19 Regulación social de lo público, lo privado y lo comunitario Los poderes estatales neoliberales han abandonado las funciones de orientación, promoción y regulación con visión social de la actividad económica. Del Estado interventor transitamos abruptamente al predominio de la "mano invisible del mercado", como metáfora de las relaciones entre grandes empresarios. Ahora son las grandes corporaciones, empresas monopólicas nacionales y extranjeras y los organismos multinacionales quienes rigen libremente la economía en función de sus propios intereses; a su servicio trabaja discrecionalmente el sector público y su presupuesto, sin reglas claras ni transparentes, sin participación ciudadana ni retribución de beneficios a la sociedad o a los sectores sociales locales directamente involucrados. Dos décadas de fundamentalismo privatizador y desnacionalizador han entregado al sector privado los recursos naturales y desmantelado a las empresas estratégicas y prioritarias de propiedad de la nación, que permitían que el Estado cumpliera la función de rectoría económica y promoción del desarrollo. Hoy se pretende continuar este proceso, con la reforma privatizante del sector energético: el petróleo y la electricidad. Los poderes del Estado democrático, como institución de la sociedad, tienen la obligación y la responsabilidad de intervenir en las relaciones económicas y sociales entre los sectores y actores diferenciados, en función de los intereses colectivos, función que debe comenzar por establecer una regulación socialmente concertada que tienda a superar las desigualdades, la inequidad y la exclusión, privilegiando los intereses de los sectores mayoritarios, los más vulnerados socialmente. La construcción de un patrón alternativo de desarrollo con equidad distributiva y justicia social exige la regulación pública equitativa de las relaciones mercantiles, laborales, salariales, ambientales y territoriales entre el capital privado, en particular el gran capital nacional y trasnacional, y los trabajadores, los consumidores y los sectores mayoritarios de la sociedad, establecidas por consenso social institucionalizado en la constitución y las leyes, la planeación democrática, el sistema fiscal federal y local, las políticas gubernamentales y la gestión pública cotidiana. Esta regulación democrática debe aplicarse en forma transparente mediante los poderes del Estado y sus instituciones, y debe ser vigilada a través de los órganos legislativos y la contraloría ciudadana. Debemos avanzar hacia una gestión estatal responsable y eficiente de los recursos naturales propiedad de la nación, la infraestructura y los servicios públicos estratégicos para el desarrollo social y el crecimiento económico sostenido, los cuales deben permanecer bajo control del sector público. Los casos donde el uso de estos bienes públicos sea otorgado en concesión a las empresas deben significar el retomo de parte de los beneficios a la sociedad mediante impuestos sobre las rentas del suelo y las ecológicas, de valorización por obras públicas y sobre la plusvalía generada colectivamente; tarifas de servicios públicos cobradas a las empresas privadas y los sectores de altos ingresos que recuperen el precio de producción --costo y ganancia media-- y cubran el subsidio que el Estado otorgue a los sectores empobrecidos; y transferencias especiales de fondos para el desarrollo a las regiones y municipios que aportan los recursos naturales esenciales. Para promover y llevar a cabo los grandes proyectos de desarrollo se deben formar sociedades de economía mixta --pública, privada y social-- con distribución equitativa de beneficios y/o contratos o acuerdos de desarrollo -regional, metropolitano, municipal, urbano-, con reglas claras y públicamente conocidas, sometidos a contraloría ciudadana, que especifiquen la retribución empresarial a la sociedad en general y a los sectores sociales locales directamente involucrados, con parte de los beneficios obtenidos. En el marco de la soberanía nacional, los poderes del Estado están obligados a proteger y promover, mediante la ley y la gestión, los ámbitos estratégicos y las empresas e instituciones internas, sobre todo las autogestivas, micro, pequeñas y medianas (AMPyMES) frente a los países, sectores, empresas e instituciones económicas externas. Este debe ser un supuesto toral de toda negociación de libre comercio internacional. Debemos también garantizar la igualdad de posibilidades y de acceso a los recursos y las tecnologías a las empresas orientadas al mercado interno y a las diferentes jerarquías y niveles de la actividad empresarial y autogestionaria interna,, sobre todo las AMPyMES, frente a los monopolios. Los sistemas de crédito y de asistencia técnica que la banca de desarrollo brinda, así como el sistema de compras estatales deberán dar prioridad a las AMPyMES y a su articulación en cadenas productivas y de proveeduría. El combate a las prácticas monopólicas de cualquier tipo y origen es una condición de la libre competencia.