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El documental y el psicoanálisis: métodos que reconstruyen realidad
Horacio N. ROTEMBERG EDELMAN
¿Qué es dar cuenta de la realidad?
¿Cómo abarcar ese concepto evanescente?
¿Cuáles recursos simbólicos permiten contornearla, delimitarla, compartirla?
Harum Faroki, documentalista alemán de origen turco, edita imágenes
documentadas que, en su articulación, impactan estéticamente y le permiten
al espectador dar sentido a lo visto y encontrar así un camino emocional que
alcance una visión más profunda de lo humano. La mirada de Faroki trata de
dar cuenta de una realidad antropológica, social. En uno de sus trabajos
“interviene” una película filmada en un campo de concentración nazi por un
cineasta judío allí prisionero. La intención alemana era propagandística, por
ello el director debía ser necesariamente judío, para que no haya dudas en el
espectador sobre la “realidad” transmitida. En el film, inicialmente, la vida en
el campo parece idílica ya que el grupo de prisioneros allí internado
desconoce su destino trágico al estar dentro de una elaborada atmósfera de
buen trato que no da lugar a sospecha. Ese hecho impacta y sobrecoge al
espectador contemporáneo, consciente de lo que fue el descarnado horror
del régimen que se esconde detrás de esa apariencia de bonhomía que se
presenta como una realidad indiscutible. En el correr de la intervención
hecha por Faroki se evidencia que, paulatinamente, lo siniestro se va
haciendo consciente en el realizador original del film ya que comienza a
documentar los signos imperceptibles del horror que él va descubriendo
detrás de la apariencia primera, entre los intersticios de la hipocresía
nacional-socialista. En nuestra historia reciente distintos regímenes han
apelado, con similares consecuencias devastadoras, a modalidades similares
de enmascaramiento y construcción propagandística-ideológica de la
realidad. En aquella circunstancia histórica del campo de concentración el
documentalista comienza a reconocer otro tipo de realidad a la que no
rehúye y a la que registra, promoviendo señales que quedan en el material
fílmico y pasan a ser un llamado para quien eventualmente perciba a esta
otra realidad, aún cuando dicha percepción ocurra en un tiempo futuro y la
suerte presente ya esté echada.
Faroki, en su propio trabajo de edición, subraya esta intensión primaria del
artista judío de develar una verdad enmascarada.
Nosotros los psicoanalistas tratamos de transitar con nuestros analizandos
por caminos simbólicos que den lugar a una verdad singular subjetiva. Si este
propósito se logra, el padecimiento subjetivo, incluyendo sus aspectos
siniestros, se desprende de la voluta neurótica y se tramita por otro tipo de
senderos vivenciales más genuinos, que dan lugar a la construcción de una
realidad menos torturante. Nuestra capacidad de registro y edición del
discurso que circula en los contextos analíticos puede ayudar a enderezar
ciertos destinos trágicos. Esto ocurre si, a la vez, sus protagonistas reconocen
su propia puesta de sentido original sin rehuir a la tarea de dar otro sentido
al drama personal y si nosotros tenemos la capacidad de descifrar estos
mensajes en tiempo presente, sin autoengaños, para poder torcerle así el
brazo a la “suerte”.
Este tipo de trabajo, al decir de Freud, posee una dimensión imposible lo que
hace de la tarea a realizar un hecho fascinante.
Los escenarios que recorren estos procesos terapéuticos-analíticos son
diversos y están condicionados por diversos factores: por la dimensión
simbólica inicialmente disponible y aquella que finalmente pueda alcanzarse
en el intercambio vincular; por la mayor o menor incidencia de lo traumático
en el desarrollo psicosexual del analizando y las distorsiones del narcisismo
que, fatalmente, este factor acarrea; por los niveles de enmascaramiento y
de construcción de realidades alternativas, tal como veíamos sucede en los
contextos sociales, que operan no sólo reprimiendo ciertos contenidos sino
desmintiéndolos, dificultando el intercambio y la comunicación.
La articulación trauma-consolidación narcisista da lugar a diversas
estructuras psicopatológicas y a diversas posibilidades de mayor o menor
intercambio genuino en los vínculos, tema que desarrollé en otros trabajos.
En términos generales la dimensión traumática puede generar tanto
investiduras narcisistas lábiles, con identidades desdibujadas, como corazas
caracterológicas rígidas, con identidades inamovibles. Ambos resultados
determinan en el sujeto una tendencia a construir realidades personales que
se apartan de la realidad consensual. Esos constructos originan diversas
clases de relatos encarnados en diversos modos de ser y sostenidos por
diversas cosmovisiones. Una de las funciones básicas de esta realidad así
construida es asegurar la sobrevivencia subjetiva en torno a una identidad
que se mantenga en el tiempo.
Cuando el sostén de dicha identidad personal no es con el otro sino a pesar, o
en contra del otro la situación es particularmente difícil; la comunicación se
distorsiona y es muy ardua la construcción de una realidad compartible.
El analista, al enfrentar estos problemas en el contexto analítico, puede
sentir expuesta su propia identidad a esa realidad particularmente ajena y
amenazante que transmite su analizando, difícil de asimilar, de comprender,
de simbolizar. Los códigos con los que cada interlocutor construye-sostiene la
realidad no son fáciles de conciliar o, en condiciones extremas, son
radicalmente diferentes.
La realidad singular no habilita necesariamente una realidad vincular. No
habilita “el socialismo”, al decir de Bion.
Lo inverso también es posible.
Hay realidades sociales que generan una forma particular de malestar en la
cultura en el cual la condición subjetiva no encuentra fácilmente cabida.
Este tipo de malestar perturba “per se” el posicionamiento subjetivo y, desde
allí, influye y distorsiona conductas y vínculos, incluidos los psicoanalíticos.
Ciertas realidades sociales constriñen la subjetividad y la enajenan.
Realidades sociales que obligan a mantener ciertas apariencias y a conformar
un modo de ser que es particularmente insatisfactorio. El sujeto se ve
obligado a desestimar su narcisismo, a no dar lugar a su auto estima. El
código social imperante impone desmentir malestares personales y
perpetuar así ese otro malestar surgido de un código cultural que promueve
impostura, sometimiento o humillación, frecuentemente marginación.
Estas realidades sociales tienden a promover inhibiciones tanto en la
expresión desiderativa profunda como en la manifestación narcisista gozosa.
La fuerza de este tipo de código cultural puede dificultar la tarea analítica de
construcción de realidades singulares alternativas que rescaten al sujeto. Esta
dificultad opera desde ambos lados de la dupla analítica.
Para establecer un diálogo posible sobre este tema quiero compartir con
ustedes el compilado de un segundo documental realizado por Faroki.
En el primero Faroki destaca el premeditado ocultamiento del plan nazi de
exterminio alevosamente elaborado por el régimen.
En el segundo, llamado “En comparación”, Faroki registra las formas de
producción del ladrillo en distintos espacios antropológicos actualmente
coexistentes.
En este otro el marco la maldad que resalta el anterior no es tan evidente
aunque las consecuencias sociales de ciertas configuraciones productivas no
dejen de ser particularmente negativas.
“En comparación” se limita a señalar, a través de un conjunto de imágenes
muy elocuentes, los contrastes observables entre los modos de producción
actuales de un mismo objeto, el ladrillo. Estos contrastes permiten captar la
variable cosmovisión social prevalente, en las diferentes sociedades que
coexisten en nuestra aldea global, con respecto al sentido y al fin del trabajo.
El espectador puede observar tanto la dimensión comunitaria como la
alienante - que alcanza extremos de trabajo esclavo – presentes de diverso
modo en los diversos sistemas productivos contemporáneos, más allá del
efecto innovador que determinados adelantos tecnológicos imprimen en
ciertas culturas.
Así como estos documentales proveen de un modelo de investigación
antropológica el método analítico y el registro de su práctica proveen
modelos de construcción de realidades singulares en contextos vinculares
dentro del particular marco antropológico-social que las contienen.
Espero que el texto y las imágenes favorezcan un intercambio que tenga
como eje el papel que la construcción de la realidad juega en nuestra práctica
clínica.
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