Ficha Catedral de Valladolid - Excursiones Virtuales Culturales

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Catedrales de Castilla y León
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Catedral de Valladolid
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Catedral de Valladolid
La capital de la Comunidad Autónoma nos sorprende
con una catedral concebida por el gran arquitecto Juan
de Herrera en el siglo XVI, el mismo que proyectó el
monasterio del Escorial modificando los planos originales
de Juan Bautista de Toledo. Pero del gran proyecto para
la catedral de Nuestra Señora de la Asunción de
Valladolid sólo llegó a construirse menos de la mitad,
porque los dineros no llegaron y la cimentación del
terreno -con fuertes desniveles y surcado por
corrientes de agua subterránea- provocaron muchos
quebraderos de cabeza a sus constructores. Cuando uno
se coloca frente a la catedral, enseguida se fija en los
muros rotos, las torres a medio hacer y las ruinas de la antigua colegiata que queda arrinconada a un
lado. Si hubieran concluido el proyecto original, la catedral de Valladolid sería hoy la más grande del
mundo. Dicen las malas lenguas que la culpa la tuvo Felipe II, que aunque nació en Valladolid en 1527, se
trasladó a Madrid en 1561 y tuvo ocupado a Juan de Herrera con la obra del Escorial. Pero esto no es del
todo verdad, porque cuando el famoso arquitecto asumió el encargo de la catedral de Valladolid en 1582,
la inmensa obra del Escorial ya estaba casi acabada. Juan de Herrera, además de un gran arquitecto, fue
soldado del rey Carlos I en la guerra de Flandes. En 1579 fue nombrado Inspector de Monumentos de la
corona y en 1583 fundó una Academia de Matemáticas.
La historia de esta catedral empieza unos cuantos siglos antes. A fines del siglo XI el conde Pedro
Ansúrez edificó la primera Colegiata de Valladolid (una colegiata es una iglesia dirigida por un cabildo,
compuesto por varios canónigos al mando de un abad, como si fuese un monasterio), que fue rehecha
entre 1219 y 1230 por el rey Fernando III el Santo. Este edificio estuvo funcionando hasta 1668, y aún
hoy se conservan de él algunas capillas, que hoy en día forman parte del Museo Diocesano y Catedralicio.
En 1527, el cabildo (que es como el consejo de administración de los cargos más importantes de la
catedral) convocó un concurso al que acudieron los más prestigiosos arquitectos de la época: Diego de
Riaño, Juan de Álava, Francisco de Colonia, Juan Gil de Hontañón y Rodrigo Gil de Hontañón. La vieja
colegiata del siglo XIII se había quedado pequeña y la ciudad de Valladolid deseaba competir con las
nuevas catedrales que se estaban construyendo en Segovia y Salamanca. ¡Era una cuestión de prestigio!
Si el vecino se hacía un chalé con piscina y cancha de tenis ¡No vas a ser tú menos! No olvidemos que
Valladolid había sido capital de la corte entre 1601 y 1606, cuando Felipe III era el rey de España y el
duque de Lerma su primer ministro.
Rodrigo Gil de Hontañón se llevó el gato al agua porque su proyecto salió ganador. Pretendía alzar
tres amplias naves con capillas (que son como pequeñas iglesias para muy pocos fieles) laterales entre
los contrafuertes (que son como gruesas costillas añadidas al muro para compensar el peso de las
bóvedas), crucero (donde se cruzan las naves longitudinales en las transversales) y cabecera
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semicircular (donde se sitúa el altar mayor), pero las
obras avanzaron muy lentamente.
El nuevo edificio se empezó a construir
perpendicular a la antigua colegiata, quedando la
cabecera hacia el norte y comenzando las obras por los
pies (la zona trasera de una iglesia) para seguir usando
la vieja colegiata. La idea era llegar al crucero y
demoler entonces el viejo edificio. Gil de Hontañón
murió en 1577, o sea que en medio siglo apenas se habían
echado los cimientos y elevado algunos metros de los
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muros. En 1582 el cabildo encargó un nuevo diseño a
Juan de Herrera, en 1582 Pedro de Tolosa se convirtió
en maestro mayor y dejó las obras en manos de Diego de Praves y Alonso de Tolosa. Juan de Herrera no
regresó a Valladolid nunca más y murió en 1597. Gracias al apoyo de Felipe II la colegiata alcanzó rango
de catedral en 1595, superando así las reticencias de la cercana Palencia, y al año siguiente Valladolid
pasó de villa a ciudad. Los expertos se refieren a la catedral vallisoletana como clasicista, pues está
inspirada en las líneas “clásicas” de la arquitectura romana que fueron rescatadas por los arquitectos
renacentistas, de ahí que sea un edificio tan seco que nos deje un poco helados: repitiendo siempre las
mismas cornisas, pilastras y capiteles. Aquí domina la horizontal sobre la vertical. Nada de torres
caladas, ni fachadas pintadas, ni portadas cuajadas de esculturas, ni capillas con yeserías ni retablos.
¡Esta es una catedral bien seria!
Capillas y pilastras
Los talleres de canteros que trabajaron en la catedral
de Valladolid -o sea, los artesanos que labraron la piedraadoptaron el mismo sistema que se había utilizado en El
Escorial (aún hoy existe la calle de la Obra junto a la
catedral de Valladolid). Los sacadores extraían la piedra
de las canteras de Villanubla, que era transportada por los
carreteros hasta pie de obra, donde los maestros
supervisaban el trabajo de los picapedreros. Hay que
destacar que gran parte de los profesionales que
trabajaron la piedra o diseñaron las bóvedas y los pilares
venían de la comarca montañesa de Trasmiera, en
Cantabria, unos pueblos que vivían de la ganadería y la
agricultura, y tuvieron que ganarse la vida exportando
mano de obra especializada en el trabajo de la piedra por
toda la Península, además de ser expertos en diseñar y
tallar retablos -las grandes estructuras de madera que
presiden los altares de las iglesias- y fundir campanas.
Cada año salían de Trasmiera a fines del mes de marzo para
emplearse en las obras abiertas por todas las regiones de
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España y Portugal, y no regresaban a su tierra hasta
que los fríos y hielos del invierno hacían muy penoso y
peligroso el trabajo al aire libre.
El oficio de la cantería se transmitía de padres a
hijos, los muchachos empezaban como aprendices, iban
progresando como simples peones hasta llegar al
estatus de oficial, maestro y maestro mayor, los más
espabilados, que era casi un arquitecto capaz de
seleccionar materiales, valorar calidades y distribuir
las faenas antes que semejantes profesionales se
formaran en las escuelas de arquitectura. Las obras
Bóvedas
solían salir a subasta al mejor maestro postor, con
quienes se concertaban los plazos de ejecución, las formas de pago y las condiciones de la obra,
obligándose a pagar una fianza (que era adelantar una fuerte suma de dinero) o consiguiendo fiadores
(cuando no se disponía de tanto dinero y se pedía prestado a otros maestros de confianza). Los
contratos se formalizaban ante notario, por eso los protocolos notariales -que son papeles dificilísimos
de leer porque su caligrafía es endiablada- dejan constancia de cuantas obras se adjudicaban por todo
el país.
Los trasmeranos formaron auténticas sagas de profesionales vinculadas familiarmente, todos eran
primos carnales, primos segundos o primos terceros. Hablaban una jerga llamada pantoja, que sólo
podían entender ellos. Era una especie de argot que les protegía de orejas indiscretas cuando hablaban
de dinero, herramientas, comidas o prendas de ropa, y siguió
practicándose hasta el primer tercio del siglo XX.
Pero volvamos a nuestra Catedral, ahora ya en el interior. El
arquitecto Diego de Praves, discípulo de Juan de Herrera,
continuó con la obra tras la muerte del maestro, construyó los
pilares (que son los grandes soportes de piedra que sostienen
las bóvedas) y reaprovechó algunos muros de la vieja colegiata.
Las obras se prolongaron entre 1589 y 1600, cuando empezaron
la fachada principal. Las bóvedas de la nave central -hay que
mirar hacia arriba- fueron alzadas por Francisco Tejerina
entre 1662 y 1666 y la nueva catedral -con toda pompa y
solemnidad- fue consagrada en 1668, aunque el arquitecto
madrileño Alberto Churriguera no remató la fachada principal
hasta 1729.
Retablo Mayor
El retablo mayor es obra del famosísimo escultor Juan de
Juni, aunque en realidad fue hecho para otra iglesia de
Valladolid, la de Nuestra Señora de la Antigua, que está muy
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cerca de la catedral, y es una de las mejores obras del artista de origen francés. Por eso, esta hermosa
obra renacentista de mediados del siglo XVI, hecha como retablo mayor de La Antigua y trasladado aquí
en 1922, queda algo pequeña en la gran cabecera de la catedral.
En el interior sólo llegaron a construirse ocho capillas, abiertas a las naves laterales y dedicadas a
distintos santos: bajo las torres están las de San Juan Bautista y San Miguel, y el resto son las de
Nuestra Señora de los Dolores, la Virgen del Sagrario, San Fernando, Santa María Magdalena (hoy de
San Pedro Regalado, patrono de Valladolid), San José y San Pedro Apóstol.
Tanto duraban las obras, que en el siglo XVI el rey Felipe II concedió al cabildo de la catedral de
Valladolid el monopolio, es decir, la exclusividad, de la impresión y venta de las “cartillas de la doctrina
cristiana”, con las que todos los niños de España e Iberoamérica aprendían a leer a través de plegarias y
oraciones, además de los primeros números. Se calcula que llegaron a imprimirse unos 70 millones de
ejemplares de las “cartillas de la doctrina cristiana”. Con el mismo destino se impuso el cobro de una
cantidad de cada entrada que sacaba cada espectador que asistía al teatro. Lo de “esto dura más que la
obra del Escorial” podría igualmente servir para nuestra catedral vallisoletana.
Pese a no haberse terminado nunca, la catedral de Valladolid es un edificio importante, e incluso
dicen algunos expertos que inspiró las de Méjico y Lima, del otro lado del Océano Atlántico...
Produce: NICER/Imagen M.A.S.
© Textos: José Manuel Rodríguez Montañés/José Luis Hernando Garrido
© Fotos: Imagen M.A.S.
© Infografías: NICER
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