EL FIRMAMENTO A SIMPLE VISTA El ciclo anual del cielo: Al ciclo diurno del firmamento, provocado en última instancia por la rotación terrestre, se superpone otro más largo, de un año de período, causado por la traslación de nuestro planeta alrededor del Sol. Así como el movimiento diurno de los astros es evidente en cuestión de minutos, el ciclo anual del cielo requiere bastantes días de observación para hacerse patente. En esto, y en su superposición con el rápido movimiento diurno, radica la dificultad que los profanos encuentran a menudo para entender el cambio del aspecto de los cielos a lo largo del año. Sin embargo, la mecánica de este lento giro es bien simple. A medianoche, cuando el Sol está en su punto más bajo, oculto por el horizonte, contemplamos en lo más alto del cielo las constelaciones que en la esfera celeste están diametralmente opuestas al astro rey. Pero la Tierra, además de su movimiento diario de rotación en torno a su eje, gira alrededor del Sol. Por eso, las estrellas que están diametralmente opuestas a él van cambiando con el transcurso del año. Así, al principio del año el Sol aparece proyectado contra la región celeste de Escorpio y Sagitario, que resulta por ello invisible. A media noche se ve la zona opuesta, con Géminis, Tauro y Orión como constelaciones más destacadas. Según transcurren las semanas, la Tierra se desplaza en su órbita y Orión se ve alto cada vez más temprano. Pasados tres meses, alrededor de marzo, la posición aparente del Sol en el cielo hace que las constelaciones que dominan la medianoche sean las de la región de Virgo. Pasado medio año, el Sol se proyecta sobre Géminis y Tauro, de manera que en torno a junio se hacen visibles a medianoche las estrellas que en enero el Sol oculta con su brillo. Mirando desde el norte del plano orbital, la Tierra recorre su camino en torno al Sol en sentido antihorario, de oeste a este. Por eso, si se observa desde la superficie del planeta, el Sol parece desplazarse sobre el fondo del cielo, a lo largo del año, en esta misma dirección, siempre hacia el este. A no ser que haya algún fenómeno especial de madrugada (un cometa, una ocultación espectacular…), los aficionados suelen observar el cielo en la primera mitad de la noche, después del crepúsculo de la tarde. A esta hora, un día determinado, unas ciertas constelaciones se ven cerca del horizonte occidental, hacia la zona por donde se ha ocultado el Sol. Pocos días después, el Sol se ha desplazado unos grados hacia el este, de manera que las constelaciones que antes llegaban a verse entre la claridad del crepúsculo, ya han desaparecido de la vista engullidas por la luz del Sol. Así, a un ritmo lento pero constante, se van sucediendo las regiones celestes que se ven cada día a una misma hora. Para los observadores asiduos del cielo, el cambio del firmamento es uno de los que se producen rítmicamente con las estaciones, como las épocas de lluvia, los fríos del invierno o la caída de las hojas de los árboles. La Semana Santa siempre es la época de las galaxias, con los grupos de Virgo y la Cabellera de Berenice al alcance de los telescopios. Julio viene con las riquezas del centro galáctico, y la aparición de Orión al principio de las noches anuncia la llegada inminente de las fiestas navideñas. Para una ubicación geográfica dada, los astros circumpolares, aquellos que nunca se ocultan bajo el horizonte, no participan de esta carrera anual con el Sol: son visibles cada noche del año, si bien en posiciones distintas respecto de la vertical. En la actualidad, el cambio anual del firmamento es de poco o nulo interés práctico, pero hubo tiempos en que su observación y seguimiento era la única manera fiable de establecer un calendario aproximado y decidir, por tanto, las épocas de siembra y recolección. Los observadores de hoy día perciben el movimiento aparente del Sol porque va devorando constelaciones por occidente atardecer tras atardecer. Pero en otras épocas y lugares fue de mayor importancia el fenómeno complementario: la aparición sucesiva por oriente, amanecer tras amanecer, de las estrellas y asterismos que el Sol va dejando atrás en su recorrido anual aparente. Consideremos el caso de Sirio. Sirio, la estrella más brillante del cielo, es visible desde casi todos los lugares de la Tierra. En la actualidad es un astro característico de los meses del invierno boreal, verano austral. Cuando se acercan los meses de abril y mayo, Sirio deja de ser visible al atardecer, alcanzada por el fulgor del Sol. Junio es el mes de la mayor aproximación aparente de Sirio y el Sol. Semanas después, el Sol ha sobrepasado a Sirio lo suficiente como para que esta estrella aparezca un instante por occidente de madrugada, antes de la salida del Sol. La primera ocasión en que un astro cualquiera se llega a ver antes de la aurora se denomina orto helíaco. Estos fenómenos pasan inadvertidos hoy, pero el orto helíaco de Sirio fue de importancia capital para la civilización egipcia, pues en aquel entonces coincidía con el comienzo de la época de crecida del río Nilo. Las guías del cielo, obras que describen los objetos celestes visibles con telescopios pequeños, suelen estar organizadas según estaciones: observaciones de primavera, verano, otoño e invierno. La razón se halla en el ciclo anual del firmamento. Sin pretender emular ni sustituir las completas y muy buenas guías celestes publicadas, en las secciones siguientes haremos una descripción somera de las maravillas que ofrece el cielo en las distintas épocas del año. Observaciones en enero, febrero y marzo: Durante los meses del invierno boreal, verano en el hemisferio sur, la constelación dominante del cielo es Orión. Tiene el aspecto de un gran cuadrado con tres estrellas iguales y alineadas en su centro: las llamadas Cinturón de Orión, Tres Marías o, por ser Orión una constelación característica de las fiestas navideñas, Los Tres Reyes Magos. Orión es impresionante a simple vista, y para unos prismáticos modestos o el más pequeño de los telescopios abriga multitud de objetos de interés, el más destacado de los cuales es, sin duda, M 42, la gran nebulosa de Orión. En sus cercanías se encuentran las constelaciones del Can Menor con la estrella Proción, y el Can Mayor con Sirio, la estrella más brillante del cielo. Una de las alineaciones celestes más conocidas es la de las Tres Marías con Sirio: la línea formada por las tres estrellas del Cinturón de Orión apunta casi exactamente a Sirio, prolongada hacia el sureste. Otras constelaciones bien situadas en estos meses son las de Auriga (con la estrella Capella), Géminis (con sus luminarias Cástor y Pólux) y Cáncer, que contienen bastantes cúmulos estelares brillantes. En Cáncer es visible a simple vista, como un manchón difuso, el cúmulo del Pesebre. La riqueza del cielo en esta época viene provocada por la Vía Láctea, la visión que tenemos de nuestra Galaxia desde su interior. En enero, febrero y marzo, la Vía Láctea atraviesa el cielo en condiciones ideales para su observación a simple vista o con instrumentos sencillos. Observaciones en abril, mayo y junio: Alrededor del equinoccio de la primavera boreal y del otoño austral, la desaparición de la Vía Láctea bajo el horizonte deja un cielo pobre en nebulosas y cúmulos estelares, pero abierto al resto del universo para la contemplación de otras galaxias, siempre y cuando se disponga de un pequeño telescopio. La mayor concentración de galaxias está en las constelaciones de Virgo y la Cabellera de Berenice. Muchas son visibles con instrumentos modestos. Además a simple vista, destacan los asterismos de Leo, la Corona Boreal y el Boyero, constelación esta última que contiene una de las estrellas más brillantes del firmamento, Arturo. Arturo es muy fácil de identificar para observadores del hemisferio norte, porque se encuentra en la prolongación del arco de estrellas que forma la cola de la Osa Mayor. Observaciones en julio, agosto y septiembre: Durante los meses del verano boreal, invierno en el hemisferio sur, la Vía Láctea se ofrece a la vista en todo su esplendor por segunda vez en el año, pero en esta época contemplamos la zona de la Galaxia diametralmente opuesta a la que era visible en enero, febrero y marzo. Destaca ahora la riquísima zona del centro galáctico, hacia las constelaciones de Sagitario y el Escudo. En estas direcciones son visibles, con prismáticos o telescopio, multitud de nebulosas y cúmulos de estrellas. Otras constelaciones destacadas son Escorpio (con la gigante roja Antares) y Ofiuco hacia el sur (especialmente rica esta última en cúmulos globulares), y Hércules, la Lira o el Cisne hacia el norte. En Hércules es muy conocido el cúmulo globular M 13. En la Lira destaca la estrella Vega. Otras dos luminarias del cielo de estos meses son Altair (en el Águila) y Deneb (en el Cisne). Estas tres brillantes estrellas forman el llamado triángulo del verano boreal. Observaciones en octubre, noviembre y diciembre: En estos meses la Vía Láctea vuelve a mostrarse en malas condiciones de observación, pero hay bastantes constelaciones interesantes al alcance de la vista o de los instrumentos modestos. Entre ellas destaca Tauro, con los cúmulos de las Pléyades y de las Híades o el remanente de la supernova llamado nebulosa del Cangrejo (M 1). Aldebarán, la estrella más brillante de Tauro, es uno de los astros más rojos del firmamento. Otra zona llamativa es la de Andrómeda y Pegaso, que contiene la conocida gran galaxia de Andrómeda (M 31), perceptible incluso a simple vista desde lugares lo bastante oscuros. Hacia el sur se halla la constelación de la Ballena, conocida sobre todo por albergar la famosa estrella variable Mira, también llamada ómicron de la Ballena. La región circumpolar norte: Las zonas alrededor del polo norte celeste sólo son accesibles a los observadores situados en las latitudes medias y altas de este hemisferio. Por suerte para quienes habitan el hemisferio sur, a pesar del misterio que evocan algunos de los nombres clásicos de los asterismos más septentrionales, no se trata de zonas especialmente ricas. Muy cerca del polo norte celeste se halla la estrella Polar, que por casualidad en nuestros tiempos marca este punto con una exactitud suficiente como para que los habitantes del hemisferio norte la usen para orientarse en la noche, e incluso para estacionar sus telescopios. A su alrededor se extienden las constelaciones de la Osa Menor y el Dragón. Pero los asterismos más destacados de esta zona son, sin duda, la Osa Mayor y Casiopea, cuya importancia se debe más a las características figuras que dibujan sus estrellas principales que a la riqueza de objetos que ofrecen para los telescopios pequeños. En Casiopea vale la pena observar el cúmulo M 52 y, muy cerca, ya en Perseo, el famoso cúmulo doble. En la Osa Mayor están las galaxias M 81 y M 82. En la vecina constelación de los Lebreles (Canes Venatici), puede observarse la galaxia Remolino, M51. La región circumpolar sur: Al contrario de lo que ocurre con la región circumpolar norte, la zona sur, siempre oculta a los observadores boreales, es rica tanto en estrellas brillantes como en otras maravillas celestes. Tal vez como compensación a tanta dicha, el polo sur celeste no está señalado por ningún astro destacado, como no sea la débil estrella sigma del Octante, francamente débil de localizar sin experiencia, lo que dificulta la orientación en el hemisferio sur y el correcto estacionamiento de los telescopios. Entre los objetos visibles en esta zona se hallan las dos galaxias irregulares satélites de la nuestra, las Nubes de Magallanes, Mayor y Menor, en las constelaciones de la Dorada y del Tucán respectivamente. La constelación más llamativa de esta zona circumpolar es la Cruz del Sur. Su travesaño más largo apunta aproximadamente hacia el polo sur celeste. Otro de los grupos destacados es el inmenso Centauro, que contiene la estrella más cercana al Sol, alfa del Centauro, y el espectacular cúmulo globular omega del Centauro. Tanto la Cruz como el Centauro y otras zonas adyacentes (como Carena) son muy ricas en cúmulos estelares y nebulosas. Otras constelaciones llamativas del extremo sur son el Erídano (con su luminaria Achernar) y el Pez Austral (con Fomalhaut), accesible esta última en otoño a los observadores del hemisferio norte. Texto extraído de “ASTRONOMÍA GENERAL - TEÓRICA Y PRÁCTICA” Autores: DAVID GALADÍ-ENRÍQUEZ – JORDI GUTIÉRREZ CABELLO