El sí a Dios - Konvergencias

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Konvergencias, Filosofía y Culturas en Diálogo
KONVERGENCIAS Filosofía y Culturas en Diálogo
ISSN 1669-9092
Año V, Nº 16 Tercer Cuatrimestre 2007
EL SÍ A DIOS DESDE INÉS RIEGO DE MOINE1
Daniel López Salort
Nunca son fáciles los tiempos para el Cristianismo, por la sencilla razón de que
tampoco lo son para la propia humanidad, aunque en uno y otro caso hay las inevitables
variantes según las culturas y sus épocas. Veamos algunos aspectos.
En los siglos iniciales del pensar cristiano (tomando la idea general que por ello
tiene E.Gilson cuando habla de filosofía cristiana), las diferencias eran enormes entre el
ese pensar y su fundamental antecesor cronológico: el pensar griego. Ante un mundo
lleno de dioses, el Cristianismo levantó un Dios único. Ante un tiempo sin comienzo ni fin
y ciclos que se repiten, el Cristianismo levantó la creación ex nihilo y una historia humana
que se inicia con la caída de Adán y Eva y que terminará en un Juicio Final. Ante la
participación a veces plena a veces indiferente de los diversos dioses en los asuntos
humanos, el Cristianismo levantó la presencia de un Dios que se encarna para la
salvación de todos. Y, como si poco fuera, implanta el libre albedrío, esto es, la absoluta
decisión personal para elegir el propio camino. Agustín de Hipona fue quien con mayor
profundidad labró filosóficamente todo este camino, en escritos donde la pura reflexión se
acompaña en ocasiones con lo intimista.
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Inés Riego de Moine: El Sí a Dios en tiempos de poca fe, Editorial Emmanuel Mounier Argentina,
Córdoba, 2007.
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Vendrán luego tiempos en que se sucederán el conocer enciclopédico de Isidoro
de Sevilla, allá por la sexta centuria: o el fervor por el discurrir dialéctico de Abelardo y la
actitud mística de Bernardo de Clairvaux, allá por la centuria duodécima; o el saber
lógico de Tomás de Aquino, de Buenaventura, de Duns Scotto, munidos ya de la
estructura conceptual aristotélica, en la centuria siguiente; o el rechazo a muchas de las
especulaciones utilizadas hasta entonces –actitud propugnada por el nominalismo con
Occkham,- sin olvidar las poderosas experiencias y consideraciones de Meister Eckhart,
en el XIV.
Pero llegarán los momentos del racionalismo y el humanismo iluminista, donde a
la razón se da preponderancia por sobre la fe, y las afirmaciones de la ciencia y de los
laboratorios son más importantes que las llamadas verdades reveladas. Desde
Descartes, allá por el siglo XVII, a Hegel, en el siglo XIX, todo será el discurrir de los
hombres lanzados a la conquista del mundo y de sí mismos, con un ímpetu que poco
después será visto como candoroso cuando no ingenuo, simbolizado tal vez por la
imagen del David de Buonarotti, tal como numerosas veces se ha dicho.
Surgió luego la sospecha sobre el propio instrumento con que el hombre
instrumentaba su aparente señorío y ejemplificada quizás con fuerza inusitada por aquel
Goya y su obra donde los sueños de la razón solo producen monstruos. Nietzsche, Freud
y Marx, en palabras de Ricoeur, siembran las dudas que ensombrecen todo el Siglo XX:
el hombre es voluntad de poderío y anhelo dionisíaco para el primero; la consciencia es
solo la superficie que oculta el deseo insatisfecho y las frustraciones, para el segundo; toda la historia no es sino las luchas homicidas de unas clases contra otras, para el tercero.
Pero las aguas no han dejado de correr. La postmodernidad ha adjudicado todos
los males a un hombre que se cree dueño de su lenguaje y de su logos, cuando es –
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desde su punto de vista- exactamente lo inverso: apenas un producto de diversas
estructuras o racimos sin fin que lo anteceden en tiempo y lengua y se prolongan más
allá de él. Ya ni siquiera sujeto es.
¿Y el Cristianismo? Ha seguido con su labor y su reflexión (claro está que no
hablamos de su actividad institucional eclesiástica sino de su discurrir en el pensar
filosófico). Y ha entregado con raíces suyas a admirables pensadores: desde Blaise
Pascal a Teilhard de Chardin, desde De La Vallée Poussin a Emmauel Mounier, sin
olvidar Gabriel Marcel o a Xavier Zubiri. Y esto solo para nombrar algunos.
¿De qué modo se inserta este libro de Inés Riego de Moine: El sí a Dios en
tiempos de poca fe, en ese breve y parcial discurrir histórico que hemos señalado?
Observemos entonces cuáles son los ejes desde donde su reflexión se yergue.
El título de la obra nos cuenta de una afirmación personal, una declaración
objetiva y una descripción de la situación contemporánea. Es decir, Inés Riego de Moine
no comienza por algo que desee demostrar, no, por lo contrario, comienza por el final:
existe Dios, lo dice desde el Cristianismo, y, sobre todo, lo que le interesa no es escribir
páginas de teología –como ella misma lo puntualiza- sino reflexionar desde la fe en que
se inscribe. ¿Significa esto que nos encontramos ante un libro de divulgación religiosa?
Sin dudas esto es una de las consecuencias, pero en realidad se trata de un pensar
filosófico sobre la fe en esta hora, porque, obviamente, las exigencias para un cristiano
hoy son en mucho distintas a la de los diversos ayeres que le anteceden.
Es sabido que son el nihilismo y el hedonismo los grandes enemigos de la
humanidad actual, junto al hecho de que es imprescindible y urgente un diálogo de
culturas con resultados prácticos y armónicos. Y, analiza y afirma Riego de Moine,
insatisfactorias las negaciones de la ciencia ante una realidad trascendente, surge la fe,
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una fe unamuniana, llena de incertezas, y por eso mismo vital y verdadera, pero
triunfante al fin. Incluso, si bien Feuerbach y Marx demostraron que buena parte de la
religión es en gran medida proyección de las necesidades del hombre o un medio de
dominio y represión, no por eso debe serlo obligadamente, anota la autora. También la
religión se abre como camino de iluminación general y de liberación social. Y a pesar de
que en muchos individuos la religión es ilusión, desequilibrio psicológico o neurosis,
tampoco por esto pierde su validez de identidad personal y de madurez psíquica.
¿Cómo se nos presenta la fe cristiana hoy? Retomando las consideraciones de
Wagner de Reyna, para Inés Riego de Moine la fe no está en crisis, lo que reina es la
poquedad de la fe, un hombre que ha huido de Dios y no sabe volver a Él, o se
desconcierta en su búsqueda o se confunde en su hacer. Hay una fatiga de la fe.
Provocada por un lado, por la desvalorización del pensar mítico –religioso, y por el otro
por la radicalización del racionalismo cuyo máximo exponente es el discursos cientificista.
¿Y por qué para Inés Riego de Moine es imprescindible ese habitar en la fe
plena? Porque en ella se restaura nuestro vivir en Dios. La fe, dice explícitamente, nunca
puede ser adjetiva, tangencial, sino absolutamente sustantiva, constitutiva de la persona.
Y hace suyas las palabras de Cabodevilla: El sentido del pecado es el reverso del sentido
de Dios, pero el sentido de Dios es el reverso del sentido de la desesperación.
Entendiendo por pecado, subraya la autora, entre otras definiciones, la mala orientación
de la mirada.
Las dudas que amenazan esta fe son espadas de doble filo: positivas, porque
azuzan a la razón para hallar caminos, y negativas, cuando terminan paralizando la
voluntad de fe.
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Transitar así, para el hombre, puede ser algo transitorio y pasajero, pero alcanza
su cumbre cuando se transforma en un ir hacia un otro para conocerlo y amarlo. En la
intimidad personal, Dios es solo amor, es un estar en el corazón de quien amo sin dejar
de ser yo mismo, donde el amor es siempre un perderme en el amado –salir de mí,
trascenderme- que conlleva un ganarme –estar en mí, poseerme.
Y aquí radica el centro de esta obra: ese Dios al que Tomás de Aquino y Duns
Scotto necesitan demostrar su existencia, no es el que asoma en las páginas de Inés
Riego de Moine. No es la existencia de Dios el hecho cardinal: es la presencia de Dios lo
imprescindible, la urgencia que debe ser satisfecha, el reclamo de una sed que pide ser
calmada. No olvidemos que siempre la persona en el Cristianismo es un ens ab alio, un
ente en relación al Ser Absoluto. Por eso es al comienzo se dijo que si bien una de las
consecuencias de estas páginas es la difusión religiosa, el modo de su hacer es un
pensar filosófico anclado en las razones del cordis, la razón cordial, abierta al infinito
divino. No se pidan otras opciones, no se busquen otros senderos en este libro.
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