SEMINARIO ACADÉMICO SOBRE ENTIDADES PRIVADAS COLABORADORAS DE LA ADMINISTRACIÓN RESPONSABILIDAD PATRIMONIAL Y CALIFICACIÓN JURÍDICA DE SUS INGRESOS 2 de diciembre de 2015 Working Paper LA RESPONSABILIDAD POR LOS DAÑOS CAUSADOS POR LA ACTUACIÓN DE LAS ENTIDADES PRIVADAS COLABORADORAS DE LA ADMINISTRACIÓN* Dr. Alfredo Galán Galán Profesor acreditado Catedrático de Derecho Administrativo Universidad de Barcelona [email protected] SUMARIO: I. Presupuesto: entidad colaboradora de la Administración o del particular 1. Las entidades privadas pueden colaborar con la Administración o bien con el particular 2. Relevancia práctica de la distinción: diferente régimen jurídico aplicable II. Garantías del ciudadano en su relación con las entidades privadas colaboradoras 1. Límite del recurso por la Administración a la colaboración de entidades privadas: no empeorar la posición jurídica del ciudadano 2. Regulación significativa en la normativa sectorial de los aspectos relativos a las garantías del ciudadano III. Objeto de nuestro estudio: la responsabilidad por daños causados por una actuación de las entidades privadas colaboradoras de la Administración IV. Sujetos implicados en estos supuestos de responsabilidad 1. Hipótesis de ejercicio directo de la función pública por la Administración titular (sin contar con entidad privada colaboradora): relación bilateral 2. Hipótesis de ejercicio de la función pública por una entidad privada colaboradora de la Administración: complicación del panorama resultante 2.1. La hipótesis más sencilla: relación triangular * Este guión toma como base mi trabajo del mismo título y publicado en el libro colectivo El ejercicio de funciones públicas por entidades privadas colaboradoras de la Administración, publicado por la editorial Huygens en 2010. 1 2.2. Hipótesis más compleja: relación multilateral V. La responsabilidad de la entidad privada colaboradora 1. Afirmación de la responsabilidad de la entidad privada colaboradora 2. Garantía de la responsabilidad de la entidad privada colaboradora: obligación de constituir una garantía suficiente 2.1. Generalización de la exigencia de constituir una garantía 2.2. Tipo de garantía exigida 2.3. La suficiencia de la garantía constituida 2.4. La no limitación de la responsabilidad al importe de la garantía 2.5. La eficacia de la exigencia de constitución de la garantía 3. La extensión de la responsabilidad de la entidad privada colaboradora 4. El tipo de responsabilidad de la entidad privada colaboradora 4.1. responsabilidad directa 4.2. Régimen de responsabilidad: administrativa o civil; objetiva o por culpa VI. La responsabilidad de la Administración con la que colabora la entidad privada 1. La existencia de responsabilidad de la Administración 2. El tipo de responsabilidad de la Administración 3. La articulación de las responsabilidades de la Administración y de las entidades privadas colaboradoras VII. Algunas consideraciones finales para el debate 2 I. PRESUPUESTO: ENTIDAD COLABORADORA DE LA ADMINISTRACIÓN O DEL PARTICULAR 1. LAS ENTIDADES PRIVADAS PUEDEN COLABORAR CON LA CON EL PARTICULAR ADMINISTRACIÓN O BIEN 1. El punto de partida de todo estudio sobre las entidades privadas colaboradoras es la determinación del sujeto con el que colaboran. En este sentido, caben dos alternativas: a) Que la entidad privada colabore con la Administración (supuesto de colaboración público-privado). En este caso, la entidad privada ejerce, total o parcialmente, una función pública cuya titularidad corresponde y retiene la Administración. En otras palabras, con la necesaria cobertura normativa, se ha producido el traslado –total o parcial- del ejercicio de una función pública cuya titularidad sigue en manos de la Administración. En definitiva, se produce aquí una escisión entre ejercicio y titularidad de la función pública. b) Que la entidad privada colabore con el particular (supuesto de colaboración privado-privado). En este caso, ya sea en cumplimiento de una obligación legal o bien por decisión voluntaria, el particular que quiere realizar una actuación debe acudir a la colaboración que le presta una entidad privada. En consecuencia, la entidad privada no ejerce ninguna función pública, sino que nos encontramos ante una relación entre sujetos privados. 2. Cabe la posibilidad de que una misma entidad privada pueda simultáneamente colaborar con la Administración y el particular. En esta hipótesis, es preciso articular los mecanismos de garantía necesarios para evitar la existencia de conflictos de interés. 2. RELEVANCIA PRÁCTICA DE LA DISTINCIÓN: DIFERENTE RÉGIMEN JURÍDICO APLICABLE 1. Es importante averiguar si, en un caso concreto, la entidad privada colabora con la Administración o bien con el particular, porque el régimen jurídico aplicable será diferente. En particular, y en lo que ahora nos ocupa, será distinto el tratamiento jurídico al problema de la responsabilidad por los daños causados como consecuencia de la actuación de la entidad colaboradora: a) Si la entidad privada colabora con el particular, el problema derivado de la causación de un daño debe resolverse simplemente acudiendo a las reglas que rigen la responsabilidad entre sujetos privados: entre la entidad privada causante del daño y el particular que ha requerido sus servicios y que padece ese daño. b) Si la entidad privada colabora con la Administración, el problema es más complejo. Esta es la hipótesis de la que nos vamos a ocupar en esta exposición y que va a centrar la discusión. 2. Sorprendentemente, a pesar de la importante relevancia práctica de la cuestión, en los términos indicados, no siempre está claro si la entidad privada colabora con la Administración o con el particular. En otras palabras: si está ejerciendo o no una función pública. Corresponde al ordenamiento jurídico determinar si estamos ante uno u otro supuesto. Por desgracia, no siempre realiza esta labor de manera expresa o, al menos, de manera lo suficientemente clara. Ello explica, por ejemplo, la existencia de controversias doctrinales y jurisprudenciales sobre este punto en algunos relevantes 3 sectores de actividad en los que intervienen entidades privadas colaboradoras (por ejemplo, de reciente, en el sector de las ITV). II. GARANTÍAS DEL CIUDADANO EN SU RELACIÓN CON LAS ENTIDADES PRIVADAS COLABORADORAS 1. LÍMITE DEL RECURSO POR LA ADMINISTRACIÓN A LA COLABORACIÓN DE ENTIDADES PRIVADAS: NO EMPEORAR LA POSICIÓN JURÍDICA DEL CIUDADANO Es creciente el recurso por la Administración a la colaboración de entidades privadas a las que se traslada el ejercicio de funciones públicas. Sin entrar ahora en otras consideraciones sobre este fenómeno, sí queremos subrayar que dicho recurso debe siempre respetar un límite: no empeorar la posición del ciudadano. En efecto, la decisión normativa de que el ejercicio de una función pública no sea realizado total y directamente por la Administración titular, sino que cuente para ello con la colaboración de una entidad privada, no puede suponer nunca un perjuicio para el ciudadano. Así, no puede implicar una disminución de sus derechos ni de sus garantías. 2. REGULACIÓN SIGNIFICATIVA EN LA NORMATIVA SECTORIAL DE LOS ASPECTOS RELATIVOS A LAS GARANTÍAS DEL CIUDADANO La regulación que la normativa sectorial dedica a las entidades colaboradoras es, por lo general, muy escueta. No obstante, suele tratar siempre con bastante grado de detalle las cuestiones que hacen referencia a las garantías del ciudadano. Y especialmente dos aspectos: la posibilidad de reclamar contra la decisión de la entidad colaboradora y la responsabilidad de dicha entidad en caso de que se derive un daño de su actuación. Este es un dato significativo: revela la importancia que para el normador tiene el aseguramiento de la posición jurídica del ciudadano. Pues bien, en esta exposición vamos a examinar una de las dos cuestiones específicamente apuntadas en el párrafo anterior, a saber: la responsabilidad que nace ligada al daño causado por una actuación realizada por una entidad colaboradora de la Administración. III. OBJETO DE NUESTRO ESTUDIO: LA RESPONSABILIDAD POR DAÑOS CAUSADOS POR UNA ACTUACIÓN DE LAS ENTIDADES PRIVADAS COLABORADORAS DE LA ADMINISTRACIÓN 1. Como ya hemos apuntado, vamos a centrar el objeto de esta exposición en el estudio de la responsabilidad patrimonial: de la responsabilidad que nace por el daño causado como consecuencia de una actuación realizada por una entidad privada colaboradora de la Administración. 2. Quedan fuera de esta exposición, pendiente de un análisis futuro, otros supuestos de responsabilidad imaginables. En particular, los problemas que plantea la responsabilidad penal en el caso de actuación de las entidades privadas colaboradoras, así, a título de ejemplo: a) Posibilidad de que pueda imputarse responsabilidad penal a las autoridades administrativas por la actuación realizada por su entidad privada colaboradora. 4 b) Posibilidad de que los trabajadores de la entidad privada colaboradora puedan cometer los delitos propios de funcionarios. En ese punto, debe tenerse en cuenta que no coinciden los conceptos penal y administrativo de funcionario, siendo más amplio el primero de ellos. IV. SUJETOS IMPLICADOS RESPONSABILIDAD EN ESTOS SUPUESTOS DE La cuestión a tratar es la determinación de los sujetos que resultan implicados en el caso de que se produzca un daño a un particular. En este sentido, resulta clarificador hacer las distinciones siguientes. 1. HIPÓTESIS DE EJERCICIO ADMINISTRACIÓN TITULAR (SIN DIRECTO DE LA FUNCIÓN PÚBLICA POR LA CONTAR CON ENTIDAD PRIVADA COLABORADORA): RELACIÓN BILATERAL En el caso de ejercicio directo de la función pública por su Administración titular, lo habitual es que los supuestos de responsabilidad patrimonial se enmarquen en una relación bilateral: entre la Administración causante del daño y el particular que lo ha sufrido. 2. HIPÓTESIS DE EJERCICIO DE LA FUNCIÓN PÚBLICA POR UNA ENTIDAD PRIVADA COLABORADORA DE LA ADMINISTRACIÓN: COMPLICACIÓN DEL PANORAMA RESULTANTE Cuando la Administración recurre a la colaboración de entidades privadas para el ejercicio de funciones públicas, el panorama se complica: 2.1. La hipótesis más sencilla: relación triangular En la más sencilla de las hipótesis, aquella relación bilateral se transforma en triangular, puesto que ahora son tres los sujetos en presencia: 1) la entidad colaboradora que, en ejercicio de la función pública, ha realizado la actuación causante del daño; 2) el ciudadano que ha entrado en contacto con dicha entidad y que lo ha padecido; 3) y, finalmente, la Administración titular de la función. Surgen entonces importantes interrogantes relativos a la responsabilidad por esos daños: ¿quién responde ante el ciudadano, solamente la entidad colaboradora o también la Administración? Y si concluimos que responden ambos, ¿cómo se articula la responsabilidad de los dos sujetos? 2.2. Hipótesis más compleja: relación multilateral La observación de la realidad demuestra, sin embargo, que la situación es habitualmente mucho más compleja. Porque son bastantes más los sujetos que intervienen, de una u 5 otra forma, respecto a la actividad que genera el daño o bien en su cobertura. Pongamos algunos ejemplos: 1) la entidad de acreditación, en el caso de que la actuación de la entidad colaboradora se someta a la obtención de una previa acreditación; 2) la compañía de seguros de la entidad colaboradora, en tanto que la normativa sectorial obliga siempre a estas entidades a constituir una garantía suficiente; 3) la compañía de seguros que, en su caso, pueda haber contratado la Administración titular de la función para cubrir el riesgo del nacimiento de su responsabilidad; 4) los sujetos que haya contratado la entidad colaboradora para la realización de actividades especializadas, siempre y cuando la normativa sectorial aplicable no prohíba esta posibilidad (la habitualmente denominada “subcontratación”, a pesar de la incorrección de la expresión, puesto que, en rigor, no hay “contrato” entre la Administración y la entidad privada colaboradora); 5) la compañía de seguros de estos contratistas de la entidad colaboradora, en la medida en que alguna normativa sectorial obliga a que también ellos tengan constituida una garantía; 6) y, por terminar, los particulares que se relacionen con el cliente de la entidad de colaboración y que pueden ser los que efectivamente hayan sufrido el daño (piénsese, por ejemplo, en el particular respecto a una instalación industrial cuya actividad ha sido certificada o inspeccionada por una entidad colaboradora). En las páginas que siguen hemos centrado nuestra atención únicamente en el análisis de la responsabilidad de dos de estos sujetos: la entidad privada colaboradora y la Administración titular de la función. V. LA RESPONSABILIDAD DE LA ENTIDAD PRIVADA COLABORADORA La normativa sectorial suele regular, aunque de un modo incompleto, la responsabilidad en la que pueden incurrir las entidades colaboradoras como consecuencia de su actuación. Exponemos seguidamente las principales conclusiones extraídas del análisis de dicha normativa. 1. AFIRMACIÓN DE LA RESPONSABILIDAD DE LA ENTIDAD PRIVADA COLABORADORA 1. Las entidades privadas colaboradoras ejercen las funciones públicas bajo su propia responsabilidad. Dicho en otros términos: son responsables de los daños y perjuicios que puedan causar como consecuencia de la actuación que realicen en ejercicio de dichas funciones. 2. La atribución de responsabilidad constituye uno de los elementos centrales del sistema de colaboración de las entidades privadas: el traslado del ejercicio de la función conlleva, paralelamente, el traslado de la responsabilidad que pueda derivarse de ese ejercicio. De esta manera, puede afirmarse que la nota de la responsabilidad forma parte esencial de la posición jurídica de estas entidades colaboradoras, en la medida en que constituye la contrapartida a que puedan adoptar las decisiones de manera autónoma. La asunción del ejercicio de la función implica, como la otra cara de una 6 misma moneda, la asunción de la responsabilidad: se sigue la regla según la cual la responsabilidad debe radicarse allá donde se toma la decisión. Por lo demás, este traslado de la responsabilidad es algo que puede hacer atractivo a la Administración el recurso a esta fórmula. 3. La idea de que las entidades privadas colaboradoras son responsables está presente en todas las normativas sectoriales que las contemplan. Dicha normativa exige siempre a la entidad colaboradora la constitución de una garantía suficiente para cubrir los daños y perjuicios que puedan derivarse de su actuación. Pues bien, esta exigencia constituye, por si sola, un argumento irrefutable a favor de la tesis de que estas entidades pueden incurrir en responsabilidad. La posibilidad de que nazca esta responsabilidad es, justamente, el fundamento de la exigencia de constitución de la garantía. 4. En algunas ocasiones, además, la normativa recoge una declaración expresa acerca de la responsabilidad de las entidades colaboradoras. Hemos de advertir, sin embargo, que tal cosa no siempre ocurre. Aunque también es cierto que se trata de una tendencia creciente: esa declaración expresa se contiene habitualmente en las últimas regulaciones sobre entidades colaboradoras. 5. Por último, cabe preguntarse si existen supuestos en los que pueda exonerarse de responsabilidad la entidad privada colaboradora. En particular, ¿debe responder en el caso de que la entidad privada haya efectivamente realizado la actuación causante del daño, pero en cumplimento de órdenes, instrucciones o directivas emanadas de la Administración con la que colabora? En este punto, puede ser de interés hacer el paralelismo con el régimen de responsabilidad propio de contratistas o concesionarios de la Administración del que luego nos ocuparemos. 2. GARANTÍA DE LA RESPONSABILIDAD DE LA ENTIDAD PRIVADA COLABORADORA: OBLIGACIÓN DE CONSTITUIR UNA GARANTÍA SUFICIENTE 2.1. Generalización de la exigencia de constituir una garantía 1. Se ha generalizado la exigencia de que la entidad privada colaboradora constituya una garantía suficiente para cubrir la indemnización de los daños y perjuicios que puedan derivarse de su actuación. En efecto, constituye una nota común a todas las normativas sectoriales, tanto estatales como autonómicas, reguladoras de este tipo de entidades la previsión de esta exigencia. 2. La exigencia de esta garantía debe entenderse como un beneficio para el ciudadano que entre en relación con la entidad colaboradora: se le asegura que efectivamente se le indemnizarán los daños y perjuicios que pueda sufrir. En el fondo, lo que parece buscarse es una suerte de equiparación de los riesgos que sufre el particular en los casos de ejercicio directo por la Administración de la función pública y en los casos de ejercicio a través de una entidad privada colaboradora. Ante un supuesto de ejercicio directo, el particular víctima del daño tiene la seguridad de cobrar, puesto que la Administración nunca es insolvente. Pues bien, una seguridad similar tendrá ante la entidad colaboradora si tiene garantizada convenientemente su responsabilidad (habitualmente mediante la contratación de una póliza de seguro). Como puede observarse, lo que se pretende con la exigencia de constitución de una garantía suficiente es cubrir el riesgo de insolvencia de la entidad colaboradora. La idea que late en el fondo de esta exigencia, pues, es no empeorar la posición del ciudadano. 7 3. Conviene recordar aquí que la exigencia de constitución de una garantía presupone normativamente la posibilidad de que la entidad privada sea responsable. En efecto, el hecho de que la normativa exija a la entidad colaboradora la constitución de una garantía suficiente para cubrir los daños y perjuicios que puedan derivarse de su actuación, constituye un argumento irrefutable a favor de la tesis de que estas entidades pueden efectivamente incurrir en responsabilidad. La posibilidad de que nazca esta responsabilidad es, justamente, el fundamento de la exigencia de constitución de la garantía. 2.2. Tipo de garantía exigido 1. Lo más habitual es que la normativa sectorial ya precise el tipo de garantía exigido, a saber: la contratación de una póliza de seguro. Por lo tanto, en el caso de que se produzca el hecho asegurado (que la entidad privada colaboradora incurra en responsabilidad) será la compañía aseguradora quien tendrá la obligación de indemnizar los daños causados, hasta el límite del importe de la suma asegurada. 2. El examen de la normativa, sin embargo, nos permite descubrir algunas excepciones a esta regla general. Destacamos las siguientes: a) En algunas ocasiones, la normativa sectorial se limita a exigir la constitución de una garantía, pero sin fijar ninguna modalidad. b) En algún ámbito, la normativa sectorial admite expresamente la posibilidad de constituir otras garantías distintas al seguro (“aval u otra garantía financiera”). 2.3. La suficiencia de la garantía constituida 1. Aunque la redacción varía considerablemente en cada normativa sectorial, la idea de fondo es común a todas ellas: la garantía cuya constitución se exige debe ser de una cuantía suficiente para llegar a cubrir el importe de los daños y perjuicios que efectivamente puedan llegar a ocasionarse. 2. Son diferentes los mecanismos empleados por aquella normativa para asegurar la suficiencia de la garantía exigida. En breve, podemos agruparlas del modo siguiente: a) Mera declaración acerca de la necesidad de la suficiencia de la garantía. La normativa se limita a contener una afirmación genérica acerca de que la garantía a constituir debe ser de cuantía suficiente. Así ocurre cuando la norma exige la constitución de una garantía calificada de “suficiente”. O bien de “adecuada”. O, por poner un último ejemplo, cuando impone a la entidad colaboradora que con la garantía “tenga cubiertos” sus riesgos o su responsabilidad. b) Determinación de la cuantía mínima de la garantía. En otras ocasiones, la normativa sectorial va más allá en el aseguramiento de la suficiencia de la garantía, exigiendo una cuantía mínima a su importe. Esta exigencia añadida, sin embargo, puede articularse de dos modos distintos. Cabe, de entrada, que sea la propia norma sectorial la que directamente fije ese importe mínimo. Pero también es posible, como segunda alternativa, que remita esa determinación a otra disposición posterior o bien a la decisión futura de un concreto órgano. c) Previsión de una actualización periódica de la cuantía mínima de la garantía. Dando todavía un paso más, algunas normas sectoriales muestran su preocupación a la hora de asegurar que el importe de la garantía será suficiente 8 no solamente en el momento de su constitución, sino que, además, seguirá siéndolo ininterrumpidamente en el futuro. Para conseguir este objetivo, se incluye una cláusula de actualización periódica del importe de la garantía en función de un índice objetivo. Lo habitual es que se prevea una revisión anual atendiendo a la evolución del índice de precios al consumo. Pero no faltan casos en los que es otra la periodicidad o bien es otro el índice tomado como referencia. 2.4. La no limitación de la responsabilidad al importe de la garantía 1. La obligación de constituir una garantía no supone la limitación de la responsabilidad de la entidad privada colaboradora al importe de dicha garantía. En este sentido, y de manera expresa, alguna normativa sectorial subraya que la obligación de suscribir una póliza de seguros, en la cuantía que se establezca, para cubrir los daños y perjuicios que puedan causarse, se impone “sin que la misma limite dicha responsabilidad” o bien “sin que la cuantía de la póliza limite dicha responsabilidad” . 2. En rigor, estas advertencias normativas son innecesarias, en la medida en que, tampoco en su ausencia, podría defenderse la existencia de una limitación de responsabilidad de la entidad colaboradora. Así sucede, sin ir más lejos, en todos los supuestos en los que la correspondiente norma sectorial no contiene una previsión expresa en este sentido. El enfoque correcto es, en realidad, el contrario: no es necesario que exista una norma que expresamente prevea la no limitación de responsabilidad, sino que, en su caso, lo que sería preciso es la existencia de una norma –del rango adecuadoque de modo expreso previera dicha limitación. No obstante, debe reconocerse una indudable función didáctica a las advertencias normativas que hemos señalado, puesto que despejan cualquier duda que pudiera surgir en este punto. 3. La consecuencia que se deriva de la inexistencia de una limitación de la responsabilidad es que de la parte del importe de los daños causados no cubierta por la garantía deberá responder la entidad privada con su propio patrimonio. No queda liberada de responder de esa parte. Así, situándonos en el caso más habitual en el que la garantía constituida es la contratación de una póliza de seguro, la entidad colaboradora deberá hacer frente con su propio patrimonio de los daños efectivamente causados, pero que no estén cubiertos por el seguro. Ya sea porque el importe de los daños excede de la suma asegurada, o bien porque ese concreto tipo de daños ha quedado excluido de la cobertura del seguro. 2.5. La eficacia de la exigencia de constitución de la garantía 1. La cuestión que aquí se plantea es la determinación de la eficacia que tiene la constitución de la garantía exigida o, visto desde la perspectiva contraria, los efectos que se derivan de su falta. En este punto, la normativa sectorial examinada ofrece respuestas diversas y, por lo general, poco meditadas: a) En algunos casos, la constitución de la garantía se configura como requisito para la obtención de la acreditación por la entidad colaboradora. b) En otros casos, en cambio, es requisito para la obtención de la autorización administrativa por la entidad colaboradora. 9 c) En no pocos supuestos, es requisito para la inscripción en el registro especial de entidades privadas colaboradoras. d) En algún caso aislado, la constitución de la garantía se configura genéricamente y de un modo impreciso como requisito para “la obtención del título de entidad colaboradora”. e) Por último, en bastantes supuestos, la constitución de la garantía parece configurarse simplemente como una obligación o requisito que se impone a las entidades colaboradoras. 2. Lo importante, a nuestro juicio, es asegurar que, en el momento en que realice su actividad, la entidad privada colaboradora tiene constituida la garantía. La decisión acerca de su configuración, principalmente como condición para la acreditación o para la posterior autorización administrativa, es secundaria en este sentido. Será relevante, a la hora de tomar esa decisión, tener claro donde se quiere residenciar la labor de control del cumplimiento del deber que se impone a la entidad privada. Así, por ejemplo, aligera la carga de la Administración su configuración como requisito para la acreditación, de manera que el mencionado control deba ser realizado por la entidad de acreditación. 3. LA EXTENSIÓN DE LA RESPONSABILIDAD DE LA ENTIDAD PRIVADA COLABORADORA 1. La cuestión que se plantea en este apartado es la determinación del tipo de daños de los que debe responder la entidad colaboradora. Visto desde otro lado: los tipos de daños que deben quedar cubiertos por la garantía que constituya. 2. Lo habitual es que la normativa sectorial no lo determine. En efecto, usualmente se limita a afirmar que la garantía de la entidad colaboradora debe cubrir las responsabilidades “que puedan derivarse de su actuación” u otra expresión similar. 3. Siendo cierto lo afirmado en el párrafo anterior, también lo es que, en alguna ocasión, se introduce alguna precisión en relación con la extensión de la responsabilidad de la entidad colaboradora. Precisiones que, por lo general, resultan innecesarias por obvias. Así, por ejemplo, cuando se advierte que la garantía debe ofrecer cobertura “en todo el ámbito geográfico de actuación” de la entidad colaboradora. O bien cuando se aclara que la garantía cubre solamente los perjuicios “que puedan derivarse de las actuaciones que desarrolle en su condición de entidad colaboradora” o, en términos similares, que únicamente alcanza a cubrir la responsabilidad “derivada de las actuaciones realizadas por la organización en las actividades objeto de la autorización”. 4. EL TIPO DE RESPONSABILIDAD DE LA ENTIDAD PRIVADA COLABORADORA El tipo de responsabilidad de la entidad privada colaboradora puede ser descrito con base en las notas características que se exponen a continuación. 4.1. Responsabilidad directa 1. La responsabilidad de las entidades privadas colaboradoras es una responsabilidad directa: son las que primeramente deben responder de los daños y perjuicios que hayan causado con su actuación. El hecho de que su responsabilidad sea directa es, precisamente, lo que explica que la normativa sectorial imponga a estas entidades 10 privadas la constitución de una garantía suficiente (habitualmente: la suscripción de una póliza de seguro). 2. La consecuencia es que no se trata, por lo tanto, de una responsabilidad subsidiaria a la propia de otro sujeto. En concreto, no lo es a la hipotética responsabilidad de la Administración con la que colaboran. 4.2. Régimen de responsabilidad: administrativa o civil; objetiva o por culpa 1. Se plantea la duda acerca de cual es el régimen de responsabilidad al que están sometidas las entidades privadas colaboradoras: el régimen de responsabilidad civil (establecido en el Código Civil) o bien el régimen de responsabilidad administrativa, esto es, el peculiar de la Administración (establecido por la Ley 30/1992). 2. La principal repercusión de esta cuestión es averiguar si las entidades privadas colaboradoras están sometidas a un sistema de responsabilidad por culpa (regla general del régimen de responsabilidad civil) o bien a un sistema de responsabilidad objetiva (propio del régimen de responsabilidad administrativa). Esto es, si para poder imputar responsabilidad a estas entidades es necesario que hayan incurrido en dolo o negligencia o bien, por el contrario, es suficiente con la prueba del daño y de la relación de causalidad entre ese daño y su actuación. 3. La normativa sectorial no despeja la duda. Y la doctrina discrepa sobre esta cuestión. De manera esquemática, pasamos a exponer los argumentos que pueden esgrimirse en fundamento de ambas tesis. El presupuesto, en todo caso, como se advirtió al inicio de este trabajo, es que la entidad privada esté ejerciendo verdaderas funciones públicas. 4. No faltan autores, en primer lugar, que sostienen la aplicación a las entidades privadas colaboradoras del régimen de responsabilidad civil, esto es, del sistema de responsabilidad por culpa. Los principales argumentos esgrimidos son los siguientes: a) La naturaleza jurídico-privada del sujeto. Las entidades colaboradoras son entidades privadas y no públicas. En consecuencia, no tienen la consideración de Administraciones públicas. Por tanto, estarán sometidas al régimen de responsabilidad propio de los sujetos privados y no al peculiar de las Administraciones. b) Las reiteradas alusiones de la normativa sectorial a la responsabilidad “civil” de las entidades privadas colaboradoras. En el momento de imponerles la obligación de constituir una garantía suficiente, mediante la suscripción de una póliza de seguro, en no pocas ocasiones el normador sectorial aclara que se busca la finalidad de cubrir la posible “responsabilidad civil” que pueda derivarse de su actuación. Queremos que quede constancia, no obstante, que la adjetivación de la responsabilidad como “civil” no se realiza en toda la normativa sectorial. En algunos casos, en efecto, la norma se limita a exigir la póliza de seguro que garantice la cobertura de su responsabilidad, sin más. Por otro lado, el examen de la realidad demuestra que es una práctica frecuente de las Administraciones, especialmente en el mundo local, concertar seguros de responsabilidad calificados de “civil” para asegurar inequívocas responsabilidades administrativas. 11 c) El carácter excepcional del sistema de responsabilidad objetiva. Es cierto que la responsabilidad objetiva no es exclusiva de las Administraciones públicas. Existen también ámbitos en los que el Derecho Privado somete a este duro sistema de responsabilidad a determinados sujetos privados. Ahora bien, en la medida en que supone una excepción a la regla general (responsabilidad por culpa), esos casos deben venir establecidos expresamente por la ley, sin que se admita el recurso a la analogía ni a la interpretación extensiva. No es éste el caso de las entidades privadas colaboradoras. 5. La tesis contraria, es decir, la que defiende el sometimiento de las entidades privadas colaboradoras al régimen de responsabilidad administrativa, con sistema de responsabilidad objetiva, encuentra también sólidos argumentos en los que fundamentarse: a) El carácter jurídico-público de las funciones ejercidas por las entidades privadas colaboradoras. Es cierto que estas entidades son sujetos privados, pero también lo es que están ejerciendo funciones públicas. Pues bien, al tratarse de funciones de carácter público, debe entenderse transferido al sujeto privado el régimen de responsabilidad que es propio de los sujetos públicos, esto es, de las Administraciones. b) La posibilidad de que estas funciones puedan también ser ejercidas por la Administración: incongruencia de diferenciar dos regímenes de responsabilidad. Como es sabido, solamente se traspasa a la entidad privada colaboradora el ejercicio de la función pública, reteniendo la Administración su titularidad. Además, esa misma Administración puede, en cualquier momento, ejercer directamente la función (o bien repartiéndose el ámbito material con la entidad colaboradora o bien con la finalidad de supervisar el ejercicio que esta última está realizando de ella). No hay duda acerca de que, en los casos de ejercicio de la función pública por la Administración, estará sometida al régimen de responsabilidad administrativa. Ahora bien, si en ambos casos, actuación directa de la Administración y actuación de la entidad privada colaboradora, la función ejercida es la misma y son los mismos sus efectos jurídicos, no tiene sentido defender una distinción en el régimen de responsabilidad aplicable. c) Unificación de las garantías de los ciudadanos. No cabe duda que un sistema de responsabilidad objetiva ofrece mayores garantías al perjudicado que otro de responsabilidad por culpa. En estrecha conexión con el argumento anterior, puede sostenerse que carece de sentido establecer una distinción, desde el punto de vista de las garantías ofrecidas, en función de que el ejercicio de la función pública se realice directamente por la Administración o bien que se haya decidido su traspaso a una entidad privada colaboradora. VI. LA RESPONSABILIDAD DE LA ADMINISTRACIÓN CON LA QUE COLABORA LA ENTIDAD PRIVADA 1. La normativa sectorial que contempla el fenómeno de las entidades privadas colaboradoras no regula la cuestión relativa a la posible existencia de responsabilidad de la Administración titular de la función y con la que aquella entidad colabora. Tampoco se ocupa de ello la legislación general reguladora de la responsabilidad administrativa. 2. Apuntamos seguidamente algunas reflexiones sobre esta complicada cuestión. En realidad, son tres las cuestiones que deben tratarse. La primera, evidentemente, es la 12 existencia o no de responsabilidad de la Administración en estos casos. Presuponiendo una respuesta afirmativa, la segunda de las cuestiones es la determinación del tipo de responsabilidad en que incurrirá la Administración. Y, por último, nos debemos plantear la forma de articular la responsabilidad de la Administración con la responsabilidad de la entidad privada que con ella colabora y cuya actuación es el origen del daño. 1. LA EXISTENCIA DE RESPONSABILIDAD DE LA ADMINISTRACIÓN 1. Ante el supuesto de daños causados por la entidad privada colaboradora en ejercicio de la función pública, la primera duda que se suscita es averiguar si únicamente responde dicha entidad o si, además, se suma la responsabilidad de la Administración titular de la función. 2. Debe advertirse de inmediato, para evitar cualquier confusión al respecto, que la afirmación de esta hipotética responsabilidad de la Administración vendría a sumarse a la responsabilidad directa de la propia entidad colaboradora, en los términos ya examinados. 3. De manera sintética, exponemos críticamente las diferentes posiciones que pueden adoptarse al respecto: negación de responsabilidad de la Administración, defensa de una responsabilidad limitada o, por último, mantenimiento de la existencia de una responsabilidad general. 4. La primera tesis es la que niega la existencia de responsabilidad de la Administración. Según esta primera tesis, la Administración no responderá en ningún caso. Dicho de otra manera: solamente hay responsabilidad de la entidad privada colaboradora. Los principales argumentos en los que podría sustentarse esta afirmación son los siguientes: a) La entidad colaboradora realiza una actividad privada, de manera que no puede existir responsabilidad de la Administración. Aunque esta idea pueda expresarse de diferente formas, el núcleo argumentativo es siempre el mismo: la entidad colaboradora está ejercitando una función privada, en la medida en que la normativa sectorial la ha sacado de la esfera pública para trasladarla al ámbito de lo privado. Como no estamos ante una verdadera función pública, no puede imputarse responsabilidad a la Administración que, en rigor, no será titular de dicha función. La calificación de pública o privada de la función ejercida por las entidades privadas colaboradoras es objeto de debate doctrinal en diversos sectores. Algunos tan relevantes como el de la seguridad industrial. Pero conviene recordar aquí el punto de arranque de este estudio: nuestro análisis presupone – sin entrar a examinar cada caso concreto- que la entidad colaboradora ejerce una verdadera función pública, de modo que su titularidad es retenida por la Administración. Solamente de estos casos nos ocupamos aquí. No cabe duda, no obstante, que merecerá una solución radicalmente distinta, también en términos de responsabilidad, aquellos otros supuestos en los que la entidad colaboradora ejerza una función privada. b) La normativa sectorial parte de la premisa de que la entidad privada colaboradora ejerce la función bajo su propia responsabilidad. Como ya hemos indicado, en alguna ocasión lo afirma de manera expresa en su articulado. Pues bien, cabría entender que si actúa bajo una responsabilidad que normativamente 13 se califica de “propia” de la entidad colaboradora, ello significa que no será responsabilidad de ningún otro sujeto. En concreto, que no lo será también de la Administración con la que colabore. A este argumento cabe formular la siguiente objeción. Cuando la normativa sectorial afirma que la entidad colaboradora actúa bajo su propia responsabilidad, a nuestro juicio, tiene la intención de dejar clara la existencia de responsabilidad de dicha entidad. Y no, en cambio, de excluir la responsabilidad del resto de sujetos. En otras palabras, está claro que la normativa sectorial proclama la responsabilidad de la entidad colaboradora, pero no creemos que lo haga necesariamente, sin embargo, en términos de exclusividad. 5. La segunda tesis es la que afirma la existencia de una responsabilidad limitada de la Administración. La Administración solamente responderá en algunos casos, y no en todos, de los daños causados por la actividad de la entidad privada colaboradora. Pueden manejarse aquí diferentes tesis argumentativas, no necesariamente excluyentes entre si: a) Responsabilidad de la Administración por culpa in vigilando. La Administración responderá cuando el daño se haya producido por no haber ejercido ella correctamente sus obligaciones de supervisión y control sobre la entidad colaboradora. b) Responsabilidad de la Administración por culpa in omitendo. La Administración responderá cuando el daño se haya producido por la falta de adopción, por dicha Administración, de las medidas necesarias y a las que resultaba obligada. c) Responsabilidad de la Administración cuando el daño se haya causado por causas imputables a la Administración. Aunque no se pueda trasladar de forma automática, porque la entidad colaboradora no tiene la condición de contratista de la Administración ni de concesionario de un servicio público, de hecho, se trataría de someter a aquel sujeto a un régimen de responsabilidad muy similar al propio de estos últimos. Así, por ejemplo, la entidad colaboradora no responderá y sí la Administración cuando los daños hayan sido ocasionados como consecuencia inmediata y directa de una orden de la Administración. El denominador común a estas tesis argumentativas, que sostienen la existencia de una responsabilidad limitada de la Administración, es centrar la atención en el criterio de imputación. Lo relevante es saber si las decisiones tomadas por la entidad privada colaboradora se imputan o no a la Administración. En el caso de que se puedan imputar, no cabe duda acerca de que la Administración debe asumir la responsabilidad de los daños derivados de la decisión tomada. Ahora bien, no sucederá tal cosa cuando no sea posible esa imputación. Y no lo será, como regla general, en aquellos casos en los que la normativa sectorial subraya que la entidad colaboradora actúa con autonomía o independencia y, consecuentemente, bajo su propia responsabilidad. Lo que parece ajustarse a la realidad de las cosas. La Administración habitualmente recurre a la colaboración de las entidades privadas por la falta de conocimientos técnicos para la realización de la actividad que se les encomienda. Lo que implica que dicha Administración se encuentre en serias dificultades, cuando no en una imposibilidad absoluta, de valorar la corrección técnica de las decisiones adoptadas por la entidad. 6. Por último, la tercera tesis en liza afirma la existencia de una responsabilidad general de la Administración. La Administración responderá en todo caso. No estamos ante un supuesto de exención ni tampoco de limitación de responsabilidad de la Administración. 14 Entre otras razones porque, incluso salvado el obstáculo que supone el reconocimiento del principio general de responsabilidad patrimonial de la Administración del art. 106.2 de la Constitución, esa modulación de la responsabilidad administrativa necesariamente debería hacerse por ley. Cosa que no sucede en general, ni tampoco en los sectores en los que se reconoce la intervención de entidades colaboradoras. La imputación de responsabilidad a la Administración por los daños causados como consecuencia de la actuación de la entidad privada colaboradora puede fundamentarse en diferentes títulos jurídicos: a) La titularidad pública de la función cuyo ejercicio se traspasa a la entidad privada colaboradora. Los casos que estamos examinando se caracterizan por la escisión que se produce entre el ejercicio y la titularidad de la función pública: el ejercicio se traspasa a la entidad privada, pero la titularidad es retenida por la Administración con la que colabora. Por lo tanto, nos encontramos ante un sujeto (privado) que tiene el ejercicio, pero no la titularidad, y ante otro sujeto (público) que tiene la titularidad, pero habitualmente no el ejercicio. Decimos “habitualmente” porque, aunque sea excepcionalmente, cabe que la Administración titular decida ejercitar también la función. Pues bien, parece claro que el dato de la titularidad pública de la función no debe ser irrelevante a efectos de imputar responsabilidad: en tanto que la Administración sigue conservando la titularidad de la función, no puede exonerarse de la responsabilidad que nazca como consecuencia del ejercicio (por otro) de lo que es una función de su propiedad. Lo que no implica, obviamente, que quien deba responder sea siempre y directamente la Administración, con exclusión de la entidad privada que ejercita la función y materialmente causa el daño. De la articulación entre ambas responsabilidades, y las tesis posibles, nos ocupamos más adelante. Conviene recordar, por último, que no son extraños a nuestro ordenamiento supuestos en los que la Administración puede llegar responder por la actuación que realizan sujetos privados. Tal es el caso del régimen de responsabilidad de los contratistas y de los concesionarios de servicios públicos. Este último caso es ejemplificador de la idea que desarrollamos en este apartado: el concesionario se limita a prestar materialmente un servicio cuya titularidad sigue en manos de la Administración. Es por ello que la Administración, titular del servicio, no puede desentenderse por completo de los daños que esa prestación cause. No obstante, como hemos indicado, a nuestro juicio, no es posible trasladar a las entidades privadas colaboradoras el régimen de responsabilidad normativamente previsto para contratistas y concesionarios de servicios públicos. b) Las potestades administrativas de supervisión y fiscalización. El traspaso del ejercicio de la función a la entidad privada colaboradora no supone que la Administración pueda despreocuparse del modo en que dicha entidad la ejercita. Es por ello que, en todos los sectores en los que se prevé esta fórmula de colaboración, la normativa atribuye a la Administración las potestades de supervisión y fiscalización de la actuación de la entidad privada. En otras palabras, como cláusula de salvaguarda, la normativa sectorial articula siempre un sistema de control administrativo del ejercicio privado de la función pública. No es ajeno a ello, que duda cabe, el dato de la titularidad pública de la función traspasada, al que nos hemos referido en el apartado precedente. 15 La titularidad de estas potestades administrativas de supervisión y fiscalización puede servir de base suficiente para afirmar la existencia de una responsabilidad administrativa in vigilando e in omitendo, en los términos expuestos. Responsabilidad que se hará efectiva, por lo menos de manera principal, en los casos de inactividad o actividad incorrecta de la Administración: cuando no haya ejercitado, o bien no lo haya hecho de modo adecuado, sus potestades de control sobre la entidad privada colaboradora. c) La obligación de información de la entidad privada colaboradora. Otra manifestación de que la Administración no puede desentenderse del modo de ejercicio privado de una función que sigue siendo de su titularidad, es la generalizada imposición, en toda las normativas sectoriales, a las entidades privadas colaboradoras de una obligación de suministrar una información constante sobre su actividad. Este deber de informar es un claro reflejo de que no existe una desvinculación entre la Administración titular y el ejercicio que se haga de su función. El suministro de esta información puede conectarse fácilmente con la mencionada posible responsabilidad administrativa in omitendo. Será difícil exonerar de responsabilidad a la Administración en el caso de que no actúe frente a unos hechos que le son conocidos (a través del deber de informar de la entidad privada colaboradora) y que precisarían de una actuación administrativa concreta. 2. EL TIPO DE RESPONSABILIDAD DE LA ADMINISTRACIÓN La Administración está sometida, también aquí, a su característico régimen de responsabilidad administrativa. De él destaca el sometimiento de este sujeto a un sistema de responsabilidad objetiva. 3. LA ARTICULACIÓN DE LAS RESPONSABILIDADES DE LA ENTIDAD PRIVADA COLABORADORA ADMINISTRACIÓN Y DE LA 1. Recapitulando, la situación con la que nos encontramos es la siguiente: la causación de daños y perjuicios por el ejercicio de la función traspasada puede originar tanto responsabilidad de la entidad privada colaboradora como –si así se acepta- de la Administración con la que colabora. La concurrencia de ambas responsabilidades nos obliga a plantear el problema de su modo de articulación. 2. En breve, las principales propuestas de articulación de ambas responsabilidades son las siguientes: a) Responsabilidad solidaria de la Administración. Según esta tesis, la Administración y la entidad privada colaboradora responden solidariamente de los daños causados. El perjudicado, por tanto, podrá dirigirse contra cualquiera de los dos sujetos reclamando la indemnización en su totalidad. b) Responsabilidad subsidiaria de la Administración. Según esta tesis, la Administración solamente responderá ante el perjudicado de manera subsidiaria a la entidad privada colaboradora. En la práctica, esto supone que únicamente lo hará cuando el importe de los daños exceda del importe de la garantía constituida (habitualmente, de la suma asegurada del seguro que 16 obligatoriamente tiene que contratar la entidad privada colaboradora) y, además, respecto al exceso, sólo en aquella parte que no quede cubierta con el patrimonio de la entidad privada colaboradora. c) Responsabilidad de la Administración con acción de regreso contra la entidad privada colaboradora. Es la Administración la que tiene la obligación de pagar la indemnización a la víctima, pero con una acción de regreso contra la entidad privada colaboradora. En su caso, puede configurarse esa acción de regreso de manera tal que solamente pueda ser ejercitada cuando la entidad colaboradora haya incurrido en dolo o negligencia. En realidad, se trata de aplicar a la relación entre Administración y entidad privada colaboradora un régimen de responsabilidad muy similar al previsto legalmente para autoridades y funcionarios públicos. Esta concreta traslación, sin embargo, encuentra obstáculos muy importantes. El primero y evidente es que las entidades colaboradoras no tienen la consideración de autoridades o funcionarios. Pero yendo más allá, este régimen de responsabilidad no casa bien con la afirmación de que la entidad privada colaboradora tiene una responsabilidad directa, lo que justifica que la normativa le obligue a constituir una garantía suficiente. Por lo demás, la aceptación de este régimen de responsabilidad destruye el atractivo que para la Administración puede presentar el recurso a la colaboración privada, en tanto que no se produce plenamente el traslado de responsabilidad, esto es, que sea la entidad colaboradora la que responda de manera primera y principal e, incluso, si se puede conseguir, de forma exclusiva. d) Responsabilidad de la Administración como excepción a la regla de la responsabilidad de la entidad privada colaboradora. Según esta tesis, la regla es que quien debe responder es el sujeto que materialmente ha causado el daño: la entidad privada colaboradora. Ahora bien, por excepción, no responderá este sujeto, sino la Administración, cuando pueda entenderse que el daño se ha producido por causas imputables a la Administración. En consecuencia, en estos casos responderá solamente la Administración. Pero, a cambio, la Administración únicamente responderá en ellos. VII. ALGUNAS CONSIDERACIONES FINALES PARA EL DEBATE A la luz de lo expuesto hasta este momento, y sin perjuicio de otras cuestiones que puedan surgir, se sugieren los siguientes puntos de reflexión para el debate: 1. Teniendo en cuenta la relevancia en orden a determinar el régimen de responsabilidad aplicable, ¿está siempre claro cuando la entidad privada colabora con la Administración (ejerciendo funciones públicas) o con el particular? 2. ¿La entidad privada colaboradora debe responder siempre y en todo caso de los daños causados como consecuencia de su actuación? ¿Cabe imaginar supuestos de exoneración de responsabilidad (en particular, cuando la entidad ha realizado la actuación siguiendo órdenes, instrucciones o directrices de la Administración con la que colabora)? 17 3. ¿La entidad privada colaboradora limita o no su responsabilidad a la garantía que haya debido constituir (por ejemplo, al importe de la suma asegurada en caso de haber concertado un seguro)? 4. ¿La entidad privada colaboradora responde bajo un régimen de responsabilidad administrativa (responsabilidad objetiva) o de responsabilidad civil (responsabilidad por culpa)? ¿Cómo abordan esta cuestión las compañías aseguradoras al concertar un contrato de seguro con la entidad privada colaboradora? 5. ¿La Administración también debe responder en caso de que la entidad privada colaboradora haya causado un daño con su actuación? En caso de respuesta afirmativa, ¿cómo se articula la responsabilidad de estos dos sujetos? 6. ¿Qué está sucediendo en la práctica? ¿Hay reclamaciones de responsabilidad? ¿Contra quién se dirigen? 18