ante determinadas situaciones sólo puede ponerse o un loco de atar o un cuerdo serio
y responsable: el actor –por lo que se ve en estos autos— tiene
muchísimo más de lo segundo que de lo primero.
Y lo de la esposa –en su propio clima vital— contiene casi
los mismos ingredientes: es la “niña bien” sin duda; quizá estuviera “programada”, como se dice, por sus padres para un futuro muy concreto y socialmente brillante de vida; pero la verdad
que resulta de los autos de la causa es que la educación que se
le brinda en internados (los internados, aunque sean jaulas de
postín, no dejan de ser jaulas que incomodan, pero ahorman la
personalidad) y el cercano seguimiento de esa formación y relaciones por parte de sus padres sirven apoyos claros a buenos
caminos y metas de buen desarrollo personal.
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
De otro lado, tampoco ese “desenfocado narcisismo” que
se quiere dar como supuesto en la demanda, que se andaría instalado en los dos cónyuges y que habría sido fuente de emulaciones y dialéctica interpersonal, puede, a la vista de estas declaraciones, verse o ser otra cosa que la normal “autoestima” propia
de personas que tienen derecho a sentirse “orgullosas” de lo que
han hecho en su vida, al haber sabido construirse a sí mismas
de acuerdo con sus posibilidades; autoestima que constituye,
además, uno de los indicadores elocuentes de la madurez. Así se
aprecia por los datos de las psico—biografías de los dos.
Lo demás, todo eso que se alega y admite incluso como
“negatividades” de las convivencias, cualesquiera que sean ellas,
forma parte normal integrante del “ambiente” profesional o de la
“peripecia” vital y circunstanciada de cada ser humano y a ello
realmente no se le puede aplicar, en sana crítica y juicio, otros
sentidos y alcances que el de ser parte de la dicha “peripecia
vital ordinaria”, en todo acorde con la normalidad estadística
de las cosas; y no puede, por eso mismo, ser alegable ni admisible como si se tratara de deficiencias dignas de insertarse
en un mapa de insuficiencias psíquicas personales inflexibles o
funcionalmente incapacitantes. Esos problemas que entre ellos
se anotan –aún siendo ciertos— no pasan de ser “anécdotas” sin
verdadero encaje patógeno en unas personalidades gravemente
deterioradas.
—Y en último término, se ha de señalar que esos sus alegatos contra la esposa, muy serios por supuesto y hasta infamantes algunos de ellos (como alcoholismo y bebida, pastillas
–nolotil— y hasta relaciones sospechosas con mujeres— y que
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no encuentran prueba ni demostración válida en los autos, perjudican a quien los formula más que al destinatario y mejor hubiera sido que no se hubiesen insinuado siquiera si se carece
de posibilidades de demostración: son –hasta tanto se demuestren— verdaderas insidias, impropias de quien las propala en
una causa judicial.
ESTAS SOLAS INDICACIONES CRÍTICAS sobre las declaraciones judiciales del esposo actor permiten a este Tribunal
concluir que, de sus contenidos, no es derivable con razón y lógica ningún tipo de apoyo serio, válido y probatoriamente eficaz
a favor de esas pretendidas incapacidades de alguno de los dos
esposos, en base al can. 1.095, parr. 2—3.
2) En cuanto a las declaraciones judiciales de la esposa
demandada, un somero análisis de las mismas permite y da
lugar y pié a estas simples anotaciones:
—En las declaraciones de la esposa se percibe con claridad
un antes y un después en las relaciones de estos esposos: un
“antes” que la esposa llegara a la convicción de realidad o existencia de relaciones extramatrimoniales estables del actor con
una mujer, lo que ocurre hacia 1978 (unos catorce—quince años
después del casamiento): en ese tiempo, no se puede hablar de
otra cosa que de normalidad, e incluso de la relativa felicidad
de los matrimonios bien avenidos, en sus relaciones; y un “después”, a partir de ese descubrimiento, con certeza, de la mujer
y el plante de la misma al actor con el “esto se ha terminado”:
entonces fue cuando las tensiones se agudizaron (lo anterior entraba sin duda en parámetros de normalidad estadística) y la
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
dinámica de la ruptura se hizo ya prácticamente irreversible.
—En la declaración de la segunda instancia, prácticamente se repite por ella en sustancia el mismo esquema de las relaciones de ambos: personas normales, elogios para la condición
y modos del actor, género de vida acorde con la profesión y gustos de cada uno pero sin que nada desentone especialmente y
el “antes” y el “después” ya antes aludido: “en el año 1977 –15
años casados— empecé a notar una lejanía hacia mí, que luego
confirmé que se debía a un enamoramiento de otra mujer”: esta
realidad fue realmente el detonante efectivo de la separación que
culmina en enero de 1979 con la escritura de liquidación de la
sociedad de gananciales: “después ya nunca hemos vivido juntos”. Ella insiste en marcar bien esos dos espacios en las relaciones: “hasta que sucedió lo indicado anteriormente, él demostraba con palabras y con obras que estaba enamorado de mí”.
—En cuanto a las indicaciones que la mujer hace en la
última parte de su segunda declaración (cfr. ff. 76—77 2ª inst.)
en relación con esas “invectivas” del marido frente a ella (desviaciones sexuales; exceso de bebida y mezclas de “nolotil con barbitúricos”) –a parte de calificarlo todo de calumnias—, da otra
explicación de ello: “presumo que será porque entiende que, con
ello, se podría abrir una vía a la declaración de nulidad”: es presunción factible sin duda dentro de la dinámica y de las también
presumibles motivaciones reales de esta pretensión de nulidad.
—Todo lo demás que la mujer expone tanto en las declaraciones como en su escrito firmado por ella con sus puntualizaciones y aclaraciones a esas acusaciones del marido (ff. 78—81
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2ª inst.) se reconduce de alguna manera a esa sustancia de lo
declarado por ella, en el sentido global antes anotado.
CON ELLO, también este Tribunal concluye la ausencia
de bases –serias y válidas— en estas declaraciones de la esposa
demandada que sirvan de apoyos auténticos a una demostración de incapacidad de alguno de estos esposos para el consentimiento y el matrimonio.
EN CONSECUENCIA GENERAL DE TODO ELLO, este Tribunal se considera en condiciones de concluir que, de las declaraciones judiciales de estos dos esposos en esta causa, no es
deducible, ni en vía de leves indicios siquiera, una base seria de
apoyo a pretensiones de nulidad conyugal fundadas en pretendidas incapacidades psicológicas de alguno de estos esposos.
C. Referencia breve a las testificaciones de la causa y
en relación con las supuestas incapacidades conyugales de
alguno de los esposos.
Algo parecido a lo antes sintetizado y concluido se puede
anotar respecto del contenido y resultados de la abundante prueba testifical de esta causa, toda ella calcada en esas declaraciones antedichas de los esposos y orientada toda ella también en el
sentido de los posicionamientos en esta causa de quien propone
a esos testigos (vid. ff. 144—198 1ª inst. y 82—89 2ª inst.), pero
en general toda ella –sin especiales distingos— mantenida en
casi una total coherencia con esa línea de normalidad en la vida
y sentimientos mutuos de estos esposos hasta que se quiebra la
relación con ese trato estable del actor con otra mujer.
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
NO SON DEDUCIBLES, tampoco, de esta prueba argumentos dignos de nota o serios en aval –ni mínimo siquiera— a
favor de raíces o bases de una auténtica y verdadera incapacidad de estos dos esposos o de cualquiera de ellos para el consentimiento y el matrimonio.
Cuarto. La consecuencia de todo lo anteriormente expuesto y razonado, por lo mismo, no puede ser otra que la de concluir, como se hace, en contra totalmente de las pretensiones
de la parte actora en esta causa; no demostrándose a juicio de
este Tribunal y, en consecuencia, no declarándose por tanto la
nulidad pedida del matrimonio en el caso por ningún tipo de
incapacidad, del marido actor o de la mujer demandada, de las
contenidas en los párrafos 2º y 3º del canon 1.095.
Quinto. EN CUANTO A LA EXCLUSIÓN DE LA FIDELIDAD CONYUGAL POR PARTE DEL MARIDO ACTOR.
Realmente, con el contraste crítico de la parte jurídica de
esta sentencia relativa al rechazo de la fidelidad y lo anteriormente anotado y asumido por este Tribunal respecto de la verdad de las relaciones de los esposos hasta su separación definitiva sería suficiente concluir una carencia de base argumental
seria a favor de una verdadera exclusión o rechazo –positivo y
formal, explícito e incluso implícito— del derecho—obligación a
la fidelidad en su matrimonio por parte del esposo actor.
Bastaría, por otro lado, la lectura –con su trasfondo vital— de esa carta –probatoriamente indubitada— dirigida por
el actor desde ... a la demandada un año exactamente antes del
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casamiento, para despejar todas las dudas en la materia: ese
enamoramiento profundo que la carta delata y que en su realidad es más fuerte que todas las palabras y alegatos posteriores
porque son hechos del propio marido y no “flatus vocis”, aire en
una palabra –bastante más que flirteo de salón o de ocasión—
y cuya alta calidad los dos esposos sin duda proclaman como
realidad de la vida de ambos, de las realciones de ambos, y de
la historia conyugal de ambos desvanece al máximo y echa por
tierra hasta casi la posibilidad misma de reservas voluntarias
del marido frente a los deberes de fidelidad a la mujer: no encaja ello de ninguna forma en ese prototipo de personalidad que
el marido obtiene de las pruebas, especialmente de los varios
testigos –amigos de los dos— que lo describen con trazos de
persona naturalmente honrada, sin doblez, amante de la mujer
hasta que su amor –en un momento dado de la historia conyugal y en larga lejanía de la boda— cambia sencillamente de
destinatario.
Y si lo anterior fuera poco, esta frase gráfica como ella
sola de uno de los testigos mejor conocedores del sentimiento
íntimo del actor hacia su esposa: “no hay ninguna mujer que
saque a XXX de su convivencia con XXX” referida a los tiempos
anteriores a la separación (f. 194 1ª inst.) (la caja de resonancia que es una peluquería de caballeros en el centro de Sevilla
apresta el valor y la verdad de la frase) se bastaría para cercenar
de raíz cualquier actitud interior de reserva en materia de fidelidad en las relaciones con la esposa: la psico—historia de este
matrimonio –tal como se ha mostrado una y otra vez con anterioridad— excluye con su lógica hasta las posibilidades de ello;
cualesquiera que hubieran podido ser los tratos del demandante
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
con mujeres, que son perfectamente compatibles con la promesa
de fidelidad y que en nada cuadran en este caso con los supuestos de vías implícitas de exclusión.
Esto, que podía ser suficiente, lo vamos a completar con
otras razones derivadas de los autos y pruebas de la causa en
realción con este tema extemporáneo en la causa.
a. Ya el escrito del Letrado del esposo –entrado en Nuestro
Tribunal el 2 de febrero de 2000— adolece ostensiblemente de
falta de seriedad: si el párrafo dos del mismo (f. 138 2ª inst.), en
que se circunstancia la salida a escena del nuevo capítulo, es
de una superficialidad pasmante, los testimonios que se reproducen en la página siguiente o están desencajados y sacados de
contexto o no dicen nada o poco con lo que –jurídicamente, en
el Derecho de la Iglesia— ha de entenderse como una verdadera exclusión de elementos esenciales del matrimonio. Situar las
realidades y las cosas en su sitio es de sabios letrados; cuando
se las saca de lugar y lo sucedido quince años después de la
boda se pretende reconducir al momento del consentimiento,
que es cuando se han de demostrar existentes las reservas simulatorias, lo que se demuestra es poca ética profesional; el que
una persona con sus amigos, ande de juerga un día y otro puede
que forme parte del guión de la profesión, pero sin salirse de
ello ni contener sin más intencionalidades diferentes: ni el psiquiatra que estudia a los esposos en la segunda instancia llega
a ver pautas de conducta fuera de lo normal en los respectivos
géneros de vida de estos esposos.
La flojedad argumental del referido escrito obsta ella mis-
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ma a esa pretensión de demostrar el rechazo de la fidelidad conyugal por parte del marido actor.
b. Suele hablarse, en buena técnica probatoria, del peligro
de las “segundas partes” en materia de pruebas y cuando ya son
conocidos los resultados de pruebas anteriores.
La natural “mimetización” del interesado ante unos intereses que ve en peligro judicial impone a veces forzar la máquina de
las declaraciones, dejando con ello flancos débiles al descubierto:
eso nos parece que sucede con la segunda declaración del esposo
con su punto central de la hipotética exclusión de la fidelidad:
—Si lo que afirma el marido en diferentes momentos de
esa segunda declaración fuera exacto, habría tenido reflejos más
vivos en la demanda y en la primera declaración y las justificaciones con que el marido, en ese segundo momento, trata de
salvar las distancias no logran su objetivo, porque es demasiada
la distancia entre la realidad pintada en la anterior instancia y la
que se trae a la segunda prendida con alfileres de poca punta;
—Si lo que dicen los testigos que hablan ya en el ramo de
prueba de la exclusión fuera de verdad lo que realmente sucedió
o respondiera a verdad, habría tenido sin duda reflejos mejores
que los que el referido escrito del marido presenta al proponer el
nuevo capítulo;
—Si uno de los nuevos testigos lleva las cosas al extremo
de decir textualmente que el marido “era incapaz de guardar la
fidelidad” y para ello da razones tan impresentables e irreales
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Exclusión de la fidelidad en la doctrina y jurisprudencia canónicas _____________
como que “todo eso lo basábamos en la vida a que se había
acostumbrado y a la ninguna formación cultural, religiosa y humana” del actor, con el añadido de que “incluso escribía muy
mal”, habría que concluir que la lógica del Derecho es bastante
deficiente, porque la incapacidad para guardar la fidelidad cabe
dentro de la simulación (y los peritos, como se ha comprobado,
no admiten ninguna clase de incapacidad en el esposo), ni es
razonable en absoluto cargar a gente humilde, sin instrucción ni
letras –por principio— con el sambenito de tendencias naturales
a la infidelidad con la esposa;
—El que diga otro testigo que “en la cabeza de él no entraba el matrimonio” con otras gratuidades por el estilo para
justificar estas pretensiones (f. 249 2ª inst.)... no hace otra cosa
que falsear la realidad a fondo, tal como la misma aparece en los
demás autos de esta causa;
—Otra de los testigos (al contestar la 6ª pregunta, f. 251)
lo que hace es negar simplemente reservas a la fidelidad en el
marido y en el momento del matrimonio;
—Y el testimonio final de este ramo de prueba contiene
estas frases que sirven para coronar todo lo antes dicho sobre
insuficiencia probatoria de nada en esta causa: “Ellos decidieron
el matrimonio de forma totalmente libre. XXX no tenía mucha
cultura y era un hombre muy religioso. Yo sé por conversaciones
con él que él quería casarse por la Iglesia y aceptando de verdad
el matrimonio. Era un enamoramiento tan grande el de los dos
que considero totalmente imposible que XXX pensara, al mismo
tiempo, ser infiel. Además, XXX era una gran persona, religioso
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y de sólidos principios y así me lo ha demostrado siempre que
me he relacionado con él. La amistad que nos une es muy grande” (f. 255 2ª inst.): palabras así no necesitan glosa alguna.
c) Por obligación, y sin ganas por supuesto, hemos de hacer referencia al pronunciamiento de la Defensa del vínculo de
N. Tribunal sobre este capítulo añadido.
Dice textualmente y solo: “con referencia al nuevo capítulo
que se ha alegado en esta instancia y al que, por inadvertencia,
no hizo referencia ni análisis en sus Observaciones de 14 de
marzo de 2002, manifiesta que de las declaraciones y testimonios hay prueba que constata en el esposo una mentalidad y
unos hechos contrarios que hacen muy probable la referida exclusión del bien de la fidelidad” (cfr. f. 315 2ª inst.).
Como la referencia ahora sí se hace, pero los análisis, y
menos las valoraciones de las pruebas se omiten, este Tribunal
se abstiene de comentario alguno a este dictamen, que no cuadra nada con el “munus” de la Defensa del vínculo.
LA CONSECUENCIA DE ELLO HA DE SER, por tanto,
ESTA: TAMPOCO SE DEMUESTRA con certeza una verdadera
exclusión de la fidelidad por parte del marido en este caso y en el
momento de la emisión de su consentimiento, que es cuando han
de producirse las reservas simulatorias, a tenor del can. 1.101.
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PARTE DISPOSITIVA
Por todo lo anteriormente expuesto y motivado;
Atendidos el Derecho y las pruebas que se han practicado
acerca de los hechos de base alegados;
Visto el Informe de la Defensa del vínculo de N. Tribunal e
invocando a Dios en aras de la verdad y de la justicia;
Definitivamente juzgando;
SENTENCIAMOS:
PRIMERO. NO DECLARAMOS la nulidad del matrimonio
de Don XXX y Doña XXX POR DEFECTO DE CONSENTIMIENTO EN ALGUNO O EN AMBOS CÓNYUGES A CAUSA:
—NI DE GRAVE DEFECTO DE DISCRECIÓN DEL JUICIO
—NI DE INCAPACIDAD PARA ASUMIR—CUMPLIR LAS
ESENCIALES OBLIGACIONES CONYUGALES, todo ello a tenor
del canon 1.095, párrafos 2 y 3;
CONFIRMANDO CON ELLO EN CONSECUENCIA LA ANTERIOR SENTENCIA DICTADA EN ESTA MISMA CAUSA POR
EL TRIBUNAL ECLESIÁSTICO DE...
SEGUNDO. Juzgando en primera instancia, NO DECLA-
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RAMOS LA NULIDAD DEL MISMO MATRIMONIO DE LOS
CÓNYUGES EN CUESTIÓN POR EXCLUSIÓN DE LA FIDELIDAD CONYUGAL POR PARTE DEL MARIDO ACTOR.
Las expensas debidas al Tribunal serán de cuenta en este
caso de las dos partes en causa.
ASÍ LO SENTENCIAMOS
Y mandamos a los Oficiales de Nuestro Tribunal, a quienes
corresponda, que publiquen y en forma notifiquen esta sentencia y, de conformidad con el Derecho y en caso de formularse
apelaciones frente a la parte aún apelable de la misma u otros
remedios jurídicos a disposición de las partes de acuerdo con
las leyes canónicas en vigor, ejecuten de ella o hagan que sea
debidamente ejecutado lo que es ya ejecutable al ser firme y ejecutorio; y pasen, llegado el caso, los autos al Tribunal superior a
los efectos jurídicos y procesales pertinentes.
Dado en Madrid, a uno de junio de 2003.
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