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Justicia, Seguridad y Policía
La Plata, domingo 25 de junio de 2000
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EL SHOW EN ESCANDALO
“Nos vemos en el infinito”
Fue la última frase que pronunció Rodrigo para despedirse de sus fans, que lo ovacionaron. La fiesta duró más de dos
horas. El Potro habló de Maradona y de la relación con su hijo Ramiro, de 4 años, quien lo acompañó tocando una batería
se metía en una imaginaria pelea contra el pie
bamboleante del micrófono, amagaba con
pegar trompadas al aire.
Todo estaba igual que al principio, sólo faltaba su hijo Ramiro que había sido retirado
del escenario luego de que arrojaran el gas lacrimógeno. En su lugar se sentó el Potro, sobre una conservadora de plástico que hacía
las veces de banqueta. Sólo tuvo que cambiar
los pequeños palillos por otros más grandes.
Y tocó, cantó y bailó.
Era uno de los shows más largos del cantante, quien había decidido en los últimos tiempos cambiar la estrategia: “No quiero hacer
más de dos presentaciones por noche. De
ahora en más serán más largas, quiero que se
vea un buen show”, le dijo el cantante, minutos antes de comenzar a cantar, al dueño de
“Escándalo” Mario Alberto Leguizamón.
Cada vez que terminaba de cantar un tema
se secaba la transpiración con una toalla que
le alcanzaba un asistente. En un jarrón de
acero inoxidable ahogó la sed que le producía
el cansancio del show.
Ya sobre el final, cuando faltaban dos canciones para terminar la presentación, compartió el escenario con quien lo esperaba a pocos
metros: el reportero Nacho Goano. Bailaron y
cantaron juntos mientras pegaban sus rostros
para que la cámara los tomara a ambos.
“Un fenómeno”, se escuchó una y mil veces
Por Kevin Cavo
de la Redacción de Hoy
Un ramillete de manos se estiró hasta lo imposible y acarició la punta de la bota de cuero roja. Era una caricia. Un gesto desesperado
y rabioso en la lucha por el contacto. Era tocarlo, era acortar la distancia infinita de la
televisión a la estrechez del contacto físico. La
chica levantó la vista y lloró. Rodrigo, “el Potro cordobés”, estaba en el escenario con los
brazos abiertos, en señal de abrazo, de gracias, de buenas noches. Se desató la locura, el
lugar mutó por completo, se encendió la mística, comenzaba la comunión cuartetera.
Sin mediar palabra, más que el saludo, la
banda calentó el lugar con su sonido único y
pegadizo desde el primer momento en que el
bandoneonista descomprimió el fuelle de su
instrumento. Tanto que las tres mil almas que
fueron a verlo el viernes por la noche al boliche “Escándalo”, de City Bell, se movieron en
un solo bloque, de aquí para allá, saltando,
gritando, cantando, delirando de placer.
Con un vestuario tan particular como llamativo -botas rojas, pantalón claro, camisa
negra y camperón rojo brilloso de cuero- Rodrigo se adueñó del escenario de la mano de
sus músicos y su hijo de 4 años, quien com-
El último diálogo
Pensaba volver a La Plata
- ¿Rodrigo, quién es el morocho de
los timbales? “Ese negro la rompe
porque lo lleva en el alma como
todos los que formamos la banda”.
“Estoy muy agradecido de estar en
La Plata y tengo proyectos acá”.
“Canto porque cantar es mi vida,
una elección que hice”
El Potro cordobés tenía arreglada
dos futuras presentaciones en la
ciudad de La Plata. El 14 de julio se
iba a presentar en el Polideportivo
y para el 5 de agosto estaba pautada la vuelta al boliche de City Bell
Escándalo, el lugar donde dio su
último recital horas antes de morir
partió con su papá las dos largas horas que
duró el show y hasta se dio el lujo de tocar la
batería, su batería, en tamaño reducido.
De Córdoba a Capital y a conquistar el público con el corazón impregnado de alegría
cuartetera. “El cuarteto es la alegría misma”,
repitió el cantante desde el escenario mientras miraba a su hijo sonreír detrás suyo.
Pasaban las canciones y el público explotaba de goce. Las chicas y chicos que llegaron
temprano y se instalaron varias horas antes
con su pecho pegado al escenario para tener
cerca a su ídolo, tenían el rostro desencajado
y la voz ronca de gritar. Desde frases como
“sos mi ídolo”, los oídos del Potro fueron receptores de los más espontáneos y directos
mensajes de su público femenino: “Te amo”
“Te voy a comer, amor” “Rey” “Monstruo”
“Quiero que seas el padre de mis hijos”.
Quien desataba la locura de miles de fans,
dominaba el escenario con tanta solvencia y
tranquilidad como sólo pueden los grandes,
los elegidos. No parecía pesarle. Y no le pesaba tener el control de la situación. Para él era
algo natural, como abrir los ojos y ver, cómo
su amigo Diego deja muerta la redonda en su
zurda de oro.
Un guiño de ojo, una sonrisa, bastó cada
momento para marcar a fuego a la muchacha
elegida entre el público. Y hubo hasta desmayos de placer. El éxito era por decantación. La
presencia nomás, era suficiente. Pero además,
Rodrigo abrió la boca no sólo para cantar. Lo
hizo también para agradecer y para pedir.
“Doy gracias por esta situación que me toca vivir, por poder brindarle a la gente lo que me gusta, lo que siento de corazón”. Y pidió por
Pensativo. Rodrigo pita un cigarrillo tras el espectáculo. Una de sus últimas fotos
Maradona. Dijo: “Dios perdona, no castiga... Diego se merece estar en Argentina, no en Cuba”.
En ese momento nadie habló. Escuchar era
la consigna y así pasó. Y Rodrigo dejó en claro la relación con su hijo, quien a dos metros
detrás suyo, poco entendió seguramente lo
que su padre decía... miraba de un lado a otro.
Nunca se asustó del sonido infernal e impecable que taladró los oídos de todos...
“Mi hijo sabe todo lo que su padre hace, sabe todo lo que su padre siente, absolutamente todo, porque no le escondo nada. El sabe
muy bien quién soy”. El público pareció entender el mensaje y aplaudió, lo quiso una vez
más, ovacionó su sinceridad.
Eran cerca de las tres de la mañana. Había
pasado más de hora y media de música cuando sucedió el único percance que por momentos hizo peligrar la fiesta. Alguien tiró un
gas lacrimógeno cerca del escenario. Los músicos no pudieron evitarlo y dejaron los instrumentos para cubrirse el rostro con una
toalla. Con los periodistas que estaban sobre
el pequeño escenario pasó lo mismo. Rodrigo
paró el show y habló:
-¿Qué pasa? Déjense de joder, estamos de
fiesta y la historia no es así
Abandonó el escenario y por varios minutos
uno de los cantantes de la banda tomó la posta. El público siguió de fiesta, sospechando
que la momentánea retirada del ídolo era parte del show. Sin embargo, detrás del escenario
no había fiesta, sino preocupación.
- Quiero a ese guacho acá.
- Ya te lo voy a buscar.
- No. Ya te lo voy a buscar, no. Traelo ya,
porque está ahí adelante.
Fue un diálogo tenso entre Rodrigo y el
encargado de la seguridad. El Potro bajó corriendo las escaleras y enfiló hacia afuera. La
prensa fue detrás y eso irritó al cantante.
Para llegar hasta el escenario había que
atravesar un enorme portón. Fue el que cerró
Rodrigo en las narices de un camarógrafo, fotógrafo y periodistas, quienes quedaron afuera.
Trama Urbana estaba a metros del cantante:
-¿Por qué esa actitud, Rodrigo? - Porque me
tienen podrido
Pero esto duró unos minutos. El cantante
trepó al escenario y tomó el micrófono:
- La prensa, lo de siempre... - le dijo a su
público.
Ya no tenía el camperón rojo y en cambio
mostraba una remera negra del programa “El
Rayo”. Detrás, estaba el reportero “Nacho”
Goano, esperando el momento de la nota.
- Ustedes se pensaron que Rodrigo se iba,
no. Rodrigo sigue cantando -dijo antes de que
todo comenzara como de cero-. Y la gente estalló otra vez en un grito furioso.
Las columnas que se erigen frente al escenario sirvieron a algunos para ver con mayor
claridad al ídolo. Los que estaban más lejos se
conformaron con montarse en las espaldas de
un compañero. Y así se vio a chicas revolear
lo que tuvieren en la mano al compás de la
música. El llanto era de placer y constante.
La fiesta volvió a ser la misma cuando el
negro de las tumbadoras se concentró y le pegó tanto y tan bién al cuero que hizo recalentar la sangre. Como la última fiesta, la banda
bailó acompañando las arremetidas del Potro,
que por momentos fue boxeador sobre el escenario; mientras hacía jueguitos de cintura y
en referencia a la actitud de Rodrigo de invitar al periodista a cantar con él. Perspicaz, rápido y oportuno, Goano no esperó que la música se terminara para preguntar y lo hizo sobre el escenario, en pleno show, cuando la
composición de la canción dictaba sólo música y nada de letra.
Después el final a toda orquesta con “Soy
cordobés”, uno de sus temas más populares.
No era el tema que estaba previsto para el cierre del show, pero una vez más la espontaneidad y el mandamiento de la mística generada
en la comunión con su público, dictó cuándo
y con qué haría el cierre.
Rodrigo agradeció a la banda y les deseó feliz cumpleaños para hoy, “cuando se cumplen
10 años de lucha y dedicación”, desde su conformación. Otra vez las manos en alto, la sonrisa grande y el saludo. Un saludo que quedará grabado a fuego en la mente de todos los
que estuvieron en su último recital. “Nos vemos en el infinito”, dijo antes de abandonar
el escenario y caminar presuroso hasta su camioneta. La misma a la que subió, entre otros,
su hijo y su amigo Fernando Olmedo.
El portón del estacionamiento se abrió. La
Ford Explorer roja comandada por Rodrigo
hizo unos metros y se detuvo por el asedio de
los fans que esperaban en la calle. Fueron segundos hasta que se perdió en el camino General Belgrano, rumbo a Capital. Sin saberlo,
Rodrigo iba camino de su propia muerte. Horas después, los mismos que lloraban de alegría lo harían pero por dolor. La mística que
generaba el encuentro de Rodrigo con su público pasaba a ser un recuerdo. El Potro se
transformaba en leyenda.
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