Artistas - Museo Thyssen

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ARTISTAS DE LA EXPOSICIÓN
HIPERREALISMO 1967-2012
John Baeder (1938) es conocido por sus representaciones de restaurantes americanos de comida rápida. Desde el comienzo de su carrera artística en los años setenta, se ha sentido atraído sin interrupción por los llamados American diner, esos singulares iconos estadounidenses que se pueden encontrar tanto al borde de la carretera como en el interior de la ciudad. La contemplación de sus imágenes traslada al espectador al pasado, a la vez que transmiten una sensación de nostalgia. Charles Bell (1935 – 1995) está considerado el maestro del bodegón fotorrealista. En sus cuadros, basados en fotografías —casi siempre primeros planos— que él mismo tomaba de viejos juguetes de hojalata, máquinas de pinball, máquinas expendedoras de chicles, pero también de muñecas y de figuras de acción, Bell rinde homenaje a los artículos de consumo llenos de color que forman parte tanto del mundo de los niños como del de los adultos. Tras ampliar varias veces los motivos, los proyectaba sobre el lienzo, y a continuación procedía a pintarlos, fundamentalmente al óleo, concentrándose en las construcciones, las superficies, los efectos de espejo y la reflexión de la luz. La alteración radical de la escala y la focalización de la atención en zonas concretas de los motivos generan en el espectador un efecto de distanciamiento y de abstracción. Roberto Bernardi (1974) nació en Italia, y tuvo ocasión de estudiar a los antiguos maestros y sus técnicas pictóricas cuando trabajó de restaurador en la iglesia romana de San Francesco a Ripa. Con esos conocimientos y la aplicación de los métodos y las técnicas más modernos produce bodegones hiperrealistas de extraordinaria intensidad cromática. Primero fotografía composiciones de recipientes de cristal o de fruteros, y a continuación las traslada al lienzo con pincel y pintura al óleo en capas superpuestas, a modo de veladuras. Bernardi hace así una nueva interpretación de los motivos tradicionales de los bodegones y los acerca a nuestra época. Tom Blackwell (1938) se enfrenta en sus cuadros de gran formato, que hoy en día forman parte de los iconos del fotorrealismo, a la representación de motocicletas. Le interesan sobre todo las superficies brillantes de los motores y los distintos materiales presentes en ellas, pero también la interacción de las formas. En otro grupo de obras, Blackwell elige como motivo principal los escaparates, otro de los prototipos de la moderna sociedad de consumo. En ellos se exhiben artículos de consumo llenos de color o elegantes maniquíes, mientras en los amplios ventanales se reflejan tanto complicados juegos de luz como transeúntes que casualmente pasaban por allí en ese momento. Anthony Brunelli (1968) pisó el escenario del fotorrealismo a principios de los años noventa, y desde entonces se dedica a pintar paisajes urbanos. En enormes formatos panorámicos plasma motivos de la ciudad, que él mismo ha fotografiado previamente con ayuda de un objetivo gran angular: desde 1 poblaciones rurales situadas al norte de Nueva York, donde creció, hasta grandes ciudades de renombre internacional, tales como Praga, París, Mónaco o Zúrich, pasando por lugares exóticos, como Vietnam o Camboya. El tema favorito de Brunelli es el microcosmos urbano, que reproduce con tanta ingenuidad como precisión. Chuck Close (1940) utiliza la cabeza como motivo para modificar pictóricamente la información fotográfica con la ayuda de un sistema de retícula. A este artista no le interesa tanto el tema «retrato» como la construcción de un rostro mediante la transformación de una fotografía en una pintura. Las personas que Close presenta en sus cuadros — de hasta tres metros de altura— son, curiosamente, amigos suyos. Este hecho resulta en verdad sorprendente, porque de ellos emana un anonimato extremo y un gran distanciamiento frente al espectador. En todas sus obras se repiten rostros emocionalmente inexpresivos y los mismos fragmentos de la cabeza. Davis Cone (1950) plasma en sus cuadros las clásicas salas de cine y de teatro de las ciudades norteamericanas y sus alrededores. El cine desempeña un papel especial en Estados Unidos, y por ello las salas de proyección están sólidamente ancladas en la imagen de la ciudad. En muchos de sus cuadros, Cone las representa bañadas en una luz nostálgica. Ya sea de noche, con lluvia, en invierno o bajo un sol radiante, los nombres de las películas y de los cines se reproducen en grandes letras. El inquebrantable interés de Cone por este tema recuerda a la serie documental de John Baeder sobre los American diner. Randy Dudley (1950) se interesa —como muchos de sus colegas pintores— por los paisajes urbanos, y sin embargo sus obras son únicas. Sus cuadros panorámicos acentúan el carácter industrial de las ciudades. Maquinaria de obra, fábricas y construcciones de acero y de hormigón son los motivos preferidos. El artista centra la atención en las escenas cotidianas, en los escenarios irrelevantes, que en general pasan desapercibidos para los habitantes de la ciudad. Dudley insiste en plasmar pictóricamente esas impresiones opacas, para así revalorizarlas. Don Eddy (1944) es el representante más joven de la primera generación de fotorrealistas. En los años setenta se interesó sobre todo por el tema de los automóviles, lo que tiene su lógica, ya que su padre era propietario de un taller de reparación de vehículos. A pesar de la precisión de los detalles, sus cuadros de fragmentos sobredimensionados de parachoques y radiadores reflectantes parecen abstractos y distantes. A partir de los años ochenta, los efectos de espejo y las reflexiones se hacen todavía más intensos; los motivos de sus cuadros son ahora objetos de cristal y de plata colocados sobre superficies lisas. Eddy utiliza exclusivamente fotografías en blanco y negro como modelo, y añade los toques de color aplicando la pintura, con el aerógrafo, en capas sucesivas. Richard Estes (1932) celebró ya en 1968 su primera exposición individual en la Allan Stone Gallery de Nueva York, y a día de hoy sigue estando considerado como uno de los representantes tradicionales del 2 fotorrealismo. Su pintura se caracteriza por un esquema compositivo claramente estructurado, geométrico y casi siempre frontal, con paisajes urbanos como motivo principal. Al igual que Tom Blackwell o Charles Bell, también Estes siente especial interés por los reflejos en ventanas o en superficies metalizadas. A menudo combina varias fotografías para obtener una definición pictórica aún mayor que cubra toda la superficie. Por esta razón, entre otras, al contemplar sus cuadros desde lejos, nos parecen perfectos, fríos y distantes, y sólo al observarlos de cerca se reconocen sus delicadas pinceladas. Audrey Flack (1931) es la representante femenina más importante de la primera generación de fotorrealistas. A diferencia de las obras de sus colegas, las suyas son mucho más emocionales, comunicativas y están dotadas de una carga política feminista. Su primer cuadro fotorrealista —Kennedy Motorcade—, basado en la fotografía de una revista, data de 1964. A esta obra le siguieron numerosas representaciones de catedrales, de madonas y de ángeles, que la propia pintora había fotografiado antes de enfrentarse, en los años setenta, a la representación de bodegones en sus variantes modernas. Flack se sirve del aerógrafo para plasmar en el lienzo sus composiciones coloristas de objetos personales y simbólicos. Hacia 1983 abandonó la pintura para dedicarse a la escultura. Robert Gniewek (1951) se siente fascinado por la ciudad al atardecer y de noche. En sus obras reproduce los coloristas anuncios de neón de la gran ciudad: rótulos y letreros resplandecientes señalan la ubicación de restaurantes, cines, moteles, bares y gasolineras. El interés de Gniewek se centra especialmente en lugares y plazas artificiales, como Times Square en Nueva York o Las Vegas Strip, donde los difusos espectáculos de luz alcanzan su punto culminante. Gniewek fotografía desde distintos ángulos, a continuación, agrupa las imágenes en una composición armónica y, por último, traslada el motivo al lienzo con pinceladas finísimas, aparentemente invisibles, lo que en ocasiones requiere meses de trabajo. Ralph Goings (1928) procede de la Costa Oeste de Estados Unidos. Con su cámara capta instantes de la vida californiana. La fotografía congela secuencias de la realidad y momentos de luz, que luego traslada al lienzo con pincel y pintura al óleo. Sus cuadros de grandes automóviles se han convertido en iconos del fotorrealismo: camiones, furgonetas y autocaravanas están estacionados delante de restaurantes, de puestos de comida rápida o de supermercados. Sus escenas de restaurantes representan también un aspecto importante del estilo de vida americano. Clive Head (1965) forma parte del grupo de los representantes británicos del fotorrealismo, junto con John Salt y Ben Johnson. Su forma de trabajar lo diferencia, sin embargo, del resto de los fotorrealistas. Head esboza primero un dibujo de las escenas urbanas, que luego reproduce con modelos de carne y hueso. Sólo entonces procede a tomar fotografías desde ángulos diferentes, para, a continuación, fusionar las imágenes en una composición, que finalmente traslada al lienzo mediante pintura al óleo. Vistos desde lejos, sus cuadros —de enormes proporciones— parecen un tanto estridentes, pero, al observarlos de cerca, se aprecian sus finas pinceladas. 3 Gus Heinze (1926) es uno de los fotorrealistas que destaca por la abundancia de motivos que figuran en sus cuadros. Junto a fragmentos de fachadas perfectamente elaboradas, en ellos podemos encontrar también superficies pulidas y reflectantes procedentes de carrocerías de coches, detalles de motores y máquinas: al fin y al cabo, se trata también de paisajes que se filtran en su campo de visión. Para sus obras más complejas, Heinze utiliza casi siempre pintura acrílica, y sus cuadros forman composiciones globales geométricamente estructuradas, que atrapan y fascinan al espectador. Don Jacot (1949) se interesó en los años noventa por lugares muy transitados, tales como estaciones de metro y parques de atracciones, concentrándose sobre todo en la perspectiva y en la composición. En sus trabajos posteriores centra la atención, en un primer momento, en pequeños fragmentos de la ciudad, antes de dedicarse enteramente a pintar objetos concretos. Sus juguetes de hojalata sobredimensionados recuerdan a la obra de Charles Bell. Sus bodegones llenos de color transportan al espectador al mundo mágico de los sueños infantiles. Las composiciones de Jacot encierran un sinfín de detalles que merece la pena descubrir. Ben Johnson (1946) ha desarrollado un método innovador para convertir el modelo fotográfico en un cuadro fotorrealista. El proceso es tan largo como laborioso: primero obtiene varias fotografías, a las que siguen muchos dibujos previos, que se realizan con la ayuda del ordenador y con la participación de ayudantes. A continuación se recortan plantillas finísimas mediante láser y, por último, los colores definidos por ordenador se trasladan con aerógrafo al lienzo, en general de formato grande, cuando no panorámico. Las obras de Johnson son representativas del fotorrealismo de la tercera generación. John Kacere (1920 – 1999) terminó en 1969 el cuadro que reproduce, por triplicado y a tamaño natural, la zona media del cuerpo de una mujer. La modelo luce un liguero violeta y un slip amarillo. Esta obra fue la primera de una larga serie que acabaría convirtiéndose en su marca de fábrica: el cuerpo femenino aparece siempre cortado por encima de la rodilla y de la cintura, quedando reducido así a un fragmento muy destacado. Durante toda su carrera, Kacere se mantuvo fiel a esta temática; sus obras reproducen exclusivamente carne humana y tela. Tan solo varía la vista de la región de la cadera: unas veces se muestra de frente, otras por detrás, en posición tumbada o de pie. También cambian las telas de las prendas que visten las modelos. Por su persistencia, este motivo se convirtió en otro icono del fotorrealismo. Ron Kleemann (1937) se siente fascinado por el automóvil. Este motivo es el hilo conductor de toda su obra: los modelos van desde elegantes coches de carreras hasta tractores y coches de bomberos, pasando por pesados camiones. El foco de su atención se centra en los emblemas de las marcas y en los logotipos de los fabricantes sobre superficies pulidas. En los años noventa pintó una serie sobre el Desfile del Día de Acción de Gracias de Macy’s, que se celebra todos los años en Nueva York. Kleemann se concentra aquí en los grandes globos de colores que representan a conocidos personajes del cómic americano —por ejemplo, 4 Spiderman—, así como a otros extraídos de los cuentos infantiles, como Mary Poppins suspendida en el aire. Peter Maier (1945) retoma un motivo clásico del fotorrealismo: el automóvil. Trabajó algunos años como diseñador gráfico en el sector de la automoción, de donde sacó sus ideas para una nueva interpretación del tema, más acorde con los tiempos actuales. Maier es ambas cosas: diseñador de automóviles y artista, y esto se plasma en su peculiar forma de trabajar. Utiliza una pintura especial de coches, que aplica con aerógrafo sobre planchas de aluminio de alta tecnología hasta en 25 capas superpuestas. Sus representaciones de brillantes carrocerías de automóviles adquieren así un carácter tridimensional y producen un ilusorio efecto de autenticidad. Bertrand Meniel (1961) es un fotorrealista francés. Curiosamente, en los años noventa no se dedicó a pintar los paisajes de Francia que había a las puertas de su casa, sino que prefirió utilizar fotografías tomadas en South Beach en Miami como modelos para sus cuadros. Más tarde se sintió fascinado por la gran ciudad norteamericana y se dedicó a fotografiar rincones de San Francisco y de Nueva York con una cámara digital de alta resolución. Además de éstos, pintó otros paisajes urbanos de Zúrich, Mónaco y Praga. Meniel trabaja con pincel y pintura acrílica con una precisión extraordinaria, siguiendo fielmente el lema “si puedo verlo, puedo pintarlo”. Robert Neffson (1949) fotografía sus motivos urbanos en cualquier metrópoli del mundo con un gran angular. Su interés estriba sobre todo en los elementos arquitectónicos geométricos de las ciudades, concentrándose en una composición general muy meditada. En sus lienzos, Neffson presenta al espectador calles limpias de Nueva York, escaparates relucientes de París y la brillante luz del sol de Venecia. En sus cuadros no hay el menor trazo de suciedad, ni de polvo nostálgico ni de sombras oscuras. Yigal Ozeri (1958) amplía la internacionalidad de los fotorrealistas con una faceta muy particular: el artista israelí es conocido por sus cuadros figurativos. Su interés se centra sobre todo en mujeres jóvenes y hermosas, entre las que aparecen rostros conocidos. En las obras de Ozeri, criaturas élficas se mueven por una idílica naturaleza intacta y abren al espectador la puerta de entrada a un mundo de fábula. Un equipo de fotógrafos y de cámaras ayuda al artista a captar los modelos en alta resolución, que, en una fase posterior, se proyectan sobre el lienzo y se colorean pincelada a pincelada. David Parrish (1939) se interesa sobre todo —análogamente a Tom Blackwell— por los detalles de las motos en sus cuadros de los años setenta. Entre sus motivos preferidos figuran tubos de escape de metal reflectante, tanques de combustible relucientes y pulidos, faros redondos y el perfil de neumáticos inflados. Hacia finales de los años ochenta se dedica a plasmar en el lienzo fragmentos sobredimensionados de figuras de cerámica y de porcelana. Los rostros relucientes de personajes conocidos, tales como Marilyn Monroe, Elvis Presley o Sylvester Stallone se transforman en bodegones tan vivos como kitsch. 5 Rod Penner (1965) trabaja con tanta precisión y minuciosidad que sus cuadros desencadenan vivencias auténticamente hiperrealistas: resulta casi imposible distinguir los cuadros de sus modelos fotográficos. Este artista de origen canadiense vive en Texas, y en sus obras reproduce barrios de la periferia de ciudades de su patria adoptiva, con sus casas y jardines delanteros, con amplios desfiladeros urbanos y con automóviles. Los fragmentos de su entorno personal resultan anónimos y fríos. Su perfección técnica acentúa aún más el distanciamiento. Ben Schonzeit (1942) ha dedicado gran parte de su quehacer artístico al bodegón, aunque realiza también retratos, representaciones de animales y paisajes. En sus lienzos surgen imágenes impactantes de objetos cotidianos, productos alimenticios, frutas y verduras, a los que no les falta ni el más mínimo detalle, igual que sucede en sus enormes retratos y en sus cuadros de paisajes, en los que plasma impresiones de la naturaleza. Como también hicieron Chuck Close, Audrey Flack y Don Eddy, a principios de los años setenta Schonzeit utilizó exclusivamente la técnica del aerógrafo. Raphaella Spence (1978) es una exponente de la internacionalización del fotorrealismo tanto por sus circunstancias personales como por la elección de los motivos de sus cuadros: nació en Londres, creció en Francia y en Italia, y recorre el mundo fotografiando ciudades con una cámara de 66 megapíxeles. Al margen de ello, ha abierto nuevas perspectivas al estilo artístico que practica. Spence no hace fotografías desde el ángulo visual del espectador, sino que se eleva por encima de éste a bordo de un helicóptero. A continuación, la imagen se traslada al lienzo píxel a píxel, y el resultado es un cuadro hiperrealista insospechadamente nítido. Bernardo Torrens (1957) es otro de los representantes europeos del fotorrealismo. El artista español retoma un motivo tradicional en la historia del arte: el desnudo femenino. Junto a este tema figuran también algunos bodegones. En sus obras figurativas, Torrens se aparta notablemente de sus colegas. Sus escenas no son en absoluto espontáneas, sino diseñadas de antemano, y parecen fotografías de estudio. Las obras de este artista destacan por su equilibro y sosiego; estas impresiones obedecen a la composición, pero también al comedido uso del color. 6 
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