¿Se puede responder a la “crisis” sin modificar la estructura de las

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Gérard Mendel
¿Se puede responder a la “crisis” sin modificar la estructura de las organizaciones?1
Gérard Mendel
Me limitaré a comentar el título de este texto. La crisis... ¿Cuál crisis? Modificar la estructura de las
organizaciones... ¿Qué significación atribuirle a “estructura” y a “modificación”? Finalmente frente a la forma interrogativa
del título y a partir de una práctica que lleva actualmente treinta años se planteará la cuestión de saber si la modificación
precisa y parcial de la estructura organizacional que preconizamos puede constituirse en un elemento de respuesta a la
crisis.
La crisis
Por supuesto la crisis económica se sitúa en el primer plano. La misma debutó ya en 1973 y, con remisiones y
avances, continúa en la actualidad. ¿Puede decirse que se trata de una crisis semejante a las del pasado? Es dudoso
debido a la amplitud de las transformaciones que provoca. La introducción de las nuevas tecnologías basadas en la
informática revoluciona – y el término no es excesivo- al trabajo. La implicación subjetiva del trabajador conmociona las
formas tradicionales de solidaridad. La mundialización no sólo afecta al intercambio de bienes sino al trabajo mismo a
través de las deslocalizaciones. La cantidad de trabajo globalmente necesaria parece disminuir y el grado de crecimiento
de la desocupación y de la exclusión pone en peligro la cohesión social misma.
Pero la “crisis”, para conservar ese nombre genérico, desborda ampliamente a lo económico, aún cuando uno
pueda con todo derecho interrogarse sobre una causalidad originaria de lo económico en las formas que ella adopta.
La crisis de las grandes instituciones y organizaciones es patente. La escuela y la universidad, alcanzadas por la
masificación de sus efectivos, no parecen adaptarse en su funcionamiento a la nueva misión que debería, evidentemente,
agregarse a las antiguas -instruir, educar- y que consiste en socializar a poblaciones muy heterogéneas. Tanto los
sindicatos como los partidos políticos y las iglesias mismas experimentan la “crisis” bajo la forma de la indiferencia,
debido a que su funcionamiento y su modalidad de participación ya no le dan respuestas satisfactorias al pensamiento
actual. La crisis psicológica de identidad que afecta al individuo moderno es descripta desde hace décadas por
innumerables autores. A pesar de la gran cantidad de recomposiciones asociativas o “tribales” las nuevas formas de
socialidad, que en lo esencial están todavía en gestación, no logran cumplir con las funciones de la socialidad tradicional
atacada por la individualización de las formas de vida. De allí el repliegue en la esfera de lo privado y los distintos déficits
1
Revue Internationnale de Psychosociologie Nº 9, 1998. Traducción: Lic. María José Acevedo
“¿Se puede responder a la “crisis” sin modificar la estructura de las organizaciones?”
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psicológicos producidos por el individualismo contemporáneo. De allí también el agravamiento del “malestar en la cultura”
que empuja a los aislados y excluidos, a aquellos más desprovistos y vulnerables, y a una parte de la juventud, hacia una
regresión individual (dogas, alcohol...), o hacia agrupamientos en los cuales se busca específicamente una violencia
fusional frecuentemente antisocial.
En definitiva a lo que hoy nos vemos confrontados es a una crisis del vínculo social – constatación que por
haberse vuelto banal no es menos inquietante. Resituada dentro de una perspectiva histórica “la crisis” puede ser leída
como el resultado de la gran mutación producida hace seis o siete siglos con los primeros desarrollos de la economía
mercantil y capitalista que dieron comienzo a la modernidad (Mendel, 1996)
En síntesis, actualmente casi no existe escapatoria a una crisis multisecular que nos enfrenta a problemas de
fondo de los cuales la perspectiva económica o laboral representan aspectos esenciales pero al mismo tiempo parciales.
La estructura de las organizaciones
Cuando hablamos de estructura de las organizaciones pretendemos designar ante todo a las formas de la
organización del trabajo. Esta última ha sido definida de modos muy variados de acuerdo a las distintas corrientes
psicosociológicas. Algunos autores insistirán sobre su carácter irreductible, en ese caso los actores sólo podrán negociar
las condiciones de trabajo o las remuneraciones. Otros, por el contrario, consideran a la organización del trabajo como
una relación específicamente social, donde el elemento fundamental son entonces las representaciones de los actores.
Estaríamos así más en el terreno de la dimensión de la intersubjetividad, modificable a través de interpretaciones, que
en el orden del hecho objetivo a tomar en cuenta primariamente como determinante de esas representaciones.
Nuestra corriente: el Sociopsicoanálisis, no comparte ninguna de estas definiciones, aún cuando reconocemos la
parte de verdad de cada una de ellas. Es cierto que la organización actual del trabajo es un hecho objetivo, no reductible
a los actores mismos, a menos que, como proponemos, se oponga a esa estructura, una nueva estructura. Es cierto que
esta organización del trabajo se expresa a través de representaciones psicológicas y de afectos (en particular el
sufrimiento); de allí la necesidad de que el observador sea capaz de una escucha atenta de la subjetividad y disponga de
un sistema de interpretación en su mente. Pero en la medida en que representaciones y afectos son síntomas inducidos
por una causa extra-psicológica, objetiva, cual es la organización del trabajo, en tanto no se intervenga sobre ella, las
mejoras logradas nos parecen demasiado insuficientes. Podemos y debemos apuntar más alto.
¿Cómo definiríamos entonces a la organización del trabajo dado que no es para nosotros ni una simple relación
social ni un conjunto de representaciones psicológicas? El punto es importante ya que es precisamente porque la
consideramos la suma de las diferentes divisiones del trabajo que nuestra práctica de intervención introduce en el seno
mismo de dicha organización, un dispositivo de recomposición y de reintegración del trabajo institucional. Agreguemos
que nos hemos visto conducidos a incorporar a las divisiones del trabajo ya conceptualizadas – la social y cultural, la
jerárquica y la técnica- una nueva forma: la división institucional del trabajo. En efecto, incluso cuando el actor cumple en
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un establecimiento la totalidad de una labor profesional, un acto completo en sí mismo y no dividido técnicamente, no “en
migajas”, el sentido acabado de su actividad, y en particular su sentido social, no representa para él algo adquirido a
menos que pueda integrar esta actividad, factual y psicológicamente, a su lugar en relación al acto global de la institución
(Mendel, 1997).
En última instancia el concepto de división institucional del trabajo podría dar cuenta de esos procedimientos de
la nueva organización del trabajo a través de los cuales la división del trabajo alcanza su forma extrema, es decir, afecta
al individuo y a su subjetividad profunda.
Modificar la estructura de las organizaciones
Desde que comenzó nuestra actividad (1971), hemos buscado neutralizar, al menos en parte y durante un
tiempo limitado, a la organización del trabajo concebida como la suma, de las distintas divisiones del trabajo, división
destructiva para la personalidad de los actores. La lógica de nuestro dispositivo institucional permite que se desarrolle una
cierta parte de la subjetividad de los actores hasta ese momento sofocada. En el marco así introducido comprobamos en
efecto la existencia de procesos, de movimientos psicológicos individuales y colectivos, de un nuevo tipo. De allí que, a lo
largo de años, e incluso de décadas de práctica de intervención, surja la necesidad de construir una cantidad de
conceptos referidos a la psicología social, que den cuenta de esos procesos y movimientos. Citemos los principales:
actopoder, movimiento de apropiación del acto, problemática contradictoria autoridad-actopoder, psicofamiliarismo y
psicosocialidad, socialización no identificatoria, clivajes complementarios, división institucional del trabajo, familiograma
institucional (Mendel 1992/1997).
El dispositivo institucional, un elemento de respuesta a la pluri-dimensionalidad de la crisis
Nuestro dispositivo institucional está compuesto por dos elementos igualmente necesarios: grupos homogéneos
de trabajo que se reúnen tres o cuatro veces por año en forma voluntaria a fin de concertar sobre su acto de trabajo, y
una comunicación indirecta entre dichos grupos que apunta a la complementariedad del trabajo.
Evidentemente en primer término se trata de una reflexión de los actores acerca de los problemas profesionales
sobre los cuales hacen sugerencias, proponen soluciones, demandan recursos. En lo que se refiere a esta dimensión del
trabajo el dispositivo permanecerá en el tiempo siempre y cuando se produzcan modificaciones que prolonguen los
discursos y que ninguna categoría, sea cual sea su nivel, se sienta a largo plazo perdedora.
Pero, mediatizadas por el trabajo, habrá otras dimensiones de la “crisis” que se verán afectadas. La
recomposición, la reintegración del trabajo dentro del dispositivo permiten que el trabajador se convierta en el autor de su
trabajo gracias a un mayor dominio individual y colectivo de su actopoder. Además, es a partir del fortalecimiento de la
solidaridad y de modalidades novedosas de cooperación, esas solidaridades y cooperaciones que las nuevas formas de
dominación en el trabajo atacan frontalmente, que aparece más claramente el sentido social (o anti-social...) del trabajo
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dentro de la institución y del rol de la misma en la sociedad global. Elementos estos –sentido social, solidaridad,
cooperación, sentido de responsabilidad- que participan tanto de valores éticos colectivos, como de la psicosocialidad
individual.
Precisemos: la implicación subjetiva dentro de nuestro dispositivo institucional está referida – sobre la base de
una participación igualitaria y voluntaria – únicamente a las formas de complementariedad en ese trabajo a partir de un
mayor dominio del conjunto de elementos que constituyen el propio acto. Esta es sin duda la razón por la que hemos
tenido tantas dificultades, durante treinta años, para penetrar en la industria privada. Quedan sin embargo los campos de
la economía social, de la economía mixta, de las colectividades locales, de las asociaciones (incluidas las médicopsicológicas, médico-profesionales, geriátricos, etc.), de la función pública, del Servicio Público, de la escuela, en todos
los cuales intervenimos.
Agreguemos que, incluso en el caso de que se produjera ese “fin del trabajo” anunciado y en el cual no
creemos, nuestro dispositivo concerniría (y concierne ya fuera del trabajo propiamente dicho) a toda asociación de
individuos que se plantee un objetivo para el cual sea necesaria y deseable una división de las tareas.
Recordemos la frase con la que finaliza el film realizado por Jean-Patrick Lebel sobre el funcionamiento del
dispositivo institucional en la Sociedad de Transportes de Poitiers: “Cuando se ha comenzado a transformar el trabajo, la
nueva mirada del actor no se detiene en la puerta del establecimiento” (Lebel, 1992).
Somos conscientes, por supuesto, de los estrechos límites del dispositivo. Los componentes macrosociales y
macroeconómicos de la crisis, evidentemente esenciales, sólo son alcanzados por cambios en la psicología de los
actores que los lleva a intervenir más activamente en la vida cívica. Sin duda esos actores se beneficiarán con el
desarrollo de una reflexión profunda acerca de los procesos organizacionales de las formas de asociación en las que
intervienen.
Los obstáculos que hemos encontrado están relacionados con esos desafíos. Entre dichos obstáculos, y en
primer plano, aparece la falta de consideración, en la cultura de nuestra época, del hecho de que los factores
organizacionales predeterminan en gran medida el desarrollo de las capacidades psicológicas del sujeto. En la cultura
francesa particularmente, y debido a un individualismo secular, se verifica una gran dificultad para funcionar en grupo
(Ranjard 1997), lo que explica su especial vulnerabilidad frente a las formas actuales de desgranamiento del trabajo
individualizado y precario. En ese sentido también nuestro dispositivo juega un rol facilitador y formador. Este aprendizaje
de la participación en un grupo democrático, de la capacidad para expresarse individualmente y para la elaboración
colectiva, de la tolerancia frente al punto de vista de los otros, es el aprendizaje al que apunta la adaptación de nuestro
dispositivo a la escuela bajo la forma de “método de expresión colectiva de los alumnos” (M.E.C.A), (Rueff-Escoubès,
1997).
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Para responder a la pregunta planteada explícitamente por el título de este artículo, diré que a través de la
“crisis” se expresa la exacerbación de una forma de economía, plurisecular y ahora mundializada, que tiende claro está a
la máxima ganancia, pero también a la máxima expoliación del actor en los procesos de trabajo.
Esta expoliación actúa a través de las diversas divisiones del trabajo que pueden llegar hasta la división
individual del trabajo. La respuesta democrática a la “crisis” pasa entonces también por la reconquista por parte de los
actores del proceso de trabajo, condición de una psicosocialidad cuyo desarrollo esté a la altura de los problemas de la
época.
Gérard Mendel, 1998
ANEXO: Pequeño vocabulario de Sociopsicoanálisis2
Acto: “Propongamos la siguiente definición de acto: un proceso de interactividad entre un sujeto portador de un proyecto
(de acción) y la realidad a la que se refiere dicho proyecto, según los casos: un otro, la sociedad, la naturaleza; ese
proceso conduce a un cambio perceptible de la realidad. Es necesario entonces agregar inmediatamente que, al distinguir
así el acto de la acción, esta definición contraría el pensamiento dominante, tal como se ha constituido en los orígenes de
la cultura occidental.” (Mendel, 2002)
Actopoder: “Sabemos que las actuales condiciones de la división del trabajo no permiten que los individuos realicen un
acto entero, sino solamente fragmentos de los mismos. El problema es entonces el de las condiciones organizacionales
que podrían permitir que cada individuo tenga la mayor posibilidad de ejercer un acto que sea vivido por él como
completo y como siendo suyo a pesar de las distintas divisiones del trabajo (…) El Dispositivo Institucional (DI) que
introducimos tiene por objetivo paliar la división del trabajo (Mendel, 1999), religar lo que fue desligado. El concepto de
actopoder da cuenta, en sus tres modalidades, de esa relación del sujeto con su acto. Todo acto modifica la realidad, es
el poder del acto. El sujeto se encuentra en la situación organizacional de ejercer mayor o menor poder sobre su acto. La
experiencia muestra que de acuerdo al mayor o menor poder del sujeto sobre el acto se producen efectos psicológicos
contrarios. Poco poder: malestar o sufrimiento, desmotivación, irresponsabilidad. Más poder: placer, interés, motivación,
desarrollo del sentido de responsabilidad. El poder sobre el acto determina esos efectos psicológicos, pero el mismo
depende de la organización del trabajo. Por ello es que estimamos la necesidad de intervenir previamente introduciendo
en los establecimientos un dispositivo que, sin suprimir la organización del trabajo tal como existe, contrarreste de manera
funcional, por lo menos en parte, sus efectos de división del acto de trabajo.
El concepto de actopoder agrega, a la concepción tradicional del poder de unos sobre otros, la problemática, no teorizada
anteriormente, de un poder del sujeto sobre sus propios actos. Las fuentes antropológicas y los efectos psicológicos de
esos dos tipos de poder son diferentes.” (Mendel, 2002)
Movimiento de apropiación del acto: “El movimiento de apropiación del acto incluye dos elementos, entre los cuales se
encuentra primeramente el destinado a controlar mejor el proceso mismo del acto. Es aquel al que responde nuestro
dispositivo. Pero existe un segundo elemento, articulado al primero, e igualmente de carácter antropológico, que consiste
en observar, seguir, controlar, buscar apropiarse de los efectos del propio acto: en “ver el fin de los propios actos””
(Mendel, 1992).
2
Jean-Luc Prades (2010), Sociopsicoanálisis y participación. París, L’Harmattan.
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“Apropiación del acto (antiguamente la pulsión de apoderamiento) (…) La antigua denominación de pulsión muestra la
dimensión de la fuerza de ese movimiento de carácter antropológico que conduce a cada ser humano a pretender
dominar una de las realidades productoras de su vida: la de sus actos. El registro psíquico fundamental en juego es para
Mendel el descubierto por Winnicott, el del “encontrar-crear”, tal como opera para el niño en el seno del espacio
transicional, momento del desarrollo humano en el que nace la creatividad, vinculado a lo antropológico por su
universalidad. La apropiación de ese movimiento genera un fenómeno de culpabilidad inconsciente.” (Rueff-Escoubès. C.,
2008).
Psicofamiliarismo y psicosocialidad: “Las modalidades del dispositivo que hemos descripto no sólo tienen como
objetivo actuar sobre la realidad concreta del trabajo sino, al hacerlo, permitir evoluciones psicosociales de la
personalidad. (…) El Sociopsicoanálisis distingue dos categorías en las que se funda la personalidad. La primera,
denominada “psicofamiliar”, es la estudiada por el Psicoanálisis. La segunda, llamada “psicosocial”, nace y se desarrolla a
partir del ejercicio del actopoder individual y colectivo.” (Mendel, Prades, 2002)
Socialización no-identificatoria: “Socialización identificatoria significa que las relaciones que el niño y el adolescente
establecen con la realidad externa, con el entorno, son relaciones indirectas. Efectivamente es por intermedio del adulto,
imitándolo, identificándose con él, que el niño y el adolescente aprenden a manejar su relación con el mundo externo. Se
trata de una relación con la realidad externa mediada por el adulto. La socialización no-identificatoria designa una forma
de relación con la realidad que se realiza sin dicha intermediación. Esas formas tienen tres características: a) Proceden
de una relación directa con el entorno: el descubrimiento de un terreno difícil, los deslizamientos, el agua, los
animales…b) Se desarrollan dentro de un marco social. Los niños no quedan librados a ellos mismos. No se sitúan por
fuera de la sociedad. Descubren el mundo por sus propios medios, pero ese descubrimiento, si bien no está mediatizado
por los adultos (como en la socialización identificatoria) se produce sin embargo dentro de un marco social. El niño de la
socialización no-identificatoria nada tiene en común con el “niño salvaje” perdido en la naturaleza. c) Se desarrollan
generalmente en pequeños colectivos: grupos pequeños, pequeñas bandas.
Actualmente el niño que vive en medios urbanos tiene carencias en ambas formas de socialización. (…) Ya no es
formado en el molde familiar (…) porque los roles parentales se han ido desdibujando (…) Además el niño de las
ciudades ha sido separado de la naturaleza, de esa relación directa en la que podía medir sus fuerzas, en la que podía
descubrir progresivamente sus recursos y sus posibilidades, e ir incluso desarrollándolas. A falta de ello (…) debe
generalmente convivir con sus fantasmas de omnipotencia y de angustia extrema (…) Su sentimiento de inseguridad
proviene de una autonomía insuficientemente adquirida, su identidad no se ha desarrollado dentro de una activa
cooperación.” (Mendel 1995; 2000)
Socialización y autoridad: “La autoridad, como fenómeno psicológico utilizado socialmente, no hace más que
debilitarse. Me refiero aquí a la autoridad de tipo patriarcal: corre, efectivamente, el riesgo de asumir formas más arcaicas
de sumisión fusional a la autoridad de un gurú en una secta, un grupo, un partido político, una neo-religión. ¿Cómo hacer
entonces para paliar las falencias, que se agravan, de esa formidable herramienta de legitimación del poder y de
continuidad del lazo social que es la autoridad? Se puede, evidentemente, multiplicar el número de funcionarios
considerados “autoridades”, es decir, acrecentar la vigilancia policial en sus más sofisticadas variantes. También puede
elegirse un procedimiento “democrático”. La socialización de tipo identificatoria, que alimenta la autoridad, aquella que
hace que nos identifiquemos a nuestros padres, que hace que luego los docentes ocupen el lugar de los padres, que
luego les sucedan los superiores jerárquicos y las “figuras de autoridad”, funciona cada vez peor. Se podría entonces
elegir la vía de facilitar formas sociales de aprendizaje no fundadas ya en una identificación parental en cascada, sino en
la experiencia precoz del vínculo social. Es a ello que apunta explícitamente nuestro método de expresión colectiva de los
alumnos: una socialización no-identificatoria que se agregue a la socialización identificatoria.” (Mendel, 1999).
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Fuerza de creación: “La creación sólo existe en el acto, y ello porque interviene un sujeto (…) Es en el curso de la
interactividad del acto donde se expresa la fuerza de creación, y no en lo que proviene de la continuidad del proyecto de
acción durante el acto. El sujeto no posee conocimiento ni dominio sobre la fuente dinámica expresada en él; lo que no
será evidentemente el caso en las diversas investiduras posteriores de esa fuerza, luego de la adquisición del lenguaje o
de una técnica. Podemos sintetizar la situación en dos fases: no habría creación sin intervención de la fuerza de
creación; no habría creación si la fuerza de creación permaneciera en estado puro (…).
“La fuerza de creación: una tendencia siempre salvaje (incluso cuando no aparece como tal) por el hecho de que, en
función de su propia naturaleza, violenta lo que toca, transgrede las convenciones, quiebra los marcos, destruye los
modelos sobre los cuales su vector (el sujeto creador) se había apoyado previamente, mata a los padres que esos
mismos sujetos habían admirado. Se sitúa por fuera de la ley, por fuera de las normas, su fuente es externa al sujeto,
externa al inconsciente, externa a la conciencia. Lo que constituye su verdad es lo que de ella subsiste como fuerza
todavía no investida (…).
“La fuerza de creación es una fuerza individual. ¿Cómo se conjuga en las creaciones culturales colectivas? No lo
sabemos con precisión. Podemos no obstante imaginar que, en grupos reunidos por afinidad, bajo el efecto dinámico de
la concertación, se producen fenómenos de elaboración colectiva idénticos a los observados en los grupos homogéneos
de oficio por efecto del movimiento de apropiación del acto. Este no es otra cosa que la fuerza de creación que logra
expresarse en un acto, en particular en el acto de trabajo del sujeto.” (Mendel, 1998).
Traducción: Lic. María José Acevedo
Buenos Aires, Junio 2011.
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