Las prácticas comerciales desleales

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Comerciales Desleales
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CEACCU, 2010
Edita:
CEACCU.
© de esta edición:
CEACCU.
Coordinador:
Eugenio Ribón Seisdedos
Autores:
Carlos Lema Devesa, Beatriz Patiño Alves, Manuel J. Marín López, Eugenio
Ribón Seisdedos, Jesús Gavilán López, Elena Leiñena Mendizábal,
Joaquim Bernat i Vilasea y Francisco García Gómez de Mercado.
Depósito Legal:
ISBN-13:
M-1213-2010
978-84-693-9565-3
Esta publicación ha sido subvencionada por el Instituto Nacional del
Consumo-Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad.
El contenido de la misma es responsabilidad de sus autores.
Diseño, Fotomecánica
y Producción Gráfica:
Servigrafía. [email protected] - [email protected]
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NÚM. 07
ÍNDICE
ESTUDIOS Y DOCUMENTACIÓN
Las prácticas comerciales desleales
PRESENTACIÓN
Isabel Ávila Fernández-Monge . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 7
PROGRAMA DE LAS JORNADAS TÉCNICAS SOBRE
PRÁCTICAS COMERCIALES DESLEALES
CEACCU-INC . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 9
1.
EL ENGAÑO PUBLICITARIO AL CONSUMIDOR.
Carlos Lema Devesa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 13
2.
ACTOS DE COMPARACIÓN E IMITACIÓN COMO
PRÁCTICAS ENGAÑOSAS
Beatriz Patiño Alves . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 27
3.
OTRAS PRÁCTICAS ENGAÑOSAS LA “LISTA NEGRA”
DE PRÁCTICAS COMERCIALES ENGAÑOSAS CON
CONSUMIDORES.
Manuel Jesús Marín López . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 63
4.
ACCIÓN CIVIL FRENTE A LAS PRÁCTICAS
COMERCIALES DESLEALES
Eugenio Ribón Seisdedos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 81
5.
PRÁCTICAS COMERCIALES AGRESIVAS POR COACCIÓN
Jesús Gavilán López . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 129
6.
EL ACOSO: PRÁCTICA COMERCIAL AGRESIVA
Elena Leiñena Mendizábal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 143
7.
LA ACCIÓN ADMINISTRATIVA FRENTE A LAS PRÁCTICAS
COMERCIALES DESLEALDES
Joaquim Bernat y Vilaseca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 165
Francisco García Gómez de Mercado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 179
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Presentación
Venta de productos con existencias limitadas o que nunca llegaron a existir, promociones engañosas, ocultación de datos importantes, prácticas de venta con señuelo,
regalos que nunca se entregan al consumidor, comparaciones falsas, productos milagro, alimentos que curan, y otros muchos más, constituyen ejemplos de prácticas desleales que inducen a error a los consumidores, impulsándoles a tomar decisiones de
compra sin suficiente información o de manera irreflexiva, en detrimento de sus intereses económicos.
Paradójicamente, muchas de estas prácticas comerciales consideradas desleales en
cualquier circunstancia, contenidas en la que en el ámbito comunitario se ha dado a
conocer como lista negra, son aceptadas por los consumidores como “algo normal”,
característico e intrínseco al propio ejercicio de la actividad comercial, y que se practican con la sola intención de distinguirse de los competidores, formando parte de una
picaresca secular, que puede lesionar algunos derechos, aunque con frecuencia no provoquen daños o perjuicios relevantes: publicidad señuelo, sellos de confianza, apariencia de concesión de premios o regalos inexistentes, publicidad oculta, crear la apariencia de que se puede conseguir un producto gratis, o más barato si se compra en un
plazo de tiempo determinado, productos no solicitados, productos milagro, etc.
Sin embargo, este tipo de prácticas, pueden afectar a los intereses económicos de los
consumidores que, víctimas de hábiles estrategias de marketing, acaban por comprar
los productos así ofertados. Y esto es especialmente cierto respecto de los que la ley
estatal considera consumidores vulnerables, bien porque tengan mermada su capacidad, por su edad, por incluirse en algún colectivo especial u otras circunstancias.
Las Asociaciones como CEACCU y las administraciones de defensa del consumidor,
como el Instituto Nacional del Consumo por propia iniciativa, o apoyando las iniciativas de aquellas, están obligadas a informar a los consumidores de las prácticas que
deben ser consideradas desleales “en cualquier circunstancia”, sin necesidad de un
examen de cada caso concreto.
Pero incluso para las organizaciones de consumidores resulta harto complicado identificar qué prácticas entrarían dentro de lo regulado en la Ley y cuales no, a la luz de la
falta de definición y concreción de buena parte de los supuestos recogidos como práctica desleal, de manera que el interés debe estar no solo en ayudar al consumidor a
identificar estos supuestos de prácticas engañosas, sino incluso en promover en ellos
medidas de precaución extrema para no caer víctimas de las mismas. En último caso,
es decisivo promover en esos mismos consumidores una actitud activa para la denuncia sistemática de las empresas que utilizan este tipo de prácticas ante los organismos
competentes
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Por ello es prioritario identificar y dar a conocer a los ciudadanos aquellas prácticas claramente desleales, tales como la publicidad engañosa, la publicidad señuelo, las ofertas limitadas (de último minuto) o la publicidad dirigida a colectivos vulnerables (productos milagro, publicidad infantil, alimentos con alegaciones de salud).
Con este fin la Confederacón Española de Organizaciones de Amas de Casa,
Consumidores y Usuarios (CEACCU) está desarrollando una Campaña para la promoción de la Información Veraz al Consumidor: La Campaña se ha iniciado con la celebración de unas Jornadas Técnicas sobre Prácticas Comerciales Desleales, en las que han
participado grandes expertos en la materia, cuyas meritorias aportaciones han quedado recogidas en el presente manual, que esperamos sirva para orientar el trabajo de
aquellos que nos dedicamos a la protección de los legítimos intereses de los ciudadanos en cuanto consumidores.
Isabel Ávila Fernández-Monge
Presidenta de CEACCU
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Programa de las Jornadas Técnicas sobre
Prácticas Comerciales Desleales
Madrid, 24 y 25 de noviembre de 2010
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Programa de las Jornadas Técnicas sobre
Prácticas Comerciales Desleales
- Fechas:
- Lugar:
- Organiza:
- Financia:
24/25 de noviembre de 2010
Hotel Husa Princesa,
C/ Princesa, 40
28015 Madrid
CEACCU (www.ceaccu.org)
INC (www.consumo-inc.es)
24 DE NOVIEMBRE
09:15 h. RECEPCIÓN Y ENTREGA DE MATERIALES.
10:00 h. INAUGURACIÓN.
- Doña Isabel Ávila Fernández Monge. Presidenta de CEACCU.
- Doña Etelvina Andreu. Directora del Instituto Nacional del Consumo
PRIMER PANEL: PRÁCTICAS ENGAÑOSAS
10:15 h. EL ENGAÑO PUBLICITARIO AL CONSUMIDOR
- D. Carlos Lema Devesa. Catedrático de Derecho Mercantil de la
Universidad Complutense. Abogado.
11:00 h. ACTOS DE COMPARACIÓN E IMITACIÓN COMO PRÁCTICA ENGAÑOSA
- Doña Beatriz Patiño Alves. Abogada de Patiño & Partners Abogados.
12:00 h. Pausa
12:20 h. OTRAS PRÁCTICAS ENGAÑOSAS (SEÑUELO, SOBRE PROPIEDADES Y
NATURALEZA, DISPONIBILIDAD, SERVICIOS POSTVENTA, VENTAS
PIRAMIDALES…)
- D. Manuel Jesús Marín López. Catedrático de Derecho Civil, Universidad
de Castilla-La Mancha.
SEGUNDO PANEL:
ACCIÓN CIVIL FRENTE A LAS PRÁCTICAS COMERCIALES DESLEALES
13:20 h. ACCIÓN CIVIL FRENTE A LAS PRÁCTICAS COMERCIALES DESLEALES.
- D. Eugenio Ribón Seisdedos. Abogado. Servicios Jurídicos de CEACCU.
14:20 h. Almuerzo.
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TERCER PANEL: PRÁCTICAS AGRESIVAS
16:00 h. PRÁCTICAS COMERCIALES AGRESIVAS POR COACCIÓN.
- D. Jesús Gavilán López. Magistrado de la Audiencia Provincial de
Madrid, Sección 11ª
17:00 h. PRÁCTICAS COMERCIALES AGRESIVAS POR ACOSO.
- Doña Elena Leiñena Mendizabal. Profesora de Derecho Mercantil de la
Universidad del Pais Vasco.
25 DE NOVIEMBRE
10:00 h. EL NUEVO ESCENARIO REGULADOR DE LAS PRÁCTICAS COMERCIALES
DESLEALES Y LA PROTECCIÓN DEL CONSUMIDOR. LA CLÁUSULA GENERAL DE DESLEALTAD.
- D. Felipe Palau Ramírez. Profesor Titular de Derecho Mercantil en la
Universitat de València
CUARTO PANEL:
ACCIÓN ADMINISTRATIVA FRENTE A LAS PRÁCTICAS COMERCIALES DESLEALES
11:00 h. MESA REDONDA: ACCIÓN ADMINISTRATIVA FRENTE A LAS PRÁCTICAS
COMERCIALES DESLEALES.
- D. Joaquín Bernat i Vilaseca. Jefe de Servicio de Normativa y
Procedimiento de la Agència Catalana del Consum
- D. Francisco García Gómez de Mercado. Abogado del Estado excedente. Fundador de Gómez de Mercados Abogados
12:00 h. Pausa
QUINTO PANEL: TALLER PRÁCTICO
12:30 h. LAS ASOCIACIONES DE CONSUMIDORES Y USUARIOS FRENTE A LAS
PRÁCTICAS COMERCIALES DESLEALES.
- Grupos de Trabajo dirigidos por:
• Dña. María Huelin – Asociación de Málaga
• Dña. Teresa M.de la Hinojosa – Asociación de Málaga
• D. Óscar Molinuelo – Asociación de Burgos
• D. Antonio Pérez Arévalo – Asociación de Huelva
• Dña. Beatriz Rodríguez – Asociación de Valencia
• Dña. Alejandra Porto – CEACCU
13:30 h. Clausura
- Doña Isabel Ávila Fernández Monge. Presidenta de CEACCU
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1. El engaño publicitario al consumidor
Carlos Lema Devesa
Catedrático de Derecho Mercantil de
la Universidad Complutense.
Abogado
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1. El engaño publicitario al consumidor
I. Introducción
La reciente promulgación de la Ley de 30 de diciembre de 2009, ha supuesto una
modificación de la regulación de la competencia desleal y de la publicidad
desleal en España. Esta modificación ha quebrado la unidad estructural que
caracterizaba al Derecho de la competencia desleal. En efecto, en el capítulo II
(Arts. 4 a 18), la Ley de Competencia Desleal (LCD) plasma los actos de
competencia desleal. Y, paralelamente, consagra el capítulo III (Arts. 19 a 31) a
regular las “prácticas comerciales desleales con los consumidores o usuarios”. Así
pues, junto a la categoría de actos de competencia desleal, se ha incorporado otra
categoría específica “las prácticas comerciales desleales con los consumidores”.
Ahora bien, no debe olvidarse que determinados actos de competencia desleal, entre ellos la publicidad engañosa, afectan directamente a los consumidores e –indirectamente- también a los empresarios competidores. De modo que
aunque la Ley de Competencia Desleal incorpora la Directiva Comunitaria
sobre prácticas desleales de 2005, hay que tener presente que esta Directiva se
ha limitado a unificar los Ordenamientos nacionales en el ámbito de las prácticas comerciales desleales, que afecten a los intereses económicos de los consumidores. Aunque en su momento sostuve que, por tanto, no afecta a las
prácticas comerciales de las empresas en sus relaciones con otras empresas,
esta opinión debe matizarse. En efecto, la Ley de 30 de Diciembre de 2009
incorpora al Derecho español la Directiva de 2006 sobre publicidad engañosa y
comparativa. Y, desde esta perspectiva, también se contemplaría la protección
de los empresarios frente a la publicidad engañosa.
Pues bien, tenemos que destacar que, mediante la reforma legal operada, se
han derogado los Arts. 4 y ss. de la Ley General de Publicidad relativos a la
publicidad engañosa. De modo que, desde el 1 de enero de 2.010, la publicidad
engañosa se regirá por las correspondientes normas de la Ley de Competencia
Desleal; no debiendo pasar desapercibido que el Art. 3 de la Ley General de
Publicidad califica la publicidad engañosa como una modalidad de publicidad
ilícita. Es más: este precepto, dispone en su apartado e) que la publicidad engañosa tendrá el carácter de acto de competencia desleal en los términos contemplados en la Ley de Competencia Desleal.
Seguidamente vamos a examinar la publicidad engañosa en la Ley de
Competencia; o, en terminología de esta última, los actos de engaño (Art. 5 de
la LCD) y las omisiones engañosas (Art. 7 de la LCD), que reemplazan a los Arts.
4 y 5 de la Ley General de Publicidad. Estos últimos preceptos han sido derogados expresamente, por la disposición derogatoria única de la citada Ley de 30
de diciembre de 2009, que dejó sin efecto el título IV de la Ley General de
Publicidad.
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II. Los actos del engaño
El artículo 5 LCD considera desleal “por engañosa cualquier conducta que contenga
información falsa o información que, aun siendo veraz, por su contenido o presentación induzca o pueda inducir a error a los destinatarios, siendo susceptible de alterar
su comportamiento económico”.
1. Cualquier conducta con información falsa o información
susceptible de inducir a error
La utilización de los términos “cualquier conducta”, en el precepto transcrito, evidencia que el legislador ha pretendido consagrar un concepto amplísimo de los
actos de engaño; dentro de los que se incluirá la publicidad engañosa. De esta suerte, se pretende evitar que pueda sustraerse del ámbito de aplicación del Art. 5 LCD
cualquier modalidad desleal de engaño.
Ahora bien, aparentemente el mencionado Art. 5 restringe el ámbito de los
actos de engaño y, en concreto, el ámbito de la publicidad engañosa. En efecto,
no habla de “comunicación” falsa, sino de “información” falsa.
Y, como es sabido, el término comunicación es más extenso que el término
información. En todo caso, esta aparente restricción se salva, si se tiene presente que sigue en vigor el Art. 2 de la Ley General de Publicidad, que define la
publicidad como “toda forma de comunicación” y a esta norma se remite la disposición adicional de la Ley de 30 de Diciembre de 2009. Por consiguiente, se
podrán calificar como anuncios engañosos, no solo aquellos que contengan
“información” stricto sensu, sino también las comunicaciones publicitarias
efectuadas a través de dibujos, gráficos, sonidos, siempre que de los mismos se
desprenda o deduzca alguna información.
Pues bien, los actos de engaño comprenden dos supuestos: la difusión de
información falsa y la difusión de información que, a pesar de ser veraz, es
susceptible de inducir a error a los destinatarios.
1.1 Información falsa
La información falsa es aquella que no se corresponde con la realidad. A nuestro
juicio, la misma surge tanto en el caso de que el anunciante conscientemente
manifieste un hecho que no se ajusta a la realidad, como en el supuesto de que,
negligentemente, mencione un hecho que no se corresponda con la verdad. Pero
para que surja el acto de engaño; esto es, la publicidad engañosa, se requiere un
ulterior requisito: la información debe ser susceptible de modificar efectivamente la conducta de los consumidores. En este sentido, el precepto exige que la
información pueda alterar el comportamiento económico del destinatario. En
consecuencia, una información falsa que no resulte comprensible para el desti-
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natario, o que pase inadvertida, no podrá calificarse de engañosa, toda vez, que
–en principio- no sería apta para modificar la decisión del consumidor.
1.2Información veraz susceptible de inducir a error
Por otra parte, la segunda modalidad de publicidad engañosa contemplada en el
Art. 5 LCD es la información veraz, susceptible de inducir a error. Dicho con otras
palabras, la información que, a pesar de ser exacta en un plano abstracto por
corresponderse con la realidad, puede generar -sin embargo- una incorrecta interpretación de la misma. Así pues, se puede calificar como engañoso un anuncio que,
considerado abstractamente, tiene todos los visos de ser exacto, pero que se interpreta erróneamente por los destinatarios.
Así las cosas, en atención a lo dispuesto en el artículo 5.1 LCD, no resulta decisiva la
exactitud o veracidad de la información, para calificar como engañosa la publicidad, sino que es transcendental la impresión que la misma provoca en los destinatarios. En este sentido, la calificación de una información como engañosa ineludiblemente habrá de apoyarse en la interpretación que la misma suscite entre sus
destinatarios. La mención expresa, en el apartado II de la Exposición de Motivos de
la Ley de 30 de diciembre de 2009, al consumidor medio no deja a lugar a dudas en
torno a que será el “consumidor normalmente informado y razonablemente atento
y perspicaz”.
Según la Jurisprudencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea –entre otras
STJUE (Gut Springenheide) de 16 de julio de 1998-, este consumidor servirá como
parámetro a la hora de determinar el carácter veraz o engañoso del mensaje publicitario. Consumidor medio, no olvidemos, del grupo de destinatarios a los que vaya
dirigido el mensaje; círculo que la doctrina italiana identifica con los “potenciales
compradores del bien o servicio ofertado”.
1.3La publicidad encubierta
Junto a las dos modalidades de publicidad engañosa expuestas, el Art. 5 de la Ley
de Competencia Desleal recoge un tercer supuesto de tal deformación publicitaria:
la publicidad encubierta. En efecto, cuando el mencionado Art. 5 declara que es
engañosa la información falsa o veraz que “por su presentación” pueda inducir a
error a los destinatarios, está englobando la figura de la publicidad encubierta.
Como es sabido, la publicidad encubierta surge cuando los destinatarios no son
capaces de identificar la naturaleza publicitaria del correspondiente mensaje. De
modo que el consumidor será inducido a engaño en punto a la naturaleza, origen y
finalidad de la información o, por mejor decir, comunicación. En efecto, los consumidores, no son conscientes de que están ante una información procedente de un
anunciante, que tiene carácter publicitario y que pretende fomentar la contratación de los correspondientes bienes o servicios.
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2. Extremos sobre los que debe versar la información falsa o
susceptible de inducir a error
Los extremos sobre los que debe recaer la falsedad o el error determinante del
engaño aparecen recogidos en los apartados a) a h) del art. 5 LCD. Algunos de ellos
ya habían sido recogidos en el catálogo de circunstancias a las que debía atenderse para calificar una publicidad como engañosa, según el antiguo artículo 7 LCD
(tales como la naturaleza del bien o servicio, modo de fabricación o distribución,
características, calidad, etc). Sin embargo, a estos extremos ya conocidos se han
sumado otros, como el alcance de los compromisos del empresario o profesional,
los motivos de la conducta comercial y la naturaleza de la operación comercial, así
como cualquier afirmación o símbolo que indique que el empresario o profesional
o el bien o servicio son objeto de un patrocinio o una aprobación directa o indirecta, la necesidad de un servicio o de una pieza, sustitución o reparación y los derechos legales o convencionales del consumidor o los riesgos que pueda correr.
En todo caso, si nos detenemos en el tenor literal del Art. 5 de la Ley de Competencia
Desleal, comprobaremos que, después de aludir a la información falsa o información que induzca o pueda inducir a error, tal norma añade “…siempre que incida
sobre alguno de los siguientes aspectos”. Esta última locución induce a pensar que,
para calificar la publicidad como engañosa, la información tiene que versar necesariamente sobre los extremos reseñados expresis verbis en el citado precepto. De
seguirse esta interpretación, es obvio que la publicidad que no verse sobre tales
extremos no podría calificarse como publicidad engañosa. A este respecto, hubiese
sido preferible que el artículo citado hubiese previsto una enumeración ejemplificativa de extremos sobre los que puede recaer el engaño.
En este sentido, hay que tener presente que el derogado Art. 5 de la Ley General de
Publicidad no mantenía un “numerus clausus” de circunstancias o extremos sobre
los que podía versar el engaño y, por lo tanto, el anunciante no se podía escudar en
la falta de mención de las circunstancias legales para negar la existencia de publicidad engañosa. Lejos de ser así, el derogado Art. 5 de la Ley General de Publicidad
hablaba de tener en cuenta “principalmente” las indicaciones de la publicidad relativas a los extremos enumerados en ese precepto. No obstante, hay que reconocer
que la enumeración de los extremos que plasma el Art. 5 de la Ley de Competencia
Desleal es más detallada; y, por consiguiente, más extensa que la recogida anteriormente en la Ley General de Publicidad. Sin embargo, esta aparente mejora, puede
verse neutralizada si –como hemos indicado- el catálogo de aspectos en torno a los
cuales versa el engaño no constituye un “numerus apertus”.
3. Influencia en la toma de decisiones de los consumidores
La publicidad engañosa consistente en la difusión de información falsa, o susceptible de inducir a error, sobre los extremos anteriormente citados, únicamente será
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desleal si puede alterar el comportamiento económico de sus destinatarios. Así
pues, no basta la falsedad de la información o la provocación de una impresión
errónea, sino que se requiere un ulterior requisito; a saber: la susceptibilidad de
alterar el comportamiento económico del destinatario. Según se prevé en el artículo 4.1 LCD, distorsionar de manera significativa el comportamiento económico del
consumidor medio supone “utilizar una práctica comercial para mermar de manera
apreciable su capacidad de adoptar una decisión con pleno conocimiento de causa,
haciendo así que éste tome una decisión sobre su comportamiento económico que de
otro modo no hubiera tomado”.
A su vez, el mismo artículo 4.1 LCD establece que por ”comportamiento económico”
del consumidor o usuario ha de entenderse “toda decisión por la que éste opta por
actuar o por abstenerse de hacerlo en relación con: a) la selección de una oferta u oferente; b) la contratación de un bien o servicio, así como, en su caso, de qué manera y
en qué condiciones contratarlo; c) el pago del precio, total o parcial, o cualquier otra
forma de pago; d) la conservación del bien o servicio; e) el ejercicio de los derechos
contractuales en relación con los bienes y servicios”.
Por lo demás, la exigencia de “alterar el comportamiento económico del consumidor”, permite despejar cualquier duda en torno a la licitud de la exageración
publicitaria. Si una alegación no es susceptible de modificar la conducta del consumidor para que adopte una decisión en una transacción, no será engañosa y
constituirá una exageración publicitaria. Normalmente, esta modalidad publicitaria se origina cuando el consumidor no toma en serio la información difundida en la publicidad; y, por ende, no le otorga crédito. De esta suerte su comportamiento económico no se ve modificado. Es más: la licitud de la exageración
publicitaria –que ya había sido reconocida por la jurisprudencia (STS de 24 de
febrero de 1997) se proclama expresamente en el Art. 4.3 de la LCD; precepto
que consagra la cláusula general prohibitiva de la competencia desleal. En todo
caso, esta norma no parece el lugar más adecuado para incluir la exageración
publicitaria.
4. Supuesto especial de engaño: el incumplimiento de los códigos
de conducta
El art. 5.2 de la LCD, consagrado a los “actos de engaño”, dispone que “cuando el
empresario o profesional indique en una práctica comercial que está vinculado a un
código de conducta, el incumplimiento de los compromisos asumidos en dicho código, se considera desleal, siempre que el compromiso sea firme y pueda ser verificado,
y, en su contexto fáctico, esta conducta sea susceptible de distorsionar de manera significativa el comportamiento económico de sus destinatarios”. De este modo se
incorpora al Ordenamiento español el art. 6.2.b) de la Directiva 2005/29/CE; precepto que constituye una de las novedades más relevantes de la acción comunitaria en materia de prácticas comerciales desleales.
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Un análisis de la mencionada norma exige aclarar que la misma únicamente se
aplica a aquellos casos en los que el empresario o profesional incumple compromisos, incluidos en códigos de conducta a los que efectivamente se encuentra sometido. De este modo, se traza una nítida separación entre este supuesto y el contemplado en el art. 21.1.a) LCD, que abarca aquellas situaciones en las que el empresario o profesional afirma estar adherido a un código de conducta sin ser cierto.
Por tanto, el artículo 5.2 LCD, no penaliza el engaño en torno a la participación en
un sistema de autodisciplina, sino la inobservancia de normas éticas que los sujetos adheridos al código han asumido voluntariamente. En todo caso, la norma citada desincentiva la participación en los sistemas de autodisciplina, puesto que
–obviamente- los empresarios que no forman parte de los mismos, nunca podrán
incurrir en tal acto desleal; o, dicho en otros términos, nunca podrían incidir en este
supuesto específico de publicidad engañosa, que deriva del incumplimiento de
normas contenidas en el correspondiente Código de Conducta.
La configuración del mencionado acto desleal o de la publicidad engañosa exige
la concurrencia de diversos requisitos que deben darse de forma cumulativa. En
primer lugar, el incumplimiento del compromiso ha de ser firme. Es decir: no se
incidirá en este supuesto, cuando el anunciante afirma que ha solicitado la adhesión a un sistema de autodisciplina, pero todavía no fué admitido. En segundo
lugar, debe poder ser objeto de verificación. Esto es: se debe poder comprobar no
solo que el anunciante pertenece al sistema de autodisciplina, sino también el
incumplimiento de las normas del Código de Conducta. Y en tercer lugar, la conducta empresarial ha de ser susceptible de distorsionar de “manera significativa”
(no de cualquier manera) el comportamiento económico de los destinatarios.
Como este último requisito será muy difícil de probar, el beneficio de los empresarios que se adhieran a Códigos de Conductas parece claro, aunque incumplan tales
códigos. Es más: no debe pasar desapercibido que este tercer requisito no se plasma en la Directiva de 2005, desconociéndose los motivos de su introducción en la
LCD, salvo que pretenda favorecer la adhesión a los sistemas de autodisciplina
publicitaria.
III.OMISIONES ENGAÑOSAS
Por lo demás, el artículo 7 LCD regula la publicidad engañosa por omisión o silencio
del anunciante. En efecto, tal precepto establece que “se considera desleal la omisión u ocultación de la información necesaria para que el destinatario adopte o
pueda adoptar una decisión relativa a su comportamiento económico con el debido
conocimiento de causa. Igual consideración tendrá la transmisión de esta información de manera poco clara, ininteligible, ambigua o en un momento que no sea el
adecuado, o cuando no dé a conocer el propósito comercial de la conducta en cuestión, en caso de que no resulte evidente por el contexto”.
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La lectura de este precepto permite deducir que la publicidad engañosa por
omisión comprende seis supuestos: 1º) la falta total de información necesaria
o la ocultación de esa información, 2º) La información ofrecida de forma poco
clara, 3º) La información que resulte ininteligible, 4º) La información ambigua
y 5º) La información facilitada en un momento que no sea el adecuado y 6º) La
publicidad encubierta. A nuestro entender, esta norma es sumamente criticable. En efecto, en los casos de información poco clara, ininteligible o ambigua,
y en el de difusión de la información en un momento inadecuado, no existirá
omisión.
Además, no debe olvidarse que si la información es ininteligible, la misma no puede
ser entendida por el consumidor. De suerte que si no comprende la correspondiente alegación publicitaria, resultará muy difícil, por no decir imposible, que pueda ser
engañado, a través del anuncio en cuestión. De modo que este supuesto se debió
incluir en el art. 5 LCD, en el marco de los “actos de engaño”, pero no en el ámbito
de las “omisiones engañosas” de información.
Finalmente, el Art. 7 LCD incluye la publicidad encubierta que ya se contempla
–aunque implícitamente- en el Art. 5 LCD y también –expresamente- en el Art.
26 LCD. La inclusión de la publicidad encubierta, en sede de publicidad engañosa por omisión resulta sorprendente. Es verdad que en este caso se “omite”
(oculta) la finalidad publicitaria de la información, pero también es verdad que
la inclusión de la publicidad encubierta en sede de publicidad engañosa “por
acción” y en sede de publicidad engañosa “por omisión” resulta una paradoja
difícil de entender.
1. La omisión de Información necesaria
Según el Art. 7 LCD, únicamente la omisión de información necesaria puede determinar la calificación de una práctica comercial; esto es, de una publicidad, como
engañosa. El propio Art. 7 LCD parece definir la información necesaria como aquella que requiere el destinatario, según el contexto, para adoptar o poder adoptar
una decisión relativa a su comportamiento económico con el debido conocimiento
de causa.
Así pues, el análisis individualizado de cada caso concreto permitirá determinar qué
tipo de información debe considerarse sustancial. No obstante, el artículo 20.1 del
Texto Refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios
(LGDCU) especifica la información que, en todo caso, será sustancial. Bajo el epígrafe “información necesaria en la oferta comercial de bienes o servicios” se incluyen:
denominación del empresario, características esenciales del bien o servicio, el precio final completo, las modalidades de pago y el derecho de desistimiento. En todo
caso, debe advertirse que esta información no tiene que incluirse forzosamente en
todos los anuncios de cualesquiera bienes o servicios.
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En este sentido, el propio artículo 20, apartado 2º de la LGDCU -por remisión al artículo 19.4- indica que el carácter necesario se presume en relación con aquella información, cuya inclusión en la publicidad venga impuesta por una norma en alguna
de las siguientes materias: medicamentos, etiquetado, presentación y publicidad
de los productos, indicación de precios, aprovechamiento por turno de bienes
inmuebles, crédito al consumo, comercialización a distancia de servicios financieros
destinados a los consumidores o usuarios, comercio electrónico, inversión colectiva
en valores mobiliarios, y normas de conducta en materia de servicios de inversión,
oferta pública o admisión de cotización de valores y seguros, incluida la mediación.
2. Influencia en la decisión del consumidor
La Directiva sobre prácticas comerciales desleales exigía que la omisión de información sustancial fuese susceptible de influir en el comportamiento económico de los
consumidores y, en particular, de impulsarles a tomar decisiones sobre una transacción que, de haber mediado tal información, no habrían tomado. El artículo 7 LCD
no alude expresamente a este extremo, pero hace referencia a la omisión u ocultación de la “información necesaria para que el destinatario adopte o pueda adoptar
una decisión relativa a su comportamiento económico”.
El concepto de comportamiento económico que contempla el artículo 4.1 LCD no
deja lugar a dudas: al menos en el ámbito de las relaciones con consumidores, la
omisión de la información y, por lo tanto, la publicidad engañosa por omisión debe
ser apta para influir en la decisión del consumidor. Resulta más dudoso que lo
mismo puede afirmarse de la publicidad de un fabricante dirigida a un distribuidor.
Así pues, es innegable que –en principio- la simple omisión de información sustancial per se no determina la existencia de una práctica comercial desleal, o –en términos más concretos- de una publicidad engañosa. En efecto, será necesario que la
misma altere el comportamiento económico del consumidor. Dicho con otras palabras, el conocimiento de la información sustancial omitida debe cambiar la decisión de compra del consumidor.
Por lo demás, para determinar si se ha producido una omisión, habrá que tener presentes las limitaciones de espacio o de tiempo inherentes a los medios de difusión
utilizados, para difundir la publicidad. Evidentemente, en el spot televisivo de veinte segundos no se puede facilitar toda la información sustancial sobre un producto. Y lo mismo cabe decir de una cuña publicitaria radiofónica que no exceda de los
diez o quince segundos.
De ahí que, con buen criterio, el párrafo 2 del Art. 7 LCD disponga que, para determinar la existencia de una publicidad engañosa por omisión, deban tenerse en
cuenta –entre otras- las limitaciones del medio de comunicación utilizado. En el
caso de los medios radiofónicos y televisivos, se tomará en consideración la limita-
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ción de tiempo de los mismos. De modo que parece que, si no se difunde la información sustancial, no tiene que surgir necesariamente una publicidad engañosa,
siempre y cuando el anunciante transmita tal información, a través de otros
medios.
Por lo tanto, entendemos que en el futuro no se podrá considerar engañoso un
anuncio televisivo que inserta menciones obligatorias, que van discurriendo a gran
velocidad y que el telespectador no puede leer, porque –por un lado- tal información no es inteligible. Y, por otro lado, el correspondiente anuncio televisivo tendrá
que ser enjuiciado, teniendo en cuenta todas las circunstancias que rodean al
mismo, especialmente, si el anunciante difundió su información a través de otros
medios: prensa, internet, etc.
3. Las prácticas engañosas per se
Las distintas modalidades de prácticas comerciales engañosas se completan
con una lista negra de prácticas que merecen tal calificativo “en cualquier circunstancia”. Esta relación se plasma en los artículos 21 a 27 de la LCD y supone la adaptación a la normativa española de los apartados 1 a 23 del Anexo de la Directiva de
2005.
La confección del listado provoca, prima facie, una impresión desfavorable. Desde
un punto de vista estructural, hay prácticas engañosas que podrían ser calificadas
a su vez como agresivas. Cabe citar, a modo de ejemplo, el artículo 27.2, en el que se
recoge la prohibición de realizar “afirmaciones inexactas o falsas en cuanto a la
naturaleza y la extensión del peligro que supondría para la seguridad personal del
consumidor o usuario o de su familia, el hecho de que el consumidor o usuario no
contrate el bien o servicio”.
En todo caso, la lista negra de prácticas engañosas de la LCD atrae a su ámbito –en
nuestra opinión de forma acertada- prácticas comerciales que la Directiva tipificaba en su Anexo como agresivas. Baste señalar, a estos efectos, que la práctica tipificada como agresiva en el apartado 31 del Anexo -consistente en “crear la impresión
falsa de que el consumidor ha ganado ya, ganará, o conseguirá si realiza un acto
determinado, un premio o cualquier otra ventaja equivalente, cuando en realidad: a)
no existe tal premio o ventaja equivalente o b) la realización de una acción relacionada con la obtención del premio o ventaja equivalente está sujeta a la obligación,
por parte del consumidor, de efectuar un pago o incurrir en un gasto”- pasa a ser una
práctica engañosa en el artículo 22.6 de la LCD.
Si bien es cierto que el objetivo inicial era, en el caso de las prácticas mencionadas
en la lista, que no fuese necesario verificar la concurrencia de los requisitos en los
que se funda el engaño, no es menos cierto que la formulación de muchas de las
prácticas mencionadas en el Anexo impide la efectividad de un juicio de deslealtad
automático. La utilización de expresiones tales como “sin revelar la existencia de
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motivos razonables”, “concesión de algo razonablemente equivalente”, “intención de
promocionar”, etc, nos conducen al ámbito de los juicios de valor y se alejan de los
axiomas irrefutables. Por ende, en estos supuestos no parece que el correspondiente anuncio pueda merecer el calificativo de publicidad engañosa.
Entre las prácticas comerciales consideradas engañosas en sí mismas, destacan las
ofertas señuelo, algunas versiones de los programas de venta en pirámide –el apartado 14 hace referencia a un “consumidor” que, en realidad, actuaría casi como un
“pequeño empresario”-, determinadas modalidades de imitación de productos, o
alguna de las manifestaciones de la publicidad encubierta.
Por lo que concierne a los supuestos tradicionales de engaño, se consigna la falsa
afirmación de una limitación de las existencias o del tiempo de duración o disponibilidad de una oferta; la falsa afirmación de que un bien o servicio puede tener
propiedades curativas o el ofrecimiento de premios que posteriormente no se conceden. Finalmente, no deja de llamar la atención la existencia de hipótesis de
importancia residual, como la falta de advertencia acerca del idioma diverso en el
que se prestará el servicio postventa, cuando su disponibilidad se ofreció en otro
idioma.
IV.CONSIDERACIONES FINALES
La regulación de los actos de engaño y -por tanto- de la publicidad engañosa en
una única Ley; concretamente, en la Ley de Competencia Desleal obedece –según
se reconoce en la exposición de motivos de la Ley de 30 de diciembre de 2009- a la
necesidad de evitar los problemas que surgían por el eventual concurso de aplicación de la Ley General de Publicidad y de la Ley de Competencia Desleal. No obstante, determinados supuestos de publicidad ilícita y, por ende, desleal se siguen regulando en la Ley General de Publicidad.
En todo caso, si bien es cierto que el legislador español ha tratado de establecer un
régimen jurídico unitario para la publicidad engañosa, con independencia de que
sus destinatarios sean consumidores o empresarios, lo cierto es que surgen paradojas en punto a la invocación de la normativa comunitaria. A este respecto, hay
que recordar que la Directiva comunitaria sobre publicidad engañosa y comparativa, únicamente protege a los empresarios contra la publicidad engañosa. Por ende,
tal Directiva no podrá ser alegada por los consumidores, en un eventual litigio.
Al regular los actos de engaño y, por ende, la publicidad engañosa, el art. 5 LCD utiliza indebidamente la expresión “información” en lugar de emplear la expresión
“comunicación”. Mediante esta última locución se otorgaría una protección más
amplia tanto a los empresarios como a los consumidores. Y, por otro lado, se armonizaría la regulación de la publicidad engañosa, con el concepto de publicidad que
se consagra en la Ley General de Publicidad.
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Por otro lado, en su inexplicable afán de seguir “ad pedem literae” la Directiva
Comunitaria, el Art. 5.2 LCD tipifica un supuesto específico de actos de engaño: el
incumplimiento del Código de Conducta. El mismo no merece una mención especial, frente a otras alegaciones publicitarias engañosas. A este respecto, en el catálogo de extremos sobre los que puede versar el engaño, el citado Art. 5 LCD recoge
las características y derechos del empresario o profesional, entre otros, su “afiliación”. Dentro de ésta última cabe englobar la pertenencia a un sistema de autodisciplina. Es más: no acertamos a comprender la causa de añadir un requisito especial para que surja el supuesto de engaño, (que su conducta “sea susceptible de distorsionar de manera significativa el comportamiento económico de los destinatarios”), cuando el empresario o profesional que ha suscrito un código de conducta,
lo incumple.
Asimismo, hay que advertir que no deberían haberse incluido dentro del Art. 7 LCD,
como omisiones engañosas, las “informaciones”, oscuras, ininteligibles, ambiguas,
que no se ofrezcan en el momento adecuado, o que no manifiesten claramente su
“propósito comercial”. Estos supuestos deberían haberse encuadrado en el Art. 5
LCD, puesto que no se trata de omisiones, sino de comunicaciones engañosas.
En fin, para concluir las críticas a la regulación de la publicidad engañosa debemos
reiterar lo indicado en anteriores ocasiones, en el sentido de que la publicidad encubierta se contempla por triplicado: en el Art. 5, en el Art. 7 y en el Art. 26 LCD. Y mientras los Arts. 5 y 7 LCD podrían ser invocados, por cualquier empresario o Asociación
empresarial, ante los Tribunales de Justicia en el supuesto de una publicidad encubierta o disfrazada, no parece suceder lo mismo con el Art. 26 LCD.
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2. Actos de comparación e imitación
como práctica engañosa
Beatriz Patiño Alves
Abogada de Patiño & Partners
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2. Actos comparación e imitición como práctica engañosa
I. INTRODUCCIÓN
Con la aprobación de la Directiva 2005/29/CE, sobre prácticas comerciales
desleales1 (en adelante, DPCD), el legislador comunitario establece una regulación
sobre los actos de competencia desleal de las empresas que afectan a los intereses
económicos de los consumidores. De este modo, el Derecho contra la competencia
desleal sufrirá una fragmentación desconocida hasta el momento, consistente en
un derecho contra la competencia desleal en el que –por un lado- las partes sean
dos empresarios; y, por otro lado, en el que una parte sea un empresario y la otra un
consumidor.
El ejemplo más inmediato de esta fragmentación se prevé en la Ley 29/2009, de 30
de diciembre, por la que se modifica el régimen legal de la competencia desleal y de
la publicidad para la mejora de la protección de los consumidores y usuarios2, en relación con las modificaciones que se introducen –entre otras- en la Ley 3/1991, de 10
de enero, de Competencia Desleal3 (en adelante, LCD), y en la Ley 34/19988, de 11 de
noviembre, General del Publicidad4 (en adelante, LGP), (y aunque se unificó la duplicidad normativa existente entre ambas leyes, al regular ciertas modalidades desleales), quebranta la unidad estructural establecida por la antigua LCD sobre las prácticas desleales, dividiéndolas en dos tipos: los actos de competencia desleal de
carácter general, previstos en el Capítulo II de la Ley y los actos de competencia desleal exclusivamente contra los consumidores, establecidos en el Capítulo III del
mencionado texto normativo.
Esta división es más ficticia que real, toda vez que no podemos afirmar que el
capítulo II de la LCD tipifica exclusivamente a aquellas prácticas desleales, cuyos
destinatarios sean exclusivamente empresarios o profesionales. No sólo porque
el art. 19 LCD establece expresamente que tendrán la consideración de prácticas
desleales con los consumidores las previstas en los artículos 4, 5, 7 y 8 LCD. Pero
además, implícitamente, muchas de las conductas recogidas en el capítulo II
son prácticas desleales con consumidores; a saber: la publicidad ilícita prevista
en el artículo 18 LCD es un acto de competencia desleal dirigido contra los consumidores. Otro caso evidente se concreta en el artículo 16 LCD, en el que se
exige que el tratamiento discriminatorio en materia de precios y ventas se dirija al competidor. Del mismo modo, la venta a pérdida, prevista en el art. 17 LCD,
se califica como desleal cuando sea susceptible de inducir a error a los consumi1
2
3
4
Para su consulta, ver la página Web de acceso al Derecho de la Unión Europea, http://eurlex.europa.eu/LexUriServ/LexUriServ.do?uri=OJ:L:2005:149:0022:0039:ES:PDF, (visitada el 14/11/2010).
Ver en la página Web del BOE, http://www.boe.es/boe/dias/2009/12/31/pdfs/BOE-A-2009-21162.pdf, (visitada el
14/11/2010).
Ver en la Base de Datos Legislativa on line de El Derecho, http://online.elderecho.com/frames_aplicacion.jsp?url_top=%2fbuscar.do&titulo=B%fasqueda&tipo_acceso, (visitada el 14/11/2010).
http://online.elderecho.com/frames_aplicacion.jsp?url_top=%2fbuscar.do&titulo=B%fasqueda&tipo_acceso=.
(visitada el 14/11/2010)
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dores sobre el nivel de precios de otros productos o servicios en el mismo establecimiento. Y, finalmente, tanto los actos de confusión, recogidos en el artículo 6 LCD, como los actos de imitación (artículo 11 LCD) pueden ser dirigidos contra los consumidores.
Como manifiesta el Prof. AURELIO MENÉNDEZ la competencia desleal no persigue
la protección de posiciones jurídicas subjetivas, sino procura establecer derechos
objetivos de abstención de conductas, para tutelar la competencia en interés de
todos los participantes en el mercado5. Por lo tanto, esta división entre prácticas
desleales entre profesionales/empresarios y los consumidores o entre empresarios/profesionales, no aporta nada más que imprecisión a la normativa vigente.
Esta incertidumbre cobra una especial relevancia al regular los actos de imitación y
comparación, como veremos más adelante.
II. CUESTIONES PREVIAS
1. Actos de Comparación e Imitación
Tanto los actos de comparación (art. 10 LCD) como los actos de imitación (art. 11
LCD) son prácticas comerciales que pueden calificarse como lícitas o ilícitas (leales
o desleales). Por lo tanto, a diferencia de las demás prácticas desleales, cuya determinación implica la deslealtad del acto (engaño, confusión, denigración, violación
de secretos, etc.), la comparación y la imitación pueden ser comportamientos lícitos, que no constituyan un acto de competencia desleal.
Ahora bien, consideramos que es necesario mantener la precisión y exactitud terminológica, que contemplaba la LCD, al describir los diferentes actos de competencia desleal. Por una parte, si una imitación origina un engaño en relación con el origen empresarial de los productos y/o servicios y, por otra parte, si una comparación
origina un engaño en relación con las características u origen de los productos y/o
servicios comparados, no deberían calificarse como prácticas engañosas. En el primer caso, si una imitación origina un engaño en atención al origen empresarial de
los productos, o en relación con sus relaciones comerciales, mercantiles o económicas con otras empresas líderes en el sector, el acto debería calificarse como un acto
de imitación desleal, toda vez que existirá la imitación de una creación material
que origina un riesgo de asociación. En el segundo caso, si se entabla una comparación sobre parámetros o características engañosas de los productos, la publicidad
no se convierte en engañosa, sino en una publicidad comparativa ilícita o desleal,
toda vez que no han cumplido los requisitos de licitud de la publicidad comparativa. Ahora bien, ni esta publicidad comparativa se convierte en una práctica engañosa, ni el riesgo de confusión o riesgo de asociación se convierte en una práctica
engañosa.
5
MENÉNDEZ, A., La competencia desleal, Civitas, Madrid, 1988, p. 109 y ss..
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La DCPD prevé en su artículo 6 las prácticas desleales que perjudican directamente a los consumidores, las cuales se califica como prácticas comerciales engañosas.
Dentro de esta categoría no sólo se incluye la publicidad engañosa, sino también
ciertos supuestos de confusión y comparación (art. 6.2. a). Por lo tanto, son prácticas engañosas –por una parte- aquellos comportamientos realizados por el empresario que inducen a engaño sobre el origen empresarial de los productos y/o servicios o sobre sus relaciones comerciales o económicas, con otras empresas líderes en
el sector; y, por otra parte, la publicidad comparativa, que origine confusión con
cualesquiera productos, las marcas registradas, nombres comerciales u otras marcas distintivas de un competidor.
Ahora bien, existe un criterio doctrinal y jurisprudencial muy consolidado sobre los
siguientes conceptos:
• Cuando se atribuye erróneamente un origen empresarial distinto a los productos y/o servicios de un empresario, debido a una imitación previa, se
denomina acto de confusión, no acto de engaño.
• Cuando se le asigna verdadero origen empresarial, pero erróneamente el
consumidor interpreta que las empresas poseen relaciones de tipo comercial, económico o mercantil con una empresa líder en el sector, entendiendo
por tal, que sus productos y/o servicios ostentan una calidad similar al de tal
empresa, se trata de un acto de imitación desleal, toda vez que, derivado de
un acto de imitación, se ha causado un riesgo de asociación entre el público
de los consumidores.
Por lo tanto, cuando se produce un engaño en relación con el origen empresarial de los productos y/o servicios o en relación con las relaciones existentes entre dos o más empresas, dirigido a atribuir una mejora en la calidad de
los productos y/o servicios del imitador, no deberían ser calificados como
actos de engaño, toda vez que tienen su calificación específica como actos
de confusión o actos de imitación desleal.
• Cuando los actos de comparación están fundamentados en parámetros o
características engañosas de los productos y/o servicios, esta comparación
será desleal, no engañosa. Pues consideramos que el engaño es aquella conducta que induce o puede inducir a error en relación con las características
de los productos y o servicios. Por lo tanto, los actos de comparación sobre
características engañosas de los productos y/o servicios, no debería calificarse como una práctica engañosa, sino como una comparación ilícita o práctica desleal.
A la vista de lo anteriormente expuesto, reivindicamos, por una parte, que el engaño que genera un riesgo de confusión y/o asociación, no debería calificarse como
una práctica engañosa sino como una práctica desleal; y, por otra parte, el engaño
utilizado para comparar características sobre los productos y/o servicios, no será
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una práctica engañosa, sino una práctica desleal o una publicidad comparativa ilícita. Pues estos términos son mucho más específicos y concretos para determinar
las diferentes modalidades de prácticas desleales.
Hechas estas consideraciones, sólo nos resta aclarar que estudiaremos los actos de
comparación y los actos de imitación originados por un engaño y consecuentemente calificados como prácticas desleales, pero no engañosas. En este sentido,
cabe señalar, por una parte, que los actos de comparación se examinarán en su
totalidad, para comprender cuáles de ellos pueden calificarse como ilícitos por
entablar la comparación sobre parámetros o características engañosas de los productos y/o servicios. Por otra parte, en relación con los actos de imitación nos centraremos en los apartados 1) y 2) del artículo 11 LCD, toda vez que el apartado 3) del
mencionado artículo regula la imitación como estrategia encaminada a impedir u
obstaculizar el asentamiento de un competidor en el mercado. Sin lugar a dudas,
en esta práctica, el engaño ni es una acción relevante, ni una circunstancia determinante de la deslealtad, sino la reiterada imitación sistemática de prestaciones y/o
imitaciones encaminadas a obstaculizar el asentamiento o el afianzamiento del
competidor o competidores en el mercado. Por todo lo anteriormente expuesto,
únicamente se analizarán los apartados 1) y 2) del artículo 11, relativos a la imitación, puesto que estas actuaciones pueden generar un engaño sobre el origen
empresarial de los productos o sobre los vínculos comerciales, contables, económicos, etc. entre las empresas.
1. Actos de Comparación
Los actos de comparación se regulan en el artículo 10 LCD, comprendido en el
capítulo II del texto normativo. Dentro de los actos de comparación se prevé
expresamente la publicidad comparativa. Aunque la esencia de la regulación
de la publicidad comparativa se prevé en el art. 10 LCD, el artículo 20 LCD, ubicado en el capítulo III de la citada Ley, establece que la publicidad comparativa
podría calificarse como una práctica engañosa por confusión para los consumidores.
¿Cuál es la razón que lleva al legislador a calificar la publicidad comparativa como
una práctica engañosa por confusión para los consumidores?. Pues bien, la razón
estriba en trasponer –exclusivamente- el contenido de la DPCD, que en el apartado
2.a) del artículo 6 y en el apartado 3) del artículo 14, establece que la modificación
del apartado g) del artículo 3, bis de la DC 84/450/CEE6, debería redactarse en los
siguientes términos:
“3.1. La publicidad comparativa, en lo que se refiere a la comparación, estará permitida cuando cumpla las siguientes condiciones:
…
6
Ver Directiva 2006/114/CE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 12 de diciembre de 2006, sobre publicidad engañosa y publicidad comparativa, en http://eurlex.europa.eu/LexUriServ/LexUriServ.do?uri=OJ:L:2006:376:0021:0027:ES:PDF,
(visitada el 19/11/2010).
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h) que no dé lugar a confusión entre los comerciantes, entre el anunciante y un
competidor o entre las marcas, los nombres comerciales, otros signos distintivos o
los bienes o servicios del anunciante y los de algún competidor”.
A nuestro modo de ver, la inclusión de la publicidad comparativa en el artículo 20
LCD no es demasiado acertada, toda vez que la mera inclusión como un requisito
más de licitud en el artículo 10 LCD, evitaría graves problemas de interpretación en
relación con los requisitos de licitud de la publicidad comparativa, cuando se trate
de una práctica desleal entre empresarios/profesionales o cuando se califique
como una práctica desleal entre empresarios/profesionales y consumidores. Pues,
en el artículo 20 LCD, ha incluido como práctica engañosa por confusión con los
consumidores, la publicidad comparativa que pueda desencadenar el riesgo de
confusión. Sin embargo, el artículo 10 LCD no incluye como requisito de licitud el
riesgo de confusión, o al menos no lo efectúa expresamente, toda vez que, en el
apartado e) del mencionado artículo establece que “la comparación no podrá contravenir lo establecido por los artículos 5, 7, 9, 12 y 20, en materia de actos de engaño,
denigración y explotación de la reputación ajena”. Resulta sorprendente que, en
ningún momento, se menciona el riesgo de confusión.
2. Actos de Imitación
Los actos de imitación se regulan básicamente en el artículo 11 LCD. No obstante,
consideramos que, para un entendimiento pleno de la figura de la imitación, debemos también analizar los artículos 6 y 12 LCD. Todos estos preceptos se ubican en el
capítulo II LCD, regulando así las prácticas desleales, que poseen un ámbito de aplicación general. Sin embargo, al igual que en el caso anterior, en el capítulo III, relativo a las prácticas comerciales con los consumidores y usuarios, se prevén dos preceptos, el art. 20, bajo el epígrafe Prácticas engañosas por confusión para los consumidores y el art. 25 LCD, Prácticas engañosas por confusión, que en lugar de proporcionar más transparencia a la norma, dificultan el entendimiento del acto de engaño o las prácticas engañosas, que, hasta el momento, se diferenciaban con bastante nitidez de los actos de confusión.
En nuestra opinión, la regulación establecida en los artículos 20 y 25 LCD no aporta
efectividad a la LCD, toda vez que los actos de confusión e imitación poseen una
normativa plena a través de los artículos 6, 11 y 12 LCD. Tal y como veremos más adelante, al analizar todos estos preceptos, tanto el artículo 20 LCD, como el artículo 25
LCD no contribuyen con aspectos novedosos a reglar el riesgo de confusión, sino
más bien califican los actos de confusión como prácticas engañosas, cuando –en
realidad- son dos categorías diferenciadas de prácticas desleales.
Una vez realizadas estas consideraciones, esta ponencia intentará analizar los actos
de comparación y los actos de imitación, para deslindar los que son desleales de los
que no lo son, pues estas prácticas comerciales pueden ser lícitas o ilícitas, a diferencia de los actos de engaño, que siempre, y en todo caso, son prácticas desleales.
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III.ACTOS DE COMPARACIÓN Y ACTOS DE IMITACIÓN
1. Actos de comparación
El artículo 10 LCD, ubicado en el capítulo II, que enumera los actos de competencia
desleal, prevé una regulación específica para los actos de comparación, estableciendo lo siguiente:
“La comparación pública, incluida la publicidad comparativa, mediante una alusión explícita o implícita a un competidor estará permitida si cumple los siguientes requisitos:
a) Los bienes o servicios comparados habrán de tener la misma finalidad o satisfacer las mismas necesidades.
b) La comparación se realizará de modo objetivo entre una o más características
esenciales, pertinentes, verificables y representativas de los bienes o servicios,
entre las cuales podrá incluirse el precio.
c) En el supuesto de productos amparados por una denominación de origen o
indicación geográfica, denominación específica o especialidad tradicional garantizada, la comparación sólo podrá efectuarse con otros productos de la misma
denominación.
d) No podrán presentarse bienes o servicios como imitaciones o réplicas de otros
a los que se aplique una marca o nombre comercial protegido.
e) La comparación no podrá contravenir lo establecido por los arts. 5, 7, 9, 12 y 20
en materia de actos de engaño, denigración y explotación de la reputación ajena”.
1.1 Concepto de actos de comparación
De una primera lectura del precepto legal se desprende que la publicidad comparativa es un acto, entre otros, de comparación. De hecho, los actos de comparación
se definen como actos de comparación pública. A la vista de la redacción de esa
norma me pregunto qué otros actos de comparación pública existen, además de la
publicidad comparativa. Para ello, en primer lugar, deberíamos recordar el concepto de publicidad, recogido en el artículo 2 LGP, que establece:
“Toda forma de comunicación realizada por una persona física o jurídica, pública o
privada, en el ejercicio de una actividad comercial, industrial, artesanal o profesional
con el fin de promover de forma directa o indirecta la contratación de bienes muebles
o inmuebles, servicios, derechos y obligaciones”.
Del concepto de publicidad recogido en el artículo 2 LGP se deduce que una comparación pública es una actividad publicitaria comparativa. Por lo tanto, cuando se
realice una comparación pública se estará realizando una publicidad comparativa.
Sin lugar a dudas, la redacción de este precepto origina cierta incertidumbre, pues
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podría pensarse que existen otros actos de comparación, independientemente de
la publicidad comparativa, que pueden calificarse como actos de competencia desleal. Sin embargo, los estudios doctrinales de los actos de comparación, así como la
jurisprudencia sobre los actos de comparación se centran en el análisis de la publicidad comparativa7.
A la vista de lo expuesto, y centrándonos en la redacción del precepto, podemos
señalar que el artículo 10 LCD recoge esencialmente la regulación prevista en la
Directiva 2006/114/CE del Parlamento Europeo y del Consejo de 12 de diciembre de
2006 sobre publicidad engañosa y publicidad comparativa8, (en adelante, DC sobre
publicidad engañosa y comparativa) en relación con la publicidad comparativa. Sin
embargo, el legislador ha perdido la oportunidad de mejorar los inconvenientes de
los que adolecía la regulación comunitaria de la publicidad comparativa, entre
otros, la incompleta definición de la citada modalidad publicitaria.
1.2Delimitación de la figura de la publicidad comparativa
Si analizamos la redacción propuesta por el artículo 10 LCD, ésta no recoge una definición sobre publicidad comparativa, a diferencia de lo que establece la citada DC,
que en su apartado c) del artículo 2, define erróneamente la publicidad comparativa, al manifestar que “la publicidad comparativa es toda publicidad que alude explícitamente o implícitamente a un competidor o a los bienes o servicios ofrecidos por
un competidor”. Pues bien, esta definición no se corresponde con la publicidad com7
8
Vid. FERNÁNDEZ-NÓVOA, «La publicidad comparativa», en Estudios de Derecho de la Publicidad. Universidad de Santiago
de Compostela (Servicio de Publicacións e Intercambio Científico), Santiago de Compostela, 1989, pp. 205 y ss..;
“Reflexiones preliminares sobre la Ley de Competencia Desleal”, La Ley, n º 2, 1991, pp. 1179-1184, (también en ADI, 14,
1991, pp. 15-24; “La Publicidad Comparativa”, ADI 4, 1977, pp. 25-58; «La Comparación Publicitaria de Sistemas
Económicos», ADI 1, 1974; pp. 31-50; DE LA CUESTA RUTE, Curso de Derecho de la Publicidad, Eunsa, Navarra, 2002, pp. 197
y ss..; GÓMEZ SEGADE, «Los análisis comparativos y la publicidad», Problemas Actuales del Derecho de la Publicidad, INP,
Madrid, , 1984, pp. 231 y ss..; LEMA DEVESA, “La represión de la publicidad desleal en la Ley General de la Publicidad, en
la Ley de Competencia Desleal y en el Código Penal”, Boletín del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid, nº 13, 3ª
Época,, 1999, pp. 32-47; «Publicidad y publicidad desleal», Enciclopedia Jurídica Básica, Civitas, Madrid, 1995, pp. 5317 y
ss., “Marcas, publicidad comparativa y competencia desleal”, El tratamiento de la marca en el tráfico jurídico-mercantil, Consejo General del Poder Judicial/ANDEMA, Madrid, 1994, pp209-227; “Supuestos de Competencia Desleal por
Denigración y Comparación”, en BERCOVITZ, (coord..), Jornadas sobre la Regulación contra la Competencia Desleal en
la Ley 10 de enero de 1991, BOE/ Cámara de Comercio de Madrid, Madrid, 1992, pp. 65-87; «Posibilidades y remedios
para reprimir la competencia desleal», DN, año 1 – 2, nº 1 , - 15, 1990, pp. 205-210; OTERO LASTRES, «La publicidad comparativa: ¿Licitud o Ilicitud?» Estudios en Homenaje al Profesor Aurelio Menéndez, Civitas, Madrid, 1996, pp. 935 y ss..;
TATO PLAZA, La publicidad comparativa, Marcial Pons, Madrid, 1996, pp. 165 y ss..; «Publicidad comparativa y movimiento de defensa de los consumidores en el Derecho Comparado», RDM, nº 206, 1992, pp. 871 y ss..; «Líneas Básicas de la
Directiva Comunitaria sobre Publicidad…», ADI, 18, 1997, pp. 987 y ss..; «Breves notas en torno a la Directiva
Comunitaria sobre la publicidad comparativa y su incidencia en el Derecho español», BAACC, (BD), nº 16, enero 1998,
pp. 19 y ss..; «En torno a una reciente evolución de la jurisprudencia publicitaria», BAACC (BD), nº 71, enero 2003, pp.
46 y ss..; MASSAGUER FUENTES, Comentarios a la Ley de Competencia Desleal», Civitas, Madrid, 1999, pp. 309 y ss..; PEINADO
GRACIA, «Comparación y denigración publicitarias de la «imagen» de la empresa directamente aludidas (reflexiones
con ocasión de la Sentencia del Tribunal Supremo de 24 de febrero de 1997), RDM, nº 230, 1998, pp. 1601 y ss..; CEPAS
PALANCA, «La Directiva Comunitaria sobre Publicidad Comparativa», BAACC (BD), n.º 25, septiembre 1998; DOMÍNGUEZ
PÉREZ, «De nuevo sobre la publicidad comparativa (Comentario a la Sentencia de la AP de Álava de 22 de febrero de
2000, caso “Guiaraba”)», ADI, 22, 2001, pp. 547 y ss..; TAPIA HERMIDA, «Publicidad comparativa denigratoria y exceptio
veritatis: a propósito de la sentencia de la Audiencia Provincial de Barcelona de 3 de septiembre de 1996», RDG, nº 639,
1997, pp. 14347-14364; ZURIMENDI, «Publicidad comparativa y denigrante. En torno a la sentencia del Tribunal Supremo
de 24 de febrero de 1997», RGD,, nº 654, 1999, pp. 2497 y ss..
Ver http://europa.eu/legislation_summaries/consumers/consumer_information/l32010_es.htm, (visitada el
14/11/2010).
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parativa, sino, en todo caso, con la publicidad alusiva. Para que exista comparación
es necesario que en la definición se contemplen otros requisitos, que no ha acotado el legislador comunitario.
El artículo 10 LCD ni siquiera ha plasmado la definición proporcionada por la mencionada DC. Simplemente, se establece que la comparación pública y la publicidad
comparativa, mediante la alusión explícita o implícita a un competidor, estará permitida si se cumplen unos requisitos, que analizaremos más adelante.
En este momento, debemos definir el concepto de publicidad comparativa para
delimitar los actos de comparación, como prácticas desleales. Por lo tanto, al estudiar la publicidad comparativa, deberíamos –por una parte- examinar los requisitos
constitutivos para que exista publicidad comparativa; y, por otra parte, una vez que
hemos determinado que una comunicación pública es publicidad comparativa,
deberíamos analizar los requisitos de licitud de la publicidad comparativa.
Por lo tanto, se impone establecer una definición de la figura, ya que, aunque existe un concepto legal, el mismo no se adecua en su totalidad a lo que la doctrina
entiende por publicidad comparativa.
Según TATO PLAZA, la publicidad comparativa es “aquella publicidad en la que el
empresario anunciante compara su oferta con la de uno o varios competidores, identificados o inequívocamente identificables, con el resultado, directo o indirecto, de
resaltar las ventajas de los propios productos o servicios frente a los ajenos”.
De esta definición se extraen diversos requisitos constitutivos, que son los elementos esenciales que debe poseer un mensaje publicitario para ser calificado como
publicidad comparativa. Así, podemos señalar que, para que exista la mencionada
modalidad publicitaria, es necesario:
1. La referencia conjunta a los propios productos o servicios y a los productos
o servicios competidores en la publicidad. Este requisito se adecuaría al
requisito recogido en la DC sobre publicidad engañosa y comparativa, toda
vez que manifiesta que la publicidad comparativa alude explícita o implícitamente a un competidor o a los bienes y/o servicios ofrecidos por un
competidor.
2. La comparación entre los productos o servicios del anunciante y los productos o servicios del competidor o competidores.
3. La ventaja del producto o servicio del anunciante frente al de los
competidores.
Establecidos los requisitos constitutivos de la publicidad comparativa, procederemos a analizarlos más pormenorizadamente.
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A) La referencia conjunta a los propios productos o servicios y a los productos o
servicios competidores en la publicidad.
Cuando un anunciante realiza una publicidad comparativa debe efectuar una referencia a los productos o servicios del competidor o competidores. Esta referencia
puede ser explícita o implícita. Así, el anunciante puede hacer referencia en su
publicidad a la marca de los productos o servicios competidores, al nombre del
competidor, etc. También puede incluir en su publicidad imágenes de los productos
o servicios del competidor. En todos los casos anteriormente citados, siempre existiría una referencia explícita y en consecuencia siempre concurriría el primer elemento constitutivo para que exista publicidad comparativa.
Ahora bien, no sólo existe publicidad comparativa cuando se realiza una referencia
explícita, sino también cuando el anunciante incluye una referencia implícita en su
mensaje. Sin embargo, no cualquier referencia implícita resulta un requisito constitutivo, sino sólo aquellas referencias implícitas que sean inequívocas. Según TATO
PLAZA resulta complicado determinar cuando existe una referencia inequívoca. No
obstante, es necesario que el producto o servicio que no se referencia explícitamente, sea identificado por los consumidores. En caso contrario, no existirá una referencia inequívoca.
Así, en la RJAACC de 6 de agosto de 1999, Caso «Zumo de naranja Don Simón»
[BAACC (BD), n.º 35, octubre 1999], el Jurado sostuvo que «La publicidad comparativa, en efecto, es aquella publicidad en la que el empresario anunciante compara su
oferta con la de uno o varios competidores, identificados o inequívocamente identificables, con el fin de destacar las ventajas o la superioridad de sus productos
frente a los ajenos. En el caso que nos ocupa, el empresario anunciante (García
Carrión) compara su producto con dos productos competidores expresamente
identificados (Frutopía y Trinaranjus), destacando que el producto del anunciante
tiene mayor contenido de zumo y, además es el único sin colorantes»9. Por otro lado,
en la RJAACC 27 de mayo de 2004, Caso «Cita a ciegas I» (BAACC (BD), n.º 89, septiembre 2004), el Jurado manifestó que existía publicidad comparativa cuando el
anunciante introducía en el mensaje publicitario una referencia inequívoca, de tal
forma que un sector significativo de los consumidores identificase al competidor o
competidores a los que se está haciendo referencia en la comparación. En la citada
Resolución se sostuvo que «[…] en el anuncio examinado, la empresa anunciante
(Heineken) realiza una referencia —implícita— a una competidora (Mahou), que
resulta fácilmente identificable para el público al que tal publicidad se dirige. En
9
En el mismo sentido, entre otras, RJAACC 26 septiembre 2000 (Caso «Zumo de naranja Don Simón»), BAACC (BD), n.º
47, noviembre 2000; RJAACC 11 enero 2001 (Caso «Compañía de Servicios de Bebidas Refrescantes, S.L. [Coca-Cola] vs.
Compañía de Bebidas Pepsico, S.A.»), BAACC (BD), n.º 50, febrero 2001; RJAACC 4 diciembre 2001 (Caso «Tú eliges»),
BAACC (BD), n.º 60, enero 2002; RJAACC 25 septiembre 2003 (Caso « ING Direct»), BAACC (BD), n.º 80, noviembre 2003;
RJAACC 7 julio 2004 (Caso «Elster Iberconta, S.A. vs. Contadores de Agua de Zaragoza, S.A.»), BAACC (BD), n.º 90, octubre 2004; RJAACC 18 enero 2005 (Caso «Euskal Irrati Telebista [EITB] vs. Sociedad Española de Radiodifusión [SER]»),
BAACC (BD), n.º 95, marzo 2005; RJAACC 13 enero 2005 (Caso «Sillón Masaje»), BAACC (BD), n.º 95, marzo 2005; más
recientemente, RJAACC 31 mayo 2006 (Caso «Granini/Don Simón»), BAACC (BD), n.º 111, septiembre 2006; y RJAACC 20
julio 2006 (Caso «Odor Stop»), BAACC (BD), n.º 112, octubre 2006.
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efecto, la similitud existente entre el botellín y la etiqueta que aparece en el anuncio y el botellín y la etiqueta de la cerveza “Mahou cinco estrellas” harán que, aun
cuando no se cite la marca de ésta, la misma resulte fácilmente identificable por
parte de los consumidores a los que se dirige la publicidad»10.
No obstante, existen casos en los que el anunciante utilizó una contra-argumentación publicitaria al eslogan del reclamante y, por este motivo, se podía entender
que existía una referencia inequívoca a aquél. Pero el Jurado, al valorar los anuncios
advirtió que no habían sido difundidos en el mismo medio ni en la misma época:
así, la RJAACC de 11 de enero de 2001, Caso «Centro Politécnico de Formación a
Distancia Editorial CPD, S.L. vs. AFISA Centro Europeo de Formación, S.A.» [BAACC
(BD), n.º 51, marzo 2001], consideró que los consumidores difícilmente identificarían bajo el eslogan del reclamado: «Podemos no ser el primero, pero sí el que más
interesa») a la empresa reclamante. En el mismo sentido, en la RJAACC de 11 de septiembre de 1997, Caso «Dan Up» [BAACC (BD), n.º 14, noviembre 1997], el Jurado
manifestó que no existía una publicidad comparativa implícita, puesto que no existía una referencia inequívoca a la bebida isotónica Isostar, sino que se trataba de
una comparación con un género de productos; a saber: las bebidas refrescantes.
Para defender esta postura, el Jurado afirmó que «[…] el tiempo transcurrido desde
la difusión de las campañas publicitarias a favor de las bebidas isotónicas y las acusadas diferencias entre éstas y la campaña de Danone impiden que el consumidor
llegue a asociar ambos anuncios».
A la hora de analizar si un competidor o competidores resultan identificables para
una parte importante del público de los consumidores deberemos atender a todas
las circunstancias que rodean el anuncio publicitario. Podemos afirmar que existen
unas circunstancias que aumentan las posibilidades de calificar la referencia como
inequívoca y otras que disminuyen las probabilidades.
Dentro de las circunstancias que aumentan las posibilidades de identificar a un
competidor en la publicidad, hay algunas derivadas de la propia expresión publicitaria, tales como: la agresividad en el mensaje publicitario, la matización de la
expresión publicitaria, la evocación de la publicidad del competidor en la propia
publicidad. Además, existen otras circunstancias derivadas del momento o del
lugar en el que se difunde la publicidad, como por ejemplo, que coincida temporalmente con la campaña publicitaria de un competidor, provocando que los destinatarios entiendan que la campaña hace referencia inequívoca a éste. También se
produce este efecto cuando la campaña publicitaria se difunde en el mismo medio
donde anteriormente se difundió la campaña publicitaria del competidor. Otras circunstancias que inciden para determinar si una referencia es inequívoca son las
derivadas del público destinatario del mensaje publicitario, es decir, que la publicidad esté dirigida a un público especializado. En esta situación, cualquier referencia
por muy genérica que sea, siempre provocará que el público identifique al compe10
En este sentido, entre otras, RJAACC 27 de mayo de 2004 (Caso «Cita a ciegas II»), BAACC (BD), n.º 89, septiembre 2004;
RJAACC 12 junio 2003 (Caso «Grupo Gillette España, S.L. vs. Philips Ibérica, S.A. –Satin Ice Óptima»), BAACC (BD), n.º 78,
septiembre 2003; RJAACC 23 junio 1999 (Caso «Nuevo Mistol Ultra Plus»), BAACC (BD), n.º 34, septiembre 1999; RJAACC
31 julio 1998 (Caso «Mistol Ultra pH 5.5»), BAACC (BD), n.º 24, octubre 1998.
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tidor del anunciante. Por último, debemos citar las circunstancias derivadas de la
estructura del mercado. Así, cuando un empresario sólo tiene un competidor, es
decir, el mercado está dominado por un duopolio, y esta circunstancia es conocida
por los destinatarios de la publicidad, cualquier comparación, por muy genérica que
sea, realizada por el primero será entendida como una comparación con el competidor existente. También podemos señalar que lo mismo ocurre cuando el mercado
está dominado por un oligopolio.
Dentro de las circunstancias que aminoran las posibilidades de identificación de un
competidor en la publicidad, podemos señalar que, cuando un anunciante utiliza
una exageración publicitaria, los elogios de contenido global o parcialmente comprobable, pero que el público reconoce, siempre lo calificarán como una mera exageración, no como una identificación. Otra circunstancia que aminora la identificación es la retórica publicitaria, es decir, cuando el anunciante, en su publicidad, repite frases continuamente. También, cabe citar otro recurso lingüístico, como los versos publicitarios, que decrece la identificación por parte de los consumidores. Y,
finalmente, tenemos que hacer mención al humor publicitario, cuando se utiliza la
ironía, el chiste o la sátira.
En el caso de que se cumplan los requisitos constitutivos de la publicidad comparativa, si la comparación se apoya en datos falsos o bien suponga denigración innecesaria, no existirá realmente una publicidad engañosa o una publicidad denigratoria, sino una publicidad comparativa ilícita.
Este razonamiento —que aparentemente es sencillo— no ha sido aplicado en
muchas ocasiones por el Jurado. En efecto, el citado órgano de control ha calificado
como publicidad engañosa un anuncio, después de reconocer que era una publicidad comparativa. Cabe citar la resolución de 26 de marzo de 2003, Caso «Erosmer
Ibérica, S.A.» [BAACC (BD), n.º 75, mayo 2003], en la que se declaró: «[…] la publicidad
reclamada compara los precios de los combustibles en diversas estaciones de servicio de la provincia de Zamora […]. No obstante, este Jurado debe hacer constar
que, como la propia reclamada ha reconocido, uno de los datos recogidos en su
publicidad es inexacto, concretamente, la indicación del precio de la gasolina sin
plomo 98 de la estación de Servicio sita en el kilómetro 3 de la carretera 528. Por
consiguiente, en este punto, la publicidad analizada debe reputarse contraria al
principio de veracidad, recogida en la Norma 14 del Código de Conducta
Publicitaria». En el mismo sentido, la RJAACC de 15 de octubre de 1998 («Telefónica
Servicio Móviles, S.A. vs. Airtel Móvil, S.A.), en la que el Jurado, después de aceptar
que existía una referencia inequívoca a un competidor (ya que era la única compañía telefónica que era titular de un tipo de telefonía; a saber: la telefonía móvil analógica), calificó la campaña publicitaria como engañosa y denigratoria. Más recientemente, en la RJAACC de 20 de julio de 2006, Caso «Odor Stop» [BAACC (BD), n.º
112, octubre 2006], el Jurado sostuvo no sólo que era una publicidad comparativa,
sino también una publicidad engañosa y confusionista por aprovechamiento del
esfuerzo ajeno.
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Tampoco es acertado el criterio que en otras ocasiones ha adoptado el Jurado. En
efecto, aun reconociendo que la campaña cumplía con los requisitos constitutivos
de la publicidad comparativa, además de calificarla como tal, la declaraba engañosa o denigratoria. Así, en la RJAACC de 31 de julio de 1998, Caso «Mistol Ultra pH 5.5
[BAACC (BD), n.º 34, septiembre 1999], «[…] El Jurado, en efecto, entiende que no es
lo mismo probar que un producto respeta más la piel de las manos que otro, que
probar que este último causa perniciosos efectos en la piel de las manos hasta
dejarlas “fatal”. Esta prueba requeriría una prueba específica que, a juicio de este
Jurado, no se ha producido. En consecuencia, aquella expresión vulnera el principio
de veracidad recogido en la norma 13 del Código…»11. No compartimos esta opinión,
ya que la comparación basada en un engaño o el engaño que se extrae de una comparación es un requisito de licitud, no constitutivo de publicidad comparativa. Sin
embargo, este engaño no implica la existencia de una publicidad engañosa, sino de
una publicidad comparativa ilícita.
Asimismo, en la RJAACC de 6 de agosto de 1999, Caso «Zumo de Naranja Don
Simón» [BAACC (BD), n.º 35, octubre 1999], en la que el anunciante se comparaba
explícitamente con varias marcas de bebidas refrescantes, el Jurado declaró que
infringía las normas deontológicas 20 y 22 CCP. En este caso, manifestó que «Así las
cosas, podemos afirmar que el anuncio reclamado infringe la norma 22 del Código
de Conducta. Asimismo, infringe también la norma 20 conforme a la cual […]. Del
contenido de este precepto, en efecto, se puede deducir (en línea con lo sostenido
con la reclamada) la licitud esencial de la referencia a la marca ajena cuando ésta
se realiza en el marco de una comparación publicitaria lícita. Pero también se puede
deducir la ilicitud de la referencia a signos distintivos a ajenos cuando la utilización
de estos signos tiene lugar en una comparación publicitaria que no cumple con los
requisitos de licitud que establece la norma 22». A nuestro modo de ver, en el
momento en que esta campaña se califica como comparativa ilícita se reconoce
una alusión explícita a los signos distintivos de otros anunciantes. Por lo tanto, con
la citada comparación el anunciante cumplía con su objetivo; a saber: situar su producto en una posición aventajada en el sector, aunque utilizase la marca de terceros. Y difícilmente se puede hablar de un indebido aprovechamiento de la reputación ajena, cuando se destaca en la publicidad la superioridad de los propios productos frente a los ajenos12.
B) La comparación como finalidad de la referencia conjunta a los productos o servicios propios y competidores.
La sola referencia conjunta no es suficiente como requisito para que exista publicidad comparativa, ya que el anunciante puede hacer referencia a sus productos o
servicios y a los del competidor o competidores pero no realizar publicidad comparativa porque equipara los productos. Para que exista esta figura publicitaria es
necesario que el anunciante haga una referencia conjunta a la oferta propia y competidora para así entablar una comparación entre ambas. Por lo tanto, el segundo
11
12
En el mismo sentido, RJAACC 23 junio 1999 (Caso «Nuevo Mistol Ultra Plus»), BAACC (BD), n.º 34, septiembre 1999.
TATO PLAZA, «Breves notas en torno a la Directiva Comunitaria sobre la publicidad comparativa…», cit., pp. 23 y ss..
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requisito de la publicidad comparativa es que el anunciante compare sus mercancías o servicios a los del competidor.
C) Resaltar los productos del anunciante de los productos del competidor
Un requisito ulterior será que la comparación tenga como efecto resaltar, de algún
modo, las ventajas de la oferta del anunciante frente a las ofertas competidoras a
las que se hace referencia. Si por el contrario, el efecto de la comparación es el de
resaltar la equivalencia entre dos ofertas, no estamos ante un supuesto de publicidad comparativa, sino que sería una publicidad adhesiva.
Para finalizar el estudio de los actos de comparación, debemos saber cuándo éstos
son prácticas desleales. Por lo tanto, debemos analizar los requisitos de licitud recogidos en el artículo 10 LCD, a los que dedicaremos el siguiente epígrafe.
1.3Requisitos de licitud de la publicidad comparativa
Pues bien, a la hora de fijar los requisitos de la publicidad comparativa la Ley española ha seguido –pedem literae- los requisitos de licitud que recoge la DC de publicidad engañosa y publicidad comparativa. Pues bien, los requisitos que se contemplan para que la publicidad comparativa sea lícita son los siguientes:
1. En primer lugar, los productos comparados deben tener la misma finalidad o satisfacer la misma finalidad o necesidades. En estas circunstancias tenemos que resolver el siguiente problema, ¿podrían compararse productos que pertenezcan a distintos géneros o categorías pero que, ocasionalmente, puedan cumplir la misma
finalidad? O lo que es lo mismo, ¿sería lícita una comparación entre la utilización de
los servicios de un tren, avión o un vehículo, siendo tres productos diferentes?
Obviamente, la respuesta tiene que ser positiva: se trata de productos de naturaleza diferente, pero que cumplen las mismas necesidades; a saber: transportar personas o mercancías.
Así las cosas, cuando dos productos pertenecen a distintos géneros, podrán ser
comparados sobre la base de parámetros comunes o análogos, cuando cumplan el
mismo objetivo o finalidad.
El Jurado, siguiendo el criterio establecido por la doctrina, señaló que una comparación entre productos o servicios pertenecientes a géneros diferentes era lícita,
siempre que los productos sirviesen para satisfacer idénticas necesidades13 En este
sentido, en la RJAACC de 26 de marzo de 2003, Caso «Erosmer Ibérica, S.A.» [BAACC
(BD), n.º 75, mayo 2003], el Jurado señaló que, aunque la comparación se realizaba
entre estaciones de servicio y un autoservicio, que son diferentes, se consideraban
servicios similares, ya que, «[…] perteneciendo a una misma categoría genérica sirvan, de modo usual, para la satisfacción de idénticas necesidades». Para justificar
13
TATO PLAZA, La publicidad comparativa, cit., pp. 226 y ss..; «Breves notas en torno a la Directiva Comunitaria sobre la
Publicidad Comparativa y su incidencia en el Derecho español», cit., p. 22.
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su postura se invocan la Directiva Comunitaria sobre publicidad comparativa y la
LGP, que establecen que los productos o servicios comparados deben tener la
misma finalidad.
2. En segundo lugar, y este es el requisito más importante, la comparación se tiene
que realizar de modo objetivo entre una o más características esenciales, pertinentes, verificables y representativas de los bienes y servicios comparados. Entre estas
características podrá incluirse el precio.
Obviamente, no se exige una comparación global y exhaustiva de todas las características de los productos o servicios competidores. En este sentido, el Jurado ha
declarado lícitas campañas publicitarias en las que el objeto de comparación era
una única característica. Así, en la RJAACC de 12 de febrero de 2003, Caso «Wanadoo
España, S.L. vs. Ya.Com Internet Factory, S.A.» [BAACC (BD), n.º 74, abril 2003], el
Jurado sostuvo que una comparación apoyada en el precio era perfectamente
admisible, ya que el precio es una característica no sólo esencial, sino también pertinente, verificable y representativa de los servicios de tarifa plana de conexión a
Internet que dicha publicidad promociona. Por lo tanto, siguiendo el criterio defendido por Tato Plaza, el Jurado admite que el anunciante seleccione un único parámetro para establecer la comparación. Sin embargo, al igual que sucede con los
objetos de comparación, el anunciante no goza de total libertad, para decidir los
parámetros de comparación.
En este apartado, hemos de señalar que se regulan varios requisitos en un solo precepto. Así, el anunciante que practique una comparación publicitaria se le exige
que actúe objetivamente. El cumplimiento de este requisito va a resultar muy difícil, puesto que cuando se trata de anunciar la propia mercancía, la subjetividad es
difícil de erradicar. No obstante, el consumidor debe intentar fundamentar su comparación en datos sobre los cuales haya un consenso generalizado, y, por lo tanto,
deberá huir de toda comparación basada en datos subjetivos, juicios de valor u opiniones personales.
Además, al efectuar la comparación deberán confrontarse características esenciales. Este requisito debe ser objeto de interpretación flexible, en el sentido de que se
consideren lícitas las comparaciones concernientes a características relevantes, es
decir: aquellas características que puedan llegar a incidir en la decisión de compra
del consumidor final. Por lo tanto, la comparación deberá fundamentarse solamente en parámetros determinantes para la compra; a saber: el precio y la calidad de
los productos. Para determinar cuando un parámetro es relevante para la compra
debemos descender al caso concreto y demostrar que la característica sobre la que
se basa la comparación ha sido importante para que el consumidor se decante por
un producto o servicio frente a otro.
Para determinar si una característica puede ser calificada como esencial, el Jurado
ha atendido al caso concreto. En relación con los zumos, el Jurado sostuvo que el
contenido de zumo y su grado de naturalidad eran características esenciales en las
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que se podía fundamentar la comparación, ya que el consumidor medio las tendría
en cuenta, a la hora de decantarse por un zumo u otro —RJAACC 6 agosto 1999,
Caso «Zumo de Naranja Don Simón» [BAACC (BD), n.º 35, octubre 1999]—; asimismo, se consideraba una característica esencial la comparación entablada en atención a la forma de elaboración del zumo —RJAACC 26 de septiembre de 2000, Caso
«J. García Carrión, S.A.»), BAACC (BD), n.º 47, noviembre 2000—. Por otro lado, en la
RJAACC de 31 de julio de 1998, Caso «Mistol Ultra pH 5.5» [BAACC (BD), n.º 24, octubre 1998], el Jurado afirmó que en ese tipo de productos de desinfección de hogar,
un dato esencial era el efecto del lavavajillas sobre las manos: «[…] En efecto, si se
estima, con la doctrina más autorizada, que son esenciales todas aquellas características que de un modo u otro pueden llegar a incidir en la decisión de compra del
consumidor final, hay que concluir que el pH y los efectos del lavavajillas sobre las
manos de los usuarios constituyen un dato esencial»14.
No obstante, el Jurado ha tomado en consideración otros elementos a la hora de
determinar la esencialidad, no sólo la incidencia que tal característica tiene en la
decisión última del consumidor, como detonante de la compra del producto. En la
RJAACC de 4 de diciembre de 2001, Caso «Tú eliges» [BAACC (BD), n.º 60, enero
2002], el Jurado sostuvo que «el acceso a un disco virtual (incluido en el precio del
acceso a ADSL a Internet) constituye una característica esencial […]. Tres son las circunstancias que impulsan al Jurado a esta conclusión: en primer lugar, el hecho de
que la comparación se realice en una página Web, en la que no son de aplicación
los límites de espacio y tiempo vigentes en otros medios tradicionales. En segundo
lugar, el hecho de que los productos o servicios objeto de la publicidad comparativa coincidan en varias de las características comparadas [sic]. Y, por último, el carácter muy pormenorizado de la comparación realizada que hace inaceptable que se
omita una parte de la oferta que tiene indudable relevancia». En nuestra opinión,
las razones que el Jurado esgrime para justificar cuándo una característica es esencial no son correctas. En concreto, el segundo argumento para que una característica sea esencial no requiere que los parámetros escogidos para realizar la comparación sean afines o análogos, sino que esto es un requisito de licitud de la publicidad comparativa.
En definitiva, la exigencia de este requisito nace para evitar comparaciones concernientes a características completamente accesorias o absolutamente irrelevantes.
Por lo tanto, se trata de evitar comparaciones desprovistas de cualquier valor informativo, por la irrelevancia de las características objeto de la comparación.
Por lo demás, esas características tendrán que ser pertinentes. De ahí que una comparación sobre circunstancias puramente personales (nacionalidad, raza, sexo) de
un anunciante convertiría esa publicidad en ilícita. Asimismo, esas características
tendrán que ser verificables; o, dicho con otras palabras, susceptibles de demostra14
Esta postura ha sido defendida por TATO PLAZA, quien sostiene que una característica es esencial cuando resulta relevante para la decisión de compra del consumidor, aunque no sea un elemento determinante para la misma. Vid. TATO
PLAZA, La publicidad comparativa, cit., p. 238.
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ción. La característica de la verificabilidad incluye que el dato sea actual, ya que de
nada vale que hace un año el empresario hubiese sido líder en el sector, si en el año
actual en el que se hace la publicidad ya no ostenta esa condición.
En suma, pues, sólo serán admisibles las comparaciones que se basan sobre hechos
comprobables, descartándose las que contengan opiniones personales y juicios de
valor, toda vez que las opiniones personales no admiten nunca una prueba de su
veracidad o falsedad, ya que son el resultado de un proceso de valoración personal
en torno a una circunstancia sobre la que no existe consenso y, por ende, son susceptibles de discusión en atención a los criterios de cada uno de los consumidores.
Por tanto, una publicidad comparativa sobre características subjetivas de un producto no será lícita. En la RJAACC de 25 de junio de 2002, Caso «Cruz del Sur»
[BAACC (BD), n.º 67, septiembre 2002], la Sección Segunda del Jurado declaró que
incluir una expresión relativa a la casta de la cerveza en el mensaje publicitario «[…]
constituye una mera valoración subjetiva que, aunque sin duda podrá ser lícita en
otro tipo de publicidad, no resulta admisible en el ámbito de la publicidad comparativa. Esta alegación, así pues, debe ser eliminada para que la publicidad reclamada pueda satisfacer las exigencias de licitud específicas de la publicidad comparativa». Finalmente, el Pleno, en la RJAACC de 30 de julio de 2002, declaró que la campaña enjuiciada constituía una denigración impertinente del producto competidor,
ya que entendía que la alusión al origen geográfico de la cerveza influía en la elección del público. Por lo tanto, al contener expresiones como «Hay cervezas como
Estrella del Sur que dicen ser fundadas en Sevilla y ni siquiera se fabrican en
Andalucía. Hay otras como Cruz del Sur, que además de andaluzas son de casta. Cruz
del Sur. Nacida en Sevilla y hecha en Sevilla por nuestros maestros cerveceros de
Cruzcampo», se tildó la campaña como denigratoria personal.
Ahora bien, no podemos compartir la decisión adoptada por el Jurado en la
RJAACC de 25 de septiembre de 2003, Caso «Banco Santander Central Hispano, S.A.
vs. ING Bank N.V. Sucursal en España» [BAACC (BD), n.º 80, noviembre 2003], cuando mantuvo que la solvencia de un banco no era un dato objetivo, ya que, según
el citado órgano de control, «el anunciante ha aportado al presente procedimiento diversos estudios de varias agencias de calificación o rating en los que se atribuye a la entidad anunciante una puntuación superior a la que se le aplica al SCH.
Sin embargo, no ha quedado acreditado que estos estudios se refieran, al menos,
a la solvencia de una entidad de crédito entendida como su capacidad para la restitución de depósito y el cumplimiento de sus compromisos contraídos con sus
consumidores».
3. En tercer lugar, se contempla un supuesto concreto de comparación publicitaria; a
saber: el caso en que los productos comparados estén protegidos por una denominación de origen o indicación geográfica; o bien por una denominación específica
o especialidad tradicional garantizada. En este caso, la comparación sólo puede
efectuarse entre productos de la misma denominación geográfica. Un ejemplo gráfico para aclarar este requisito es el siguiente: un quesero manchego podrá hacer
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publicidad comparativa con otro queso cuya denominación de origen sea manchego y nunca podrá realizar publicidad comparativa con un queso idiazábal.
4. En cuarto lugar, se prohíbe que en la publicidad comparativa se presenten servicios,
imitaciones o réplicas de otros distinguidos por una marca o nombre comercial
registrados. Dicho en otros términos, no se admite la publicidad comparativa de la
“copia de un producto con el original de ese producto” siempre y cuando este último esté protegido por un signo distintivo, aunque se advierta que el primero es
una imitación. De esta manera se evita –por una parte- que se induzca a error al
público de los consumidores. Y, por otra parte, también se evita que la imitación del
producto, se beneficie del prestigio que tiene el correspondiente signo distintivo.
5. El último requisito exige que la publicidad comparativa podrá contravenir lo establecido en los artículos 5, 7, 9, 12 y 20, en materia de actos de engaño, denigración y
explotación de la reputación ajena. Ahora bien, en este sentido, y a riesgo de ser reiterativos, si se entabla una comparación en datos falsos, esta publicidad no podría
ser calificada de una publicidad engañosa, sino de una publicidad comparativa ilícita o práctica desleal, toda vez que cumple los requisitos constitutivos de publicidad comparativa, aunque no cumple los requisitos de licitud de la publicidad comparativa.
Finalmente, con relación a estos últimos requisitos, previstos en el apartado e) del
artículo 10, debemos manifestar que, en aplicación de este último apartado, por
una parte, la publicidad deberá respetar el principio de veracidad, toda vez que no
podrá vulnerar los artículos 5 y 7 LCD; y, por otra parte, no deberá expresarse en términos denigrantes, (art. 9 LCD). Así las cosas, si se opta por comparar una única
característica de los correspondientes productos o servicios, se deberán adoptar
todas las precauciones necesarias para impedir que la imagen de conjunto que se
origine con la comparación sea falsa o inexacta. La veracidad de los datos en los que
se apoya la comparación exige que éstos sean actuales, ya que a sensu contrario no
se corresponderán con la realidad. En este sentido, no parece entendible la opinión
vertida por el Jurado en la RJAACC de 26 de marzo de 2003, Caso «Erosme Ibérica,
S.A.» [BAACC (BD), n.º 75, mayo 2003], que afirmó: «[…] en la publicidad comparativa no es obligatorio indicar ni la fecha en la que se llevó la comparación expuesta,
ni la fecha de vigencia de las condiciones publicitadas, salvo la excepción relativa a
las ofertas promocionales que prevé el artículo 6 bis de la Ley General de
Publicidad». No obstante, según Tato Plaza, para que el mensaje publicitario respete el principio de veracidad, los datos sobre los cuales se basa la comparación deberán ser actuales15.
Además, el apartado e) del artículo 10 LCD establece que la publicidad comparativa
no deberá expresarse en términos desdeñosos o denigrantes. La lectura de la citada norma permite afirmar que, cuando la comparación se basa en datos falsos o en
expresiones denigratorias innecesarias, ésta debería ser calificada de publicidad
15
TATO PLAZA, La publicidad comparativa, cit., p. 239.
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comparativa ilícita. Ahora bien, en la RJAACC de 7 de julio de 2004, Caso «Elster
Iberconta, S.A. vs. Contadores de Agua de Zaragoza, S.A.» [BAACC (BD), n.º 90, octubre 2004], el Jurado afirmó que «[…] la publicidad comparativa no sólo es incorrecta cuando incumple alguno de sus requisitos de licitud específicos, también existirá publicidad comparativa incorrecta cuando la correspondiente comparación sea
engañosa o denigratoria»16. En este sentido, sería más acertado que el Jurado
hubiese sostenido que la publicidad comparativa era incorrecta cuando incumple
alguno de sus requisitos de licitud, entre los que se encuentran la veracidad y la
ausencia de denigración.
Finalmente, el mencionado apartado e) del artículo 10, exige que la comparación
entablada no puede contravenir los artículos 12 y 20 LCD. Ahora bien, mientras que
en relación con el artículo 12 LCD, el precepto establece claramente que la publicidad comparativa no podrá extraer una ventaja indebida de la reputación ajena de
un competidor; no es así con el artículo 20 LCD, que simplemente lo cita, pero no
manifiesta expresamente en qué términos no se debe contravenir el mencionado
artículo. En este sentido, cabe citar la Sentencia del Tribunal de Justicia de las
Comunidades Europeas, de 18 de junio de 2009, en la que el Tribunal sostuvo en su
Considerando 66, lo siguiente: “Mediante sus cuestiones tercera y cuarta, que procede examinar conjuntamente, el órgano jurisdiccional remitente pregunta, esencialmente, si el artículo 3 bis, apartado 1, de la Directiva 84/450 debe interpretarse en el
sentido de que, cuando un anunciante indique, con ayuda de una lista comparativa
y sin provocar confusión ni engaño, que su producto contiene una característica esencial similar a la de un producto comercializado con una marca de renombre, del cual
es una imitación el producto del anunciante, éste saca indebidamente ventaja, en el
sentido del artículo 3 bis, apartado 1, letra g), o presenta «un bien o un servicio como
imitación o réplica» en el sentido del artículo 3 bis, apartado 1, letra h)17”.
2. Actos de Imitación
Manifestaba Maquiavelo que “un hombre prudente debe discurrir siempre por las
vías trazadas por los grandes hombres e imitar a aquellos que han sobresalido
extraordinariamente por encima de los demás, con el fin de que, aunque no se alcance su virtud algo nos quede sin embargo de su aroma18”. A diferencia de otros actos
de competencia desleal en los que su mera calificación atribuye la deslealtad a la
práctica, la acción de imitar per se no es una práctica desleal.
En efecto, la definición contemplada en el DRAE, define imitar como “ejecutar algo
a ejemplo o semejanza de otra cosa; Dicho de una cosa: Parecerse, asemejarse a otra;
Hacer o esforzarse por hacer algo lo mismo que otro o según el estilo de otro19”. Si
16
17
18
19
Vid. en el mismo sentido, RJAACC 4 diciembre 2001 (Caso «Bono Ciudad»), BAACC (BD), n.º 60, enero 2002.
Para un análisis de la mencionada sentencia, vid. http://curia.europa.eu/jurisp/cgi-bin/form.pl?lang=es&newform=newform&alljur=alljur&jurcdj=jurcdj&jurtpi=jurtpi&jurtfp=jurtfp&docj=docj&docnoj=docnoj&typeord=ALL
&numaff=&ddatefs=&mdatefs=&ydatefs=&ddatefe=&mdatefe=&ydatefe=&nomusuel=&domaine=&mots=PUBLI
CIDAD+COMPARATIVA+&resmax=100&Submit=Buscar, (visitada el 15/11/2010).
MAQUIAVELO, El Príncipe, http://www.laeditorialvirtual.com.ar/Pages/Maquiavelo.htm, (visitada el 16/11/2010).
Ver la definición recogida en DRAE, http://buscon.rae.es/draeI/, (visitada el 17/11/2010).
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analizamos someramente estas definiciones tampoco se puede extraer la idea de
que imitar sea un acto ilícito. Ya desde un punto de vista legal, la LCD tan sólo prohíbe la imitación si se cumplen determinados requisitos, que analizaremos a continuación.
Los actos de imitación se regulan en el artículo 11 LCD, también ubicado en el capítulo II del texto normativo. El mencionado precepto manifiesta lo siguiente:
“1. La imitación de prestaciones e iniciativas empresariales o profesionales ajenas
es libre, salvo que estén amparadas por un derecho de exclusiva reconocido por la
ley.
2. No obstante, la imitación de prestaciones de un tercero se reputará desleal
cuando resulte idónea para generar la asociación por parte de los consumidores
respecto a la prestación o comporte un aprovechamiento indebido de la reputación o el esfuerzo ajeno.
La inevitabilidad de los indicados riesgos de asociación o de aprovechamiento de
la reputación ajena excluye la deslealtad de la práctica.
3. Asimismo, tendrá la consideración de desleal la imitación sistemática de las
prestaciones e iniciativas empresariales o profesionales de un competidor cuando
dicha estrategia se halle directamente encaminada a impedir u obstaculizar su
afirmación en el mercado y exceda de lo que, según las circunstancias, pueda
reputarse una respuesta natural del mercado”.
Cierto sector doctrinal delimita el contenido del artículo 11 en relación con los artículos 6 y 12 de la LCD relativos a los actos de confusión y de aprovechamiento indebido del esfuerzo ajeno. En su opinión, los artículos 6 y 12 de la LCD regulan los actos
de confusión o explotación de la reputación ajena respecto de signos distintivos y
creaciones formales, y el artículo 11 prevé una regulación en relación con los actos
de imitación desleales, con aprovechamiento de la reputación o del esfuerzo ajeno,
de prestaciones o iniciativas empresariales en sí mismas, denominadas creaciones
materiales. A este respecto, cabe afirmar que la jurisprudencia mayoritaria apoya
esta tesis20. Ahora bien, también resulta muy interesante la opinión vertida por el
Prof. OTERO LASTRES, quien discrepa de la tesis citada, toda vez que los propios preceptos indican lo contrario. De este modo, el artículo 6 establece claramente lo
siguiente:
“Se considera desleal todo comportamiento que resulte idóneo para crear confusión con la actividad, las prestaciones o el establecimiento ajenos. El riesgo de asociación por parte de los consumidores respecto de la procedencia de la prestación
es suficiente para fundamentar la deslealtad de una práctica”.
20
En este sentido es reiterada la jurisprudencia, entre otras, la Sentencia del Tribunal Supremo de 28 de junio de 2007
(PROV 2007, 357360), la Sentencia de la Audiencia Provincial de Barcelona, Sección 15, de 3 de diciembre de 2003 (AC
2004, 423), la Sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid Sección 28, de 12 de junio de 2008 (AC 2008\1874).
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Según el criterio del Prof. OTERO LASTRES, de un análisis del artículo 11 LCD, se deduce que no sólo se menciona el término prestaciones, sino también las iniciativas
empresariales o profesionales ajenas21. Por lo tanto, según este autor no es cierto
que el texto normativo prevea esta delimitación entre signos distintivos y creaciones formales, sino ambos preceptos legales pueden aplicarse a la imitación de unos
y otros, siempre que se genere un riesgo de confusión. Esta tesis ha sido suscrita
también por la Audiencia Provincial de Asturias, que en su sentencia de 30 de junio
de 1993, calificó como acto de imitación desleal y de aprovechamiento indebido de
la reputación ajena, la utilización por parte de un empresario del logotipo oficial de
BMW, en su establecimiento. De este modo, aplicó el artículo 11 LCD para proteger
un signo bidimensional, consistente en un logotipo22. No obstante, debemos afirmar que el criterio jurisprudencial imperante, a pesar de que ambos artículos incluyen las prestaciones como objeto de imitación, es atribuirle significados diferentes.
A este respecto resulta altamente ilustrativa la Sentencia del Tribunal Supremo, de
4 de marzo de 2010, que sostuvo que “el artículo 6 de la Ley 3/1991, al mencionar
como objeto de la confusión del consumidor “la actividad, las prestaciones o el establecimiento ajenos”, se refiere a los medios de identificación o presentación de las
prestaciones o establecimiento de un agente económico en el mercado. Mientras el
artículo 11 lo hace a la imitación de las iniciativas empresariales y de las prestaciones
ajenas, entendidas éstas en el sentido de creaciones materiales23”.
Ahora bien, lo cierto es que el artículo 6 LCD es una norma prohibitiva que regula
como desleales los comportamientos que generan riesgo de confusión. Mientras
que el artículo 11 LCD es una norma declarativa que considera desleal la imitación
en determinados casos24. Por lo tanto, más que normas excluyentes entre sí, a mi
modo de ver, se trata de normas complementarias, toda vez que un acto de confusión suele ser consecuencia de un acto de imitación; es más: el acto de imitación
que genere un riesgo de confusión debe calificarse como desleal.
2.1 Consideraciones Previas
Antes de entrar en el estudio de las restricciones al principio de la libre imitabilidad,
debemos realizar dos consideraciones. En primer lugar, la LCD no determina la similitud que debe poseer la imitación en relación con prestación o iniciativa empresarial y/o profesional. Además, la doctrina no es unánime en este sentido. Por un lado,
algunos autores defienden la idea de que este precepto no está prohibiendo toda
imitación, sino sólo la imitación servil25. Por otro lado, otro sector de la doctrina
21
22
23
24
25
OTERO LASTRES, “Otras modalidades de publicidad desleal: la imitación, la publicidad confusionista y la protección de
las creación publicitarias”, BAACC (BD), n º 117, pp. 32 y ss..
SAP de la Audiencia Provincial de Asturias, de 30 de junio de 1993 (EDJ 1993/14874).
Ver la Sentencia del Tribunal Supremo de 4 de marzo de 2010, (EDJ 2010/14202). En el mismo sentido la Sentencia del
Tribunal Supremo de 11 de mayo 2004, (EDJ 2004/31355), la Sentencia del Tribunal Supremo de 7 de julio de 2006, (EDJ
2006/98675) y la Sentencia del Tribunal Supremo de 25 de junio de 2008 (EDJ 2008/166694).
ALONSO SOTO, “Actos de Confusión”, Propiedad Industrial y Competencia Desleal, Consejo General del Poder Judicial,
ANDEMA, Madrid, 1995, pp. 88 y ss..
OTERO LASTRES, “Aproximación a la figura de la imitación servil”, ADI 10 (1984-85), p. 66. LEMA DEVESA Y GÓMEZ MONTE-
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opina que la imitación que se prevé en el artículo 11 LCD es tanto la imitación servil
como cualquier otra imitación de menor intensidad.26 A pesar de las divergencias
entre estas tesis doctrinales, existe unanimidad al señalar que lo relevante no es la
imitación en sí, sino las circunstancias que rodean a la imitación desleal. Además de
la imitación, será necesario que la misma resulte idónea para generar asociación
por parte de los consumidores respecto a la prestación ajena o comporte un aprovechamiento indebido de la reputación o el esfuerzo ajeno.
En segundo lugar, debe fijarse qué se entiende por prestaciones e iniciativas
empresariales. El Prof. Fernández Novoa ha criticado los términos empleados en
este precepto de la LCD. Según este autor, las iniciativas empresariales no pueden
ser objeto de un derecho de exclusiva. De suerte que su inclusión en este artículo
no tiene sentido. Además, respecto a la utilización del término “prestaciones
empresariales”, el mencionado autor apostilla que hubiera sido preferible emplear
el término “creaciones empresariales”.27
La reforma aplicada al artículo 11 LCD en 2009, ha sido mínima, toda vez que el
legislador ha introducido la expresión complementaria a “iniciativas empresariales”, las “iniciativas profesionales” en los apartados 1 y 3 LCD. La razón de introducir
este concepto procede de la pretensión de la Directiva 2005/29/CE de incorporar las
relaciones entre particulares en el ámbito de la competencia desleal. Ahora bien,
esta modificación es irrelevante, toda vez que no tendrá ninguna transcendencia
en relación con los consumidores.
Hechas estas primeras consideraciones, debemos delimitar qué actos de imitación
constituyen verdaderas prácticas desleales contra la competencia.
2.2Principio de libre imitabilidad
El artículo 11 de la LCD consagra como regla general el principio básico de la libertad para imitar, aunque en el mismo se establecen ciertas limitaciones.
El principio de libre imitabilidad es una clara consecuencia del cambio establecido a través del modelo social de competencia. Se proclama el derecho a imitar
como una expresión del principio de libertad de empresa (consagrado en el artículo 38 de la CE); pieza clave de la economía de mercado en la que la imitación se
alza como elemento esencial del progreso social y como una exigencia del interés general.
26
27
RO, “Actos de competencia desleal por imitación y explotación de la reputación ajena”, AC, nº 1, 1996, p. 217-231; BOET, “Los
actos de la imitación servil en la Ley de Competencia Desleal”, RDM, 1994, p.567 LOBATO GARCÍA-MIJÁN, “¨Los actos de la
imitación en la Ley de Competencia Desleal, de 10 de Enero de 1991 en relación con el Ordenamiento Jurídico Comunitario.
Especial referencia a la relación entre los derechos de la propiedad industrial y la competencia desleal”, RDPr., 1992, p. 739.
CUESTA RUTE, “Supuestos de competencia desleal por confusión, imitación y aprovechamiento de la reputación ajena”, en
La regulación contra la Competencia Desleal en la Ley de 10 de Enero de 1991, A. BERCOVITIZ, (coord.), 1992, p. 42.
PORTELLANO DIEZ,La imitación en el Derecho de la Competencia Desleal, Civitas, Madrid, 1995, p.417.
FERNÁNDEZ NOVOA, “Reflexiones preliminares sobre la Ley de Competencia Desleal”, La Ley, núm. 2791, 1991, p. 1180 y
ss.. De la misma opinión son OTERO LASTRES, “La nueva Ley sobre Competencia Desleal”, ADI, 14, (1991-92), p.37-38.
LEMA DEVESA y GÓMEZ MONTERO, “Actos...”, AC, núm. 31, 1995, p. .
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De todos modos, el “derecho a imitar”, como cualquier otro derecho, no es absoluto, sino que se encuentra limitado tanto por el reconocimiento legal de los derechos de exclusiva, como por los límites que le imponen los apartados 2) y 3) del artículo 11 LCD. En este sentido, cabe citar la Sentencia del Tribunal Supremo de 22 de
noviembre de 2006, que sostuvo que “El principio de libre imitabilidad de las creaciones empresariales ajenas, que es un principio básico del sistema de libre competencia, tiene como una de sus excepciones o limitaciones en el art. 11.2 de la Ley de
Competencia Desleal cuando “resulte idónea para generar la asociación por parte de
los consumidores respecto a la prestación28“.
Para conocer el alcance del mencionado principio es necesario abordar sus excepciones, la primera de las cuales ya se encuentra prevista en el mismo apartado 1 del
artículo 11 LCD, al establecer lo siguiente:
“1. La imitación de prestaciones e iniciativas empresariales o profesionales ajenas
es libre, salvo que estén amparadas por un derecho de exclusiva reconocido por
la ley”.
Así el principio de libre imitabilidad quiebra ante un derecho de exclusiva; a saber:
patentes, certificados complementarios de protección de medicamentos y productos fitosanitarios, topografías de productos semiconductores, modelos de utilidad,
obtenciones vegetales, marcas, nombres comerciales, diseños y modelos industriales, nombres de dominio, denominaciones de origen, indicaciones geográficas,
derechos de autor y denominaciones sociales. Con este precepto se pretende evitar
que el Derecho de la Competencia Desleal sirva para suplir y/o complementar los
derechos de exclusiva, e impedir que se produzca una duplicidad normativa, derivada de la aplicación de la norma que rige el derecho de exclusiva correspondiente y
la LCD. De ahí que no se puedan acumular acciones por violación de un derecho de
propiedad industrial o intelectual y acciones de competencia desleal, aplicándose
la teoría de los círculos concéntricos que se recoge –entre otras- en la Sentencia de
la Audiencia Provincial de Valencia, de 11 de febrero de 2010, que establece lo
siguiente:
“Se alude así a la teoría de los círculos concéntricos (BERCOVITZ A. “La formación
del Derecho de la Competencia, ADI, 1975) para explicar gráficamente las relaciones que han de mediar entre los distintos ámbitos normativos (Propiedad industrial y Competencia desleal). De este modo, cuando un determinado acto tenga
por objeto o efecto la violación de un derecho de exclusiva protegido por las leyes
especiales que regulan la propiedad industrial e intelectual, serán éstas las normas que deben aplicarse, y no la normativa que sanciona la deslealtad en el comportamiento competitivo. Ésta solo será aplicable en la medida en que el bien
inmaterial no sea protegible por la legislación especial o que el acto concreto
exceda del ámbito de protección otorgado por aquella, por lo que la garantía de
la marca radica en que los productos o servicios designados por ella han sido
28
Para consultar la mencionada sentencia, ver EDJ 2006/319067.
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fabricados o prestados por una empresa que se hace responsable de su calidad. Su
esencia, es la función diferenciadora que identifica el producto o servicio de una
empresa y sus cualidades la constituyen los signos de representación gráfica susceptibles de cumplir aquella función y conforme a lo que establece el art. 34 de la
Ley, el registro de la marca concede a su titular el derecho exclusivo a utilizarla en
el tráfico económico. El -ius prohibendi- que se concede al titular permite impedir
que los terceros, sin su consentimiento, utilicen en el tráfico económico cualquier
signo que por ser idéntico o semejante a la marca y por ser idénticos o similares
los productos o servicios, implique un riesgo de confusión del público y el riesgo de
confusión incluye el riesgo de asociación entre el signo y la marca. Como señala la
Sentencia del Tribunal Supremo de 19 de junio de 2.003, este riesgo de confusión
se refleja igualmente en el art. 6 LM al establecer las prohibiciones para el registro de marcas y lo contempla la Ley 3/1.991, de 10 de enero, de Competencia
Desleal, que específicamente considera desleal el acto de confusión en su art. 6 y
así también en el art. 11, cuando pueda provocar riesgo de asociación. No obstante debemos añadir que en el sistema de marcas el riesgo de confusión posee
carácter normativo, mientras que en el ámbito de la competencia desleal su
carácter es esencialmente fáctico, es decir, ha de tratarse de una confusión efectiva”. En similares términos se ha pronunciado también esta misma Sala y así en la
Sentencia de fecha 23 de enero de 2007 (Pte. Sra. Andrés. R.A 770/2006) se desestimaba la demanda de competencia desleal formulada por hallarse protegida la
actuación del demandado por la titularidad de determinadas marcas.”29
No obstante, la Sentencia del Tribunal Supremo, de 22 de noviembre de 2008, estimó que la imitación de un bolígrafo BIC, tenía como consecuencia la infracción de
dos normas, por una parte, la infracción de la Ley de Marcas, toda vez que el bolígrafo estaba registrado como una marca tridimensional, pero también generaba
un riesgo de asociación, previsto en el artículo 6 LCD30. Desde luego, esta tesis no
resulta mayoritariamente aplicada por la jurisprudencia.
Las siguientes excepciones al principio de libre imitabilidad se recogen en los apartados 2 y 3 del artículo 11 LCD, que analizamos a continuación.
2.3Excepción al principio de libre imitabilidad que comporta
riesgo de asociación
Tal y como hemos anticipado, la imitación no puede considerarse desleal automáticamente. Es necesario que el acto de imitar cumpla ciertos requisitos. En el caso
de que no exista un derecho de exclusiva, que proteja la prestación o iniciativa
empresarial, la imitación de la misma podría ser calificada como desleal si se genera un riesgo de asociación o un aprovechamiento indebido de la reputación o del
esfuerzo ajeno. Sin lugar a dudas, para que se califique como desleal la imitación
que genera un riesgo de asociación se deben cumplir varios requisitos:
29
30
Ver Sentencia de la Audiencia Provincial de Valencia, de 11 de febrero de 2010 (EDJ 2010/110998).
Ver Sentencia del Tribunal Supremo, de 22 de noviembre de 2008, (EDJ 2008/239988).
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1. Que se imite una característica sustancial o principal de un producto y/o
servicio.
2. Que se imite una creación material.
3. Que origine un riesgo de asociación.
En este sentido, es altamente ilustrativa la Sentencia del Tribunal Supremo, de 17 de
julio de 2007 (EDJ 2007/104522), que sostuvo:
El primer requisito positivo es la existencia de una imitación, la cual consiste en
la copia de un elemento o aspecto esencial, no accidental o accesorio, incidiendo
sobre lo que se denomina “singularidad competitiva” o “peculiaridad concurrencial”, que puede identificarse por un componente o por varios elementos.
El segundo requisito hace referencia al objeto de protección, que plantea la diferencia de la figura típica del art. 11.2 de las de los arts. 6º y 12.
Domina en la materia el criterio de que estos dos últimos preceptos se refieren a
los signos distintivos, y por lo tanto a las creaciones formales, en tanto el 11 lo hace
a las prestaciones, a las creaciones materiales. En el art. 6º se ubica la presentación del producto, en tanto en el 11 la creación del producto, extendiéndose a las
creaciones técnicas, artísticas, estéticas y ornamentales. En tal sentido, con unos
u otros matices, la doctrina científica y Sentencias de 11 y 17 de mayo de 2.004, 7
de julio y 24 de noviembre de 2.006, 30 de mayo y 12 de junio de 2.007. El tercer
requisito de índole positiva consiste en la exigencia de “idoneidad para generar
la asociación por parte de los consumidores respecto a la prestación” o “comportar un aprovechamiento indebido de la reputación o el esfuerzo ajeno”. Estas
situaciones no tienen carácter cumulativo, sino alternativo, debiendo entenderse
el riesgo de asociación en un sentido amplio, comprensivo no sólo del riesgo de
confusión indirecta en sus dos posibilidades de confusión de procedencia empresarial o de existencia de relaciones económicas u orgánicas entre los empresarios,
sino también de la confusión inmediata o directa que incide sobre la confundibilidad de productos, que no se identifican como distintos31”.
Para entender en toda su plenitud este apartado del artículo 11.2 LCD, debemos examinar el alcance de riesgo de asociación y de aprovechamiento de reputación
ajena, teniendo en cuenta que estos requisitos no son acumulativos, sino alternativos. Por lo tanto, la concurrencia de uno de ellos es suficiente para calificar la deslealtad del acto.
Al examinar la problemática del riesgo de asociación en la LCD es necesario señalar que un sector de la doctrina ha criticado la mención del riesgo de asociación en
el artículo 11.2 LCD, argumentando que hubiera sido preferible utilizar sólo el concepto de riesgo de confusión32. Ahora bien, la doctrina mayoritaria señala que el
riesgo de asociación que contempla el artículo 11 LCD incluye todos los riesgos de
31
32
Ver Sentencia del Tribunal Supremo, de 17 de julio de 2007, EDJ 2007/104522.
CUESTA RUTE, “Supuestos de competencia desleal...” en A. BERCOVITZ, (coord.), p. 42. LOBATO GARCÍA-MIJÁN, “Los
actos de imitación...”, RDPr., 1992, p. 743 y 744.
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confusión, toda vez que la Ley de Competencia Desleal protege primordialmente el
equilibrio de los intereses del mercado. Por este motivo, si se persigue el riesgo de
asociación, resulta obvio que se sancionará igualmente el riesgo de confusión, que
afecta de manera más directa al interés de los consumidores y al interés general del
funcionamiento del mercado.
En este sentido, se afirma que dentro del riesgo de confusión se incluye, el riesgo de
confusión directo, es decir, cuando el público de los consumidores al identificar los
productos les atribuye erróneamente idéntico origen empresarial. Y también se
incluye el riesgo de confusión indirecto, que se produce cuando los consumidores,
a pesar de ser conscientes de que los productos tienen una procedencia empresarial diferente, estiman que entre las empresas oferentes de los mismos, alguna
relación económica o jurídica.33 Así, cabe citar la mencionada Sentencia del Tribunal
Supremo, de 17 de julio de 2007 (EDJ 2007/104522), que manifestó lo siguiente:
“debiendo entenderse el riesgo de asociación en un sentido amplio, comprensivo
no sólo del riesgo de confusión indirecta en sus dos posibilidades de confusión de
procedencia empresarial o de existencia de relaciones económicas u orgánicas
entre los empresarios, sino también de la confusión inmediata o directa que incide sobre la confundibilidad de productos, que no se identifican como distintos”.
De este modo, cabe citar la jurisprudencia comunitaria como la sentencia de 22 de
junio de 1.999 - C-342/97, Lloyd Schuhfabrik Meyer & Co. GmbH c. Klijsen Andel BV,
17 (EDJ 1999/26400) que señala que, a los efectos del artículo 5, apartado 1, letra b),
de la Directiva 89/104/CEE, el riesgo de confusión consiste en el riesgo de que el
público pueda creer que los correspondientes productos o servicios proceden de la
misma empresa o, en su caso, de empresas vinculadas económicamente; y que el
riesgo de asociación no es una alternativa al de confusión, sino que sirve para precisar su alcance.
El Prof. Cuesta Rute manifestó la existencia de un riesgo de confusión aún en el
caso de que el imitador adose al producto sus marcas o signos34, siempre que la
forma del producto sea relacionado por los consumidores con un determinado origen empresarial. Esto es: que atribuyan idéntica procedencia a productos con formas similares. En este sentido, resulta ilustrativa la sentencia del Tribunal Supremo
de 7 de junio de 2009, (EDJ 2009/150918), que sostuvo:
33
34
OTERO LASTRES, “Aproximación a...”, ADI 10, (1984-85), p. 71 y ss.. LEMA DEVESA Y GÓMEZ MONTERO, “Actos...”, AC, núm.
31, 1995, p. . El riesgo de confusión indirecto ha sido reconocido igualmente por nuestros Tribunales. La Audiencia
Provincial de Madrid, en sentencia de 26 de Febrero de 1993, sostuvo que el uso de la denominación social “BAYER COSMETIC, SA” podía generar, respecto a la empresa “BAYER AG Y QUÍMICA FARMACEUTICA BAYER, SA”, riesgo de asociación, puesto que se podría pensar que se trataba de sociedades filiales. En la misma línea, BOET, “Los actos de imitación servil...”, RGD, 1994, p.526. Esta autora afirma que existe riesgo de asociación cuando se utilizan los mismos o
semejantes elementos dotados de capacidad distintiva (signos distintivos y otros) para productos afines, entendiendo por “capacidad distintiva” no sólo la que indica al público el origen empresarial, sino que el signo distintivo sea además notorio o renombrado.
CUESTA RUTE, “Supuestos de competencia desleal...”, A. BERCOVITZ, (coord.), p. 43.
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“El tema incide más en la ponderación del riesgo de asociación ex art. 11.2 LCD
que en la imitación ex art. 11.1 LCD pero, fuere como fuere, lo cierto es que la
estampación en el exprimidor del signo denominativo, como explica la resolución recurrida, no permite la diferenciación fácilmente visible. Y es que,
como ya se dijo, la distinta denominación no empece a que se pueda aplicar
el ilícito de imitación dado que los productos deben compararse en su conjunto (SS., entre otras, 22 de noviembre de 2006; 30 de mayo, 12 de junio y 17 de
julio de 2007) y no atendiendo a elementos aislados, de ahí que sea acertada
la alusión en las sentencias de instancia al “impacto visual” de los productos
en conflicto, y sin que quepa confundir la forma de presentación como creación con la similitud de la forma de presentación del producto -creación
material- imitado.
…
En el caso, no resulta de aplicación el principio de libre imitabilidad porque claramente se aprecia en la resolución recurrida que hay un riesgo de asociación por
parte de los consumidores respecto de los productos en conflicto, es decir, la imitación es idónea para producir una asociación entre la prestación imitadora y la
prestación original, constituyendo la asociación “la errónea creencia del destinatario a la vista de las características del producto que proceden de la misma fuente empresarial o de distinta fuente pero existiendo vinculaciones jurídicas o económicas entre una y otra que expliquen la semejanza” (S. 11 de marzo de 2004), y
aprovechamiento indebido de la reputación”.
Por lo tanto, el riesgo de asociación que se establece en artículo 11.2 LCD se refiere
tanto al riesgo de confusión directo, como al riesgo de confusión indirecto. El problema se suscita a la hora de determinar tal riesgo de asociación, habida cuenta
que la LCD no obliga a probar que el mismo se haya realizado de modo efectivo,
salvo que se reclame indemnización por daños y perjuicios.
La LCD no exige que se produzca – efectivamente - la confusión para que exista el
acto desleal, sino que basta la posibilidad o riesgo de que se produzca esa confusión35. Por lo tanto, habrá que establecer una serie de pautas que permitan determinar cuando la confusión es jurídicamente relevante.
Un sector de la doctrina sostiene que es necesario –para que exista riesgo de confusión- que los elementos imitados de la prestación posean fuerza distintiva, es
decir, que la prestación imitada tenga “singularidad competitiva”36.
35
36
CUESTA RUTE, “Supuestos de competencia desleal...”, en A. BERCOVTZ, (coord.), p. 39. MONTEAGUDO, “Riesgo de confusión en el Derecho de Marcas y en el Derecho de la Competencia Desleal”, ADI, 15, 1993, p. 97 y ss.. PORTELLANO DIEZ,
La imitación..., p. 274 y ss..
MONTEAGUDO, “La imitación de creaciones técnicas y estéticas [Comentario a la sentencia de la Audiencia Provincial
de Barcelona (Sección 15ª), de 5 de julio de 1993] RGD, 1994, p. 3976. Bajo la expresión “singularidad competitiva” se
pretende justificar la lealtad de la imitación de una forma técnica o estéticamente necesaria, cuando la misma ha
caducado o cuando siendo objeto de protección –a través de un derecho de exclusiva- no se ha registrado. Pues bien,
cuando el derecho de exclusiva ha caducado la Ley 11/1986, de 20 de Marzo, de Patentes establece que esa forma cae
en el dominio público y, por lo tanto, es utilizable por cualquier competidor. Conviene señalar que si un determinado
empresario utiliza una forma de un modo exclusivo durante 20 años (si se trata de una patente) o 10 años (diseño
industrial) es inevitable que la misma se asocie con una determinada procedencia empresarial.
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Si bien es cierto que una creación material protegida por un derecho de exclusiva,
una vez prescrito su período de explotación, sigue cumpliendo con una función distintiva, ésta no puede ser protegida de forma ilimitada en el tiempo, a través de la
LCD. De este modo, se crearían monopolios en exclusiva, ilimitados en el tiempo,
sobre formas que aportan ventajas técnicas y estéticas a los productos, que constituirían un abuso de derecho37.
Hecha esta aclaración sobre la “singularidad competitiva”, debemos continuar con
el análisis de los requisitos para determinar el riesgo de confusión, aplicables al
riesgo de asociación del artículo 11.2 LCD.
Pues bien el criterio decisivo para la apreciación del riesgo de confusión, es la opinión del consumidor medio38, del círculo al que se dirige el producto y/o servicio. En
este sentido, se ha manifestado la Sentencia del Tribunal Supremo de 12 de junio de
2007 (EDJ 2007/70137), que declaró:
“es suficiente que se cree el riesgo y la probabilidad fundada del error en el consumidor acerca de que los productos proceden del empresario genuino (regla “a
minori ad maius”), y para apreciar el riesgo, se habrá de tomar en cuenta, en el
aspecto subjetivo, el tipo de consumidor medio, el que normalmente no se detiene en una minuciosa comparación o comprobación o no se para en los pequeños
detalles, y, en el aspecto objetivo, la impresión visual del conjunto que revele la
identidad o semejanza, en cuyo aspecto debe prevalecer el juicio de la instancia
siempre que la base fáctica no resulte desvirtuada mediante la apreciación de
error en la valoración probatoria y el juicio jurídico, sobre la aplicación del concepto jurídico indeterminado a los hechos fijados, resulte razonable y coherente”..
La opinión del consumidor medio se recoge como un criterio no sólo jurisprudencial, sino legal, a través de la nueva redacción del artículo 4 LCD, a los efectos de
determinar el concepto de acto objetivamente contrario a las exigencias la buena
fe. Para calificar un acto como desleal, por contrario a las exigencias de la buena fe,
se tomará en consideración la capacidad para distorsionar el comportamiento económico del consumidor medio de una forma significativa.
Otro criterio esencial para determinar el riesgo de confusión sería la forma en la que
se debe analizar el producto supuestamente “copia”. Este análisis debería ser el examen en conjunto del producto. La regla de la visión de conjunto debe entenderse en
el sentido de que el consumidor se guía por la impresión general. Así, los jueces, a la
37
38
PATIÑO ALVES, “La imitación de los envases y de las formas tridimensionales (Comentario a la Sentencia del Tribunal
Supremo, de 5 de junio de 1997), RDM, n º 645, 1998, pp. 7677-7701.
El criterio del consumidor medio es un concepto con gran arraigo en la jurisprudencia comunitaria. Recientemente ver.
Sentencia del Tribunal de Justicia, de 14 de Septiembre de 2010, que sostuvo: “La recurrente sostiene que el concepto de
«características esenciales» es sinónimo de «elementos dominantes y distintivos» y que la identificación de tales características debe realizarse desde el punto de vista del público pertinente, a saber, del consumidor medio, normalmente informado y razonablemente atento y perspicaz”. Para consultar la sentencia, vid. http://curia.europa.eu/jurisp/cgibin/form.pl?lang=es&newform=newform&alljur=alljur&jurcdj=jurcdj&jurtpi=jurtpi&jurtfp=jurtfp&docj=docj&docn
oj=docnoj&typeord=ALL&numaff=&ddatefs=&mdatefs=&ydatefs=&ddatefe=&mdatefe=&ydatefe=&nomusuel=&d
omaine=&mots=consumidor+medio&resmax=100&Submit=Buscar (página visitada el 18/11/2010).
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hora de elaborar su decisión deberán basarse más en las coincidencias que en las
diferencias de los productos. La razón es obvia, el consumidor, al estar expuesto diariamente a la contemplación de multitud de marcas, sólo conservará en su memoria
una imagen global del producto39. En este sentido, es relevante, entre otras, la
Sentencia del Tribunal Supremo, de 22 de noviembre de 2008, que dispuso:
“A la misma conclusión se llega si utilizamos el segundo criterio de esta Sala relativo a la necesidad de apreciar el conjunto de los elementos que componen el
signo, puesto que aplicándolo, se llega a la conclusión a que ya había llegado el
Juez de 1ª Instancia, que entendió que se trataba de una marca tridimensional
semejante a la que tiene registrada la ahora recurrente y que produce confusión
entre los consumidores”40.
El Prof. Fernández Novoa señala que otro factor determinante es el grado de atención por parte del consumidor en relación con el producto sería el precio. Si el precio del producto es alto, cabe esperar que el consumidor prestará mayor atención
al mismo; y, por ende, el riesgo de confusión disminuirá. Por el contrario, si el precio del producto es menor aumentará la posibilidad de riesgo de confusión en el
consumidor41.
Finalmente, a través de una elaborada recopilación jurisprudencial, el Prof.
Fernández Novoa demuestra que, a la hora de determinar el riesgo de confusión,
también influye el hecho de que los productos se comercialicen a través de idénticos canales de distribución y venta al público42.
Ahora bien, el riesgo de asociación previsto en el apartado 2 del artículo 11, que
incluye el riesgo de confusión, se somete a la existencia de la cláusula de inevitabilidad, contemplada en el artículo 11.2 in fine.
2.4 La circunstancia de la inevitabilidad
El artículo 11.2 LCD in fine se mantiene fiel al principio de libre imitabilidad. De este
modo, la imitación es libre, si resulta inevitable imitar la creación material43.
El principal problema en relación con la cláusula de inevitabilidad será el conflicto
de valoración que plantea esta circunstancia. Tan sólo sería leal imitar una forma
técnica o estéticamente necesaria, que no estuviese protegida bajo un derecho de
39
40
41
42
43
FERNÁNDEZ NOVOA, Fundamentos..., p. 216 y ss..
Para consultar la Sentencia del Tribunal Supremo de 22 de noviembre de 2008, ver EDJ 2008/239988. En el mismo sentido la Sentencia del Tribunal Supremo, de 7 de julio de 2009, que sostuvo que “los productos deben compararse en su
conjunto (SS.., entre otras, 22 de noviembre de 2006; 30 de mayo, 12 de junio y 17 de julio de 2007) y no atendiendo a elementos aislados, de ahí que sea acertada la alusión en las sentencias de instancia al “impacto visual” de los productos
en conflicto, y sin que quepa confundir la forma de presentación como creación con la similitud de la forma de presentación del producto -creación material- imitado”. Vid. (EDJ 2009/150918).
FERNÁNDEZ NOVOA, Fundamentos..., p. 263 y ss..
FERNÁNDEZ NOVOA, Fundamentos..., p.247 y ss.. MONTEAGUDO, “El riesgo de confusión...”, ADI 15, (1993), p. 97 y ss..
CUESTA RUTE, “Supuestos de competencia desleal...”, A.BERCOVITZ, (coord.), p. 45.
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exclusiva. Por lo tanto, será fundamental saber si en la forma prevalece el carácter
innovador, tanto técnico como estético. Ahora bien, incluso en esta situación, el imitador estaría obligado a diferenciar sus productos y/o servicios. De esta manera, se
requiere articular un mecanismo que permita conservar la diferenciación, pero sin
proteger la forma ni directa, ni indirectamente. Este mecanismo no consiste en prohibir la imitación, sino en condicionar su licitud.44 Si en la creación material no prevalece su carácter técnico o estético, su imitación será desleal. En estos casos, la LCD
opta por proteger la diferenciación frente a la innovación, teniendo en cuenta que
no peligra el sistema competitivo.
Para determinar la licitud de la circunstancia de la inevitabilidad es necesario fijar
el carácter innovador, tanto técnico como estético de las creaciones materiales. El
carácter innovador debe establecerse en atención a lo dispuesto en la Ley de
Marcas, que establece una serie de prohibiciones absolutas, donde se prohíbe que
ciertas formas tridimensionales puedan llegar a ser marca en beneficio del interés
general. Por lo tanto, el campo de la marca tridimensional está delimitado fundamentalmente, por un lado, por las configuraciones técnicamente necesarias, y, por
otro, por las configuraciones estéticas. En este sentido, la cláusula de inevitabilidad
del artículo 11.2 LCD ha de ser interpretada de acuerdo con los criterios establecidos
en el artículo 5.1 e) LM, cuyo objeto no es otro que excluir de la tutela monopolística aquellas formas que se consideran convenientes y adecuadas para un buen funcionamiento del sistema competitivo.
El párrafo segundo del artículo 11 LCD dispone que la imitación de las formas de los
productos, aún cuando genere riesgo de confusión, no será desleal en aquellos
casos en que el riesgo sea inevitable y, podemos afirmar que será inevitable la imitación de una forma cuando la misma aporte alguna innovación tanto técnica
como estética a la forma tridimensional, entendiendo por tal los envoltorios, envases, formas de productos o su presentación, siempre y cuando tal innovación no
esté protegida por un derecho de exclusiva. En los casos en que las formas de los
productos cumplen una función innovadora, la LCD no puede conceder monopolios
ilimitados en el tiempo a través de su artículo 11. Cuando la forma de un producto
cumple una función técnica o estéticamente necesaria y la misma no está registrada, la imitación será leal aunque exista un riesgo de confusión, porque es inevitable para que se produzca la innovación y el progreso social. La delimitación de estas
formas viene establecida por el artículo 5.1 e) LM, a tenor del cual no podrán registrarse como marcas:
“Los constituidos exclusivamente por la forma impuesta por la naturaleza del propio producto o por la forma del producto necesario para obtener un resultado técnico, o por la forma que da un valor sustancial al producto”.
Para determinar cuando es inevitable imitar es necesario analizar las creaciones
materiales, para conocer cuando éstas son técnicamente necesarias, estéticamen44
PORTELLANO DIEZ, La imitación..., p. 434.
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te necesarias o cuando su forma aporta un valor sustancial al producto45. En efecto,
si una forma se califica como técnicamente necesaria, estéticamente necesaria o
intrínseca a la naturaleza de su propio producto, resulta inevitable imitar; y por lo
tanto, su imitación sería leal. Así, la Sentencia del Tribunal Supremo, de 25 de febrero de 2009 (RJ 2009/1512), sostuvo que era lícita la imitación de unos catálogos,
toda vez que en el sector era habitual presentarlos con determinados productos. El
Alto Tribunal manifestó lo siguiente:
“La falta de ese derecho de exclusiva determina en principio, con arreglo al apdo.
1 del art. 11 de la Ley de Competencia Desleal , que la imitación de los productos
sea libre, y aunque el apdo. 2 del mismo artículo introduzca dos excepciones a esa
libertad considerando desleal la imitación cuando resulte idónea para generar
asociación por parte de los consumidores o comporte un aprovechamiento indebido de la reputación o el esfuerzo ajeno, vuelve a considerar lícita la imitación,
pese a darse cualquiera de ambas circunstancias, si los riesgos de asociación o
aprovechamiento son inevitables ( SSTS 13-5-02 ( RJ 2002, 5594) en rec.
3473/96, 30-5-07 ( RJ 2007, 3607) en rec. 2037/00 y 17-7-97 SIC ( RJ 2007, 5140) en
rec. 3426/00 ).
Esto último enlaza con la segunda razón ya anunciada para desestimar el motivo, pues todas sus alegaciones sobre la prueba pericial, que en realidad encubren
el intento de que esta Sala la valore de nuevo extralimitándose de sus funciones
como tribunal de casación, no pueden superar datos tan incontrovertibles como
que, al margen de que algunas piezas fabricadas por CREAR- PLAST fueran iguales que otras fabricadas por RIUVERT y JIMTEN, el catálogo de CREAR-PLAST comprendía más de doscientas piezas, de las que únicamente diecisiete se denunciaban como imitadas, y que en todos los catálogos de las empresas del sector, tanto
nacionales como extranjeras, se advertía una gran similitud entre los respectivos
productos. Si a todo ello se une que, según los hechos probados, no hubo duplicación de moldes para la fabricación y que la procedencia de los productos de
CREAR-PLAST aparecía suficientemente indicada, descartándose así cualquier
intento de confusión con los productos iguales de otros competidores, la conclusión no puede ser otra que la falta de tipicidad de las imitaciones como conducta
desleal con arreglo al art. 11 de la Ley de Competencia Desleal ( RCL 1991, 71) , y
desde luego también con arreglo a sus arts. 5 y 6 , pues lo cierto es que CREAR
PLAST puso en el mercado unos productos incluidos en el dominio común o estado de la técnica, como por demás ha podido comprobar esta Sala mediante examen directo de las piezas conflictivas, y concurrió en el mercado con todas las
demás empresas del sector que fabricaban productos similares de un modo que,
sólo por el hecho de ser algunas piezas iguales a otras de RIUVERT y JIMTEN, no
merece ser calificado de desleal sino, en realidad, de beneficioso para el mercado
al aumentar las opciones del consumidor por los productos de uno u otro fabricante en función de su relación calidad- precio46”.
45
46
PATIÑO ALVES, “La imitación de los envases…”, pp. 7682 y ss..
Para consultar la mencionada sentencia de 25 de febrero de 2009, vid RJ 2009/1512.
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A la vista de lo expuesto, debemos comentar la Sentencia del Tribunal Supremo, de
21 de junio de 2006, (EDJ 2006/98696), en la que se aplicó la cláusula de inevitabilidad a una creación formal o signo distintivo. No obstante, consideramos que la
citada cláusula debe aplicarse a las creaciones materiales. Así, en la citada sentencia, el Alto Tribunal manifestó lo siguiente:
“En el 2º motivo, y partiendo de la denuncia, por supuesta infracción, de la norma
contenida en el 2º apartado del art. 11-2 LCD , se plantea la “inevitabilidad” de la
confusión, por partir, las dos partes, de la utilización de unos mismos apellidos
(“LÓPEZ NEGRE”), que les son propios, y que entiende la recurrente que deben y
pueden utilizar, y que los emplean inevitablemente para el ejercicio respectivo de
una misma actividad negocial que comparten (se repartieron los activos y pasivos
del mismo negocio, por mitades, tras la transmisión de la mitad de participaciones sociales de un socio al otro -representaban cada uno el 50% del activo social, de acuerdo con los documentos privados sobre la “marcha” de un socio, tras ese
reparto)47”.
Como anunciábamos al comienzo de esta ponencia, no analizaremos el apartado 3)
del artículo 11 LCD, puesto que el engaño no es una causa, ni una consecuencia para
que se origine la imitación desleal que obstaculiza el asentamiento de un tercero
en el mercado.
3. Novedades impuestas por la Ley 29/2009 en relación con los
actos de comparación e imitación
Para finalizar, queremos realizar un comentario en relación con las novedades
introducidas con la Ley 29/2009, de 30 de diciembre, por la que se modifica el régimen legal de la competencia desleal y de la publicidad para la mejora de la protección de los consumidores y usuarios, en relación con las modificaciones que se introducen en la LCD sobre las prácticas comerciales desleales con los consumidores,
previstas en el capítulo III de la mencionada Ley y relacionadas con los actos de
comparación e imitación.
A este respecto, el artículo 19 LCD establece que serán prácticas desleales con los
consumidores, las prácticas desleales de carácter general, previstas en los artículos
4, 5, 7 y 8. Por lo tanto, quedarían excluidas las prácticas desleales previstas en los
artículos 6, 10 y 11 LCD. Atendiendo a la lectura de este precepto, las prácticas desleales con carácter general recogidas en estos apartados, es decir: los actos de confusión, los actos de imitación desleales y los actos de comparación desleales, no serán
prácticas comerciales desleales con los consumidores. Sería necesario acudir a los
preceptos comprendidos entre el artículo 21 y 31, (ambos incluidos), para conocer si
existe una regulación específica sobre estos actos desleales con los consumidores,
toda vez que el propio artículo 19 LCD prevé que las prácticas comerciales regula47
Para consultar esta sentencia, ver EDJ 2006/98696.
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das en los artículo 21 a 31, ambos inclusive, son en todo caso y en cualquier circunstancia, prácticas desleales con consumidores.
No obstante, y antes de examinar los mencionados artículos, es necesario analizar
el artículo 20 LCD, integrado en el capítulo III de la mencionada Ley, que manifiesta
lo siguiente:
“En las relaciones con consumidores y usuarios, se reputan desleales aquéllas
prácticas comerciales, incluida la publicidad comparativa, que, en su contexto fáctico y teniendo en cuenta todas sus características y circunstancias, creen confusión, incluido el riesgo de asociación, con cualesquiera bienes o servicios, marcas
registradas, nombres comerciales u otras marcas distintivas de un competidor,
siempre que sean susceptibles de afectar al comportamiento económico de los
consumidores y usuarios”.
Las modificaciones introducidas por la Ley 29/2009, incurren en algunas incongruencias que pasamos a señalar:
1. Es obvio que el artículo 19 LCD se ha olvidado de incluir dentro de la lista de artículos mencionados, el artículo 20 LCD, toda vez que es una práctica que se incluye en
el capítulo III, pero ni se incluye en el apartado 1), ni en el 2) del artículo 19 LCD.
2. El artículo 20 LCD, bajo el epígrafe Prácticas engañosas por confusión para los consumidores, califica como desleales todas las prácticas, incluida la publicidad comparativa, que, atendiendo al contexto, características y circunstancias, originan riesgo
de confusión, incluyendo dentro de éste, el riesgo de asociación, con cualquier bien
o servicio, marcas registradas, nombres comerciales u otras marcas distintivas de
un competidor, siempre que sean susceptibles de afectar al comportamiento económico de los consumidores y usuarios.
El presente artículo 20 LCD tan sólo aporta desconcierto a la regulación contemplada en la nueva normativa, por las siguientes razones:
• Los artículos 6, 10 y 11 LCD, que regulan los actos desleales en general, deberían aplicarse a los actos que originan confusión, asociación desleal y a los actos de comparación desleal, originados entre empresarios y/o profesionales y los originados
entre los empresarios y/o profesionales y los consumidores. Para determinar la deslealtad de la práctica, el artículo 6 establece que el riesgo de asociación por parte
de los consumidores es suficiente para fundamentar la deslealtad de la práctica. No
obstante, el artículo 20 LCD exige que sea susceptible de afectar al comportamiento económico de los consumidores y usuarios. ¿Qué quiere decir? Significa que para
calificar una práctica engañosa por confusión, en el caso de que se tratase de un
riesgo de asociación, aparte de los requisitos contemplados en el artículo 11, también se deberá exigir que se acredite la capacidad de afectar al comportamiento
económico de los consumidores. ¿No se trata de proteger con mayor intensidad los
intereses de los consumidores?.
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• El epígrafe del artículo 20 LCD recoge como práctica engañosa, todas las que originen riesgo de confusión y asociación en relación con las creaciones formales y
materiales, incluida la publicidad comparativa. Pues bien, si los artículos 5, 7 y 8 LCD
establecen las prácticas desleales engañosas y agresivas, ¿por qué se amplía el
catálogo de prácticas engañosas a las que originan un riesgo de confusión y/o asociación? Como hemos explicado al comienzo de esta exposición, debemos calificar
las diferentes modalidades desleales con precisión. ¿Qué pretende el artículo 20,
ampliar lo dispuesto en los artículos 5 y 7, en relación con las prácticas engañosas?
• El artículo 20 LCD no aporta ninguna novedad que previamente no se haya contemplado en los artículos 6, 10 y 11 LCD, toda vez que la aplicación de éstos proporciona una mayor protección a los consumidores, al no ser necesario acreditar la
afectación del comportamiento económico de los mismos, sino simplemente se
trata de una acción de riesgo o peligro, la cual tan sólo se debe demostrar objetivamente. Es más, atendiendo al criterio previsto en los apartados a), b), c), d) y e) del
artículo 4.1 LCD, no resultaría obvio que siempre que se demuestre la existencia de
un riesgo de confusión y/o asociación, éste sea suficiente para acreditar que el
mismo puede afectar al comportamiento económico de un consumidor.
• El artículo 20 LCD prevé como práctica engañosa contra los consumidores la publicidad comparativa que induce a confusión y/o asociación, siempre que se acredite
que puede afectar al comportamiento económico de un consumidor. Pues bien,
¿sólo es publicidad comparativa ilícita contra los consumidores aquella que genera
confusión y/o asociación? ¿Qué ocurriría en el caso de que la publicidad comparativa no generase confusión y/o asociación, pero incumpliese los demás requisitos
recogidos en el artículo 10 LCD? ¿Seguiría siendo una publicidad comparativa contra los consumidores?
Ahora bien, si el artículo 20 LCD es absolutamente improcedente, puesto que si no
existiese se seguirían persiguiendo los actos de confusión, los actos de imitación
desleal y los actos de comparación desleal, peor se justifica la existencia del artículo 25 LCD. Este precepto legal, bajo el epígrafe Prácticas engañosas por confusión,
dispone lo siguiente:
“Se reputa desleal por engañoso promocionar un bien o servicio similar al comercializado por un determinado empresario o profesional para inducir de manera
deliberada al consumidor o usuario a creer que el bien o servicio procede de este
empresario o profesional, no siendo cierto”.
De un análisis de este artículo nos vemos nuevamente obligados a realizar las
siguientes consideraciones:
1. En primer lugar, debemos recordar que este precepto está encuadrado en el capítulo III de la Ley 3/1991, que preside el artículo 19 LCD, el cual dispone que las prácticas comerciales reguladas en los artículo 21 a 31, entre los que se encuentra el artíCEACCU / ESTUDIOS Y DOCUMENTACIÓN
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culo 25, son en todo caso y en cualquier circunstancia, prácticas comerciales desleales con los consumidores. Pues bien, si es una práctica comercial en todo caso, ¿por
qué se exige la inducción a la confusión de manera deliberada? Acreditar que un
comportamiento se produce deliberadamente incluye demostrar intencionalidad,
es decir, exige dolo. Pues nuevamente consideramos que el artículo 25 no sólo se
contradice con lo dispuesto en el artículo 19 LCD, sino también con el propio espíritu de la LCD.
2. En nuestra opinión, tanto el título del epígrafe del artículo Prácticas engañosas por
confusión, como la definición prevista en el precepto son imprecisas en relación a
los actos de engaño previstos en los artículos 5 y 7 LCD. En efecto, sería más acertado calificar como desleal por confusionista el comportamiento realizado por un
empresario, que induzca a error o engaño sobre el origen empresarial de sus productos con otros procedentes de empresas líderes en el sector.
3. Este precepto no aporta resulta novedoso en relación con la regulación de los actos
de confusión y/o asociación, recogidos en el artículo11 LCD. De hecho, este artículo
11 LCD, tal y como hemos comprobado, regula el riesgo de confusión y asociación
sobre creaciones materiales. Es más, el artículo 25 LCD –contradictoriamente- exige
una prueba más contundente, relativa a la intención de generar un riesgo de confusión que el artículo 11 LCD, cuando -en realidad- está en contradicción con el espíritu de la Ley, que persigue comportamientos objetivamente ilícitos. Por lo tanto, no
sería necesario demostrar la intencionalidad de la acción.
Finalmente, consideramos que tanto el artículo 20 LCD, como el artículo 25 LCD responden a una defectuosa transposición de la DCPD. El Anexo I de la mencionada
Directiva, en el cual se recoge el Catálogo o Lista Negra de prácticas engañosas contra los consumidores, no incluye ni las prácticas engañosas por confusión para los
consumidores (art. 20 LCD), ni las prácticas engañosas por confusión (art. 25 LCD),
ambas incluidas en el capítulo III de la Ley de Competencia Desleal, que incluye además la Lista Negra, prevista en el Anexo I DCPD. Para una trasposición correcta de
la Directiva Comunitaria al Derecho Español no serían necesarios los artículo 20 y
25 LCD, cuya regulación se contempla –con total protección para los intereses de los
consumidores- en los artículos 6, 10 y 11 LCD, que regulan los actos de competencia
desleal en general, incluyendo, a mi modo de ver, no sólo los actos de competencia
desleal entre empresarios, sino también entre empresarios y consumidores.
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3. Otras prácticas engañosas. La “lista negra” de
prácticas comerciales engañosas con
consumidores
Manuel Jesús Marín López
Catedrático de Derecho Civil
Centro de Estudios de Consumo
Universidad de Castilla-La Mancha
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3. Otras prácticas engañosas. La “lista negra” de
prácticas comerciales engañosas con consumidores
1. Introducción
La Ley 29/2009, de 30 de diciembre, que incorpora al derecho español la Directiva
2005/29/CE, relativa a las prácticas comerciales desleales de las empresas en sus
relaciones con los consumidores, modifica sustancialmente la normativa española
sobre competencia desleal. Aunque la Ley 29/2009 afecta a otros textos legales
(Ley de Ordenación del Comercio Minorista, Texto Refundido que aprueba la Ley
General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios –en adelante, TRLGDCU-,
y Ley General de Publicidad), los cambios más relevantes se producen, sin duda
alguna, en la Ley 3/1991, de 10 de enero, de Competencia Desleal (en adelante, LCD),
que sufre la modificación de un buen número de preceptos (los artículos 1, 2, 3, 4, 5,
7, 8, 10, 11 y 18), además de recibir íntegramente una nueva redacción los Capítulos
III a V (artículos 19 a 39).
La Ley de Competencia Desleal prohíbe los actos de competencia desleal (art. 1), y
dedica especial atención a las prácticas comerciales desleales con los consumidores, que por tanto deben considerarse prohibidas.
En cuanto a la delimitación de las prácticas comerciales desleales con consumidores, pueden calificarse como tales las siguientes:
a) La cláusula general de deslealtad, recogida en el art. 4 LCD, constituye el tipo básico de práctica comercial desleal.
b) Hay dos subtipos básicos de prácticas comerciales desleales: las prácticas engañosas (arts. 5 y 7 LCD, que se refieren, respectivamente, a las prácticas engañosas por
acción y a las prácticas engañosas por omisión) y las prácticas agresivas (art. 8 LCD)
c) Las prácticas comerciales que en todo caso han de considerarse desleales, y que
se contienen en los artículos 20 a 31 LCD.
d) Las prácticas comerciales desleales mencionadas en los artículos 19 y 20
TRLGDCU. Se trata de las siguientes: 1) la práctica comercial engañosa del artículo
20.2 TRLGDCU, que reputa como tal el incumplimiento de lo dispuesto en el artículo
20.1, esto es, omitir alguna de las informaciones que se indican en este primer apartado (y cuya correcta interpretación debe realizarse analizándolo conjuntamente
con el art. 7 LCD, que se refiere a las prácticas engañosas por omisión); 2) las disposiciones a que se refiere el artículo 19.4, cuyo incumplimiento constituye también una
práctica desleal por engañosa; el mencionado artículo 19.4 exige el cumplimiento de
las normas que regulan las prácticas comerciales en materia de medicamentos, etiquetado, presentación y publicidad de los productos, indicación de precios, aproveCEACCU / ESTUDIOS Y DOCUMENTACIÓN
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chamiento por turno de bienes inmuebles, crédito al consumo, comercialización a
distancia de servicios financieros destinados a los consumidores y usuarios, comercio electrónico, inversión colectiva en valores mobiliarios, normas de conducta en
materia de servicios de inversión, oferta pública o admisión de cotización de valores
y seguros, incluida la mediación y cualesquiera otras normas que regulen aspectos
concretos de las prácticas comerciales desleales previstos en normas comunitarias.
Para averiguar si una determinada conducta o comportamiento constituye una
práctica comercial desleal, el operador jurídico ha de seguir un proceso lógico, que
además está jerarquizado. Así, en primer lugar, ha de analizar si esa conducta tiene
cabida en alguna de las prácticas señaladas en los artículos 20 a 31 LCD, es decir, si
se trata de una práctica comercial desleal “en todo caso”. Si no tiene encaje en ninguno de esos preceptos, ha de analizar si puede caber en alguno de los dos subtipos genéricos de prácticas comerciales engañosas (arts. 5 y 7 LCD) y agresivas (art.
8 LCDE). Por último, en caso de que el comportamiento tampoco pueda considerarse desleal conforme a estos dos subtipos genéricos, habrá de acudirse a la cláusula
general de deslealtad del art. 4 LCD, para ver si, conforme a la misma, la práctica ha
de calificarse como desleal. Por esa razón, la cláusula general de deslealtad funciona como cláusula de cierre.
Dentro de las prácticas comerciales que en todo caso han de considerarse desleales
(arts. 20 a 31 LCD), la ley distingue de nuevo entre prácticas engañosas (arts. 20 a 27
LCD) y prácticas agresivas (arts. 28 a 31 LCD).
En las páginas que siguen voy a ocuparme del primer grupo, esto es, de las prácticas engañosas en todo caso. Conviene advertir, sin embargo, que las prácticas engañosas por confusión (arts. 20 y 25 LCD) no van a ser objeto de análisis separado en
estas Jornadas. Y en cuanto a las restantes, serán estudiadas con la profundidad
que la limitación de páginas de este trabajo permita.
2. La “lista negra” de prácticas comerciales engañosas
La Directiva sobre prácticas comerciales desleales, después de prohibir las prácticas
comerciales desleales (art. 5.1), establece que “en el Anexo I figura una lista de las
prácticas comerciales que se considerarán desleales en cualquier circunstancia”
(art. 5.5). El citado Anexo I contiene un elenco de veintitrés prácticas comerciales
engañosas, y ocho prácticas comerciales agresivas.
El legislador español ha transpuesto estas normas de la Directiva de manera diferente. El artículo 19.2 LCD dispone que “las prácticas comerciales reguladas en los
artículos 21 a 31, ambos inclusive, son en todo caso y en cualquier circunstancia,
prácticas comerciales desleales con los consumidores”. En consecuencia, la relación de prácticas que la Directiva incluía en el Anexo I, en nuestro derecho ha
pasado a integrarse en el articulado de la Ley de Competencia Desleal, en los artículos 21 a 31.
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Estas prácticas comerciales son “en todo caso y en cualquier circunstancia” desleales. Eso significa que en estos supuestos no es necesario examinar la concurrencia
de los requisitos exigidos para calificar esa práctica como desleal. Por lo tanto, no es
necesario constatar que esa conducta contiene información falsa o información
que, aun siendo veraz, por su contenido o presentación induzca o pueda inducir a
error a los destinatarios, siendo susceptible de alterar su comportamiento económico, como con carácter general exige el artículo 5 LCD; ni es preciso que se pruebe
que ese comportamiento resulta objetivamente contrario a las exigencias de la
buena fe, en los términos previstos en la cláusula general de deslealtad del artículo 4 LCD. Si una conducta o comportamiento entra en el catálogo de cláusulas
expresamente tipificadas en los artículos 21 a 27 LEC, se produce un reproche directo de deslealtad, por lo que no es necesario, en tales casos, examinar si concurren
los requisitos para su calificación como prácticas engañosas.
El legislador pretende, pues, tipificar los ejemplos más característicos de prácticas
comerciales engañosas, de modo que, si la práctica que se juzga es alguna de las
expresamente tipificadas, se reputará desleal, sin más consideraciones. Ahora bien,
el hecho de que la práctica no encaje en alguna de las prácticas tipificadas no prejuzga su licitad. En estos casos habrá que acudir a los artículos 5 y 7 LCD (prácticas
engañosas por acción y omisión) para ver si se reputa leal o desleal; y si estos preceptos no resultan aplicables, deberá atenderse, por último, a la cláusula general de
deslealtad del artículo 4 LCD.
Por último, conviene advertir que en algunos casos se trata de una verdadera “lista
negra”, mientras que en otros es más bien una “lista gris”. En el primer caso están
aquellos supuestos en los que la delimitación del ámbito de aplicación de la práctica es objetivo, de modo que de manera prácticamente automática se puede
advertir si la práctica es leal o desleal; por ejemplo, cuando el empresario afirma
que está adherido a un código de conducto sin estarlo [art. 21.1.a) LCD]. Distinta es
la situación cuando la aplicación del precepto se hace depender de que concurra un
requisito definido de manera abstracta o amplia, obligando al intérprete jurídico a
realizar un juicio de valor que impide la aplicación automática de la norma; por
ejemplo, para calificar a una práctica comercial como encubierta, es necesario que
no quede “claramente especificado” en el contenido o mediante imágenes y sonidos “claramente identificables” para el consumidor que se trata de un contenido
publicitario; (art. 26 LCD); o cuando el art. 23.4 LCD requiere, además de afirmar falsamente que el bien está disponible sólo durante un plazo limitado, que induzca
error al consumidor.
3. Prácticas engañosas sobre códigos de conducta u otros
distintivos de calidad
Establece el artículo 21.1 LCD que “se reputan desleales por engañosas, las prácticas
comerciales que afirmen sin ser cierto: a) que el empresario o profesional está
adherido a un código de conducta; b) que un código de conducta ha recibido el
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refrendo de un organismo público o cualquier otro tipo de acreditación; c) que un
empresario o profesional, sus prácticas comerciales, o un bien o servicio ha sido
aprobado, aceptado o autorizado por un organismo público o privado, o hacer esa
afirmación sin cumplir las condiciones de la aprobación, aceptación o autorización”.
En su apartado segundo añade que “la exhibición de un sello de confianza o de calidad o de un distintivo equivalente, sin haber obtenido la necesaria autorización, es
igualmente, en todo caso, una práctica comercial desleal por engañosa”.
Conviene analizar por separado cada una de estas prácticas.
a) Afirmar el empresario que está adherido a un código de conducta, sin ser cierto.
Se tipifica como práctica engañosa la afirmación del empresario de que está adherido a un código de conducta, cuando lo cierto es que no está adherido. Se penaliza, por tanto, el engaño activo respecto a la adhesión a un código de conducta, prescindiendo de cualquier otro tipo de consideración. En consecuencia, se aplica el precepto con independencia del grado de conocimiento que el consumidor tenga de
ese código de conducta o, incluso, de la propia existencia o licitud del mismo. En
particular, no se exige –porque la norma no lo requiere- que esa afirmación haya
distorsionado el comportamiento económico del consumidor. Habrá casos en los
que, claramente, esa afirmación no habrá afectado al comportamiento económico
del consumidor. Así sucederá, por ejemplo, cuando el consumidor no haya tenido
conocimiento de la afirmación del empresario relativa a que está adherido a un
código de conducta. Incluso en esos casos, esa conducta (la afirmación) se reputará una práctica engañosa, por expreso deseo del legislador.
Para que se aplique la norma es necesario que el empresario afirme que está adherido. “Afirmación” que implica, en todo caso, una conducta activa, no siendo posible
la “afirmación” por omisión. Y debe afirmarse que se está “adherido”, no bastando,
pues, con que se afirme que se siguen las recomendaciones de cierto código de conducta, etc. Como la ley no distingue, tal afirmación puede realizarse de cualquier
modo, y en cualquier tiempo y lugar. Cuestión distinta es que, en determinados
casos (afirmación verbal), su prueba resulta difícil. Por otra parte, ni este precepto,
ni ningún otro de la Ley de Competencia Desleal, define qué es un código de conducta, aunque esta definición puede deducirse de la regulación que sobre el particular se hace en los artículos 37 y ss. LCD. La Directiva lo define, en su artículo 2.f),
como el “acuerdo o conjunto de normas no impuestas por disposiciones legales,
reglamentarias o administrativas de un Estado miembro, en el que se define el comportamiento de aquellos comerciantes que se comprometen a cumplir el código en
relación con una o más prácticas comerciales o sectores económicos concretos”.
b) Afirmar el empresario que un código de conducta ha recibido un refrendo o acreditación, sin ser cierto.
Se considera desleal “afirmar que un código de conducta ha recibido el refrendo de
un organismo público o cualquier otro tipo de acreditación”, no siendo cierto. En
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este caso, el engaño no versa sobre la adhesión al código de conducta (que sí se produce), sino sobre las supuestas bondades del mismo. Y ello porque se afirma que
ese código está refrendado o acreditado por algún organismo, lo que en cierto
modo “garantiza” su calidad ante los consumidores, potenciando así, de manera
falsa, a ese empresario o profesional.
El empresario afirma que ese código ha recibido el “refrendo” o “cualquier otro tipo
de acreditación”. Refrendar significa confirmar, corroborar, aceptar algo. Es necesario, por tanto, que el empresario haga referencia, sin ser cierto, a que un tercero ha
hecho un “juicio positivo” sobre el código de conducta. En cuanto a quién ha de ser
ese tercero que refrenda o acredita, la norma alude a un “organismo público” o
cualquier otro tipo de acreditación, lo que implica la total indiferencia respecto a la
naturaleza –pública o privada- de ese tercero.
Como sucedía en el apartado anterior, no debe probarse que esa afirmación falsa
haya distorsionado el comportamiento económico. En consecuencia, será considerada una práctica engañosa aunque el consumidor no haya tenido siquiera conocimiento de esa afirmación.
c) Otras prácticas engañosas relativas a distintivos de calidad.
El artículo 21 LCD regula otras dos prácticas engañosas relativas a distintivos de calidad.
En primer lugar, se considera desleal, por engañoso, afirmar, sin ser cierto, “que un
empresario o profesional, sus prácticas comerciales, o un bien o servicio ha sido
aprobado, aceptado o autorizado por un organismo público o privado, o haber esa
afirmación sin cumplir las condiciones de la aprobación, aceptación o autorización”
[art. 21.1.c) LCD].
Se contempla, por tanto, dos situaciones distintas. Por una parte, se prohíbe engañar al consumidor en relación con una supuesta aprobación, aceptación o autorización que verse sobre las prácticas comerciales, los bienes o servicios del empresario
o sobre la propia condición de éste. Aunque la redacción de la norma no es muy
afortunada, parece que se incluye, pues, los casos de utilización de títulos profesionales (por ejemplo, “abogado”) sin poseer la necesaria autorización. Por otra parte,
también contempla el aprovechamiento de una aprobación, aceptación o autorización que sí ha sido lícitamente obtenida, pero en un momento en que ya no se verifican las condiciones que motivaron su concesión.
En segundo lugar, es una práctica engañosa “la exhibición de un sello de confianza
o de calidad o de un distintivo equivalente, sin haber obtenido la necesaria autorización” (art. 21.2 LCD). Se prohíbe, por tanto, la utilización fraudulenta de un signo
externo capaz de generar ciertos niveles de calidad y que, por su propia naturaleza,
puede distorsionar el comportamiento económico del consumidor. Se veda el aprovechamiento no autorizado de una marca, pues eso provoca falsas expectativas en
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relación con el origen, el prestigio, el modo de elaboración o cualquier otro elemento cuya simulación termina por alterar la percepción del consumidor medio.
La norma está redactada en unos términos muy amplios, por lo que comprende
cualquier sello, signo u otro distintivo de calidad, confianza o de cualquier otro tipo.
Se prohíbe su uso “sin haber obtenido la necesaria autorización”, lo que debe
entenderse en el sentido de que se usa cuando, conforme a derecho, ese uso ya no
es posible. Por tanto, no sólo cuando se carece de la autorización necesaria para
exhibirlo, sino cuando esa autorización era temporal y el plazo establecido ya ha
transcurrido. A los efectos que nos ocupan, es indiferencia quién sea la persona o
entidad, pública o privada, que ha de dar esa autorización o conceder el distintivo.
En la práctica de las empresas es cada vez más común la utilización de sellos o distintivos de calidad. Por ejemplo, el ISO 9001 de calidad, el ISO 14001 de gestión
medioambiental, el OHSAS de seguridad y salud en el trabajo, y en el ámbito de
comercio electrónico, el sello CONFIANZA ONLINE. Habría que plantearse si la exhibición de sello de empresa adherida al sistema arbitral de consumo es un distintivo de los que comprende este precepto. Sobre el particular, conviene advertir que
según el Real Decreto de arbitraje de consumo, si una empresa estuvo adherida y
después renuncia a la adhesión, si sigue utilizando el distintivo de adhesión, habrá
que considerar, a todos los efectos, que continúa adherida, de modo que la simple
presentación por un consumidor de una solicitud de arbitraje ante la Junta Arbitral
formaliza el convenio arbitral de consumo. En tal caso no es de aplicación el artículo 21.2 LCD, pues la empresa se considera a todos los efectos adherida, y el conflicto
entre empresario y consumidor se resolverá mediante el arbitraje de consumo (si
hay solicitud de arbitraje). La solución es distinta cuando una empresa que nunca
ha estado adherida, usa el distintivo oficial de empresa adherida. En este caso esa
exhibición sí constituye una práctica desleal por engañosa.
4. Prácticas señuelo y prácticas promocionales engañosas
El artículo 22 LCD enumera una serie de prácticas que se reputan engañosas, y que
tienen que ver con las ventas promocionales. A efectos meramente didácticos,
puede distinguirse entre las prácticas señuelo, y las demás prácticas promocionales engañosas.
a) Prácticas señuelo.
Según el apartado 1 del artículo 22 LCD, se considera desleal por engañoso “realizar
una oferta comercial de bienes o servicios a un precio determinado sin revelar la
existencia de motivos razonables que hagan pensar al empresario o profesional
que dichos bienes o servicios u otros equivalentes no estarán disponibles al precio
ofertado durante un período suficiente y en cantidades razonables, teniendo en
cuenta el tipo de bien o servicio, el alcance de la publicidad que se le haya dado y el
precio de que se trate”.
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Contempla esta norma la denominada “oferta vacía” en la que el empresario, después de promocionar un bien o un servicio a un precio determinado, normalmente
muy competitivo, con la finalidad de atraer a los consumidores, no dispone de las
existencias suficientes para atender la demanda previsible.
La aplicación de la norma exige la concurrencia de varios requisitos. En primer lugar,
es necesario que el empresario ofrezca un producto a un precio determinado. En
segundo lugar, que a pesar de esa oferta, ese producto no esté disponible durante
un periodo suficiente y en cantidades razonables para atender a la demanda previsible. Por tanto, es agresiva la oferta cuando el período de duración de la promoción
es insuficiente (repárese que el art. 19.1 LOCM exige que en los anuncios de las ventas promocionales se especifique su duración) para atender la demanda, e igualmente cuando la cantidad de productos de que dispone el empresario no es razonable para satisfacer esa demanda (dentro del período de duración de la oferta).
La propia norma fija algunos criterios conforme a los cuales habrá de averiguarse
cuál es la demanda previsible. Estos criterios son el precio (a menor precio, más alta
será la demanda del bien), el tipo de bien (será más demandado si es un bien de uso
común u ordinario –por ejemplo, un teléfono móvil- que si se trata de un bien que
sólo ocasionalmente se usa –por ejemplo, un microscopio-), y el alcance de la publicidad que se haya hecho de esa promoción (a mayor número de impactos publicitarios, mayor previsión habrá de tener el empresario para satisfacer las demandas
de los posibles consumidores).
Conforme a lo expuesto, la famosa alegación publicitaria “hasta agotar existencias” no implica en sí misma la lealtad de la oferta del producto. Pues habrá que
atender al número de existencias disponibles para constatar la lealtad o deslealtad
de la práctica comercial.
Para que se aplique el art. 22.1 LCD, la oferta señuelo ha de recaer sobre un precio.
Por lo tanto, si se refiere a otras circunstancias, como por ejemplo, las condiciones
de pago (pago diferido en un tiempo muy prolongado), técnicamente no podrá
aplicarse la norma que se comenta, y el carácter desleal de esta práctica habrá de
juzgarse conforme a las reglas del art. 5 LCD y, subsidiariamente, del art. 4 LCD.
El art. 22.2 LCD contiene una segunda práctica señuelo. Establece que es desleal, por
engañoso, “realizar una oferta comercial de bienes o servicios a un precio determinado para luego, con la intención de promocionar un bien o servicio diferente,
negarse a mostrar el bien o servicio ofertado, no aceptar pedidos o solicitudes de
suministro, negarse a suministrarlo en un período de tiempo razonable, enseñar
una muestra defectuosa del bien o servicio promocionado o desprestigiarlo”.
Esta norma no tipifica un supuesto de oferta vacía, pues el reproche de deslealtad
no se funda en la insuficiencia de las existencias disponibles para atender la
demanda previsible, sino que deriva de la conducta del empresario, que ofrece un
producto a un precio muy competitivo con la finalidad de atraer consumidores a su
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establecimiento, y una vez allí se desvincula del producto promocionado (que ha
servido de anzuelo) para intentar que el consumidor adquiera otro bien.
Una vez que el empresario ha conseguido atraer la atención del consumidor, la
práctica que se reputa desleal consiste en actuar de alguno de los siguientes
modos, con el fin de disuadirle:
a) Negarse a mostrar el bien o servicio inicialmente ofertado. Con ese fin, es habitual que el empresario alegue el agotamiento de las existencias.
b) La falta de aceptación de pedidos o solicitudes de suministro. El empresario no
acepta los pedidos, con el fin de ofrecer al consumidor otro bien o servicio. La falta
de atención a los pedidos constituye, además, una vulneración del art. 9.1 LOCM,
que obliga a todo comerciante que desarrolle una oferta pública de venta o exposición de artículos en establecimientos a proceder a su venta a favor de los demandantes que cumplan las condiciones de adquisición (el incumplimiento de esta
obligación constituye una infracción de consumo, según el art. 3.2.8 del Real
Decreto 1945/1983, de 22 de junio, por el que se regulan las infracciones y sanciones
en materia de defensa del consumidor y de la producción agroalimentaria). Si la no
aceptación de los pedidos obedece a la no disponibilidad de existencias, podría ser
de aplicación el art. 22.1 LCD, si concurren los requisitos exigidos por esa norma.
Repárese, además, que la Ley de Competencia Desleal considera desleal el tratamiento discriminatorio del consumidor en materia de precios y demás condiciones
de venta, a no ser que medie causa justificada (art. 16).
c) La negativa a suministrar el producto en un período de tiempo razonable. Con
ello, el empresario pretende hacer decaer el interés del consumidor por el producto gancho, ofreciendo en su lugar el bien que realmente él quiere vender. El “tiempo razonable” variará en función de las circunstancias del caso (tipo de bien o servicio, naturaleza, lugar de entrega o prestación, etc.).
d) Enseñar una muestra defectuosa del producto o servicio para eliminar la atracción del usuario hacia el mismo, o desprestigiarlo de cualquier modo, con objeto de
ofrecer un segundo producto o servicio.
En todos estos casos, se requiere, además, que el empresario realice estas conductas con la intención de promocionar un bien o servicio diferente. Si no se persigue
esa intención, no podrá considerarse desleal conforme al art. 22.2 LCD.
b) Otras prácticas promocionales engañosas.
El artículo 22 LCD recoge otras prácticas comerciales engañosas.
1. Prácticas engañosas relativas a la venta en liquidación. Según el art. 22.3 LCD, son
engañosas “las prácticas comerciales relativas a las ventas en liquidación cuando
sea incierto que el empresario o profesional se encuentre en alguno de los supues-
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tos previstos en el artículo 30.1 de la Ley 7/1996, de 15 de enero, de Ordenación del
Comercio Minorista o que, en cualquier otro supuesto, afirmen que el empresario o
profesional está a punto de cesar en sus actividades o de trasladarse sin que vaya a
hacerlo”.
El artículo 30.1 LOCM define la venta en liquidación como “la venta de carácter
excepcional y de finalidad extintiva de determinadas existencias de productos
que, anunciada con esta denominación u otra equivalente, tiene lugar en ejecución de una decisión judicial o administrativa, o es llevada a cabo por el comerciante o por el adquirente por cualquier título del negocio de aquél en alguno de
los casos siguientes”, pasando a continuación a enumerar cuatro casos: a)
Cesación total o parcial de la actividad de comercio, debiendo indicarse en el
supuesto de cese parcial la clase de mercancías objeto de liquidación; b) Cambio
de ramo de comercio o modificación sustancial en la orientación del negocio; c)
Cambio de local o realización de obras de importancia en el mismo; d) Cualquier
supuesto de fuerza mayor que cause grave obstáculo al normal desarrollo de la
actividad comercial.
La práctica considerada engañosa es anunciar el empresario, sin ser cierto, que se
encuentra en alguna de las cuatro causas de liquidación citadas. Por ejemplo, afirmar, siendo incierto, que cesa totalmente en esa actividad profesional, que cambia
de local, o que realiza obras de importancia en el mismo. Además, el último inciso
del artículo 22.3 LCD también considera engañosa la afirmación por el empresario
de que “está a punto de cesar en sus actividades o de trasladarse sin que vaya a
hacerlo”. Esta última mención, que es copia literal de la práctica recogida en el apartado 15 del Anexo I de la Directiva, en realidad era innecesaria, pues esas dos situaciones (cese de la actividad y traslado) ya están recogidas en el primer inciso del
precepto, pues son dos de las causas que permiten la venta en liquidación.
Por otra parte, hay que indicar que el legislador español puede haber incumplido la
Directiva europea. En efecto, y como acaba de señalarse, en la Directiva sólo es
engañoso “afirmar que el comerciante está a punto de cesar en sus actividades o
de trasladarse sin que vaya a hacerlo”. En la norma española, en cambio, también
es engañoso afirmar, sin ser cierto, que va a haber un cambio del ramo de comercio
o una modificación sustancial en la orientación del negocio, o que hay un supuesto de fuerza mayor que causa grave obstáculo al normal desarrollo de la actividad.
En definitiva, en nuestro derecho se amplía la lista negra de prácticas agresivas,
contraviniendo así el tenor de la Directiva, que impide esta ampliación por los
Estados miembros.
2. Prácticas engañosas relativas a la oferta de premios. Están recogidas en el art.
22.4 y 6 LCD. Establece el art. 22.4 que son engañosas “las prácticas comerciales que
ofrezcan un premio, de forma automática, o en un concurso o sorteo, sin conceder
los premios descritos u otros de calidad y valor equivalente”. Es engañoso, por
tanto, ofrecer un premio a un consumidor de forma automática (ya sea por la asignación directa de ese premio, ya sea porque el consumidor destinatario ha sido eleCEACCU / ESTUDIOS Y DOCUMENTACIÓN
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gido por un concurso o sorteo), si luego ese premio no se entrega. Es indiferente la
razón por la que no se entregue. Lo relevante es que se ha engañado al consumidor,
haciéndole creer que ha recibido un premio, sin ser cierto (pues no se le entrega).
La norma no reputa desleal la práctica cuando, en lugar del premio designado, el
empresario entrega “otro de calidad y valor equivalente”. En tal caso hay la práctica ya no debe considerarse negra, sino gris, pues el operador jurídico tendrá que
realizar un análisis comparativo, para determinar si el bien ofrecido tiene una calidad y valor equivalente.
Por su parte, el art. 22.6 LCD, también considera engañoso “crear la impresión falsa,
incluso mediante el uso de prácticas agresivas, de que el consumidor o usuario ya
ha ganado, ganará o conseguirá un premio o cualquier otra ventaja equivalente si
realiza un acto determinado, cuando en realidad: a) no existe tal premio o ventaja
equivalente; b) o la realización del acto relacionado con la obtención del premio o
ventaja equivalente está sujeto a la obligación, por parte del consumidor o usuario,
de efectuar un pago o incurrir en un gasto”.
Se sanciona la conducta activa del empresario que, engañando al consumidor, le
hace creer que ha ganado un premio si realiza un acto determinado, cuando eso no
es cierto, pues o no hay premio, o su obtención se hace depender de que el consumidor pague alguna cantidad o incurra en algún gasto, información ésta que al
consumidor no se le suministra.
3. Prácticas engañosas relativas a la oferta de bienes como gratuitos. Dispone el art.
22.5 LCD que es engañoso “describir un bien o servicio como «gratuito», «regalo»,
«sin gastos» o cualquier fórmula equivalente, si el consumidor o usuario tiene que
abonar dinero por cualquier concepto distinto del coste inevitable de la respuesta
a la práctica comercial y la recogida del producto o del pago por la entrega de éste”.
Con esta norma, se prohíbe la práctica de ofrecer un bien como gratuito, aparentemente libre de gastos, cuando después se pretende cobrar al consumidor algo distinto del coste inevitable de la respuesta a la práctica comercial y la recogida del
producto o del pago por la entrega del bien. Las dificultades interpretativas recaen
sobre el término “inevitable”, pues la práctica será desleal si el empresario cobra por
conceptos que no son inevitables en relación con la respuesta comercial, la recogida del producto o el pago. Así, el carácter inevitable del coste de recogida del producto o pago para su entrega ha de referirse al consumidor con relación a las distintas posibilidades razonables que tenga para acceder al bien o servicio, no a los
métodos de entrega impuestos por el empresario. De este modo, no resultaría lícito que para comunicar con el empresario o concertar la entrega del producto, este
se limite a facilitar un número de tarificación adicional cuando ello le irrogue un
beneficio, en lugar de disponer de un número convencional sin sobrecoste para el
consumidor, toda vez que ello escondería un precio. Podrá establecer cualquier otro
número telefónico adecuado a su propósito aún cuando supusiera para el usuario
el coste de la llamada, pero no un sistema por el que obtenga una retribución encu-
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bierta. Por tanto, resultaría factible para el empresario disponer de un método
alternativo que no conllevase coste de la respuesta.
5. Prácticas engañosas sobre la naturaleza y propiedades de los
bienes o servicios, su disponibilidad y los servicios posventa
El artículo 23 LCD contempla seis prácticas comerciales que, en todo caso, se consideran desleales por engañosas. Como la propia rúbrica del precepto indica, estas
prácticas tienen que ver con la naturaleza y propiedades de los bienes o servicios,
con su disponibilidad, y con los servicios posventa.
1. Prácticas engañosas en relación con la naturaleza y propiedades de los bienes o
servicios. Están recogidas en los tres primeros apartados del citado artículo 23 LCD,
que considera engañosas tres prácticas comerciales:
a) “Afirmar o crear por otro medio la impresión de que un bien o servicio puede ser
comercializado legalmente no siendo cierto”. La conducta desleal, que puede manifestarse de forma expresa (afirmar) o tácita (crear por otro medio la impresión),
consiste en el anuncio de la comercialización de un producto que, por múltiples
razones, resulta ser ilegal: porque la venta de esos bienes es ilegal (droga, órganos
humanos), porque se carece de autorización administrativa para su venta (medicamentos, cosméticos), etc. La conducta sancionada no requiere que el empresario
logre la convicción del usuario sobre la legalidad de la venta, sino que es reprochable desde el mismo momento en que realiza tal afirmación.
b) “Alegar que los bienes o servicios pueden facilitar la obtención de premios en juegos de azar”. Sólo se aplica esta práctica a los juegos de azar, sin que la Ley los defina en esta sede. Siguiendo la definición de la reciente Ley canaria 8/2010, de 15 de
julio, de Juego y Apuestas de Canarias, por juegos de azar cabe entender aquellas
actividades en las que se arriesgan entre partes, a ganar o perder, cantidades de
dinero u objetos económicamente evaluables, sobre el resultado de un acontecimiento incierto, ya intervenga la habilidad o destreza de los participantes o exclusivamente la suerte o el azar, ya se produzca el resultado mediante la utilización de
aparatos automáticos, de redes electrónicas o telemáticas, o con la única intervención de la actividad humana. En cualquier caso, la delimitación legal de la práctica
engañosa es confusa, pues pareciera que la simple alegación de que un bien o servicio puede servir para aumentar las opciones de obtener premios para que se
repute desleal. Las cosas, en realidad, no pueden ser así, pues hay bienes o servicios
que realmente pueden facilitar la obtención de premios, y cuya promoción, por
tanto, no es engañosa. Así sucede, por ejemplo, cuando se publicita un curso de formación de jugadores de póker, que obviamente incrementan las posibilidades de
éxito del jugador que recibe el curso. En realidad, la práctica es desleal cuando se
hacen alegaciones falsas que prometen facilitar la obtención de premios, cuando
no hay razón objetiva que avale esa declaración. Por ejemplo, la comercialización de
aparatos para “averiguar” la secuencia de máquinas recreativas.
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c) “Proclamar, falsamente, que un bien o servicio puede curar enfermedades, disfunciones o malformaciones”. Se veda la afirmación, falsa, sobre las propiedades o cualidades de un bien o servicio, en el sentido de que puede curar ciertas enfermedades
o patologías, siendo inveraz. La norma se refiere, por tanto, a los denominados “productos milagro”, esto es, los productos que se comercializan con una pretendida
finalidad sanitaria (sanar, curar), cuando lo cierto es que no cumplen esa finalidad.
También se aplica a aquéllos que pretenden curar “disfunciones o malformaciones”.
No está claro cómo han de interpretarse estas expresiones, pero parece que se incluyen todas aquellas promociones de productos o servicios que pretenden curar enfermedades o mejorar o hacer rendir a mejor nivel cualquier parte del cuerpo o del
alma. Así, por ejemplo, las pastillas que aumentan el deseo sexual o reducen el
estrés, los yogures que reducen el colesterol, las cremas adelgazantes o que eliminan
rápidamente las arrugas, etc. Lógicamente, sólo son desleales cuando esas propiedades que se anuncian son falsas, lo que no siempre resulta fácil de averiguar. Por otra
parte, se hace referencia no sólo a los bienes, sino también a los servicios (por ejemplo, masaje tailandés, que elimina los problemas de cervicales, sin ser ello cierto).
En este ámbito, la necesidad de protección del consumidor es doble. Por una parte,
prácticas de este tipo afectan a los derechos económicos del consumidor, en la
medida en que éste adquiere un bien o servicio (paga un precio) por un bien o prestación que no cumple el fin proclamado. Pero es que, por otra parte, ello afecta o
puede afectar negativamente a la salud del consumidor. Además, estas prácticas
son especialmente reprobables porque, en muchas ocasiones, van orientadas a
consumidores que son especialmente vulnerables, por determinadas circunstancias (enfermedad, vejez, etc.).
Conviene señalar que de esta materia se ocupa también el Real Decreto 1907/1996,
de 2 de agosto, por el que se regula la publicidad y la promoción de productos con
pretendida finalidad sanitaria. Su artículo 4 prohíbe expresamente cualquier clase
de publicidad o promoción directa o indirecta, masiva o individualizada, de productos, materiales, sustancias, energías o métodos con pretendida finalidad sanitaria,
tachando de ilícitas varias conductas, que enumera taxativamente; por ejemplo, los
productos que se destinen a la prevención, tratamiento o curación de enfermedades transmisibles, cáncer y otras enfermedades tumorales, insomnio, diabetes y
otras enfermedades del metabolismo, que sugieran propiedades específicas adelgazantes o contra la obesidad; o que pretendan una utilidad terapéutica para una
o más enfermedades, sin ajustarse a los requisitos y exigencias previstos en la Ley
del Medicamento y disposiciones que la desarrollan.
2. Prácticas engañosas en relación con la disponibilidad de los bienes o servicios.
Conforme al artículo 23.4 LCD, es engañoso “afirmar, no siendo cierto, que el bien o
servicio sólo estará disponible durante un período de tiempo muy limitado o que
sólo estará disponible en determinadas condiciones durante un período de tiempo
muy limitado a fin de inducir al consumidor o usuario a tomar una decisión inmediata, privándole así de la oportunidad o el tiempo suficiente para hacer su elección
con el debido conocimiento de causa”.
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La práctica que se sanciona comprenda dos comportamientos: declarar la inmediata o muy próxima retirada comercial de un producto o servicio, siendo falso, o afirmar, también de manera falsa, que un bien o servicio sólo estará disponible en unas
singulares condiciones de adquisición durante un período de tiempo muy breve.
Como se observa, para que la práctica sea engañosa es preciso que la afirmación no
sea veraz, esto es, que no sea cierto que el producto se va a retirar inmediatamente, o que esas especiales condiciones de adquisición sólo durarán un breve espacio
de tiempo. Por tanto, no se sanciona al empresario que en determinadas circunstancias decide ofrecer un bien a un precio más barato o en condiciones más ventajosas de contratación durante un período breve (es esa una venta promocional,
definida en esos términos en el art. 27 LOCM). Lo que se prohíbe es que se utilicen
reclamos falsos (no veraces) sobre la fugacidad de la oferta. El ejemplo clásico son
los anuncios radiofónicos que, día tras día, invitan al consumidor a llamar a un
número de teléfono para adquirir un bien a precios ventajosos si lo hacen “en la
próxima media hora”, o si son uno de los “cien primeros compradores”. Por último,
el propio precepto hace depender la deslealtad de la conducta de que la misma
pueda distorsionar el comportamiento económico del consumidor, en el sentido de
que le induzca a tomar una decisión inmediata, privándole así de la oportunidad de
tomar una decisión con el debido conocimiento de causa.
3. Prácticas engañosas en relación con los servicios postventa. Los dos últimos apartados del artículo 23 LCD recogen prácticas comerciales de este tipo. Así, se considera desleal, por engañoso, “comprometerse a proporcionar un servicio posventa a
los consumidores o usuarios sin advertirles claramente antes de contratar que el
idioma en el que este servicio estará disponible no es el utilizado en la operación
comercial” (art. 23.5) y “crear la impresión falsa de que el servicio posventa del bien
o servicio promocionado está disponible en un Estado miembro distinto de aquel
en el que se ha contratado su suministro” (art. 23.6).
Como es sabido, en los productos de naturaleza duradera, el consumidor tiene derecho “a un adecuado servicio y a la existencia de repuestos durante el plazo mínimo
de cinco años a partir de la fecha en que el producto deje de fabricarse” (art. 127.1
TRLGDCU).
Partiendo de esas premisas, la LCD considera engañosas las dos prácticas mencionadas, pues son aptas para inducir a error al consumidor en relación con las condiciones de accesibilidad al servicio posventa. La primera es desleal porque el consumidor confía, razonablemente, en que podrá acceder al servicio postventa en el
mismo idioma en que realizó la contratación, por lo que, si el idioma del servicio
postventa es otro distinto, debería haberlo advertido el empresario. Se trata, pues,
de un engaño por omisión. En cuanto a la segunda, es desleal porque el empresario engaña, al crear la impresión falsa de que el servicio postventa estará disponible en un Estado miembro distinto de aquel en que se ha contratado el bien o servicio.
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6. Práctica engañosa de venta piramidal
El artículo 24 LCD considera desleal por engañoso, “en cualquier circunstancia, crear,
dirigir o promocionar un plan de venta piramidal en el que el consumidor o usuario
realice una contraprestación a cambio de la oportunidad de recibir una compensación derivada fundamentalmente de la entrada de otros consumidores o usuarios
en el plan, y no de la venta o suministro de bienes o servicios”. La venta en pirámide
estaba regulada en el art. 23 LOCM. Este precepto ha recibido una nueva redacción
con la Ley 29/2009, y ahora se remite en materia de venta piramidal al art. 24 LCD.
La venta en pirámide puede definirse como el contrato cuya finalidad es constituir
una cadena en la cual cada participante debe pagar un derecho de entrada que es
repartido entre aquél que le ha introducido y los otros miembros de la organización. El adherido asume la obligación de reclutar nuevos miembros y, en contrapartida, adquiere el privilegio de participar en las ganancias precedentes de la satisfacción del derecho de entrada en todos los niveles subsecuentes. Aunque presenta
alguna similitud con la venta multinivel, son figuras distintas, pues mientras en
ésta los distribuidores obtienen sus beneficios en función de las ventas realizas por
ellos mismos o por otros distribuidores que dependen de ellos, en la venta piramidal el beneficio del integrante de la cadena se hace depender de la captación de
nuevos clientes, y no del volumen de ventas.
La venta piramidal, también llamada venta en cadena, en cascada o en bola de
nieve, no es en realidad una venta (no hay intercambio de cosa por precio), ni constituye en verdad una actividad de promoción de venta, aunque tradicionalmente la
normativa estatal y autonómica la sitúa en las ventas promocionales. Con ella lo
que se persigue es atraer a otros consumidores, con la promesa de un beneficio
futuro, beneficio que depende de los nuevos consumidores que el adherido sea
capaz de captar. Esta estructura piramidal es, por su propia naturaleza, incapaz de
crecer indefinidamente, pues llegará un momento en el que el mercado esté saturado y ya no sea posible captar nuevos consumidores. En consecuencia, los sujetos
que estén más cerca de la cúspide sí obtendrán beneficios, pues habrán tenido la
ocasión de reclutar a nuevos integrantes; por el contrario, cuanto más extensa es la
cadena, menores son las opciones de obtener beneficios.
Siendo así las cosas, es adecuado considerar la venta piramidal como una venta
desleal, por engañosa, pues la venta genera en el consumidor que se adhiere unas
expectativas de beneficio que no se cumplen, por la propia evolución de la cadena
piramidal.
Como indica el art. 24 LCD, resulta ilícita no sólo la perfección de la venta piramidal,
sino también cualquier otra forma de creación, dirección o promoción de ésta, toda
vez que lo trascendente no es la venta de un producto o contratación de un servicio sino la adhesión de nuevos miembros, a cambio de la oportunidad de recibir
una contraprestación.
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7. Otras prácticas engañosas
El artículo 27 LCD contempla otras prácticas que se reputan desleales, por engañosas. Son las siguientes:
1. Presentar los derechos que otorga la legislación a los consumidores o usuarios
como si fueran una característica distintiva de la oferta del empresario o profesional.
Lo que se califica de desleal no es ofertar a los consumidores derechos reconocidos
por la ley, ni reproducir el alcance de los derechos conferidos por la ley, sino ofertar
esos derechos como algo propio y específico de esa oferta comercial, de ese empresario. Esta práctica es engañosa, pues transmite al destinatario una falsa impresión; en concreto, que sólo ese empresario ofrece esos derechos, cuando lo cierto es
que los mismos vienen reconocidos por la ley, ley que el empresario ha de cumplir.
Como ejemplos cabe citar la oferta en la que el vendedor de bienes concede una
garantía de dos años para reparar o sustituir el bien, si presenta una falta de conformidad; o en la venta domiciliaria, la oferta en la que se concede al consumidor
un derecho de desistimiento.
2. Realizar afirmaciones inexactas o falsas en cuanto a la naturaleza y la extensión
del peligro que supondría para la seguridad personal del consumidor y usuario o de
su familia, el hecho de que el consumidor o usuario no contrate el bien o servicio.
Para que la práctica sea desleal, es necesario que la información sea inexacta o falsa
(no lo es, pues, si la información es veraz), y que se refiera a la naturaleza y a la
extensión del peligro que supondrá para la seguridad personal del consumidor o
familiar el hecho de que no contrate un bien o servicio. La práctica es desleal porque explota el miedo del consumidor para, con engaños, disuadirle a contratar. En
puridad, más que engañosa, se trata de una práctica agresiva por coacción.
3. Transmitir información inexacta o falsa sobre las condiciones de mercado o sobre
la posibilidad de encontrar el bien o servicio, con la intención de inducir al consumidor o usuario a contratarlo en condiciones menos favorables que las condiciones
normales de mercado.
Son tres los requisitos que han de concurrir para que la práctica sea engañosa: a)
que haya una información inexacta o falsa por parte del empresario; 2) que esa
información verse sobre las condiciones de mercado o sobre la posibilidad de
encontrar un bien o servicio; y c) que esa acción persiga un fin concreto: inducir al
consumidor a contratarlo en condiciones menos favorables que las condiciones
normales de mercado. Así sucede, por ejemplo, cuando el comerciante alega –falsamente- que quedan pocas existencias de un producto, subiendo por ello el precio
del mismo. Si no concurre el tercer requisito, esto es, si no se ofrece a precios más
desfavorables, también podrá ser desleal, pero por aplicación del art. 23.4 LCD.
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4. Incluir en la documentación de comercialización una factura o un documento
similar de pago que dé al consumidor o usuario la impresión de que ya ha contratado el bien o servicio comercializado, sin que éste lo haya solicitado.
La práctica es desleal porque genera en el consumidor la impresión de que ya ha
contratado el producto o servicio, sin que ello sea cierto. Para evitar esa impresión,
se prohíbe el envío de facturas o documentos de pago que susciten en el consumidor la falsa impresión de que los ha contratado.
5. Afirmar de forma fraudulenta o crear la impresión falsa de que un empresario o
profesional no actúa en el marco de su actividad empresarial o profesional, o presentarse de forma fraudulenta como un consumidor o usuario.
Son dos las conductas sancionadas. La primera consiste en hacer creer al consumidor (con una afirmación fraudulenta o creando una impresión falsa) que el empresario no actúa en el marco de su actividad empresarial o profesional. Así sucede, por
ejemplo, cuando el empresario encubre su actividad profesional indicando que
actúa para una obra benéfica o social. Se sanciona la conducta, pues el empresario
oculta la verdadera finalidad del contacto. La segunda consiste en presentarse el
empresario, de forma fraudulenta, como un consumidor o usuario. En este caso, el
empresario oculta su verdadera naturaleza, pues pretende hacer creer al consumidor que él es también un consumidor.
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4. Acción civil frente a las prácticas
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Eugenio Ribón Sesidedos
Asesor Jurídico de CEACCU
Abogado
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4. Acción civil frente a las prácticas comerciales
desleales
I. ACCIONES CIVILES EN MATERIA DE COMPETENCIA DESLEAL
La nueva redacción y rúbrica dada al Capítulo IV de la Ley 3/1991, de 10 de enero,
de Competencia Desleal (LCD) por la Ley 29/09, de 30 de diciembre, por la que se
modifica el régimen legal de la competencia desleal y de la publicidad para la
mejora de la protección de los consumidores y usuarios1 (artículos 32 a 36), da unidad al régimen legal de acciones disponibles frente a la competencia desleal y la
publicidad ilícita, procurando evitar, tal y como propugna su Exposición de
Motivos, los problemas de falta de coordinación detectados entre la anterior Ley
General de Publicidad y Ley de Competencia Desleal. Ha de lamentarse no obstante, que esta modificación no haya ido acompañada de una reforma más profunda
de la Ley de Enjuiciamiento Civil, e incluso de la Ley de Asistencia Jurídica Gratuita,
en aquéllos puntos que ya se había detectado un evidente déficit procesal para el
desarrollo de las acciones.
De cualquier modo, el artículo 32 LCD, en la línea de su predecesor artículo 18, establece un listado determinado de posibles acciones a ejercitar en los supuestos de
competencia desleal y publicidad ilícita. Vista la redacción ofrecida por la norma,
tanto la doctrina2 como la jurisprudencia menor3 que ha tenido ocasión de pronunciarse al respecto, se han manifestado favorables a la consideración de un listado
de carácter numerus clausus, sin que quepan en consecuencia otras acciones procesales distintas que las específicamente determinadas por el art. 32 LCD. Estas acciones son las siguientes:
1ª Acción declarativa de deslealtad.
2ª Acción de cesación de la conducta desleal o de prohibición de su reiteración
futura. Asimismo, podrá ejercerse la acción de prohibición, si la conducta
todavía no se ha puesto en práctica.
3ª Acción de remoción de los efectos producidos por la conducta desleal.
4ª Acción de rectificación de las informaciones engañosas, incorrectas o falsas.
5ª Acción de resarcimiento de los daños y perjuicios ocasionados por la conducta desleal, si ha intervenido dolo o culpa del agente.
1
2
3
BOE nº 315, de 31 de diciembre de 2009.
TATO PLAZA, A., La reforma de la Ley de Competencia Desleal, Madrid, 2010, p. 348.
AP de Baleares de 1 de septiembre de 2004.
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6ª Acción de enriquecimiento injusto, que sólo procederá cuando la conducta
desleal lesione una posición jurídica amparada por un derecho de exclusiva
u otra de análogo contenido económico.
Cabe plantearse si para la apreciación o no de la conducta como desleal es preciso
la concurrencia de un componente subjetivo en el ánimo del empresario o si por el
contrario nos hallamos ante una mera conducta que debe ser enjuiciada desde el
punto de vista objetivo. Hasta el momento de la presente modificación normativa,
resultaba claro que el antiguo artículo 5 LCD 91, al reputar desleal todo comportamiento que resultara objetivamente contrario a las exigencias de la buena fe, marcaba el acento en la denominada buena fe objetiva, según han refrendado las SSTS
de 9 de abril de 2002 o 21 de octubre de 2005. Prescindía por tanto de cualquier análisis sobre el dolo o culpa del sujeto autor de la práctica.
En este sentido nuestra mejor doctrina (MASSAGUER4, MEMBRILLA RIVERA5…), se ha
pronunciado contraria a la necesidad de un especial propósito en la empresa para
condicionar el reproche de deslealtad. Cabe sin embargo plantear en la actualidad
ciertas dudas sobre la generalización de esta tesis, sin perjuicio de las apreciaciones
que sobre su probanza fáctica desarrollaremos a continuación. En contra de ello,
entendemos que resulta significativo, que el presente artículo 19, a diferencia de la
práctica reprobada en el artículo 25 que exige de modo expreso que el empresario
propicie la confusión “induciendo de manera deliberada al consumidor o usuario a
creer que el bien o servicio procede de este empresario”, no haga referencia alguna
a la intencionalidad. E igualmente, no es menos cierto que el artículo 2 e) DCPD
cuando se refiere a la distorsión de manera sustancial del comportamiento económico de los consumidores, introduce la precisión de que la práctica ha de utilizarse
“para mermar” su capacidad lo que denota la necesidad de un fin, pues de lo contrario pudiera haberse expresado con otras fórmulas ligadas al riesgo o resultando
(con la consecuencia de mermar, mermando, pudiendo mermar…). A pesar de que
ciertamente resultará poco frecuente la coincidencia casual e involuntaria de productos o servicios entre dos empresarios –tanto más extraña cuanto más complejo
es el producto o servicio-, y que no nos disgustaría por mayor seguridad jurídica
acoger la tesis de la innecesaria concurrencia de un elemento subjetivo en la conducta, lo cierto es que el artículo 4 reputa desleal aquellos comportamientos que
resulten objetivamente contrarios a las exigencias de la buena fe. Y apunta a renglón seguido que en las relaciones con los consumidores se entenderá contrario a
las exigencias de la buena fe el comportamiento de un empresario o profesional
contrario a la diligencia profesional, entendida ésta como el nivel de competencia y
cuidados especiales que cabe esperar de un empresario conforme a las prácticas
honestas del mercado. Por ello, en el hipotético supuesto de producirse de modo
involuntario y casual la conducta confusionista, sería cuestionable que constituye4
5
MASSAGUER FUENTES, J. El nuevo derecho contra la competencia desleal. La Directiva 2005/29/CE sobre las Prácticas
Comerciales Desleales, Cizur Menor, 2006, p. 79.
MEMBRILLA RIVERA, V. “Prácticas comerciales y competencia desleal: Estudio del Derecho Comunitario Europeo y
Español. La incorporación de la Directiva 2005/29/CE a nuestro derecho interno (Incidencia en los presupuestos generales y en la cláusula general prohibitiva del ilícito desleal) (Segunda Parte)” en Revista de Derecho de la Competencia y
Distribución nº 5, 2009, p. 144.
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se una práctica desleal por omisión del requisito de atentar contra la buena fe -salvo
en el caso de tratarse de hechos notorios o renombrados6 que exijan su conocimiento conforme a la diligencia profesional marcada por la cláusula general del artículo
4.1 de la Ley o existiera un requerimiento previo no atendido-). Habrán de estar los
tribunales españoles sobre este particular, como advierte GARCIA PEREZ7, especialmente atentos al desarrollo de la jurisprudencia del Tribunal de Luxemburgo.
Cuestión distinta, como ya anunciábamos, es la relativa a la onus probandi de esa
voluntariedad o componente subjetivo del injusto, entendiendo que con objeto de
evitar una prueba diabólica para el consumidor o el empresario competidor que
denuncie la confusión, ha de proceder por la dificultad que entraña la inversión de
la carga de la prueba, conforme a lo dispuesto en el artículo 217.7 LEC, recordando al
tiempo que constituye cláusula abusiva según el art. 82.4.d) TRLGDCU aquéllas que
impongan indebidamente al consumidor o usuario la carga de la prueba.
1. Acción declarativa de deslealtad
La primera de las acciones legales previstas por el art. 32 LCD, es la tradicional declarativa, por la que se espera obtener del juzgador un pronunciamiento expreso de la
ilegalidad de la conducta o publicidad desarrollada. Lo cierto es que esta acción
normalmente se ejercitará de modo acumulado a cualquier de las restantes previstas en el artículo 32 LCD, pues a pesar de la posibilidad otorgada por el art. 32.2 LCD
de publicación total o parcial de la sentencia –que desarrollaremos posteriormente-, lo habitual será que el sujeto legitimado activamente pretenda no sólo la mera
declaración judicial de deslealtad, sino también la cesación o prohibición de reiteración el futuro, la remoción de los efectos o la indemnización de daños y perjuicios.
Lógicamente cualquiera de estas pretensiones acumuladas, tendrá como presupuesto previo, la declaración de deslealtad.
Entendemos, que la acción declarativa prevista en la LCD tiene un carácter eminentemente positivo, esto es de pronunciamiento sobre la ilicitud de una conducta
(declaración de deslealtad), por lo que pese a lo sugerido por una parte de la doctrina8 bajo el régimen de la LCD con carácter previo a la reforma operada por la Ley
29/09, descartamos, con base a esta norma, la pretensión declarativa en términos
negativos (esto es la declaración judicial del carácter no ilícito de una determinada
conducta). Cuestión distinta, es como apunta TATO PLAZA9, es que con base al dere6
7
8
9
Resulta interesante en este sentido el razonamiento de la SAP de Sevilla de 1 de marzo de 2000 cuando concluye: “Quien
imita o utiliza signos distintivos semejantes o parecidos a los que usa otra empresa establecida en el mercado y que
ostenta un prestigio, categoría y calidad cimentados en muchos años de cumplimiento de sus compromisos, buena organización, calidad del producto y demás elementos que son determinantes para obtener el éxito y la buena reputación en
el mercado, pudiendo sin ninguna dificultad emplear otros para distinguir sus productos, está realizando un acto de competencia desleal. (…). Lo que si es contrario a una competencia leal es que los demandados, habiendo podido escoger fácilmente entre infinidad de elementos identificadores de sus productos de soldadura, optasen en una decisión nada casual,
por identificar los productos que comercializaban con la marca …”
GARCIA PÉREZ, R. “Las disposiciones generales y la cláusula general de la Ley de Competencia desleal a la luz de la
Directiva sobre prácticas comerciales desleales” en Gaceta Jurídica de la Unión Europea nº 242, mayo 2006, p. 68.
Vid. BELLIDO PENADES, R. La tutela frente a la competencia desleal en el proceso civil, Granada, 1998, p. 102. CALDERÓN
CUADRADO, Mª P. Tutela civil declarativa, Valencia, 2008, p. 160.
TATO PLAZA, A., La reforma… p. 351.
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cho reconocido en el artículo 5 LEC y el derecho a la tutela judicial efectiva consagrado en el art. 24 CE, pueda impetrarse un pronunciamiento judicial declarativo de
la existencia de derechos, pero como bien observa el Catedrático vigués ello encontrará su basamento en la ley rituaria y no en la LCD.
A diferencia de la regulación anterior contenida en el antiguo art. 18.1ª LCD 91, la
nueva redacción dada al vigente art. 32.1.1ª LCD elimina el requisito de la subsistencia de la perturbación para posibilitar el ejercicio de la acción. No obstante, de
modo distinto a la posibilidad de prohibición de una conducta futura aún no puesta en práctica y contenida en el art. 32.1.2ª, en el supuesto de la acción declarativa
resulta ineludible que la conducta desleal, subsista o no, se haya desarrollado de
modo efectivo.
2. Acción de cesación o de prohibición preventiva
A través de la denominada acción de cesación o de prohibición preventiva, puede
perseguirse como apunta SALAS CERCELLER10 una triple finalidad:
a) La cesación en sentido estricto.
b) La prohibición de su reiteración futura.
c) La prohibición de iniciación de la conducta ilícita.
Como denominador común de las tres pretensiones comprendidas en esta acción,
puede inferirse una evidente finalidad preventiva junto al mandato represor de las
conductas ya ejecutadas, pues todas persiguen la inhibición de un comportamiento futuro y que de hecho se traduce en la necesidad de la existencia de un riesgo
cierto e inminente de su producción para su apreciación judicial11. En consecuencia,
como advierte HERRERA PETRUS12, la cesación no sólo es posible en tanto que se
desarrolla la actuación comunicativa, sino incluso una vez finalizada esta si existen
indicios suficientes que hagan temer su reiteración inmediata.
El ejercicio de la acción de cesación –excepto en el caso de los responsables de códigos de conducta que reúnan los requisitos establecidos en el 37.4 LCD que recomienden, fomenten o impulsen conductas desleales o ilícitas y profesionales adheridos a códigos de conducta ex arts. 38.2 y 39.1 LCD - no exigirá la práctica de requerimiento previo alguno.
En un ámbito tan fugaz como suele ser el desarrollo de una determinada campaña
publicitaria, y teniendo en cuenta la parsimonia habitual de los procedimientos
judiciales, no ha de olvidarse que la solicitud de medidas cautelares en el seno de
una acción de cesación, se erige como una figura esencial para la protección de los
consumidores y usuarios.
10
11
12
SALAS CERCELLER, A. “Las acciones por publicidad ilícita y competencia desleal (Parte I)” en Autocontrol nº 156, Madrid,
octubre de 2010, p. 12.
SAP de Barcelona de 11 de marzo de 2008.
HERRERA PETRUS, C. “Acciones colectivas en defensa de los consumidores y usuarios frente a la publicidad ilícita” en Actas
de Derecho Industrial V. 28, 2007-2008, Madrid, 2008, p. 287.
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Resulta necesario extremar la precisión del acto o conducta desleal cuya cesación,
reiteración o prohibición de iniciación se pretende evitar, toda vez que una alegación abierta o excesivamente indeterminada, vendrá abocada al fracaso, tanto por
impedir al demandado desplegar con eficacia su defensa, como por cuanto le vetaría el desarrollo de otras conductas con la debida seguridad jurídica por temor a
incurrir en una nueva ilegalidad por falta de determinación del reproche jurídico
observado.
Finalmente, conviene recordar como anticipábamos en la glosa de la acción declarativa, que ningún obstáculo cabe apreciar para el ejercicio acumulado de la acción
de cesación o de prohibición preventiva junto con otras comprendidas en el art. 32
LCD como pudiera ser la propia declarativa, la de remoción o resarcitoria a título
ilustrativo.
3. Acción de remoción
Con una redacción prácticamente similar a la contenida en el anterior artículo 18.3ª
LCD 91 -se modifica “acto” por “conducta desleal”-, el nuevo artículo 32.1.3ª LCD
mantiene la acción de remoción dentro del elenco de posibilidades ofrecidas en la
lucha contra las prácticas desleales.
A través de la acción de remoción se pretende eliminar, en la medida de lo posible,
los efectos negativos que ha podido suponer el desarrollo de una conducta desleal,
lo que lógicamente requerirá la declaración previa de deslealtad de la conducta.
Por la propia finalidad pretendida en el ejercicio de la acción de remoción, se requiere que el efecto adverso derivado de la conducta desleal, persista en el momento de
su formulación, e incluso pensamos que en el momento del fallo judicial, pues de
lo contrario nos podríamos hallar ante un supuesto de carencia sobrevenida del
objeto en línea con lo dispuesto en el art. 22 LEC.
Habida cuenta del carácter abierto que puede plantear el ejercicio de la acción de
remoción, y por razón del principio de justicia rogada, el demandante habrá de concretar en su pretensión las medidas concretas que considere deben ser aplicadas
para lograr la remoción (retirada del mercado, destrucción de la mercancía, modificación…), las cuales serán examinadas por el juzgador bajo el prisma de su pertinencia en aras a la consecución del fin pretendido y proporcionalidad. No obstante, ha de tenerse en cuenta que las medidas de remoción solicitadas no podrán
afectar a los terceros de buena fe.
Con frecuencia la acción de remoción es formulada de modo acumulado no sólo a
la declarativa, sino también a la de cesación, la de rectificación –que puede ser
entendida como una especialidad de la de remoción-, la resarcitoria o la de enriquecimiento injusto.
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4. Acción de rectificación
A través de la acción de rectificación de las informaciones engañosas, incorrectas o falsas, prevista en el artículo 32.1.4ª LCD –que reproduce el artículo 18.4ª
LCD 91-, se pretende en síntesis la reparación de los efectos de la publicidad ilícita, y ello sin demérito del evidente escarnio público que supone para el anunciante. No se trata pues de una modalidad de resarcimiento según razona MASSAGUER13, pues no tiene por objeto la reparación de daños y perjuicios, sino
antes bien de una modalidad de remoción, que aspira a la eliminación del estado de cosas creado por la publicidad ilícita a través de la corrección de las alegaciones realizadas. Por esta razón, tal y como sostuviera FERNÁNDEZ-NÓVOA14,
habida cuenta del alcance particularmente incisivo de la publicidad correctora,
ésta ha de ser una solución proporcional a la gravedad de los hechos y a la permanencia de sus efectos.
Conocida con el término publicidad correctora, a pesar de que como apunta VASCONCELLOS E BENJAMIN15 no parece sin embargo el término más adecuado a pesar
de su extensión en el derecho comparado16, resultando preferible el empleo del término comunicado rectificativo, según se enunciaba en el artículo 4.2 de la Directiva
450/1984/CE, de 10 de septiembre, de aproximación a las disposiciones legales,
reglamentarias y administrativas de los Estados miembros en materia de publicidad engañosa17, los beneficios de este instrumento son indudables, tanto para el
consumidor como para el propio mercado por razón de competidores afectados y
como elemento disuasivo al empresario infractor.
La publicidad correctora remonta sus orígenes a la petición formulada en 1970 ante
la Federal Trade Commission por una agrupación de estudiantes de derecho
(Students Opposing Unfair Practices) solicitando en el caso Campbell Soup
Company18 la imposición de una rectificación. Aunque en aquella ocasión la FTC no
atendió a la petición estudiantil sí que declaró su competencia para poder imponer
la publicidad correctora en un futuro.
Para muchos autores, según concluye BOWER19 esta fórmula es lo más próximo a un
harakiri empresarial, por cuanto que fuerza al empresario infractor a una exposición pública de su comportamiento ilegal, resultando probablemente el camino
más corto para lograr la desconfianza del consumidor, que será capaz de retener
esta percepción negativa con mayor intensidad que cualquier otro mensaje que
pudiera haberse transmitido.
13
14
15
16
17
18
19
MASSAGUER, J. “El procedimiento por publicidad ilícita” en Revista de Derecho Mercantil nº 248, 2003, p. 463.
FERNÁNDEZ-NÓVOA, C. Estudio de Derecho de la Publicidad, Santiago de Compostela, 1989, p. 280.
VASCONCELLOS E BENJAMIN, A. Comentario al Código Brasileiro de Defensa do Consumidor, Sao Paolo, 1993, p. 215.
En España se denomina publicidad correctora, en Italia publicita correctiva, en Francia contre-publicité y en EEUU corrective advertinsing.
DOL nº 250, de 19 de septiembre de 1984.
Vid. PITOFSKY, B. “Consumer protection and the regulation of advertising” en Harvard Law Review, 1977, p. 694.
BOWER, “New developmentes in FTC remedies” en Antitrust Law Journal, nº 465, 1972, p. 470.
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El ejercicio de la acción de rectificación, que normalmente vendrá acompañada de
la declarativa, podrá plantearse de modo conjunto con la acción de cesación, la
indemnizatoria de daños y perjuicios o la de enriquecimiento injusto. En íntima
conexión con la acción rectificadora, ha de tenerse presente también que la nueva
redacción introducida en el art. 32.2 LCD permite que en las sentencias estimatorias de las acciones declarativas de deslealtad, de cesación, de remoción y en esta
propia rectificadora, el tribunal, si lo estima procedente, y con cargo al demandado,
podrá acordar la publicación total o parcial de la sentencia o, cuando los efectos de
la infracción puedan mantenerse a lo largo del tiempo, una declaración rectificadora, lo que parece una reiteración de la posibilidad ya prevista en el art. 32.1.4ª LCD.
La publicación de la rectificación podrá realizarse de muy diversos modos (publicación parcial o total de la sentencia, difusión de una declaración rectificadora…),
debiendo concretarse por el actor en el petitum de su demanda rectora.
Debido a este alcance restrictivo que tiende a darse a la publicidad correctora, los
pronunciamientos judiciales en esta línea son escasos. No obstante pueden destacarse algunos casos para tratar de ofrecer algunos ejemplos ilustrativos. Así, en el
supuesto enjuiciado por la SAP de Sevilla de 12 de mayo de 1992, se demandó a
Asociación de Empresarios de Publicidad de Sevilla por publicar un anuncio en los
siguientes términos “Empresas legalmente constituidas e inscritas en esta
Asociación”. La demandante tachó el anuncio de publicidad engañosa pues a su juicio daba a entender que se podía deducir que las empresas no inscritas no estaban
legalmente constituidas. La Audiencia Sevillana otorgó el amparo al demandante,
acordando no solo la declaración de ilicitud, sino también su rectificación. Otro caso
bien conocido fue el analizado por la SAP de Cádiz de 20 de febrero de 1996. En este
otro supuesto promovido por una asociación de consumidores y usuarios se planteaba la cesación de una publicidad en la que la empresa anunciante daba a conocer un producto para imantar el agua a través de un catálogo de 64 páginas en las
que tras incluir un listado de hasta 63 enfermedades diferentes atribuía gracias a
su uso efectos beneficiosos para la salud. Aunque finalmente la Audiencia no ordenó la rectificación publicitaria sí que aceptó la difusión del fallo judicial que declaraba falsa la publicidad en los periódicos de mayor tirada.
5. Acción de resarcimiento de daños y perjuicios
Con el ánimo de procurar restablecer en la medida de lo posible la indemnidad de
quien ha resultado lesionado por el desarrollo de una conducta desleal, el artículo
32.1.5 LCD prevé el reconocimiento de la acción de resarcimiento de daños y perjuicios, ya sea por el tradicional daño emergente o lucro cesante.
Si bien nuestro repertorio jurídico actual, a diferencia de otros como el austriaco20,
no enuncia de modo expreso el concepto de daño, de deseable construcción según
20
El Código Civil austriaco (art. 1293) define el daño como todo perjuicio causado a alguien en su persona, derechos o patrimonio.
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impetra ALPA21, la definición recogida en las Partidas mantiene todas las notas
esenciales necesarias para sostener su vigencia al referirse a este como: el empeoramiento o menoscabo o destruimiento que hombre recibe en sí mismo e en sus cosas
por culpa de otro. E son tres maneras. La primera es cuando se empeora la cosa por
alguna otra que mezclan o por otro mal que hace. La segunda cuando se mengua por
razón del daño que hacen en ella. La tercera es cuando por el daño se pierde o se destruye la cosa del todo22.
LARENZ23, en su ya clásica definición, conceptúa el daño como el menoscabo que, a
consecuencia de un acaecimiento o evento determinado, sufre una persona ya en sus
bienes vitales naturales, ya en su propiedad o en su patrimonio. Para SANTOS BRIZ24,
daño es todo menoscabo material o moral causado contraviniendo una norma jurídica que sufre una persona y del cual ha de responder otra. Y, MORENO QUESADA25,
en términos similares conceptúa el daño como el menoscabo producido en un interés legítimo, de carácter personal o patrimonial, de las personas.
Profundizando en el objeto de nuestro estudio hemos de advertir que no todo daño
generará en el lesionado un derecho a la reparación o resarcimiento. Así, razona
NAVEIRA ZARRA26 que deben concurrir las siguientes circunstancias extrínsecas en
la causación del daño para que este pueda ser objeto de reclamación:
1ª) Que el daño lesione un interés humano.
2ª) Que el hecho dañoso sea imputable a una persona distinta al titular del interés lesionado.
3ª) Que el daño pueda calificarse como antijurídico, por haber recaído sobre un
interés que el ordenamiento considere digno de protección o tutela jurídica.
4ª) Que el daño sea cierto, tanto en su existencia como en su cuantía.
5ª) Que el daño resulte probado por quien lo alega.
Delimitadas las notas esenciales que pueden componer nuestra noción jurídica de
daño resarcible, conviene apuntar también que a pesar del amplísimo casuismo
que pueden presentar los daños, tal y como señala VICENTE DOMINGO27 todos ellos
pueden ser reconducidos a la tradicional clasificación de daños patrimoniales y
daños extra patrimoniales.
Sin ánimo de descender a un estudio pormenorizado de las convencionales clasificaciones de los daños, es clásica ya la subdivisión de los daños patrimoniales o
materiales, entendiendo por estos los evaluables económicamente por referencia
al valor que el bien dañado tiene en el mercado cuando este se ha dañado. Así los
21
22
23
24
25
26
27
ALPA, G. Trattato di diritto civile IV –La responsabilitá civile-, Milán, 1999, p. 606.
Partida Séptima, Título XV, Ley I. Qué cosa es daño e cuántas maneras son de él.
LARENZ, K. Derecho de obligaciones (V.II). Madrid, 1978, p. 193.
SANTOS BRIZ, J. La responsabilidad civil. Derecho sustantivo y derecho procesal. Madrid, 1989, p. 140.
MORENO QUESADA, B. y TRUJILLO, I. Derecho civil patrimonial, concepto y normativa básica. Granada, 1995, p. 461.
NAVEEIRA ZARRA, M.M. El resarcimiento del daño en la responsabilidad civil extracontractual. Madrid, 2006, p. 41.
VICENTE DOMINGO, E. en VVAA (REGLERO CAMPOS, L. –Coordinador-), Tratado de Responsabilidad Civil, Cizur Menor, 2002,
p. 217.
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daños patrimoniales, aquellos tradicionalmente derivados del artículo 1106 CC (la
indemnización de daños y perjuicios comprende no sólo el valor de la pérdida sufrida, sino también el de la ganancia que haya dejado de obtener el acreedor), se clasifican a su vez en daños emergentes y lucro cesante. Por su parte, dentro de los daños
extra patrimoniales o no materiales comprenderíamos los daños corporales y los
daños morales.
La reparación del daño constituye la finalidad esencial de la responsabilidad civil
derivada del conocido artículo 1902 CC (El que por acción u omisión causa daño a
otro, interviniendo culpa o negligencia, está obligado a reparar el daño causado) y
que también en sede administrativa encuentra su correlativa previsión en los artículos 139 y siguientes de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre de Régimen Jurídico
de las Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común.
Acaecido un hecho dañoso ajeno a la intervención de la víctima que lo padece y que
ésta no tenga el deber jurídico de soportar, el principio general tal y como apuntan
GARCIA ENTERRIA y FERNÁNDEZ28 es que la indemnización debe dejar “indemne” a
la víctima del daño injusto, debe procurar una reparación integral del detrimento
que dicho daño ha supuesto para su patrimonio, debe restituir éste en su pleno
valor anterior al suceso dañoso, cubriendo por tanto todos los daños y perjuicios
sufridos en cualquiera de sus bienes y derechos. La víctima de un daño ha de quedar, como afirma ROCA TRÍAS29, indemne de las consecuencias jurídicas que éste
produce, de donde se deduce que del perjuicio nace la obligación jurídica de indemnizar. Es célebre ya en este sentido la STS de 2 de febrero de 1980 al proclamar el
principio capital de indemnidad o de reparación integral, que supone la cobertura de
todos los daños y perjuicios sufridos.
La indemnización debe por tanto resarcir al afectado, según se ha expuesto desde
el punto de vista de los daños patrimoniales, tanto por el daño emergente como
por el lucro cesante a consecuencia del hecho dañoso. Así se ha pronunciado también de modo reiterado nuestra jurisprudencia (SSTS 21 de junio de 1988; 17 de
noviembre de 1990; 19 de diciembre de 1989). A su vez, aunque indudablemente
pueda presentar más dificultades probatorias el usuario afectado podrá reclamar
la indemnización por los daños morales padecidos, que aún de compleja y reciente
asunción por nuestros tribunales según reflexiona MARCOS OYARZUN30, cuya introducción sitúa en 1972 en el conocido caso de «los novios de Granada»31, van permeabilizando en sede judicial. La situación básica para el reconocimiento de un daño
moral indemnizable consiste en un sufrimiento o padecimiento psíquico (STS de 22
de mayo de 1995, STS de 19 de octubre de 1996, STS de 27 de septiembre de 1999,
entre otras). La reciente jurisprudencia se ha referido a diversas situaciones, entre
28
29
30
31
GARCIA DE ENTERRIA, E. y FERNANDEZ, T.R. Curso de Derecho Administrativo II. Madrid, 1995, p. 408.
ROCA TRIAS, E. Derecho de daños. Valencia, 2000, p, 88.
MARCOS OYARZÚN, F.J. Reparación integral del daño. El daño moral. Barcelona, 2002, p. 85.
En 1967 un enfermo mental del Hospital de San Juan de Dios, dependiente de la Diputación Provincial de Granada, se
arroja por una ventana, causando con su caída la muerte de un viandante y lesiones a su novia. La AT de Granada en primer lugar y el TS después otorgan la razón a los recurrentes (novia lesionada y padres del novio fallecido), reconociendo
el daño derivado de la pena que produce la pérdida de un ser querido entre sus familiares y las personas en trance de serlo.
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las que cabe citar el impacto o sufrimiento psíquico o espiritual (STS de 23 de julio
de 1990), impotencia, zozobra, ansiedad, angustia (STS de 6 de julio de 1990), la
zozobra, como sensación anímica de inquietud, pesadumbre, temor o presagio de
incertidumbre (STS de 22 de mayo de 1995), el trastorno de ansiedad, impacto emocional, incertidumbre consecuente (STS de 27 de enero de 1998), impacto, quebranto o sufrimiento psíquico (STS de 12 de julio de 1999).
Sin duda la indemnización por daños morales puede tener una importancia capital
en pequeños litigios de consumo, en los que como hemos señalado, a pesar de la
cuantía relativamente reducida que pueda suponer la contratación del bien o servicio del que deriven los daños, el incumplimiento del mismo puede ocasionar un
auténtico calvario o situación de angustia para el afectado. Buena prueba de ello es
la creciente aceptación de los daños morales derivados de incumplimientos o cumplimientos defectuosos de contratos de transporte aéreo u otros sectores cotidianos como el de las telecomunicaciones en los que la indebida privación de su uso o
inclusión de los usuarios afectados en ficheros de solvencia patrimonial en determinados casos puede generar esa situación de impotencia o inquietud.
Con relación a la carga de la prueba sobre los daños morales, presenta múltiples
posibilidades, sobre todo como reconoce nuestro alto Tribunal por la variedad de
circunstancias en que puede producirse. Así se explica que sostenga nuestro
Tribunal Supremo que la falta de prueba no basta para rechazar de plano el daño
moral (STS de 21 de octubre de 1996), o que no es necesaria puntual prueba o exigente demostración (STS de 15 de febrero de 1994), o que la existencia de aquél no
depende de pruebas directas (STS de 3 de junio de 1991). Lo normal es que no sean
precias pruebas de tipo objetivo (STS de 23 de julio de 1990, STS de 29 de enero de
1993, STS de 9 de diciembre de 1994 o STS de 21 de junio de 1996, entre otras), sobre
todo en relación con su traducción económica, y que haya de estarse a las circunstancias concurrentes (STS de 29 de enero de 1993 y STS de 9 de diciembre de 1994).
Cuando el daño moral depende de un juicio de valor consecuencia de la propia realidad litigiosa, que justifica la operatividad de la doctrina de la in re ipsa loquitur, o
cuando se da una situación de notoriedad (STS de 15 de febrero de 1994 y STS de 11
de marzo de 2000), no es exigible una concreta actividad probatoria.
A pesar de todos los esfuerzos resarcitorios, hemos de coincidir con la reflexión de
MENDIZÁBAL ALLENDE a la que también se adhirió JIMENEZ DE PARGA Y CABRERA
expresada en el voto particular formulado a la STC 181/2000, de 29 de junio. Según
madura Don Rafael, no hay más reparación total que la «restitutio in integrum»
cuando resulta viable. Sin embargo, para todos aquellos casos en que resulte imposible la reparación in natura hemos de buscar esa fantasía como mal menor, que
aún siendo incapaz de mitigar el daño moral padecido, dulcifique sus efectos
mediante la expresión de quantum.
En el caso de las acciones de resarcimiento de daños y perjuicios derivadas de conductas desleales, el propio literal del art. 32.1.5 LCD exige que para la apreciación de
estos daños haya concurrido dolo o culpa del agente. Dentro de las conductas dolo-
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sas, debiera comprenderse también referidas al dolo eventual. Cuestión distinta es
que el dolo o culpa ha de probarse (STS 4 de julio de 2005 o SAP de Madrid de 8 de
mayo de 2009). En este sentido, es obvio que la existencia de un requerimiento previo a la acción judicial determinará la existencia de dolo o culpa si el demandado
persistiera en su conducta.
La redacción del nuevo precepto viene a suprimir la antigua previsión que permitía
dentro de la acción resarcitoria la publicación de la sentencia. Esta modificación ha
sido valorada positivamente por la doctrina, pues de una parte como apunta AYALA
MUÑOZ32, la posibilidad de publicación de la sentencia se mantiene en el art. 32.2
LCD, y de otra ciertamente no se ajustaba a una medida indemnizatoria, tal y como
denunciaba BARONA VILLAR33.
6. Acción de enriquecimiento injusto
Desde su remota invocación por las Partidas del Rey Sabio (Partida VII, Título XXXIII,
Ley XIII) al sentenciar que ninguno non debe enriquecer torticeramente con daño
dotri, hasta la moderna dogmática sintetizada por ALVAREZ- CAPEROCHIPI34 y
FABREGA35, la doctrina del enriquecimiento injusto ha gozado afortunadamente de
una necesaria elasticidad en su espectro de apreciación.
Hoy, la jurisprudencia imperante ha venido definiendo el enriquecimiento sin
causa, como el producido con adquisición de una ventaja patrimonial con empobrecimiento de otra parte, con relación de causalidad entre el enriquecimiento y el
empobrecimiento y con falta de causa en tal desplazamiento patrimonial. De esta
pacífica noción de enriquecimiento injusto se infiere, que para apreciar su existencia es preciso la inexistencia de causa en el enriquecido, siendo la noción «sin
causa» de la atribución, como observa la TST de 28 enero 1956, la primordial, definitiva y básica para corregir adjudicaciones patrimoniales antijurídicas con base en el
presupuesto de una situación objetivamente injusta.
Es doctrina jurisprudencial que cuando la pérdida patrimonial que un sujeto hubiera sufrido se haya producido como consecuencia de un contrato válido, no puede ser
invocada la existencia de un enriquecimiento injusto para la otra parte pues lejos de
haberse obtenido una atribución sin justa causa, es evidente que la misma se operó
en adecuada correspondencia a las relaciones vinculantes establecidas entre las partes y guardando conformidad con el derecho objetivo (SSTS de 14 abril 1980; 19
diciembre 1996; 12 julio 2002 y 12 de junio de 2003, entre otras). Por otra parte ha de
recordarse que es incompatible el enriquecimiento injusto con el ejercicio legítimo
de un derecho por su titular. En definitiva, tal y como ha resuelto la STS de 5 de abril
de 1992, para apreciar la posible existencia de enriquecimiento sin causa, es precisa
32
33
34
35
AYALA MUÑOZ, J.Mª. “Aspectos jurídico procesales del nuevo derecho de la competencia desleal” en Revista de Derecho
de la Competencia y la Distribución nº 7, Madrid, 2010, p. 126.
BARONA VILLAR, S. Competencia Desleal, Valencia, 2008, p. 131.
ALVAREZ-CAPEROCHIPI, J.A. El enriquecimiento sin causa, Granada, 1993.
FABREGA PONCE, J. El enriquecimiento sin causa, 2 Tomos, Santa Fe de Bogotá, 1996.
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la total ausencia de causa justificativa de la mejora patrimonial que se denuncia e
inexistencia de la disposición normativa legal que excluya la aplicación del principio.
Prevista en el artículo 32.1.6ª LCD, la Ley 29/2009, mantiene la redacción anterior. A
diferencia de la acción de resarcimiento de daños y perjuicios, la acción de enriquecimiento injusto no precisa la concurrencia de una conducta dolosa o culposa.
En el ámbito de la competencia desleal, como destaca SALAS CARCELLER36, la acción
de enriquecimiento injusto, íntimamente ligada a los perjuicios por lucro cesante,
tiene como presupuesto necesario la lesión de una posición jurídica amparada por
un derecho de exclusiva u otro de análogo contenido. Supuesto típico serían los
casos de imitación, confusión, violación de secretos empresariales o aprovechamiento de reputación ajena. Mayores dificultades se encontrarán según advierte
TATO PLAZA37, para el empleo de esta acción para combatir prácticas agresivas o
denigratorias, comparativas, de discriminación, de venta a pérdida o inducción a
infracción contractual o de normas.
7. Acciones frente a sistemas de autorregulación
Uno de los anhelos tradicionales manifestados por el sector empresarial en general, es la consecución de la denominada regulación voluntaria. A través de ella, pretende sustraerse del imperio de la ley, aplicando sus propios límites y soluciones
ante la infracción de los mismos. En el ámbito sajón de modo suficientemente
expresivo se ha venido conociendo como soft law38.
Antes de adentrarnos en la repercusión que este deseo ha podido alcanzar a nivel
normativo, conviene distinguir dos tipos genéricos de regulación voluntaria:
a) Autorregulación, sería aquél proceso en el que el propio empresario o sector
empresarial redacta su propias pautas de conducta sin la intervención de
terceros.
b) Corregulación, consistente en la imposición de normas negociadas o pactadas con terceros (asociaciones de consumidores o Administración por lo que
aquí interesa).
MARTÍN GALICIA39, entiende la regulación voluntaria como un posible proceso previo a la legislación, facilitando la labor posterior del regulador. Junto a ello distingue acertadamente otras cuatro utilidades distintas para las que viene siendo
empleada en la práctica:
36
37
38
39
SALAS CERCELLER, A. “Las acciones por publicidad ilícita y competencia desleal (Parte I)” en Autocontrol nº 156, Madrid,
octubre de 2010, p. 14.
TATO PLAZA, A., La reforma de la Ley de Competencia Desleal, Madrid, 2010, p. 395.
Vid. Informe del European Consumer Law Group, Soft law and the consumer interest, Bruselas, 2001.
MARTIN GALICIA, F. La regulación voluntaria y la defensa del consumidor, en Estudios sobre Consumo nº 72, Madrid, 2005,
pp. 89-97.
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a) Mal menor preferido por el sector empresarial amenazado por una legislación futura restrictiva.
b) Elemento de defensa de un sector amenazado por las malas prácticas de
algunos empresarios y que contribuyen a la pérdida de confianza general del
consumidor en el propio sector.
c) Intervención en sectores especialmente complejos.
d) Complemento legislativo.
Desde un punto de vista estrictamente jurídico, ha de recordarse que el artículo
38.2 TRLGDCU establece que la Administración fomentará la colaboración entre
organizaciones de consumidores y de empresarios. Evidentemente, ninguna tacha
merece el cordial precepto que pretende el estímulo del desarrollo de lazos de
entendimiento entre ambos sectores.
Consciente el legislador de la creciente extensión de los códigos de conducta que el
mismo ha impulsado, establece a través del art. 38 LCD las acciones posibles frente
a aquéllos códigos que recomienden, fomenten o impulsen conductas desleales o
prohibidas, concretándolas en la declarativa, de cesación y rectificación. En idénticos términos se prevén, en el artículo 39 LCD, las mismas acciones contra los profesionales y empresarios adheridos a códigos de conducta.
En cuanto al iter procesal, lo cierto es que el legislador nuevamente concede un
periodo de gracia, al establecer de modo imperativo, la necesidad de requerir previamente al infractor antes de posibilitar el inicio de cualquier acción judicial. Esta
obligación, en ámbitos tan fugaces como el de la publicidad o competencia desleal, supone en la práctica un refuerzo al escudo temporal que brindan los sistemas
de autorregulación para dilatar la conducta desleal, pues se les concede a los responsables de los códigos de conducta el generoso plazo de 15 días desde la solicitud para la emisión de un pronunciamiento, quedando vedado hasta entonces el
ejercicio de la acción judicial. Únicamente en el caso de acciones dirigidas a obtener la cesación o rectificación de una conducta desarrollada por profesionales o
empresarios que estén adheridos públicamente a códigos de conducta, que reúnan
los requisitos establecidos en el artículo 37.4 LCD40 (en la práctica actualmente
Autocontrol y Juntas Arbitrales de Consumo), la acción previa ante el órgano de
control tendrá carácter potestativo.
Finalmente, aun suponiendo que los responsables del órgano de control del código
de conducta hubiera apreciado la deslealtad de la conducta denunciada y hubieran
emitido en este sentido su pronunciamiento, cabe plantear cual sería la utilidad de
dicha resolución, toda vez, que si el infractor perdura en su conducta desleal, lo cier40
Vid. Resolución del Consejo de 25 de mayo de 2000, relativa a una red comunitaria de órganos nacionales responsables
de la solución extrajudicial de litigios en materia de consumo (DOCE C155, de 6 de junio de 2000).
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to es que difícilmente podrá apreciarse por un órgano judicial el carácter ejecutivo
de la precitada resolución, al no tener encaje legal en el art. 517 LEC.
8. Publicación complementaria de la sentencia
Por último, ligada al ejercicio de las acciones civiles, el artículo 32.2 LCD, prevé que
en las sentencias estimatorias de acciones declarativas, de cesación, remoción o
rectificación, el tribunal, si lo estima procedente, y con cargo al demandado, podrá
acordar la publicación, total o parcial de la sentencia, o cuando los efectos de la
infracción puedan mantenerse a lo largo del tiempo, una declaración rectificadora.
A las asociaciones de consumidores y usuarios, esta previsión no nos resulta novedosa, pues ya el artículo 221.2 LEC, introducido por la el artículo 1.5º de la Ley
39/2002, de 28 de octubre, de transposición al ordenamiento jurídico español de
diversas directivas comunitarias en materia de protección de los intereses de los
consumidores y usuarios41, contenía una previsión idéntica, para las sentencias estimatorias de las acciones de cesación en defensa de los intereses colectivos y difusos de los consumidores.
De la lectura del artículo 32.2 LCD, cabe deducir que el legislador ha consagrado
definitivamente la publicación de la sentencia como una medida de remoción, toda
vez que excluye su aplicación en los supuestos de ejercicio de acciones resarcitorias
de daños y perjuicios o de enriquecimiento injusto. Ahora bien, lo que no aclara la
norma es si será posible la publicación en el supuesto de que se ejercite de modo
conjunto alguna de las acciones previstas en los ordinales 1º a 4º del art. 32.1 junto
a una acción resarcitoria o de enriquecimiento injusto. En nuestra opinión, no oponiéndose la Ley de modo expreso, debería admitirse su procedencia, máxime si
desde el punto de vista de la tutela de los usuarios la publicación de la sentencia o
la declaración rectificadora puede tener una importancia capital para el efectivo
conocimiento de los afectados.
Resulta censurable por otra parte la ambigüedad dada por el legislador a la expresión “si lo considera procedente”, pues ningún criterio se ofrece para valorar la decisión judicial, abriendo la puerta de la inseguridad jurídica ante la falta de elementos para ponderar la resolución.
II. BREVE APROXIMACIÓN AL DESARROLLO PROCESAL EN MATERIA
DE COMPETENCIA DESLEAL
9. Competencia
Desde el punto de vista de la competencia objetiva, corresponde a los Juzgados de
lo Mercantil el conocimiento de las acciones relativas a competencia desleal y
41
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publicidad conforme a lo dispuesto en el apartado a) del artículo 86 ter 2 de la Ley
Orgánica 6/1985, de 1 de julio, del Poder Judicial (LOPJ), en concordancia con lo previsto en los artículos 3.1 y 19 bis de la Ley 38/1988, de 28 de diciembre, de
Demarcación y Planta Judicial, así como el Anexo XII de ésta última.
Frente a las sentencias dictadas por los Juzgados de lo Mercantil, cabe la interposición de recurso de apelación ante la Audiencia Provincial correspondiente y contra
lo resuelto por ésta, conforme a lo dispuesto en el artículo 477.3 LEC (cuando la sentencia se oponga a la doctrina jurisprudencial del Tribunal Supremo o resuelva puntos y cuestiones sobre los que exista jurisprudencia contradictoria de las
Audiencias Provinciales o aplique normas que no lleven más de cinco años en
vigor), procederá interponerse recurso de casación por interés casacional.
Igualmente quedará abierta la vía casacional en los supuestos de infracción procesal o cuando la cuantía del asunto excediere de los 150.000 euros (art. 477.2.2º LEC).
Por lo que respecta a la competencia territorial, el artículo 52.1.16º LEC, establece un
fuero imperativo especial, en los supuestos en que se ejercite una acción de cesación en defensa de los intereses tanto colectivos como difusos de los consumidores, atribuyéndose la competencia territorial al Tribunal correspondiente al lugar
dónde el demandado tenga un establecimiento, y, a falta de éste, el de su domicilio. Únicamente si careciere de domicilio en territorio español, podrá ser demandado en el tribunal correspondiente al tribunal del actor.
Podemos encontrar aquí un problema al no ofrecer la LEC concepto alguno de lo
que entiende por establecimiento. En este sentido, puede tomarse como referencia
la STJCE de 22 de noviembre de 1978, que apunta como notas del concepto de establecimiento: a) la existencia de un centro de operaciones que sea prolongación de
la empresa principal; b) que desde ese centro se realicen transacciones o se ejerzan
actividades comerciales, industriales o profesionales y c) que el centro tenga cierto
grado de estabilidad. Un ejemplo interesante lo podemos obtener del Auto dictado
por el Juzgado de 1ª Instancia nº 10 de Bilbao de 30 de diciembre de 2002, que analiza la procedencia de demandar a una compañía aérea en el aeropuerto donde
operaba cuando se mostraba renuente a aceptar las notificaciones. Así es razonado por el juzgador:
“No hay excusa en el hecho de que la oficina del aeropuerto no sea domicilio, porque precisamente por distinguir entre domicilio en sentido jurídico, y establecimiento abierto al público, que tiene una evidente componente comercial, el art. 51
de la LECiv permite presentar la demanda en cualquiera de esos lugares.
Si la empresa ofrece sus servicios en Bilbao, vuelos desde y hasta Bilbao, si concierta contratos con usuarios que salen de ese aeropuerto y por lo tanto se obliga contractualmente en tal oficina, puede ser demandada también allí, ya que no es
admisible que para lo beneficioso comercialmente admita su capacidad, al menos
contractual, pues concluye contratos y expide billetes, y para lo procesal no”
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De modo subsidiario al establecimiento, apunta la LEC el domicilio del demandado. Para ello, podemos acudir a los artículos 9 y 10 del Real Decreto Legislativo
1/2010, por el que se aprueba el Texto Refundido de la Ley de Sociedades de
Capital42 (TRLSC). El artículo 9 dispone que las sociedades de capital habrán de
fijar su domicilio dentro del territorio español en el lugar en que se halle el centro de su efectiva administración y dirección, o en el que radique su principal
establecimiento o explotación. No obstante, como apunta el artículo 10 TRLSC, en
caso de en caso de discordancia entre el domicilio registral y el que correspondería según el artículo anterior, los terceros podrán considerar como domicilio cualquiera de ellos. Y finalmente, a falta de fijación legal o estatutaria, podremos acudir al artículo 41 CC, cuya redacción dispone que cuando ni la ley que las haya creado o reconocido, ni los estatutos o las reglas de fundación fijaren el domicilio de
las personas jurídicas, se entenderá que lo tienen en el lugar en que se halle establecida su representación legal, o donde ejerzan las principales funciones de su
instituto. Por su parte, si el demandado fuera una persona física, habrá que
entenderse que su domicilio es su lugar de residencia habitual conforme a lo previsto en el artículo 40 CC, si bien pude ser igualmente demandado en el lugar
donde desarrolle su actividad según la previsión ofrecida por el artículo 50.3 y
155.3 LEC.
Más allá del supuesto de la acción de cesación, regirán los fueros de carácter general del artículo 50 LEC cuando los demandados sean personas físicas y del artículo
51 LEC cuando nos hallemos ante personas jurídicas, recordando tanto que la sumisión de las partes sólo será válida y eficaz a tribunales con competencia objetiva
para conocer el asunto de que se trate, como que por imperativo del artículo 52.2
LEC, no será válida la sumisión expresa contenida en contratos de adhesión, o que
contengan condiciones generales impuestas por una de las partes, o se hayan celebrado con consumidores o usuarios.
10.Procedimiento
Según lo previsto en el artículo 249.1.4 LEC, habrán de resolverse a través del juicio
ordinario, las demandas en materia de competencia desleal, defensa de la competencia, en aplicación de los artículos 81 y 82 del Tratado de la Comunidad Europea
o de los artículos 1 y 2 de la Ley de Defensa de la Competencia, propiedad industrial,
propiedad intelectual y publicidad, siempre que no versen exclusivamente sobre
reclamaciones de cantidad, en cuyo caso se tramitarán por el procedimiento que les
corresponda en función de la cuantía que se reclame. La opción legislativa de apostar por el juicio ordinario frente al juicio verbal pretende así reforzar las garantías
del proceso y permitir un conocimiento más profundo de la litis, por la mayor complejidad que pueden conllevar estos casos.
42
BOE nº 161, de 3 de julio de 2010.
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No obstante lo expuesto, y ponderando la conveniencia de la celeridad en el
supuesto de ejercicio de acciones de cesación en materia de publicidad en defensa
de los intereses colectivos y difusos de los consumidores y usuarios, el cauce procedimental adecuado habrá de ser el juicio verbal por la remisión realizada al artículo 250.1.12º LEC por parte del 249.1.4 in fine.
Surge la duda pues, según abordaremos con posterioridad de la posible acumulación de acciones y su tratamiento procesal de interesar la interposición conjunta de
una acción de cesación y una acción resarcitoria.
11. Capacidad para ser parte y capacidad procesal
La regulación ofrecida por la LEC viene a dar respuesta a la necesidad de ampliar el
presupuesto procesal de capacidad, tanto en lo referido a la capacidad para ser
parte en el proceso como la capacidad de obrar procesal.
Centrados en el estudio de la tutela colectiva de los consumidores y usuarios, de la
lectura del artículo 6 LEC, ha de deducirse el reconocimiento de la capacidad para
ser parte en el proceso en los siguientes supuestos:
a) Las personas jurídicas (art. 6.1.3º LEC)
b) Las entidades sin personalidad jurídica a las que la ley reconozca capacidad
para ser parte (art. 6.1.5º LEC)
c) Los grupos de consumidores o usuarios afectados por un hecho dañoso
cuando los individuos que lo compongan estén determinados o sean fácilmente determinables y constituyan la mayoría de los afectados. (art. 6.1.7º
LEC).
d) Las entidades habilitadas conforme a la normativa comunitaria europea
para el ejercicio de la acción de cesación en defensa de los intereses colectivos y de los intereses difusos de los consumidores y usuarios (art. 6.1.8º LEC)
Junto a las entidades enunciadas por la LEC, habrá de adicionarse el Ministerio
Fiscal, que a pesar de constar previsto en el artículo 6.1.6º de la LEC, en ésta se refiere a los procesos en que conforme a la ley haya de intervenir como parte, por lo que
su capacidad se la reconoceremos en virtud de lo previsto en el TRLGDCU.
Por lo que respecta a la capacidad procesal, por esta ha de entenderse conforme
advierte JIMENEZ FORTEA43 y equipara el artículo 7 LEC al modo en que habrá de
efectuarse la comparecencia en juicio y representación.
43
JIMENZ FORTEA, F.J. en BARONA VILAR, S. (Coord.), Tutela de los consumidores y usuarios en la nueva Ley de Enjuiciamiento
Civil, Valencia, 2002, p. 75.
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11.1Personas Jurídicas
11.1.1. INC y órganos o entidades de CCAA y Corporaciones Locales dotados de
personalidad jurídica, competentes en materia de defensa de los
consumidores
El Instituto Nacional del Consumo, creado por Decreto 2950/1975, de 7 de noviembre44, en tanto que constituye un organismo autónomo y por ello dotado de personalidad jurídica propia y diferenciada, según dispone el artículo 42.1 de la Ley
6/1997, de 14 de abril, de organización y funcionamiento de la Administración
General del Estado45, se encuadra perfectamente dentro de la previsión legal de la
LEC. Idénticos argumentos cabe predicar del Instituto Gallego de Consumo, creado
en virtud de la Ley 8/1994, de 30 de diciembre, del Parlamento de Galicia46, de la
Agencia Catalana de Consumo sustitutiva del extinto Instituto Catalán de
Consumo por la reforma operada por la Ley 9/2004, de 24 de diciembre, del
Parlamento de Cataluña47 o de la más reciente Agencia Cántabra de Consumo nacida al amparo de la Ley de Cantabria 7/2008, de 26 de diciembre48, así como de cuantos otros órganos pudieran crearse o existir a nivel de comunidades autónomas o
corporaciones locales con competencias en materia de defensa de los consumidores. A mayor abundamiento su capacidad y legitimación ya venía refrendada por lo
dispuesto en el artículo 10 ter y quater LGDCU.
11.1.2. Asociaciones de consumidores y usuarios
El artículo 35 del Código Civil dispone que son personas jurídicas las corporaciones,
asociaciones y fundaciones de interés público reconocidas por la ley, así como las
asociaciones de interés particular, sean civiles, mercantiles o industriales a las que
la ley conceda personalidad propia, entre las que como señalan GUILLEN
CARAMES49 y GONZALEZ CANO50 ha de situarse con toda evidencia a las asociaciones de consumidores y usuarios.
A su vez el articulo 38 CC reconoce el derecho de las personas jurídicas a ejercitar
acciones civiles o criminales, por lo que el reconocimiento de su capacidad operado
en virtud del artículo 6.1.3º LEC, aunque bienvenido como cuerpo procesal, tampoco constituye realmente ninguna novedad del siglo XXI. Y, a fortiori, su capacidad
también la reconocían los artículos 10 ter y quáter LGDCU. Más adelante, al tratar
de la legitimación veremos la diferencia existente entre las distintas asociaciones
de consumidores y usuarios.
44
45
46
47
48
49
50
BOE nº 284, de 26 de noviembre de 1975.
BOE nº 90, de 15 de abril de 1997.
DO Galicia nº 9, de 13 enero 1995 y BOE nº 38 de 14 de febrero de 1995.
DO. Generalitat de Catalunya nº 4291 de 30 diciembre 2004.
BOC nº 251, de 30 de diciembre de 2008.
GUILLEN CARAMES, J. La incidencia de la Ley Orgánica 1/2002, de 22 de marzo, reguladora del Derecho de Asociación en el
régimen jurídico de las Asociaciones de Consumidores y Usuarios, Madrid, 2003, p. 74.
GONZALEZ CANO, M.I. La tutela colectiva de consumidores y usuarios en el proceso civil, Valencia, 2002, p. 112.
100
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Su comparecencia en juicio y representación deberá realizarse a través de su representante legal conforme prevé el artículo 7.4 LEC para las personas jurídicas.
11.1.3. Entidades sin personalidad jurídica a las que la Ley reconoce la capacidad
para ser parte
El artículo 6.1.5º LEC incluye también otras entidades sin personalidad jurídica a
las que la ley haya reconocido la capacidad para ser parte. Aunque en principio
pudiera pensarse que su inclusión se pudiera haber sistematizado probablemente con los grupos de consumidores y usuarios afectados, pues estas entidades a
las que la ley parece querer referirse como a comunidades de propietarios, no
deja de ser un grupo de usuarios afectados, nótese que según veremos seguidamente en tanto en los grupos de afectados se exige la inclusión de la mayoría, en
estas entidades es posible que resultando afectados únicamente dos comuneros
que no constituyan la mayoría en sí de la comunidad, ésta por solidaridad decida
(ahora sí por mayoría ex art. 17.3ª Ley de Propiedad Horizontal) el ejercicio de cualquier acción.
11.1.4. Grupo de Consumidores y usuarios afectados
La LEC introduce también la capacidad procesal de los grupos de consumidores y
usuarios afectados por un hecho dañoso, pero limita sin embargo su participación
en el proceso, a diferencia de lo que sucedía por ejemplo en el sistema estadounidense, por dos circunstancias:
a) En primer lugar constriñe su intervención a aquellos supuestos en que el
grupo sea determinado fácilmente determinable, lo que lo delimita al ejercicio de acciones para la defensa de intereses colectivos, no difusos.
b) En segundo término exige que el grupo se constituya, ya no con un numero
plural, significativo o cuantioso en cuanto a los afectados, sino que exige
represente mayoría de éstos.
Ambas limitaciones encuentran desde un punto de vista teórico su razón de ser
en pretender evitar que grupos reducidos o poco representativos del conjunto, o
incluso de la generalidad si aceptáramos para ellos las acciones para la defensa
de intereses difusos, se alcen en defensa de una colectividad de usuarios que
realmente no les ha otorgado su confianza. Decimos que ello puede tener su
razón de ser desde un plano conceptual, porque en realidad la reserva en exclusiva de la tutela de intereses difusos a determinadas asociaciones, conociendo
nuestro panorama asociativo en el que apenas pueden decirse que son algo
representativas por su número de socios tres o cuatro asociaciones, supone una
prerrogativa poco razonable y perjudicial para el conjunto de consumidores y
usuarios por las acciones que nunca podrán desarrollar menores entidades con
buena predisposición.
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Para comparecer en juicio y representar al grupo, deberán comparecer las personas
que, de hecho o en virtud de pactos de la entidad, actúen en su nombre frente a terceros según dispone el artículo 7.7 LEC.
11.1.5. Entidades habilitadas conforme a la normativa europea
En lógica reciprocidad con lo establecido en los restantes Estados miembros y en
cumplimiento del mandato comunitario de la Directiva 98/27/CE, la Ley 39/2002,
de 28 de octubre, de transposición al ordenamiento jurídico español de diversas
Directivas comunitarias en materia de protección de los intereses de los consumidores y usuarios51, se introdujo en el artículo 6.1 de la LEC un nuevo ordinal octavo,
por el que se reconocía la capacidad para ser parte a las entidades habilitadas conforme a la normativa europea.
Estas entidades son comunicadas por los respectivos gobiernos de los estados
miembros a la Comisión quien las incluye en un listado publicado en el DOCE a
efectos de publicidad y acreditación de su habilitación. El conjunto de entidades
habilitadas se encuentra actualmente recogido en la Comunicación de la
Comisión conforme al apartado 3 del artículo 4 de la Directiva 98/27/CE del
Parlamento Europeo y del Consejo, relativa a las acciones de cesación en materia
de protección de los intereses de los consumidores, en la que se da a conocer la
lista de entidades habilitadas para ejercitar una acción con arreglo al artículo 2
de dicha Directiva52.
En España es el Ministerio de Justicia el encargado de transmitir la información a
las autoridades europeas conforme dispone el art. 55.1 TRLGDCU, debiendo los jueces por imperativo del mismo precepto aceptar dicha lista como prueba de la capacidad de la entidad habilitada para ser parte, sin perjuicio de examinar si la finalidad de la misma y los intereses afectados legitiman el ejercicio de la acción.
11.1.6. Ministerio fiscal
Hemos postergado la inclusión del Ministerio Público, ya que su capacidad para
intervenir como parte en las acciones colectivas nos la ofrece no la LEC, que a
pesar de citarlo en su artículo 6.1.6º lo hace con referencia a los procesos en que
haya de intervenir como parte, de donde cabe deducir su llamada imperativa,
sino el TRLGDCU. Y, si bien es cierto que el Estatuto Orgánico del Ministerio Fiscal,
no prevé de modo específico entre sus funciones el ejercicio de acciones en
defensa de los consumidores y usuarios, ha de bastar para su asunción el mandato de tomar parte, en defensa de la legalidad y del interés público o social o la
genérica de ejercer las demás funciones que el ordenamiento jurídico estatal le
atribuya, contempladas en los ordinales 6 y 16 del artículo 3º de su Estatuto.
51
52
BOE nº 259, de 29 de octubre de 2002.
DO C 39 de 16 de febrero de 2006.
`
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A pesar de que desde nuestros anales constitucionales parece que se pensó en la
explotación de los recursos ofrecidos por el Ministerio Fiscal para la protección de
los consumidores, como evidencia tanto la Circular 7/1978 de la Fiscalía General del
Estado como la Memoria de 1982, la intervención del Ministerio Público, hasta el
momento inexistente, ha sido considerada por el Consejo de Consumidores y
Usuarios y el Instituto Nacional del Consumo como una pieza más imprescindible
para la adecuada protección de los consumidores y usuarios, impulsándose a finales de 2007 la suscripción de un convenio permanente de colaboración con objeto
de lograr este fin. La reciente y bienvenida Circular 2/2010, acerca de la intervención
del Ministerio Fiscal en el orden civil para la protección de los consumidores y usuarios, dibuja un nuevo escenario esperanzador.
12.Legitimación
12.1 Legitimación activa
Si bien el artículo 33 LCD sustituye al hoy derogado artículo 25 de la Ley 34/1988, de
11 de noviembre, General de Publicidad53 (LGP), la aplicación supletoria de la LEC ya
esbozaba el panorama actual que la Ley 29/2009, ha venido a armonizar con leves
modificaciones (se suprime el artículo 18.4 TRLGDCU quedando incorporado su
contenido en el artículo 33 LCD).
La regulación ofrecida sin embargo por la LCD, no es sencilla, debiendo distinguir en
función de la acción ejercitada y los intereses defendidos.
a) Para el desarrollo de la acción declarativa prevista en el art. 32.1.1º LCD, están
legitimados:
1. Para la defensa de sus propios intereses, cualquier persona física o jurídica
que participe en el mercado y cuyos intereses económicos resulten perjudicados o amenazados por la conducta desleal, y si se trata de publicidad, cualquier persona física o jurídica que resulte afectada y, en general, quienes
tenga un derecho subjetivo o interés legítimo.
2. Para la defensa de sus miembros, las asociaciones y corporaciones profesionales o representativas de intereses económicos cuando resulten afectados
los intereses de sus miembros.
3. Para la defensa de los intereses generales, colectivos o difusos, de los consumidores y usuarios, están legitimados el Instituto Nacional del Consumo y
los órganos o entidades correspondientes de las CCAA y corporaciones locales competentes en materia de defensa de los consumidores y usuarios, las
asociaciones de consumidores y usuarios que reúnan los requisitos establecidos en el TRLGDCU o, en su caso, en la legislación autonómica, las entida53
BOE nº 274, de 15 de noviembre de 1988.
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des de otros Estados miembros de la Comunidad Europea, constituidas para
la protección de los intereses colectivos y difusos de los consumidores que
estén habilitadas mediante su inclusión en la lista publicada a tal fin en el
DOCE.
4. Además, tras la modificación del artículo 15.1 LEC, El Ministerio Fiscal, será
parte en estos procesos cuando el interés social lo justifique. El tribunal que
conozca de alguno de estos procesos comunicará su iniciación al Ministerio
Fiscal para que valore la posibilidad de su personación.
b) Para el ejercicio de la acción de cesación prevista en el artículo 32.1.2º LCD, están
legitimadas las mismas personas y entidades que para el ejercicio de la acción
declarativa, con inclusión expresa del Ministerio Fiscal a tenor de lo dispuesto
en el artículo 33.4 LCD y 11.4 LEC.
c) Para el ejercicio de la acción de remoción del artículo 32.1.3º LCD están legitimados activamente los mismos sujetos que los habilitados para la acción declarativa.
d) Para el ejercicio de la acción de rectificación de informaciones engañosas, incorrectas y falsas prevista en el artículo 32.1.4º LCD, están nuevamente legitimadas las mismas personas y entidades que para la acción declarativa.
e) Para el ejercicio de la acción resarcitoria de daños y perjuicios prevista en el artículo 32.1.5º LCD, sin perjuicio de los detalles que expondremos con posterioridad
en el capítulo dedicado a los puntos críticos del ejercicio de las acciones civiles,
están legitimados:
1. Para la defensa de sus propios intereses, cualquier persona física o jurídica
que participe en el mercado y cuyos intereses económicos resulten perjudicados o amenazados por la conducta desleal y si se trata de publicidad, cualquier persona física o jurídica que resulte afectada y, en general, quienes
tenga un derecho subjetivo o interés legítimo.
2. Para la defensa de intereses colectivos, los legitimados conforme a lo dispuesto en el artículo 11.2 LEC, esto es, cuando los perjudicados sean un
grupo de consumidores o usuarios, cuyos componentes estén perfectamente determinados o sean fácilmente determinables, las asociaciones
de consumidores y usuarios, entidades legalmente constituidas que
tenga por objeto la defensa o protección de éstos y los propios grupos de
afectados...
f) Finalmente, el ejercicio de la acción de enriquecimiento injusto, prevista en el
artículo 31.1.6º LCD, queda restringido aquél que titular de la posición jurídica
violada.
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12.2 Legitimación pasiva
La legitimación pasiva es regulada por el artículo 34 LCD. De la lectura de su ordinal
primero, que viene a reproducir el antiguo artículo 20 LCD, se infiere con amplitud
que las acciones declarativas, de cesación, de remoción, de rectificación y de resarcimiento de daños y perjuicios, podrán dirigirse contra cualquier persona que haya
realizado la conducta desleal, ordenado su comisión o haya cooperado en su ejecución.
El empleo del término facultativo “podrán” unido a la disyuntiva “o” disipa cualquier duda sobre la posible existencia de un litisconsorcio pasivo necesario, al otorgar al demandante la opción de seleccionar a uno o todos de los participantes en
la conducta como posibles demandados.
La utilización de una fórmula abierta referida a cualquier persona, en coherencia
con la previsión del artículo 3.1 LCD (cualquier otra persona física o jurídica que participe en el mercado) ha de posibilitar sin duda la consideración de las
Administraciones Públicas como parte legitimada pasivamente, si de su actuación
cabe deducir la comisión de un ilícito concurrencial.
En lo referido al cooperador, debe tratarse de un tercero ajeno al autor desde un
punto de vista contractual o funcional, toda vez que de lo contrario, entendemos
resultaría aplicable la previsión contenida en el ordinal segundo dirigiéndose la
acción contra el principal.
Como es lógico, en el caso de las acciones de enriquecimiento injusto, únicamente
podrá ser demandado el beneficiario del enriquecimiento.
En el artículo 34.2 LCD se advierte que si la conducta desleal se hubiera realizado
por trabajadores u otros colaboradores que en el ejercicio de sus funciones y deberes contractuales, las acciones previstas en el artículo 32.1, 1ª a 4ª (declarativa, de
cesación, de remoción y de rectificación), deberán dirigirse contra el principal. Esta
regla, viene a exonerar a los empleados que siguiendo las instrucciones de su
empleador puedan desarrollar una conducta desleal. Cuestión distinta sería aquéllos supuestos en que se hubiera producido una extralimitación de los trabajadores, en contra de las directrices del empresario.
Si la acción ejercitada por el contrario fuera la indemnizatoria, esta podría desarrollarse tanto frente al principal como a los propios trabajadores o colaboradores, de
modo indistinto frente a alguno de ellos o frente a todos, sin que tampoco sea oponible en este caso una excepción de litisconsorcio pasivo necesario según razona la
STS de 1 de junio de 1994.
Finalmente, queda por determinar el alcance de la legitimación pasiva en las acciones desarrolladas frente a publicidad ilícita, pues pese a la claridad con que se
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manifiesta SALAS CARCELLER54 atribuyéndola al anunciante por cuanto que es la
persona física o jurídica en cuyo interés repercute la publicidad, no es menos cierto
la tesis apuntada por AYALA MUÑOZ55 al advertir del nuevo escenario abierto propugnado por el vigente artículo 34 LCD y el cambio que ello puede significar en este
tipo de acciones.
13.Diligencias preliminares
El artículo 36 LCD, reproduce de modo literal la previsión normativa del antiguo art.
24 LCD 91, por lo que no hay novedades destacables sobre este particular, merecedoras de un especial detenimiento. Como es sabido, las diligencias preliminares tienen como finalidad ofrecer al futuro demandante información para la solicitud de
medidas cautelares o formulación de la demanda. Su objetivo es pues facilitar la
correcta preparación del proceso.
En el ámbito concreto de la competencia desleal, por imperativo del artículo 36.2
LCD, estas diligencias preliminares habrán de sustanciarse conforme a lo dispuesto
en los artículos 129 a 132 de la Ley 11/1986, de 20 de marzo, por la que aprueba el
Régimen jurídico de patentes de invención y modelos de utilidad56, si bien no debe
olvidarse que con independencia de la particularidades propias de su singular régimen procedimental, pueden coexistir con las generales previstas en los artículos
256 y ss. LEC.
La solicitud de diligencias preliminares, habrá de formularse según ordena el artículo 257 LEC ante el tribunal ante el que haya de presentarse la demanda, remitiéndonos a lo expuesto en el capítulo correspondiente a la competencia sobre este
particular.
De la lectura de la regulación diligencias preliminares contenida en la Ley 11/86, se
deduce que estas sólo podrán acordarse ante la imposibilidad de verificar los extremos solicitados por otros medios, pudiendo solicitar el juez con carácter previo a su
admisión informes u ordenar otras investigaciones que estimare oportunas.
Conviene advertir que conforme a lo dispuesto en el artículo 129.4 de la Ley de
Patentes, al acordar la práctica de las diligencias preliminares, el juez fijará la caución que debe prestar el peticionario para responder de los daños y perjuicios que
eventualmente pudieran ocasionarse. Igualmente, la parte afectada por las diligencias de comprobación podrá reclamar en todo caso, de quien la hubiere solicitado, los gastos y daños que se hubiesen ocasionado, incluido el lucro cesante.
Nótese, que la determinación de caución se presenta aquí de modo imperativo, a
diferencia de la previsión del artículo 728.3 in fine LEC referido a la solicitud de
54
55
56
SALAS CERCELLER, A. “Las acciones por publicidad ilícita y competencia desleal (Parte II)” en Autocontrol nº 157, Madrid,
noviembre de 2010, p. 10.
AYALA MUÑOZ, J.Mª. “Aspectos jurídico procesales del nuevo derecho de la competencia desleal” en Revista de Derecho
de la Competencia y la Distribución nº 7, Madrid, 2010, p. 133
BOE nº 73, de 26 de marzo de 1986.
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medidas cautelares, cuando señala que en los procedimientos en los que se ejercite una acción de cesación en defensa de los intereses colectivos y de los intereses difusos de los consumidores y usuarios, el Tribunal podrá dispensar al solicitante de la medida cautelar del deber de prestar caución, atendidas las circunstancias del caso, así como la entidad económica y la repercusión social de los distintos intereses afectados.
Finalmente, ha de tenerse también presente, que el artículo 131.2 de la Ley de
Patentes, concede un plazo de dos meses a partir de la fecha de la práctica de las
diligencias de comprobación para la presentación de la correspondiente demanda
ejercitando la acción judicial, quedando de lo contrario las diligencias preliminares practicadas sin efecto y sin que puedan ser utilizadas en ninguna otra acción
judicial.
14.Carga de la prueba
Frente al principio general de imposición de la carga de la prueba al demandante,
en los procesos sobre competencia desleal y sobre publicidad ilícita, dispone el artículo 217.4 LEC que corresponderá al demandado la carga de la prueba de la exactitud y veracidad de las indicaciones y manifestaciones realizadas y de los datos
materiales que la publicidad exprese, respectivamente. De este modo, nuestro
legislador nacional, avanza un paso más en la recomendación prevista en la
Exposición de Motivos de la Directiva 2005/29/CE, cuando señalaba que si bien
corresponde al Derecho nacional determinar sobre quién recae la carga de la prueba, conviene que los tribunales o los órganos administrativos estén facultados para
exigir a los comerciantes que aporten pruebas de la exactitud de las afirmaciones
de hecho realizadas.
Nos hallamos pues ante una norma especial, que con toda lógica traslada al
demandado la carga probatoria respecto de la veracidad de sus manifestaciones,
toda vez que para el actor resultaría mucho más gravoso la prueba de la falsedad o
deslealtad de éstas. En realidad, no se trata sino de una concreción del principio de
disponibilidad y facilidad probatoria previsto en el artículo 217.7 LEC.
15.Prescripción
El nuevo artículo 35 LCD, modifica en lo referido a la prescripción para el ejercicio de
las acciones la antigua redacción del artículo 21 LCD 91, que establecía el plazo de
un año, desde el momento en que pudieron ejercitarse las acciones y el legitimado
tuvo conocimiento del autor del acto de competencia desleal, y en todo caso en el
plazo de tres años desde su comisión. La nueva redacción del artículo 35 LCD, establece a nuestro juicio con acierto, pese a la deficiente calidad técnica de su redacción que ha puesto de manifiesto la doctrina57, que el cómputo del plazo de tres
57
TATO PLAZA, A. La reforma de…Madrid, 2009, p. 485.
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años para la prescripción de la acción haya de realizarse no desde el momento de
la realización del acto, sino desde la finalización de la conducta desleal, lo que viene
a pacificar las dudas doctrinales y jurisprudenciales58 existentes en cuanto a la fijación del dies a quo de las acciones continuadas.
Por lo que respecta a la interrupción de la prescripción, conviene recordar que esta
se produce además de por la realización de cualquier tipo de acción (solicitud de
diligencias preliminares, de medidas cautelares o incluso demanda de conciliación),
por reclamación extrajudicial recibida por el demandado (aunque sus efectos se
produzcan desde la fecha de remisión y no de recepción) y lógicamente por el reconocimiento de la deslealtad de la conducta conforme a lo dispuesto en el artículo
1973 CC.
En otro orden distinto, para las acciones en defensa de los intereses generales,
colectivos o difusos, de los consumidores y usuarios, el artículo 35 LCD se remite a
lo dispuesto en el artículo 56 TRLGDCU, de cuya lectura no cabe sino concluir la
imprescriptibilidad de la acción con carácter general. Por excepción, si nos hallásemos ante el supuesto concreto de una conducta desleal que se hubiera producido
a partir de la utilización o recomendación de condiciones generales de la contratación y éstas hubiesen sido depositadas en el Registro de Condiciones Generales de
la Contratación, el plazo de prescripción quedaría reducido a cinco años desde
dicho depósito siempre y cuando las precitadas condiciones hubieran sido objeto
de utilización efectiva.
16. Cuestión prejudicial civil frente a ejecución de contrato
derivado de conductas desleales ante la imposibilidad de
reconvención
Especial interés cobra el supuesto en que el usuario es quien es demandado y éste
pretende defenderse con invocación de la abusividad de determinadas cláusulas
contractuales o una conducta desleal determinadora del contrato. Pese al hecho
incuestionable que apunta que la apreciación de las cláusulas abusivas resulta
imperativa de oficio y así ha sido entendido por el Tribunal de Justicia de las
Comunidades Europeas, en sus Sentencias de 27 de junio de 2000, de 21 de noviembre de 2002, 26 de octubre de 2006 o más recientemente de 6 de octubre de 2009,
donde se vincula la apreciación de oficio de la nulidad de la cláusula abusiva al
objetivo perseguido por el artículo 6 de la Directiva –impedir que el consumidor
quede vinculado por una cláusula abusiva- y al mandato contenido en su artículo
7, al tratarse de un medio “adecuado y eficaz” para que cese el uso de cláusulas abusivas, dado el efecto disuasorio que puede ejercer sobre los profesionales, lo cierto
es que dicha defensa no la contemplamos como la línea procesal más adecuada por
cuanto que realmente no se ejercita una reconvención. Abogamos pues por el plan-
58
Vid. SSTS de 16 de enero de 2009 , de 18 de enero y 20 de mayo de 2010.
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teamiento de una nueva demanda de nulidad individual de condiciones generales
de la contratación por parte del usuario demandado y la formulación de cuestión
prejudicial civil ante el procedimiento iniciado por la “actora” en la que ostenta el
consumidor la posición de demandado. De modo similar, aunque en este caso la
conducta desleal no quepa ser apreciada de oficio, podría plantearse la declaración
de deslealtad a instancias del usuario, especialmente cuando pueda afectar a la
validez del consentimiento otorgado por el usuario.
La cuestión prejudicial civil resulta obligada merced a las deficiencias técnicas del
artículo 406.2 LEC, ya advertidas por la doctrina (cfr. DIEZ-PICAZO GIMÉNEZ –Dir.
ROJO, A.- “Los juzgados de lo mercantil” en La reforma de la legislación concursal,
Madrid, 2003, p. 147 y ss.; GARCIANDIA GONZÁLEZ, Los nuevos tribunales de lo mercantil, Cizur Menor, 2004, p. 192; BANACLOCHE PALAO, Los juzgados de lo mercantil:
régimen jurídico y problemas procesales que plantea su actual regulación, Madrid,
2005, p. 202 y ss.). En efecto, la atribución a los Juzgados de lo Mercantil del conocimiento de las acciones relativas a condiciones generales de la contratación, impiden a esta parte formular ante esta sede judicial la deseable reconvención por
razón de falta de competencia objetiva.
Resulta crucial con frecuencia para la ejecución de un contrato o los efectos adversos de éste para el usuario resolver con carácter previo la posible consideración de
abusividad y por ende nulidad, de las cláusulas que éste encierre o la falsedad de
una publicidad determinante del contrato. Y para ello, no dispone de otro recurso
procesal esta parte, en defecto de reconvención posible, que el planteamiento de la
correspondiente acción ante el Juzgado de lo Mercantil. La cuestión ya ha sido
advertida por la Secretaría General Técnica del Ministerio de Justicia que mantiene
en ciernes una propuesta de modificación del artículo 86 ter LOPJ para la inclusión
de un nuevo apartado que permita esta reconvención en los propios juzgados de
primera instancia, pero hasta la fecha, como es pacífico en la doctrina no cabe sino
seguir esta vía, debiendo suspenderse el curso del proceso hasta la resolución por
sentencia por parte del Juzgado de lo Mercantil en virtud de la concurrencia de una
cuestión prejudicial civil conforme advierte el artículo 43 LEC. Nos hallamos en
suma ante el supuesto que como señalaba HERRERO PEREZAGUA (vid. HERERO
PEREZAGUA, J.F. Jurisdicción y competencia en materia de consumidores, Cizur
Menor, 2007, p. 112), mejor ilustra la patología de la norma, pues es evidente como
apunta el distinguido Profesor, que precisamente este es el cauce que debe seguirse frente a una demanda que exige el cumplimiento de una prestación derivada de
un contrato, para lo cual el consumidor ha de oponer la existencia de una condición
general ilícita, un comportamiento abusivo o una práctica desleal en los términos
empleados por la reciente Ley 29/2009, de 30 de diciembre.
La cuestión prejudicial así planteada, deriva de la necesidad de solución previa de
otro proceso que responde precisamente al objeto principal de ésta (la declaración
de falta de validez del clausulado del contrato). La influencia del resultado del proceso de nulidad contractual invocado ante el Juzgado de lo Mercantil es por tanto
absolutamente relevante, sin que exista al mismo tiempo cualquier otro mecanisCEACCU / ESTUDIOS Y DOCUMENTACIÓN
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mo que sirva a los mismos efectos, por razón precisamente de la deficiencia técnica normativa aludida, cumpliéndose por lo demás con la petición de parte exigida
por la norma.
La suspensión en estos casos, a diferencia de la existente para el supuesto de prejudicialidad penal no documental (art. 40.2 LEC), prejudicialidad administrativa o
social (art. 42 LEC), ha de suponer la paralización del proceso en el momento en que
éste se acuerde, sin esperar a que el proceso quede pendiente de sentencia.
Una cuestión poco pacífica es el momento exacto en que debe considerarse existente la prejudicialidad. Esto es, si basta con la presentación de la demanda de nulidad de condiciones o es necesaria su admisión a trámite.
Ciertamente la Ley de Enjuiciamiento Civil, no resulta explícita en este punto objeto de debate, y de esta falta de concreción deriva la dualidad de interpretaciones
expuestas, entendiendo por nuestra parte que se incurre en un excesivo rigorismo
en la interpretación del art. 43 LEC, cuando es exigida la admisión a trámite (hecho
nada extraño en nuestra judicatura). La doctrina más autorizada que ha tenido
oportunidad de descender al análisis de esta concreta cuestión se inclina sin reparos por la defensa de la tesis que sostiene esta parte, habiéndose llegado a denominar “teoría de la presentación” (vid. MÁLAGA DIÉGUEZ, F. La litispendencia,
Barcelona, 1999, p. 138 y ss.; REYNAL QUEROL, N. La prejudicialidad en el proceso civil,
Barcelona, 2006, p. 291). De este modo, según razonan ambos procesalistas la determinación del inicio de la litispendencia coincide con la presentación de la demanda
del proceso. En efecto, acreditada la presentación de una demanda, caben tres
opciones: su admisión a trámite, su rechazo o bien el requerimiento de subsanación para su admisión. Ninguna demanda queda perdida en una especie de limbo
jurídico. Y en tanto no conste el archivo de la misma o su inadmisión de plano lo
cierto es que existe “pendencia” en el sentido del art. 43 LEC. La pendencia, dicho de
un pleito o negocio, según define la Real Academia Española, existe cuando algo
está por resolverse o terminarse. Y no cabe duda que la admisión a trámite constituye un acto de resolución que ha de desarrollarse temporalmente en el transcurso de toda acción, por lo que en tanto no se produjera su rechazo (momento en el
que cesaría la cuestión prejudicial civil a sensu contrario), lo cierto es que “pende”.
En este mismo sentido se ha pronunciado el AAP de Guadalajara, Sección 1ª, de 17
de noviembre de 2004, en un supuesto similar con el siguiente razonamiento:
”Si bien es cierto que una cosa es la interposición de una demanda y otra distinta
la de su admisión, en el presente caso consta la presentación de la demanda el día
10 de Marzo último y la Sala entiende acreditada dicha tramitación y admisión de
la demanda de juicio ordinario sobre nulidad del contrato de aprovechamiento
por turnos de bienes inmuebles turísticos y la nulidad del contrato de préstamo ,
con la documentación aportada con el escrito de oposición al recurso, donde consta el reparto al Juzgado nº 5 de Marbella”
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A mayor abundamiento, y sin minusvalorar las diversas posibilidades que puede
suscitar la interpretación técnico jurídico de la pendencia reseñada pro el art. 43
LEC, lo cierto es que en caso de duda, debiera atenderse a la aplicación del principio
pro actione, armónico con la interpretación flexible invocada, que según ha razonado el Tribunal Constitucional, entre otras, en su Sentencia de 15 de abril de 1991,
exige una interpretación de las normas que rigen el acceso a los tribunales del modo
más favorable para la acción.
17. Puntos críticos en el proceso civil para la defensa de los
intereses colectivos y difusos de los consumidores
17.1 La defensa de los intereses colectivos y difusos de los
consumidores
La bóveda que cierra la defensa del consumidor tras el reconocimiento de los distintos derechos sustantivos ha de ser el otorgamiento de mecanismos procesales que
posibiliten su ejercicio. El derecho no está llamado ni a engrosar códigos, ni a embellecer bibliotecas, ni a generar declaraciones programáticas huérfanas de aplicación,
sino a satisfacer las demandas prácticas de los justiciables. La confianza del consumidor en el sistema creado para la protección de sus intereses se logra cuando ve
efectivamente resueltos sus conflictos de modo asequible y en tiempo razonable.
El acceso a la jurisdicción civil puede desarrollarse bien a través de acciones individuales, bien a través de acciones colectivas. Sin minusvalorar ni los problemas que
encuentran los consumidores en el ejercicio de acciones individuales –que existen
y de notoria importancia- ni los problemas interpretativos de carácter sustantivo
que provoca la normativa específica tuitiva de los intereses de los consumidores,
abordamos en esta ocasión los principales puntos críticos detectados en el proceso
civil para el ejercicio de acciones colectivas en defensa de los intereses colectivos y
difusos de los consumidores y usuarios.
Podemos establecer cinco razones fundamentales que justifican la existencia de
acciones colectivas:
a) En primer lugar una razón de carácter objetivo cual es evitar que una multiplicidad de procesos desborden a los tribunales (economía judicial).
b) En segundo término una función social de protección de los intereses generales, pues como razona GARNICA MARTÍN59, desde la perspectiva individual no
puede darse una respuesta satisfactoria a los abundantes casos de fraude de
consumo.
c) La evitación de procesos contradictorios (tan frecuentes en las acciones individuales).
59
GARNICA MARTÍN, J.F. “Las acciones de grupo en la LEC 1/2000” en La Ley nº 6, 2001, pp. 1451-1465.
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d) La distribución equitativa de las indemnizaciones entre los afectados en los
supuestos de que el empresario no pudiera hacer frente a todas ellas (el caso de
Forum y Afinsa resulta paradigmático).
e) Finalmente, una última razón es el desequilibrio de medios existente entre el
consumidor individual y la gran empresa dotada de ingentes recursos económicos para la defensa de sus intereses.
En general, las reclamaciones de consumo suelen presentar unas dificultades añadidas que hacen aún más complejo el ejercicio de la acción judicial. Suelen ser perjuicios de reducida cuantía en la mayoría de las reclamaciones, y es también frecuente la incidencia sobre una colectividad de usuarios indeterminados. No es
extraño en empresas con miles de clientes, el cobro indebido de una pequeña cantidad a cada usuario que, les permite un beneficio ilegal muy sustancioso. En estos
casos es probable que ningún consumidor reclame judicialmente la cantidad que
se le debe. Incluso aunque lo hiciera, y ganara el usuario, el resultado seguiría siendo muy beneficioso para la empresa. Una solución para este tipo de situaciones
consistiría en el ejercicio de acciones colectivas.
Las acciones colectivas suelen desarrollarse con diversos fines, a veces coincidentes
en la acción: a) la cesación o retracción de una acción injusta; b) la acción declarativa, cuyo objeto es el reconocimiento de una situación; c) la condena dineraria.
Analicemos bajo esos presupuestos cuales son los principales puntos críticos a los
que nos enfrentamos al iniciar una acción colectiva.
17.2 La controvertida cuestión de la legitimación para la defensa de
los intereses colectivos y difusos
El Tribunal Constitucional, a través de su Sentencia de 11 de noviembre de 1991, ha
aceptado explícitamente el concepto doctrinal de legitimación, entendida como la
relación jurídico material que liga a las partes con el objeto procesal. La legitimación
para el ejercicio de acciones judiciales en defensa de los intereses de los consumidores y usuarios, refiriéndonos al ejercicio de acciones colectivas, se halla regulada
por el artículo 11 LEC.
Estimamos en este punto más oportuno abordar su estudio partiendo del alcance
de la legitimación reconocida (intereses colectivos o difusos). En este sentido ha de
advertirse que a pesar de que las acciones que examinamos las definamos como
“colectivas”, en lugar de haber adoptado el término sajón de “acciones de clase” o
“acciones de grupo” -por otra parte de modo común en los países con un sistema
similar al nuestro60-, bajo esta denominación hemos de distinguir entre intereses
colectivos propiamente dichos e intereses difusos.
60
Así en Francia se refieren a la action collectif; en Italia a la azione collectiva; y en Portugal açao colectiva.
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17.2.1. Legitimación en defensa de intereses colectivos
Cuando nos referimos a intereses colectivos, ha de entenderse que nos hallamos
ante un conjunto de individuos, determinados o fácilmente determinables. No se
pretende por tanto minimizar el grupo en cuanto al número de individuos que lo
conformen sino que sea posible la identificación de todos ellos. Trasladando esta
clasificación a un ejemplo práctico diríamos que la defensa de un interés colectivo
pudiera ser los pasajeros de un determinado vuelo, los usuarios abonados a una
determinada compañía telefónica o los asistentes a un concierto o evento deportivo. En todos estos casos, podrá determinarse la identificación de los perjudicados,
mediante el billete de transporte aéreo o la tarjeta de embarque, en virtud del contrato de abono telefónico o del propio listado de clientes de la operadora o con la
entrada al concierto o evento deportivo.
En defensa de estos intereses colectivos se encuentran legitimados los siguientes
actores:
a) Las asociaciones de consumidores y usuarios, a las que, habrá de asimilarse las
entidades constituidas por consumidores con arreglo a la normativa de cooperativas.
Un debate que suele ser frecuente con relación a la intervención de asociaciones de
consumidores es el planteamiento de la necesidad o no de inscripción en el Registro
Estatal de Asociaciones de Consumidores y Usuarios previsto en el antiguo artículo
20.3 de la Ley 26/1984, de 19 de julio, General para la Defensa de los Consumidores y
Usuarios (LGDCU) y actual artículo 33 del Real Decreto Legislativo 1/2007, de 16 de
noviembre, por el que se aprueba el Texto Refundido de la Ley General para la
Defensa de los Consumidores y Usuarios y otras leyes complementarias (TRLGDCU),
aduciéndose como excepción de falta de legitimación activa por los demandados en
los supuestos en que la asociación de consumidores no consta inscrita. Pese a la existencia de alguna puntual excepción (vid. SAP de Castellón de 31 de diciembre de
1999), la tónica mayoritaria en nuestras Audiencias ha sido reconocer hasta la fecha
la legitimación a la asociación con independencia de las vicisitudes administrativas
en orden a la inscripción en los correspondientes registros públicos tal y como razonan las SSAP de Madrid de 10 de octubre de 2002 y 30 de enero de 2007; de
Barcelona, de 29 de marzo de 2005; o de Baleares de 17 de marzo de 2003. Ahora bien,
mientras la Ley 26/84, probablemente permitía esta posibilidad, la nueva redacción
otorgada por el artículo 24 TRLGDCU, parece cerrarla definitivamente al señalar:
1. Las asociaciones de consumidores y usuarios constituidas conforme a lo previsto en este título y en la normativa autonómica que les resulte de aplicación,
son las únicas legitimadas para actuar en nombre y representación de los intereses generales de los consumidores y usuarios.
Las asociaciones o cooperativas que no reúnan los requisitos exigidos en este
título o en la normativa autonómica que les resulte de aplicación, sólo podrán
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representar los intereses de sus asociados o de la asociación, pero no los intereses generales, colectivos o difusos, de los consumidores.
2. A efectos de lo previsto en el artículo 11.3 de la Ley de Enjuiciamiento Civil, tendrán la consideración legal de asociaciones de consumidores y usuarios representativas las que formen parte del Consejo de Consumidores y Usuarios, salvo
que el ámbito territorial del conflicto afecte fundamentalmente a una comunidad autónoma, en cuyo caso se estará a su legislación específica.
En consecuencia, las asociaciones que no cumplan la integridad del Título II, del
Libro I (arts. 22 a 39) TRLGDCU solo podrían accionar en nombre y representación de
sus asociados (incluso en incidentes concursales como evidencia la SAP de Madrid
de 17 de mayo de 2007) o de la propia entidad asociativa, pero perderían su legitimación para el ejercicio la defensa de los intereses generales. Frente a esta redacción en primer lugar cabe aún la duda de si ello no constituye más que una armonización o aclaración de conceptos un exceso de la delegación recepticia otorgada.
Y, en segundo término habrá que poner el precepto en relación con el artículo 11.1
LEC en cuyo in fine sigue reconociéndose la legitimación de las asociaciones de consumidores y usuarios legalmente constituidas para la defensa de los intereses generales de los consumidores y usuarios.
b) Los grupos de consumidores y usuarios afectados, que deben constituirse por la
mayoría de éstos.
c) Las entidades legalmente constituidas que tengan por objeto la defensa o protección de éstos. Piénsese como ejemplo en una asociación de celíacos cuyos
socios resultan perjudicados por la incorporación de gluten en alimentos anunciados carentes de éste.
d) Así mismo, se encuentran legitimados ex artículos 11.4 LEC y 54 TRLGDCU para
el ejercicio de acciones de cesación en defensa de los intereses colectivos el
Ministerio Fiscal y las entidades habilitadas por la normativa europea. A ellas ha
de adicionarse el Instituto Nacional de Consumo y otros órganos o entidades
correspondientes de las Comunidades Autónomas y de las Corporaciones locales, dotados de personalidad jurídica, competentes en materia de defensa de los
consumidores, merced al reconocimiento practicado por el mismo artículo 54
TRLGDCU. Nótese sin embargo una importante distinción en este último epígrafe de legitimados, y es que estamos reduciendo la legitimación a los supuestos de interposición de acciones de cesación que nos indica el ordinal segundo
del precitado artículo 53 TRLGDCU se dirigen a obtener una sentencia que condene al demandado a cesar en la conducta y a prohibir su reiteración futura.
Asimismo, la acción podrá ejercerse para prohibir la realización de una conducta
cuando ésta haya finalizado al tiempo de ejercitar la acción, si existen indicios
suficientes que hagan temer su reiteración de modo inmediato. Ello significará
por ejemplo, que carecerán de legitimación para el ejercicio de acciones de
resarcimiento de daños. Una posibilidad interesante con objeto de suplir esta
falta de legitimación si no se estima adecuado reconocérsela, sería permitir la
intervención del Fiscal, Instituto Nacional del Consumo y órganos competentes
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de Comunidades Autónomas y Corporaciones Locales en defensa del consumidor como amicus curiae61, en este otro tipo de procesos. Figura precisamente que
aunque brote su origen en Derecho Romano, encuentra su desarrollo en el
Common Law, exponente de las acciones colectivas. En este sentido podría partirse del ejemplo ofrecido por la Disposición Adicional Segunda de la Ley
15/2007, de 3 de julio, de Defensa de la Competencia62, que introduce el artículo
15 bis de la LEC, permitiendo presentar una valoración u observaciones con relación al proceso. Sirve también de apoyatura a esta propuesta el razonamiento
contenido en la Circular 3/1998, de 23 de diciembre, de la Fiscalía General del
Estado63, reflexionada por el Fiscal de Sala del TS HERRERO TEJEDOR ALGAR64 y
admitida por el ATC 63/1997 (Sala Primera, Sección 2), de 6 de marzo.
17.2.2. Legitimación en defensa de intereses difusos
Frente al interés colectivo vinculado a la existencia de un conjunto de individuos
determinados o determinables, la defensa de los consumidores y usuarios se
enfrenta en ocasiones a conductas en las que no es posible la determinación de los
sujetos afectados. Como señala MONTÓN GARCIA65 son situaciones en las que no
hay vínculo jurídico entre los afectados, sino relaciones fácticas puramente eventuales.
Conectando con nuestro anterior ejemplo, nos hallaríamos ante intereses difusos
si lo que pretendemos es la reparación de un perjuicio que afecte a todos los usuarios de transporte aéreo, la derivada de una campaña publicitaria que puede afectar a cualquier consumidor o el célebre caso norteamericano del yellow cab66 en el
que se constató la existencia de una facturación inadecuada en los taxímetros de
California o ante un supuesto que afecte a los usuarios genéricos de las comunicaciones postales ordinarias.
Para la defensa de los intereses difusos se reconoce la legitimación de los siguientes actores:
a) Asociaciones de consumidores y usuarios que sean representativas. Al matizar la
ley que el ejercicio de las acciones en defensa de intereses difusos se reconoce no
in genere a las asociaciones de consumidores, sino a las asociaciones de consumi61
62
63
64
65
66
Sobre el amicus curiae, vid. KÖHLER, R.C. “Disquisiciones entorno a los amicus curiae” en Revista Imes Directo nº 12, 2006,
pp. 199-215; VIÑUALES, J.E. “Human rights and investment arbitration: the role of amici curiae” en International Law,
Revista Colombiana de Derecho Internacional nº 8, 2006, pp. 231-274; BAZAN, V. “El amicus curiae, su incidencia en el
debate judicial y la discusión acerca de la necesidad de interpositio legislatoris para su admisibilidad”, Buenos Aires, 2003.
p. 7 y ss.
BOE nº 159, de 4 de julio de 2007.
Vid. Boletín de Información Ministerio de Justicia nº 1841 – suplemento-, de 15 marzo 1999. “Esta audiencia al Fiscal, que
puede tenerse por ajena a la condición de parte propia –actúa evidentemente como amicus curiae-, evidencia el interés del
legislador en la intervención del Ministerio Fiscal precisamente en atención a intereses superiores que transcienden de los
individuales”
HERRERO-TEJEDOR, ALGAR, F. “La Tutela Judicial efectiva y el Tribunal Supremo” en Repertorio Aranzadi del Tribunal
Constitucional nº 5 de 2005.
MONTÓN GARCÍA, L. Acciones colectivas y acciones de cesación. Madrid, 2004, p. 12.
J.i.v. Yellow Cab Co. of Calif, 13 Cal. 3d 804, 532 P2d 1226 [1975]
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dores más representativas limita muy notablemente su práctica. El artículo 24.2
TRLGDCU señala que a efectos de lo previsto en el artículo 11.3 LEC tendrán la consideración legal de asociaciones de consumidores y usuarios representativas las
que formen parte del Consejo de Consumidores y Usuarios, salvo que el ámbito
territorial del conflicto afecte fundamentalmente a una Comunidad Autónoma, en
cuyo caso se estará a su legislación específica. Recuérdese que conforme a la redacción ofrecida por la Ley 44/2006, de 29 de diciembre, de mejora de la protección de
los consumidores y usuarios67, el Consejo de Consumidores y Usuarios integrará las
asociaciones de consumidores y usuarios de ámbito supra autonómico que, atendiendo a su implantación territorial, número de socios, trayectoria en el ámbito de
la protección de los consumidores y usuarios y programas de actividades a desarrollar, sean más representativas. En la práctica ello supone que actualmente68 solo
podrían interponer en España acciones para la defensa de intereses difusos las
siguientes asociaciones, que se relacionan por orden alfabético: ADICAE, ASCEGO,
AUC, CEACCU, CECU, FACUA, FUCI, HISPACOOP, OCU, UCE y UNAE.
Ya hemos expresado en otras ocasiones nuestras reservas al respecto, coincidentes con SILGUERO ESTAGNAN y SABATER MARTÍN69 o LACUEVA BERTOLACCI70, razonado que si bien pudiera tener su sentido en procurar un suficiente respaldo social
o como razona SENÉS MOTILLA71 como filtro a favor de la seriedad de la reclamación judicial y de la consistencia y representatividad de la asociación, en la práctica nuestro movimiento asociativo consumerista por desgracia no es tan numeroso como para que se cumpla de facto el propósito legal. Por tanto no logra en primer término el objetivo pretendido de la representatividad y en segundo expulsa
a otras asociaciones de consumidores que bien pudieran ejercitar acciones en
interés del bien común de los consumidores. En este sentido, piénsese que junto a
los modelos de asociaciones de consumidores que tenemos en nuestro país, siega
por ejemplo la importación de otros que pudieran ser extremadamente útiles
como es el caso de asociaciones japonesas de consumidores formadas por abogados, profesores universitarios y otros técnicos cualificados, que en un numero más
o menos reducido pueden plantear valerosas actuaciones frente a poderosos complejos empresariales en defensa del interés general. Lástima que cercene la ley
esta posibilidad.
En cualquier caso, lo cierto es que también se han mostrado favorables a una interpretación extensiva de la legitimación, fallos como los pronunciados por la SAP de
Madrid de 21 de febrero de 2006, pero esta situación insistimos se daba con anterioridad a la nueva redacción del artículo 24 TRLGDCU. Y, a diferencia de lo que sucedía con los intereses colectivos (determinados o determinables), en este caso el artí67
68
69
70
71
BOE nº 312, de 30 de diciembre de 2006.
En estos momentos se está abordando una reforma del Consejo de Consumidores y Usuarios que es probable suponga
una leve modificación en el listado enunciado.
SILGUERO ESTAGNAN, J. y SABATER MARTIN, C. en VVAA (FERNANDEZ BALLESTEROS, M.A. –Coord.-), Comentarios a la
nueva Ley de Enjuiciamiento Civil, Vol. II, Barcelona, 2000, p. 2495.
LACUEVA BERTOLACCI, R. Acción ejecutiva de consumidores y usuarios: el art. 519 LECiv, Cizur Menor, 2006, p. 29
Vid. SENÉS MOTILLA, C. en VVAA (DIEZ-PICAZO GIMENEZ, I –Dir.-). “Las partes en el nuevo proceso civil” en Disposiciones
Generales relativas a los juicios civiles en la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil, Cuadernos de Derecho Judicial nº 1, Madrid,
2000, pp. 13-50.
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culo 11.3 LEC si que concuerda armónicamente con el TRLGDCU, restringiendo de
modo coincidente su ejercicio únicamente a las asociaciones que tengan el carácter de más representativas.
b) El Ministerio Fiscal, asociaciones habilitadas conforme a la normativa europea,
Instituto Nacional del Consumo y otros órganos o entidades correspondientes de
las Comunidades Autónomas y de las Corporaciones locales, dotados de personalidad jurídica, competentes en materia de defensa de los consumidores en cuanto se
refiere a acciones de cesación, siendo reproducibles los argumentos ofrecidos en el
apartado anterior referidos a este particular.
17.2.3. Propuesta de lege ferenda
Frente a la situación existente podría plantearse la modificación del ordinal tercero del artículo 11, por razón de que conforme a la redacción vigente, en la actualidad
para el ejercicio de acciones para la defensa de intereses difusos que no pretendan
únicamente la cesación de las conductas, sino una acción declarativa o de condena
dineraria, las únicas legitimadas legalmente son las asociaciones de consumidores
y usuarios que tengan la consideración de representativas. El Ministerio Público y el
INC, probablemente por desliz del legislador, están legitimados para el ejercicio de
acciones colectivas en defensa de los intereses difusos, pero tan sólo cuando pretendan la cesación. Nos enfrentamos así, al margen del difícil o imposible cumplimiento de la condena en el marco procesal vigente que seguidamente abordaremos, a un escenario en soledad que añora la adhesión del Ministerio Fiscal y las
autoridades competentes en materia de protección de consumidores.
Si bien ya hemos defendido en alguna anterior ocasión como posibilidad transitoria hasta una mejora de la norma la remota posibilidad de acudir a la figura del
amicus curiae, la reforma procesal planteada ofrece el cauce idóneo para solventar la deficiencia expresada. Si necesaria resulta la intervención del Ministerio
Público, no lo es menos el abanderamiento activo que se espera del Instituto
Nacional del Consumo y demás órganos administrativos a nivel de comunidades
autónomas o corporaciones locales con competencias en materia de defensa de
los consumidores. Su capacidad y legitimación viene refrendada por lo dispuesto
en el artículo 54 TRLGDCU. Se propone por ello, junto a la revisión del concepto de
representatividad, en aras de posibilitar la intervención de: a) el Ministerio Fiscal;
b) el Instituto Nacional del Consumo; c) demás órganos o entidades correspondientes de las comunidades autónomas y corporaciones locales competentes en
materia de defensa de los consumidores y usuarios y d) entidades de otros
Estados miembros de la Comunidad Europea constituidas para la protección de
los consumidores y usuarios habilitadas mediante su inclusión en el listado
publicado en el Diario Oficial de las Comunidades Europeas; e) y otros modelos
asociativos, en coherencia con lo contemplado en los artículos 6.1.6º y 6.1.8º LEC
y 54 del TRLGDCU, la siguiente redacción con modificación de los actuales ordinales tercero y cuarto del artículo 11, con refundición de ambos en un nuevo y único
11.3 LEC:
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Art. 11.3. “Cuando los perjudicados por un hecho dañoso sean una pluralidad de
consumidores o usuarios indeterminada o de difícil determinación, la legitimación para demandar en juicio la defensa de estos intereses difusos corresponderá
exclusivamente a las asociaciones de consumidores y usuarios, al Ministerio Fiscal,
al Instituto Nacional del Consumo y los órganos o entidades correspondientes de
las comunidades autónomas y de las corporaciones locales competentes en materia de defensa de los consumidores y usuarios y a las entidades habilitadas a las
que se refiere el artículo 6.1.8º”
17.3 Dudas en el régimen de publicidad e intervención en procesos
para la protección de los intereses colectivos y difusos de
consumidores y usuarios
Una de las notas esenciales de los procesos para la protección de los derechos e
intereses colectivos y difusos de consumidores y usuarios es la trascendencia que
desarrollará frente a terceros consumidores, ausentes en el proceso, la resolución
final que pueda adoptarse. Ello implica que frente al tradicional conocimiento restringido del proceso por las partes, con la excepción del interés mediático que puedan suscitar determinadas actuaciones, en los que la sociedad en general permanece ajena a los cientos de miles de procesos ventilados en nuestros tribunales, los
que aborden la defensa de los intereses colectivos o difusos requerirán ex lege (artículo 15 LEC), y con independencia de esa otra difusión mediática a que hacemos
referencia que evidentemente tendrán por cuanto resultan noticiables, un régimen
particular de publicidad para que todo interesado pueda defender judicialmente
sus intereses.
Ante la existencia de cualquier proceso promovido por asociaciones o entidades
constituidas para la protección de los derechos e intereses de los consumidores y
usuarios, o por los grupos de afectados, establece el artículo 15.1 LEC, que habrá de
llamarse al proceso a quienes tengan la condición de perjudicados por haber sido
consumidores del producto o usuarios del servicio que dio origen al proceso, para
que hagan valer su derecho o interés individual. Este llamamiento, continúa el precepto indicado, se hará publicando la admisión de la demanda en medios de comunicación con difusión en el ámbito territorial en el que se haya manifestado la
lesión de aquellos derechos o intereses.
El legislador, por fortuna, no hace sino un reconocimiento implícito de la nula efectividad a efectos de conocimiento social, del valor que tienen los tradicionales
medios de publicidad judiciales, desechando la comunicación edictal. Por ello se
acude a la publicación de la admisión de la demanda a través de los medios de
comunicación social (periódicos, radio, televisión, Internet…) correspondiendo al
juzgador de modo abierto (y ello creemos es un nuevo acierto) determinar los
medios de comunicación en que se producirá la publicación, las circunstancias del
anuncio y el periodo durante el que habrá de extenderse o reiterarse. Se pretende
en suma, que alejándose del tradicional formulismo de estrados, se logre un cono-
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cimiento real de la presentación de la demanda por parte del afectado con adecuación al ámbito territorial en que se haya producido el hecho litigioso.
La publicidad del proceso adquiere así una especial relevancia, hasta tal extremo
que su omisión podrá devengar la nulidad de actuaciones a tenor de lo dispuesto
en el artículo 238.3 LOPJ, por la posible generación de indefensión. Ello sugiere también que en tanto se produzca este llamamiento, a fin de no cercenar posibilidades
procesales a los afectados, el proceso quede en suspenso.
Conviene recordar que la ausencia del cumplimiento del requisito de notificación a
los posibles perjudicados ha desembocado en alguna ocasión en la reducción de la
legitimación reconocida de la asociación con respecto a los asociados en cuyo interés ejercitaba la acción y no al más amplio que pretendía de carácter difuso. Este es
el supuesto acaecido con la acción planteada por ADICAE frente a diversas entidades bancarias y academias de idiomas en el que la SAP de A Coruña de 23 de junio
de 2005 limitó la acción a los 68 asociados con que inició su pretensión. El otro caso
célebre es el conocido asunto “Opening” en el que la SAP de Sevilla de 22 de enero
de 2004 denunciaba la improcedencia del procedimiento empleado al calificarlo
como de intereses difusos en lugar de colectivo según arguyeron las asociaciones
de consumidores demandantes.
Distinta suerte corrió una acción similar planteada en Zaragoza también cimentada sobre la existencia de intereses difusos. En el caso resuelto por la SAP de
Zaragoza de 7 de marzo de 2005, la audiencia aragonesa razonaba que la determinabilidad de los afectados había que entenderla no en abstracto, sino con relación
a las posibilidades reales de concreción en el caso concreto (en el supuesto enjuiciado nótese que las academias no solo se limitaron a cerrar, sino que toda la documentación fue extraída de sus oficinas). En este sentido destaca que el interés
colectivo exige que los damnificados se identifiquen con facilidad.
Apuntada la publicidad de la admisión de la demanda como un instrumento
ineludible en orden a ofrecer un conocimiento real de la pretensión instada por
parte de los usuarios, resta por abordar cómo, o mejor dicho, por quién deben
sufragarse los lógicos gastos que la publicación en medios de comunicación social
genere72 o incluso la directa a los afectados prevista en el artículo 15.2 LEC. La cuestión no es secundaria, pues estos gastos pueden resultar realmente cuantiosos, y
los entes legitimados por lo general carecerán de recursos suficientes para ello. Las
discusiones doctrinales de mayor calado se han centrado entorno a la influencia
que pueden tener en las entidades que gozan del beneficio de asistencia jurídica
gratuita, que recordemos son entre otras las asociaciones de consumidores conforme al artículo 37 TRLGDCU. El problema radica en que la prestación que reconoce el articulo 6.4 de la Ley 1/1996, de 10 de enero, de asistencia jurídica gratuita, se
extiende solo a Inserción gratuita de anuncios o edictos, en el curso del proceso,
que preceptivamente deban publicarse en periódicos oficiales y esta publicidad
72
Resulta interesante en este sentido explorar las posibilidades ofrecidas actualmente por el art. 17.2 TRLGDCU.
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habrá de realizarse a través de medios de comunicación social, esto es periódicos
no oficiales. La solución no es sencilla pues al margen de que en alguna ocasión se
haya podido recurrir a los escasísimos recursos propios del Consejo de
Consumidores y Usuarios (caso Forum-Afinsa), o se opta directamente sin rodeos
por una controvertida aplicación analógica de precepto o parece que nos enfrentaríamos al reconocimiento del derecho de justicia gratuita y la obligación de
afrontar unos elevados costes. Al margen de la posible solución que se adopte es
evidente que sería deseable una modificación del artículo 6.4 LAJG, habiéndose
propuesto por CEACCU en el reciente trámite de Audiencia del Anteproyecto de
Ley de Reforma de la legislación procesal para la implantación de la nueva oficina
judicial, la siguiente redacción: “Inserción gratuita de anuncios o edictos, en el curso
del proceso, que preceptivamente deban publicarse en periódicos oficiales, así como
en el supuesto de acciones promovidas por asociaciones de consumidores y usuarios,
para la defensa e intereses de los derechos de estos, los llamamientos a los afectados o en medios de comunicación previstos en el artículo 15 de la Ley de
Enjuiciamiento Civil”.
En segundo término, ligado a los problemas interpretativos existentes referidos al
régimen de publicidad e intervención en procesos para la protección de derechos e
intereses colectivos y difusos de consumidores y usuarios, el artículo 15.2 LEC, en
cierta consonancia con esa determinación de los afectados, impone un plus de concreción en el régimen de publicidad, reforzando esta. A tal efecto, el ordinal segundo del citado artículo 15 reza: cuando se trate de un proceso en el que estén determinados o sean fácilmente determinables los perjudicados por el hecho dañoso, el
demandante o demandantes deberán haber comunicado previamente la presentación de la demanda a todos los interesados. En este caso, tras el llamamiento, el consumidor o usuario podrá intervenir en el proceso en cualquier momento, pero sólo
podrá realizar los actos procesales que no hubieran precluido.
Se ha discutido con razón en sede doctrinal73, si el contenido de la comunicación ha
de ser la mera intención de demandar al referirse la norma a la comunicación previamente a la presentación de la demanda o que la propia demanda en si ha sido
presentada. A pesar de que la lógica nos inclina a apostar por la interpretación
racional de la mera voluntad o intención de demandar, no resultaría ociosa su aclaración, con objeto de evitar indeseables nulidades, habida cuenta del debate suscitado. A tal efecto CEACCU propuso también la modificación del artículo 15.2 LEC en
el siguiente sentido. “Cuando se trate de un proceso en el que estén determinados o
sean fácilmente determinables los perjudicados por el hecho dañoso, el demandante
o demandantes deberán haber comunicado su propósito de presentación de la
demanda previamente a todos los interesados. En este caso, tras el llamamiento, el
consumidor o usuario podrá intervenir en el proceso en cualquier momento, pero sólo
podrá realizar los actos procesales que no hubieran precluido”.
73
Vid. GONZALEZ CANO, M.I. La tutela colectiva de consumidores y usuarios en el proceso civil, Valencia, 2002, p. 183.; GONZALEZ GRANDA, P. La nueva Ley de Enjuiciamiento Civil. Tomo I. Sujetos y actuaciones del proceso. Las costas procesales.
Madrid, 2000, p. 86; SAMARES ARA, C. Las partes en el proceso civil, Madrid, 2000, p. 153
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17.4 De la dificultad para la acumulación de acciones en defensa de
los intereses generales
La LEC distingue entre la denominada acumulación objetiva y la acumulación subjetiva. Por acumulación objetiva se entiende la posibilidad otorgada al demandante de aunar en su demanda tantas acciones contra el demandado como entienda
resulten procedentes y compatibles, sin necesidad de multiplicar sus pretensiones
de modo individualizado. El artículo 71.2 LEC dispone a tal efecto que el actor podrá
acumular en la demanda cuantas acciones le competan contra el demandado, aunque provengan de diferentes títulos, siempre que aquellas no resulten incompatibles
entre sí. Trasladando esta posibilidad al tema que centra nuestra atención, resultaría coherente el planteamiento conjunto en una misma demanda de dos acciones
de modo acumulado cual podría ser la cesación de una conducta ilícita con la devolución de cantidades indebidamente cobradas como consecuencia de aquella.
También será posible según autoriza el artículo 71.4 LEC el planteamiento de dos
acciones que aunque resulten incompatibles entre si, las pretenda hacer valer el
actor con carácter subsidiario para el supuesto de no resultar exitosa la pretensión
principal. Así lo refrenda también la STS de 10 de abril de 2003: No se puede afirmar que las acciones formuladas por la actora son incompatibles o alternativas, ya
que la jurisprudencia de la Sala Primera tiene claramente establecido que para la
acumulación objetiva de acciones, ya sea simultánea o sucesiva, no cabe exigir compatibilidad material si una se formula con carácter eventual o subsidiario. En este
supuesto el fundamento o causa de pedir de las acciones articuladas en la demanda y en la réplica, con carácter principal y subsidiario, es el mismo: el impago de la
deuda principal y la exigencia de pago a cargo de la entidad fiadora. En el mismo
sentido se pronuncia, la STS de 16 de octubre de 2006 al resolver sobre la una compraventa litigiosa en los siguientes términos: las acciones, si bien son inconfundibles, no son incompatibles siempre que se presenten una como principal y la otra
como subsidiaria, que es lo que ha ocurrido en el caso, en el que es lógica una pretensión de que se tenga por nula la compraventa pero que, en el supuesta de que
hubiera de considerarse válida, se declare ineficaz por fraude de los derechos del
acreedor que reclama.
Como requisitos procesales para que resulte procedente la acumulación de acciones, debe señalarse que el artículo 73.1 LEC impone los siguientes:
1º) Que el tribunal que deba entender de la acción principal posea jurisdicción y competencia por razón de la materia o por razón de la cuantía para conocer de la acumulada o acumuladas. Sin embargo, a la acción que haya de sustanciarse en juicio ordinario podrá acumularse la acción que, por sí sola, se habría de ventilar, por
razón de su cuantía, en juicio verbal.
2º) Que las acciones acumuladas no deban, por razón de su materia, ventilarse en juicios de diferente tipo.
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3º) Que la ley no prohíba la acumulación en los casos en que se ejerciten determinadas acciones en razón de su materia o por razón del tipo de juicio que se haya de
seguir.
En este sentido, cabe destacar la dificultad que puede plantearse al entablar una
acción de cesación en defensa de los intereses colectivos y difusos de los consumidores y usuarios, que por imperativo del artículo 250.1.12º LEC, habrá de ventilarse
por los trámites del juicio verbal, con una pretensión de condena dineraria por
importe superior a 3000 euros, a la que por razón de la cuantía debiera corresponder el juicio ordinario ex artículo 249.2 LEC. Ello pone nuevamente de manifiesto la
práctica denegación de la acción resarcitoria para intereses supra individuales por
la tortuosa senda procesal impuesta.
Sin ignorar esta parte la salvaguarda establecida por el artículo 73.4 LEC al disponer
que se si hubieran acumulado varias acciones indebidamente, se requerirá al actor
antes de proceder a admitir la demanda para que subsane en defecto en el plazo
de cinco días, manteniendo las acciones cuya acumulación fuera posible, decretando el archivo transcurrido ese término sin subsanación o persistiendo la incompatibilidad (lógicamente sin perjuicio de los recursos procedentes) y sin perjuicio también de la reiterada y uniforme doctrina de nuestro TS (SSTS de 12 de junio de 1985,
4 de junio de 1990, 14 de octubre de 1993, 8 de noviembre de 1995, 7 de febrero de
1997 y 9 de julio de 1999, 26 de diciembre de 2002) en defender el criterio flexible
que ha de presidir el tratamiento y aplicación de la acumulación de acciones, entendiendo que procede la misma, a pesar de que el supuesto no se halle comprendido
en la literalidad de la norma si no se existe incompatibilidad y se presentan con
cierta conexidad jurídica que justifique el tratamiento unitario y la resolución conjunta, la redacción vigente resulta claramente problemática para la defensa de los
intereses de los consumidores por la posible denegación de la acumulación de
acciones. Se ha sugerido por CEACCU como posible alternativa la modificación del
artículo 73.1.1º LEC en el siguiente sentido: “Que el tribunal que deba entender de la
acción principal posea jurisdicción y competencia por razón de la materia o por razón
de la cuantía para conocer de la acumulada o acumuladas. Sin embargo, a la acción
que haya de sustanciarse en juicio ordinario podrá acumularse la acción que, por sí
sola, se habría de ventilar, por razón de su cuantía, en juicio verbal. Así mismo será
posible acordar la acumulación en procesos promovidos para la defensa de los derechos e intereses de los consumidores, de la acción que haya de sustanciarse en juicio
verbal por razón de la materia con la que haya de ventilarse, por razón de su cuantía,
en juicio ordinario”.
17.5Intrascendencia para los consumidores de las condenas
dinerarias en acciones para la defensa de los intereses difusos
La plena reparación de los daños irrogados a los usuarios, nadie puede ignorar, pasa
necesariamente en aquéllos casos en que no sea posible la restitución in natura,
por una compensación económica. Sin embargo, y pese a los avances introducidos
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en su momento por la LEC 2000, aún resta un largo camino por recorrer como la
experiencia ha demostrado.
Para examinar adecuadamente la viabilidad de estas pretensiones, deben examinarse la existencia de mecanismos procesales adecuados que posibiliten la acción.
Interesa en concreto analizar el reconocimiento de la legitimación activa y el desarrollo procesal de su ejecución.
Por lo que respecta a la legitimación, como ya hemos abordado hay que distinguir
dos escenarios: intereses colectivos e intereses difusos. En lo atinente a los intereses colectivos, recordemos están legitimados (no tratándose esta de una acción de
cesación), tanto las asociaciones de consumidores y usuarios, como los grupos de
consumidores y usuarios constituidos por la mayoría de afectados, como las entidades legalmente constituidas que tengan por objeto la defensa o protección de
éstos (la asociación de celiacos que citábamos como ejemplo anterior). En cambio
cuando el objetivo que se pretende es la tutela de intereses difusos, la legitimación
activa se constreñía exclusivamente a las asociaciones de consumidores y usuarios
más representativas.
Superado el escollo de la legitimación, tratándose de intereses colectivos no habrá
especiales problemas para hacer efectiva la prestación dineraria reconocida en sentencia, toda vez que el artículo 221.1.1ª LEC dispone que si se hubiere pretendido una
condena dineraria (…) la sentencia estimatoria determinará individualmente los consumidores y usuarios que, conforme a las leyes sobre su protección, han de entenderse beneficiados por la condena. Por lo tanto tratándose de individuos identificados,
a ellos dará oportuna respuesta el fallo judicial. Algo más complejo ha de reconocerse, será el supuesto de afectados no determinados pero determinables, para dar
respuesta a este caso el mismo precepto 221.1.1ª LEC, a renglón seguido dicta: cuando la determinación individual no sea posible, la sentencia establecerá los datos,
características y requisitos necesarios para poder exigir el pago y, en su caso, instar la
ejecución o intervenir en ella, si la instara la asociación demandante. Ello significa
que el juzgador habrá de establecer las características o perfil del perjudicado, pero
sometiendo la satisfacción del interés de este al ejercicio de la acción ejecutiva sino
se cumpliere de grado por el condenado, lo que por cuantías reducidas favorecerá
que muchos usuarios no hagan en la práctica efectivo su derecho. Ilustrativa de
esta circunstancia resulta la SAP de Madrid (Sección 11) de 30 de enero de 2007, en
la que se condenaba a la operadora de telecomunicaciones Vodafone a indemnizar
a todos sus clientes por una interrupción del servicio de 8 horas acaecida el 20 de
febrero de 2003.
Pero si complejo resultaba el ejercicio de la prestación dineraria para intereses
colectivos, cuando hablamos de intereses difusos, nos tememos que salvo extraordinaria sensibilidad e imaginación del juzgador para trasladar a nuestro derecho
las tradicionales soluciones sajonas resultan sencillamente huérfanas de previsión
procesal. Ante una subida indebida de tarifas por parte de un operador postal, para
cuya contratación de servicios, los usuarios normalmente compran el sello, pagan
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en efectivo y no reciben ni siquiera un ticket, la determinación del afectado, o mejor
dicho, su identificación como tal, resultará imposible. Junto a este hallaríamos
miles de ejemplos: cargo por emisión de billetes en RENFE ¿Quién conserva el billete de hace un año?; Taxímetros con sobreprecio (pocos usuarios piden recibo)…
Recordemos el caso norteamericano Yellow Cab ya citado, en el que se resolvió
como consecuencia de una subida indebida de las tarifas aplicadas por los taxímetros que afectaron a todos los usuarios del servicio durante un determinado lapso
temporal, aplicar una rebaja proporcional durante un periodo de tiempo idéntico
en el que resultarían beneficiados también de modo indeterminado los mismos u
otros usuarios distintos, pero que con ello en cierto modo (y creo que del único posible) se procuraría devolver a la sociedad de consumo el quebranto generado, evitando al mismo tiempo un enriquecimiento indebido de los infractores.
El artículo 519 LEC apunta que cuando las sentencias de condena a que se refiere la
regla primera del artículo 221 no hubiesen determinado los consumidores o usuarios
individuales beneficiados por aquélla, el tribunal competente para la ejecución, a solicitud de uno o varios interesados y con audiencia del condenado, dictará auto en que
resolverá si, según los datos, características y requisitos establecidos en la sentencia,
reconoce a los solicitantes como beneficiarios de la condena. Con testimonio de este
auto, los sujetos reconocidos podrán instar la ejecución.
Difícilmente podrá pensarse en primer lugar que con base a la sentencia y por la
mera declaración del consumidor este va a ver reconocida en sede judicial su condición de afectado. Pero es más, para el supuesto de que así fuera se le forzará a instar la ejecución tras la obtención de la copia testimoniada del auto. Lo lógico sería
que en estos supuestos de intereses difusos, de imposible determinación concreta
de los afectados, bien se otorgara in genere la compensación a los futuros usuarios,
que no creo pudiera hablarse de enriquecimiento injusto valorando que la compensación tiene carácter social, más que individual o bien podría crearse un fondo precisamente destinado a la formación y defensa de los usuarios para posibles acciones, lo que también al fin y al cabo contribuiría al interés general de los consumidores.
De lo expuesto cabe concluir, y evidencia la realidad de nuestra práctica judicial,
que al día de hoy la pretensión de condena dineraria por acciones para la defensa
de intereses supra individuales difusos resulta prácticamente una vía cerrada para
el consumidor, en beneficio del empresario infractor. No ya por la angostura de su
legitimación, sino por la imposibilidad practica de su ejecución.
Alcanzado este punto, resulta ineludible plantearse que solución o destino puede
otorgarse a los fondos constituidos por las condenas dinerarias cuya adjudicación
hubiera resultado imposible a los usuarios afectados por su imposible identificación. Otorgado el debido reconocimiento a las asociaciones de consumidores y
usuarios a nivel constitucional como interlocutores sociales, su plasmación práctica se articula a través del derecho de representación, consulta y participación consagrado en el Capítulo IV del Libro I del TRLGDCU.
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El TRLGDCU, ya hemos examinado prevé en su artículo 38 que el conjunto de las
asociaciones y cooperativas de consumo más representativas a nivel nacional se
integren en un Consejo de Consumidores y Usuarios, adscrito al Ministerio de
Sanidad y Consumo, a través del Instituto Nacional del Consumo. Una de las posibilidades sugeridas por CEACCU para la solución a esta solución a todas luces injusta para los usuarios es la modificación de los actuales artículos 221.1.1ª y 519 LEC,
osando proponer la siguiente redacción:
Art. 221.1.1ª “1. Sin perjuicio de lo dispuesto en los artículos anteriores, las sentencias dictadas a consecuencia de demandas interpuestas por entidades legitimadas a que se refiere el artículo 11 de esta Ley estarán sujetas a las siguientes reglas:
1ª Si se hubiere pretendido una condena dineraria, de hacer, no hacer o dar cosa
específica o genérica, la sentencia estimatoria determinará individualmente los
consumidores y usuarios que, conforme a las leyes sobre su protección, han de
entenderse beneficiados por la condena.
Cuando la determinación individual no sea posible, la sentencia establecerá los
datos, características y requisitos necesarios para poder exigir el pago y, en su caso,
instar la ejecución o intervenir en ella, si la instara la asociación demandante.
Trascurrido un año sin que hubiera podido ejecutarse el pago por falta de identificación completa de los usuarios afectados, el importe remanente será en su caso
destinado al Consejo de Consumidores y Usuarios para la promoción de la defensa de los intereses de estos.”
Art. 519. “Cuando las sentencias de condena a que se refiere la regla primera del
artículo 221 no hubiesen determinado los consumidores o usuarios individuales
beneficiados por aquélla, el tribunal competente para la ejecución, a solicitud de
uno o varios interesados y con audiencia del condenado, dictará auto en que
resolverá si, según los datos, características y requisitos establecidos en la sentencia, reconoce a los solicitantes como beneficiarios de la condena. Con testimonio
de este auto, los sujetos reconocidos podrán instar la ejecución. Trascurrido un año
sin que hubiera podido ejecutarse el pago por falta de identificación completa de
los usuarios afectados, el importe remanente será en su caso destinado al Consejo
de Consumidores y Usuarios para la promoción de la defensa de los intereses de
estos.”
17.6La defensa heroica de intereses generales frente a la guadaña
de las costas y la tibieza concurrente de algunas asociaciones de
consumidores
Apuntábamos anteriormente como las dos razones esenciales que explican la aparición de las acciones colectivas, tanto la voluntad de evitar una multiplicidad de
procesos que desborden a los tribunales (economía judicial) como una no menos
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importante función social de protección de los intereses generales. Ya hemos señalado que en general, las reclamaciones de consumo suelen presentar unas dificultades añadidas que hacen aún más complejo el ejercicio de la acción judicial.
Suelen ser perjuicios de reducida cuantía en la mayoría de las reclamaciones, y es
también frecuente la incidencia sobre una colectividad de usuarios indeterminados (piénsese pequeñas comisiones bancarias no pactadas o la reciente imposición
por alguna operadora de telecomunicaciones del cobro del servicios no solicitados
ni contratados por el usuario como es la identificación de llamadas). Una solución
para este tipo de situaciones consiste como es sabido en el ejercicio de acciones
colectivas. Sin embargo, en realidad, uno de los mayores problemas que conlleva el
ejercicio de una acción colectiva, para las asociaciones de consumidores y usuarios,
es el coste del litigio.
El reconocimiento a las organizaciones de consumidores y usuarios a intervenir en
procesos judiciales consagrado en su plenitud por el artículo 11 LEC, debe venir lógicamente acompañado de una serie de medidas que posibiliten el desarrollo efectivo de estos derechos. Entre estas medidas destaca el reconocimiento del Beneficio
de Justicia Gratuita, ya previsto en el artículo 119 de nuestra Carta Magna y confirmado en su aplicación procedente a asociaciones de consumidores y usuarios a través de la STC 117/1998, de 2 de junio, de modo concordante al actual reconocimiento ex lege operado por el art. 37.d) TRLGDCU. Con relación a este reconocimiento del
derecho a la justicia gratuita a favor de asociaciones de consumidores y usuarios,
no esta de más recordar que el mismo se extiende tal y como ha concluido recientemente el TC a través de su STC 217/2007, de 8 de octubre, tanto si se trata del ejercicio de acciones colectivas como si se trata de ejercer acciones individuales, entendiéndose que la defensa de los derechos e intereses de uno de sus asociados trasciende el mero interés particular cuando la reclamación guarde relación directa con productos o servicios de uso o consumo común, ordinario y generalizado.
Dada la desproporción de medios existentes entre las grandes empresas y las asociaciones de consumidores y usuarios, carentes de ánimo de lucro e incomparablemente más frágiles en cuanto a recursos económicos se hace necesario paliar la
desigualdad a la hora de litigar mediante la supresión de barreras económicas
insalvables para las organizaciones de consumidores y usuarios. El beneficio de justicia gratuita debe permitir a las asociaciones de consumidores defensoras de los
intereses generales, acceder a la justicia sin temor a que una eventual desestimación de la demanda suponga su extinción por los elevados gastos del proceso.
En este sentido, resulta especialmente meritoria, la redacción dada por el legislador
según la Ley 39/2002, de 28 de octubre, al artículo 728.3 de la Ley de Enjuiciamiento
Civil, permitiendo al Tribunal dispensar de la obligación de prestar caución en los
procedimientos que se ejercite una acción de cesación en defensa de los intereses
colectivos y de los intereses difusos de los consumidores y usuarios.
Sin embargo, nos encontramos aún importantes escollos que continúan haciendo
de la acción colectiva una figura jurídica poco accesible en la práctica para los con-
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sumidores. La exención de las costas procesales, al obrar en defensa de un interés
público, salvo los casos de apreciada temeridad y mala fe, es la asignatura pendiente de nuestro derecho procesal civil, aún no resuelta con la suficiente claridad, para
permitir una auténtica defensa de los intereses generales de los consumidores y
usuarios.
En el actual artículo 394.1 de la Ley de Enjuiciamiento Civil, si bien con una limitación a las condenas en primera instancia, se permite al tribunal como excepción al
principio victor victoris o de vencimiento objetivo, la exoneración de la imposición
de costas al litigante vencido cuando el caso presente serias dudas de hecho o de
derecho y así sea razonado. Se entiende que son dudas de hecho aquéllos casos en
que la prueba practicada admite varias interpretaciones y las posiciones que las
partes mantienen a partir de ellas son lógicas y razonables. Por su parte, dudas de
derecho existirán cuando caben varias interpretaciones de las normas y conceptos
jurídicos implicados, de forma igualmente razonable, tanto en cuanto a la elección
de la norma como en su aplicación o extensión74.
A su vez, el ordinal tercero in fine del mismo artículo 394 LEC, precisa que cuando
el condenado en costas sea titular del derecho de asistencia jurídica gratuita, únicamente estará obligado a pagar las costas causadas en defensa de la parte contraria en los casos expresamente señalados en la Ley de Asistencia Jurídica Gratuita.
Por remisión, si acudimos a la Ley 1/1996, de 10 de enero, de Asistencia Jurídica
Gratuita, y más concretamente si nos centramos en su artículo 36, ordinal segundo, disipamos el alcance de la obligación de reintegro económico. En efecto, señala
el citado artículo 36.2 LAJG que cuando en la sentencia que ponga fin al proceso
fuera condenado en costas quien hubiera obtenido el reconocimiento del derecho
a la asistencia jurídica gratuita o quien lo tuviera legalmente reconocido, éste quedará obligado a pagar las causadas en su defensa y las de la parte contraria, si dentro de los tres años siguientes a la terminación del proceso viniere a mejor fortuna,
quedando mientras tanto interrumpida la prescripción del artículo 1.967 del Código
Civil.
A pesar de que por fortuna muchos son los tribunales que sensibles a esta realidad,
se decantan por la imposición no razonada de las costas a las asociaciones de consumidores y usuarios litigantes, no por ello estas en ocasiones heroicas defensoras
del interés general en la más absoluta precariedad de medios, están exentas del
riesgo que su imposición conlleva. En la práctica una condena en costas severa
supondrá de facto la desaparición de asociaciones de consumidores y usuarios con
decenas de años de servicio a la sociedad. Es por ello por lo que resulta imprescindible, de vital importancia par el desarrollo de las acciones colectivas en España
moldear el artículo 394.1 LEC, siendo en este caso bastante la redacción dada por el
artículo 36.2 LAJG. Así las cosas, hemos propuesto también la siguiente modificación normativa, que por su redacción no sólo afectarían a las asociaciones de con74
Vid. MAGRO SERVET, V. (Coord.). Guía unificadora de criterios orientativos para mejorar la aplicación de la LEC en los
Juzgados y Tribunales. Guía práctica de la LEC. Madrid, 2002, p. 218.
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sumidores y usuarios, sino a todas las entidades legalmente habilitadas para la
interposición de una acción colectiva, cuales son también el Instituto Nacional del
Consumo y los órganos o entidades correspondientes de las Comunidades
Autónomas y de las Corporaciones Locales competentes en materia de defensa de
los consumidores y usuarios:
Art.394.1 “En los procesos declarativos, las costas de la primera instancia se
impondrán a la parte que haya visto rechazadas todas sus pretensiones, salvo
que el tribunal aprecie, y así lo razone, que el caso presentaba serias dedas de
hecho o de derecho, o se trate de una acción en defensa de los intereses generales de los consumidores y usuarios interpuesta por las entidades legalmente
habilitadas para ello sin manifiesta temeridad o mala fe”.
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5. Prácticas comerciales agresivas por coacción
Jesús Gavilán López
Magistrado de la Audiencia Provincial de Madrid,
Sección 11ª
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5. Prácticas comerciales agresivas por coacción
I. INTRODUCCIÓN
La Ley 29/2009, de 30 de diciembre, por la que se modifica el régimen legal de la
competencia desleal y de la publicidad para la mejora de la protección de los
consumidores y usuarios, enuncia ya en su título la finalidad que justifica su
promulgación; la actividad tuitiva de los consumidores y usuarios por el legislador,
no tiene solución de continuidad con la política normativa de la Unión Europea, a
partir de que el Acta Única Europea de 1.986 hubiera complementado el Tratado de
Roma de 1.957, estableciendo ya de forma específica, en su nuevo artículo 100 A.3,
la protección de los consumidores, consolidada finalmente en los Tratados de
Maastricht (1.992) y Ámsterdam (1.997) , artículos 3 s), 129 A, y 153, respectivamente.
Este principio se ha proyectado en el Derecho Comunitario, afectando a los distintos ámbitos del mercado interior, y por ende, la competencia desleal, la publicidad,
la protección de los consumidores y el comercio minorista, que tanta incidencia
directa tiene en consumidores y usuarios. Constituyen antecedentes normativos
las Directivas sobre publicidad engañosa 84/450/CEE, responsabilidad de fabricantes por productos defectuosos 85/374/CEE, contratos realizados fuera de establecimientos comerciales 85/577/CEE, y crédito al consumo 87/102/CEE. La Directiva
2005/29/CE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 11 de mayo de 2005, relativa
a las prácticas comerciales desleales de las empresas en sus relaciones con los consumidores en el mercado interior, modifica la Directiva 84/450/CEE del Consejo, las
Directivas 97/7/CE, 98/27/CE y 2002/65/CE del Parlamento Europeo y del Consejo y
el Reglamento (CE) n.º 2006/2004 del Parlamento Europeo y del Consejo, sobre
prácticas comerciales desleales. Finalmente, la Directiva 2006/114/CE del
Parlamento Europeo y del Consejo, de 12 de diciembre de 2006, sobre publicidad
engañosa y publicidad comparativa, que codifica las modificaciones de la Directiva
84/450/CE. Como dice el propio Preámbulo de la Ley 29/2.009, de 30 de Diciembre,
las modificaciones que se introducen en la Ley de Competencia Desleal comienzan
por tener en cuenta el impacto de otra importante norma de la Unión Europea,
como es el Reglamento (CE) n.º 864/2007 del Parlamento Europeo y del Consejo, de
11 de julio de 2007, relativo a la ley aplicable a las obligaciones extracontractuales
(«Roma II»), que permite suprimir cualquier referencia a su ámbito de aplicación
territorial.
La incorporación y transposición al Derecho español de estas directivas, a través de
la citada Ley 29/2009, de 30 de diciembre, afecta por tanto, directamente y de forma
relevante, a la Ley 3/1991, de 10 de enero, de Competencia Desleal, al texto refundido de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios y otras leyes
complementarias, aprobado por el Real Decreto Legislativo 1/2007, de 16 de noviembre; la Ley 7/1996, de 15 de enero, de Ordenación del Comercio Minorista, y la Ley
34/1988, de 11 de noviembre, General de Publicidad. La característica que quizás
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resume objetivamente el nuevo marco legal, es la destacada introducción de la protección del consumidor, en el ámbito de la competencia desleal y publicidad ilícita.
De ahí que en la nueva redacción de su artículo 1º, se prevea que la ley tiene por
objeto la protección de la competencia en interés de todos los que participan en el
mercado, y a tal fin establece la prohibición de los actos de competencia desleal,
incluida la publicidad ilícita en los términos de la Ley General de Publicidad, y en
concordancia con el anterior, el artículo 3.1, determine que ley será de aplicación a
los empresarios, profesionales y a cualesquiera otras personas físicas o jurídicas
que participen en el mercado.
II. SOMERO EXAMEN DEL NUEVO RÉGIMEN JURÍDICO Y LAS
PRÁCTICAS COMERCIALES AGRESIVAS
1.
La primera cuestión suscitada, como se ha visto, es el ámbito de competencia subjetiva, quienes son los sujetos activos y pasivos, pues la inicial concepción de toda
esta normativa especializada, cabe considerar, y así se desarrollaba en los aspectos
prácticos, que estaba sustancialmente dirigida a salvaguardar las relaciones jurídicas mercantiles, esto es, entre personas físicas o jurídicas que ostentasen la condición de empresario o profesional del sector. Como continúa diciendo dicho
Preámbulo de la Ley, la cláusula general -artículo 4º- se modifica para aclarar que,
en las relaciones de los empresarios o profesionales con los consumidores, la deslealtad de una conducta vendrá determinada por la concurrencia de dos elementos:
que el comportamiento del empresario o profesional resulte contrario a la diligencia profesional que le es exigible en sus relaciones con los consumidores, y que éste
sea susceptible de distorsionar de manera significativa el comportamiento económico del consumidor medio (entendiendo por tal el consumidor o usuario medio)
o del miembro medio del grupo al que se dirige la práctica.
En consecuencia, y al hilo de los requisitos que configuran el “acto o conducta desleal”, no se habla ya en estos supuestos de “competencia desleal”, sino de “comportamiento desleal” del empresario hacia el consumidor; por otra parte se exige, no
una vulneración de derechos individualizada, respecto de ese consumidor concreto
y atendiendo a sus peculiaridades, sino considerado como “consumidor medio”, es
decir, representante, en sentido material, de una pluralidad de ciudadanos a quienes pueden dirigirse esas prácticas, y les afecta, distorsionando de manera significativa su comportamiento medio, en el aspecto económico; de ahí que el último
inciso lo incardine expresamente dentro de determinado grupo, entendiendo por
tal, la generalidad de personas de características comunes, de acuerdo con esas
referencias. Ello supone, en definitiva, la superación del ámbito privado, en la esfera mercantil, que vendría representado por la intervención y defensa de intereses
de las distintas personas físicas o jurídicas que lo integran, por la irrupción de los
denominados intereses difusos o colectivos, nunca mejor representados por los
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consumidores y usuarios, con las disfunciones que, naturalmente, pueden acarrear
en el nuevo marco legal.
No obstante, se aclara por la ley que, aunque la referencia para calificar un comportamiento como desleal sea la reacción típica del consumidor medio, no supone, sin
embargo, que grupos de consumidores más vulnerables queden desprotegidos,
toda vez que la ley exige que se tenga en cuenta la reacción típica del consumidor
medio al que se dirige la práctica, o la reacción típica del consumidor medio de un
grupo especialmente vulnerable, cuando el acto de competencia sólo es susceptible de alterar el comportamiento económico de un grupo concreto de consumidores especialmente vulnerables, ya por circunstancias personales o sociales.
Queda por tanto constatada la defensa del interés colectivo de los consumidores,
como destinatarios y sujeto pasivo de las conductas tipificadas, con la incidencia
que ello tiene en el orden procesal y sustantivo, al tiempo de ejercitarse las correspondientes acciones, su posible acumulación, bienes jurídicos protegidos, legitimación, etc. Efectivamente, el nuevo artículo 33.3 LCD, prevé expresamente, la legitimación activa de los consumidores y usuarios, otorgando legitimación al Instituto
Nacional de Consumo y organismos equivalentes de las Comunidades Autónomas
y Corporaciones locales, a las asociaciones de consumidores y usuarios y a las entidades de otros Estados miembros de la Comunidad Europea incluidos en la lista
publicada en el DOCE. El Ministerio Fiscal podrá ejercitar la acción de cesación en
defensa de los intereses generales, colectivos o difusos, de los consumidores y usuarios, de acuerdo con el número 4 del referido precepto.
No debe inducir a equívoco la restricción que hace el artículo 33.3 respecto al
ejercicio por parte de consumidores y usuarios, a título individual, de las acciones
previstas en el artículo 32.1, 1ª a 4ª exclusivamente, esto es, excluyendo aquellas
atinentes al resarcimiento de los daños y perjuicios ocasionados por la conducta
desleal, si ha intervenido dolo o culpa del agente, correspondiente a la 5ª del artículo 32, o bien la 6.ª, consistente en la acción de enriquecimiento injusto, que
sólo procederá cuando la conducta desleal lesione una posición jurídica amparada por un derecho de exclusiva u otra de análogo contenido económico, según se
menciona en dicho precepto, cuando, no debe olvidarse que, de acuerdo con el
apartado 1, cualquier persona física o jurídica que participe en el mercado, cuyos
intereses económicos resulten directamente perjudicados o amenazados por la
conducta desleal, está legitimada para el ejercicio de las acciones previstas en el
artículo 32.1, 1.ª a 5.ª.
También, frente a la publicidad ilícita está legitimada para el ejercicio de las
acciones previstas en el artículo 32.1, 1.ª a 5.ª, cualquier persona física o jurídica
que resulte afectada y, en general, quienes tengan un derecho subjetivo o un
interés legítimo, y que, de acuerdo con su penúltimo párrafo, la acción de resarcimiento de los daños y perjuicios ocasionados por la conducta desleal podrá ejercitarse, igualmente, por los legitimados conforme a lo previsto en el artículo 11.2
de la Ley 1/2000, de 7 de enero, de Enjuiciamiento Civil, lo que, en una primera
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aproximación, confiere a consumidores y usuarios, con carácter colectivo, la
facultad de reclamar daños y perjuicios, pues esa defensa de intereses colectivos,
aunque se califiquen de indirectos, comporta además unos gastos y por ende
perjuicios directos en la articulación de las acciones, que exceden de las meras
costas de los profesionales, abogados y procuradores, que los representan y
defienden. Más dificultad supone el ejercicio de la acción de enriquecimiento
injusto, pues ciertamente, sólo podrá ser ejercitada por el titular de la posición
jurídica violada, por mandato expreso de la ley.
Sentadas esas premisas básicas y profundizando ya en la materia objeto de esta
ponencia, el propio texto legal dice que se establece un régimen jurídico unitario sobre la deslealtad de los actos de engaño y agresivos, siendo exigible igual
nivel de corrección, con independencia de que sus destinatarios sean consumidores o empresarios. Por otra parte, se supera de esta manera la tradicional distinción entre los actos desleales y la regulación de la publicidad ilícita por desleal o
engañosa.
2. Regulación de las prácticas comerciales agresivas
El artículo 8, en su nueva redacción, regula con carácter general las prácticas agresivas, que si bien carecían de tipificación legal, ya eran conocidas por la doctrina y
la jurisprudencia, y se introducen en el ámbito ordinario de aplicación de la ley,
como concepto jurídico determinado y conducta tipificada, pudiéndose ejercitar
frente a ellas las acciones pertinentes, previstas en el propio texto normativo.
Partiendo de la definición legal, se considera desleal todo comportamiento que
teniendo en cuenta sus características y circunstancias, sea susceptible de mermar
de manera significativa, mediante acoso, coacción, incluido el uso de la fuerza, o
influencia indebida, la libertad de elección o conducta del destinatario en relación
al bien o servicio y, por consiguiente, afecte o pueda afectar a su comportamiento
económico. El precepto define el concepto de influencia debida, y a estos efectos,
se considera la utilización de una posición de poder en relación con el destinatario
de la práctica para ejercer presión, incluso sin usar fuerza física ni amenazar con su
uso.
El apartado 2º del citado artículo, integra su aplicación, definiendo las circunstancias que deben servir de referencia, para determinar si una conducta hace uso del
acoso, la coacción o la influencia indebida. Y así, se tendrán en cuenta:
a) El momento y el lugar en que se produce, su naturaleza o su persistencia.
b) El empleo de un lenguaje o un comportamiento amenazador o insultante.
c) La explotación por parte del empresario o profesional de cualquier infortunio o
circunstancia específicos lo suficientemente graves como para mermar la capacidad de discernimiento del destinatario, de los que aquél tenga conocimiento, para
influir en su decisión con respecto al bien o servicio.
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d) Cualesquiera obstáculos no contractuales onerosos o desproporcionados impuestos por el empresario o profesional cuando la otra parte desee ejercitar derechos
legales o contractuales, incluida cualquier forma de poner fin al contrato o de
cambiar de bien o servicio o de suministrador.
e) La comunicación de que se va a realizar cualquier acción que, legalmente, no
pueda ejercerse.»
Cabe considerar que la indebida ponderación o inobservancia de estas circunstancias, conlleva objetivamente la infracción legal del precepto, por el carácter
imperativo con que se pronuncia el legislador al respecto, en la redacción del
artículo; exige en todo caso su valoración y motivación, tanto por parte de quien
la invoca, como por quién aplica el precepto. Ahora bien, no constituyen un
“numerus clausus”, sino “apertus”, ya que, por ejemplo, los apartados a) y b)
definen características o cualidad de las conductas, que no su enumeración
exclusiva y excluyente (persistente, amenazadora o insultante..), y los apartados
c), d) y e), se refieren, además, a “cualquier infortunio o circunstancia..”, “cualesquiera obstáculos no contractuales, onerosos o desproporcionados impuestos…”, o finalmente, la “comunicación de cualquier acción que, legalmente.. no
pueda ejercerse…”.
En el ámbito especializado de consumidores y usuarios, el nuevo Capítulo III,
artículos 19 a 31, inclusive, de la LCD, dentro de las prácticas comerciales desleales con los consumidores y usuarios, distingue cualitativamente dos clases: las
fraudulentas o engañosas, que vienen definidas por la existencia de una conducta de dicha naturaleza, que inducen al consumidor a error, artículos 20 a 27,
inclusive, y las agresivas, que distingue los supuestos de coacción, artículo 28,
acoso, artículo 29, y las prácticas agresivas en relación con los menores, del artículo 30, en donde, de acuerdo con su tenor literal, Se reputa desleal por agresivo,
incluir en la publicidad una exhortación directa a los niños para que adquieran
bienes o usen servicios o convenzan a sus padres u otros adultos de que contraten
los bienes o servicios anunciados.
Si en los primeros se aprecian como elementos determinantes de la agresividad, el
engaño, o esa fuerza o violencia que produce en el sujeto un objetivo error o intimidación, y por ende alteración de su libre consentimiento, en el último se viene a
calificar por el legislador como agresiva, no la característica de la conducta, que no
tiene ninguna de esas cualidades de engaño o violencia, pues se refiere a la mera
exhortación directa, esto es, incitar al menor con palabras, razones y ruegos a que
haga o deje de hacer algo, de acuerdo con su significado semántico, sino por razón
exclusiva de su destinatario, lo que precisará una mejor concreción en sede de doctrina y jurisprudencia, por ser dudoso que pueda aplicarse, la minoría de edad a
los 18 años, en todos los supuestos de consumidores y usuarios, como referencia
mimética y objetiva.
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3. Especial consideración de Prácticas agresivas por coacción
De acuerdo con el artículo 28, como hemos dicho, Se reputan desleales por agresivas
las prácticas comerciales que hagan creer al consumidor o usuario que no puede
abandonar el establecimiento del empresario o profesional o el local en el que se realice la práctica comercial, hasta haber contratado, salvo que dicha conducta sea constitutiva de infracción penal.
3.1 Antecedentes en la doctrina y jurisprudencia
Se dijo anteriormente que las prácticas comerciales agresivas, si bien carecían de
tipificación legal, ya eran conocidas por la doctrina y la jurisprudencia, y se introducen en el ámbito ordinario de aplicación de la ley, como concepto jurídico determinado y conducta tipificada. Pues bien, si analizamos someramente esa doctrina y
jurisprudencia, se puede comprender más fácilmente la finalidad y razón del precepto; efectivamente , con carácter general podemos referir la STS, Civil sección 1 del
25 de Noviembre del 2009, Recurso: 1448/2005, confirma la existencia de esas prácticas comerciales agresivas, en un supuesto de contratos de servicios de enseñanza
de idiomas y de financiación de los cursos con entidad distinta de los proveedores
de servicios pero funcionalmente conexos o vinculados a aquéllos, acordando la
resolución de las relaciones jurídicas de enseñanza, con la consiguiente ineficacia
sobrevenida a las de financiación, con los efectos restitutorios y liberatorios correspondientes.
Existen un abanico considerable de sentencias de las Audiencias Provinciales, en
donde se venía a abordar la pretensión extintiva del contrato por parte del adquirente, considerando que se subsumió en algún otro supuesto en la apreciación de
dolo contractual constituido por la captación inicial del cliente mediante unos
métodos de publicidad engañosa y de “marketing agresivo “, aprovechando, por
ejemplo, la situación de un turista ciudadano extranjero que pasa unas vacaciones
en España y desconoce la legislación española, al que han convencido para que
abonase un porcentaje de la suma pactada mediante una tarjeta de crédito, ofreciéndole una facultad de desistimiento redactada de una forma poco clara, por lo
que era perfectamente factible que un comprador en tales situaciones haya podido entender que tenía un derecho de desistimiento si cambiaba de opinión sobre
la adquisición de un inmueble, siquiera sea a tiempo parcial y de ingreso en un sistema de intercambio, decidido en un muy corto espacio de tiempo. Se fueron armonizando distintos criterios, en materias como Propiedad horizontal y derecho real
de aprovechamiento por turnos...o supuestos de multipropiedad, y así,
• Las Sentencias de la Sección 5ª de la Audiencia Provincial de Baleares, de 10 de
junio de 1998, la Sentencia de la AP de Valencia , Sección 7ª, de 27 de Mayo del
2008, recurso 393/2007, en donde declara la existencia de préstamo vinculado,
y se constatan esa prácticas agresivas; detecta en el contrato la ausencia de claridad en las cláusulas, la inexistencia del derecho de desistimiento, una letra de
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difícil lectura (muy pequeña) y asimismo, entra a valorar a la luz de la legislación
del crédito al consumo, la existencia de un crédito bancario vinculado a la compraventa del tiempo compartido.
• La Sentencia de la AP de Madrid, Sección 28, de lo Mercantil, del 23 de Junio del
2009 Recurso: 339/2008, donde se aborda desde la perspectiva de estas prácticas agresivas, la cuestión competencia desleal de una funeraria cuyos empleados abordan en hospitales o residencias de ancianos a familiares de fallecidos
para ofertarles los servicios funerarios. Se constatan actos de engaño, art. 7, y de
confusión, art. 6. Los primeros se refieren a las cualidades de la prestación, las
segundas a la del prestador. Los actos de confusión no han de consistir necesariamente en la utilización de signos, también pueden consistir en la afirmación
que se haga de la empresa como asociada a otra. Amplía los supuestos de la
conducta típica (“todo comportamiento”). Hay también acto de engaño al
haberse afirmado que el servicio ofertado era el cubierto por el seguro, sin que
su prestación se ajustara a lo previsto en este, por falta de comunicación previa
al asegurador para que designara funeraria. Inducción a infracción de deberes
contractuales básicos (art. 14.1 LCD) al inducirse a asegurados o familiares a desentenderse de la comunicación inmediata del deceso al asegurador, alegando
encargarse de ello la funeraria, sin hacerlo. Actos contrarios a la buena fe (art. 5
LCD). En definitiva, dice que lo constituyen las ofertas molestas o prácticas
comerciales agresivas, como son el abordaje en hospitales o residencias de
ancianos de familiares de fallecidos para ofertarles los servicios funerarios, en
circunstancias penosas que impiden al destinatario de la oferta tomar su decisión de contratar con el debido discernimiento. Lleva a cabo la interpretación de
art. 5 LCD conforme a Directiva 2005/29/CE, de 11 mayo pese a su no transposición vigente, en aquel momento. Y en cuanto a costas procesales, se imponen a
la demandada, pese a no concurrir todos los ilícitos alegados. Obsérvese como
en esta sentencia se subraya ya la existencia de una conducta agresiva con tintes coactivos, aunque no se diga expresamente: abordar a los familiares de las
personas fallecidas, partiendo de una situación concreta de su estado de ánimo
e induciéndoles a contratar, a la que se suman otros factores, como el engaño.
• No obstante, también deben mencionarse criterios opuestos, así se manifestó
la Sección 16ª de la Audiencia Provincial de Barcelona en sentencia de 24 de
marzo de 1999, en cuya resolución, al dilucidar un supuesto análogo, a los mencionados de multipropiedad, se sostuvo que no configura el dolo como vicio del
consentimiento contractual ni la rapidez con que se obtuvo la firma del contrato ni el sistema de promoción o “marketing” mediante regalos, toda vez que el
ofrecimiento de obsequios como medio de oferta de determinados bienes no
está prohibida en nuestro ordenamiento jurídico (art. 9 de la Ley General para
la Defensa de los Consumidores y Usuarios), no pudiendo considerarse que la
promesa de un regalo, máxime cuando ésta se cumple, es un maquinación insidiosa apta para captar voluntades determinando la contratación entre personas adultas y capaces.
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• Finalmente, abordando otro supuesto de contrato de aprovechamiento por turnos y contrato de préstamo, podemos citar la Sentencia de la A.P. de Madrid,
Sección 11ª, de fecha 30 de Octubre de 2008, Recurso 238/2.008, donde se declaró la nulidad de ambos contratos por su vinculación; se parte de los hechos que
se consideran probados, y la valoración de las circunstancias en las que se suscribieron los contratos, confirmando la existencia de vicio de consentimiento,
así como el incumplimiento de los requisitos de la legislación específica de este
tipo contractual en orden a la información necesaria. Declara la existencia de
consentimiento viciado en su emisión libre y voluntaria, por razón de esas concretas circunstancias que le rodearon, la forma de captación del cliente mediante una inveraz encuesta, con en la entrega de un regalo, consistente en una
semana de alojamiento, que pretende en última instancia y determina la comparecencia en un local, donde se canjea por otro de menor entidad -play II-, con
una extensa sesión informativa, próxima a la cuatro horas, incluyendo otros
obsequios como copa de cava etc., la entrega de bonificaciones en el contrato y
en aquel al se comprometen los compradores a obtener el préstamo, asumiendo los gastos relativos a apertura, corretaje, seguro y cancelación, y sobre todo
esa reseñada posibilidad encubierta e inveraz del carácter de “prueba” del contrato, corroborado por el anexo mencionado de reventa, que conjuntamente
con todas las circunstancias descritas, coligen la prestación de consentimiento
viciado, por aplicación de los artículos 1.261, 1.262,1.265, 1.269 y 1.300 del CC, acertadamente aplicados por la sentencia de instancia, que hacen decaer igualmente las alegaciones del motivo cuarto del recurso, referidas a este extremo, no
siendo de aplicación el invocado artículo 1.104 del CC , e irrelevante a los efectos
allí enjuiciados, el hecho de que no se pagase cantidad alguna en la reunión inicial y la entrega de documentación que se refiere, constituyendo objeto de posteriores fundamentos la reseña a la Ley 42/98, de 15 diciembre 1998, relativa a
los derechos de Aprovechamiento por Turno de Bienes Inmuebles de Uso
Turístico y Normas Tributarias, y el derecho de información, que se considera
vulnerado.
En la sentencia se analiza, como cuestión esencial objeto de extrapolación al precepto reseñado, la conducta típica que el legislador ha previsto, esto es la reclusión
coactiva, en términos civiles, del comprador o usuario y por tanto consumidor, en
un determinado y elegido local por el empresario o profesional, donde con la previa entrega de regalos, se le inducía moral y anímicamente, a no abandonar la sede
hasta finalizada la contratación, durando la sesión más de cuatro horas.
Se subraya, especialmente, la necesaria valoración de todas las circunstancias concurrentes y la incidencia que comportaron, objetiva y subjetivamente, en orden a la
emisión del consentimiento contractual, constatándose, en definitiva, la práctica
comercial agresiva, determinante de la nulidad del contrato, que se hace extensiva
al préstamo que financia la operación, por estar vinculados, en base a ese hecho
coactivo concreto y determinado, en cuanto a su acción, ahora elevado ya al rango
de conducta típica antijurídica, lo que ciertamente no es habitual en el plano legislativo.
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3.2Requisitos de la práctica agresiva por coacción civil
Del análisis del precepto y para que exista práctica comercial agresiva por coacción,
consideramos deben concurrir los siguientes requisitos :
a) Sujetos activo y pasivo, son el empresario o profesional de la actividad, y el consumidor y usuario, respectivamente. En cuanto a los primeros, aquellos dedicados de hecho a la actividad comercial que justifica su actuación, sin necesidad
de otros requisitos formales o administrativos. En la conducta incardinable en
supuestos de práctica comercial agresiva por coacción, deben de distinguirse
los casos de acción personal ejecutada por empleados o dependientes del
empresario, profesional o principal, a los efectos de legitimación pasiva que
refiere el artículo 34, si bien consideramos que va a ser difícil deslindar una conducta que no se haga en términos de mandato y representación, o dependencia directa de los empleados respecto del anterior, sea persona física o jurídica.
En cuanto al segundo, son sujetos pasivos aquellas personas definidas en el artículo 1º de la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios y otras
leyes complementarias, aprobado por el Real Decreto Legislativo 1/2007, de 16
de noviembre.
b) Elemento objetivo y Acción típica antijurídica, toda acción u omisión al hilo de
esa práctica comercial, que racionalmente sea medio adecuado de inducir al
sujeto pasivo a creer que no puede abandonar el recinto, hasta haber contratado. Supone por tanto, en cuanto a su destinatario, esto es, el consumidor, una
situación de ánimo y creencia de intensidad bastante, distinta de la objetiva
imposibilidad material de abandonar el local, por la intervención de dichos profesionales o empleados, impidiendo su salida, directa o indirectamente, pues de
así producirse, podría ya constituir infracción penal.
c) Práctica comercial agresiva de mera actividad, sin que precise un determinado
resultado, o que la consumación del contrato se lleve a cabo, estando constituida, en definitiva, por cualquiera de los medios adecuados -acciones u omisiones- inductores eficazmente de hacer creer la obligatoriedad o necesidad de
contratar, ligado a la permanencia en ese lugar, hasta la firma del contrato. La
negativa a firmarlo, finalmente -vid. los distintos supuestos y circunstancias
concurrentes, intervención de terceros, etc.-, nada obsta para que esa actividad
y práctica agresiva, calificada de coactiva en la esfera civil, quede plenamente
configurada, pues el bien jurídico protegido no lo constituyen la protección de
las relaciones contractuales y sus efectos, sino las buenas prácticas comerciales
en relación con consumidores y usuarios, al hilo de los principios que informan
la LCD, por los anteriores argumentos.
d) La existencia de coacción se valora a partir de las circunstancias concurrentes, de
acuerdo con el artículo 8 LCD.
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e) Temporal, referido al momento de la práctica comercial; se excluyen conductas
anteriores y posteriores.
f) Localización. El supuesto exige un determinado y concreto lugar, cual es encontrarse el consumidor o usuario en el establecimiento del empresario o profesional, o bien el local en el que se realice la práctica comercial, esto es, dependencias públicas o privadas, espacios cerrados en centros comerciales, hoteles, etc.,
por cuenta del empresario o profesional.
g) Límite objetivo, no puede constituirse en ilícito penal, como se analizará sucintamente.
3.3 Efectos sustantivos y procesales de la concurrencia de práctica
agresiva por coacción civil
1. En el ámbito de la LCD, supone su calificación de práctica desleal, y por ende, le son
de aplicación el ejercicio de las acciones previstas en al artículo 32.
2. Legitimación activa, la tiene el perjudicado a título individual, como consumidor, artículo 33.1-, y/o las entidades y asociaciones de consumidores y usuarios -artículo
33.3- y el Ministerio Fiscal, en los supuestos de cesación-apartado 4 del artículo 33-.
En cuanto a la legitimación pasiva, aunque el artículo 34 establece que las acciones
previstas en el artículo 32 podrán ejercitarse contra cualquier persona que haya realizado u ordenado la conducta desleal o haya cooperado a su realización, en los
supuestos de prácticas agresiva por coacción, de acuerdo con su apartado 2º, si la
conducta desleal se hubiera realizado por trabajadores u otros colaboradores en el
ejercicio de sus funciones y deberes contractuales, las acciones previstas en el artículo 32.1, 1.ª a 4, deberán dirigirse contra el principal, esto es el empresario o profesional que regenta el local donde se produjeron los hechos. Respecto a las acciones de
resarcimiento de daños y de enriquecimiento injusto se estará a lo dispuesto por el
Derecho Civil, entendiéndose por tanto, de acuerdo con este último inciso de dicho
apartado 2º del artículo 34, que en el ámbito de la LCD, en las acciones derivadas de
prácticas agresivas por coacción, realizadas por los trabajadores o colaboradores del
principal, no responden por los daños y perjuicios o enriquecimiento injusto, lo que
puede entrar en contradicción la aplicación del propio artículo 33.1, cuando faculta al
perjudicado para accionar también respecto de las acciones del apartado 5º del artículo 32, esto es, por daños y perjuicios. En consecuencia, la interpretación más acorde con los criterios sistemáticos y teleológicos que informan dichos preceptos,
podría ser la exclusión de reclamación directa por daños o enriquecimiento injusto
a dichos trabajadores o empleados dependientes, dentro de las acciones prevista en
la LCD-artículo 32-, estando reservado su ejercicio de acuerdo con el régimen ordinario, estoes, el Derecho Civil ordinario, artículos 1.101 y 1.902 del CC, lo que tampoco
obsta para acumulación, de acuerdo con los artículos 71 y ss. de la LEC.
3. Sobre la posibilidad de resarcimiento de daños y perjuicios, por esa conducta desleal, ya se ha dicho que, puede considerarse que no admite duda la exigible por el per-
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judicado consumidor, al amparo del artículo 33.1 LCD. La exigencia de dolo civil en el
agente, de acuerdo con el artículo 32.5ª, concurre cuando la inducción a que se
refiere el artículo 28, se ha llevado a cabo con las palabras o maquinaciones insidiosas a que se refiere el artículo 1.268 del CC, que constituye por otra parte el propio
tipo de acción prevista por el legislador, en orden a inducir o hacer creer al consumidor, que no puede abandonar el local, hasta haber contratado, siendo de difícil apreciación supuestos de coacción basados en la culpa, por la naturaleza de la acción
reseñada; cabe hacer extensiva a las asociaciones de consumidores y usuarios con
carácter colectivo, esta facultad de reclamar daños y perjuicios, por la remisión que,
en cuanto a personas legitimadas, lleva a cabo la ley en ese apartado primero al
artículo 11.2 de la LEC, pues esa defensa de intereses colectivos, aunque se califiquen
de indirectos, comportan además unos gastos y por ende perjuicios directos en la
articulación de las acciones, que exceden de las meras costas de los profesionales,
abogados y procuradores, que los representan y defienden, en el proceso correspondiente, o el ordinario funcionamiento y gastos propios de la asociación.
4. De consumarse la contratación, puede producirse respecto de la acción de competencia desleal, con práctica comercial agresiva por coacción, la acumulación de la
acción de nulidad, del contrato suscrito, al amparo de los artículos 1.300, en relación
con el 1.261, ss. y cc., del CC, por la prestación de consentimiento viciado, incluyendo la reclamación de daños y perjuicios, a tenor del artículo 1.101 del CC. A ello se
suma la anterior posibilidad apuntada, al amparo del artículo 34.2 de la LCD, en
cuanto a empleados y dependientes del empresario o principal, de acuerdo con los
artículos 71 y ss. de la LEC.
5. En los casos de concurrencia en el ejercicio de la acción por competencia desleal por
práctica comercial agresiva por coacción, y nulidad del contrato, los daños y perjuicios objeto de reclamación, pueden distinguirse, pues afectan a bienes jurídicos
distintos, en el primer supuesto, su condición de consumidor, objeto de tutela específica y diferenciada de la actividad comercial en la que se ve inmerso, dentro de
esos intereses colectivos y difusos; como parte contratante, porque le afecta en su
esfera personal y patrimonial propia del derecho privado, por razón de ese contrato suscrito, con consiguientes daños y perjuicios ocasionados, al amparo del articulo 1.101 del CC.
6. Daños y quantum indemnizatorio. En ambos supuestos, es de aplicación la reiterada doctrina y jurisprudencia, relativa a que la acción indemnizatoria por responsabilidad extracontractual, e igualmente la contractual, en lo esencial, es bien sabido que se estructura en los tradicionales elementos, consistentes en una acción u
omisión negligente o imprudente, que en necesaria relación causal, origina la producción de unos daños y perjuicios, debiéndose probar la cuantía de éstos, y que
son ciertos, no dudosos, contingentes, hipotéticos o meramente posibles (SS.TS. de
13 de junio y 26 de octubre de 1.981, 17 de septiembre de 1.987, 14 de octubre de
1.992, 17- de mayo de 1.994 , 22 de septiembre y 7- de noviembre- de 1.995, 8-febrero y 1 de abril de 1.996 y 20 de diciembre de 1.997, entre muchas), estando establecido que la determinación del denominado “quantum indemnizatorio” es una
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función propia del los órganos de instancia cualquiera que sea su fuente contractual o extracontractual (SS.TS. de 30 de Diciembre y 29 de Noviembre de 1.994 y 22
de Mayo de 1.995, entre otras).
7. Procedimiento. Son de aplicación los artículos 249.4º y 250.12º de la LEC. En el primero de ellos se establece que se tramitará por el juicio ordinario las demandas en
materia de competencia desleal, defensa de la competencia, en aplicación de los
artículos 81 y 82 del Tratado de la Comunidad Europea, o de los artículos 1 y 2 de la
Ley de Defensa de la Competencia, propiedad intelectual y publicidad, siempre que
no versen exclusivamente sobre reclamaciones de cantidad, en cuyo caso se tramitarán por el procedimiento que les corresponda en función de la cuantía que se reclame. No obstante, se estará a lo dispuesto en el punto 12 del apartado 1 del art. 250
de esta Ley cuando se trate del ejercicio de la acción de cesación en defensa de los
intereses colectivos y de los intereses difusos de los consumidores y usuarios en
materia de publicidad. El segundo, con carácter general, establece el procedimiento de juicio verbal, cuando se ejercite acción de cesación en defensa de los intereses
colectivos y difusos de consumidores y usuarios.
8. Concurrencia de acción penal.- En los supuestos de extralimitación, el propio artículo 28 LCD, parece excluir la calificación de práctica agresiva por coacción, cuando
tenga naturaleza penal. Se considera tal, aquella que reviste los caracteres de
infracción penal, por tanto falta o delito, bien del artículo 620.2º, en los supuesto de
falta, atendiendo a la levedad de las coacciones, o los artículos 172 y ss. por coacciones en los supuestos de mayor gravedad, calificadas como delito, sin que la existencia de conducta penal signifique que quede impune el ejercicio de la acción civil,
configurada como práctica comercial agresiva por coacción, de acuerdo con los
requisitos exigidos; en este caso le es de aplicación el artículo 40 de la LEC, determinando la existencia de cuestión prejudicial penal, tanto si concurre antes del proceso civil, por denuncia del interesado, como una vez iniciado el mismo, determinando en su caso la suspensión, por tener la resolución penal a dictar, la influencia
decisiva en la sentencia civil, a que se refiere el apartado 2º del número 2 de dicho
precepto, siéndole de aplicación en este sentido la consolidada doctrina y jurisprudencia del TS, sobre la vinculación de hechos que se consideran probados en la sentencia condenatoria penal y han servido de base para la calificación del tipo, o la
inexistencia del hecho en aquellas absolutorias (SS.TS 18 de Octubre de 2.010, Sala
1ª de lo Civil, citando la de 29 de Septiembre de 2.005, entre otras). La existencia de
sentencia condenatoria que incluya responsabilidad civil reclamada por el perjudicado victima de ese delito o falta de coacciones, en principio subsume aquella exigible al amparo del artículo 32.5ª de la LCD, y los perjuicios producidos, en su caso,
por la firma del contrato, pues la acción de resarcimiento de los daños y perjuicios
ocasionados por la conducta desleal, parte del presupuesto de una conducta delictiva calificada de coacción, que se corresponde con aquella que califica el ilícito civil
como conducta desleal, y fue objeto ya de resarcimiento. En consecuencia, el perjudicado, por razón de su complejidad o mejor defensa extra-penal, puede reservarse
el ejercicio de la acción civil ante esta jurisdicción, al amparo del artículo 109.2 del
Código Penal.
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6. El acoso: práctica comercial agresiva
Elena Leiñena Mendizábal
Profesora de Derecho Mercantil de la
Universidad del País Vasco
EuskalHerriko Unibertsitatea
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6. El acoso: práctica comercial agresiva
1. Presentación
El aspecto que me corresponde analizar sobre las prácticas agresivas por acoso
deriva directamente de la incorporación al ordenamiento interno del Derecho
comunitario, en concreto, de la Directiva 2005 sobre prácticas comerciales desleales. Esta Directiva ha sido transpuesta por la Ley 29/2009 que ha modificado sustancialmente la Ley 34/1988, de 11 de noviembre, General de Publicidad y la Ley
3/1991, de 10 de enero, de Competencia Desleal.
Dado que los anteriores ponentes han expuesto con precisión y detalle las modificaciones fundamentales que la Ley 29/2009 ha incorporado con carácter general
en el ámbito de la competencia desleal, el Derecho de la publicidad y la protección
de los consumidores, mi exposición se va a centrar preferentemente en las prácticas agresivas por acoso sin perjuicio de que me pueda reiterar en ciertos conceptos
o principios necesarios para comprender el alcance de la norma que recoge la deslealtad de este tipo de prácticas.
Cabe señalar que las prácticas agresivas por acoso se regulan, como se ha mencionado, desde una doble perspectiva dependiendo del comportamiento, las circunstancias que le rodean y del destinatario afectado por la deslealtad. Así, y en primer
lugar, tenemos en cuenta la norma general del artículo 8 de la Ley de Competencia
Desleal (LCD) que considera agresivo todo comportamiento que teniendo en cuenta sus características y circunstancias, sea susceptible de mermar de manera significativa mediante acoso la libertad de elección del destinatario en relación al bien
o servicio que se promociona. Y en segundo lugar, tomamos en consideración las
prácticas comerciales agresivas por acoso con los consumidores o usuarios, previstas en el artículo 29 LCD, las cuales son una transposición mimética de comportamientos agresivos recogidos en la Lista Negra de la Directiva de 2005.
El ámbito habitual en el que concurren este tipo de conductas es fundamentalmente el publicitario o promocional. Y es que el fin último del mensaje publicitario,
además del informativo sobre las características del bien o servicio ofrecido, es la
contratación. La publicidad lanza un mensaje persuasivo para que se compre el producto o se contrate el servicio. Este objetivo en absoluto es criticable pero en ocasiones la forma utilizada para alcanzarlo sí lo es, en este sentido lo es la deslealtad
que genera el acoso al recurrir a una técnica de publicidad directa o marketing
directo como son las visitas promocionales a domicilio cuando éstas ejercen una
presión desmedida en el potencial cliente o consumidor. Procede recordar, no obs-
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tante, que la publicidad directa o marketing directo se trata de una técnica publicitaria lícita y que presenta, respecto a la publicidad mecanizada dirigida a las grandes masas de consumidores, indudables ventajas.
Sin perjuicio de los notables beneficios que la publicidad directa reporta al empresario y usuario facilitando al primero la selección del consumidor más interesado
en su producto y al segundo la posibilidad de solicitar aclaraciones e información
complementaria acerca de los bienes o servicios que se le ofertan, el marketing
directo genera también inconvenientes, sobre todo por la intromisión que supone
en el ámbito privado del consumidor o destinatario (hogar, lugar de trabajo, etc.).
Es decir, este tipo de publicidad directa genera molestias, y es que al consumidor le
incomoda la interrupción de su descanso o de su trabajo para atender una llamada
publicitaria o una visita promocional1.
Si bien es cierto que toda actividad publicitaria genera cierto grado de molestia en
el consumidor, el marketing directo puede elevar ese grado de molestia de tal suerte que se transforme en una conducta de carácter desleal al invadir la esfera privada de los consumidores e incidir en su libertad de decisión2.
2. Las previsiones del Derecho interno sobre prácticas desleales
por acoso con anterioridad a la Directiva 2005 sobre prácticas
comerciales desleales
Como hemos anticipado, la deslealtad del acoso se ha introducido de manera
expresa en nuestro ordenamiento a través de la incorporación del Derecho comunitario (Directiva 2005 sobre prácticas comerciales desleales). Es decir, ha sido el
legislador comunitario quien ha decidido sancionar estas conductas y en particular
el acoso.
Con anterioridad a la norma europea la interpretación extensa de la cláusula general de deslealtad de la Ley de Competencia Desleal permitía cubrir el silencio que el
legislador español guardaba sobre la materia. Así, cuando la publicidad directa
alcanzaba ese elevado grado de molestia para el consumidor, el comportamiento
era sancionable a tenor del antiguo artículo 5, este precepto reprochaba todo comportamiento contrario a la buena fe objetiva del mercado.
1
2
TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de Competencia Desleal,
La Ley, Madrid, 2010, 183.
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 183-184, señala que en Alemania ciertas técnicas de marketing directo han sido calificadas como
de publicidad molesta (belästigende Werbung), fundamentando el juicio de su deslealtad en la necesidad de protección de la libertad de decisión del consumidor, la protección de un modelo de competencia eficiente, la protección de
la esfera privada de los consumidores y el riesgo de generalización de estas prácticas. Así, se calificaron como publicidad molesta determinadas técnicas de marketing directo: la publicidad directa en la vía pública o en medios de transporte público, la publicidad por teléfono, la publicidad por fax y la publicidad por correo postal cuando el destinatario
ha mostrado su oposición a la recepción de este tipo de correo.
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La publicidad molesta, además de ser susceptible de sanción a través de la mencionada cláusula general, también ha sido reprobada en otras normas de carácter
específico. En este sentido y en relación al medio mediante el cual se difunde, han
sido prohibidas algunas modalidades de spam telefónico y de publicidad por fax en
la Ley 32/2003, de 3 de noviembre, General de Telecomunicaciones y en la Ley
34/2002, de 11 de julio, sobre servicios de la sociedad de la información y comercio
electrónico, si no se ha prestado un consentimiento previo por parte del receptor
del mensaje comercial3.
Por lo tanto, antes de la incorporación de la Directiva al ordenamiento interno, el
acoso generado por determinadas modalidades de publicidad directa se rechazaba
a través de la cláusula general de la Ley de Competencia Desleal y de normas específicas según su medio de difusión.
3. El acoso, práctica comercial agresiva, a partir de la Directiva de
2005 sobre prácticas desleales y la Ley 29/2009
El texto que ha resultado de la incorporación de la Directiva de 2005 a través de la
Ley 29/2009 regula, como hemos adelantado en el párrafo anterior, las prácticas
comerciales desleales e incorpora una nueva prohibición general rechazando radicalmente las prácticas comerciales desleales contrarias a las exigencias de la buena
fe. Entendiéndose como contrapuesto a las exigencias de la buena fe el comportamiento de un empresario o profesional contrario a la diligencia profesional, que distorsione o pueda distorsionar de manera sustancial, con respecto al producto de
que se trate, el comportamiento económico del consumidor medio al que afecta o
al que se dirige la práctica (art. 4.1 LCD). En consecuencia, el grado de molestia que
una práctica empresarial conlleve al destinatario se interpretará conforme a esta
nueva cláusula general.
Paralelamente a la cláusula general el nuevo texto tipifica las conductas desleales
bajo una doble denominación: las prácticas engañosas y las prácticas agresivas. A
estas segundas nos vamos a referir en este estudio, dado que el legislador europeo,
partiendo de los supuestos clásicos de publicidad molesta reelaboró una nueva
categoría, la de prácticas agresivas, entre las cuales destaca el acoso4.
Sin embargo, la mencionada tipificación adolece, en general5, de cierta complejidad, ya que estructura estas prácticas conforme a tres pilares: el concepto de práctica comercial agresiva (art. 8.1 LCD), el conjunto de circunstancias que pueden
hacer que una práctica sea agresiva (art. 8.2 LCD) y un listado de conductas calificadas per se como agresivas, entre las que se halla el acoso recogido en el artículo 29
de la Ley.
3
4
5
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 184.
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 186.
La crítica afecta igualmente al conjunto de prácticas desleales por engañosas.
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De ahí que en nuestro sistema legal el acoso puede ser calificado como acto de
competencia desleal independientemente del destinatario de la práctica (art. 8
LCD), y además determinadas conductas de los empresarios o profesionales para
con los consumidores son calificadas de acoso per se en el artículo 29 de la norma.
El acoso queda de esta manera configurado en un doble marco6, sin perjuicio de
que determinadas conductas de acoso se identifiquen a través de la cláusula general (art. 4.1 LCD).
3.1 El acoso en el marco general de la deslealtad de las prácticas
comerciales agresivas
El acoso se califica como una práctica comercial agresiva. Aparece mencionado en
el artículo 8.1 de la Ley de Competencia Desleal, precepto que formula el concepto
general de prácticas agresivas como aquéllas que, en su contexto fáctico, y teniendo en cuenta todas sus características y circunstancias, mermen de manera significativa, mediante acoso, coacción, incluido el uso de la fuerza, o la influencia indebida, la libertad de elección o conducta del consumidor medio en relación al bien o
servicio y, por consiguiente, afecte o pueda afectar a su comportamiento económico. Esto es, le hagan o puedan hacerle tomar una decisión sobre una transacción
que de otra forma no hubiera tomado7.
Refiriéndonos exclusivamente a la cuestión que nos ocupa, los presupuestos que
han de concurrir para que una práctica se pueda calificar de acoso según la mencionada norma son dos:
En primer lugar, debe producirse una conducta que pueda ser calificada de acoso.
Y en segundo lugar, dicha conducta debe ser apta para afectar significativamente
al comportamiento económico del destinatario.
3.1.1. La conducta susceptible de ser calificada como acoso
Ni la Directiva de 2005 ni la Ley 29/2009 recoge expresamente una definición legal
de acoso. De ahí que se acuda al concepto de acoso formulado por la doctrina. Esto
es, acoso es el hecho de perseguir, importunar, incomodar o apremiar al consumidor como medio de obtener su decisión de compra o de determinar su comportamiento en el marco de una relación ya establecida8.
6
7
8
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 187.
La Sentencia de la Audiencia Provincial de Tarragona de 27 abril 2000 recoge en el Fundamento de Derecho Primero
la incidencia que tiene la utilización de técnicas de venta agresivas sobre la libertad de decisión del consumidor en la
fase precontractual, ya que lo colocan con frecuencia en una posición de inferioridad, de tal manera que se induce la
aceptación del producto ofrecido, afectando a su voluntad. Ello acaba afectando al “iter” normativo del contrato (oferta, aceptación, negociación previa) y desnaturaliza la fase precontractual al no dar casi la posibilidad al adquirente de
deliberar y reflexionar sobre las ventajas e inconvenientes del contrato.
MASSAGUER FUENTES, J., El nuevo Derecho contra la competencia desleal. La Directiva 2005/29/CE sobre las Prácticas
Comerciales Desleales, Thomson-Civitas, Madrid, 2006, 133.
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El acoso exige un nivel mínimo de contacto personal entre el empresario y el consumidor, pero además exige que ese contacto pueda ser percibido por un consumidor medio normalmente informado y razonablemente atento y perspicaz9 como
una práctica susceptible de incidir en su libertad de elección10.
No obstante, cualquier contacto personal entre el empresario o profesional y el
consumidor o usuario que responda a las técnicas de marketing directo no puede
calificarse de acoso. Este es el sentido que la Ley de Competencia Desleal incorpora
a la hora de definir como acoso per se ciertas técnicas de marketing directo. Así, por
ejemplo, sólo se calificará de acoso la publicidad por teléfono o a domicilio en la
medida que sea persistente (art. 29.2 LCD) o se produzca pese a la oposición previamente manifestada por el consumidor (art. 29.1 LCD).
Para determinar si un supuesto de contacto directo entre el empresario o profesional y el consumidor o usuario supone una práctica desleal, deben examinarse una
serie de circunstancias adicionales que conllevan que ese contacto pueda ser percibido como acoso susceptible de incidir en la libertad de elección del destinatario
de la práctica11. En este sentido, el art. 8.2.a de la Ley estipula una serie de circunstancias que han de tomarse en consideración para calificar de acoso la conducta del
empresario. Este precepto obliga a tener en cuenta el momento y el lugar en que se
produce la práctica, su naturaleza o su persistencia12.
Como hemos avanzado, el lugar elegido es una de las circunstancias más relevantes a la hora de determinar si un contacto publicitario directo entre empresario y
consumidor puede ser calificado de acoso. En consecuencia, la probabilidad de que
exista acoso se incrementa en el supuesto en que ese contacto se produzca en un
ámbito privado (hogar o lugar de trabajo) o en cualquier otro donde las personas
no se exponen habitualmente a este tipo de técnicas de publicidad directa13.
9
10
11
12
13
La jurisprudencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas acuño el concepto de consumidor medio. En
consecuencia, no es un término que la Ley haya de definir, sino que serán los tribunales los que efectuarán su concreción en cada caso concreto.
GIMENO-BAYÓN COBOS, R. – PÉREZ BES, F., “Prácticas engañosas y agresivas en la Ley de Competencia Desleal (Análisis
de las novedades introducidas en el tipo general por la Ley 29/2009)”, La reforma de la Ley de Competencia Desleal por
la Ley 29/2009, Revista Comunicaciones en Propiedad Industrial y Derecho de la Competencia, 58, Abril-Junio 2010, 4588, 65.
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 192.
Para determinar si una conducta hace uso del acoso, la coacción o la influencia indebida se tendrá en cuenta una serie
de criterios adicionales (art. 8.2 LCD):
a) El momento y el lugar en que se produce, su naturaleza o su persistencia.
b) El empleo de un lenguaje o un comportamiento amenazador o insultante.
c) La explotación por parte del empresario o profesional de cualquier infortunio o circunstancia específicos lo suficientemente graves como para mermar la capacidad de discernimiento del destinatario, de los que el comerciante tenga
conocimiento, para influir en su decisión con respecto al bien o servicio.
d) Cualesquiera obstáculos no contractuales onerosos o desproporcionados impuestos por el empresario o profesional cuando la otra parte desee ejercitar derechos legales o contractuales, incluida cualquier forma de poner fin al contrato o de cambiar de bien o servicio o de suministrador.
e) La comunicación de que se va a realizar cualquier acción que, legalmente, no pueda ejercerse.
MASSAGUER FUENTES, J., El nuevo Derecho contra la competencia desleal. La Directiva 2005/29/CE sobre las Prácticas
Comerciales Desleales, 131.
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Ahora bien, hay otro factor que incide igualmente en la calificación de una conducta de acoso al margen del lugar elegido. Esto es, el momento elegido. El momento
que se elija para que surja el contacto directo puede delimitar la calificación de
acoso de una determinada conducta. Esta circunstancia se puede dar con las llamadas telefónicas por la noche o a través de visitas domiciliarias que se prolongan
hasta muy tarde. Y es que este tipo de conductas inciden directamente en la libertad de elección del consumidor porque lo incomodan y ejercen una tal presión
sobre él, que puede llegar a aceptar ofertas para evitar esa molestia14.
En último lugar, el tercer factor que confluye en la calificación de acoso de una conducta es su persistencia. Es decir, a pesar de que la conducta se lleve a cabo en un
lugar y momento habitual, si el operador económico intenta establecer el contacto
de manera continua y constante, esa conducta puede ser considerada acoso15.
En cualquier caso existen otras circunstancias que pueden hacer que un contacto
directo pueda ser calificado de acoso, aunque no concurran las excepcionales referidas al momento o lugar en el que se desarrolla la correspondiente conducta, o la
persistencia de ésta. Éste sería el caso en que el consumidor o usuario, expuesto a
un contacto directo y personal con el empresario, se halle en una situación de especial debilidad. En esta situación, el consumidor ofrecerá un menor grado de resistencia a las presiones que pueda ejercer el empresario, sus colaboradores o representantes.
La situación de debilidad de un consumidor puede devenir de sus características
personales, debido a una dolencia física o un trastorno mental. O bien debido a la
edad o a la credulidad, como ocurre en el caso de los niños y de las personas mayores. En estos supuestos, el contacto directo que se establece16 puede afectar a un
consumidor o a un grupo de consumidores especialmente vulnerables y este hecho
puede implicar la calificación de acoso de la práctica sin que sea esencial el
momento o lugar en el que se desarrolla. El empresario, en estos casos, preverá
razonablemente el grado de vulnerabilidad o la manera en que esa conducta puede
afectar al consumidor y establecerá las medidas oportunas para evitar que el destinatario resulte perjudicado17.
Una conducta puede calificarse igualmente de acoso debido a una circunstancia
extraordinaria en la que se encuentre el consumidor. En este apartado nos interesan, en concreto, aquellas prácticas comerciales en las que el empresario o profe14
15
16
17
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 193.
GIMENO-BAYÓN COBOS, R. – PÉREZ BES, F., “Prácticas engañosas y agresivas en la Ley de Competencia Desleal (Análisis
de las novedades introducidas en el tipo general por la Ley 29/2009)”, La reforma de la Ley de Competencia Desleal
por la Ley 29/2009, 66; TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C.,
La reforma de la Ley de Competencia Desleal, 194.
Se toma como referencia los contactos directos cuyo destino es el público en general pero que pueden afectar al consumidor o consumidores vulnerables.
En este sentido cabe recordar que el artículo 4.3 LCD estipula que la distorsión que puede generar la práctica de acoso
se evaluará desde la perspectiva del miembro medio de ese grupo claramente identificable de consumidores o usuarios especialmente vulnerables.
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sional explota cualquier infortunio o circunstancia específica lo suficientemente
grave como para mermar la capacidad de discernimiento del destinatario (art. 8.2.c
LCD).
Tradicionalmente la jurisprudencia alemana ha considerado dos circunstancias
extraordinarias en las cuales la práctica comercial puede calificarse de acoso. En primer lugar, la publicidad en el lecho de muerte y, en segundo lugar, la publicidad en
caso de accidente18.
Una conducta de acoso en el lecho de muerte es la visita personal a los familiares
del fenecido en los momentos previos o inmediatamente posteriores a su fallecimiento con el fin de comercializar servicios funerarios.
En este sentido la Sentencia 168/2009 de la Audiencia Provincial de Madrid, de 23
de junio. El tribunal de apelación calificó la conducta de la funeraria demandada
como constitutiva de actos objetivamente contrarios a la buena fe mercantil, confirmando la sentencia de instancia. Y es que la conducta de la funeraria consistía en
que sus empleados abordasen a los familiares de las personas recién fallecidas en
los hospitales y residencias de ancianos para ofrecerles la prestación de servicios
funerarios.
Determinadas conductas en caso de accidente pueden suponer igualmente comportamientos de acoso, como ya hemos adelantado. Así, la visita inmediata a las
personas que se acaban de ver involucradas en un accidente con el fin de comercializar productos o servicios relacionados con la solución de sus consecuencias, tales
como servicios de grúa, de reparaciones, etc.
En ambos supuestos la vulnerabilidad del consumidor deriva de una circunstancia
extraordinaria, el fallecimiento de un ser querido o el shock posterior a un accidente.
Esas circunstancias conllevan que se puedan aceptar las ofertas comerciales que primero se les presenten sin valorar las más adecuadas. Es evidente que en ambos casos
el empresario se está aprovechando de una situación de vulnerabilidad especial del
consumidor, y en consecuencia, podría calificarse la práctica de desleal por acoso19.
3.1.2. El acoso como medio para influir significativamente en el
comportamiento económico del consumidor o destinatario
Como se ha dicho, el segundo de los presupuestos para calificar una conducta de
acoso exige que haya de ser apta para afectar al comportamiento económico del
consumidor o destinatario mermando o pudiendo mermar su libertad de elección
en relación a un bien o servicio. Este presupuesto está íntimamente relacionado
con la cláusula general de deslealtad incorporada por la Ley 29/2009 (art. 4 LCD),
18
19
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 194-195.
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 195.
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cuyo juicio de deslealtad exige que la conducta del empresario o profesional, además de ser objetivamente contraria a la buena fe20, debe ser apta para distorsionar
de forma significativa21 el comportamiento económico del consumidor medio22.
El propio artículo 4 de la Ley define qué ha de entenderse por comportamiento económico del consumidor (art. 4.1) y distorsión significativa de la conducta (art. 4.1. in
fine).
Así, define el comportamiento económico del consumidor como “toda decisión por
la que éste opta por actuar o por abstenerse de hacerlo en relación con: a) La selección de una oferta u oferente; b) La contratación de un bien o servicio, así como, en
su caso, de qué manera y en qué condiciones contratarlo; c) El pago del precio, total
o parcial, o cualquier forma de pago; d) La conservación del bien o servicio; e) El ejercicio de los derechos contractuales en relación con los bienes y servicios”. En definitiva el comportamiento económico del texto abarca el proceso previo de formación
de preferencias, la decisión de compra y la respuesta en relación con el ejercicio de
los derechos emanados del contrato23.
Igualmente el artículo 4.1 in fine introduce lo que significa distorsionar de forma
significativa el comportamiento económico del consumidor medio. En este sentido,
se tendrá en consideración la conducta del empresario o profesional únicamente
cuando merme de manera apreciable la capacidad del destinatario de adoptar una
decisión con pleno conocimiento de causa, haciendo así que tome una decisión
sobre su comportamiento económico que de otro modo no hubiera tomado. Según
se desprende del texto legal si no se supera el umbral mínimo de relevancia (regla
de mínimis), la conducta no puede calificarse de desleal y por ende la cláusula general no resulta aplicable24.
20
21
22
23
24
Esto es, contraria a las prácticas honestas y honradas del mercado, en modo alguno puede hacerse depender de la percepción subjetiva que sobre la misma puedan tener los operadores económicos o de su común aceptación o utilización. La nueva cláusula general del artículo 4 reproduce en este sentido el criterio de buena fe objetiva del anterior
artículo 5 de la Ley.
La distorsión del comportamiento no ha de ser efectiva, es suficiente con la mera aptitud para provocar una distorsión sustancial del comportamiento económico del consumidor. De ahí que no pueda exigirse la prueba de que la
práctica ha distorsionado de forma efectiva el comportamiento.
El consumidor medio es aquél normalmente informado y razonablemente atento y perspicaz, concepto acuñado por
la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de la Comunidad Europea. TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ
CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de Competencia Desleal, 86-89, precisa que la cláusula general es aplicable en el caso de las prácticas dirigidas a los consumidores o al público en general (art. 4.3), sin
perjuicio de que dentro de ese público general haya de ser identificable la presencia de un grupo de consumidores
especialmente vulnerable (incapaces, o aquéllos afectados por una reducción de la capacidad de comprensión derivada de la edad o la credulidad). En estos supuestos el empresario puede prever razonablemente los efectos que la práctica tenga sobre los mismos y adoptar las medidas necesarias para que no les alcance.
GIMENO-BAYÓN COBOS, R. – PÉREZ BES, F., “Prácticas engañosas y agresivas en la Ley de Competencia Desleal (Análisis
de las novedades introducidas en el tipo general por la Ley 29/2009)”, La reforma de la Ley de Competencia Desleal por
la Ley 29/2009, 51, señalan que el legislador español ha superado las deficiencias de las Directivas y ha definido el
comportamiento económico con amplitud.
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 86-89, señala que el umbral mínimo abarcará a las prácticas que se limiten a influir en el proceso de formación de preferencias de los consumidores en el marco de las relaciones públicas o de la publicidad corporativa. El autor apoya esta interpretación en las prácticas que la Directiva de 2005 califica como desleales al dirigirse
a mejorar la imagen de la empresa entre el público y que se hallan recogidas en el Anexo. Entre ellas, exhibir un sello
de confianza sin haber obtenido la necesaria autorización, afirmar que un código de conducta ha recibido el refrendo
de un organismo público o de otro tipo no siendo cierto, etc.
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De ahí que ciertas conductas no podrán ser consideradas de acoso precisamente
porque no alcanzan la regla mínimis de la relevancia. Esto ocurre en determinados
supuestos en los que el envío aislado y puntual de un mensaje publicitario no deseado por teléfono, fax, o correo electrónico no puede calificarse de acoso porque no
es persistente. Y es que el artículo 29 de la Ley exige la persistencia como presupuesto de deslealtad en el acoso. Ahora bien, tampoco han de aplicarse criterios
excesivamente exigentes a la hora de valorar la conducta, ya que la propia Ley tampoco exige un grado de relevancia excesivamente elevado para declarar desleal una
conducta25.
3.2 Las prácticas agresivas por acoso expresamente tipificadas en
el marco de las relaciones entre empresarios y consumidores
Hemos señalado más arriba que la Directiva 2005 sobre prácticas comerciales agresivas incorporó en su Anexo una lista de comportamientos agresivos per se en las
relaciones comerciales entre empresarios o profesionales y consumidores o usuarios. La nueva Ley de Competencia Desleal también acoge en su seno esas conductas tipificadas expresamente como agresivas. Sin embargo, a diferencia de la
Directiva, nuestro texto legal diferencia las conductas en tres categorías: prácticas
agresivas por coacción (art. 28 LCD), prácticas agresivas por acoso (art. 29 LCD) y
prácticas agresivas en relación con los menores (art. 30 LCD).
Dado que el tema que nos ocupa es el acoso centraremos nuestro análisis fundamentalmente en el artículo 29 de la Ley, sin perjuicio de que traigamos a colación
reflexiones de carácter general y comunes a todo tipo de práctica agresiva.
En esta oportunidad procede recordar que las prácticas agresivas por acoso del artículo 29 de la Ley son conductas desleales per se. Esto es, si un comportamiento es
susceptible de integrarse en el tipo previsto en el mencionado precepto, la conducta es de acoso, tiene sanción automática y no es necesario evaluar si la práctica es
agresiva conforme a los presupuestos del artículo 8 de la Ley ya estudiados26. Ahora
bien, si no se adapta al tipo, deberá de examinarse si es susceptible de ser calificada como acoso conforme a este último precepto.
El artículo 29 de la Ley reputa desleal por acoso realizar visitas en persona al domicilio del consumidor sin su conformidad o formular propuestas no deseadas por
teléfono, fax o correo electrónico. Pasemos a examinar cada una de ellas.
25
26
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 93, destaca como ejemplo la naturaleza desleal per se imputada a la exhibición de un sello de
confianza o calidad sin haber obtenido la necesaria autorización (práctica engañosa), sin atender a consideraciones
en relación al grado de conocimiento del sello por parte de los consumidores o del nivel de confianza que genera entre
el público.
Este precepto exige, en primer lugar, que la práctica sea susceptible de ser calificada como acoso, coacción e influencia indebida, y en segundo lugar, que sea apta para incidir significativamente en el comportamiento económico del
destinatario medio.
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3.2.1. Las visitas en persona al domicilio del consumidor o usuario
Según el artículo 29.1 LCD se considera desleal por acoso “realizar visitas en persona al domicilio del consumidor o usuario, ignorando sus peticiones para que el
empresario o profesional abandone su casa o no vuelva a personarse en ella”.
A pesar de que esta práctica era susceptible de ser calificada como desleal en otros
ordenamientos del entorno, así en el caso alemán27, en el español no adolecía de
deslealtad. Por lo tanto, desde esta perspectiva es una incorporación novedosa a
nuestro ordenamiento.
La Ley de Competencia Desleal parte, no obstante, del principio general de licitud
de las visitas a domicilio, ya que se trata de una forma de publicidad directa y el
consumidor puede identificar desde el primer momento a la persona que lo visita
e incluso impedir la entrada en el domicilio o cualquier otra molestia.
De la formulación del precepto, que utiliza indistintamente la denominación de
domicilio o casa, se desprende que el supuesto afecta bien a la visita al domicilio
permanente del destinatario bien a su domicilio ocasional. Sin embargo, no cabe la
misma interpretación cuando la visita se realiza al lugar del trabajo del consumidor
o usuario. Esta circunstancia para ser calificada de acoso deberá de ser tratada conforme a los presupuestos generales del artículo 8 de la Ley.
Por lo tanto, ¿cuándo se considera desleal una visita a domicilio? La deslealtad, en
estos casos, exige que el empresario o profesional haya acudido previamente al
domicilio del consumidor y haya recibido la petición de no personarse nuevamente
en la casa. No es necesaria la declaración expresa pero sí que existan indicios inequívocos (conversaciones, comportamientos) de que la petición se ha formulado. De ahí
que la primera visita realizada por el empresario o profesional es en principio lícita28.
Ahora bien, si en esa primera visita el empresario hace caso omiso de la petición del
consumidor en el sentido de que abandone la casa, la conducta es igualmente desleal. Esta interpretación es válida incluso para las visitas ulteriores que se lleven a
cabo. Al igual que en el supuesto anterior no se exige una declaración expresa de
abandono de la casa sino que es suficiente la existencia de manifestaciones inequívocas acerca de la petición29.
27
28
29
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 210-211, señala que en Alemania si bien la visita en persona al domicilio del consumidor o usuario era una actividad lícita desde el punto de vista de la competencia desleal, esa práctica debía de ser de determinada naturaleza, ya que de lo contrario podía ser desleal. Este era el caso de la visita domiciliaria en la que se forzase la
entrada en la vivienda recurriendo a técnicas de carácter fraudulento o tramposo. Tampoco se admitía que la solicitud del consumidor o usuario de un catálogo o muestrario a una empresa supusiera una visita a domicilio sin previo
aviso. Se sancionaba igualmente la visita publicitaria a la casa de la persona fallecida de las funerarias con el objeto
de ofertar los trámites del sepelio. Finalmente se reprochaba la visita publicitaria de un amigo, familiar o vecino al
domicilio con el objeto de forzar la contratación aprovechando la relación o el lazo de unión.
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 212.
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 213.
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En este sentido cabe hacer mención a la Resolución de 23 de enero de 2008 de la
Sala Sexta del Jurado de Autocontrol que resolvió la reclamación interpuesta por un
particular frente a una publicidad de la que era responsable el centro auditivo Sono
Clinic. La publicidad objeto de la reclamación utilizó el formato de un mensaje o
comunicación de carácter personal, aparentemente manuscrita, que transmitía un
mensaje según el cual algún allegado estaba intentando ponerse en contacto con
el receptor del mensaje (“he estado llamando 5 minutos, pero no me has debido de
oír… Por favor, lee la parte de atrás y LLÁMAME. Un abrazo”). Sin entrar a analizar la
posible conculcación del principio de identificación publicitario en cuanto a la
forma del mensaje, interesa en esta ocasión hacer referencia a la técnica de difusión de esta publicidad.
Y es que la estrategia publicitaria utilizada consistió en un reparto puerta a puerta
de una serie de folletos, concretamente a través de la colocación directa de la publicidad en la puerta de los domicilios de los potenciales consumidores. El Jurado de
Autocontrol estimó que la mencionada estrategia no respetó los derechos de los
consumidores tanto en cuanto la comunidad no deseaba publicidad en los buzones
de los residentes del inmueble y había colocado un buzón específico destinado a las
comunicaciones comerciales directas en la entrada del edificio. De ahí que el reparto de esa publicidad contraviniese la norma 4 del Código de Conducta Publicitaria
en el sentido de que con ese proceder se abusaba de la buena fe del consumidor.
Igualmente el Jurado hizo referencia al apartado número 25 del Anexo de la
Directiva de 2005, todavía no transpuesta, identificando la deslealtad de la práctica objeto de la controversia con el presupuesto de la norma, esto es, realizar visitas
a domicilio ignorando las peticiones de que el comerciante abandone la casa con la
estrategia utilizada para la difusión de esta publicidad.
3.2.2. Las propuestas no deseadas y persistentes por correo, fax, correo
electrónico u otros medios de comunicación a distancia
Los tiempos cambian y también nuestras costumbres. Los avances tecnológicos de
la sociedad nos han proporcionado a todos el acceso a nuevas fuentes de información suponiendo un gran avance en la capacidad de conocimiento así como en la
oportunidad de negocio y desarrollo económico. Esta circunstancia hace que hoy en
día una ingente marea de propuestas publicitarias y promocionales se realice por
esos medios masivos de comunicación que facilitan la difusión de los mensajes
comerciales. No obstante las ventajas (coste y rapidez), en ocasiones la utilización
irracional de esos medios provoca situaciones excesivamente molestas para el
receptor de esa información que son susceptibles de calificar como acoso.
Uno de los grandes éxitos de Internet en el ámbito publicitario ha sido precisamente la opción de que este medio procura la difusión en masa de mensajes comerciales a través del correo electrónico o, como coloquialmente se conoce, del spam. Sin
perjuicio de que el concepto estricto de spam se corresponde exclusivamente con
el mensaje publicitario no solicitado a través del correo electrónico, este término
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denomina igualmente la difusión de mensajes comerciales no solicitados a través
de medios distintos del ordenador como son los mensajes cortos de texto telefónicos (sms) o los mensajes multimedia (mms). En este sentido se ha llegado a denominar spam telefónico a las llamadas cuyo fin es publicitario30.
3.2.2.1. Publicidad no solicitada por correo electrónico (spam)
La publicidad no solicitada por correo electrónico (spam) es el primero de los
supuestos que el artículo 29 de la Ley de Competencia Desleal contempla como
susceptible de calificar como acoso siempre que se trate de un comportamiento
reiterado.
En el párrafo anterior se ha definido al spam como cualquier mensaje no solicitado
enviado por vía electrónica cuya finalidad es publicitaria. Esto es, su fin es ofertar o
tratar de despertar el interés acerca de un producto o servicio. En la actualidad esta
práctica es muy habitual y se estima que el spam supone entre el cincuenta y el
ochenta por ciento de los mensajes dirigidos a usuarios finales31.
Indudablemente esta técnica de difusión publicitaria ofrece innumerables ventajas
al empresario anunciante quien puede alcanzar a un numeroso público objetivo de
forma económica y rápida. Sin embargo, como hemos advertido, esta técnica de
difusión genera no pocas molestias a los destinatarios de los mensajes. Y es que el
receptor de este tipo de mensajes masivos se encontrará en más de una ocasión
con la circunstancia de una sobresaturación del buzón que impide recibir mensajes
nuevos o prolonga el tiempo de descarga con el consiguiente incremento de los
costes del servicio para el usuario, forzándose a optar por una tarifa plana o sobrepasar el límite de ésta. En cualquier caso padecerá la molestia de buscar los mensajes que realmente le interesen. La Comisión europea ha asimilado esa molestia
generada por el spam telefónico a la invasión en los buzones de nuestros hogares
con anuncios y publicidad no solicitada32. En este sentido hay autores que no dudan
en calificar como acoso la realización de ciertas ofertas molestas como pueden ser
comunicaciones comerciales a las que el destinatario queda expuesto contra su
consentimiento o sin tener la oportunidad de consentirlo porque quedan expuestos sin estar en condiciones de evitarlo. Así, cabe calificar de acoso la publicidad
directa en la calle, la publicidad no deseada en los buzones y la publicidad audiovisual en aviones y otros medios de transporte33.
Otro inconveniente que esta técnica está generando es el aumento de actividades
fraudulentas mediante la utilización de mensajes phishing. Es muy habitual recibir
30
31
32
33
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 214.
Comunicación de la Comisión al Parlamento Europeo y al Consejo sobre la lucha contra el spam de 15 de noviembre
de 2006 (COM 688).
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 214.
MASSAGUER FUENTES, J., El nuevo Derecho contra la competencia desleal. La Directiva 2005/29/CE sobre las Prácticas
Comerciales Desleales, 134, hace esta interpretación conforme a los casos de los apartados 25 y 26 del Anexo I de la
Directiva de 2005.
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mensajes fraudulentos, bajo la denominación de entidades bancarias y financieras
de prestigio y solvencia, ofertando premios previa cesión de contraseñas e incluso
advirtiendo de fallos en el sistema que exigen que el usuario desvele sus datos.
Los inconvenientes y los problemas generados por esta técnica de publicidad directa a través del correo electrónico, han supuesto que el legislador haya implementado diferentes sistemas de regulación según se trate de publicidad enviada por
correo postal o publicidad enviada a través del correo electrónico. Así, en el primer
caso, será considerado ilícito el envío de publicidad por correo cuando el destinatario hubiera rechazado expresamente la recepción de este tipo de publicidad (sistema opt out).
En el supuesto de publicidad enviada por correo electrónico, sin embargo, el legislador ha optado por un sistema de opt in. Esto es, sólo es posible el envío de publicidad por correo electrónico a aquéllas personas que hubiesen consentido su recepción. En consecuencia, el spam será ilícito cuando se remita a personas que no lo
han consentido34.
La regulación de las comunicaciones publicitarias o promocionales por correo electrónico u otro medio de comunicación electrónica equivalente se halla tipificada en
los artículos 21 y 22 de la Ley sobre servicios de la sociedad de información y comercio electrónico (en adelante LSSI)35.
El artículo 21 de esa Ley establece en su apartado primero que “queda prohibido el
envío de comunicaciones publicitarias o promocionales por correo electrónico u
otro medio de comunicación electrónica equivalente que previamente no hubieran
sido solicitadas o expresamente autorizadas por los destinatarios de las mismas”.
Por lo tanto, sólo cabe el envío de publicidad si existe un consentimiento expreso
del receptor y, en consecuencia, la pasividad del destinatario no respondiendo a
una solicitud de autorización no cabe interpretarla en el sentido de que aprueba
esa publicidad. El silencio no equivale al consentimiento36.
Ahora bien, cabe una excepción. Ésta se prevé en el apartado segundo del mencionado precepto, el cual establece que no será preciso el consentimiento expreso del
destinatario de la publicidad cuando ésta sea remitida por una persona física o jurídica con la que el usuario haya mantenido una relación contractual previa. En este
caso el empresario puede enviar comunicaciones comerciales referentes a productos o servicios de su propia empresa que sean similares a los que inicialmente fue-
34
35
36
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 216.
Estos preceptos fueron modificados por la Ley General de Telecomunicaciones que a su vez incorporó la Directiva
2002/58, de 12 de julio de 2002, relativa al tratamiento de los datos personales y a la protección de la intimidad en el
sector de las comunicaciones electrónicas. Fue esta norma comunitaria la que optó por el sistema opt in antes indicado.
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 217.
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ron objeto de contratación con el cliente37. Por lo tanto, en este segundo supuesto
no se requiere de un consentimiento del destinatario para enviar las comunicaciones comerciales. Esto es, el consentimiento es presunto.
Sea el consentimiento expreso o presunto, el prestador deberá ofrecer al destinatario la posibilidad de revocarlo. Sin embargo, la Ley sobre servicios de la sociedad de
información y comercio electrónico impone obligaciones diferentes al anunciante
según el consentimiento sea expreso o presunto. En este sentido si el anunciante
ha recabado el consentimiento expreso, su única obligación es poner a disposición
del destinatario procedimientos sencillos y gratuitos a los que pueda acogerse para
revocar el consentimiento (art. 22 LSSI), mientras que si el consentimiento es presunto, es decir, deriva de una relación contractual previa relativa a productos y servicios similares, el anunciante tiene la obligación de ofrecer al destinatario la posibilidad de oponerse al tratamiento de sus datos con fines promocionales o publicitarios mediante un procedimiento sencillo y gratuito, tanto en el momento de recogida de los datos como en cada una de las comunicaciones comerciales que le dirija con posterioridad (art. 21.2 in fine). El procedimiento puede ser un mensaje a través de e-mail o de un enlace.
El sistema de opt in elegido por el legislador para regular el spam se complementa
con otro principio general del Derecho de la Publicidad. Esto es, el principio de identificación o autenticidad. Según este principio todas las comunicaciones comerciales realizadas vía electrónica deberán ser claramente identificables como tales y la
persona física o jurídica en nombre de la cual se realiza también deberá ser claramente identificable (art. 20 LSSI).
Además la Ley ha previsto la forma de cumplir con esa obligación. Así, cuando las
comunicaciones comerciales tengan lugar a través de correo electrónico u otro
medio de comunicación equivalente, incluirán al comienzo del mensaje la palabra
publicidad o la abreviatura “publi” (art. 20 LSSI in fine). Habitualmente esta obligación se cumple insertando en el apartado correspondiente al asunto del mensaje la
palabra “publicidad” y no en el cuerpo. A pesar de que esta forma de cumplir con el
principio de identificación que impone la Ley ha generado alguna duda, la doctrina
considera suficiente esta indicación, dado que el precepto persigue que el destinatario identifique rápida y claramente el carácter publicitario del mensaje, objetivo
que cumple razonadamente la información que proporciona el apartado correspondiente al asunto del mensaje38.
La formulación de las campañas publicitarias configuradas para difundirlas a través del correo electrónico ha de respetar en todo momento el tratamiento de los
37
38
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 218, ante el silencio de la Ley al respecto, considera que cumplirán este presupuesto aquellos
productos que pertenezcan a un mismo género o que, aún perteneciendo a géneros diferentes, permitan satisfacer
una misma necesidad o sirvan a una misma finalidad.
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 220.
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datos de carácter personal que ayudan a configurar el perfil del destinatario de la
campaña. De ahí que la Ley de servicios de la sociedad de la información y de
comercio electrónico recuerde al respecto lo previsto en la Ley Orgánica 15/1999, de
13 de diciembre, de Protección de Datos de Carácter Personal (LOPD), y su normativa de desarrollo, en particular, la cuestión que afecta a la obtención de datos personales, la información a los interesados y la creación y mantenimiento de ficheros de
datos personales.
Si bien esta cuestión es tangencial al objeto de nuestro estudio, parece procedente hacer una breve mención a la Ley Orgánica de Protección de Datos tanto en
cuanto estructura los criterios para declarar la licitud o ilicitud de la publicidad
remitida a través del correo electrónico. En este orden de cosas hay que destacar
que el consentimiento exigido por la Ley Orgánica para el tratamiento de datos
(entre ellos la dirección electrónica), ha de ser libre, inequívoco, específico e informado (arts. 3 y 6). Esto es, siempre expreso. De ahí que tanto si se remite la publicidad por correo electrónico conforme a un consentimiento expreso o como conforme a uno presunto, el tratamiento de los datos obtenidos ha requerido previamente un consentimiento expreso siempre. En definitiva, la autorización para
enviar publicidad por correo electrónico no exime al anunciante de la obligación
de solicitar el consentimiento cualificado del tratamiento del dato personal relativo al correo electrónico39.
3.2.2.2. La publicidad a través de mensajes cortos de texto (mensajes sms y
mensajes multimedia mms)
Las comunicaciones publicitarias mediante mensajes publicitarios cortos de texto
(sms) y mensajes multimedia (mms) constituyen, junto al spam, modalidades equivalentes desde la perspectiva jurídica. Este es el sentido que se desprende del artículo 21 de la Ley de la sociedad de información y comercio electrónico el cual prohíbe el envío de comunicaciones promocionales a través del correo electrónico u otro
medio de comunicación equivalente sin que previamente no hubieran sido expresamente autorizadas por los destinatarios. De ahí que la regulación de los mensajes comerciales a través de estos medios, están sometidos al mismo régimen jurídico que los mensajes comerciales por correo electrónico40.
En consecuencia, los mensajes sms y mms tanto en cuanto no sean deseados y sean
reiterativos y persistentes, tendrán per se naturaleza de acoso para la Ley de
Competencia Desleal (art. 29).
39
40
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 226, señala que esta conclusión se desprende del art. 19 LSSI que establece que las comunicaciones comerciales deberán en todo caso atender a lo establecido por la Ley Orgánica 12/1999, de 13 de diciembre, de
Protección de Datos de Carácter Personal y su normativa de desarrollo, en especial lo relativo a la obtención de datos
personales, la información a los interesados y la creación y mantenimiento de ficheros de datos personales.
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 226-227.
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3.2.2.3. La publicidad por teléfono y fax
Hemos anticipado que en los últimos años se ha impuesto una nueva modalidad
de comunicación comercial a través del teléfono, la cual se denomina coloquialmente spam telefónico. La denominación popular de esta forma de publicidad no
es susceptible de ser calificada como publicidad telemática y tampoco responde al
concepto de las comunicaciones comerciales remitidas por correo electrónico. En
consecuencia, no les es aplicable el régimen de la Ley de la sociedad de la información y del correo electrónico examinado (art. 19 y siguientes).
El conocido spam telefónico ha sido una práctica que ha proliferado sobre todo en
determinados sectores como el de la telefonía, la banca y las aseguradoras. La
mayoría de las empresas que operan en esos sectores han recurrido a las llamadas
telefónicas comerciales para ofertar sus productos y servicios. En general, son llamadas insistentes, no solicitadas y tremendamente molestas para la mayoría de
los consumidores, muchas de ellas en horas de descanso familiar, como sucede a
primera hora de la tarde y por la noche. Otro elemento que agrava la molestia es
que habitualmente son números sin identificar debido a lo cual el receptor de la llamada no puede discriminar41.
Sin embargo, a raíz de la entrada en vigor de la nueva Ley de Competencia Desleal
(art. 29.2) el empresario o profesional que quiera utilizar esta técnica de marketing
directo, deberá de cumplir las nuevas obligaciones impuestas por esta norma, de lo
contrario resultará desleal por acoso. La primera de ellas es que utilizará sistemas
que le permitan al consumidor dejar constancia de su oposición a seguir recibiendo propuestas comerciales de dicho empresario o profesional (art. 29.2.2 LCD). La
segunda supone que para que el consumidor o usuario pueda ejercer su derecho a
manifestar su oposición a recibir propuestas comerciales no deseadas, las llamadas
se realizarán desde un número de teléfono identificable (art. 29.2.3 LCD).
En este sentido la Disposición transitoria única de la Ley 29/2009 incorpora la obligación del empresario o profesional que realice propuestas comerciales por teléfono, fax, correo electrónico u otros medios de comunicación a distancia, para que en
dos meses, desde la entrada en vigor de la Ley, ponga en funcionamiento los sistemas oportunos que le permitan al consumidor dejar constancia de su oposición a
seguir recibiendo propuestas comerciales de dicho empresario o profesional.
El medio condiciona la forma en que se ha de dejar constancia de la oposición a
seguir recibiendo publicidad directa. En consecuencia, la oposición puede recogerse mediante una grabación de voz, o bien el empresario puede solicitar la oposición
por escrito (correo, fax, e-mail) previéndose, en ocasiones, una confirmación posterior.
41
LEIÑENA MENDIZÁBAL, E. – IRACULIS ARREGUI, N., “La reforma del Derecho Español en materia de competencia desleal, protección de los consumidores y comercio minorista por la Ley 29/2009”, Aranzadi Civil, 6, octubre-2010, 87-131,
113.
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La Ley General de Telecomunicaciones (art. 38), la Ley de Ordenación del Comercio
Minorista (art. 39.2) y la regulación de la contratación a distancia de los servicios
financieros (art. 14)42 regulan asimismo la publicidad comercial telefónica, por fax o
por otro medio equivalente estipulando los criterios de licitud de las llamadas por
teléfono o fax de naturaleza publicitaria, siempre y cuando se produzcan sin intervención humana o medios mecanizados. En ambas regulaciones la licitud de estas
prácticas se hace depender del consentimiento previo del abonado o destinatario
(sistema opt in)43.
La regulación de la publicidad por teléfono o fax en las que hay intervención humana y los datos de carácter personal hayan sido obtenidos de fuentes accesibles al
público, público, no se requerirá del consentimiento previo del destinatario. Aun así,
se facilitará al usuario la posibilidad de oponerse a la recepción de las mencionadas
comunicaciones comerciales (sistema opt out)44. En ocasiones esa misma circunstancia exigirá el consentimiento previo del usuario a consecuencia de la aplicación
de la Ley Orgánica de Protección de Datos. Es decir, dado que el número de teléfono es un dato personal en relación a una persona física45, su tratamiento requiere
del consentimiento del destinatario en relación a su tratamiento.
Por lo tanto, y en relación al spam telefónico o a la publicidad no deseada remitida
por fax, a partir de este momento la Administración, a través del Instituto Nacional
de Consumo y de los órganos y entidades correspondientes de las comunidades
autónomas y las asociaciones de consumidores y usuarios pueden interponer
acciones para solicitar la cesación de estas prácticas de acoso vía judicial en el
supuesto de que las empresas o los operadores económicos no desistan de estos
comportamientos (art. 33.3.a y b LCD).
3.2.2.4. La publicidad a través de medios de comunicación a distancia
La Ley de Competencia Desleal prevé igualmente en el artículo 29.2 el supuesto de
la difusión de la publicidad no deseada a través de otros medios de comunicación
a distancia calificándola de agresiva por acoso, para el caso de que no cumpla con
las obligaciones impuestas por el propio precepto, al igual que hemos visto para los
demás supuestos de remisión de publicidad.
42
43
44
45
El artículo 14 de la Ley 22/2007, de 11 de julio, de Comercialización a Distancia de Servicios Financieros, prevé que las
comunicaciones no solicitadas por vía telefónica, por fax o por vía electrónica se regirán por lo dispuesto, respectivamente, en la Ley General de Telecomunicaciones y en la Ley de Servicios de la Sociedad de la Información y de
Comercio Electrónico, así como, en su caso, por lo previsto en sus respectivas normativas de desarrollo.
El mencionado precepto añade igualmente que sólo será posible la utilización por parte del proveedor de otras técnicas de comunicación a distancia que permitan una comunicación individual, distintas de las mencionadas en el anterior apartado, cuando exista consentimiento previo del consumidor.
En este sentido el artículo 7.3 de la Ley de Comercialización a Distancia de Servicios Financieros dispone que al inicio
de la conversación comercial mediante telefónica vocal, ha de indicarse la identidad del proveedor y el fin comercial
de la llamada. De esta manera el consumidor puede decidir desde el primer momento si desea o no continuar la conversación. Además prevé que sólo si existe una aceptación expresa previa, se dará la información relacionada con el
servicio financiero ofertado.
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 227-228.
Sentencia de la Audiencia Nacional de 16 de noviembre del 2005
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A pesar de que la nueva Ley regula un supuesto de hecho idéntico al regulado por
la Ley de la sociedad de información y del comercio electrónico y por la legislación
de la protección de datos, la Ley de Competencia Desleal formula la deslealtad partiendo de un presupuesto distinto. Es decir, mientras que la primera de las normas
(LSSI) exige en todo caso el consentimiento del destinatario de la publicidad por
medios electrónicos de comunicación a distancia (sistema opt in), la Ley de
Competencia Desleal sólo reputará desleal la publicidad enviada a quien se haya
opuesto a su recepción y la remisión de la comunicación comercial sea persistente
(sistema opt out)46.
La diversidad del objeto perseguido por ambas normas es la razón en la que descansan los distintos presupuestos de licitud. En este sentido, el precepto de la Ley
de Competencia Desleal prevé tutelar los intereses de los consumidores, ya sea
directa o indirectamente, rechazando el envío persistente de publicidad no deseada el cual puede derivar en una situación de acoso que altere su comportamiento
económico. La Ley sobre servicios de la sociedad de la información y del comercio
electrónico persigue, sin embargo, proteger la privacidad de los aquéllos.
Esta reflexión queda de manifiesto en el propio precepto de la nueva Ley (art. 29 in
fine) al señalar que la deslealtad de la publicidad difundida a través de medios de
comunicación a distancia no impide que la normativa vigente sobre la protección
de datos personales y de los servicios de la sociedad de la información, incluida la
contratación a distancia de los servicios financieros, sancionen esta conducta. Por
todo ello, cabe deducir que el juicio de deslealtad es independiente de la ilicitud de
la publicidad a través de medios de comunicación a distancia en otros sectores del
ordenamiento47.
4. Conclusiones
La conclusión final del análisis que hemos realizado sobre el acoso nos permite acometer una evaluación sobre su incorporación al Derecho interno como práctica
agresiva desleal y por lo tanto ilícita.
A nuestro juicio la tipificación era necesaria y conveniente, máxime cuando el desarrollo de las técnicas de marketing directo a través de los diversos medios telemáticos, telefónicos y de venta a distancia, estaban inundando el mercado de mensajes comerciales no deseados y de prácticas cada vez más molestas.
La nueva Ley ha asimilado los principios que regulaban el spam telemático a la
publicidad telefónica y a la publicidad difundida por medios equivalentes de la
46
47
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 229-230.
TATO PLAZA, A., en TATO PLAZA, A. – FERNÁNDEZ CARBALLO-CALERO, P. – HERRERA PETRUS, C., La reforma de la Ley de
Competencia Desleal, 230-231.
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venta a distancia en relación a los consumidores (art. 29 LCD). En consecuencia, el
destinatario o consumidor medio que no desea recibir este tipo de publicidad está
mejor protegido y puede interponer, ante los órganos legitimados, una reclamación
denunciando esta práctica que puede derivar en una acción de cesación. Las entidades infractoras, por otra parte, podrán ser objeto de sanciones de carácter administrativo previstas y que dependerán de la gravedad de la infracción en los distintos regímenes (TRLDCU, LSSI, LOPD). Desde esta perspectiva la regulación, sobre
todo del spam telefónico, es un acierto.
Asimismo estimamos adecuado el tratamiento de la Ley respecto a las visitas a
domicilio cuya naturaleza sea persistente o desoiga las peticiones del afectado
para que el empresario abandone la vivienda. Probablemente la incorporación
expresa de ese supuesto no haya sido del todo necesaria, a nuestro juicio los presupuestos generales de deslealtad del artículo 8 de la Ley serían suficientes para calificar de acoso ese tipo de prácticas, no únicamente en el domicilio particular del
afectado sino en cualquier otro lugar, así por ejemplo, en el lugar de trabajo o cualquier otro del ámbito privado en el que no sea oportuno recibir comunicaciones de
naturaleza comercial.
Para finalizar, y sólo a modo de reflexión, nos atrevemos a formular una velada crítica en relación a la complejidad y dualidad de criterio en orden a calificar una conducta de acoso, y por lo tanto, de agresiva. Es decir, a la necesaria comprobación de
si una determinada conducta se integra en un tipo específico cuyo destinatario
sean los consumidores y al posterior análisis de los presupuestos generales de deslealtad independientemente de los sujetos destinatarios en el supuesto de que la
conducta no haya encajado en el tipo. La práctica y el tiempo contribuirán a clarificar nuestra reserva.
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8. La acción administrativa frente a las prácticas
comerciales desleales en relación a los
consumidores
Joaquim Bernat i Vilaseca
Jefe del Servicio de Normativa
y Procedimiento de la Agencia
Catalana del Consumo
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8. La acción administrativa frente a las prácticas
comerciales desleales en relación a los consumidores
1. La dualidad y transversalidad del derecho del consumo
La normativa que ha ido surgiendo en la materia de protección de los derechos de
los consumidores y usuarios desde que en el año 1984 se inició la génesis del –bien
o mal llamado- “derecho del consumo” con la Ley General para la Defensa de los
Consumidores y Usuarios ha generado números estudios y trabajos intentando
desligar la naturaleza pública o privada del mismo.
Así, por una lado las “doctrinas civilistas” lo han calificado como –esencialmenteuna “·derecho inter privatos” donde hay que aplicar las reglas del derecho civil básicamente. Por otro lado, las doctrinas mercantilistas apoyadas en la condición de
comerciante de una de las partes de la relación de consumo, han manifestado la
relación intrínseca del derecho del consumo con el derecho mercantil.
Todo ello acompañado de la naturaleza obvia de derecho público que viene revestida como consecuencia de la estructura normativa que en España rige en la materia. Mientras que la mayoría de leyes de protección de los consumidores y usuarios
tiene el carácter de “derecho privado” en su parte sustantiva (regulación de contratos: efectos del contrato, vicios del consentimiento, formación de la voluntad, etc.);
las medidas de reacción que acompañan siempre son de carácter administrativo (la
sanción administrativa ante el incumplimiento de las condiciones civiles de la contratación).
En el Estado español esta tendencia viene aumentada en relación a otros países
comunitarios por nuestra larga tradición del derecho administrativo y la sanción
por parte de la Administración ante incumplimientos legales que afectan a los intereses públicos generales, a diferencia de otros países donde los incumplimientos
citados vienen castigados por la jurisdicción ordinaria.
La mayoría de Directivas comunitarias que protegen los intereses de consumidores
y usuarios dedican un artículo a este tipo de medidas. Así, por ejemplo, la Directiva
2005/29/CE en su artículo 13 indica “los Estados miembros establecerán sanciones
para los casos de incumplimiento de las disposiciones nacionales adoptadas en aplicación de la presente Directiva, y tomarán las medidas necesarias para garantizar el
cumplimiento de las mismas. Las sanciones deberán ser eficaces, proporcionadas y
disuasorias”.
En conclusión, no siempre resulta fácil delimitar las cuestiones civiles o mercantiles
en relación a este tipo de conductas, como son las prácticas comerciales desleales,
de las cuestiones puramente administrativas que afectan al interés público.
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Tampoco la transposición el Estado español de la Directiva 2005/29/CE ha ayudado
en este sentido, ya que ha ampliado -si cabe más aún- la nebulosa en la se envuelven el derecho del consumo en estos aspectos.
• Por ello, prefiero sostener la teoría del antiguo derecho romano cuando en
Instituciones, I, I, 4; Digesto, I, I, I, 2 (...) se dice:
-
Huius studii duae sunt positiones publicum et privatum. Publicum ius est,
quod ad statum rei Romanae spectat; privatum,quod ad singulorum utilitatem; sunt enim quaedam publice utilia, quaedam privatim. Publicum ius in
sacris, in sacerdotibus, in magistratibus consistit. Privatum ius tripertitum est;
collectum etenim est ex naturalibus praeceptis, aut gentium, aut civilibus (...)
-
El Derecho Público como imperativo y el Derecho privado como potestativo
Es decir, no es que existan dos derechos –público y privado- sino que “dos son las
posiciones” o puntos de vista. O como dice el viejo acervo popular “nada es verdad
o es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”. Por ello, los técnicos que, día a día, debemos aplicar prácticamente estas normas tenemos que tener
presente continuamente estos antiguos aforismos.
2. Breve análisis de la naturaleza prácticas comerciales desleales:
Solamente señalar un par de aspectos de las llamadas prácticas comerciales desleales de las empresas en sus relaciones con los consumidores, que nos van a condicionar toda la exposición del presente trabajo, y que hay que tener muy presente a
la hora de realizar cualquier análisis de la vertiente administrativa de las prácticas
desleales.
a) Ámbito de aplicación:
La Directiva 2005/29/CE en primer lugar indicar indica el ámbito material de aplicación en el artículo 2 d) al definir como práctica comercial todo acto, omisión, conducta o manifestación, o comunicación comercial, incluidas la publicidad y la comercialización, procedente de un comerciante y directamente relacionado con la promoción, la venta o el suministro de un producto a los consumidores.
Como producto entiende la Directiva en el apartado c) del mismo artículo, cualquier
bien o servicio, incluidos los bienes inmuebles, así como los derechos y obligaciones.
Así pues, el ámbito material de aplicación es enormemente amplio, abarcando casi
cualquier acto que pueda existir en la relación de consumo, y es difícil imaginar una
actuación de una empresa en el mercado dirigida a los consumidores que quede
fuera del mismo. Ello nos provocará un importante dilema práctico a la hora de
determinar que tipo infractor puede llegar a darse, ya que es fácil que la misma
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conducta esté tipificada ya por otro lado (más adelante se profundizará en la cuestión).
En cuanto al ámbito temporal de aplicación en relación al contrato, el artículo 3.1 de
la Directiva nos dice claramente que será antes, durante y después de una transacción comercial en relación con un producto.
Este precepto comporta una “universalidad” de la práctica comercial poco conocida
en el derecho español antes de la norma. Las prácticas comerciales desleales afectan a la fase precontractual –en todos sus aspectos informativos o publicitarios- , la
fase contractual y también a la fase posterior al contrato (régimen de garantías,
desistimiento, etc.)
Finalmente el ámbito subjetivo de la Directiva queda reflejado en el artículo 2 apartados a) y b) cuando define al consumidor y al comerciante (en la misma línea que
el resto de Directivas de protección de consumidores y usuarios), por lo que se limita al ámbito de aplicación de las relaciones de consumo, siendo éstas las establecidas entre un “empresario” –ya sea persona física o jurídica, principal o intermediario- y un consumidor o usuario.
b) Condición “sine qua non” de la práctica comercial desleal:
El artículo 2 e) define la distorsión sustancial del comportamiento económico del
consumidor como la que merma de manera apreciable la capacidad del consumidor de adoptar una decisión con pleno conocimiento de causa haciendo así que
este tome una decisión sobre una transacción que de otro modo no hubiera
tomado.
Esta noción acompaña durante todo el texto legal a la concreción para determinar
si una práctica comercial determinada puede considerarse como desleal o no. Únicamente se salvan de ello las invitaciones comprar en cuanto a la omisión de información sustancial, ya que considera la Directiva que cualquier omisión de las relacionadas en el artículo 7.4 debe considerarse que puede modificar el comportamiento económico del consumidor.
Asimismo, el anexo I fija una lista “negra” de prácticas comerciales que se consideran desleales en cualquier circunstancia, de las que puede entenderse que estarían
excluidas de la obligación de probar que pueden modificar el comportamiento económico del consumidor; lo que será de gran ayuda para determinar si estamos ante
un ilícito administrativo o no por realizar una práctica comercial desleal en relación
a los consumidores.
Ley 29/2009, DE 30 de diciembre:
La primera cuestión es un somero análisis crítico de la norma basado en dos cuestiones principales: la primera lo “apresurado” de la transposición –aunque pasado
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con creces el plazo de transposición fijado en la propia Directiva-, denotado por la
fecha de publicación (última día del año), y por la poca transparencia y discusión
en los foros afectados (especialmente en caso de las Comunidades Autónomas,
que serán las que, en definitiva, deberán realizar la aplicación práctica de la ley en
materia sancionadora); y en segundo lugar por la discutida incorporación al derecho interno como materia casi exclusivamente mercantil, con modificaciones parciales a las leyes existentes, así como su extensión al ámbito de la competencia
desleal en España, hasta la fecha, aplicable a las relaciones entre empresas, salvo
las cuestiones relacionadas con la publicidad ilícita o comparativa que venían contempladas en la ley 34/1988, General de Publicidad cuando afectaba a consumidores o usuarios.
La ley 29/2009 incorpora al derecho interno la Directiva 2005/29/CE, partiendo del
doble enfoque o la dualidad de la protección de los consumidores y de la disciplina
del mercado (reguladora de la transparencia y equilibrio de las relaciones entre
comerciantes), por ello puede ser compleja su aplicación práctica a la hora de desgranar y determinar que conductas afectan a los consumidores y cuales no las afectan, a fin de poder determinar si estamos ante una conducta antijurídica de carácter administrativo o bien únicamente ante un ilícito civil.
A modo de ejemplo, la ley –de manera incomprensible- en su artículo 19.1 establece que tienen la consideración de prácticas comerciales desleales con los consumidores y usuarios, las previstas en el Capítulo III i los artículos 4, 5, 7 y 8 de la propia
ley 29/2009.
Por este motivo, cabe plantearse la cuestión de que ocurre con el artículo 6 sobre
las omisiones engañosas; y en este caso deberemos remitirnos al artículo 20 del
RDL 1/2007 (que la misma ley modifica) a fin de rellenar el vacío dejado en este
ámbito. Esta técnica legislativa no parece ser de muy buen recibo, en aras a la unidad de la norma en materia de consumo.
Más difícil solución tendrá la aplicación de los artículos 9 (actos de denigración), 10
(actos de comparación), 11 (actos de imitación), 12 (explotación de la reputación
ajena), 14 (inducción a la infracción contractual) y 16 (discriminación y dependencia
económica) de la ley 3/1991, de competencia desleal; ya que quedan fuera por el
citado artículo 19 del ámbito de aplicación en las relaciones de consumo, cuando en
la práctica puede afectar –y de hecho afectan en numerosas ocasiones- de manera
directa o indirecta a los consumidores y usuarios.
A mayor redundancia el propio artículo 16 de la ley 3/1991 se refiere al “tratamiento discriminatorio del consumidor en materia de precios y demás condiciones de
venta” y el artículo 6 bis de la ley 34/1988, incorporado por la ley 39/2002 establecía, en caso de la publicidad comparativa:
4. El incumplimiento de los requisitos previstos en el apartado 2 del presente artículo
y, en general, cualquier publicidad desleal que induzca a error a los consumidores, ten-
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drá la consideración de infracción a los efectos previstos en la Ley 26/1984, de 19 de
julio, General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios.
Con la modificación de la ley 34/1988 realizada por la ley 29/2009, se ha suprimido
cualquier referencia a la publicidad comparativa en la ley general de publicidad, por
lo que parece que se excluye del derecho del consumo a este tipo de actos cuando
afectan al consumidor o usuario.
A pesar de ello, deberemos concluir que no podemos interpretar la ley 29/2009
como un retroceso en la protección del consumidor o usuario al dejar al margen la
protección del interés público mediante la sanción administrativa a las conductas
desleales que afecten al consumidor relacionadas con los citados artículos 9, 10, 11,
12, 14 y 16 de la ley de competencia desleal. La única interpretación razonable que
cabrá dar –ante la desafortunada redacción de la norma- es que el precepto contenido en el artículo 19.1 se refiere a conductas que “exclusivamente” pueden darse en
una relación de consumo, mientras que las de los restantes artículos son actos desleales que pueden afectar a relaciones entre empresarios o relaciones de consumo.
En cuanto afecten a una relación de consumo debe poderles ser de aplicación el régimen establecido en el RDL 1/2007 y las leyes autonómicas correspondientes a los
efectos de considerarlas ilícitos administrativo en materia de defensa de los consumidores y usuarios, y por tanto, merecedoras de la oportuna sanción administrativa.
3. Las medidas administrativas de reacción ante las prácticas
comerciales desleales en relación al interés público
El artículo 13 de la Directiva 20905/29/CE –como se ha indicado anteriormenteestablece la obligación de adoptar medidas sancionadoras por parte de los Estados
miembros ante las prácticas comerciales desleales con consumidores.
Las medidas puramente administrativas que el ordenamiento jurídico español
prevé en estos casos, es la sanción económica –acompañada o no con medidas
complementarias como la publicidad de la sanción, el cese temporal de la actividad, el retorno de las cantidades percibidas indebidamente, la rectificación pública
o la indemnización por daños y perjuicios probados-.
Dichas sanciones son compatibles con los procedimientos civiles que a título individual pueden derivarse de las prácticas comerciales desleales (la sanción administrativa está basada en el interés público), así como con procedimientos arbitrales o con
las acciones previstas en el Capítulo IV de la ley 3/1991, de competencia desleal.
Como en toda infracción administrativa, el procedimiento sancionador –basado en
el principio de contradicción- debe probar que determinada conducta fáctica o
acto, debe:
a) Ser constitutiva de una práctica comercial desleal en una relación de consumo.
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Así pues se deberá analizar la relación existente, en la cual una de las partes debe
ser empresario y la otra- como parte afectada- consumidor o usuario. Las definiciones de ambos vienen establecidas en la propia Directiva 2005/29/CE, en el RDL
1/1007 y en algunos casos, en la normativa de cada Comunidad Autónoma (para
aquellos actos realizados en su territorio). Quedan pues, excluidas las relaciones
entre particulares que tienen la condición de consumidor, así como aquellas en que
ambas partes tengan la condición de empresario o comerciante.
Además, debe darse el requisito que el acto o conducta sea subsumible en una de
las conductas previstas en la ley 3/1991 o bien en los artículos 19 y 20 del RDL
1/2007.
b) Relación de causalidad:
El consumidor debe estar afectado –de manera directa o indirecta- por la práctica
comercial, de manera que se ha vista efectivamente “manipulado” en su transacción comercial o ha sido “susceptible” de manipulación, mediante engaño, acoso,
coacción, etc.
Salvo las prácticas relativas a la omisión de información relevante en las invitaciones a comprar o las referidas en la “lista negra”, este será el aspecto de más difícil
determinación. Deberán utilizarse los medios probatorios adecuados, especialmente las actuaciones inspectoras necesarias, para poder probar que la conducta del
empresario es antijurídica ya que puede provocar o ha provocado un comportamiento económico en el consumidor que de otro modo no hubiera tenido.
c) La tipificación:
La conducta probada debe ser constitutiva de un ilícito administrativo, y por ello
debe poder subsumirse en uno de los tipos infractores, bien del RDL 1/2007 o de las
leyes autonómicas que correspondan, en virtud de las competencias asumidas por
las Comunidades Autónomas.
Si bien en el RDL 1/2007 se introduce mediante la ley 29/2009 el tipo infractor del
artículo 49.1 apartado l) (uso de prácticas comerciales desleales con los consumidores o usuarios), las leyes autonómicas que no han realizado dicha introducción se
verán obligadas a remitirse al la ley estatal para poder sancionar dichas prácticas,
aplicándose por tanto, el régimen sancionador –en cuanto a cuantía, prescripción,
etc.- de dicha ley.
4. Análisis de las infracciones y sanciones en materia de consumo
ante prácticas comerciales desleales
Una vez sentados los principios del procedimiento sancionador en materia de prácticas desleales, deberemos analizar, de forma práctica, su aplicación en el Estado
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español, y de manera especial en Catalunya, por la reciente aprobación del Código
de Consumo (ley 22/2010, de 20 de julio).
El real Decreto Legislativo 1/2007 establece como infracción –como se ha indicado
anteriormente- en el artículo 49.1 apartado l) el uso de prácticas comerciales desleales con los consumidores y usuarios.
Con ello, queda claro el carácter ilícito administrativo en materia de consumo que
tienen las prácticas comerciales desleales en una relación de consumo, avalado si
cabe más aún, por la indicación hecha por el artículo 19 del texto legal de que “las
prácticas comerciales de los empresarios con los consumidores y usuarios están
sujetos a lo dispuesto en esta ley, la ley de competencia desleal y la ley de ordenación del comercio minorista.
Surgen, sin embargo, dos cuestiones que en la práctica pueden generar dudas:
a) Carácter básico del artículo 49 del RDL 1/2007
La duda puede plantearse sobre el carácter básico que del artículo 49 que establece el tipo infractor realiza la Disposición final primera apartado II. Cabría de ello
interpretar que las Comunidades Autónomas no pueden establecer sus propios
tipos infractores, cuantificación de sanciones o graduación de las mismas.
No puede, en modo alguno acogerse esta interpretación ya que ello vaciaría de
competencias los títulos competencias que ostentan las Comunidades Autónomas
en virtud de la Constitución y sus Estatutos de Autonomía (recogiendo la variada y
numerosa doctrina el Tribunal Constitucional al respecto, especialmente la STC
15/1989).
Dicho carácter básico fue ampliamente criticado por las Comunidades Autónomas
en la fase de elaboración y tramitación del texto refundido, y aunque finalmente no
se recogieron en el texto las observaciones de dicha Comunidades; la única interpretación constitucional posible al mismo es que debe funcionar de una manera
“supletoria”, como es el caso de las prácticas comerciales desleales. Ante un vacío
legal en la Comunidad Autónoma sobre el tipo infractor, su calificación o graduación, deberá aplicarse la ley estatal. Cuando el tipo infractor venga recogido y cualificado en una ley autonómica, ésta debe ser de aplicación preferente el territorio
que se tercie.
b) Colisión con otros tipos infractores
Dada la amplitud –como se ha expuesto con anterioridad- del concepto de práctica comercial y su incorporación a la fase previa, la posterior y durante la transacción
comercial, es fácil y frecuente que una conducta ilícita pueda ser objeto de infracción administrativa en más de un tipo infractor de los contemplados en la misma
norma.
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Por ejemplo, la omisión del precio completo en un producto o servicio, cuando nos
encontramos con una invitación a comprar (precios sin IVA, etc.), puede ser constitutivo de infracción según el citado apartado l) ya que se trata de una práctica
comercial desleal por omisión de información relevante; pero también puede ser
constitutiva de infracción del apartado e), por incumplimiento de las normas en
materia de precios.
Igualmente en numerosas ocasiones las normas sobre etiquetado, presentación y
publicidad (denominación del producto, origen o procedencia, etc.) constituirán el
tipo infractor del apartado f), y también pueden serlo del apartado l) relativo a las
prácticas comerciales desleales con consumidores y usuarios.
El RDL 1/2007 no establece una regla para estos casos de colisión o concurrencia de
tipos infractores. La solución más adecuada parece indicar que sería la acogida por
el artículo 8 del Código Penal (debido a la aplicación analógica de sus reglas a los
procedimientos sancionadores), que indica:
Los hechos susceptibles de ser calificados con arreglo a dos o más preceptos de este
Código, se castigarán observando las siguientes reglas:
1. El precepto especial se aplicará con preferencia al general.
2. El precepto subsidiario se aplicará sólo en defecto del principal, ya se declare expresamente dicha subsidiariedad, ya sea ésta tácitamente deducible.
3. El precepto penal más amplio o complejo absorberá a los que castiguen las
infracciones consumidas en aquél.
4. En defecto de los criterios anteriores, el precepto penal más grave excluirá
los que castiguen el hecho con pena menor.
En este sentido, si la conducta o hecho antijurídico puede subsumirse en un tipo
específico diferente a las prácticas desleales, deberá aplicarse aquel. Por ejemplo, si
en una acta de inspección se constata una falta de información del precio, sin más;
deberá aplicarse el tipo del apartado e). Sin embargo, si de las denuncias u otros
factores relevantes podemos concluir que ha influido en la decisión del consumidor
de realizar la transacción comercial, de manera negativa; deberíamos incorporarlo
al apartado l) como práctica comercial desleal.
- La ley 22/2010 del Código de Consumo de Catalunya:
Al ser la ley española más reciente en materia de defensa de los consumidores y
usuarios, el Código de Consumo ya recoge y prevé de manera expresa las medidas
sancionadoras que el artículo 13 de la Directiva establece ante las prácticas comerciales desleales en relación a consumidores y usuarios.
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Algunos de los tipos infractores que contempla son de carácter específico, en relación a una práctica desleal determinada como:
Artículo 331-2:
d) Otorgar cualquiera distintivo que por su apariencia o configuración pueda inducir a error a las personas consumidoras, emplearlo o hacer publicidad de él indebida o fraudulentamente.
e) Ofrecer bienes o servicios, por medio de publicidad o de información de cualquier clase y por cualquier medio, atribuyéndoles cualidades, características,
comprobaciones, certificaciones o resultados que difieran de los que realmente
tienen o pueden obtener, y hacer publicidad de cualquier modo que induzca o
pueda inducir a error, engaño o confusión a las personas a quien se dirige o que
silencie datos fundamentales que impidan conocer las verdaderas características o naturaleza del bien o servicio.
f) Anunciar bienes o servicios por cualquier medio publicitario de modo que el
contenido de la publicidad se confunda con el que es propio de la misión informativa, por la forma de expresar o difundir esta publicidad.
h) Incumplir las obligaciones que se derivan de la falta de conformidad o de la
garantía legalmente establecida u ofrecida a la persona consumidora o imponer injustificadamente condiciones, dificultades o retrasos con relación a las
obligaciones que se derivan, incluso con relación a los bienes que se ofrecen
como premio o regalo.
Artículo 331-3:
a) Incumplir las disposiciones que regulan la información y publicidad de los precios de los bienes y servicios.
Artículo 331-4:
f) Incumplir las disposiciones sobre las condiciones de las relaciones de consumo,
en todas las modalidades, y sobre las condiciones de las invitaciones a comprar.
Asimismo, el Código de Consumo establece tipos infractores generales en relación
a supuesto concreto de prácticas comerciales desleales:
Artículo 331-3 apartado d)
Realizar prácticas comerciales desleales por acción u omisión que provoquen o
puedan provocar a la persona consumidora un comportamiento económico que
de otra forma no habría tenido.
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Artículo 331-5 apartado b)
Realizar prácticas dirigidas a excluir o reducir la libertad de la persona consumidora para contratar cualquier prestación.
En estos casos, a diferencia del RDL 1/2007 el Código de Consumo establece de
entrada una gravedad diferente ante el incumplimiento de unos preceptos frente
a otros, y el artículo 332-3 establece como graves, de entrada, las infracciones contempladas en el articulo 331-2, así como los apartados d) y b) de los artículos 331-3
y 331-5 respectivamente.
Como vemos, el Código de Consumo ha querida que la sanción ante los hechos que
constituyan prácticas comerciales desleales con los consumidores sea inicialmente
grave, ante la importancia que para los intereses económicos del consumidor
pueda derivarse, y la finalidad ejemplificadora que deben tener dichas sanciones
ante la contratación en masa en que está basado el mercado actual.
A diferencia también del RDL 1/2007, el Código de Consumo establece una regla
ante la concurrencia de tipos en el artículo 312-12 que establece que si un mismo
supuesto o infracción está tipificado en diversos preceptos de la ley, debe aplicarse
el que lo tipificadora de manera más grave. Esta plasmación del principio “pro consumidor” seguramente será criticado por la doctrina, pero no debe confundirse con
la interpretación de hechos (donde indefectiblemente debe ser de aplicación el
principio in dubio pro reo), ya que no es más que una definición específica en materia de sanciones de consumo de la regla prevista en el apartado 4 del artículo 8 del
Código Penal. Sin que por ello, se deba excluir la aplicación del resto de principios o
reglas contenidos en dicho artículo 8.
Para ello, en la prácticas nos sirven los mismos ejemplos que los indicados para el
RDL 1/2007; y teniendo en cuenta demás la posibilidad de aplicar los factores
correctores del artículo 332-2 apartado 2 del Código de Consumo que prevé la calificación como leve de aquellas infracciones que inicialmente serian graves, en función de su escasa entidad o trascendencia y puedan provocar una desproporción
manifiesta entre la sanción a imponer y los efectos de la infracción cometida.
Teniendo en cuenta que la infracciones leves del Código de Consumo pueden sancionarse hasta un límite de 10.000 € i las graves hasta 100.000 €, en función de las
circunstancias concurrentes en las mismas, definidas en el artículo 333-2; puede y
debe ser un importante instrumento administrativo de reacción ante la realización
de prácticas comerciales desleales con los consumidores y usuarios por parte de las
empresas.
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5. Conclusiones
A modo de breve conclusión –como se ha visto- no es tarea fácil desgranar el tema
de las prácticas comerciales desleales, y más desde la trasposición al ordenamiento español (por raro que parezca, en este caso, la Directiva ofrecía más luz), y posteriormente adaptarlo a la práctica del derecho administrativo sancionador.
Es una manifestación más de la complejidad del derecho del consumo actual,
donde los técnicos de las Administraciones Públicas que deben aplicarlo, especialmente los inspectores y los instructores de expedientes sancionadores, deben
aunar sus conocimientos evidentes de derecho administrativo, de la misma manera que ocurre en el derecho tributario o urbanístico, con conocimiento profundos de
derecho civil y mercantil, en especial las reglas de la contratación, y como no, con el
Derecho internacional público y privado, que establece las reglas de aplicación de
las leyes, dada la complejidad de las relaciones de consumo, los contratos en masa
y la globalización económica, de la que las relaciones de consumo son uno de sus
máximos exponentes.
En definitiva, y siguiendo la línea marcada por el artículo 13 de la Directiva
2005/29/CE, las sanciones administrativas ante las prácticas comerciales desleales,
debe ser junto a las acciones de cesación, el mecanismo de reacción indispensable
para proteger a los consumidores y usuarios frente a tales prácticas, de manera que
al infractor no le resulte más beneficioso la comisión de la infracción que la sanción
que le pueda repercutir.
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8. Más sobre las actuaciones administrativas en
relación con la competencia desleal en
perjuicio de los consumidores
Francisco García Gómez de Mercado
Abogado del Estado excedente.
Doctor en Derecho. Abogado.
Socio-Director de GÓMEZ DE MERCADO (abogados)
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8. Más sobre las actuaciones administrativas en relación
con la competencia desleal en perjuicio de los consumidores
1. Introducción: Principio de incompetencia de la administración
en relación con las prácticas comerciales y excepciones
Aunque he sido invitado a tratar de la acción administrativa frente a las prácticas
comerciales desleales, hay que comenzar por decir que, en principio, la
Administración no es competente para controlar o sancionar la lealtad en las prácticas comerciales, entre los propios comerciantes.
Así, con carácter general, frente a los actos de competencia desleal, esto es, actos
contrarios a la buena fe y, en particular, actos de engaño, confusión, omisiones
engañosas, prácticas agresivas, actos de denigración, de comparación, de imitación,
explotación de la reputación ajena, violación de secretos, inducción a la infracción
contractual, violación de normas, discriminación y dependencia económica, venta a
pérdida o publicidad ilícita, lo que la Ley 3/1991, de 10 de enero, de Competencia
Desleal prevé es el ejercicio de acciones civiles, esto es, que los particulares perjudicados se dirijan frente al responsable ante el Juzgado de Primera Instancia que
corresponda, dando lugar a un procedimiento judicial (Cfr. arts. 32 y ss. redactados
por Ley 29/2009).
De este modo, por ejemplo, la Sentencia de la Audiencia Nacional (Sala de lo
Contencioso-Administrativo) de 13 de mayo de 1999 (RJCA 1999\2920) declara la
falta de competencia del orden contencioso-administrativo por suponer la pretensión de aplicación de la Ley de Competencia Desleal una cuestión civil. Y la
Sentencia del Tribunal Supremo de 14 de febrero de 2007 (RJ 2007\1523) señala que
“Cualquier controversia que verse sobre la materia de competencia desleal debe ventilarse ante el orden jurisdiccional civil, a salvo claro está de las impugnaciones frente a Resoluciones del Tribunal de Defensa de la Competencia [actualmente la
Comisión Nacional de la Competencia], recurribles ante la Sala de lo ContenciosoAdministrativo de la Audiencia Nacional, tanto si fueren sancionadoras como frente
a Acuerdos que confirmen el archivo de actuaciones que tuvieron su origen en denuncias que imputaran que una conducta puede ser constitutiva de abuso de posición de
dominio o incurrir en actos de competencia desleal”.
Ahora bien, ello no significa que la Administración debe de abstenerse de intervenir ante comportamientos de competencia desleal, especialmente en materia de
protección de consumidores y usuarios.
En primer lugar, pueden promover el procedimiento civil no sólo los particulares
sino también las asociaciones de consumidores e incluso las Administraciones
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competentes (el Instituto Nacional del Consumo y los órganos o entidades
correspondientes de las comunidades autónomas y de las corporaciones locales
competentes en materia de defensa de los consumidores y usuarios), cuando se
trate de la defensa de intereses generales (art. 33.3 a) Ley 3/1991, redactado por
Ley 29/2009). Por lo expuesto, un primer supuesto de actuación de la
Administración frente a las prácticas desleales viene constituido por su actuación como parte actora en un proceso civil, si bien este actividad no es propiamente una acción administrativa (una acción de la Administración, como tal,
revestida de los especiales poderes que se le reconocen) sino una mera intervención en el proceso civil. Además, este supuesto es escasamente empleado, acaso
por la proactividad de las asociaciones de consumidores. Y acaso lo lógico que es
tal ejercicio de una acción pública correspondiese al Ministerio Fiscal y no a la
Administración propiamente dicha.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que las prácticas desleales no agotan su tratamiento la protección entre comerciantes al amparo de la Ley de Competencia
Desleal.
Efectivamente, aunque en principio la Ley de Competencia Desleal se plantea como
un instrumento de protección de los comerciantes o empresarios frente a prácticas
contrarias a la buena fe por otros comerciantes o empresarios, estas prácticas también pueden lesionar los derechos de los consumidores.
Así, los arts. 19 y ss. de la Ley de Competencia Desleal, redactados por la Ley
29/2009, se refieren a la protección de los consumidores frente a los actos de
competencia desleal. En concordancia con ello, el art. 49.1 l) del Texto Refundido
de la Ley para la Defensa de los Consumidores y Usuarios y otras Leyes
Complementarias, aprobado por Real Decreto Legislativo 1/2007 (redactada
dicha letra por la citada Ley 29/2009), tipifica como infracción administrativa “El
uso de prácticas comerciales desleales con los consumidores o usuarios”, por lo que
resulta de aplicación la potestad sancionadora de la Administración en los términos previstos por dicho Texto Refundido y la legislación de general aplicación.
Además, las prácticas comerciales desleales pueden justificar el ejercicio de potestades de la Administración al amparo de otras leyes.
Una de ellas, sin duda de singular interés, es la aplicación de Ley 15/2007, de 3 de
julio, de Defensa de la Competencia, que no sanciona las prácticas comerciales desleales en sí, pero sí lo hace en cuanto con ellas se produzcan conductas colusorias,
esto es aquellas que produzcan o puedan producir el efecto de impedir, restringir o
falsear la competencia en todo o parte del mercado nacional, que son las prácticas
prohibidas por dicha Ley.
Finalmente, la Administración puede intervenir para impedir o sancionar prácticas
desleales en supuestos tales como la contratación administrativa, el régimen de
farmacias o los colegios profesionales.
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2. Potestad sancionadora de la administración respecto de las
prácticas desleales que perjudiquen a los consumidores
Como he avanzado, el Texto Refundido de Ley para la Defensa de los Consumidores
y Usuarios (TRLCU) tipifica como infracción administrativa “El uso de prácticas
comerciales desleales con los consumidores o usuarios” (art. 49.1 l) TRLCU, redactado
por Ley 29/2009). Y la propia Ley de Competencia Desleal, modificada por la citada
Ley 29/2009, deslinda los supuestos de prácticas desleales en perjuicio de los consumidores, que son las contenidas en los arts. 19 y ss., incluyendo la infracción del
artículo 20 de la Ley de Consumidores y Usuarios sobre la información necesaria en
la oferta comercial de bienes y servicios, y algunas, pero no todas, de las prácticas
consideradas en general desleales (por lo que quedan excluidos los actos de confusión, denigración, comparación, imitación explotación de la reputación ajena, violación de secretos, inducción a la infracción contractual, violación de normas, discriminación y dependencia económica, venta a pérdida o publicidad ilícita, siempre y
cuando no incurran en alguno de los supuestos que sí son aplicables a la defensa
de los consumidores).
A tal efecto, habrá que estar a lo que disponen los arts. 46 y ss. del Texto Refundido,
así como la normativa general en materia de sanciones administrativas, que se
encuentra en los arts. 127 y ss. de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, de régimen
jurídico de las Administraciones Públicas y del procedimiento administrativo
común (LAP), así como el Reglamento estatal regulador del Procedimiento de la
Potestad Sancionadora, de 4 de agosto de 1993 (RPPS) , o bien el reglamento autonómico que corresponda.
La distribución de competencias entre las distintas Administraciones depende, por
un lado, de la distribución de competencias en materia de consumo entre Estado,
CCAA y entes locales (de forma concurrente, pues, p.ej. la Comunidad de Madrid
tiene atribuida la ejecución de la legislación en la materia en el art. 27.10 de su
Estatuto, pero el art. 25.2 g) de la Ley de Bases de Régimen Local atribuye a los
Ayuntamientos igualmente la defensa de consumidores y usuarios, sin descartar
las competencias en materia de consumo de la Administración General del Estado),
y, por otro, del territorio, ya que se parte de la sanción de las infracciones cometidas
en el territorio español, y, en su caso, en el de cada CCAA o ente local. El lugar de la
infracción podrá ser donde se cometa o donde se manifiesten sus resultados lesivos (art. 47 TRLCU).
En cualquier caso, esta potestad sancionadora no excluye posibles responsabilidades civiles, penales o de otro orden que puedan concurrir (art. 46.1 TRLCU). Ahora
bien, lo que no procede es el llamado “bis in idem”, de forma que “en ningún caso se
producirá una doble sanción por los mismos hechos y en función de los mismos intereses públicos protegidos, si bien deberán exigirse las demás responsabilidades que se
deduzcan de otros hechos o infracciones concurrentes” (art. 46.3 TRLCU). Es capital,
como señala la Ley, que el interés o bien jurídico protegido sea el mismo o distinto,
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para excluir o permitir una doble sanción, debiendo precisarse que la interdicción de
duplicidad de sanciones se limita al caso de que se cumpla una triple identidad: de
sujetos, de hechos, sin que sea suficiente la conexión de unos hechos con otros, y de
fundamento (STC 2/1981, de 30 de enero; y STS 10-2-2000, RJ 2000\7046, entre otras).
En relación con esta prohibición y al igual que otras leyes, el TRLCU ordena que “La
instrucción de causa penal ante los Tribunales de Justicia suspenderá la tramitación
del expediente administrativo sancionador que hubiera sido incoado por los mismos
hechos, y en su caso la eficacia de los actos administrativos de imposición de sanción.
Las medidas administrativas que hubieran sido adoptadas para salvaguardar la
salud y seguridad de las personas se mantendrán en tanto la autoridad judicial se
pronuncie sobre las mismas” (art. 46.2). De hecho, la mayoría de normativas contemplan la suspensión del procedimiento administrativo en tanto no se resuelva el
judicial penal, si bien parece que lo que debe excluirse es la resolución y no el procedimiento en sí (art. 133 LAP y STS 28-11-2000, RJ 2000\10079).
Como he indicado, la sanción en la materia no excluye otras responsabilidades, e
incluso la de indemnizar daños y perjuicios puede ser exigida en el propio procedimiento administrativo sancionador, si bien, de no hacerse así, queda expedita la vía
judicial civil para que el perjudicado reclame la reparación del daño (arts. 48 TRLCU
y 130.2 LAP).
Las infracciones en esta materia, como en otras, deben respetar el principio de proporcionalidad, y por ello graduarse en función de la gravedad del hecho. Es criticable, sin embargo, por insuficiente, a nuestro juicio, la vaga fórmula del TRLCU, según
el cual “Las infracciones podrán calificarse por las Administraciones públicas competentes como leves, graves y muy graves, atendiendo a los criterios de riesgo para la
salud, posición en el mercado del infractor, cuantía del beneficio obtenido, grado de
intencionalidad, gravedad de la alteración social producida, generalización de la
infracción y reincidencia” (art. 50).
A su vez, existe una graduación de sanciones, desde los 3.005,06 euros (500.000
pesetas de antes) de las leves al tope de 601.012,10 euros (100 millones de pesetas)
para las muy graves, pudiendo rebasar dicha cantidad hasta alcanzar el quíntuplo
del valor de los bienes o servicios objeto de infracción (art. 51.1 TRLCU).
Además, en las infracciones muy graves, la Administración pública competente
podrá acordar el cierre temporal del establecimiento, instalación o servicio por un
plazo máximo de cinco años. En tal caso, será de aplicación la legislación laboral en
relación con las obligaciones de la empresa frente a los trabajadores (art. 51.2
TRLCU), pudiendo entenderse que ello conlleva el correspondiente expediente de
regulación de empleo.
Distinto del cierre como sanción es el cierre cautelar (“La clausura o cierre de establecimientos, instalaciones o servicios que no cuenten con las autorizaciones o registros sanitarios preceptivos, o la suspensión de su funcionamiento”), que puede man-
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tenerse “hasta tanto se rectifiquen los defectos o se cumplan los requisitos exigidos
por razones de sanidad, higiene o seguridad y la retirada del mercado precautoria o
definitiva de bienes o servicios por razones de salud y seguridad” (art. 51.3 TRLCU).
Finalmente, se contemplan como sanciones accesorias el decomiso, los gastos del
propio decomiso y, en ciertas circunstancias de gravedad, la publicidad de las infracciones, infractores y sanciones impuestas una vez las sanciones sean definitivas en
vía administrativa (art. 52 TRLCU).
Ahora bien, la regulación de la LCU no agota todas las cuestiones que plantea la
potestad sancionadora, en este caso y en general, para lo cual habrá que acudir a la
normativa general antes citada así como a la Jurisprudencia.
Pueden, así, plantearse, problemas relativos a:
a) La posible tipificación de sanciones en otras leyes, pero no simplemente en
ordenanzas locales sin la necesaria cobertura legal.
b) El principio de irretroactividad de las normas sancionadoras desfavorables.
c) El posible empleo de conceptos jurídicos indeterminados y normas en blanco, y
la prohibición de la analogía; así como el concepto de infracción continuada.
d) El principio de culpabilidad, la presunción de inocencia y, sin embargo, la presunción de validez de actas de inspección y denuncias de la propia Administración.
e) Los sujetos responsables y la discutida legitimación del denunciante.
f) La separación entre instrucción y resolución; y los derechos defensa del supuesto responsable.
g) La posible caducidad del expediente, y la prescripción de infracciones y sanciones; así como otras causas de extinción de la responsabilidad.
h) La vinculación de resoluciones judiciales, en particular penales.
i) Y los propios problemas relativos a la ejecución de las sanciones.
3. Otras intervenciones de la administración frente a prácticas
desleales
3.1 Prácticas desleales y defensa de la competencia
La realización de prácticas desleales puede ser sancionada por los órganos de
Defensa de la Competencia (antes el Tribunal de Defensa de la Competencia y
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hoy la Comisión Nacional de la Competencia) cuando impliquen prácticas anticompetitivas.
No faltan ocasiones en que tales conceptos son confundidos, incluso por los tribunales, hablando, por ejemplo, de competencia desleal cuando se quiere hacer referencia, exclusivamente, a las prácticas anticompetitivas, no necesariamente desleales (Cfr. p.ej. STSJ Cataluña 16-3-2001, JUR 2001\208306).
La anterior Ley 16/1989, de 17 de julio, de Defensa de la Competencia, contemplaba,
expresamente, en su artículo 7, el “falseamiento de la libre competencia por actos
desleales”. Por tanto, reconocía expresamente que las prácticas desleales podían
resultar contrarias a la libre competencia y, por tanto, desencadenar los mecanismos administrativos que para su protección establecía dicha Ley.
Así, la Sentencia de la Audiencia Nacional de 11 de septiembre de 2008 (JUR
2008\336817) cita la sentencia del Tribunal Supremo de 20 de junio de 2006, la
cual recordó que con esta ampliación del ámbito objetivo de las conductas contraria a la competencia a o prácticas desleales “que, en principio, sólo afectan a
las empresas cuya respuesta jurídica se deja a la iniciativa de éstas (mediante el
ejercicio de las oportunas acciones civiles) y se traduce en el resarcimiento de los
daños y perjuicios privados ocasionados, adquieren un nuevo carácter, ya público,
que permite su represión independiente a cargo de la autoridad administrativa
encargada de velar por la defensa de la competencia”; lo cual “se inspira en el
hecho de que determinados comportamientos desleales de unos empresarios respecto de otros desbordan sus efectos perjudiciales meramente privados e inciden
de lleno, y de modo desfavorable, en los intereses colectivos que la Administración
Pública ha de tutelar”. Ahora bien, “Es importante subrayar, pues, que la eventual
actuación de los organismos administrativos encargados de preservar la libre
competencia sólo resultará pertinente si las conductas desleales de los empresarios, además de serlo, falsean de manera sensible la competencia, esto es, distorsionan gravemente las condiciones de competencia en el mercado con perjuicio
para el interés público”.
En esta línea, por ejemplo, la Sentencia de la Audiencia Nacional (Sala de lo
Contencioso-Administrativo) de 28 de enero de 2005 (JUR 2005\209018), señala, en
su fundamento jurídico SÉPTIMO que “con independencia de que las conductas puedan ser subsumidas en Leyes distintas, lo cierto es que inciden en el ámbito que la Ley
de Defensa de la Competencia define como propio de ésta, siendo por ello competente el TEDC para resolver sobre la cuestión”.
Igualmente, en la actualidad, el artículo 3 de la Ley 15/2007, de 3 de julio, de Defensa
de la Competencia, prevé que “La Comisión Nacional de la Competencia o los órganos competentes de las Comunidades Autónomas conocerán en los términos que la
presente Ley establece para las conductas prohibidas, de los actos de competencia
desleal que por falsear la libre competencia afecten al interés público”.
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Así, por ejemplo, se ha considerado desleal, y, al tiempo, práctica contraria a la competencia, la información engañosa publicada en medios de comunicación sobre la
exclusividad de determinados profesionales (los Agentes de la Propiedad
Inmobiliaria). analizados” (SAN 28-1-2005, JUR 2005\209018; 5-4-2005, JUR
2006\244250; y 21-9-2005, JUR\2005\262823).
Igualmente, podría constituir una conducta desleal la existencia de ventas realizadas a bajo coste y practicadas con la finalidad de eliminar del mercado a uno o
varios competidores (SAN 10-7-2006, RJCA 2006\703).
Por último, las prácticas desleales y anticompetitivas podrían ser realizadas incluso
por la Administración, pero siempre que actuase con arreglo al Derecho privado,
pues ni el anterior Tribunal de Defensa de la Competencia ni la actual Comisión
Nacional de la Competencia pueden revisar actos administrativos (SAN 29-11-2007,
JUR 2008\127514).
3.2Prácticas desleales y contratación administrativa
En el caso de prácticas desleales en la contratación administrativa, en particular el
conocido caso de “la realización por El Derecho Editores de un acto de competencia
desleal contra Editorial Aranzadi, al haberse aprovechado de las bases de datos de
ésta” (para concurrir a la adjudicación del servicio de bases de datos de la
Administración de Justicia), la Sentencia del Tribunal Supremo de 22 de abril de
2008 (RJ 2008\2039) niega la existencia de responsabilidad de la Administración
en relación con la ejecución del contrato, por la regla general de que los daños causados por el contratista en ejecución del contrato son de su responsabilidad y no de
la Administración, e igualmente niega la responsabilidad patrimonial de la
Administración con arreglo a las normas generales, pues la conducta de un tercero,
la citada editorial El Derecho, es la causa del daño y no la actuación de la
Administración, por lo que no existe la necesaria relación de causalidad entre ésta
y el daño.
Por su parte, la Sentencia del propio Tribunal Supremo de 5 de marzo de 2002 (RJ
2002\2565), ante el recurso dirigido a impugnar una nueva adjudicación a la misma
empresa, señala que “La pretendida infracción del art. 17 de la Ley 3/1991, de 10 de
enero, sobre competencia desleal, tampoco puede ser acogida, puesto que no se acredita la concurrencia de un bajo coste o de un bajo precio de adquisición, prescindiendo del beneficio, ni de una estrategia encaminada a eliminar a un competidor o
grupo de competidores del mercado, como sería preciso, como tampoco resulta que
haya «pérdida» alguna, sino que, por el contrario, y según las explicaciones aportadas, la oferta económica responde a otros razonamientos sobre prestigio y sobre el
valor que representa ser proveedor del Consejo General del Poder Judicial y de todos
los Jueces y Tribunales”.
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3.3 Prácticas desleales y farmacias
La Sentencia del Tribunal Supremo de 20 de noviembre de 1990 (RJ 1990\9103) considera la existencia de competencia desleal en relación con los horarios de farmacia anexa a un centro comercial; si bien esta cuestión, de los horarios de las farmacias, ha experimentado posteriormente una importante flexibilización.
Por su parte, la Sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Murcia de 20 de octubre de 1997 (RJCA\1997\2166) contempla como posible práctica desleal, aunque la
desestima, la apertura de una oficina de farmacia cercana al centro de salud.
Tribunal Supremo (Sala de lo Contencioso-Administrativo, Sección 4ª). En la misma
línea, se pronuncian las Sentencias del Tribunal Supremo 2 de enero de 1990 (RJ
1990\149), 21 de febrero de 2001 (RJ 2001\2134) y 22 de septiembre de 2003 (RJ
2003\7788).
3.4Prácticas desleales y colegios profesionales
La propia existencia de los Colegios Profesionales se justificaría, para algunos, entre
otros objetivos, en evitar la competencia desleal entre los profesionales (STS 6-101989, RJ 1989\7327).
En realidad, muchos de los supuestos que han sido contemplados como de competencia desleal, lo han sido, más bien, de la infracción de restricciones a la libre
competencia impuestas por la normativa corporativa (p.ej. prohibición de publicidad o de descuentos), por lo que acaso podría, en su momento, hablar se competencia ilícita, pero no desleal (salvo que sea publicidad fuera engañosa o los descuentos persiguieran expulsar al competidor del mercado), ni mucho menos contraria a la libre competencia, sino todo lo contrario. Aquí se ha considerado desleal competir libremente, lo que, desde luego, no perjudica al consumidor o usuario
sino todo lo contrario.
De este modo, la Sentencia del Tribunal Supremo de 25 de octubre de 1999 (RJ
1999\9332) recoge la idea de que las “normas sobre honorarios mínimos [de los abogados, u otros profesionales], lo que respondía a la necesidad de «evitar la competencia desleal, no por razones de interés público, sino para impedir que se devalúe la profesión»”. En esa línea, la Sentencia del Tribunal Supremo de 7 de noviembre de 1987
(RJ 1987\8782) considera procedente la sanción contra un Administrador de Fincas
por cobrar honorarios por debajo del baremo establecido.
Hoy en día, sin embargo, debemos tener en cuenta que la Ley 17/2009, de 23 de
noviembre, llamada Ómnibus, liberaliza los servicios, con ciertas excepciones, de
forma que se modifica la Ley de Colegios Profesionales, para prever que “Los
Colegios Profesionales y sus organizaciones colegiales no podrán establecer baremos orientativos ni cualquier otra orientación, recomendación, directriz, norma o
regla sobre honorarios profesionales, salvo lo establecido en la Disposición adicio-
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nal cuarta”; y que “los Estatutos de los Colegios, o los códigos deontológicos que en
su caso aprueben los Colegios, podrán contemplar previsiones expresas dirigidas a
exigir a los profesionales colegiados que su conducta en materia de comunicaciones comerciales sea ajustada a lo dispuesto en la Ley, con la finalidad de salvaguardar la independencia e integridad de la profesión, así como, en su caso, el secreto
profesional”; pero sin que ello ampare, a nuestro juicio, una prohibición de realizar comunicaciones comerciales, sino sólo su modulación para salvaguardar los
intereses expuestos.
Precisamente, en cuanto a la publicidad y el ofrecimiento de servicios, la Sentencia
del Tribunal Superior de Justicia de Murcia (Sala de lo Contencioso-Administrativo)
de 29 de junio de 2002 (JUR 2002\226931) confirma la sanción y el supuesto carácter desleal del ofrecimiento de servicios profesionales dirigiéndose a los clientes
por mediación de circulares, cartas u otras formas orales, escritas, o gráficas; lo cual
puede o no estar prohibido según la regulación del ejercicio de una determinada
profesión pero no parece, en modo alguno, que pueda considerarse como desleal,
ni desde luego anticompetitivo, sino más bien como una prohibición en pro de la
limitación de la competencia; prohibición que, como hemos visto, ya no resulta
admisible, si bien cabe imponer ciertas restricciones.
Algo distinto es el caso de que estas comunicaciones se dirijan a los clientes del
centro en el que trabajó el comunicante (que abre una nueva clínica veterinaria,
que estaría deslealmente aprovechándose de la clientela del centro donde antes se
era empleado), supuesto que contempla, considerando que existe infracción, la
Sentencia del TSJ de la Comunidad Valenciana de 3 de marzo de 2000 (RJCA
2000\2032).
Por su parte, la Sentencia del Tribunal Superior de Madrid de 9 de diciembre de
1998 (RJCA 1998\4685) considera que existe competencia desleal por una infracción de la norma duodécima del Código Deontológico en cuanto que prohíbe a
los Abogados la captación desleal de clientela, considerando acto de tal naturaleza el “«ofrecimiento de sus servicios profesionales, dirigiéndose a los clientes por
mediación de circulares, cartas u otras formas escritas u orales», así como «encargar a terceras personas la obtención de clientela, tanto si su labor es retribuida
como si no lo es»”.
Por último, la Sentencia del Tribunal Supremo de 18 de septiembre de 1991 (RJ
1991\7753), entiende que “cuando, a la vez, se es titular de una oficina de Farmacia
[y óptico] y se sanciona por las deontológicas del Colegio de Farmacéuticos, y es claro
que, si en un mismo local se ejercen ambas actividades, procedimientos publicitarios,
propagandísticos o anuncios de ventajas en la venta de artículos propios de la óptica, indudablemente pueden, al menos, repercutir o dar ocasión a una mayor, aunque
indirecta, publicidad de la oficina de Farmacia, con efecto de competencia desleal,
real o al menos posible, y, por supuesto, prohibida a tenor de las normas deontológicas aplicables al farmacéutico colegiado”.
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3.5 Otros supuestos
En ocasiones, la competencia desleal es tenida en cuenta como elemento para valorar una infracción administrativa, tipificada por una legislación específica. Así, por
ejemplo, la Sentencia del Tribunal de Justicia de Islas Canarias (Sala de Santa Cruz
de Tenerife) de 15 de mayo de 1998 (RJCA 1998\1582), aprecia la existencia de competencia desleal en la infracción consistente en ejercer actividad propia de agencia
de viajes sin haber obtenido previamente la preceptiva autorización, lo que sanciona al amparo de la propia normativa sobre tales agencias.
La existencia o no de competencia desleal es también relevante a efectos del
Impuesto sobre Sociedades de las Fundaciones (con arreglo a la Ley 30/1994, de 24
noviembre), pues la exención de tributación respecto de determinados rendimientos queda sujeta a que no se trate de actuaciones que impliquen una competencia
desleal, como sería el caso de la percepción de honorarios por la enseñanza (SAN 212-2002, JT 2002\708).
La Sentencia del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana de 11 de
noviembre de 2002 (RJCA 2003\262) niega que la ordenanza municipal que prohíbe la venta de productos nuevos en un mercadillo pueda ampararse en evitar la
competencia desleal entre los comerciantes con establecimientos fijos y los de
venta ambulante, ya que el Ayuntamiento carece de competencia en la ordenación
del comercio. Con razonamiento semejante, la Sentencia del TSJ de Andalucía (Sala
de Sevilla) de 10 de marzo de 2000 (JUR 2000\266657), niega que la supuesta evitación de una competencia desleal justifique el cambio de ubicación de puestos en
el mercado de abastos, que constituye una extralimitación en las competencias de
la Administración.
Por otro lado, la Sentencia del Tribunal Supremo de 8 de noviembre de 1994 (RJ
1994\8504) aprecia la existencia de competencia desleal cuando, adjudicado en
exclusiva el transporte terrestre urbano, se permite el funcionamiento de otra
empresa; lo que depende, claro está, de la licitud de dicho régimen de exclusiva, en
el que no podemos entrar.
Ya por último, la Sentencia del Tribunal Supremo de 14 de febrero de 2007 (RJ
2007\1523) niega la existencia de responsabilidad patrimonial de la Administración
pues no se acreditan daños resultantes del supuesto acto de competencia desleal
de la Administración, que debe ser declarado por la vía judicial civil.
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