SOBRE REFORMAS NO DEMASIADO PROFUNDAS Guy de Jonquiéres -Financial Times Por qué se ha producido la globalización? En gran medida porque los estados han elegido, consciente y deliberadamente, levantar las barreras que cerraban sus mercados y que, a la vez, frenaban las inversiones y los intercambios internacionales. A veces, han actuado en conjunto -especialmente por acuerdos en el marco del GATTpara liberalizar el mercado internacional. En otras oportunidades, han actuado solos, como al comienzo de los años 80, cuando el Reino Unido abolió el control sobre los intercambios o cuando numerosos países asiáticos en vía de desarrollo liberalizaron sus legislaciones, reactivando así el comercio y las inversiones. En síntesis, la globalización no tiene nada de intrínsecamente inevitable. Los estados pueden aceptarla o rechazarla. Algunos la han rechazado, aislando su economía de los mercados mundiales y de la competencia internacional. Pero veamos donde se encuentran aquellos que han sostenido esta lógica con tenacidad: Birmania, Cuba, Corea del Norte, Irak, Irán y Libia, son los mejores ejemplos. Júzguense los resultados: arcaísmo industrial, penurias insoportables, hambre generalizada. Hablar aquí de elección, dejar entender que esas políticas de aislamiento reflejan la voluntad popular, es trastocar la realidad. En cada uno de los países precedentemente citados, la decisión de cerrar los mercados ha sido tomada por un régimen represivo, cuya preocupación es mantenerse en el poder, sin preocuparse absolutamente por consultar al pueblo, que tiene la mala suerte de vivir bajo su férula. En contraposición, cada vez que las personas pueden elegir entre una economía cerrada, fuertemente reglamentada, y mercados abiertos, rechazan la primera y eligen los segundos. ¿Y cómo no lo van a hacer? Recordemos el COMECON, sistema de comercio administrado que funcionó entre la Unión Soviética y sus satélites hasta fines de los años 80. Nunca en la historia se hicieron tan grandes esfuerzos para demostrar el carácter obsoleto de la teoría de las ventajas comparativas (teoría según la cual los estados se enriquecen gracias a la especialización internacional y no buscando la autosuficiencia) ¿Quién, en la actualidad, defendería tal organización económica? Seguramente que no serán los ciudadanos de la ex Unión Soviética y de Europa Central, quienes, durante muchos años, debieron sufrir toda suerte de privaciones. Aún cuando para ellos la transición hacia una economía de mercado es dolorosa ¿quién reclama la vuelta al COMECON? Igualmente, en América Latina ¿dónde se encuentra la mínima nostalgia por los regímenes proteccionistas y autárquicos de los años 60 y 70, época en la cual la mayoría de los estados de la región estuvieron gobernados por dictaduras militares? Desde que los pueblos de esos países han adquirido el derecho de elegir a sus dirigentes -tal el caso de Argentina, Brasil y Chile-han votado por gobiernos determinados a buscar el crecimiento económico a través de las reformas liberales. Es cierto que en la consecución de esos objetivos a veces surgen resistencias populares. En diferentes regiones del mundo, se observan signos de cansancio frente a las exigencias de la liberalización. En América del Sur muchos están decepcionados cuando observan que la aceleración del crecimiento económico no ha reducido la pobreza , ni elevado los niveles de vida, tan rápido como se esperaba. La reciente crisis mexicana ha sido percibida, en algunos casos, como una señal de los peligros de la globalización de los mercados. Pero lo que en realidad prueban esas experiencias, es que las reformas no han sido muy profundas. La erradicación de la pobreza y de la enfermedad exige políticas sociales más eficaces, capaces de mejorar la educación y el sistema de salud. En cuanto a la lección principal que deja la crisis mexicana, es la de que las reformas de mercado no pueden tener éxito cuando un estado se compromete en prácticas financieras irresponsables. Sin embargo, si algunos se interrogan sobre el ritmo de la liberalización, no se ve voluntad popular para dar marcha atrás. El humillante fracaso de la campaña presidencial de Pat Buchanan en Estados Unidos el año último, prueba que aún cuando los electores duden de las consecuencias de la globalización, no entreven ninguna solución de recambio. De todas maneras, la prueba está hecha: adaptar la economía a los mercados mundiales da buenos resultados. El sorprendente aumento de los ingresos reales en los países del sudeste asiático (los llamados "dragones") fueron obtenidos en menos de treinta años debido a las políticas que privilegiaban un crecimiento basado en las exportaciones. En América Latina el éxito de Chile sigue siendo el modelo que los países de la región deben imitar. Aún en África, donde el estado ya hace tiempo ha sido considerado sin esperanzas, se perciben signos optimistas: Ghana y Uganda, que han comenzado a desmantelar las barreras que frenaban los intercambios y las inversiones, y han adoptado reformas liberales, están siendo recompensados con tasas de crecimiento más elevadas. Aumentar el nivel de vida del pueblo constituye el primer deber de un estado. La expansión del mercado mundial y de la competencia internacional, ofrece a pueblos y países la oportunidad histórica de alcanzar ese objetivo. Pero, en los países occidentales, algunos pretenden que eso es injusto. El libre comercio, afirman, es la principal causa de los problemas que confrontan sus economías, ya se trate de un alto nivel de desempleo, del ensanchamiento de las desigualdades o de la pérdida de empleos industriales. Y de una manera un tanto pavioviana, esas personas quieren actuar cerrando barreras. A veces intentan dar una apariencia de dignidad a su argumentación exigiendo una "cláusula social" en los acuerdos comerciales. Se trataría de un mecanismo tendente a asegurar el respeto de los derechos fundamentales de los trabajadores. Sin dudas, este es un objetivo admirable. ¿Quién, después de todo, podría defender la explotación de niños? ¿Pero es esto lo que los abogados de una "cláusula social" quieren en principio impedir? Un reciente artículo de Bemard Cassen, en Maniere de voír, muestra que no es así8. Al atacar el rechazo de la OMC a la idea de que la imposición de restricciones a los intercambios podrían ser el medio de imponer reglas sociales, se interroga de la siguiente manera: "¿Es que en nombre de las ventajas comparativas, los países industrializados deben aceptar sacrificar a los países con bajos salarios todas sus industrias con fuerte intensidad de mano de obra?”. En otros términos, serán penados aquellos que, a la vez, tienen la desgracia de ser pobres y la audacia de hacemos competencia. Tal comportamiento no sólo es mezquino, sino que está fundado sobre un postulado inexacto. En efecto, si los países con bajos salarios verdaderamente tuviesen tal influencia sobre los mercados internacionales, el precio de los productos con fuerte componente en mano de obra, no deberían dejar de bajar. Y esos precios han aumentado constantemente desde el comienzo de los años 80. De los veinte principales exportadores de productos manufacturados -que en conjunto totalizan el 90% de las exportaciones mundiales- sólo dos. China y México, son indudablemente países con bajos salarios (Malasia es un caso tangencial). Pero aún así, si se totalizan las ventas al extranjero de China, México y Malasia, apenas alcanzan el 7% de las exportaciones mundiales. El conjunto de países con bajos salarios representa menos del 10% de las importaciones hechas por la Unión Europea. También es exagerado el temor de un éxodo masivo del aparato productivo de los países del Norte hacia el Sur. Lo esencial de los flujos de inversiones directas al extranjero, se efectúa entre los mismos países industrializados. China es la que se lleva la parte del león en las recientes inversiones en los países en vías de desarrollo, pero la mayor parte de ellas proceden de Taiwan y de Hong Kong, y no de Europa o de Estados Unidos. Por consiguiente, los hechos no confirman las teorías alarmistas de aquellos que imputan a la competencia implacable de los países con bajos salarios las dificultades de las economías occidentales. Esas dificultades se explican, más que por la emergencia de los merca-dos mundiales, por la lentitud con la cual Occidente se adapta a la nueva situación. Siempre es más fácil ocultar la cabeza en la arena que aceptar el desafío del cambio. Pero los que imitan al avestruz y sueñan con los angelitos, corren muchos riesgos en un mundo habitado por tigres.