La culpabilidad (II: la inimputabilidad) 10.ª I. Minoría de edad.– II. Enajenación y trastorno mental transitorio.– III. Situaciones relacionadas con la intoxicación.– IV. Alteración de la percepción.– V. La responsabilidad extraordinaria (actio libera in causa). El juicio de reproche dirigido al agente por su hecho se basa en la ¿¡Cómo pudiste hacerlo!? (II) consideración del sujeto, en el caso concreto, como libre. Para afirmar la libertad plena, es preciso afirmar, no sólo que el sujeto conoce lo que hace (que permite afirmar de él que obra con volición, es decir: con dolo y sin violencia), sino que además y a la vez sabe lo que hace (que permite afirmar de él que obra con voluntariedad). Volición y voluntariedad son así dos formas distintas de referirse a la libertad. El juicio de reproche que se encierra en la culpabilidad presupone (implica) que se ha obrado con volición (que existe un hecho) y afirma que el hecho se ha realizado también con voluntariedad. Hay casos en que la volición existe (el sujeto es agente, porque obra con dolo, en cuanto actualiza reglas de experiencia que le permiten manejarse en el entorno), pero falta la voluntariedad (el sujeto no sabe que lo que hace reviste el carácter de prohibido, por ejemplo). En esos casos, no puede reprocharse al sujeto haber obrado de esa manera: no es culpable. Y no lo es porque desconoce el sentido normativo que adquiere su hecho, o bien porque aun sabiéndolo, no es capaz de obrar en consecuencia y respetar bienes e intereses de terceros. Se habla de imputabilidad como elemento de la culpabilidad: hace referencia a la capacidad de ser culpable, en virtud de hallarse el agente en situación «normal» de sus facultades psíquicas, como para permitir acceder al sentido que su hecho tiene («sabe lo que hace») y de guiarse conforme a tal comprensión («obra según lo que sabe»). Bajo el concepto de inimputabilidad se engloban diversos grupos de casos: la minoría de edad, la enajenación y trastorno mental, la intoxicación, y la alteración de la percepción desde el nacimiento o la infancia. ¿Qué sucede cuando el agente es un menor de edad? ¿Deja por eso de ser culpable? ¿Es que los menores son incapaces de conocer la ilicitud de lo que hacen? Caso de que así fuera, ¿es que los consideramos incapaces de regirse conforme a la ilicitud? Obviamente, no es así. Como lo prueba el que a los menores de edad se les dirigen normas, reproches, castigos... Un menor, a partir de cierta edad, puede ser perfectamente consciente de la licitud o ilicitud de su obrar, del mismo modo que puede guiarse conforme a esas representaciones. Sin embargo, el Ordenamiento prefiere no http://www.unav.es/penal/delictum/ 159 10.ª La culpabilidad (II: la inimputabilidad) aplicarles el Derecho penal común (penas), prefiere apartarlos del Derecho de las penas, y confiarlos al Derecho de las medidas de seguridad, basadas, no en la culpabilidad, sino en la peligrosidad. Ello presupone –ya lo hemos dicho– que el menor comete un hecho típicamente antijurídico. Le falta, en cambio, la culpabilidad, el reproche por su conducta (o, al menos, se lo reprochamos de otro modo, diverso al de los adultos). Veámoslo en el C.101, aunque presenta además un curioso problema técnico distinto. C.101 Caso del «cumpleaños» «Sobre las 11.40 horas del día 23 de febrero del presente año 1998, dos menores de edad cruzaban un descampado sito junto a una escuela de formación profesional en el Cabañal de Valencia, lugar en que realizaban sus estudios, en cuyo momento fueron abordados por los acusados Emilio G. R. y Angel J. H., ambos de 18 años de edad y sin antecedentes penales, que les pidieron dinero a cuya entrega se negaron los menores. Los acusados les siguieron en el camino insistiendo en lo mismo, hasta que acorralaron a los menores a quienes, advirtiéndoles que les pegarían de no darles el dinero, consiguieron que se prestasen a ello, en concreto el único que portaba algo de dinero y que sacó la cartera con intención de extraer dos monedas de cien pesetas que entregar a los acusados, puesto que la petición inicial de éstos tenía que ver con dinero para el autobús. Pero a la vista de la cartera, se la arrebató Angel al tiempo que advertían a los menores que no debían denunciarles, pues de otro modo irían por ellos, y pasaba casualmente por el lugar una dotación de la Policía Nacional en automóvil, preguntando los agentes si sucedía algo, a lo que los acusados simularon familiaridad entre el grupo mientras que los menores permanecían callados por el temor que les causaba la presencia y las palabras de los acusados. Los agentes insistieron en las preguntas hasta que terminaron por registrar e identificar a Angel en cuyo poder estaba la cartera con dinero de uno de los menores, que en cuanto se sintieron protegidos porque los acusados fueron retenidos por los agentes en lugar separado de aquel en que los menores permanecían, contaron a éstos lo sucedido». El recurrente Angel J. H. era en el momento de los hechos, menor de dieciocho años, pues “nació el día 23 de febrero de 1980”, y no consta la hora de nacimiento» (Hechos probados, modificados, de la STS 26 de mayo de 1999, ponente: Excmo. Sr. D. Puerta Luis; A 5258). De estos hechos probados puede destacarse: a) E. y A. tienen menos de 18 años de edad (más en concreto, A. cumple 18 el día de los hechos); b) ambos conminan repetidamente a dos menores de edad a que les entreguen dinero; c) A. arrebata la cartera a uno de ellos; d) la Policía sorprende a los cuatro y logra que devuelva la cartera. A partir de ese relato de hechos probados (que hemos modificado http://www.unav.es/penal/delictum/ 160 La culpabilidad (II: la inimputabilidad) parcialmente para situar la edad en cuestión en los 18 años), trataremos de la responsabilidad de A. y E. Nada hay en el relato de hechos probados que haga dudar de la existencia de una conducta humana, por lo que pasamos al análisis de la posible tipicidad. La conducta se desmembra en dos fases: en una primera, conminan a los dos menores a que les entreguen dinero, para lo cual emplean amenazas e intimidaciones (los acorralaron, les advierten que les pegarían de no darles el dinero, les advierten «que no debían denunciarles, pues de otro modo irían por ellos»). Todo ello es indicio de una serie de actos que condicionan la voluntad de los menores. Es claro que, sin dichos actos, los menores no se verían conminados a entregar el dinero, luego podemos afirmar que la conducta de A. y E. es causal. No sólo causal; es, además, constitutiva de un riesgo relevante a efectos de diversos tipos: al menos, de las amenazas (arts. 169-171), coacciones (art. 172) y robo violento o intimidatorio (arts. 237 y 242). En cuanto a las amenazas, porque anunciar a un menor de edad en esas circunstancias que tomarán represalias si no hacen entrega del dinero, constituye un mal cierto y creíble, que condiciona en efecto su libertad; y es eso precisamente lo que se llama amenazas en los tipos descritos en los arts. 169-171. Dicho tipo no exige la producción del mal anunciado (a modo de resultado), pues es un tipo de mera actividad que se consuma con el anuncio serio y creíble de la intimidación. Algo semejante sucede en materia de coacciones, pues el tipo exige la actividad contra la libertad al impedir a la víctima hacer algo, o le compele a hacerlo (art. 172): y en el momento en el que A. arrebata la cartera de las manos del poseedor, le está compeliendo físicamente a hacer lo que no parece que quiera hacer (le «arranca la cartera de las manos», por así decir). Luego también es típico el riesgo a efectos de las coacciones. Además, en cuanto al robo, obsérvese que el tipo exige al menos dos actos (violencia o intimidación, por un lado, más sustracción de un bien mueble con ánimo de lucro), y en este caso, la violencia o intimidación está expresada precisamente en esas amenazas y coacciones de las que acabamos de hablar; en cuanto al apoderamiento, obsérvese que A. arrebata de las manos la cartera, y la incorpora a sus bienes (tanto es así, que al llegar la Policía, no veían la cartera). Sin embargo, ese apoderamiento, aun constituyendo efectivamente un riesgo típico del delito de robo, no llega a realizarse en el resultado, no se consuma, pues se exige en dicho tipo que el bien sustraído pase a ser disponible al menos potencialmente por el sustractor. Y es esto lo que falta en el caso: A. y E. no han gozado de la disponibilidad de la cosa sustraída, pues todavía están allí presentes. De ese modo, habría sido lícito que la víctima obrara en legítima defensa contra A., pues todavía la agresión se estaba realizando. De este modo, el tipo queda sin consumación, o en tentativa. Por otro lado, la tipicidad de las http://www.unav.es/penal/delictum/ 161 10.ª 10.ª La culpabilidad (II: la inimputabilidad) amenazas y coacciones quedaría incluida en la del robo, pues dicho tipo exige actos propios de aquéllas: con otras palabras, el robo violento o intimidatorio (en principio) incluye ya conductas que tienen relevancia típica, pero que no es preciso sancionarlas aparte, pues supondría un exceso por desproporción en la sanción (es el llamado concurso de normas): en definitiva, la aplicación del delito de robo, aun en tentativa, abarca ya los actos típicos de las amenazas y coacciones. Por tanto, la conducta de A., junto con la intimidación de E. y él mismo, realiza parcialmente el tipo objetivo del delito de robo (arts. 237 y 242 en tentativa). En cuanto al tipo subjetivo, difícil es negar el dolo por parte de A. y E., pues ambos saben lo que están diciendo, y conocen además las circunstancias de vulnerabilidad de las víctimas, por lo que si sabiendo eso siguen actuando, se están sin duda representando el riesgo objetivo del tipo. Luego también se cumple el tipo subjetivo del tipo de robo en tentativa. Nada se dice sobre un ataque previo por parte de los dos menores a A. y E. que nos llevaría a plantear una legítima defensa. Tampoco hay nada que hable a favor de un estado de necesidad. La conducta típica de robo en tentativa es además antijurídica, pues no queda amparada por una causa de justificación. Respecto a la responsabilidad de A. y E. en concepto de autor o de partícipes, cabe señalar cómo son ambos los que profieren amenazas y conminan a los dos menores, luego ambos serían autores (coautores) de las amenazas. Que después sólo fuera A. quien arrebata la cartera, no quiere decir que sólo él coaccionara y robara, sino que lo que él hace puede ser a la vez imputado a E. Es lo propio de la coautoría, en la medida en que exista un mutuo acuerdo y realización conjunta entre los agentes. Y eso parece darse aquí, pues el acuerdo es al menos tácito y no previo sino simultáneo a la ejecución. Todo ello permite hablar de coautoría y de lo que ésta lleva consigo: la imputación recíproca a los intervinientes de lo que hace cualquiera de ellos. En sede de culpabilidad, sin embargo, la imputación de cada uno de ellos varía, se diversifica. En concreto, se lee cómo uno de los coautores cumple los 18 años el día de los hechos1. ¿Es menor de edad a efectos penales? Si se entiende que no, se aplicará el código penal con todas sus consecuencias; si se entiende que es menor, el código penal da paso a la ley de responsabilidad penal de los menores (art. 19). Respecto a E. no hay dudas: es mayor de edad, pues se dice que ya tiene los 18 años cumplidos; si además no se halla bajo los efectos de una intoxicación, habrá que reconocer que es imputable, y si conoce la prohibición de robar y no se encuentra en una situación de inexigibilidad, habría que reconocer que es culpable, como parece perfectamente defendible. En cambio, para A. la afirmación de su imputabilidad no es tan sencilla: ¿cuándo se ha http://www.unav.es/penal/delictum/ 162 1 En la STS 26 de mayo de 1999 (ponente: Excmo. Sr. D. Puerta Luis); A 1999\5258 (en la que A. en realidad tiene 16 años, y no 18 como aquí se ha señalado) se puede leer: «Dado que el hecho enjuiciado tuvo lugar a las 11.40 horas del día 23 de febrero de 1998, tal día coincide con el [18] aniversario del nacimiento del recurrente; pudiendo suscitarse dudas sobre la forma de computar la edad de las personas a los efectos penales, por cuanto el art. 315 del Código Civil establece que, para el cómputo de la mayoría de edad, “se incluirá completo el día de nacimiento”. Por tanto, de aplicarse esta norma al presente caso, Angel J. habría cumplido los [18] años el día de autos. Mas no debe ser así porque, como tiene declarado esta Sala, en Sentencia de 24 de septiembre de 1992, dicha norma –proveniente de una Ley de 13 de diciembre de 1943– tenía por finalidad – según el preámbulo de la misma– favorecer a los jóvenes que así quedaban – emancipados de la patria potestad en edad más temprana. Tal criterio, por el contrario, no favorece a los jóvenes desde el punto de vista de sus posibles responsabilidades criminales. Así pues –como se dice en la Sentencia citada–, “sería desvirtuar esa finalidad beneficiadora de los La culpabilidad (II: la inimputabilidad) de entender que comienza la mayoría de edad? Al no constar la hora de nacimiento, podría bastar la regla jurídica in dubio pro reo para estar por su minoría de edad. Sin embargo, un precepto legal expreso, como es el art. 315 del código civil, prevé que para el cómputo de la edad se tendrá en cuenta completo el día de nacimiento. Pero dicha disposición lo es en una materia que favorece a la persona (comienzo de la emancipación), mientras que aplicada al Derecho penal aumentaría la responsabilidad penal del sujeto. Por eso, entra en juego de nuevo la regla in dubio pro reo, de manera que no se entenderá llegado a la mayoría de edad penal hasta el día siguiente. Esta disposición vale sólo para A., y no para E. De manera que A. es inimputable del delito de robo en tentativa, mientras que E. responderá de dicho delito, como agente imputable que es. Aun siendo coautores, obsérvese como lo son del hecho, aunque luego cada uno difiere en la culpabilidad, que es personal. Que A. resulte ser inimputable, no significa que su conducta sea irrelevante, sino que entrarán en juego las medidas de seguridad –ciertamente gravosas– previstas en la Ley del Menor. Nada hay, por lo demás, que condicione la punibilidad, por lo que el delito de E. será además punible. En conclusión, A. y E. son coautores de un delito de robo intimidatorio en grado de tentativa, del que A. es inimputable, pero no así E., a quien se aplicará la pena del art. 242, reducida en uno o dos grados, mientras que A. las medidas de seguridad que correspondan en aplicación de la Ley penal del menor. Cfr. también C.111. Como se puede apreciar una vez más, juicio de culpabilidad es personal, es decir, recae sobre la persona concreta, y no sobre el hecho. Por lo que son posibles diferencias en un mismo caso según sean las circunstancias de cada uno de los intervinientes: unos pueden ser culpables, y otros no, u otros en menor medida, pero siempre del mismo hecho antijurídico. El hecho es antijurídico para todos, pero la culpabilidad es personal. La menor edad del agente influye para que se le considere no culpable. Influyen en ello razones de política criminal; en concreto, de falta de necesidad de pena, en virtud de las cuales, para evitar la aplicación de penas que podrían desocializar al sujeto, se ha preferido aplicar otra clase de consecuencias: las medidas de seguridad. La minoría de edad no es el único caso que excluye la imputabilidad. También desaparece en casos de enajenación mental y trastorno mental transitorio. Veámoslo en C.102. Así, hay que destacar cómo en la culpabilidad confluyen elementos de la libertad del agente, pero también consideraciones preventivas (de necesidad o no de castigar). http://www.unav.es/penal/delictum/ 163 10.ª adolescentes aplicar ese cómputo del artículo 315 del CC a los supuestos de determinación de los 16 o los 18 años como causas de exención o de atenuación de la responsabilidad penal, pues ello perjudicaría al delincuente joven, al adelantar el cumplimiento de esas edades al momento de terminar el día anterior al del correspondiente aniversario (véase la Sentencia de esta Sala de 25-2-1964). El criterio del art. 315 que es beneficioso en materia civil, pues adelanta la adquisición de la plena capacidad de obrar (art. 322), no lo sería en el aspecto ahora examinado. Por todo ello, el cómputo de esta materia penal ha de realizarse de momento a momento, teniendo en cuenta la hora en que ha de reputarse cometido el delito y aquella otra en que se produjo el nacimiento. Así se ha pronunciado esta Sala, en Sentencia de 14-1-1988...”. Si no consta la hora del nacimiento, tal omisión probatoria ha de beneficiar al acusado ("in dubio pro reo"), de modo que se haya de entender que nació en una hora posterior a aquella en que se produjo el hecho delictivo,...». 10.ª La culpabilidad (II: la inimputabilidad) C.102 Caso «Palma» «El acusado Antonio R. L., mayor de edad en tanto que nació el día 5 de enero de 1948, funcionario del Ayuntamiento de Palma y privado de libertad por esta causa desde el día 11 de agosto de 2000, teniendo grave y significativamente alteradas sus capacidades volitivas e intelectivas debido al trastorno delirante que padece, realizó los siguientes hechos: a) En fecha 2-9-1999 fue condenado por sentencia del Juzgado de Instrucción número Tres de Palma como autor de una falta de coacciones en la persona de Francisca F. M. a una pena de multa y a la prohibición de aproximarse o comunicar con dicha persona en tiempo de seis meses. En dicha sentencia se declaraba probado que el acusado entre febrero de 1998 y julio de 1999 llevaba a cabo actos que, contrariando la voluntad de Francisca F., eran tendentes a forzar una relación y una comunicación no deseada entre el acusado y la citada persona. El acusado pese a conocer el contenido de la sentencia y la prohibición que ésta imponía, realizó los siguientes actos: -Entre el 3 de septiembre y el 10 de noviembre de 1999 realizó múltiples llamadas telefónicas a Francisca F. -En fecha 9 de noviembre de 1999 se presentó intencionadamente en el lugar de trabajo de Francisca F. con intención de hablar con ella. -En fecha 12 de diciembre de 1999 realizó una nueva llamada telefónica a Francisca. Entre el 10 de noviembre y el 12 de diciembre de 1999 siguió realizando llamadas tanto a su lugar de trabajo como a su domicilio. -En fechas comprendidas entre el 12 de diciembre de 1999 y el 11 de febrero de 2000 el acusado persistió en sus llamadas telefónicas a Francisca realizando al menos quince de éstas e incomodando tanto a ella como a sus familiares. Tras haber realizado diversas llamadas en días anteriores, el acusado en fecha 28 de febrero de 2000, se presentó en el domicilio de Francisca F. -En fecha 5 de mayo de 2000, pese a las prohibiciones judiciales y municipales existentes, se presentó en el centro de trabajo de Francisca con intención de hablar con ella. […] A consecuencia de estos hechos Francisca F. tuvo que estar temporalmente de baja en su trabajo, abandonar el domicilio en que residía y padecer un cuadro de ansiedad» (STS 18 de octubre de 2002, ponente: Andrés Ibáñez; RJ 9128). De la sucesión de estos hechos cabe destacar cómo el procesado Antonio reiteradamente intenta, con éxito o sin él, ponerse en contacto con Francisca. Ya por esos hechos fue condenado una vez por delito de coacciones, en una sentencia que le imponía la obligación de no contactar con la víctima. Dicha sentencia fue reiteradamente desobedecida por Antonio, mediante sucesivos intentos de hablar con Francisca, quien acabó sufriendo algunas lesiones psíquicas, y viéndose obligada a cambiar de domicilio. Se nos dice también que Antonio padecía un trastorno delirante que http://www.unav.es/penal/delictum/ 164 La culpabilidad (II: la inimputabilidad) provocaba que tuviera grave y significativamente alteradas sus capacidades volitivas e intelectivas. A partir de estos hechos, y sin modificarlos, cabe afirmar lo siguiente sobre su responsabilidad. Un trastorno delirante no hace desaparecer la conducta humana: se mantiene un mínimo de libertad que permite hablar de conducta, aunque después en la sede oportuna habrá que plantear cómo responde penalmente de aquélla. Si Antonio es capaz de llamar por teléfono, y de importunar a alguien, es porque no se trata de un mero factor en un proceso natural, sino de una conducta humana, actos humanos. Concurre el elemento conducta. En cuanto a la tipicidad de tal conducta podemos prestar atención a los arts. 147 y 617.1 (lesiones), 169-172 y 620.2.º (amenazas y coacciones) y 468 (quebrantamiento de condena). En cuanto a las lesiones, delito de resultado, la conducta de Antonio, además de causal, constituye un riesgo típico de lesiones, en cuanto su reiteración puede acabar creando un clima de angustia, persecución, que menoscabe la salud de una persona. Si no se dice que otros factores (otras causas de angustia, enfermedades previas…) afectaran a la víctima, hay que concluir que dicho riesgo se plasma en el resultado de lesiones psíquicas (que de precisar tratamiento médico, además de una primera asistencia, constituirían las lesiones del art. 147; de lo contrario, las del 617.1). Las amenazas y coacciones no constituyen tipos de resultado, sino de mera actividad, por lo que bastará identificar la causalidad y la tipicidad de la conducta, sin que la relación entre el riesgo de la conducta y un resultado plantee problemas: las reiteradas llamadas telefónicas, el presentarse una y otra vez…, son actos de «persecución» de una persona que acaban por restringir su libertad. No puede decirse que Francisca se viera absolutamente impedida a actuar (coacciones), pero sí que su libertad se vio restringida. Sin embargo, el delito de amenazas exige anunciar un mal, del que no se habla en el relato de hechos probados. De ser así, la conducta no despliega un riesgo en el concreto sentido del tipo de amenazas, como tampoco del de coacciones. Hay, sin embargo, una infracción subsidiaria, entre las faltas (art. 620.2.º), que sanciona la conducta de las vejaciones: no siempre vejar a alguien consiste en amenazarle o someterle a coacción, sino que basta para vejar a alguien el acosarle, el someterle a lo que no quiere, sin que lleguen a constituir coacción. Entiendo que la reiteración de las llamadas y encuentros sí constituyen un riesgo típicamente relevante de vejación (que no es infracción de resultado, sino de mera actividad, por lo que no precisa nos planteemos si el riesgo ha de plasmarse en un resultado). Por último, la conducta de desobedecer a una resolución judicial que le había previamente condenado constituye un riesgo típico del delito de quebrantamiento de condena (art. 468), por cuanto es posible condenar a una prohibición de aproximarse a la víctima o comunicar con ella (art. 39), fue procesado, condenado, y la sentencia comunicada. Por todo ello, podemos afirmar que su http://www.unav.es/penal/delictum/ 165 10.ª 10.ª La culpabilidad (II: la inimputabilidad) conducta es objetivamente típica como infracción de lesiones (arts. 147 o 617, según el caso), vejación (art. 620.2.º) y quebrantamiento de condena (art. 468). Subjetivamente, la tipicidad de dichas infracciones dependerá de si Antonio conocía el riesgo que su conducta estaba desplegando, a partir de las reglas de experiencia que cualquier persona adulta en la actualidad puede tener. En cuanto al delito de quebrantamiento de condena, si Antonio sabe que sobre él recae una sentencia condenatoria, una prohibición, es porque ésta le fue comunicada personalmente, luego ha de conocer sin posibilidad de error que está obrando contra esa resolución: concurre el dolo necesario para el tipo. En cuanto a la infracción de vejación, puesto que le consta la voluntad contraria de la víctima, sus parientes y otras personas, hay que afirmar que conoce que está molestando a una persona de forma relevante. Esto permitiría afirmar el dolo de su conducta de vejación. No parece, sin embargo, que sea consciente del riesgo para la salud psíquica que estaba provocando con su persecución. En este punto sí podría hablarse de una falta de conocimiento del riesgo propio del tipo: afectación a la salud (psíquica) de otro. Pero ello no quita que debiera habérselo representado, y proceda una sanción por imprudencia (error vencible): arts. 152 y 621. Por todo ello, podemos afirmar que su conducta es subjetivamente típica: el quebrantamiento de condena, doloso; la vejación, dolosa y la infracción de lesiones, imprudente. No hay indicios que hablen a favor de la justificación de la conducta de Antonio: las tres conductas son antijurídicas. En cambio, en sede de culpabilidad hay que preguntarse si la perturbación grave y significativa de sus capacidades intelectivas y volitivas debido a un trastorno delirante, afecta a la imputación de la conducta como culpable. Para afirmar la culpabilidad se precisa que el sujeto se halle en una situación de imputabilidad normal: que sea capaz de regirse mediante normas porque accede a ellas y puede adaptar su conducta en consecuencia. Además, se precisa el conocimiento de la prohibición y que le sea exigible al sujeto obrar de acuerdo con esas normas. En cuanto a la imputabilidad normal, la capacidad del sujeto de acceder a las normas y regirse mediante ellas es lo que se entiende también como libertad. Pero una libertad considerada ahora en sentido más completo que la libertad mínima que exigimos para apreciar una conducta humana. Para que exista una conducta humana, basta con que el sujeto goce de autocontrol, que adopte algunas pautas de comportamiento. Por ejemplo: para llamar a alguien ausente, las personas saben que pueden recurrir al teléfono, saben que para dar con alguien ha de localizársele y por tanto ir a donde esa persona vive o trabaja. Estos procesos incluyen la adopción de ciertas pautas de conducta, autocontrol, pero no implican necesariamente una libertad plena. Hablamos entonces sencillamente de que el sujeto obra con volición, con una libertad http://www.unav.es/penal/delictum/ 166 La culpabilidad (II: la inimputabilidad) mínima. Pero es posible además obrar con voluntariedad, es decir, con libertad plena, con la adopción, no sólo de reglas de utilidad o experiencia, sino más aún, con reglas morales de conducta: sabiendo que lo que hace es bueno o malo, justo o injusto, correcto o incorrecto. Es esta libertad de la que hablamos en sede de culpabilidad (la libertad mínima, la volición, se trata, en cambio, en sede de conducta). Y a la vista de la perturbación que sufre Antonio hay que concluir que su libertad se ve disminuida: al menos conoce las normas morales y jurídicas, pues se las han ido reiterando las personas que sucesivamente le han impedido hablar con Francisca. Pero no parece que goce de la suficiente capacidad como para adaptar su conducta a esas normas: no es que sea impermeable –si se me permite la expresión–, pero sí se ve afectada su capacidad de reacción y adaptación de la conducta a esas reglas (art. 20.1.º). No me parece, sin embargo, que la capacidad de adaptar su conducta sea plena y absoluta. Soy partidario entonces de entender que concurre una imputabilidad disminuida. En sede de punibilidad, la imputabilidad disminuida puede dar lugar a una rebaja de uno o dos grados respecto a las respectivas penas recurriendo al expediente de las eximentes incompletas (art. 21.1.ª). En definitiva, a Antonio se puede imputar las infracciones de lesiones (imprudentes), quebrantamiento de condena y vejación, de las que respondería de manera atenuada con una pena inferior en uno o dos grados. Cfr. además, C.103. Como se ha podido apreciar, una persona puede ver disminuidas sus facultades psíquicas por efecto de una enfermedad. Esa disminución podría incluso hacer desaparecer la posibilidad de ser culpable (imputabilidad), porque provocan en el agente, o bien una ignorancia sobre el sentido normativo de la conducta, o bien, aunque exista conocimiento del sentido normativo, incapacidad de actuar conforme a esa comprensión. Ambos dos efectos pueden derivar, o bien de una enfermedad (enajenación) o de un defecto temporal de conocimiento (trastorno mental transitorio); así lo hemos visto en C.102. Pero también es posible que provenga de la ingesta de alcohol o drogas. Lo veremos a continuación en C.103. http://www.unav.es/penal/delictum/ 167 10.ª 10.ª La culpabilidad (II: la inimputabilidad) C.103 Caso «Castilleja de la Cuesta» «El día 22 de octubre de 1997», el encargado de seguridad del establecimiento... de Castilleja de la Cuesta requirió los servicios policiales, compareciendo una dotación policial que trasladó al denunciado Andrés F. «que se encontraba ebrio al cuartel de la Guardia Civil, durante el trayecto el denunciado profería frases contra los agentes de la policía local como "hijos de …” y otros semejantes y al llegar a la Comandancia de la Guardia Civil, continuó en la misma actitud y al sujetarle el guardia civil de la puerta número ..., Braulio O. H., éste se abalanzó sobre él y cayeron ambos al suelo, resultando lesionado Braulio O. que tardó en curar 3 días sin impedimento.» El informe médico psiquiátrico aportado al juicio, acredita que el acusado y ahora apelante, tiene grave adicción al alcohol, desde hace años y la amplia prueba practicada desde que se procedió a la detención, hasta que pasó por las dependencias policiales, entrada en el vehículo policial, etc., permiten constatar, sin duda alguna, que el ahora recurrente estaba completamente embriagado» (SAP Sevilla 10 de marzo de 1999, ponente: Núñez Vide; ARP 1066). Relevante es en los hechos que el acusado Andrés: a) dirigió diversos insultos a diversos agentes de la Policía local y Guardia Civil; b) se abalanzó contra un agente de la Guardia Civil a quien causó lesiones leves; c) el acusado tiene grave adicción al alcohol desde hace años y se encontraba, sin duda alguna, completamente embriagado. A partir de esto, cabe indicar lo siguiente. La ingesta de alcohol no hizo desaparecer el uso de pautas en su proceder, de tal modo que podemos hablar todavía de un proceso humano susceptible de autocontrol. Hay un mínimo de autocontrol como se evidencia en la profusión de insultos y el abalanzarse contra Braulio. Podía haberlo hecho contra otras personas, pero precisamente se dedica reiteradamente a insultar a ésas y a golpear a una de ellas. Por otro lado, nada se dice que se cayera sobre Braulio, sino que se abalanzó sobre él, lo cual hace desaparecer toda posibilidad de una fuerza irresistible, y nos sitúa más bien en el ámbito de la conducta humana. A pesar de la embriaguez, se percibe un mínimo de autocontrol en Andrés que lleva a considerar el proceso humano en el que se ve inmerso como una conducta humana externa y susceptible de autocontrol. Lo cual no quita que la embriaguez afecte a su responsabilidad (será tratado en el lugar oportuno). Los episodios arriba seleccionados con las letras a) y b) nos ayudarán a diferenciar la diversa relevancia típica de cada uno. En cuanto a lo señalado sub a), proferir insultos contra una persona constituye una conducta que porta un significado delictivo como injuria, pues puede menoscabar su fama o su propia estimación. Que la persona ofendida sea un agente de la autoridad no quiere decir que http://www.unav.es/penal/delictum/ 168 La culpabilidad (II: la inimputabilidad) carezca de fama o de propia estimación, por lo que proferir insultos contra ella es también algo injurioso (arts. 208 y 620.2.º). No se trata de un delito que exija la producción de un resultado separado de la conducta, sino de un tipo de mera actividad. Luego si se constata que Andrés profirió esas palabras, en un contexto como el descrito, contra concretas personas, puede entenderse que constituyen expresiones injuriosas. Es posible defender que las injurias no sean lo suficientemente graves como para constituir delito (art. 208.II), pero sí al menos de falta (art. 620.2.º). En cuanto a lo señalado sub b), acometer violentamente a un agente de la autoridad puede ser constitutivo del delito de atentado, también de mera actividad, consistente en atacar a agentes de la autoridad (art. 550). Si entendemos que abalanzarse contra una persona con tal fuerza que se le echa por tierra y resulta lesionado (aunque levemente) requiere recurrir a la fuerza física, estamos en presencia de violencia, que es uno de los medios de comisión del delito de atentado: luego su conducta realiza el riesgo propio de tal delito, es típica como atentado en el plano objetivo. Para este delito no es relevante la producción de lesiones físicas, pero sí lo es para el de lesiones. En efecto, el mismo golpe contra Braulio sería constitutivo, además, de un riesgo de lesiones; estamos ahora ante un delito de resultado, en el que además de la causalidad (que aquí no es posible poner en duda) se exige crear un riesgo típicamente relevante de menoscabar la integridad física o psíquica de una persona, y que dicho riesgo se realice en el resultado. Pues bien, entendemos que echar por tierra a una persona es constitutivo de un riesgo relevante para afectar a la salud física (arts. 147 ss, y 617.1.º). Y es dicho riesgo el que se plasma en el resultado, pues no se dice nada de que un tercero o la propia víctima se entrometieran creando un nuevo riesgo. Procede entonces afirmar también la tipicidad objetiva de una infracción de lesiones. Que tardase en curar poco tiempo puede hacer defendible que dicha infracción no sería constitutiva de un delito de lesiones, pero sí de una falta (art. 617.1). Ambas infracciones (atentado y lesiones) se han producido con uno y el mismo golpe, de manera que puede entenderse que se ataca a dos bienes jurídicos (integridad y autoridad) de una vez. Nos encontramos ante una situación en la que aplicar los dos delitos cumulativamente puede ser excesivo, y dejar de aplicar alguno de los dos puede ser escaso. Sin embargo, es claro que ha atacado a ambas realidades jurídicas. Entra entonces en juego la figura del concurso ideal de delitos, de manera que la pena de la infracción más grave se agravaría (mitad superior de la pena más grave: art. 77), salvo que entonces la pena fuera superior a la que resultaría de castigar por separado, en cuyo caso se sancionarán por separado. Pues bien, si tenemos en cuenta que la falta de lesiones lleva consigo una pena únicamente de localización permanente, y el atentado una de prisión (de dos a cuatro años, más una de multa: art. 551), habrá que sancionar por separado (art. 77.3). Por tanto, la conducta de Andrés realiza el tipo objetivo de una falta http://www.unav.es/penal/delictum/ 169 10.ª 10.ª La culpabilidad (II: la inimputabilidad) de injurias, una de lesiones y de un delito de atentado. En el aspecto subjetivo, cabe afirmar la existencia de dolo, porque Andrés es consciente de que tiene delante a agentes de la autoridad (precisamente sólo insulta a éstos), y que profiere insultos (nada hace pensar que se avisara a la Policía sin otro motivo), por lo que se representa el riesgo que exigen los tipos, tanto de injurias como de atentado. Algo parecido cabe señalar en cuanto a la lesión de Braulio: no se cayó contra él, sino que se abalanzó, luego se trataría de un riesgo que él se representaría sin duda. Las conductas de Andrés son también típicas en el aspecto subjetivo. Caso de que Andrés hubiera sido detenido ilegalmente por una persona al margen de la ley, estaría amparado por el Ordenamiento para defenderse y repeler la agresión. Pero nada se dice de eso, por lo que hay que estar a la antijuricidad de la conducta. La culpabilidad de Andrés puede sin embargo discutirse. Sabemos que para ser culpable se exige imputabilidad, conocimiento de la prohibición y exigibilidad de otra conducta. Cabe dudar de que Andrés sea imputable en el momento de los hechos. En efecto, el informe pericial afirma que el acusado tiene grave adicción al alcohol desde hace años y se encontraba, sin duda alguna, completamente embriagado1. Una persona en esas condiciones no es capaz de conocer las pautas normativas de su actuar, ni es susceptible de dejarse guiar por esas pautas. Que el proceso en el que se ve inmerso sea considerado conducta humana precisamente porque era susceptible de autocontrol no quita que ese autocontrol sea gobernado precisamente por las normas de conducta jurídicas ni morales. En concreto, Andrés insulta, y sabe que insulta, pero carece en ese preciso momento de recursos morales para optar por respetar a las personas en lugar de ofenderlas: parece impermeable a las normas jurídicas, como a cualquier norma moral. Para estos casos el Ordenamiento prevé la no responsabilidad del agente por inimputabilidad (art. 20.2.º), salvo que lo hubiese provocado o debiera haberlo evitado. Si los datos del caso fuesen más detallados, podríamos discutir si Andrés debió haber evitado caer en embriaguez (lo cual es bastante defendible, y dar entrada entonces a la estructura de imputación extraordinaria de la actio libera in causa, los preceptos de la eximente incompleta, art. 21.1ª, o de la atenuante de grave adicción, art. 21.2ª). A la vista únicamente de lo que se dice en esos hechos (algo se dice: grave adicción al alcohol), estamos por la exención de culpabilidad por inimputabilidad. En otras palabras, Andrés es considerado inimputable de su conducta. En conclusión, Andrés lleva a cabo conductas típicas de injurias (falta), lesiones (falta) y atentado (delito), de las que sin embargo es inimputable debido a la embriaguez que padecía en el momento de los hechos, por lo que resultará exento de pena. Cfr. también C.13, C.33, C.102. http://www.unav.es/penal/delictum/ 170 1 Cfr. la SAP Sevilla 10 de marzo de 1999 (ARP 1066/1999, ponente Núñez Vide), en la que puede leerse: «en el estrecho margen del Derecho penal, su conducta está afectada por la circunstancia eximente del artículo 20.1º y 2º del Código Penal, dado que, evidentemente, el acusado, al tiempo de realizar los hechos que aquí se le imputan, tenía gravemente alteradas sus facultades mentales y no podía comprender la ilicitud de lo que estaba haciendo, ya que teniendo, como queda señalado, la condición de policía, lo contrario no tendría sentido ni explicación alguna. Además, al hallarse en estado de intoxicación plena, también le sería aplicable el núm. 2º del mismo artículo como queda referido, que regula las eximentes. No se olvide que la doctrina al respecto, es plenamente aplicable después de la modificación del Código Penal de 1995, que reforzó el carácter de la embriaguez, que antes sólo era atenuante, convirtiéndola en eximente, para aquéllas causas en que fuere plena y fortuita como en el presente. Ver a título de ejemplo las Sentencias de 20 de mayo de 1986, 23 de febrero de 1988, 12 de septiembre de 1991, 23 de febrero de 1995, etcétera». La culpabilidad (II: la inimputabilidad) No nos resulta extraña la posibilidad de hacer responsable a un sujeto a pesar de un defecto que impediría la imputación. La estructura de imputación extraordinaria conocida bajo la expresión actio libera in (sua) causa permite atribuir entonces responsabilidad. Ahora bien: ¿en qué casos puede establecerse y con qué condiciones? Su análisis se aborda en C.104. C.104 Caso del «chapista» «Se declara probado que siendo aproximadamente las 22 horas del lunes 17 de agosto de…, Antonio R. O. regresó a su domicilio sito en el n.º 16 de la denominada “Barriada de los Quinteros” de U. después de haber pasado la jornada trabajando en el taller de chapistería que regentaba junto con su socio Patricio G. D. en esa localidad, habiendo sufrido a lo largo de la tarde un fuerte dolor de cabeza que le hizo dejar su trabajo antes de lo que habitualmente lo hacía, […] permaneció en el salón sito en la planta baja de la vivienda, que se trata de un chalet de los denominados adosados, mostrándose cada vez más nervioso no sólo por el dolor de cabeza que aún no había cesado sino también y sobre todo por las molestias que producía un aparato transmisor de la casa contigua, la núm. 15, que emitía música a gran volumen, […] Ante ello Antonio se ofreció a ir a decirle al vecino que bajara el volumen del aparato transmisor pero Isabel le contestó que iría ella dado que a él lo encontraba muy nervioso. Con esa intención salió Isabel de la casa y se dirigió a la contigua, la ubicada en el núm. 15, de la misma calle la que constituía el domicilio de Marcos G. V. y de su familia. A la vez que Isabel salía de la casa, su marido pensó en subir hasta la primera planta donde se hallan los dormitorios, con intención de acostarse, pero al pasar por la puerta de entrada de la vivienda, que Isabel había dejado abierta al salir momentos antes, cambió de opinión y pensando que era su deber acompañar a su esposa decidió salir y acercarse hasta la casa de Marcos G. y cuando ya había determinado su propósito cogió del televisor una de las herramientas que allí había dejado al regresar del trabajo, en concreto una especie de destornillador de 21 centímetros de largo […]. Con él en alguna de las manos se dirigió al domicilio de Marcos G. V., donde ya se hallaba su esposa la que había pedido a Marcos que bajara el volumen del aparato de música, habiéndole éste contestado que lo haría inmediatamente por lo que al hallarse en el jardín que la casa tiene en su fachada se dirigió al interior de la vivienda siendo en este instante cuando Antonio, que ya había llegado allí después de saltar la pequeña verja que divide el jardín de su casa de la de sus vecinos –verja de aproximadamente 90 centímetros de altura– sin mediar palabra acometió con el citado destornillador a Marcos clavándoselo en diversas partes del cuerpo, http://www.unav.es/penal/delictum/ 171 10.ª 10.ª La culpabilidad (II: la inimputabilidad) ante este ataque Marcos intentó defenderse y cayeron ambos al suelo, Antonio sobre Marcos, donde siguió clavándole el instrumento a la vez que con intención de quitárselo de encima Marcos lo empujaba. Al conseguir su propósito trató de huir, siendo perseguido por Antonio R. O. [que] consiguió alcanzar a Marcos al que siguió agrediendo con el instrumento citado hasta que dejó de moverse [ … y quien falleció pocos instantes después, cuando el propio Antonio le trasladaba al Hospital]. Antonio R. O. con anterioridad a estos hechos sufría frecuentes y fuertes cefaleas […], situación que enmarcaba su grave malestar ocasionado tanto por las cefaleas, crisis de ausencia y episodios de pérdida de control ya señalados, como por su propia actividad laboral de chapista con gran nivel de ruido que incidían –sin que él fuera consciente de ello– en su persona a lo que el día 17 de agosto se unió la angustia de no poder descansar en su propio domicilio después del fuerte dolor de cabeza que sufría lo que él achacaba al volumen de la música que tenía puesta Marcos G. V. […], de tal forma que estos estímulos tanto externos como internos, determinaron una reacción mental en cortocircuito al no poder soportarlos su personalidad o temperamento, reacción que provocó en él un estado crepuscular que inicia al salir de su casa después de haber cogido el destornillador y que no cesó hasta ver inmóvil el cuerpo de Marcos G. al que él achacaba todos sus padecimientos, tiempo en el que tuvo anuladas por completo sus facultades volitivas y muy disminuidas las intelectivas o cognoscitivas. En las horas antes de este acceso que determinó el estado crepuscular y en las siguientes sus facultades se hallaban determinadas y conciencia y voluntad disminuidas, pero en modo alguno anuladas por completo» (STS 14 de abril de 1993, ponente: Bacigalupo Zapater; RJ 3333). Se nos pide analizar la responsabilidad penal de Antonio R.O., quien, según los hechos, utiliza un destornillador de 21 cm. de largo para clavárselo en repetidas ocasiones a su vecino Marcos G. Se afirma de Antonio que obró en «una reacción mental en cortocircuito … que provocó en él un estado crepuscular que inicia al salir de su casa después de haber cogido el destornillador y que no cesó hasta ver inmóvil el cuerpo de Marcos … tuvo anuladas por completo sus facultades volitivas y muy disminuidas las intelectivas o cognoscitivas». Sin variar estos hechos conviene en ellos distinguir cuatro fases diversas: primera, el llegar a su casa; segunda, el permanecer en casa oyendo los ruidos procedentes de casa del vecino; tercera, el aviso por parte de su mujer; cuarto, el repentino acudir de él a casa de Marcos con acometimiento a éste con el destornillador. Finalmente, se produce la muerte de Marcos. Analizaremos primero si concurre una conducta, para posteriormente valorar si es típicamente antijurídica. En las fases 1.ª-3.ª no cabe dudar de la existencia de una conducta humana, puesto que todo lo que hace lo hace como adopción de pautas de comportamiento, con http://www.unav.es/penal/delictum/ 172 La culpabilidad (II: la inimputabilidad) autocontrol: vuelve del trabajo, cuando podía seguir allí, permanece en casa teniendo alternativas (ir a casa de Marcos o quedarse…). Distinto es lo que pueda suceder en la fase 4.ª: el presentarse de improviso y el acometimiento repentino plantea el problema de si se trata de un movimiento reflejo. En efecto, no cabe descartar que una persona empuñe un instrumento como ese en virtud de una fuerza que actúa sobre él sin que pueda oponer resistencia: ha de tratarse de una fuerza externa e irresistible. En los hechos se lee, sin embargo, que Antonio acude a la casa del vecino, que salta la vaya, que una vez asestado el primer golpe, sigue golpeando a Marcos… Todo ello son indicios de que ese proceso no es un simple acto del hombre (meramente fisiológico), sino humano (susceptible de autocontrol, aunque sea mínimamente). Que se hallara en una situación psicológicamente condicionada (los hechos relatan «una reacción mental en cortocircuito … que provocó en él un estado crepuscular») no quiere decir que no desaparezca lo humano de ese proceso. En efecto, las pautas de conducta recibidas por educación indican que ante situaciones de tensión como esta todavía cabe mantener la calma, desviar la propia tensión…, cualquier cosa menos empuñar un instrumento así y clavarlo contra otra persona, aunque sea la fuente de sus cefaleas. Dicho proceso es, por tanto, una conducta, por ser humana, externa y susceptible de autocontrol. Será oportuno abordar el análisis de esos condicionamientos psíquicos más adelante, en sede de culpabilidad. ¿Realiza dicha conducta el tipo de algún delito? Es la cuestión de la tipicidad, que ha de analizarse separadamente en lo objetivo y en lo subjetivo. En el aspecto objetivo, unos golpes punzantes con un destornillador pueden considerarse típicamente relevantes a efectos del delito del homicidio: además de causales, pueden entenderse como uno de los riesgos que el tipo de homicidio pretende prevenir (muertes por instrumentos punzantes como cuchillos, puñales…); y es ese riesgo, y no uno interpuesto por terceros o la propia víctima el que se realiza en el resultado (no hace falta reiterar ahora todos los elementos de la «imputación objetiva»). Las conductas situadas en las fases 1.ª-3.ª no plantean tipicidad alguna; mientras que la realizada en la 4.ª colma por tanto el tipo objetivo del art. 138 (homicidio). En el aspecto subjetivo se podría afirmar sin lugar a dudas el dolo si no fuera porque Antonio obra en una situación de furor que parece hacerle desconocer lo que hacía (podría decir como excusa: «me obcequé, y no sabía lo que hacía»). Sin embargo, esa obcecación o furor no hace desaparecer el dolo. Conviene distinguir. Para el dolo se precisa únicamente el conocimiento del riesgo propio del tipo (objetivo), que en este caso es el riesgo propio de unas incisiones con el destornillador sobre el cuerpo de una persona viva. Y esto parece que sí fue objeto de representación (conocimiento) por parte de Antonio: si precisamente obra para acabar con el ruido de casa de su http://www.unav.es/penal/delictum/ 173 10.ª 10.ª La culpabilidad (II: la inimputabilidad) vecino, y va hacia él portando el destornillador, y le asesta un golpe, y luego, una vez en el suelo, sigue reiteradamente golpeándole, no cabe negar la existencia del conocimiento de que esos golpes eran idóneos para hacer daño a una persona. Si además sabe que golpea reiteradamente y en partes vitales, habrá que aceptar que obraba con el dolo de matar que exige el tipo del art. 138. Se da por tanto el tipo subjetivo del homicidio. Es cierto que Antonio obró en defensa de la paz y tranquilidad de su hogar, que se veía perturbada por el elevado volumen de la radio de su vecino. Pero dicho proceder del vecino no constituye una agresión típicamente antijurídica dolosa que permita obrar en legítima defensa frente a ella. Si acaso podría obrarse en estado de necesidad (agresivo), causa de justificación que permite hacer muy poco: por ejemplo, la conducta pacífica de la esposa de Antonio que pide al vecino bajar el volumen sería la conducta adecuada en ese caso para hacer cesar la fuente de la molestia. En cambio, lo que hace Antonio no queda en absoluto abarcado por una causa de justificación. Su conducta es entonces antijurídica. Otra cuestión es la de si Antonio es culpable de dicha conducta típicamente antijurídica. Para ser culpable ha de ser imputable, conocer la prohibición que recae sobre él en ese caso, y no hallarse en una situación de inexigibilidad de otra conducta. De estos dos últimos elementos no vemos problemas en el caso, pero se puede plantear que falte o al menos se vea disminuido el requisito de la imputabilidad de Antonio por verse afectado de un trastorno mental siquiera de carácter transitorio. En esta cuestión nos entramos ahora, retomando lo que quedó dicho más arriba en sede de conducta humana a propósito de los condicionamientos psíquicos del agente. Según la descripción de los hechos, diversos datos relevantes coinciden en el día de los hechos: «situación que enmarcaba su grave malestar ocasionado tanto por las cefaleas, crisis de ausencia y episodios de pérdida de control ya señalados, como por su propia actividad laboral de chapista con gran nivel de ruido que incidían – sin que él fuera consciente de ello– en su persona a lo que el día 17 de agosto se unió la angustia de no poder descansar en su propio domicilio después del fuerte dolor de cabeza que sufría lo que él achacaba al volumen de la música que tenía puesta Marcos». Todo ello parece explicar que a continuación se produjera una crisis nerviosa, que pudiera «perder la cabeza», que «perdiera los estribos», como se dice vulgarmente. No se trata ni de una situación de intoxicación, ni de enajenación, que haría al sujeto incapaz de percibir las reglas de conducta, u obrar conforme a esa comprensión. Se trata, más bien, de un estallido de furor, que produce un efecto de pérdida temporal de motivación normativa de su actuar: durante unos momentos no se guía mediante normas, sino que pierde todo control normativo de su conducta. Es lo que en palabras del código penal se denomina «trastorno mental transitorio» (art. 20.1.º.II), que de ser http://www.unav.es/penal/delictum/ 174 La culpabilidad (II: la inimputabilidad) 10.ª total y no provocado haría desaparecer la imputabilidad y con ella la culpabilidad del sujeto. Ante los datos reseñados, bien puede decirse que Antonio padeciera un trastorno de tal clase que le hace inimputable. Pero para ello se precisan dos elementos: que el trastorno sea de tal entidad que haga desaparecer la motivación mediante normas (el conocimiento de las normas o la capacidad de obrar conforme a ellas); y que no haya sido provocado por el sujeto, o que no hubiera sido evitado, si era debido prever la comisión del delito. En cuanto a lo primero, no parece que el furor momentáneo y repentino haga desaparecer toda motivabilidad mediante normas en Antonio: Quizá fuese planteable que el primer golpe sí quedara al margen de la motivación normativa de la conducta humana. Pero resulta difícil creer que tanto el salir corriendo de su casa y saltar la valla, como los sucesivos golpes, enzarzado ya en una pelea con la víctima, quedaran al margen de la motivación normativa propia de la conducta humana. Recuérdese lo que se afirma en los hechos: «estado crepuscular que inicia al salir de su casa …, tiempo en el que tuvo anuladas por completo sus facultades volitivas y muy disminuidas las intelectivas o cognoscitivas, pero en modo alguno anuladas por completo». Por eso, entiendo que ya el trastorno con ser transitorio, no es de tal entidad que hace desaparecer la imputabilidad, aunque sí la disminuye. Más adelante se verá qué tratamiento penal dar a esta culpabilidad disminuida. En cuanto a lo segundo, a la vista de lo anterior, no sería preciso discutir la cuestión de si fue o no evitable, puesto que ya ha quedado reconocido que no hace desaparecer la imputabilidad. Sin embargo, por razones explicativas, analizaremos también este elemento. No parece que el sujeto haya provocado directamente el estado de trastorno, pero sí cabe plantear que hubiera debido prever caer en esa situación. Entra en juego entonces la llamada estructura de la «actio libera in causa», en virtud de la cual, se puede hacer responsable a un sujeto aunque en el momento de producirse un resultado delictivo concurra alguna causa que hace desaparecer su culpabilidad. A este respecto, la doctrina explica esa posibilidad basándose en que el tipo se habría realizado ya antes de su ejecución en estado de inimputabilidad (modelo de la tipicidad: el tipo en cuestión comenzaría a realizarse en el momento en el que empieza a verse privado de culpabilidad); o bien, basándose en que no es justo que alguien quede libre de responsabilidad por un defecto del que él mismo es responsable, de manera que es preciso imputar aunque falte alguno de los elementos que se exige para la imputación ordinaria (modelo de la excepción: la excepción a la regla general de que para responder es preciso reunir una serie de requisitos, que aquí no concurren; a pesar de ello, se imputa). Más razonable parece esta segunda tesis, frente a la primera (pues afirmar que Antonio comenzase a matar cuando empieza a sentir cefaleas, cuanto menos http://www.unav.es/penal/delictum/ 175 La idea de la imputación extraordinaria (en casos de actio libera in causa) se remonta a Aristóteles, Tomás de Aquino, Pufendorf... Escribe éste a mediados del s. XVII: «No solamente pueden ser imputados aquellos sucesos respecto a los cuales esté a nuestro alcance en el momento presente el que acontezcan o no, sino también aquéllos cuya producción estuvo en un momento anterior en nuestro radio de acción, en caso de que hayamos perdido esa posibilidad por nuestra propia culpa. Lo mismo sirve para aquellas cosas cuya realización le resulta imposible a una persona en su estado actual en el caso de que ella haya tenido la culpa de no poder ya realizarlas» (PUFENDORF, Elementorum Jurisprudentiae Universalis libri duo, 1660, Lib. II, axioma I, § 7). 10.ª La culpabilidad (II: la inimputabilidad) es inexacto). Por eso, se puede decir que Antonio ha de responder de la muerte dolosa de Marcos, aunque careciese de imputabilidad en ese preciso momento, siempre que podamos afirmar –lo cual no es fácil– que a Antonio le incumbe evitar ese género de repentinas reacciones violentas. Puesto que se trata de una reacción de la que no se nos dice que hubiera padecido episodios semejantes en el pasado, no parece que supiera lo que podía llegar a hacer en ese estado de trastorno… En definitiva, hay que afirmar que Antonio es culpable de la conducta de homicidio, aunque con una culpabilidad disminuida. A la vista de los datos mencionados en los hechos, podría pensarse en una seria atenuación, incluso en la que corresponde por una eximente incompleta (la del art. 20.1.º.II, en aplicación del art. 21.1.ª), que dé lugar a una rebaja de la pena en uno o dos grados. Además, en los hechos se lee cómo Antonio traslada a la víctima al hospital; esta conducta posterior podría tenerse en cuenta también para atenuar la concreta pena: art. 21.5.ª. En conclusión, Antonio es responsable de un delito de homicidio doloso consumado, pero obra en una situación de culpabilidad disminuida que puede atenuar seriamente la pena (eximente incompleta). Cfr. también C.13, C.102. ¡Inténtelo usted mismo! http://www.unav.es/penal/delictum/ C.105 «El procesado, Aurelio F., mayor de edad y sin antecedentes penales a efectos de reincidencia, sobre las 20.00 horas del día 21 de marzo de 1993 y encontrándose en compañía de su compañera sentimental, Beatriz S. en el domicilio de ambos sito en el apartamento núm. ..., Los Angeles, Los Cristianos, procedió a abrir la puerta ante la llamada del súbdito alemán Hans M., que quería hablar con su compañera sentimental Beatriz […], lo que trató de impedir el acusado Aurelio, al tener fundadas sospechas que Hans trataba de interponerse en la relación con su compañera, por lo que trató de cerrar la puerta, lo que aquél impidió al colocar su pie entre la puerta y el marco de la misma, por lo que Beatriz que se percató del altercado salió del apartamento en cuyo interior se encontraba, para hablar con Hans en el pasillo exterior que conduce al mismo. Todo ello produjo en el acusado Aurelio, una gran alteración de estado de ánimo y pasional, debido a la insistencia de Hans en abordar a Beatriz, determinando un estado de cólera o furor que disminuyó el control de su voluntad en ese momento. Por ello, cogió un cuchillo de cocina del apartamento dirigiéndose donde ambos se encontraban, y con el firme propósito de atentar contra la vida de Hans, comenzó a increparlo y en un momento dado, con el cuchillo asestó a Hans diversas puñaladas que le produjeron entre otras, herida incisa en la bóveda craneal izquierda, así como herida punzante intracraneal http://www.unav.es/penal/delictum/ 176 Puesto que se afirma que disminuyó el control de su voluntad, ¿deja de ser culpable Aurelio? ¿Qué consecuencias en la responsabilidad penal puede tener un estado de cólera o furor? La culpabilidad (II: la inimputabilidad) 10.ª temporal izquierda que lesionó pares craneales, con hematoma subtural en el lugar de la misma, por lo que si el señor M. no hubiera recibido urgente asistencia sanitaria habría fallecido. A consecuencia de ello, Hans sufrió además heridas […], quedándole como secuelas […]» (SAP Santa Cruz de Tenerife 21 septiembre de 2000, ponente Díaz Sabina; ARP 1702). Notas de Derecho Anglo-Americano AA.10 En el ámbito del Common Law, basándose en las general defenses inspiradas en la incapacidad del agente, no comete de manera culpable un delito quien se halle en alguno de los grupos siguientes: 1. Infancia (infancy): Es incapaz de cometer culpablemente un delito (doli incapax) el menor de diez años. El mayor de diez años pero menor de catorce se presupone, en principio, capaz. Sin embargo, puede probarse que ha obrado sin mischievous discretion (conocimiento de que el acto realizado era gravemente injusto) y lograr así la absolución. 2. Demencia (insanity): La demencia surte diferentes efectos en el proceso criminal dependiendo del momento en que se presente. En el momento de la comisión del delito supone la defensa de demencia (en la generalidad de los delitos) o responsabilidad disminuida (caso del homicidio). Pretende afirmar que en el momento de la comisión del delito el agente se encontraba incapacitado por una deficiencia mental. Debe acreditarse que el acusado no comprendía la naturaleza y la calidad de su acto o aún comprendiéndola no alcanza a percibir que éste es injusto. 3. Intoxicación: A la intoxicación (resultado de la ingesta de alcohol o drogas), se le reconoce la capacidad de menoscabar la posibilidad de juicio y auntocontrol y alterar significativamente la capacidad de percepción de la realidad. Para que constituya defense debe negar el mens rea exigido por la definición del delito de acuerdo a la combinación de tres criterios: el tipo del delito, la causa de la intoxicación (voluntaria o involuntaria), la sustancia que la produce. Aparte, el Common Law se refiere también a los automatismos (automatism), pero en ese caso no nos estamos refiriendo a los movimientos corporales en los que la voluntad del agente no juega ningún papel sino a los actos cometidos por el agente en estado de inconsciencia, por lo que no pertenecen al ámbito de la culpabilidad, sino al de la acción (L.1). Ver también: R v Kemp [1957] (insanity). http://www.unav.es/penal/delictum/ 177 VOCABULARY: Infancy Doli incapax Mischievous discretion Insanity Automatism 10.ª La culpabilidad (II: la inimputabilidad) Para saber más SILVA SÁNCHEZ, «El régimen de la minoría de edad penal (artículo 19)», en El nuevo código penal. Cinco cuestiones fundamentales, Barcelona, 1997, pp 159-195. JESCHECK/WEIGEND, Tratado de Derecho penal. Parte general, 5.ª ed., trad. Olmedo Cardenete, Granada, 2002, pp 462-477. Para seguir trabajando: http://www.unav.es/penal/delictum/ C.106 «En hora y fechas no determinadas, pero anterior o correlativa al día 8 de marzo del presente ejercicio anual, en una vivienda radicada en esta ciudad, pero en cuya exacta ubicación no ha sido factible acreditar en autos, la acusada Rafaela y tras mediar presión por parte de José …, que aprovechando la precaria situación económica de la acusada, su inestable salud mental y el hecho de que su hijo encontrábase preso, recibió de José un paquete conteniendo 1960 gramos de resina de hachís que fue adosada a su cuerpo con miras a ser ocultada en el desplazamiento convenido hasta la capital malagueña, trayecto que habría de verificarse por vía aérea, para lo cual José D. proveyó a Rafaela del oportuno pasaje a nombre de la hija del primero Tamara D. C., ofreciéndole a cambia la cantidad de 100.000 pts. Sobre las 16:15 horas del día 8 de marzo de 1998 funcionarios adscritos al Grupo de investigación Fiscal y Antidrogas intervinieron a Rafaela cuando pretendía embarcar en el vuelo AX-1290 con destino a Málaga un total de 20 pastillas de resina de hachís que llevaba adosadas a su cuerpo mediante una faja, sustancia esta que tras posterior análisis mostró una concentración del principio activo tetrahidrocarnabinol del 6,2% cuyo precio en el mercado ilícito hubiere alcanzado un valor de 1.274.000 pts.» [Rafaela padece desde 1.991 trastorno de la personalidad, es decir una anomalía de la misma, en que los sujetos que la padecen presentan varios de los trastornos pero sin un grupo de síntomas predominantes que permitan un diagnóstico más específico (informe del psiquiatra …), con crisis pitiaticas, acompañados de graves episodios tensioarteriales, que acompañadas de los elementos psicoafectivos anteriormente relatados. Hacen que la procesada, a consecuencia de todo lo anterior, presenta baja tolerancia a la frustración y deficiente control de los impulsos. Su esfera de afectividad es pobre, excepto con sus hijos. Estas circunstancias conllevan a peritos psiquiátricos en supuestos similares a sostener que la capacidad intelectiva no se encuentra deteriorada, sin embargo sí lo está la capacidad volitiva, que puede verse afectada en determinados momentos, especialmente ante el ataque a uno de sus seres queridos, en este caso su hijo] (SAP Málaga, Melilla, núm. 5/2001, sección 7.ª, de 29 enero, JUR 133086, ponente Giner Gutiérrez). El acusado José Antonio A. B., mayor de edad y con antecedentes penales … C.107a «I.sobre las 2.30 horas del día 4 de enero de 1998 se encontraba en la calle Nueva de San Francisco con la calle Escudellers de la localidad de Barcelona, y allí se encontró con una persona no identificada a la cual encañonó con una pistola Norinco NZ 75 con el número de serie borrado del 9 mm Parabellum en buen estado de conservación y funcionamiento y cargada con los cartuchos correspondientes, pistola que momentos antes el acusado se había encontrado en el cuarto de baño de la discoteca La Paloma de Barcelona, la cual puso en el pecho y sin que consten las expresiones con las cuales se dirigió a tal persona. Tales hechos fueron observados por el agente de la Guardia Urbana núm. ... el cual se encontraba en la zona libre de servicio, por lo que se acercó al acusado, el cual ante este hecho igualmente le encañonó en el pecho con la citada pistola y disparando la misma al suelo le dijo: "dame lo que lleves" ante lo cual el agente de http://www.unav.es/penal/delictum/ 178 La culpabilidad (II: la inimputabilidad) la Guardia Urbana le manifestó que únicamente llevaba las llaves, por lo que el acusado bajó el arma y abandonó el lugar. II.- … V.-El acusado en el momento de los hechos se encontraba bajo los efectos de una ingesta alcohólica precedente que limitaba levemente sus facultades volitivas e intelectivas» (STS 25 mayo 2002, RJ 7234, ponente Bacigalupo Zapater). «Se declara expresamente probado, que el día 8 de junio, sobre las 2,30 horas, C.107b Juan Luis, el cual tenía vigente una orden de alejamiento y no aproximación a menos de 500 metros a su esposa Estíbaliz, impuesta por el Juzgado de Instrucción nº. 2 de León, en Diligencias Previas nº. 2852/2004, en fecha 2 de agosto de 2004, la amenazó diciéndole que "la tenía que matar", hechos que ocurrieron en el domicilio de ésta, sito en la calle …, nº. … de Trobajo del Cerecedo, León. El acusado llevaba conviviendo con su esposa en el domicilio referido, que fue familiar, desde hacía varios meses, al haber solicitado los hijos de la pareja a su madre que permitiese que Juan Luis regresase al domicilio familiar, lo cual fue admitido por ésta, no solicitándole en ningún momento que se ausentase de dicho domicilio.» «El acusado tiene problemas de consumo excesivo de bebidas alcohólicas, situación en la que se comportan en forma agresiva, como sucedió en la fecha de autos.» (SAP León núm. 61/2005, sección 3.ª, de 3 octubre 2005, JUR 241873, ponente Mallo Mallo). «Sobre las 6.30 horas del día 24 de octubre de 1997, Julio G. R., mayor de edad y C.107c […], con ocasión de hallarse efectuando trabajos de cuidador en el domicilio de Jordi J.S., sito en la carretera de Riells ... de la localidad de Breda, con la intención de obtener un beneficio económico, entró en la habitación que ocupaba el súbdito francés Bernard René J. y mostrándole a éste un cuchillo de sierra, de los que se utilizan para cortar pan, que portaba en la mano, le dijo que se diera la vuelta para atarle las manos, lo que hizo el señor J., siendo atado de pies y manos con unas cuerdas por el acusado, y una vez inmovilizado le quitó 12.000 ptas. y 500 francos franceses que llevaba en el pantalón, tapándole a continuación la boca con un pañuelo para que no pudiera gritar, procediendo entonces el acusado, tras apagar la luz, a salir de la habitación y a asegurar el cierre de la puerta con una cuerda y un alambre para que el señor J. no pudiera abrirla. […] El señor J. «permaneció inmovilizado unos 45 minutos. […] Julio G. R. en el momento de la comisión de los hechos era consumidor habitual de heroína y cocaína, adicción que mermaba levemente sus facultades volitivas en orden a procurarse los medios económicos con los que satisfacer su adicción» (STS 17 de abril de 2000, RJ 2556, ponente Granados Pérez). C.108 «A finales del mes de agosto del año 1999, la Guardia Civil del Puesto de Benicarló tuvo noticias de que en un vivienda ubicada en el número .... de la Partida Río de Benicarló pudieran residir personas que vendieran a terceros sustancias estupefacientes, por lo que agentes de dicho Cuerpo, provistos del oportuno mandamiento judicial, el día 26 de agosto de 1999 llevaron a cabo la entrada y registro de la mencionada vivienda. Una vez que entraron los agentes en dicha vivienda, hallaron en su interior a Ramón B. H. que, siendo familiar de las que enseguida se dirán, no residía en la misma […]. En dicha vivienda estaban también Josefa S.F. y Remedios V.F., residentes en la misma. Remedios fue vista por uno de los agentes cuando introducía en un sumidero o fosa séptica existente en un patio de la vivienda un objeto. Sospechando los policías que pudiera tratarse de droga que pretendiera hurtarse al registro, intentaron y lograron recuperar dicho objeto, que resultó ser un monedero en cuyo interior encontraron dos bolsitas de plástico, anudadas con hilo de alambre de color verde. Analizadas debidamente las sustancias halladas en el interior de las citadas bolsitas, resultó que la misma consistía en 3,59 gramos de cocaína y 3,81 gramos de heroína, cuya pureza no pudo determinarse debido a la suciedad y humedad de que habían quedado impregnadas las bolsitas y su contenido tras ser arrojadas al citado sumidero. La droga encontrada estaba destinada a su venta a terceras personas. En el mismo registro y en un cajón de un mueble se encontró una bolsa de plástico azul en cuyo http://www.unav.es/penal/delictum/ 179 10.ª 10.ª La culpabilidad (II: la inimputabilidad) interior había otras de plástico transparente, así como un rollo de alambre de color verde y trocitos cortados del mismo y trozos de plástico cortados en forma circular y adecuados para formar bolsitas similares a las encontradas con droga. Observaron igualmente los agentes cómo Josefa S. F. introducía en una tetera que se encontraba sobre una mesa con café preparado en su interior una balanza de precisión. Dentro de una bolsa de plástico que llevaba Remedios V. S. en el interior de una riñonera o faltriquera se encontraron un total de 204.000 ptas., distribuidas en tres billetes de 10.000 ptas., dieciocho billetes de 5.000 ptas., treinta billetes de 2.000 ptas. y veinticuatro billetes de 1.000 ptas., que eran el fruto de anteriores ventas de droga. Remedios V.H., indocumentada, mayor de edad penal al tener lugar los hechos narrados, es sordomuda de nacimiento, totalmente carente de instrucción al no haber sido escolarizada. Asimismo, tras haberse criado desde su más tierna infancia con su abuela, la acusada Josefa S.F. –persona de escasa instrucción–, desconoce cualquier lenguaje de signos, por lo que su forma de comunicación con el entorno es sumamente rudimentaria y de muy limitado alcance. Todo ello configura una situación en la que la falta de socialización y de conocimiento e interiorización de los valores socialmente dominantes genera en Remedios una grave alteración de la conciencia de la realidad, significativamente por lo que respecta a la gravedad, trascendencia e ilicitud de la tenencia de droga con finalidad de transmisión a terceros y de la entrega a éstos de sustancias estupefacientes, por lo que desconoce y no es consciente de dicha ilicitud». (SAP Castellón núm. 12/2002, sección 1.ª, de 3 junio, JUR 195010, ponente Marco Cos). C.109 «El procesado, Franco, mayor de edad, debidamente circunstanciado en autos, sin antecedentes penales, que convivía maritalmente con Gema, desde agosto de 2000, desde el mes de febrero de 2001 y hasta el día 10 de abril del mismo año, de modo reiterado actuó con violencia psíquica y física, respecto de su compañera sentimental, llegando en ocasiones a quitarle las llaves de la vivienda que compartían, impidiéndole salir de la misma, e incluso acudir a su trabajo, retirándole en otras el teléfono móvil, porque no pudiera comunicarse, y en una ocasión propinándole una bofetada, creando en Gema una situación de temor permanente, condicionando su vida cotidiana. A consecuencia de tal situación Gema, presenta estrés postraumático, con las secuelas psicológicas derivadas del mismo». Se considera probado también que el acusado es adicto al alcohol y conoce que su consumo le convierte en persona agresiva y violenta. (STS 11 de mayo de 2005, ponente Saavedra Ruiz, RJ 5137). http://www.unav.es/penal/delictum/ 180