Hacia una redefinición del papel de la universidad en la sociedad

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CALEIDOSCOPIO
HACIA UNA REDEFINICION DEL PAPEL DE LA
UNIVERSIDAD EN LA SOCIEDAD ACTUAL
Leonardo Viniegra
División de Estudios de Posgrado e Investigación,
Facultad de Medicina, UNAM.
I. Marco conceptual
Los tiempos actuales, caracterizados por una creciente complejidad de las relaciones sociales
que en una dinámica vertiginosa, precipitan cambio y mutaciones tanto a nivel internacional
como al interior de cada nación, nos obligan a clarificar con mayor amplitud y precisión el papel
de las instituciones de educación superior en un país como el nuestro.
Tal clarificación debe considerar tanto la ubicación actual del país en la compleja constelación
de las relaciones internacionales, como un proyecto nacional que tomando en cuenta tal
ubicación, nos conduzca hacia la superación de la vida social en su conjunto.
La configuración actual de las relaciones entre los países –en el orden económico, cultural y
político- no puede ser comprendida sin remontarse a la época en que surge la industrialización;
donde un nuevo orden que desplaza al sistema colonial, funda sobre nuevas bases la
desigualdad entre las naciones y determina la diferencia fundamental entre los países del
mundo moderno.
En una polaridad se encuentran la mayoría de los países que iniciaron tempranamente su
industrialización. Estos, en su desarrollo económico, se expandieron más allá de sus fronteras
y gradualmente sentaron las bases de un intercambio desigual cada vez más favorable a sus
intereses, a través de una nueva división internacional de trabajo. En consecuencia, en la
actualidad muestran una clara diferenciación con respecto a los países desfavorecidos por la
desigualdad del intercambio; en efecto: constituyen sociedades altamente industrializadas,
exportadoras de tecnologías, grandes inversionistas con altas tasas de ganancia, se erigen
como los principales acreedores del mercado financiero mundial e imponen sus políticas y
formas de vida a los países “neocolonizados”, que por razones históricas se incorporaron
tardíamente al proceso de industrialización –o que apenas lo inician-. Ocupan una posición
subalterna en la división internacional del trabajo. Estas sociedades se caracterizan por su
escasa o nula industrialización; por se exportadoras de materias primas, compradoras de
tecnologías de altos costo, deudoras en relación desproporcionada a sus posibilidades reales
de pago y que suelen aplicar a la solución de sus problemas, fórmulas desarrolladas en el
exterior, en los países dominantes.
La división esquemática entre los países esbozada arriba, tiene muchos matices y variantes,
aunque es suficiente para comprender las relaciones de dominio-subordinación entre las
naciones que a su vez condicionan decisivamente la organización económica y social al interior
de cada tipo de país. Veamos:
La dinámica interna de los países altamente industrializados gira en torno a las necesidades
que plantea el mantenimiento de la hegemonía y la dominación. Está, merced al intercambio
desigual:
tecnologías
caras/materias
primas
baratas,
préstamos
de
capital
excedente/condiciones onerosas del pago del débito; imagen de sociedad a imitar/imagen de
sociedad atrasada y anacrónica; etc., perpetúan y profundizan la subordinación
y el
sometimiento de los países pocos industrializados. El reforzamiento de ese poder hegemónico
–siempre en competencia con los demás países altamente industrializados que también
aspiran a la hegemonía- es el verdadero núcleo de anclaje de las diversas prácticas sociales y
común denominador de las necesidades sociales de estos países.
Es precisamente el concepto de hegemonía el hilo conductor que nos permite comprender la
racionalidad subyacente a esa enorme disponibilidad –cada vez más aparente que real- de
bienes y servicios para el consumo y aún el desperdicio material, intelectual, estético y
recreativo que contribuye a edificar la imagen paradigmática que estas sociedades trasfieren a
los países subordinados. No debe entenderse aquí que los propósitos de dominación los viva
como tales cada miembro de esas sociedades y los anteponga en sus actividades cotidianas,
sino que el proceso social facilitará aquellas actividades que más contribuyan al mantenimiento
de la hegemonía y obstaculizará aquéllas con escasa contribución o aun contrarias a los
intereses de dominación.
Por otra parte, las sociedades dominadas son compelidas por las relaciones desiguales a una
dinámica que perpetúa y acrecienta su sometimiento, que dicho sea de paso, es una condición
indispensable par la existencia de al hegemonía. De esta manera, la vida social de los países
periféricos se reorganiza en función de las exigencias de la dominación lo cual se expresa a
través de diversos indicadores: compras onerosas de tecnologías extranjeras de rápida
obsolescencia; endeudamiento progresivo para “financiar el desarrollo”; mínima disponibilidad
de capital excedente para inversiones productivas; imitación acrítica de modos de vida, de
modelos de organización para la producción, la prestación de servicios, etc.; y de formas de
división del trabajo basadas en un concepto de especialización “excluyente”, que privilegia el
dominio de una minúscula área del quehacer o del saber cual si fuera un compartimiento
autónomo.
Ante el contraste evidente entre países dominantes y subordinados, estos últimos pretendieron
“acelerar el paso” en la búsqueda del ansiado desarrollo cuya imagen provenía de las
metrópolis dominantes. Fue así que los respectivos Estados de estos países se vieron
obligados a asumir toda una serie de funciones sociales. El intervencionismo estatal fue
considerado como la palanca más poderosa para alcanzar la verdadera emancipación de las
sociedades subordinadas y dependientes.
Está fuera del enfoque de este trabajo analizar el intervencionismo estatal, lo que sí es
pertinente examinar son algunos de sus efectos.
La historia de nuestros países es un testimonio fehaciente del poderoso efecto desmovilizador
que tiene un Estado intervencionista cuando se despliega ante una sociedad civil disgregada y
heterogénea que distaba mucho de haberse constituido en gestora colectiva de la vida social y
en necesario contrapeso a los excesos del poder estatal. Como resultado de este proceso, la
pasividad, el inmovilismo y la inercia penetraron profundamente en la sociedad mexicana,
constituyéndose, hoy día, en el trasfondo de nuestra grave situación.
Otro efecto del intervencionismo estatal en nuestro país se manifiesta en el centralismo como
forma de organización político económica, que en aras de un estricto control social de la
periferia ha originado el empobrecimiento económico y cultural de la provincia, el surgimiento
de urbes gigantescas –que parecen dirigirse hacia su propio aniquilamiento-y una alarmante
degradación ecológica.
Visto desde la óptica de la dominación, el centralismo es la estructura socioeconómica “más
adecuada” para mantener el orden desigual entre los países ya que al promover la
desmovilización social abona el terreno para que se perpetué y aun se acentúe y aun se
acentúe el sometimiento con respecto a los países dominantes.
El panorama antes descrito es todavía insuficiente si dejamos de lado el análisis de algunas de
las consecuencias de la moderna división del trabajo, específicamente la especialización, ya
que es justamente en las instituciones educativas donde se forman los profesionales que
ocuparán los espacios disponibles del mercado de trabajo.
La especialización –no confundir con la modalidad de educación de posgrado a la que la
UANM le otorga un diploma- es la fuerza dominante de la división del trabajo que configura al
mundo contemporáneo al penetrar y reorganizar todos los ámbitos del quehacer social. Sin
embargo, la poderosa inercia de la especialización tiene condicionantes y efectos diferentes si
comparamos a los países dominantes con los subordinados.
Fue en las naciones altamente industrializadas donde surgió, se desarrolló y se difundió la
especialización del trabajo social, como respuesta a las necesidades crecientes y diversificadas
de la industria, el comercio, los servicios, la administración y su correlato en la educación y el
desarrollo científico y tecnológico. Conforme las relaciones entre los países del mundo se
fueron diferenciando y polarizando: naciones hegemónicas/naciones subordinadas, el
mantenimiento de las hegemonía se constituyó como el eje del proceso social en aquéllas. Es
decir, la especialización permitió a las sociedades dominantes contar con personal calificado
para todas y cada una de las áreas del conocimiento que se abrían o se ampliaban en el
proceso de desarrollo y muy especialmente, en el campo de la ciencia y la tecnología. La
especialización del trabajo se ha constituido en el motor del desarrollo en tales países, ya que
permite consolidar los resultados de los avances tecnológicos y da base para profundizar hacia
nuevos campos del conocimiento, que a su vez son susceptibles de aprovechamiento
tecnológico y así sucesivamente. De esta manera la especialización y la innovación tecnológica
son las dos caras de la misma moneda, constituyéndose en el resorte fundamental del
desarrollo industrial que refuerza el predominio económico, político, militar e ideológico de las
naciones dominantes.
Es así que el trabajo altamente especializado es una necesidad vital para los países
dominantes a pesar de que en su concepción actual, que hemos llamado excluyente, promueve
en el especialista una perspectiva atomizada del conocimiento y del mundo donde actúa. Tal
visión reduccionista a la larga le convence de que para profundizar en el conocimiento de su
especialidad no requiere del conocimiento de otros ámbitos de actividad por cercanos que
parezcan a su quehacer cotidiano, ni mucho menos el desarrollar una comprensión del proceso
social en el que está inmerso. De esta manera la especialización excluyente empobrece
espiritualmente al especialista que se transforma en un agente “inconsciente” de la
reproducción de la sociedad donde actúa; gradualmente se vuelve incapaz de apreciar el valor
de las manifestaciones culturales y es fácil víctima de la manipulación en todos aquellos
asuntos que no solamente desconoce sino que no tiene el menor interés en comprender. Como
vemos, los países altamente industrializados requieren para mantener su hegemonía de
grandes contingentes de este tipo de especialistas aunque el precio que se pague sea muy
alto: el empobrecimiento espiritual y cultural.
En los países subordinados, la especialización excluyente significa la reproducción de un
modelo de división del trabajo generado en “el exterior”. En tanto las relaciones desiguales se
mantengan, el especialista como reproductor “inconsciente” de la sociedad donde actúa,
contribuye a estabilizar la subordinación más que a atenuarla. La razón de lo anterior puede
ilustrarse tomando como ejemplo la investigación científica en el área de las ciencias naturales:
un “especialista excluyente” se esforzará por hacer investigaciones de frontera que lo ubiquen
a la altura de sus colegas de los países altamente industrializados, sin embargo, los resultados
de tal investigación capitalizables en forma de innovaciones tecnológicas, sólo pueden serlo en
los países dominantes por su vasto desarrollo industrial, no así en los países subordinados que
carecen en gran medida de la infraestructura necesaria. Dicho de otra manera, sus supuestas
contribuciones a la ciencia universal son también aportaciones a la hegemonía, a la
dominación. No es que se desestime aquí el valor intrínseco que tiene el conocimiento,
empero, la cuestión central consiste en que el investigador comprenda su propia práctica al
interior de una sociedad subordinada y sometida, que desarrolle su creatividad y su
imaginación en la búsqueda de conocimientos que configuren una cultura científica propia, que
puedan contribuir a la edificación de un camino de progreso social acorde con nuestra realidad
y aspiraciones, e incrementan la influencia y el reconocimiento, hacia el quehacer científico, por
parte de la sociedad donde se actúa.
Precisemos, aun a riesgo de reiterar, que la investigación que reproduce las prioridades de los
países dominantes cuyo desiderátum es el mantenimiento de la hegemonía, cuando se
“transplanta” a las sociedades dominadas no cambia su desiderátum, el cual al interior de estas
sociedades contribuye a la subordinación al facilitar el establecimiento de los mecanismos de la
dominación: creación de nuevas necesidades tecnológicas que acentúan la dependencia;
difusión de valores, concepciones y formas de vida, provenientes de las naciones dominantes.
A lo anterior hay que agregar que la especialización excluyente en los países subordinados nos
e despliega como respuesta al proceso social propio de dichos países, sino como “una fórmula
probada”, en los países dominantes, para reorganizar el trabajo social. Lo que ocurre es que se
sobreponen nuevas necesidades –las peculiares de los especialistas- a las de otros sectores
de la población que han sido secularmente insatisfechas, es decir, se encubren necesidades
originarias y son suplementadas por otras, originándose así un mosaico de necesidades que
contiene rasgos de países altamente industrializados coexistiendo con necesidades propias de
la más elemental supervivencia. Además, el empobrecimiento espiritual y cultural, propio de la
especialización excluyente, propicia que los profesionales ignoren o descalifiquen la cultura de
la sociedad a la que pertenecen e interioricen formas de vida propias de otras sociedades por
lo que difícilmente pueden aportar en la búsqueda de caminos propios.
Los análisis previos nos permiten comprender, así sea de una manera esquemática, las
profundas diferencias existentes entre un país como el nuestro y los altamente industrializados,
y dan base para ubicar a la subordinación como uno de los poderosos determinantes de
nuestra grave situación actual.
Con lo dicho hasta aquí, se comprende que no son suficientes las consignas acerca de la
necesidad de un desarrollo tecnológico independiente –el cual supone un alto grado de
desarrollo industrial que estamos lejos de alcanzar como país- como estrategia del desarrollo;
es preciso una comprensión adecuada de la realidad internacional, de los mecanismos que
refuerzan las relaciones desiguales entre los países, de donde derive la búsqueda de
alternativas que no necesariamente consisten en seguir los mismos pasos de los países
dominantes.
Es a mi juicio, dentro de este marco, donde debe desarrollarse cualquier planteamiento relativo
a un proyecto de país cuyo análisis rebasa, con mucho, las posibilidades y alcances del
presente trabajo, sin embargo, es necesario hacer algunas precisiones.
Para aquellos que suponen que el camino a recorrer es semejante al que han recorrido y
recorren los países altamente industrializados, cual si fuera una cuestión de acelerar el paso, o
que consideran que las relaciones de dominio/subordinación no son más propaganda política,
los resultados están a la vista: grave deterioro de la vida social, avance de la pobreza,
desvalorización sin precedentes del trabajo intelectual, incremento del desempleo, etcétera. A
hora bien. Es obvio que nuestra condición de nación subordinada no explica todos nuestros
problemas; el centralismo, la escasa apertura democrática, la corrupción inherente a un
ejercicio del poder del Estado sin contrapesos de la sociedad civil, etc., han tenido una
profunda influencia en el devenir histórico y en la situación actual de nuestro país. No obstante,
es preciso comprender la estrecha interrelación de lo externo con lo interno, y el papel
determinante que en última instancia tiene lo externo (los mecanismos de la dominación) para
nuestro futuro como país. Si el proyecto social –cualquiera que éste sea- tiene que ver con el
progreso, nunca se insistirá demasiado que el verdadero progreso social se fundamenta en la
participación consciente de la comunidad en la gestión de su propia vida social, por lo mismo,
la prioridad de un proyecto social se relaciona con un avance cualitativo de la democratización
del país, de otra manera, las decisiones de gobierno carentes de un auténtico consenso, corren
el riesgo de agudizar los graves conflictos de intereses entre los diferentes actores sociales y
precipitarnos a una situación de franca ingobernabilidad.
Habrá que considerar, por lo tanto, esos dos ingredientes sin los cuales cualquier proyecto de
país no sería más que un juego retórico, superficial y falaz: un avance sustancial de la
participación democrática y una comprensión profunda y crítica de las complejas relaciones
internacionales, que permitan desarrollar estrategias globales para atenuar la subordinación en
diversos órdenes (ideológico, económico, político, científico, etc.), convocando a todas las
fuerzas sociales comprometidas y susceptibles de ser movilizadas.
No se trata de imponer un proyecto de país ya que teóricamente existen tantos proyectos como
habitantes de nuestro territorio, sin embargo, si aspiramos a configurar un camino basado en el
consenso e inspirado en una visión profundamente crítica del mundo moderno del que
formamos parte, es claro que desde la perspectiva educativa, la especialización en su versión
excluyente que hemos delineado antes, poco aportaría en esa dirección. En un país poco
participativo es del todo inconveniente que, por ejemplo, los que acceden al conocimiento se
desentiendan de la acción política, dejándole a los “otros” la responsabilidad en la búsqueda de
nuevas formas de convivencia y acción a escala social. A este respecto es necesario entender
que los espacios de las prácticas sociales son diversos y no deben confundirse, la escena
política de los partidos, de las contiendas ideológicas, de las luchas electorales, es un espacio
donde habrán de darse cambios cruciales para nuestro país y que evidentemente reclama
mucha mayor participación, pero es diferente del espacio universitario cuya esencia es la
diversidad y la crítica.
En el mismo sentido, un especialista que desconozca la realidad histórica y social de nuestro
país, estará poco sensibilizado hacia sus graves problemas y poco podrá aprobar en al
definición de un camino propio que dé solución a algunos de los problemas más acuciantes.
Los análisis precedentes nos permiten ahora adelantar otro marco de referencia para la
educación superior que no se ha considerado seriamente.
Si se reconoce la subordinación y el sometimiento como un proceso determinante de nuestra
deteriorada situación como país. Si advertimos que la restringida vida democrática y la escasa
participación y repercusión de los diversos sectores de la comunidad en las decisiones de
gobierno es origen de la pasividad, el conformismo y la apatía de la población y que al propio
tiempo tales actitudes se erigen como formidables obstáculos para sortear nuestra grave
problemática. Resulta inaplazable entonces replantear el papel de la universidad bajo esta
perspectiva y en función de un proyecto de nación que verdaderamente avance hacia el
progreso de toda la colectividad.
II. El papel de la Universidad en el México contemporáneo
Con lo dicho previamente se comprende que la desmovilización ha sido casi una constante en
nuestro devenir histórico, y aquí lo que nos interesa por sus implicaciones para la educación,
es uno de sus efectos en sociedad: el que ésta suele responder organizadamente sólo a las
demandas más apremiantes del momento; no forma parte de su visión ni mucho menos de sus
actividades colectivas, la anticipación basada en perspectivas del mediano y largo plazo. He
aquí una de las actitudes colectivas que se encuentran en la raíz de la escasa vida democrática
y del sometimiento y la subordinación.
Se menciona reiteradamente que las instituciones de educación superior alcanzan su razón de
ser en la medida en que se vinculan con la realidad que las contiene, comprometiéndose con la
superación de la sociedad en su conjunto. Tal planteamiento, por ser demasiado general, es de
poca utilidad para nuestro propósito.
Si verdaderamente se pretende avanzar en la superación de los intrincados problemas del
país, en diversos ámbitos de actividad, el punto de partida no puede ser otro que un profundo
conocimiento de esa realidad cambiante y en constante devenir, lo cual es base indispensable
para la puesta en marcha de estrategias de solución efectivas y viables. De lo anterior se sigue
que la función de las universidades en circunstancias altamente complejas no consiste en
responder de manera automática, inmediata y poco reflexiva a las demandas apremiantes que
determinados sectores de la sociedad civil o del Estado les plantean. El papel insustituible de la
universidad tiene dos componentes que se completan. Por una parte proyectarse hacia la
sociedad, como la “conciencia crítica” de la nación, externando sistemáticamente su parecer
acerca de los diversos aspectos de la vida social sin excluir de su análisis las decisiones de
gobierno. La visión crítica propia de la Universidad, debe acrecentar su influencia y contribuir
así a elevar el nivel cultural de la colectividad y ampliar los cauces de la vida democrática. El
otro componente consiste en dotar a la comunidad que la sostiene de aquellos profesionales
capaces de promover acciones anticipatorios ante las diversas situaciones problemáticas que
enfrenta la sociedad y cuyos efectos no son inmediatos, se manifiestan al mediano y largo
plazo. La contribución universitaria, en suma, supone la aplicación creativa del conocimiento
para la comprensión de la realidad, el análisis crítico de los aconteceres sociales, la expresión
permanente de su(s) postura(s) ante los hechos sociales y de gobierno, la propuesta de
alternativas de solución ante diversas situaciones problema y el desarrollo vigoroso, en los
diferentes niveles educativos, de la investigación en todas sus formas que ahonda en el
conocimiento de los cómos y los porqués de la realidad prevaleciente.
Utilizando la terminología propia de la medicina, puede afirmarse que la verdadera superación
de los problemas sólo es dable por medio de acciones preventivas, las curativas son poco
eficaces y muy costosas.
El asunto es complejo, ya que “las formas de ser” de una sociedad están profundamente
enraizadas en su cotidianeidad lo cual opone tenaz resistencia a cualquier transformación.
Nuestra sociedad dista mucho de aproximarse a una actitud anticipatorio, por el contrario, es
evidente que cobra conciencia colectiva de sus problemas cuando éstos han adquirido un
carácter catastrófico. Lo anterior, es efecto, como ya analizamos, de un largo pasado
desmovilizador, de la escala participación en la conducción de su propia vida colectiva y del
carácter subordinado que tiene el país en el mundo actual. Tal pasividad retarda la emergencia
de los síntomas de malestar social a grado tal que cuando hacen su aparición es porque la
situación es de extrema gravedad y por lo tanto insostenible.
Designaremos como tendencia pasivo-receptiva a todo ese conjunto de ideas, valores,
representaciones, actitudes y prácticas cuyo substracto es la pasividad, el inmovilismo, la
apatía con respecto a la vida colectiva, y cuya expresión más ostensible es esa actitud de estar
“en espera” de que otros sean quienes tomen la iniciativa para opinar, hacer, dirigir, criticar,
etcétera.
Como es de suponer, el predominio de la tendencia pasivo-receptiva es contraria al desarrollo
de actitudes anticipatorios, de ahí la importancia de clarificar con mayor detalle la concepción
misma de la anticipación en el momento histórico que vive nuestro país. En lo que toca a las
universidades, es necesaria otra conceptualización de las funciones tradicionales que se
atribuyen. La docencia, la investigación y la difusión de la cultura deben dejar de ser acciones
inconexas y poco articuladas, se trata de avanzar hacia una verdadera integración de esas tres
esferas de cavidad que permita una mayor fluidez en el intercambio de los diversos
subsistemas:
investigación/docencia
y
ciencias/humanidades,
con
el
consecuente
enriquecimiento del quehacer universitario y una mayor proyección hacia la comunidad de esa
“conciencia crítica”.
En el logro de tales objetivos es necesaria una transformación que atañe tanto a las relaciones
de la universidad con el Estado y en particular con el gobierno, como a las relaciones al interior
de la universidad entre sus diferentes sectores.
Es claro que en el momento actual, la universidad ha dejado de ser una prioridad dentro de las
políticas de gobierno. Tal aseveración no se fundamenta, desde luego, en las declaraciones
oficiales que proclaman la importancia estratégica de la ciencia y la tecnología o la prioridad
nacional que representa la educación. Los hechos contradicen tales proclamas. Veamos: la
restricción progresiva y sistemática del presupuesto asignado a la educación superior ha
ocasionado un deterioro, sin precedentes, de los salarios de profesores e investigadores, que
ha llegado a extremos insostenibles y verdaderamente alarmantes. En los tiempos que corren,
la dedicación de tiempo completo al trabajo intelectual –con ciertas excepciones- es ya
incompatible con un nivel de vida decoroso. Si hemos de llamar a las cosas por su nombre, es
preciso comprender que estamos ante un proceso de aniquilamiento de los centros de
creación, sistematización y difusión de la cultura.
Entendemos que ninguna reforma universitaria, por profunda que parezca, tendrá sentido
cuando la propia institución universitaria está en entredicho. He aquí la tarea fundamental del
quehacer universitario de nuestro tiempo: reubicar a la universidad en una alta prioridad
nacional.
La anterior, de ninguna manera significa que la universidad deba renunciar a ser esa
conciencia crítica para no provocar malestares en la cúpula gobernante, todo lo contrario, debe
multiplicar y diversificar su presencia y su influencia en la sociedad en la búsqueda
impresionable de una nueva legitimidad.
La necesaria transformación de la universidad en sus relaciones con “el exterior” no es dable
en ausencia de una reforma profunda en la organización de la universidad que facilite la
superación del quehacer universitario. He aquí la dialéctica entre lo interno y lo externo que se
influyen recíprocamente. El asunto de la reforma universitaria es muy vasto y controversial,
aquí me limitaré, a guisa de ejemplo, a la gestión académica que incluye todas la acciones
sustantivas de la institución. Dicha función debe ser una atribución, casi exclusiva, de
diferentes cuerpos colegiados integrados por los propios protagonistas de cada una de las
actividades; el sistema actual de consejos técnicos o internos, aún ampliados, es totalmente
insuficiente para afrontar situaciones tan dinámicas que reclaman acciones en cadena. La
heterogeneidad característica de los cuerpos colegiados es una de las mejores garantías
organizativas para robustecer la diversidad universitaria, para avanzar sobre la base del
consenso y un poderoso antídoto contra el autoritarismo y la arbitrariedad en los asuntos
académicos. En este marco, los funcionarios académicos cumplirían un papel concertador y de
promoción. Ni qué decir de la escisión entre las ciencias y las humanidades o entre la docencia
y la investigación, que representan un formidable obstáculo en la búsqueda de una universidad
más integrada y diversa, con mejor capacidad de respuesta ante los desafíos que tiene a la
vista.
III. Un replanteamiento del proceso educativo
Es por esa filiación pasivo-receptiva de nuestra sociedad, que a nivel de la educación se
incorporan modelo educativos extranjeros cual si se tratara de sociedades iguales. A nivel
universitario se intenta reproducir lo que ocurre en los países dominantes con resultados
insatisfactorios. Como hemos analizado antes, la imitación acrítica refuerza la subordinación.
La tendencia pasivo-receptiva en el ámbito de la educación nos prefigura al alumno como un
ente receptor de información y al profesor como el depositario del saber, por lo mismo, se
privilegia la capacidad del primero para retener la información y en el segundo su capacidad
para transmitirla.
Al interior de los programas educativos es notoria la preocupación por adecuarse a esa
realidad de que el conocimiento cambia rápidamente, a pesar de lo cual el desfase entre lo que
se conoce y lo que se enseña se acrecienta día a día. Se pierde de vista que la prioridad del
aprendizaje no radica en abarcar los múltiples contenidos del conocimiento aceptado, sino en
la actitud y la forma de relacionarse con éstos. Insistir en que el propósito central del
aprendizaje es incorporar los contenidos del conocimiento que son desplazados por otros en
poco tiempo, constituye un callejón sin salida y nos hará incapaces de afrontar, con mínimas
posibilidades de éxito, los problemas que la realidad genere.
Es preciso desprendernos de la orientación pasivo-receptiva de la educación. Lo fundamental
son otras capacidades de los alumnos y los profesores que apunten al desarrollo de actitudes y
acciones anticipatorios que contribuyan a transformar la realidad imperante. Se debe
desarrollar en el alumno las capacidades para obtener, seleccionar, aplicar, generar y criticar
información; en el profesor las de promover y orientar la participación y la crítica.
No está de más insistir en que la orientación pasivo-receptiva de la educación responde no sólo
a factores internos de nuestro pasado histórico, sino también a nuestra ubicación como país en
la constelación de las relaciones internacionales que apretadamente se describieron antes. Por
lo anterior, la visión anticipatorio de una sociedad como la nuestra no será propiamente tal, si
se deja de lado la comprensión y el análisis de los poderosos mecanismos de la dominación
que enmarcan la situación que prevalece al interior. Por lo mismo, los programas educativos
deben considerar forzosamente tales situaciones si verdaderamente se proponen contribuir a la
superación de los graves problemas que nos aquejan.
Este último, llevado al ámbito de la operación de los programas educativos, nos plantea una
distinción crucial: por un lado, la de ser consumidores, en el mejor de los casos reflexivo, del
conocimiento que se genera en otras latitudes, o bien, constituirnos en generadores de
conocimiento que tenga como base una comprensión profunda del mundo en que se vive, del
carácter subordinado que tiene la sociedad donde se actúa y de la estructura y orientación de
una educación superior que verdaderamente se proponga el progreso social.
Flota en el ambiente educativo la urgente necesidad de acciones dirigidas a lograr cambios de
fondo en la educación superior; el meollo consiste en cómo desplazar a la tendencia pasivoreceptiva del lugar preponderante donde se encuentra. Tal desplazamiento implica un
fortalecimiento correlativo de la tendencia opuesta que designamos como activo-participativa.
Sin embargo, por urgente que parezca la necesidad de una transformación educativa, tal
intento tendrá escasos alcances en ausencia de verdaderas transformaciones en el ámbito
sociopolítico, donde un adelante sustancial de la participación social, abra nuevos espacios
para la reflexión y la crítica en la búsqueda de alternativas de solución a nuestra problemática.
Reconocer las limitaciones que la sociedad impone a los procesos educativos innovadores que
la desbordan o cuestionan, no significa renunciar a realizarlos; nuestra propuesta apunta a
desarrollar una estrategia educativa alternativa a la especialización excluyente que hoy
prevalece como modelo dominante de la educación superior, en particular a nivel de posgrado.
Aun bajo el dudoso supuesto de obtener óptimos resultados con programas educativos
inspirados en una concepción excluyente del trabajo especializado, sólo lograríamos una
reproducción “más eficiente” del orden desigual establecido (países dominantes/ países
subordinados).
Precisemos que la especialización excluyente promueve el conocimiento de una parcela muy
restringida de la realidad y deja de lado sus interrelaciones con otros espacios de
conocimiento, propicia el dominio de métodos y técnicas de aplicación restringida y plantea una
concepción lineal de la actualización del conocimiento supeditada a la incorporación de las
innovaciones tecnológicas.
Proponemos el concepto de especialización incluyente, que a diferencia de la excluyente, pone
en primer plano el dominio de métodos de conocimiento de aplicación amplia, procura una
perspectiva de conocimiento basada en la interrelación de diversas áreas y enfoques, y ubica a
la crítica en el eje de las estrategias de conocimiento innovador. Bajo esta concepción el
especialista
es
necesariamente
un
protagonista
de
la
aventura
del
conocimiento
(investigación), tiene un horizonte de influencia considerablemente más amplio y ha
desarrollado una visión crítica de su propio quehacer, enmarcándolo en las dimensiones
sociales e históricas que le corresponden.
La especialización incluyente, vista desde una perspectiva más amplia, expresa la corriente
participativa de la educación llevada a sus últimas consecuencias.
En suma, la especialización incluyente se basa en el despliegue de los métodos de
conocimiento y bajo esta concepción, los contenidos del conocimiento cumplen un papel de
vehículo a través del cual se ejercitan tales métodos.
Dentro de los métodos de conocimiento cabe distinguir tres modalidades que se complementan
entre sí y cuyos límites de demarcación con alguna frecuencia son imprecisos: los métodos de
asimilación, los métodos de producción y los métodos de crítica.
1. Los métodos de asimilación
Los métodos de asimilación se refieren a la forma en que el alumno se relaciona con y
profundiza en el conocimiento ya existente y generalmente aceptado. Recordemos que bajo la
orientación pasivo-receptiva suele disociarse la teoría y la práctica, por lo cual los métodos de
asimilación tienden a desarrollar en el alumno o bien una visión teoricista del conocimiento que
sobrevalora la teoría, o bien una actitud de practicón que desestima la teoría. En contraste con
esta situación, la corriente participativa de la educación, procura la asimilación reflexiva a
través de tres orientaciones metodológicas:
a) Una organización direccional de las diversas experiencias de aprendizaje. Tal
organización supone que la búsqueda, la obtención, el análisis y la reflexión de la
información consultada responde a una necesidad de conocimiento suscitada por una
situación problema de la realidad.
b) Integración de la teoría y la práctica cuya expresión es un “flujo bidireccional”
ininterrumpido entre la información y la acción. De esta manera la práctica se enriquece
con las perspectivas que proporciona la teoría y al propio tiempo, su confrontación con
la realidad permite comprender las limitaciones inherentes a toda propuesta teórica.
c) La discusión analítica que se refiere a la confrontación de diversos puntos de vista
acerca de un determinado asunto con base en el análisis de la evidencia recabada en
el trabajo cotidiano (práctica), de la información disponible que ha sido consultada
(teoría), y a la experiencia propia de cada uno de los participantes en la discusión, con
el propósito de elegir la mejor alternativa con respecto a una situación problema de la
realidad que requiere esclarecimiento o solución.
2. Los métodos de producción
Los métodos de producción del conocimiento se refieren a la participación del alumno en la
generación de nuevo conocimiento. Corresponden a la investigación en sentido riguroso en
cualesquiera de sus diversas formas: factual o teórica, descriptiva o causal, básica o aplicada,
etcétera.
3. Los métodos de crítica
Los métodos de crítica se refieren al desarrollo de perspectivas de análisis y reflexión acerca la
realidad a través de diversos enfoques críticos propios de las humanidades: filosófico, histórico
o social.
La crítica constituye uno de los métodos de conocimiento más complejos, menos
sistematizados y por lo mismo mal entendidos.
Para valorar las posibles aportaciones de la crítica social (incluida la investigación) se
desarrolla en cierta dirección y con determinadas características que no son casuales. Sólo un
análisis concienzudo que haga acopio de un enfoque transdisciplinario (crítico) nos permite
develar los supuestos (epistemológicos, metodológicos, de organización, técnicos, etc.) que
subyacen a dicha práctica.
El dominio del método crítico no pretende que el alumno sea, simultáneamente, un filósofo, un
historiador o un sociólogo, sino que se ejercite en el conocimiento transdisciplinario que no es
otra cosa que integrar diversas perspectivas de análisis y reflexión críticas en la apreciación y
el conocimiento de una situación problema.
La labor de crítica tiene dos aspectos destacables: en primer lugar comprende una postura
expresada a través de un juicio analítico acerca de una determinada obra, actividad,
concepción o método, que pone de relieve tanto sus aportaciones como sus limitaciones; en
segundo lugar formula propuestas de superación o es base para proposiciones futuras que
superen el objeto de la crítica.
En suma, de acuerdo a la orientación participativa de la educación, particularmente en el
posgrado son destacables tres atributos de los egresados: a) su capacidad de asimilación
reflexiva, b) su capacidad para investigar, y c) su capacidad de crítica ante su propio quehacer
y el de sus colegas.
Lo que proponemos significa un cambio radical en el enfoque metodológico de la educación
que requiere de una dedicación superior de profesores y alumnos, y entraña un mayor grado
de dificultad de los objetivos a alcanzar. Por lo mismo la implantación de programas inspirados
en esta orientación requiere de condiciones muy favorables, para poderse desarrollar.
El significado de esta propuesta educativa puede comprenderse mejor con un ejemplo
específico, y para tal efecto analizaremos brevemente el nivel de doctorado, que por su
situación de cúspide dentro de la carrera académica, está en mejores posibilidades de reunir
las condiciones propicias para el adecuado desenvolvimiento de la propuesta.
Los programas de doctorado, en su forma actual, apuntan a la formación de investigadores de
alto nivel y por lo mismo, constituyen las respuestas más congruentes de las universidades a la
sociedad que las cobija de cara a la perspectiva anticipatorio que se ha delineado.
Sin embargo, la crítica como método de conocimiento, está ausente o se desarrolla de manera
incipiente en muchos programas. El doctorado no representa en la actualidad una alternativa
diferente al concepto de especialización excluyente que se ha examinado.
Resulta paradójico que en un país con abundantes y destacadas realizaciones en el área de
las humanidades, donde la crítica es una robusta tradición que se ha constituido en una de sus
herramientas de conocimiento más prominentes exista, por otro lado, en el área de las
ciencias, un desarrollo raquítico de ese método de conocimiento. No nos referimos aquí a la
crítica de los aspectos metodológicos en sentido restringido (diseño, análisis estadístico,
interpretación de resultados, conclusiones) sino a niveles de análisis y reflexión que tomando
distancia de la realidad inmediata –en este caso el proceso de investigación- hagan posible el
desarrollo
de
enfoques
transdisciplinarios
que
permitan
al
científico,
por
ejemplo,
comprenderse a sí mismo y a su práctica al interior de una sociedad compleja que es los
tiempos que corren, que un científico desconozca o se desentienda de la realidad del mundo
moderno, donde las relaciones desiguales en los países condicionan que unos tengan
sobreabundancia de recursos y otros tengan graves dificultades para sortear sus necesidades
más elementales y apremiantes. Igualmente, sería inaceptable que un investigador ignore el
diferente papel que cumple el quehacer científico –en su concepción actual- en un país
hegemónico y en una sociedad subordinada como la nuestra.
Nuestra propuesta para el doctorado se fundamenta en el concepto de especialización
incluyente con el cual se configure un verdadero perfil anticipatorio en los egresados de estos
programas.
En la búsqueda de tal propósito, resulta necesario un mayor acercamiento entre las
humanidades y las ciencias a fin de dotar a ésta de la visión crítica que procuran las
humanidades y aquéllas del rigor metodológico que es propio de las ciencias. Lo que se está
planteando es que a nivel del doctorado sea donde se recupere parte de esa universalidad del
conocimiento que dio su nombre a estas instituciones educativas surgidas en Europa a
principios del segundo milenio. Esta universidad no supone el intento de abarcar los contenidos
del conocimiento que, por su vastedad desbordan por completo cualquier posibilidad de
asimilación, sino a la recuperación de una visión del mundo consciente, reflexiva, consecuente
y crítica a través de la cual se lleve a cabo la búsqueda incesante del conocimiento en áreas
necesariamente restringidas de la realidad pero con profundas implicaciones para la sociedad
donde se actúa.
Son éstos los lineamientos que estimamos apropiados para avanzar en el establecimiento de
un sistema de doctorado inspirado en una concepción de la especialización incluyente con
mayores potencialidades para influir en el proceso social que nos toca vivir.
IV. Epílogo
El papel de la universidad como conciencia crítica de la sociedad, se encuentra en gran riesgo.
Asistimos a un proceso de devastación del trabajo intelectual y de los centros de cultura que es
urgente revertir. No lograremos avances sustanciales en la superación del quehacer
universitario si el futuro inmediato es tan incierto y ominoso.
Paradójicamente, la crítica a la que es tan poco propenso nuestro sistema sociopolítico, debe
constituirse en el eje de las demás actividades sustantivas propias de la universidad, si nuestro
objetivo es la superación de la vida universitaria y un cambio cualitativo en su legitimidad con
respecto a la sociedad que la sostiene.
Lo anterior, llevado al interior del proceso educativo, significa el desplazamiento del trabajo
especializado en su concepción excluyente y el avance correlativo de la especialización
incluyente que hemos delineado y cuyo fundamento es el dominio de los métodos de
asimilación, producción y crítica del conocimiento.
Una estrategia educativa como la que se ha señalado, que dote al profesional de poderosos
recursos de aprendizaje y conocimiento, capaz de ubicar críticamente su propia práctica y la de
sus colegas en la dimensión histórico-social que les corresponde, podrá contribuir con una
eficacia cualitativamente superior al desarrollo de alternativas anticipatorios de solución,
basadas en nuestra realidad como país. Sin embargo, no debemos olvidar que una universidad
vigorosa y en ascenso, sería un efecto a largo plazo de una profunda transformación de sus
estructuras que necesariamente implica una transformación democrática de la sociedad
mexicana.
Bibliografía
Carnoy, M., La educación como imperialismo cultural, Siglo XXI Ed., pp. 39 y ss.
Kaplan, M., La educación superior mexicana y los retos del siglo XXI, ANUIES, 1989, pp. 4072.
- Ciencia, sociedad y desarrollo, UNAM, 1987, pp. 171-225 y 315-346.
Ley Orgánica de la Universidad Nacional Autónoma de México. Legislación 1987, UNAM, p. 11.
Reglamento General de Estudios de Posgrado de la Universidad Nacional Autónoma de
México. Legislación 1987, UNAM, p. 127.
Viniegra, L., “Una nueva estrategia para la educación médica de posgrado”, Rev. Invest, Clín.,
(en prensa).
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