a la memoria de ignacio burgoa orihuela

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A LA MEMORIA DE IGNACIO BURGOA ORIHUELA
Fernando SERRANO MIGALLÓN*
E
n la ya larga vida de la Facultad de Derecho, que ha sido testigo
del paso de muchas mujeres y hombres que han contribuido con
su empeño a la construcción del rostro de nuestro país, han habido presencias inolvidables, entrañables por la calidez de su recuerdo,
por la magnitud de su legado y por el grado de su identidad con las causas y el devenir universitario, la memoria de don Ignacio Burgoa Orihuela, es una de esas huellas profundas en el ser de la Facultad y de la
Universidad Nacional Autónoma de México.
La Universidad, y la Facultad como parte esencial de ella, generan
lazos de identidad con sus miembros que pocas veces pueden ser vistos;
se trata de algo que va más allá, mucho más allá, del simple espíritu de
pertenencia, del orgullo y de la memoria compartidos; se trata de una
dependencia casi biológica, cabría decir vital, entre nuestros espacios
—los físicos y los temporales— y el desarrollo de quienes hemos convivido aquí como estudiantes y profesores. Quien ha vivido la experiencia de formar parte de la Facultad de Derecho no sólo no lo olvida
nunca, sino que se convierte en uno de los elementos más poderosos de
su personalidad. Explicar un fenómeno así no resulta fácil, pero una
de las formas más convincentes de entenderlo, es comprender la
cantidad de vidas vertidas en su construcción, la pasión concitada en
tantos de los mejores talentos de nuestro país. La Facultad es identidad,
porque está construida con vidas humanas dedicadas a valores muy
altos.
Burgoa nació en 1918, casi con la Constitución Federal que hoy nos
rige. Su padre, abogado connotado de la vieja escuela de la cultura
humanista y del más elegante sentido de la justicia, en los catorce años
en que pudo ver crecer a su hijo, logró ser un ejemplo suficiente para
que el entonces pequeño Ignacio no deseara ni imaginara nunca otra
profesión que la de abogado.
Siempre orgulloso de su origen y filiación universitaria, Burgoa es
un auténtico producto de la educación universitaria; formado como
abogado —en el sentido más puro del término: el del postulante—, en
*
Director de la Facultad de Derecho de la UNAM.
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FERNANDO SERRANO MIGALLÓN
la entonces Escuela Nacional de Jurisprudencia; obtuvo su doctorado
en Derecho en la ya Facultad de Derecho y a esa institución dedicó más
de cincuenta años de su vida como docente. Sucede con Ignacio Burgoa
un fenómeno sumamente escaso dentro de la educación superior en
México: el hecho de que podemos afirmar que no exista un solo abogado en nuestro país que de algún modo u otro no se haya formado bajo
las enseñanzas de Burgoa; algunos a través de sus cátedras; otros, mediante sus libros y muchos más a través de los cientos de artículos y
conferencias con los que animó y guió el debate jurídico nacional durante muchos años.
La primera edición de los dos libros fundamentales de Burgoa: Garantías Individuales y El Juicio de Amparo, aparecieron ente 1943 y
1945; a partir de ahí fueron objeto de revisión constante; con los años,
su vertiente de escritor afloró en los temas más diversos y aunque nunca dejó de lado a la Constitución, emprendió la redacción de libros como El Jurista y el Simulador del Derecho o El Juicio de Cristo, en los
que dejaba ver al abogado que quiso ser y que fue; aquel en el que las
personas veían al hombre culto, comprometido con la sociedad y siempre sensible a las necesidades de los demás.
Don Ignacio no se limitó al ámbito universitario para cumplir su misión de abogado; más bien, supo llevar a la Universidad más allá de los
muros del claustro y hacerla presente en los tribunales, en los medios
de comunicación; en fin, en la sociedad.
Sin dejar de lado la pena que embarga a la Comunidad de la Facultad de Derecho por la pérdida de nuestro maestro, en su deceso hay
mucho de serena recordación, murió en pleno dominio de su conciencia, apenas tres días antes dictó cátedra en su salón de clases, vivió como mejor pareció a su vocación y a su conciencia y porque su Comunidad lo despidió en el lugar en el que desarrolló lo mejor de su vocación
y de su inteligencia, nuestra Facultad y como dice Pablo de Tarso: donde está tu corazón, está tu tesoro.
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