Sala II - Causa n° 22.544 “Vañek, Antonio y Torti, Julio s/ inconstitucionalidad” Juzgado Federal n° 12 - Secretaría n°23. /////////////////nos Aires, de julio de 2005. Y VISTOS Y CONSIDERANDO: I- Llegan las presentes actuaciones a conocimiento y decisión del Tribunal en virtud de los recursos de apelación interpuestos por el doctor Fernando Goldaracena, abogado de Antonio Vañek, y por el doctor Raúl Alvaro Landini, defensor de Julio Antonio Torti -ver fojas 205/208 y fojas 211/215 respectivamente- contra la resolución que luce a fojas 157/198 en cuanto dispone: I) Declarar la inconstitucionalidad del decreto del Poder Ejecutivo Nacional n° 1002 del año 1989 en todo cuanto se refiere a los nombrados, II) Retrotraer los efectos de la decisión a la época anterior al dictado del citado decreto y revocar los actos que resultan su consecuencia, siendo éstos los puntos 1 y 2 del auto de fecha 13 de noviembre de 1989 mediante el cual se hizo lugar a la excepción de indulto y se dictó sobreseimiento respecto de estos imputados conforme los artículos 443, inciso 2° y 454 del Código de Procedimientos en Materia Penal, como así, cualquier otro acto jurídico que fuera derivación de estos. II - A fojas 250/251y de acuerdo a lo dispuesto por el artículo 451 del Código Procesal Penal de la Nación, los letrados mencionados mantienen los recursos interpuestos. Y a fojas 302/306 -el doctor Landini- y fojas 307/321 -el doctor Fernando Goldaracenaacompañaron los escritos de expresión de agravios de cada uno de acuerdo con lo previsto por el artículo 454 del código de forma, mientras que a fojas 263/301 se encuentra agregada la presentación de mejora de fundamentos presentada por las doctoras Carolina Varsky y Florencia Gabriela Plazas abogadas de Nélida del Carmen Pizarro de Fidalgo, de Daniel Tarnopolsky, de Angélica Paula Sosa de Mignone, de Sara y Mauricio Brodsky, de Gladys y Ángel Lepíscopo y de León Ferrari del Pardo, querellantes en la causa. III - Esta causa se inició el 22 de agosto de 1983 con motivo en la repercusión periodística que tuvo la denuncia que realizó el Inspector (R) de la Policía Federal Argentina, Rodolfo Peregrino Fernández sobre los eventuales delitos cometidos en el ámbito de la Armada Argentina. En atención a que la calidad y la extensión de la investigación realizada hasta ese momento por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas no guardaba relación con la gravedad de las imputaciones que surgían de los elementos reunidos, esta Cámara en pleno decidió avocarse al conocimiento de este proceso. Así es como luego de regularizar el trámite de las actuaciones y producir nueva prueba, pero antes de que transcurriera el término que establecido por la ley 23.942 (“Punto Final”) el 20 de febrero de 1987 se ordenaron -de acuerdo con lo que establecía el artículo 235, primera parte, del Código de Justicia Militar- las indagatorias de diecisiete oficiales de la Armada y dos miembros de la Prefectura Naval Argentina, y se dictó la prisión preventiva rigurosa a quince de ellos. Tras la entrada en vigencia de la ley 23.521 (“Ley de Obediencia Debida”), el 29 de marzo de 1988 la Corte Suprema de Justicia de la Nación declaró a diecisiete imputados comprendidos en los beneficios de esa ley, y excluyó a Antonio Vañek y a Julio Antonio Torti, quienes finalmente fueron indultados por el decreto 1002/89, hoy cuestionado. Ante la promulgación de la ley 25.779 el Tribunal dispuso la reapertura de esta causa y en tal marco resta pronunciarse sobre la validez del decreto 1002/89 cuya declaración de invalidez determinaría la continuación del trámite del proceso con relación a ambos imputados. Para ello deberán dilucidarse dos aristas fundamentales, por un lado, si su revisión afecta el principio de cosa juzgada y, por otro, si el 2 dictado de este indulto contravino las normas del derecho internacional vigentes en ese momento. IV - Cosa Juzgada. a. El decreto cuestionado fue firmado el 6 de octubre de 1989 por quien en ese momento fuera Presidente de la Nación Argentina, doctor Carlos Saúl Menem. La decisión del Jefe de Estado benefició, como ya se dijo, a Antonio Vañek y a Julio Antonio Torti, ambos vicealmirantes de la Armada Argentina. Y los fundamentos de ese indulto fueron la supuesta necesidad de adoptar medidas que generaran las condiciones propicias para alcanzar la concordia, el mutuo perdón, la reconciliación, la pacificación y la unión nacional, superando los pasados hechos luctuosos, los enfrentamientos, los desencuentros y los factores de perturbación social. En relación a la calidad de “procesados” de los que resultaron beneficiados con el indulto ese decreto afirmó la postura según la cual cuando un poder constitucional era conferido expresamente en términos generales no podía ser restringido, por lo cual no era necesario contar con una sentencia condenatoria firme para hacer viable esa medida, siendo suficiente la existencia de causa abierta. Esta toma de posición se debe a que este tópico generaba el examen de constitucionalidad de esta atribución del Poder Ejecutivo en la evolución jurisprudencial de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Al respecto puede señalarse que hasta 1922 la postura mayoritaria y tradicional fue la tesis restringida negatoria de la posibilidad del ejercicio de la facultad del indulto durante el proceso y antes de la condena. En el fallo “Ibañez”, siguiendo la opinión del Procurador General doctor José Nicolás Matienzo, ese Tribunal modificó su criterio y admitió la hipótesis de indultar a un procesado. Allí la Corte sostuvo que no podía seguirse el tenor literal de la Constitución porque al referirse a las penas por delitos sujetos a la jurisdicción federal no hace distinción alguna entre las penas que establecen las leyes y las que aplican los tribunales en sus fallos (Fallos 136:244). 3 Sin embargo este criterio fue revisado nuevamente por el Tribunal Supremo volviendo a la tesis más estricta y ajustada, y declaró la inadmisibilidad del indulto a procesados con motivo del rechazo del perdón que le acordó el régimen de Uriburu a Hipólito Irigoyen y lo dejó en situación de indefensión (Fallos 165:199). En esa oportunidad, la Corte Suprema sostuvo que “El Poder Ejecutivo tiene el derecho de indultar penas, pero no tiene el de impedir la imposición de ellas, ni el de suprimir la acción de la justicia, desde que no esta investido de la potestad de borrar la infracción, es decir, de quitar a los hechos delictuosos la calificación que les ha dado la ley” (Fallo 165:199, ya citado). Este criterio restrictivo fue confirmado por ese Tribunal en 1986 (caso “Julio Alfredo Solís”, Fallos 308:1298). b. Con relación específica al indulto analizado en autos, es necesario señalar que la primera causa en que la Corte Suprema tuvo que intervenir, ya con nueve integrantes, fue al revisar la decisión de la Cámara Federal de San Martín que había aplicado el indulto y sobreseído a los imputados en los autos “Riveros, Santiago Omar” (Fallos 313.1392). En esa oportunidad la mayoría del Máximo Tribunal resolvió la cuestión vinculada a la constitucionalidad de un modo formal, declarando mal concedido el recurso interpuesto contra la decisión de la mencionada Cámara que aplicaba el indulto. Sin embargo, los doctores Santiago Petracchi y Julio Oyhanarte en su voto afirmaron la postura amplia y admitieron la posibilidad de indultar a procesados. Este voto fue citado más tarde por la mayoría del más alto tribunal al resolver el caso “Aquino”. En el citado voto de los doctores Petracchi y Oyhanarte está claro que se analizan sólo cuestiones jurídico -formales, ya que consideraron insuficientes las argumentaciones esbozadas por los apelantes vinculadas a que el indulto otorgaba impunidad a criminales responsables de los delitos de lesa humanidad y no trataron ese punto. Precisamente esta cuestión 4 es la que, con posterioridad a la inclusión en nuestra Carta Magna con rango constitucional de los Tratados y Pactos de Derechos Humanos, resulta determinante para la dilucidación del caso y torna irrelevante la posición que los suscriptos pudieran haber asumido en el marco de aquella discusión. c. En ese contexto la defensa planteó la posible violación a la seguridad jurídica que podría derivar de la revisión de situaciones jurídicas que se suponían definitivas e inalterables al amparo de ese perdón. Ello con particular referencia al artículo 17 de la Constitución Nacional. Al respecto es menester señalar que el decreto analizado impuso restricciones al ejercicio de la acción penal en casos en los que se hallan involucrados atentados contra bienes jurídicos individuales fundamentales (como la vida, integridad física, salud, libertad, etc.) como parte de un ataque generalizado o sistemático realizado con la participación o tolerancia del poder político de iure o de facto, caracterizados como crímenes contra la humanidad, de acuerdo al concepto de crímenes de lesa humanidad adoptado por el Tribunal (con cita de Gil Gil, Alicia, “El genocidio y otros crímenes internacionales”, Centro Francisco Tomás y Valiente - UNED Alzira- Valencia, Valencia, 1999) . Frente a la imputación de tal categoría de delitos no parece razonable que sus eventuales autores pudieran suponer válidamente que poseían un derecho adquirido a las soluciones parciales y temporarias que limitaron su juzgamiento. Por el contrario, existe una expectativa razonable en que el Estado asuma la obligación derivada del artículo 118 de la Constitución Nacional -no sólo ante sus nacionales, sino frente a la comunidad internacional- de juzgamiento de los delitos contra el derecho de gentes -de los que forman parte los crímenes contra la humanidadcomo categoría de ilícitos de persecución obligatoria. Sin embargo la Corte Suprema de Justicia la asignó a rango constitucional al principio de inmutabilidad de las sentencias firmes, incluyéndolo dentro del derecho de propiedad reconocido en el 5 artículo 17 de la Constitución Nacional (ver Fallos 296:129; 299:373; 301:762). Esta última interpretación de la cosa juzgada -en virtud de la cual se la considera un bien que ingresa al patrimonio del beneficiario del pronunciamiento y del cual no puede ser privado sin violentar su propiedad- resulta incompatible con los alcances del concepto de propiedad sentado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Ello así, pues en el caso “Marzioni” -informe 39/96la Comisión limitó el concepto de propiedad al vincularlo con el dominio u otros derechos de uso, control y disposición sobre cosas u objetos determinados. En tales condiciones el mencionado criterio del máximo Tribunal aparece desmedido frente a la realidad de que la cosa juzgada no constituye algo connatural a la sentencia sino una creación del ordenamiento jurídico que puede asignar o no ese efecto o limitarlo sin vulnerar en principio derecho alguno. En esa dirección el mismo Tribunal señaló que “...la institución de la cosa juzgada, como todas las instituciones legales, debe organizarse sobre bases compatibles con los derechos y garantías constitucionales...” y que “sin duda para la validez de la cosa juzgada se requiere su compatibilidad con la garantía de la defensa en juicio. Por esa razón como enseña la teoría procesal no a toda sentencia judicial puede reconocérsele fuerza de resolución inmutable sino sólo aquellas que han sido precedidas de un proceso contradictorio, en el que el vencido haya tenido adecuada y sustancial oportunidad de audiencia y prueba...” (Fallos 238:18 y 255:162). Y aún más, sostuvo que “...no puede invocarse tal principio cuando no ha existido un auténtico y verdadero proceso judicial, ni puede aceptarse que, habiendo sido establecida la institución de la cosa juzgada para asegurar derechos legítimamente adquiridos, cubra también aquellos supuestos en los que se reconoce que ha mediado sólo un remedo de juicio que concluye con una resolución dictada en obediencia de órdenes impartidas por el Poder Ejecutivo, provincial o 6 nacional...” (Fallos 279:54). Es por ello que la institución de la cosa juzgada debe ser analizada y construida sobre pilares compatibles con los derechos y garantías constitucionales, no pudiendo reconocerse como inmutable toda sentencia que no ha respetado la defensa en juicio y el acceso a la jurisdicción. Una resolución judicial adoptada por un tribunal nacional que responda a una mera aplicación de una ley o decreto cuya validez ha sido fundadamente objetada, que viola obligaciones internacionales del Estado o vulnere derechos humanos protegidos internacionalmente, no puede invocarse con el carácter de inmutabilidad que otorga el instituto jurídico de la res judicata. La aplicación del indulto presidencial analizado ha tenido como consecuencia automática que quedaran impunes hechos que desconocieron la dignidad humana excluyendo al Poder Judicial de juzgamiento de tales ilícitos, incumpliendo obligaciones internacionales y desconociendo derechos de las víctimas y sus familiares, razón por la cuál estos actos no tienen efectos jurídicos y mal pueden alcanzar la inmutabilidad reconocida por el artículo 17 de la Constitución Nacional. El instituto jurídico de la cosa juzgada constituye una garantía judicial estrechamente enlazada con el principio non bis in idem, pero su análisis no puede ser elemental, formal, superficial y automático sino fruto del examen sustancial y de fondo, debidamente tamizado por el filtro de las pautas internacionales. En ese sentido, la validez de ese instituto esta subordinada y condicionada al cumplimiento de los requisitos y la observancia de los estándares sobre el debido proceso o proceso justo. de allí que la intangibilidad de la cosa juzgada este condicionada a que la decisión judicial a la que se le quiere atribuir tal cualidad sea el resultado de un proceso ante un tribunal independiente, imparcial y competente y de un procedimiento con la observancia de las garantías judiciales. A esto puede agregarse que la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en el caso Cesti Hurtado, se pronunció sobre la imposibilidad de invocar cuestiones de derecho interno (en el caso la 7 “cosa juzgada”) para sustraerse de la obligación del Estado de investigar las graves violaciones de los derechos humanos. Específicamente, frente a un caso de condena impuesta por un tribunal militar peruano, el Estado argumentó -a modo de excepción preliminar- que la sentencia gozaba de la autoridad de la cosa juzgada por cuanto había sido revisada en última instancia del fuero militar, motivo por el cual resultaba inamovible e irrevisable. La Corte resolvió que “...el aspecto sustancial de la controversia ante la Corte no es si la supuesta víctima violó la Ley peruana (ya sea esta la ordinaria o la militar), sino si el Perú ha violado las obligaciones internacionales que contrajo al constituirse en Estado Parte en la Convención Americana. Por esas razones, la Corte rechaza, in toto, por improcedentes, las excepciones preliminares interpuestas por el Estado” (sentencia dictada el 26 de enero de 1999, párr. 34/48, citada en C.C.C. Fed., Sala I, causa n° 36.773, “Suarez Mason, Guillermo y otros s/ inconstitucionalidad”, rta el 01/04/2005, reg n° 228). Del mismo modo, la estipulación consagrada en el artículo 20-3 del Estatuto de Roma para la Corte Penal Internacional (aprobado por ley 25.390) también corrobora esta excepción a la regla de la inmutabilidad de las sentencias firmes. De acuerdo con esta disposición, no será un obstáculo para el proceso ante la Corte Penal Internacional, todo proceso ante otro tribunal que “a) obedeciera al propósito de sustraer al acusado de su responsabilidad penal por crímenes de la competencia de la Corte; o b) no hubiere sido instruido en forma independiente o imparcial de conformidad con las debidas garantías procesales reconocidas por el derecho internacional o lo hubiere sido de alguna manera que, en las circunstancias del caso, fuere incompatible con la intención de someter a la persona a la acción de la justicia”. d. Sin perjuicio de lo manifestado anteriormente, es cierto que la garantía de seguridad del imputado frente al poder punitivo del Estado debe extenderse aún más allá de los límites señalados en el párrafo anterior. Es decir, no sólo se protege al individuo de ser castigado 8 (penado) dos veces por un mismo hecho sino que también se le garantiza que no será expuesto dos veces a una persecución penal por los mismos sucesos. Al respecto es menester señalar que no puede hablarse en este caso de doble juzgamiento, sino que se trata de reasumir la pretensión punitiva en una misma causa y respecto de personas que venían siendo juzgadas en el mismo expediente. Por otra parte, corresponde afirmar que en las investigaciones en que resulta aplicable el Código de Justicia Militar, sólo respecto de hechos incluidos en la acusación prevista en el artículo 361 opera la garantía de la cosa juzgada. Ello así desde que tal requerimiento fiscal es el primer acto acusatorio que establece la ley castrense con los requisitos que demanda la Constitución para considerar una posible violación a la garantía contra la doble persecución penal (conf C.C.C Fed, Sala I, “Suárez Mason s/inconstitucionalidad”, rta el 01/04/2005, reg n° 228). De acuerdo con esto y con el análisis de los antecedentes de esta investigación surge que la reapertura de este expediente para los imputados no importa un nuevo juzgamiento por los mismos hechos y la consecuente violación al principio ne bis in idem, dado que los hechos que se le reprochan a los imputados de autos no formaron parte de una acusación fiscal -en los términos del artículo 361 del C.J.M.-. Por ello corresponde descartar la aplicación al caso de la garantía constitucional contra la doble persecución penal. Dicho en otros términos los sobreseimientos dictados respecto de los imputados de este incidente no son un obstáculo para la tramitación de este proceso. V - El decreto 1002/89 y el Derecho Internacional. De acuerdo con lo anterior, la discusión planteada con anterioridad a la reapertura de la causa se centró en cuestiones técnico formales sobre la oportunidad en la que se dicta el indulto (a procesados o a condenados), pero no en abordar el problema fundamental de los límites jurídico-materiales de la medida analizada. El problema que 9 plantea la aplicación del decreto cuestionado es si los delitos que aquí se imputan pueden ser indultados o si, por el contrario, el Estado argentino tiene el deber de perseguirlos y penarlos. En la época en que fue dictado el perdón analizado existían normas de rangos supra legal que permitirían cuestionar su legitimidad. Luego de la reforma constitucional de 1994 resulta evidente la inconducencia de la discusión sobre la condición de condenados o procesados de sus beneficiarios y la necesidad de centrar el debate en determinar si los hechos calificados como crímenes contra la humanidad pueden ser perdonados por parte de algunos de los poderes del Estado a través de actos propios. Tal situación remite a la obligación internacional derivada del artículo 2° de la Convención Americana sobre Derechos Humanos. Allí establece que “Si el ejercicio de los derechos y las libertades mencionados en el artículo 1° no estuviere garantizado por disposiciones legislativas de otro carácter; los Estados Partes se comprometen a adoptar, con arreglo a sus procedimientos constitucionales y las disposiciones de esta Convención las medidas legislativas o de otro carácter que fueren necesarias para hacer efectivos tales derechos y libertades”. Antes de profundizar en los alcances de esta obligación cabe aclarar que los tratados de derechos humanos no contienen disposiciones expresas que establezcan la persecución de las violaciones a los derechos humanos. Sin embargo, las prescripciones sobre los deberes de “respeto” y “garantía”, por una parte, y la existencia de “remedios efectivos” como medio de asegurarlos, por otra, se han reconocido como fundamento de una obligación de tal naturaleza (Ambos, Kai; “Impunidad y Derecho Penal Internacional”, Ad Hoc, Buenos Aires, 1999, pág 75 y ss). El deber de “garantía” fue caracterizado como “...el deber para los Estados Partes de organizar todo el aparato gubernamental y, en general, todas las estructuras a través de las cuales se manifiesta el ejercicio del poder público, de manera tal que sean capaces de asegurar 10 jurídicamente el libre y pleno ejercicio de los derechos humanos. Como consecuencia de esta obligación los Estados Partes deben prevenir; investigar y sancionar toda violación de los derechos reconocidos por la Convención y procurar además, si es posible, el restablecimiento del derecho conculcado y, en su caso, la reparación de los daños producidos por la violación a los derechos humanos” (Corte Interamericana de Derechos Humanos, caso “Velázquez Rodríguez”, sentencia del 29 de julio de 1988, serie C, n° 4, párrafo 166). Adviértase que en la sentencia citada se establecen como medios para asegurar esa “garantía” los deberes de prevención, investigación y sanción de las conductas que vulneren derechos reconocidos. A su vez, no resulta suficiente la declamación de esta garantía, sino que se exige al Estado la eficacia en su ejercicio. Con esta última afirmación se relacionan los “remedios efectivos” o “derecho a un recurso”, tal como fueron consagrados por el Comité de Derechos Humanos (establecido en los términos del artículo 28 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos) en dos “Comentarios Generales” (artículo 40, inciso 4°, del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos). En el primero de ellos se señaló que: “...se deriva del artículo 7°, leído juntamente con el artículo 2° del Pacto, que los Estados deben asegurar una protección efectiva a través de algún mecanismo de control. Las quejas por mal trato deben ser investigadas efectivamente por las autoridades competentes. Quienes sean culpables deben ser considerados responsables, y las víctimas deben tener a su disposición los recursos efectivos, incluyendo el derecho a obtener una compensación” (HRC, General Comment n° 7, Doc. ONU. CCPR/C/21/Rev. 1 [19/5/1989], criterio luego reiterado en General Comment n° 20, par. 13 y ss., Doc. ONU CCPR/C/21/Rev. 1/Add. 3 [7/4/1992], citados en Ambos, Kai; ob. cit., pág. 73). A su vez, y como contenido de las obligaciones de garantía en el caso “Velázquez Rodríguez” ya consignado se ha definido a la prevención como “...todas aquellas medidas de carácter jurídico, político, administrativo y cultural que promuevan la salvaguarda de los 11 derechos humanos y que aseguren que las eventuales violaciones a los mismos sean efectivamente consideradas y tratadas como un hecho ilícito que, como tal es susceptible de acarrear sanciones para quien las cometa, así como la obligación de indemnizar a las víctimas por sus consecuencias perjudiciales”. Aunque, vale aclarar, la misma Corte Internacional de Derechos Humanos señaló que esta obligación es de medio, de modo que no se demuestra su incumplimiento por la circunstancia de que un derecho haya sido violado (Caso “Velázquez Rodríguez”, cit., párrafo 175). La obligación de adoptar medidas, en consonancia con el deber de garantía, versa también sobre la eliminación de las normas incompatibles con los tratados y comprende la obligación de no dictar tales medidas cuando ellas conduzcan a violar esos derechos y libertades (al respecto: C.I.D.H., Responsabilidad internacional por expedición y aplicación de leyes violatorias de la Convención-artículos 1 y 2, Convención Americana sobre Derechos Humanos-, Opinión Consultiva OC-14/94 del 9 de diciembre de 1994). Esto es perfectamente aplicable al caso en estudio, ya que “nadie puede sostener seriamente que [el indulto] sea más intocable que una ley [...] particularmente en cuanto a la lesión de derechos que puede implicar” (Zaffaroni, Eugenio Raúl; Alagia, Alejandro; Slokar, Alejandro; “Derecho Penal. Parte General”, Ediar, Buenos Aires, 2000, pág 850). Volviendo al artículo 2 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, y en cuanto a sus alcances, es menester señalar que la Corte Interamericana sostuvo que “el deber general del Estado...incluye la adopción de medidas para suprimir las normas y prácticas de cualquier naturaleza que impliquen una violación a las garantías previstas en la Convención, así como la expedición de normas y el desarrollo de prácticas conducentes a la observancia efectiva de dichas garantías [...] En el Derecho de Gentes, una norma consuetudinaria prescribe que un estado que ha ratificado un tratado de derechos humanos debe introducir en su derecho interno las modificaciones necesarias para asegurar el fiel cumplimiento de las obligaciones asumidas: Esta norma 12 es universalmente aceptada, con respaldo jurisprudencial. La Convención Americana establece la obligación general de cada Estado Parte de adecuar su derecho interno a las disposiciones de dicha Convención para garantizar los derechos en ellas consagrados. Este deber general de cada Estado Parte implica que las medidas de derecho interno han de ser efectivas (principio effect utile). Esto significa que el Estado debe adoptar las medidas para que lo establecido en la Convención sea efectivamente cumplido en su ordenamiento jurídico interno, tal como lo requiere el artículo 2° de la Convención. Dichas medidas sólo son efectivas cuando el Estado adapta su actuación a la normativa de protección de la Convención” (Conf. Corte Interamericana de Derechos Humanos, “La última tentación de Cristo”, rta. el 05/02/2001, Serie “C”, n° 73, parágrafos 85 y 87, citado en la C.C.C.Fed., Sala I, causa n° 36.253, “Crespi, Jorge Raúl y otros s/falta de acción y nulidad”, reg n° 670 de fecha 13/7/2004). En otra causa, ese Tribunal reiteró el alcance de la obligación que emana del artículo 2 de la Convención y agregó, además, que el deber general allí establecido implica adoptar dos tipos de medidas. Por un lado la supresión de normas y prácticas de cualquier naturaleza que impliquen una violación a los derechos y garantías que resguarda el tratado mencionado. El otro tipo de medidas tiene que ver con la promoción de normas y prácticas que guíen a cada Estado Parte hacia el cumplimiento cabal de la Convención (Corte Interamericana de Derechos Humanos, caso “Bulacio vs. Argentina”, fallado el 18/9/2003, citado C.C.C. Fed., Sala I, causa n° 36.243 invocada). Indudablemente el decreto n° 1002/89 es un obstáculo para el cumplimiento de la obligación impuesta al Estado por el artículo 2 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos. Para comprender el carácter imperativo de una norma convencional internacional en el orden interno corresponde remitirse, además al artículo 75, inciso 22, de la Constitución Nacional, y a la doctrina del caso “Miguel Ángel Ekmekdjian c. Gerardo Sofovich” C.S.J.N., Fallos 315:1492-. 13 Uno de los fundamentos expuestos por el Máximo Tribunal en ese precedente se refiere al artículo 27 de la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados, aprobada por ley 19.865, ratificada por el Poder Ejecutivo nacional el 5 de diciembre de 1972, y en vigor desde el 27 de enero de 1980. En este caso, la Corte reconoce que esa norma constituye el “fundamento normativo para acordar prioridad” al tratado sobre la ley. Ese artículo establece que “...una parte no podrá invocar las disposiciones de su derecho interno como justificación del incumplimiento de un tratado” y de tal forma confiere primacía al derecho internacional convencional sobre el derecho interno. Esta prioridad de rango integra el ordenamiento jurídico argentino. Por otra parte, la convención es un tratado internacional, constitucionalmente válido, que asigna prioridad a los tratados internacionales frente a la ley nacional en el ámbito del derecho interno, esto es, un reconocimiento de la primacía del derecho internacional por el propio derecho interno (Considerando 18). Así, el Alto Tribunal sostuvo con claridad y contundencia: “Que la necesaria aplicación del art. 27 de la Convención de Viena impone a los órganos del Estado argentino asignar primacía al tratado ante un eventual conflicto con cualquier norma interna contraria o con la omisión de dictar disposiciones que, en sus efectos, equivalgan al incumplimiento del tratado internacional en los términos del art. 27”. En 1994, finalmente, se produjo la reforma constitucional que no sólo acogió esta doctrina sino que fue más allá ampliándola. A la vez que reconoció la mayor jerarquía normativa de los tratados respecto de las leyes nacionales, en el actual artículo 75, inciso 22 de la Constitución Nacional, dio rango constitucional a un grupo determinado de instrumentos internacionales, y agregó un mecanismo de decisión para otorgar esa jerarquía a otros tratados de derechos humanos. Así, es indudable que esta nueva perspectiva del problema impone revisar los criterios relativos a la jerarquía de las normas internas y los instrumentos internacionales. En rigor, corresponde modificar los parámetros tradicionalmente utilizados y adaptarlos a la 14 nueva realidad impuesta no sólo por vía jurisprudencial del Máximo Tribunal, sino por la propia Constitución. Además, como se recordará, para la fecha de la firma del decreto 1002/89 (6 de octubre de 1989) el Congreso ya había aprobado la Convención Americana de Derechos Humanos (desde el 1º de marzo de 1984), así como también el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (desde el 17 de abril de 1986) y la Convención contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes (desde el 30 de julio de 1986). A su vez, en función del criterio sentado por la Corte Suprema de Justicia según el cual los tratados internacionales quedan incorporados a la legislación del país a partir de su aprobación por el Congreso Nacional (Fallos 202:353), esas normas convencionales formaban parte del derecho interno. De tal modo que la contradicción que se advierte entre el decreto analizado y los tratados internacionales invocados impone al Estado argentino la obligación de suprimir las normas y prácticas que de cualquier naturaleza impliquen una violación a los derechos y garantías que emanan de esos instrumentos. Es por ello que habiendose dictado normas de ese tenor no corresponde aplicarlas si de tal circunstancia pudiere derivar responsabilidad para el Estado Argentino, por la actividad de, al menos uno de sus poderes soberanos. Así la única vía posible para evitar tal situación la constituye el desconocimiento de la validez del decreto 1002/89. Esta consecuencia es la única posible aún ante la existencia de derecho convencional en la materia, pues la consideración de los hechos como crímenes contra la humanidad genera en cada Estado miembro de la comunidad internacional la obligación de juzgar y castigar a sus autores, en tanto delitos de esa naturaleza lesionan valores que la humanidad no duda en calificar como esenciales y constitutivos de la persona humana. Al respecto la Corte Interamericana de Derechos Humanos al resolver el caso “Barrios Altos” despejó toda duda con 15 relación a la incompatibilidad de las leyes de amnistía con este deber de sancionar las graves violaciones de los derechos humanos: “Esta Corte considera que son inadmisibles las disposiciones de amnistías, las disposiciones de prescripción y el establecimiento de excluyentes de responsabilidad que pretendan impedir la investigación y sanción de los responsables de las violaciones graves de los derechos humanos tales como la tortura, las ejecuciones sumarias, extralegales o arbitrarias y las desapariciones forzadas, todas ellas prohibidas por contravenir derechos inderogables reconocidos por el Derecho Internacional de los Derechos Humanos”. Por lo expuesto el Tribunal RESUELVE: I - CONFIRMAR los puntos dispositivos I) de la resolución criticada en cuanto decide DECLARAR INCONSTITUCIONAL, e inválido el decreto 1002/89. II - CONFIRMAR el punto dispositivo II) en cuanto resuelve RETROTRAER LOS EFECTOS DE ESTA DECISIÓN a la época anterior a la del dictado del decreto 1002/89 y REVOCAR los actos que resultan su consecuencia. Regístrese, hagase saber mediante cédula urgente a diligenciar en el día y devuélvase a primera instancia. 16