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Percepciones de la Parashá
por
Rab Yaakov Hillel
Rosh Yeshivat Ahabat Shalom
Parashat Vayetzé
Las huellas de la santidad
La partida de un tzadik
“Y Yaakov dejó Beer Sheba y fue a Jarán” (Bereshit 28:10).
Rashí, citando a los sabios (en Bereshit Rabá 58:6), explica las palabras de este
versículo.
“Y Yaakov dejó Beer Sheba…” Debió haber dicho solamente ‘Y fue a Jarán’. ¿Por
qué menciona también su partida de Beer Sheba? Para enseñar que la partida de un
hombre recto de algún lugar deja huellas. Cuando un tzadik está en una ciudad, él
es la gloria de la ciudad, su resplandor, su belleza. Cuando parte de allí, se va su
gloria, se va su resplandor, se va su belleza”.
“Gloria” se refiere a los buenos actos, “resplandor” a la Torá y “belleza” a las
buenas midot. Cuando un tzadik parte, esas cualidades parten con él. La santidad
del tzadik es como una fuente de luz. La brillante iluminación de la luz también
arroja un aura un poco más distante. Cuando un tzadik parte, el fulgor de la luz
desaparece, pero el aura y el resplandor de su luz espiritual permanecen. Este
resplandor de santidad permanecerá allí para siempre, como fuente de bendición
para todos los que ahí viven.
¿Por qué nuestros sabios dicen que la partida de un tzadik deja un impacto,
aludiendo a una positiva y tangible presencia, en vez de señalar que cuando parte
deja un vacío y su presencia desaparece?
Los mekubalim enseñan que aún después que un ente santificado se marcha del
lugar donde estaba, deja en ese lugar un aura de santidad (Etz Jaim, Shaar Kaf-Hé,
Derush Zayin). Lo mismo aplica a una persona recta que estudia Torá, reza y sirve a
Hashem en cierto lugar: deja allí una impresión de santidad que permanece incluso
después que se va.
Con esto en mente, podemos entender un incidente interesante que fue
registrado por un alumno del Arizal (en Toldot haArizal, página 352). El Arizal solía
estudiar con sus alumnos en los campos,1 para reunir las “chispas de santidad”
dispersas en lugares apartados.2 Ellos se dieron cuenta que el Arizal siempre dejaba
los caminos ya establecidos y tomaba rutas tortuosas, esquivando rocas, arbustos,
troncos y espinas. Sus estudiantes se asombraban. Si ya hay un camino hecho, ¿por
qué no lo usa, en vez de escalar las rocas? Cuando le preguntaron, él explicó que
esos caminos habían sido hechos por jinetes árabes de asnos y camellos para que
pudieran transitar ellos con sus animales. En contraste, los caminos por los que él
los guiaba eran caminos de santidad en los que habían andado nuestros
antepasados sagrados. Al caminar en esos caminos, ellos les transmitieron santidad.
Como prueba, les mencionó el versículo: “El camino del justo es como el resplandor
del día, creciendo en brillo hasta el mediodía” (Mishlé 4:18). El aura que dejaron los
tzadikim en el camino que ellos anduvieron en el pasado dura para siempre y ése
era el camino que el Arizal escogía.
Las pertenencias de un tzadik
Lo anterior no solo se aplica al tzadik mismo, sino también a sus pertenencias.
Cualquier objeto que entra en contacto con un tzadik se eleva espiritualmente,
1
Otra razón es que al ir a lugares solitarios e inhabitados, cumplían con el piadoso concepto de
“ir al exilio”, compartiendo de alguna manera el “exilio” que la Presencia Divina ha sufrido desde
la destrucción del Templo.
2
Acorde a las enseñanzas cabalísticas, existen “chispas de santidad” (nitzotzot) dispersas en
todos los lugares del mundo y que deben ser recuperadas y rectificadas a través del estudio de
Torá y cumplimiento de mitzvot en esos remotos lugares donde se encuentran. El Jidá enseña
queeste es el significado de la expresión Shakle veAzle usada en la Guemará (en Berajot 18a,
Jaguigá 5b, Kidushín 39a y Babá Kamá 81b). Los sabios no hacían caminatas en vano. Mientras
caminaban estaban también ocupados en actividades espirituales, como discutiendo o
repasando temas de Torá o cumpliendo otras mitzvot como cuidar sus ojos de escenas impuras
(véase Bamidbar 15:39). A través de esas actividades, ellos recogían las chispas sagradas
mientras caminaban (Debash leFi, Maarejet Bet, Ot Tet-Vav).
absorbiendo la santidad que su uso le impregnó. El Ramjal explica este concepto en
el Primer Capítulo del Mesilat Yesharim.
Ramjal escribe que un ente creado se eleva espiritualmente cuando sirve a un
tzadik, tal como lo aprendemos de las palabras de los sabios respecto a la luz que el
Todopoderoso reservó para los justos: “Cuando la luz vio que sería reservada para
los justos, se alegró, tal como está escrito (en Mishlé 13:9), ‘La luz de los justos se
alegra’” (Jaguigá 12a). Ramjal también cita la enseñanza de los sabios acerca de los
doce piedras que Yaakov colocó alrededor de su cabeza en el Monte Moriá: “Todas
se juntaron en un solo lugar y cada una de ellas decía ‘Que el justo repose su cabeza
sobre mí’” (Julín 91b).
Un ejemplo de esto se encuentra en la historia de cómo nuestro patriarca
Abraham adquirió el campo de Efrón el hitita, lugar donde estaba la Cueva de
Majpelá. La Torá describe la transacción con las siguientes palabras: “Vayakam
Sadé Efrón… Y el campo de Efrón, que estaba en Majpelá, antes de Mamré… pasó
a ser posesión de Abraham” (Bereshit 23:17-18). Rashí explica el significado de la
frase inusual “Vayakam Sadé Efrón”, que literalmente significa “Se elevó el campo
de Efrón”. Rashí escribe: “Tekumá haitá lo: se elevó en el sentido que dejó de ser
posesión de una persona común y pasó a ser propiedad de un rey”. La transferencia
misma de propiedad al pasar a ser posesión de nuestro patriarca Abraham fue
suficiente para que una mera parcela de tierra se elevase espiritualmente.
Una idea del Jatam Sofer nos enseña el gran impacto que el dueño de algo le
puede transmitir a sus posesiones (en su Comentario a Bereshit 27-19, 36).
Cuando Yitzjak envejeció, le instruyó a su hijo Esav ir a cazar, degollarle un animal
y cocinarle un guisado para él, para darle el mérito de recibir la bendición de riqueza
material. Rivká, quien tenía una conciencia más clara acerca del verdadero nivel de
sus hijos gemelos, escuchó la conversación e insistió que Yaakov pretenda ser Esav
para poder recibir esas bendiciones en vez de su hermano. Para ayudar a la
suplantación, hizo que Yaakov vistiese la ropa especial que Esav poseía. El Jatam
Sofer señala que para un tzadik como Yaakov, la manera en la que le habló a su
padre Yitzjak fue un poco brusca al decirle que había hecho lo que le había pedido y
que simplemente se siente y coma para que él pueda recibir la bendición. Además,
Yaakov, que era una persona extremadamente piadosa, habló de una forma que
daba lugar a dobles sentidos. Esav, por el otro lado, fue sorprendentemente
educado al acercarse a su padre para servirle, dirigiéndose él en tercera persona
(Bereshit 27:1-31).
¿Qué sucedió que hizo que ambos hermanos actuasen de esa forma tan inusual
para ellos?
El Jatam Sofer lo explica. Cuando Yaakov habló bruscamente con Yitzjak, estaba
vistiendo la ropa de Esav. Esas ropas que le pertenecían a un hombre tan malvado
hicieron un impacto negativo en la conducta de Yaakov. Esa era justamente la
intención de Rivká al hacer que Yaakov vistiese la ropa de Esav: lograr que Yaakov
pudiese hablar de una manera engañosa. Por sí mismo, Yaakov hubiese sido
incapaz del más ligero matiz de engaño. Ella sabía que debía hacer bajar a Yaakov
de su nivel espiritual para poder engañar a Yitzjak y la única manera de lograrlo era a
través que Yaakov vistiese la ropa de Esav. Después que Yaakov se las quitó, ya le
había transmitido algo de su piedad y santidad a esa ropa, de modo que cuando
Esav se las puso se vio motivado a hablarle respetuosamente a Yitzjak.
Otro ejemplo es cuando en su camino hacia el hogar de Labán en Jarán, Yaakov
pernoctó en el Monte Moriá, el lugar que en el futuro estaría el Bet haMikdash.
Yaakov había permanecido catorce años estudiando intensivamente Torá en la
yeshivá de Shem y Éber, tan intensivamente que los sabios señalan que ni siquiera
dormía en cama durante las noches. Cuando se preparaba para dormir esa noche
en el campo abierto, tomó doce piedras del altar que había erigido Abraham y las
colocó de barrera protectora alrededor de su cabeza. Una de esas piedras
funcionaría como cojín para su cabeza. Todas las piedras pidieron el privilegio de
servir como almohada de Yaakov y, milagrosamente, las doce piedras se
convirtieron en una sola (Bereshit 28:11, Rashí; Bereshit Rabá 68:11,13; Julín 91b).
Nuestros sabios enseñan que las doce piedras representan a las doce tribus de
Israel (Bereshit Rabá 68:11). Se juntaron para formar una sola piedra mostrando
que todas tenían un mismo objetivo: servir al tzadik de Yaakov. La Torá continúa: “Y
Yaakov se levantó temprano en la mañana y tomó la piedra que había colocado bajo
su cabeza, la erigió como monumento y vertió aceite sobre ella (Bereshit 28:18).
Este monumento de piedra se convirtió siglos después en la piedra angular del Bet
haMikdash.3
En este caso, vemos que Yaakov simplemente hizo descansar su cabeza sobre la
piedra mientras dormía y aún así fue suficiente para imbuirle tanta santidad que se
convirtió en el cimiento de nuestro Templo Sagrado. Si un tzadik le puede transmitir
santidad a una piedra, imaginemos cuánta santidad adquiere a través de su Torá y
mitzvot.
También encontramos este concepto en las enseñanzas de nuestros sabios.
Ellos nos relatan la historia de un hombre anciano de Galilea que pudo anular un
complejo voto hecho por Rabí Shimeón. Cuando los sabios le preguntaron cómo
supo qué hacer, él les respondió que tenía en su poder el bastón de Rabí Meir y que
3
Véase más abajo, en “Los fundadores del Santuario”
el simplemente verlo lo había iluminado con sabiduría (Talmud Yerushalmi,
Nedarim 29b).
Con esto en mente podemos entender los eventos alrededor de una discusión
halájica de los sabios. Rabí Eliézer haGadol (el Grande) dictaminó de una manera y
los sabios dictaminaron de manera opuesta. Para demostrar su dictamen, Rabí
Eliézer dijo: “Si la halajá es acorde a mi opinión, que las paredes del bet midrash lo
demuestren”. Las paredes del bet midrash comenzaron a inclinarse hacia abajo.
Rabí Yehoshúa las reprendió: ‘Si los sabios de Torá están discutiendo sobre un tema
de halajá, ¿a ustedes qué?’ No cayeron en honor a Rabí Yehoshúa, pero tampoco se
enderezaron en honor a Rabí Eliézer” (Babá Metziá 59b).
¿Qué tipo de demostración son las paredes del bet midrash y qué relevancia
tienen en una discusión halájica? Aunque obviamente no podían testificar acerca de
un dictamen halájico, sí podían testificar acerca de la grandeza de Rabí Eliézer como
sabio de Torá. Las paredes del bet midrash, en el cual él había pasado tantas horas,
días y años en intenso estudio de Torá, ya habían absorbido la santidad de su Torá,
tanta santidad que desafiaron a la naturaleza y se inclinaron en su honor para
demostrar su argumento.
Lo que dijimos acerca de los objetos inanimados que le pertenecían a nuestros
sabios, también es aplicable a sus animales. Nuestros sabios nos dicen: “Si los de
antaño eran hijos de ángeles, nosotros somos hijos de hombres (es decir, seres
humanos). Y si los de antaño eran hijos de hombres, nosotros somos como asnos,
pero no como asnos de Rabí Janiná ben Dosa y de Rabí Pinjás ben Yair, sino como
los otros asnos” (Shabat 112b). El asno de Rabí Pinjás ben Yair fue muy especial.
Nuestros sabios nos dicen que podía saber con un solo olorcillo si el forraje que le
daban había sido diezmado (Julín 7a). El Arizal enseña que Rabí Pinjás ben Yair
elevó a su animal a un nivel impresionante de espiritualidad simplemente por el
hecho de montarlo (Shaar haMitzvot, Parashat Ekeb, página 42a).
Tal como dijimos, un gran tzadik tiene la capacidad de imbuirle algo de su
santidad tanto a objetos inanimados como a seres vivos.
El impacto del mal
Existe un principio spiritual que “D-os hizo a uno correspondiente al otro” Kohélet
7:14), refiriéndose con esto a que existen dos fuerzas opuestas que son paralelas
una a la otra. Así como la santidad de los justos tiene el poder de elevar, la impureza
de los malvados posee la capacidad de impurificar y degradar.
Nuestros sabios enseñan que durante la era de la Generación del Diluvio, la
degradación moral de la humanidad afectó también a otros seres vivos. Rav Yosef
Dov Soloveitchik explica el versículo “Pues toda la carne había pervertido su camino
sobre la tierra” (Bereshit 6:12), en base a la enseñanza de los sabios que la
depravación de esa época eran tan extendida que también los animales (el versículo
dice “toda la carne”) se habían corrompido, apareando con otros animales que no
eran de su propia especie. (Sanhedrín 108a, Bereshit Rabá 28:8).
Rav Soloveitchik señala que éste fue un fenómeno muy singular. Los seres
humanos poseen libre albedrío y pueden fomentar deseos anormales y perversos,
pero los animales actúan estrictamente en base a su instinto. El aparearse con otras
especies va en contra de su propio instinto. ¿Cómo es posible que esta conducta se
haya extendido tanto a los animales, a grado tal que también merecían ser
destruidos?
La respuesta está justo en la pregunta de la Guemará en esa misma página, que
parece contradecir lo que anteriormente dijo acerca del comportamiento depravado
de los animales en esa época. La Guemará cita el versículo “Y [Hashem]4 borró todo
lo que existía sobre la faz de la tierra, desde los hombres a los animales” (Bereshit
7:23). El ser humano pecó, pero ¿cuál fue el pecado de los animales? El diluvio fue
un castigo por la degeneración del ser humano. ¿Por qué los animales también
fueron castigados?
Él explica que la maldad humana contamina la atmósfera, corrompiendo el
medio ambiente e inclusive a otros seres. Cuando los seres humanos desarrollaron
apetito por la perversión, esa perversión también afectó al mundo animal. Es por
esta razón que también los animales fueron destruidos durante el diluvio, junto con
sus amos malvados. Ahora ya podemos entender la pregunta de los sabios. Primero
señalaron que todos los seres habían pecado y después preguntaron “¿cuál fue el
pecado de los animales?” Los sabios se dieron cuenta que en la Generación del
Diluvio los animales no fueron culpables por sus pecados, sino que fue la maldad
humana la que los pervirtió (Bet haLeví, Parashat Nóaj).
Nuestros sabios describen el enorme daño a los seres inanimados ocasionado
por la perversidad. Antes del diluvio, D-os le dijo a Nóaj: “El fin de toda carne vino a
Mí, pues la tierra está llena de corrupción por causa de ellos. Los destruiré de la
tierra” (Bereshit 6:13). Rashí comenta que la frase “de la tierra” también puede
significar “con la tierra”, queriendo decir que también la tierra misma sería destruida
junto con la humanidad. Los sabios enseñan que “Inclusive los tres palmos del
4
Véase el comentario de Rabenu Bejayé a Bereshit 7:1, donde explica que el nombre del
Todopoderoso no aparece explícitamente en este versículo, para no asociar Su Nombre con la
destrucción.
arado que entran en la tierra fueron destruidos” (Bereshit Rabá 31:7). La tierra es
inerte y obviamente es incapaz de cometer pecado alguno, pero también fue
afectada por la maldad de sus habitantes. Tal como la Torá lo dice: “Y la tierra se
corrompió delante de D-os” (Bereshit 6:11), causando así su propia destrucción. El
pecado tiene, literalmente, el poder de contaminar cada aspecto de la Creación.
En su lugar
También encontramos esta idea en otra enseñanza de los sabios: “Cuando una
persona peca en un lugar cerrado, ¿quién testifica contra él? Las paredes y el techo”
(Taanit 11a). También los actos que efectuamos en la privacidad de nuestra propia
casa dejan una huella indeleble en las paredes que nos rodean. En este sentido, no
se requiere que las paredes vayan al Bet Din a testificar. El mero hecho que están
contaminadas es un testimonio del pecado de sus dueños.
Este concepto aparece en las palabras del rey David: “Feliz es el hombre que no
camina en el consejo de los malvados, no se para en el camino de los pecadores y
no se sienta en el lugar de reunión de los burladores” (Tehilim 1:1).
La frase del versículo implica que no sólo se aleja físicamente de los pecadores y
burlones, sino que aún después que ellos se van de cierto lugar, él también
mantiene su distancia, pues la huella de impureza que los malvados transmiten se
adhiere permanentemente a ese lugar. El poder de la impureza arraigada afecta a
aquellos que se paran o sientan en esos lugares, incluso después que los malvados
se fueron.
En base a este concepto podemos explicar una enseñanza de los sabios en Pirké
Abot que cita ese versículo: “Rabí Janina ben Teradión dice: Dos personas que se
sientan juntos sin palabras de Torá entre ellos se considera una reunión de
burlones, tal como lo dice el versículo: “Y no se sienta en un lugar de reunión de
burlones” (Pirké Abot 3:2)”. La frase de los sabios es intrigante. ¿Cómo podemos
imaginar que dos judíos estén sentados juntos sin compartir palabras de Torá entre
ellos?
Por lo visto, el lugar mismo fue responsable de ello, tal como vemos en una
mishná posterior en el mismo capítulo: “Diez personas que se sientan y se ocupan
de Torá, la Presencia Divina mora en ellos” (Pirké Abot 3:6). Esta mishná está
hablando de un bet midrash, por lo que las dos personas que desatendieron la Torá
no estaban en un bet midrash, sino que se encontraron casualmente fuera de un
lugar de estudio, ya sea esperando el autobús o en la sala de espera de un médico.
No obstante, también en esa situación debieron aprovechar la oportunidad de
hablar Torá, independientemente del hecho que se hayan encontrado casualmente
y no hayan acordado reunirse para estudiar juntos. De esa manera, por no hacerlo,
su reunión se convirtió en un “lugar de reunión de burlones”. El taná nos explica
cómo sucedió: fue porque se sentaron en un “lugar de reunión de burlones” En
algún momento previo a que estas dos personas se sentasen, ese lugar había sido
ocupado por pecadores y burlones que lo impurificaron con sus malas acciones y
palabras. Esa influencia negativa permaneció en ese lugar después que se fueron,
provocando que aquellos que llegaron posteriormente se sentasen ociosamente y
desperdiciasen una oportunidad de oro para estudiar Torá.
El taná continúa: “Pero dos personas que se sientan juntas con palabras de Torá
entre ellos, la Presencia Divina mora en ellos”. Cuando dos personas se sientan
juntas y sí estudian Torá, incluso fuera del bet midrash, sabemos algo del lugar
donde están sentados: seguramente la Shejiná ya estaba allí, atraída por tzadikim
que santificaron el lugar con Torá y mitzvot. Esa influencia positiva sigue adherida e
inspira a aquellos que llegan después a seguir los pasos de los tzadikim que
estaban antes.
Las “diez personas que se sientan y se ocupan de Torá” estando en la casa de
estudio hacen aquello por lo cual fueron allí y para eso están allí. Aún así, incluso
cuando la gente se reúne en otros lugares, también deben estudiar Torá juntos,
aunque esa no haya sido la razón por la cual fueron a ese sitio.
Consagrados por la Akedá
Tal como lo dijimos, cuando Yaakov durmió en el Monte Moriá y tuvo un sueño
profético, estableció ese lugar como el futuro sitio del Bet haMikdash. Sin embargo,
aún antes de Yaakov, Abraham e Yitzjak lo habían consagrado como el futuro lugar
del Bet haMikdash a través de la Akedat Yitzjak (el Atado de Yitzjak). Akedat Yitzjak
fue un acto increíblemente sublime de dedicación absoluta de nuestros dos
sagrados patriarcas al Todopoderoso. El desafío para cada uno de ellos fue mayor
de lo que pensamos, pues a través de la Akedá se les pidió que negasen su propia
naturaleza, aquella virtud que cultivaron durante su vida y que estaba vinculada a la
raíz de sus mismas almas.
Abraham fue Ish haJesed, el hombre de la bondad y el Jésed era su esencia. En
la Akedá se le ordenó no solamente comportarse con crueldad con alguien, sino
con su adorado y anhelado hijo único. Además, al degollarlo perdería todo, pues ese
hijo fue al que se refirió Hashem cuando dijo “A través de Yitzjak tendrás
[verdaderos] descendientes” (Bereshit 21:12). Al matar a su hijo, Abraham estaba
cortando con sus propias manos su futura progenie.
Más que eso, Abraham dedicó su vida a educar al mundo acerca de la maldad de
los sacrificios humanos, especialmente los de los propios hijos que eran sacrificados
a Mólej, una infame deidad pagana de esa época. Ahora, con un simple corte del
cuchillo, estaba a punto de destruir su manera de vivir, su futuro, su progenie y todo
aquello que públicamente había defendido. Pero ya que Abraham fue Abinu, lo hizo
sin vacilación, duda o cuestionamiento. Cuando se trataba de cumplir con la
voluntad divina, Abraham era más fuerte que el hierro.
La virtud principal de Yitzjak fue la Gueburá (Poder), también conocida como Din
(Juicio Estricto). La naturaleza del Din se expresa en la enseñanza de nuestros
sabios que afirman: “Que el Juicio (Din) perfore la montaña” (Yebamot 92a). El Din
no se desvía del camino estrecho y recto. Desde la perspectiva del Din no había
justificación para que se matase a Yitzjak, pues ciertamente no merecía morir. Por la
naturaleza inherente de Yitzjak, él pudo haber insistido que se que se le dejase vivir
para cumplir con su misión, sin dejar que nada se interfiera con el cumplimiento de
ella.
Y aún así, Yitzjak cedió sin pensarlo dos veces, motivado por un amor puro al
Todopoderoso, lo cual fue un acto supremo de Jésed. A través de este reto, tanto
Abraham como Yitzjak alcanzaron los niveles más elevados de la perfección,
poniendo los cimientos para la futura edificación del Bet haMikdash. Al actuar en la
Akedá con Din, Abraham alcanzó el nivel del Jésed mezclado con Din. Yitzjak, por
su parte, al actuar con Jésed alcanzó el nivel del Din mezclado con el Jésed.
Para servir a Hashem necesitamos estos dos atributos, usando cada uno de ellos
en su momento apropiado. En ciertas circunstancias debemos ser una fuente de
Jésed. En otras, debemos tener la fortaleza de defender el honor de la Torá. Tanto
Abraham como Yitzjak adquirieron elementos del atributo que contradecía su propia
virtud inherente, adquisición que los elevó al nivel de la perfección.
Encontramos este concepto en el versículo “Y regocíjate con temblor” (Tehilim
2:11). Nuestra alegría al servir a Hashem debe acompañarse de respeto temeroso.
El Zóhar enseña que una mitzvá se considera mitzvá sólo si es realizada “Con
temor y amor, y con amor y temor”. Estos dos elementos deben combinarse para
producir una mitzvá perfecta.
Santificado con la Torá
No obstante, la Carroza Divina sólo está completa si tiene las tres bases. Yaakov,
nuestro tercer Patriarca, también colocó su propio cimiento en el lugar del Templo.
Yaakov, el “tzadik del mundo” (Abodat haKódesh, Capítulo 64), fue la cúspide de
los Patriarcas (Bereshit Rabá 76:1). Nuestros sabios nos dicen que “Su cama fue
perfecta [queriendo decir que] todos sus hijos fueron rectos” (Vayikrá Rabá 36:5) y
“Su imagen está grabada en el Trono de Hashem” (Targum Yonatán, Bereshit
28:12). Yaakov pudo completar la tarea empezada por Abraham e Yitzjak en su
mayor reto, inclusive estando dormido. ¿Cuál fue la especial fortaleza de Yaakov?
Yaakov, el prototipo de un talmid jajam (sabio de la Torá) fue el “hombre
perfecto que habitaba en las tiendas del estudio de la Torá” (Bereshit 25:27, con el
comentario de Rashí). Nuestros sabios enseñaron que él “estableció tiendas para el
estudio de la Torá” (Pesiktá Rabatí 5). El encarnó la verdad, tal como lo vemos en el
versículo “Dale verdad a Yaakov” (Mijá 7:20) y “No hay otra verdad que la de la
Torá” (Talmud Yerushalmi, Rosh haShaná 3:8). Yaakov era Torá y ese fue su gran
poder espiritual.
Tratemos de entender un poco más cómo Yaakov completó la tarea sagrada
comenzada por Abraham e Yitzhak.
En su trayecto a Jarán hacia la casa de Labán, Yaakov hizo una parada para rezar
en el Monte Moriá, el lugar santo donde su padre y abuelo habían rezado. Todavía
era de día cuando finalizó de rezar, por lo que se preparó para continuar su viaje.
Repentinamente, el mundo alrededor oscureció a la mitad del día. La oscuridad era
tan espesa y densa que no pudo continuar su camino. Hashem hizo que el sol se
ponga más temprano para que Yaakov se detuviese en el lugar donde Su Shejiná
moraría eventualmente (Bereshit 28:11, con Rashí y Bereshit Rabá 58:10).
Tal como lo señalamos, durante los catorce años que Yaakov estudió en la
yeshivá de Shem y Éber no se dio el lujo de acostarse para dormir. Él ya había
alcanzado un nivel tal de santidad que el mero hecho de acostarse en el Monte
Moriá hizo un impacto tan poderoso en ese sitio sagrado que sirvió de cimiento para
construir allí el Bet haMikdash.
Mientras dormía esa noche, se le reveló a Yaakov la visión profética de una
“escalera colocada sobre la tierra con su cima alcanzando el cielo y con ángeles de
D-os ascendiendo y descendiendo en ella” (Bereshit 28:12). En ese sueño se le
mostró la santidad del lugar en el cual se recostó, pues tenía una conexión directa
con el Trono Celestial de Hashem. Para decirlo con las palabras de la Torá: “Y he
aquí que Hashem estaba sobre él” (28:13). Ese lugar era el nexo conector del cielo
con la tierra.
Hashem le había dicho a Yaakov: “Yo soy Hashem, el D-os de tu padre Abraham
y el D-os de Yitzjak. La tierra en la cual estás se la daré a ti y a tus descendientes”
(28:13). La conexión entre Yaakov y la tierra ya existía previamente gracias al
esfuerzo puesto por Abraham e Yitzjak. Ahora, al acostarse en ese sitio, Yaakov forjó
el vínculo definitivo, consagrando ese lugar como el sitio del futuro Bet haMikdash,
el lugar de residencia de D-os en la tierra.
Nuestros sabios enseñan que el Todopoderoso “contrajo” toda la Tierra Santa,
de frontera a frontera, incluyendo la ciudad sagrada de Jerusalén y el lugar del
Templo, y los colocó debajo de la cabeza de Yaakov mientras dormía sobre el Monte
Moriá (Julín 91a), juntando el Sanctasanctórum (Kódesh haKodashim), el Templo,
Jerusalén y Éretz Israel en un solo sitio, el centro del mundo. Éretz Israel es el
conducto de toda la influencia Divina. Toda la dadivosidad Divina, tanto material
como espiritual se distribuye al mundo a través de Éretz Israel.
Yaakov estaba en un nivel spiritual elevadísimo. Él fue “el hombre perfecto”, el
ejemplo vivo de la Torá. Él alcanzó el sublime nivel de una “escalera colocada en la
tierra, con su cima alcanzando el cielo, con ángeles ascendiendo y descendiendo en
ella”. Al dormir en este lugar sagrado, el sitio del Kódesh haKodashim, trajo un gran
tikún al mundo. Yaakov, el tzadik perfecto, se convirtió en el nexo que conectó toda
la creación al Todopoderoso, la fuente de toda bendición y santidad. Este poder fue
transmitido a sus descendientes de las generaciones siguientes. A través de la Torá
y las mitzvot, el pueblo judío atrae bendición y santidad a toda la Creación.
Nuestros sabios enseñan que así como existe un Bet haMikdash en la tierra, así
también hay un Bet haMikdash en el Cielo (véase Rashí a Bereshit 28:17). El lugar
donde Yaakov durmió serviría como la unión entre ambos. A través de ese punto
sagrado la bendición bajaría a la tierra, a Éretz Israel y de ahí al resto del mundo
(Zóhar, volumen III, página 36a). Sobre esto, Hashem le dijo: “Y todas las familias
de la tierra serán bendecidas en ti” (Bereshit 28:14).
Cuando Yaakov despertó, entendió lo sagrado que era ese monte. Y dijo:
“Efectivamente D-os está en este lugar y yo no lo sabía”. Al darse cuenta que ése era
el sitio de la contraparte del Bet haMikdash celestial, continuó: “Qué imponente es
este lugar. Es la casa de D-os y ésta es la puerta del Cielo” (28:17).
Yaakov “tomó la piedra que había colocado bajo su cabeza y la erigió como
monumento y vertió aceite sobre ella” (28:18). Esta era la piedra formada por las
pequeñas doce piedras que anhelaron servir a Yaakov mientras dormía. Al efectuar
el acto físico de levantar la piedra y dedicarla como altar a D-os, la estableció como
la piedra angular del Bet haMikdash, el sitio donde mora eternamente la Shejiná.
El poder de la presencia de un sabio de la Torá es lo suficientemente grande
como para establecer el Bet haMikdash, inclusive cuando duerme. Yaakov, que
representa la Torá, sólo tenía que posar su cabeza en el suelo para completar la
tarea de sus sagrados ancestros.5
Los fundadores del Santuario
El Zóhar interpreta que el versículo “Y yo, con Tu gran bondad, vendré a Tu casa,
me postraré en Tu Santuario sagrado por temor a Ti” (Tehilim 5:8) se refiere a los
Patriarcas. “Y yo, con Tu gran bondad…” corresponde a Abraham. “…me postraré
en tu Santuario…” se refiere a Yitzjak. “…por temor a Ti” se refiere a Yaakov (Zóhar,
volumen I, página 11a).
¿Qué nos enseña el Zóhar con esta frase?
Todo el mundo fue fundado sobre la Roca de Shetía, en el corazón mismo del
Bet haMikdash. Ese lugar del Monte Moriá es la puerta del Cielo, a través de la cual
baja la influencia Divina a la tierra, tal como nuestro patriarca Yaakov lo vio en su
sueño profético. D-os supo aún antes de la Creación que allí moraría Su Presencia
Divina, así como sabía todo lo que eventualmente sucedería en la historia humana.
No obstante, fue la voluntad Divina que ese lugar fuese consagrado para ello por
los tres Patriarcas. Abraham e Yitzjak lo hicieron en la Akedá, cuando Abraham
sacrificó a su hijo y cuando Yitzjak estuvo dispuesto a ceder su propia vida. Esos
grandes actos de devoción santificaron ese sitio como el lugar donde la Shejiná
moraría en la tierra y donde los sacrificios serían ofrecidos y aceptados por el
Todopoderoso.
Con el poder de su Torá, Yaakov hizo más. Al dormir sobre la Roca de Shetía en
el Monte Moriá, la estableció como el paralelo del Bet haMikdash celestial. A esto se
refiere el dueño profético de “una escalera colocada en la tierra con su cima
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Quizás nos parezca sorprendente que se le de tanto significado spiritual al acto de acostarse a
dormir, la cual es una acción física y mundana. Sin embargo, nos enseña una lección muy
importante: todo lo que un sabio de Torá realiza está imbuido de santidad. Nuestros sabios
mencionan el concepto del “rocío de la resurrección”, con el cual Hashem revivirá a los muertos
en el futuro (Jaguigá 12b). Ese rocío estará compuesto del vaho húmedo que surge de la boca
de un sabio de Torá extenuado al quedarse dormido. Ese vaho también es sagrado (véase Tefilat
David, escrito por Aderet, página 94, Piyut Ahabat Néfesh, citando a los sabios, en la nota 53).
alcanzando el cielo”. Fue Yaakov quien convirtió a la Roca de Shetía en el nexo
conector entre el cielo y la tierra.
Yaakov fue la raíz de la espiritualidad humana y el lugar del Kódesh haKodashim
es la raíz de la espiritualidad en el mundo físico. Cuando Yaakov durmió en ese lugar
sagrado, unió la espiritualidad del ser humano y la espiritualidad de la tierra con
Hashem, la fuente última de toda espiritualidad.
Huellas tempranas
En nuestra época, quizás más que nunca, esta parashá conlleva una lección
crucial muy relevante. Estamos rodeados de influencias negativas en cada esquina.
La tecnología y los sofisticados medios masivos de comunicación nos rodean por
doquier. Los mensajes que transmiten y los valores morales que propugnan son
antitéticos a la Torá y estamos continuamente expuestos a ellos. Los sabios
escriben sobre los demonios espirituales: “Si tuviésemos permiso de verlos, ningún
ser humano podría sobrevivir” (Berajot 6a). Hoy en día, el aire que respiramos está
repleto de otro tipo de “demonios”: ondas sonoras e imágenes visuales que
transmiten libremente lo peor de la maldad y herejía a sus audiencias cautivas.
Nuestros sentidos están incesantemente inundados de impureza y nos dejan huella
desde nuestra tierna infancia.
Leemos acerca de los grandes sabios de Torá de generaciones anteriores y nos
impresionamos. Ellos tenían santidad desde su juventud y adquirieron gran
conocimiento en todas las áreas de la Torá. Lograron grandes niveles de santidad y
refinadas midot, llegando a niveles muy altos de espiritualidad. Y sin embargo,
también fueron seres humanos. ¿Cómo lograron subir tan alto? La respuesta es
sencilla: no estuvieron expuestos a las influencias negativas e impuras que rodean a
nuestra generación.
Nosotros también queremos que nuestros hijos crezcan en Torá, midot y temor
al Cielo, D-os mediante. Les podemos dar esa oportunidad limpiando nuestros
hogares de las influencias impuras que destruyen la santidad. Si, D-os no lo quiera,
alguna vez nos hemos preguntado por qué algunos de nuestros hijos sienten poco
interés en la Torá o se alejan de nuestras sagradas tradiciones, ésa es la respuesta.
Desde la niñez fueron llenados de huellas e ideas que contradicen los valores de la
Torá y que los dañaron, a veces irremediablemente, D-os no lo quiera.
Nosotros, como padres, podemos tomar la firme resolución de hacer todo lo que
podamos para cuidar a nuestros valiosos hijos de las influencias negativas.
Debemos hacer lo posible para exponerlos únicamente a lo positivo y santo. De esa
manera nuestros hogares se convertirán en pequeños santuarios en los que
podremos transformar lo material y lo físico en espiritualidad al dedicarlos a la Torá
y las mitzvot, alcanzando así los mayores niveles de conexión con el Todopoderoso.
Si lo hacemos, con la ayuda de Hashem podremos tener gran najat de nuestros
hijos e hijas.
Este ensayo contiene palabras de Torá.
Por favor trátelo con el debido respeto.
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