Disparates feministas

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LA TRINCHERA DE PAPEL
Por Joaquín Leguina
Disparates feministas
A
l socaire de unas declaraciones llenas de sentido pronunciadas por
Marta Rivera de la Cruz
(de Ciudadanos) durante la campaña electoral, se le echaron encima los de la “corrección política”.
Un movimiento censor y sectario
que, él solito, está hundiendo a la
izquierda.
Marta Rivera sólo dijo que Ciudadanos pensaba eliminar la “discriminación según el sexo”, una novedad que contiene hoy el artículo
153.1 del Código Penal.
A este propósito y como observador de primera fila en el proceso parlamentario que condujo a ese cambio penal, me atreveré a abordarlo.
Y digo “atreveré” porque uno se expone a todo tipo de insultos por parte del feminismo en sus dos versiones, la radical y la del lobby, que han
elevado sus tesis a la categoría de lo
indiscutible.
Hubo dos leyes impulsadas por el
Gobierno de ZP en torno a estos temas: la Ley Integral contra la Violencia de Género (que fue la primera ley orgánica que se aprobó en la
primera legislatura) y la Ley para la
Igualdad Efectiva de Hombres y Mujeres. Voté entonces a favor de esas
leyes sin demasiadas reservas mentales. Sin embargo, contenían mensajes y detalles puestos allí por la
ideología radical del feminismo que
conviene analizar.
No voy a entrar en el objetivo de
la Ley Integral contra la Violencia de
Género (Ley Orgánica 1/2004), que
era y es elogiable, pues pretendía
crear un colchón al que pudieran
acogerse las mujeres maltratadas para ponerse fuera del alcance de sus
maltratadores. Y si a la ley se la hubiera dotado de suficiente financiación, las cosas en este campo irían
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hoy mejor de lo que van.
La Ley contra la Violencia de Género endureció las penas en el Código Penal (lo que era una falta pasó a ser delito). Además, y desde entonces, el artículo 153.1 del Código
Penal prescribe penas distintas según que el mismo delito lo cometa
un hombre o lo cometa una mujer
(lo cual conculca el principio de
igualdad ante la ley).
La fuente de donde manaba esta
agua cristalina la constituía un pequeño grupo de feministas radicales
que habían encandilado con sus
ideas al presidente del Gobierno.
Mujeres cuya ideología en poco
coincidía con la que habían expresado tradicionalmente las feministas
del PSOE… Mas ya se sabe cómo
funciona la ley de bronce: la moneda mala expulsa a la buena.
Esta innovación en el Código Penal fue recurrida ante el Tribunal
Constitucional por una jueza de
Murcia (Juzgado de lo Penal número 4) y el TC hizo pública una sentencia (14 de mayo de 2008) de la
21 de diciembre de 2015–10 de enero de 2016. nº 1136
Marta Rivera
sólo dijo que
Ciudadanos
pensaba
eliminar la
“discriminación según el
sexo”, una
‘novedad’
que contiene
hoy el
artículo 153.1
del Código
Penal
que fue ponente Pascual Sala. Dicha
sentencia desestimó el recurso porque el «autor (del delito) inserta su
conducta en una pauta cultural generadora de gravísimos daños a sus
víctimas y porque dota así a su acción de una violencia mucho mayor
que la que su acto objetivamente expresa». En otras palabras: la sentencia del TC da por hecho que existe
«una pauta cultural» que infecta –lo
quieran ellos o no–a todos los varones. Vamos, que los varones, por
serlo, pertenecen a un grupo opresor, que es lo que las feministas radicales querían demostrar.
Pero conviene saber que para Pascual Sala las órdenes del mando socialista siempre estuvieron por encima de la Ley. Y este de la “pauta
cultural” no fue el único ejemplo; la
legalización de Bildu fue aún más
sangrante.
Frente a tan sectario argumento de
nada valieron ni el recurso de la jueza de Murcia ni los votos particulares de los magistrados Javier Delgado, Ramón Rodríguez Arribas y Jor-
F. MORENO
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EUROPA PRESS
ge Rodríguez-Zapata, aunque los razonamientos de estos magistrados y
de la jueza murciana estén mucho
más fundados y, sobre todo, estén
más claros que la farragosa y confusa sentencia dictada –lo diré de
una vez–en defensa de una cacicada del presidente del Gobierno, único avalista político de esta ocurrente novedad penal.
El segundo ejemplo es la Ley Orgánica para la Igualdad Efectiva de
Hombres y Mujeres, que tiene por
objeto aplicar «el principio de igualdad de trato y de oportunidades entre mujeres y hombres […] en cualquiera de los ámbitos de la vida». La
ley está plagada de buenas intenciones y entre ellas ese estúpido pensamiento según el cual cada problema se soluciona mediante una
ley (y que se cumpla ésta o no se
cumpla poco importa).
Al lobby feminista le interesaba incluir en la ley básicamente dos cosas: 1) paridad, que en la ley recibe
el casto nombre de «presencia o
composición equilibrada», y 2) la
proscripción del lenguaje sexista.
En cuanto a la paridad dentro de
las listas electorales –norma que aparece, por cierto, en una disposición
adicional de la Ley y no en el texto
propiamente dicho–conviene poner
Vamos, que
para Pascual
Sala los
varones, por
serlo,
pertenecen a
un grupo
opresor, que
es lo que las
feministas
radicales
querían
demostrar.
Conviene
saber que
para Sala las
‘órdenes’ del
mando
socialista
siempre
estuvieron
por encima
de la Ley
por delante algunos datos que los
partidarios de este sistema igualitario escamotean sistemáticamente.
Recogeré a este propósito el argumento expresado por la portavoz del
PSOE ante el Pleno del Congreso el
15 de marzo de 2007: “El mérito y
la capacidad no están reñidos con
ser hombre o mujer. ¿Acaso un país
donde más del 50% de los universitarios son mujeres, con más de quince mil profesoras universitarias, con
más de mil catedráticas, con un Poder Judicial que cuenta con un 42%
de mujeres, puede hablar de tener
mujeres que no valen?”.
La muy pobre argumentación olvida dos cosas: a) las listas electorales que presentan los partidos a cualesquiera de los comicios no se nutren de la población en general, sino que lo hacen, en el 99%, de un
conjunto mucho más restringido, el
de sus afiliados, y b) el conjunto de
afiliados tiene una distribución entre hombres y mujeres muy distinta
a la proporción de hombres y mujeres en la población total. En suma,
que la “paridad” sí es un ataque, uno
más, contra el principio constitucional de mérito y capacidad que
debería regir en el acceso a cualquier función pública.
Por lo que se refiere a la proscrip-
ción del «uso sexista del lenguaje»
(artículo 33), la ley no explica en qué
consiste ese uso sexista del lenguaje,pero de eso se encargaron después múltiples guías feministas publicadas por doquier. Me detendré
en ello porque es el típico debate
ideológico de los que ponen en evidencia el desbarre que suelen traer
consigo ciertas cargas ideológicas,
sobre todo cuando en el campo
opuesto nadie se atreve a criticarlo
ni a ponerle coto.
La proscripción del lenguaje sexista produjo, como era de esperar,
encontronazos con la Real Academia de la Lengua, que ya había protestado por la sustitución de “sexo”
por “género” (una mala traducción
del inglés), y el último de esos choques frontales lo protagonizó el catedrático y académico Ignacio Bosque, ponente de la nueva Gramática, cuando publicó Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, un trabajo en el cual se critican las recomendaciones de las «guías de lenguaje no sexista».
“Un buen paso hacia la solución
del problema de la visibilidad –señala Ignacio Bosque–sería reconocer, simple y llanamente, que, si se
aplicaran las directrices propuestas
en estas guías no se podría hablar”.
Y añade: “Las propuestas para visibilizar a la mujer en el idioma parecen encaminarse en ese mismo sentido”. Vamos, que, por ejemplo, la
antiestética repetición “vascos y vascas” y “compañeros y compañeras”
es, simplemente, infumable.
Lógicos errores, pues en la mayor
parte de las guías feministas no había participado ningún lingüista, aunque en ellas se tocaban no pocos aspectos del léxico, la morfología o la
sintaxis.
Con un mínimo de sensibilidad y
de sentido común, el sexismo lingüístico puede evitarse sin tener que
recurrir a los farragosos y antiestéticos corsés que pretenden imponer
las feministas en un nuevo e ininteligible lenguaje. l
nº 1136. 21 de diciembre de 2015–10 de enero de 2016
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