Homilía de la Colecta Anual 2016 El Hijo pródigo

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Homilía de la Colecta Anual 2016
El Hijo pródigo
El evangelio de hoy, la parábola del hijo pródigo, fue
inspirado por los hábitos alimenticios de Jesús. No me
refiero a que Jesús fuera vegetariano, o que estuviera
haciendo una dieta baja en carbohidratos o baja en sodio.
Me refiero al hábito que tenía Jesús de comer con los
pecadores. Los fariseos y los escribas se quejaban de
Jesús: “Este hombre recibe a los pecadores y come con
ellos.” Es la misma queja del hermano mayor de la
parábola del hijo pródigo, infeliz de que su padre reciba al
hijo pródigo en su casa le prepare un banquete.
Jesús responde a la queja de los fariseos mediante tres
parábolas: la parábola de la oveja perdida, la parábola de
la moneda perdida, y la parábola del hijo perdido, el hijo
pródigo.
Aunque llamamos a esta parábola, la parábola del hijo
pródigo, el verdadero protagonista de la historia es el
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padre, que nos permite vislumbrar la misericordia de
nuestro Dios que se regocija más por un pecador que se
convierte que por 99 justos.
La historia comienza cuando el hijo menor le pide a su
padre que le dé su parte de la herencia, a la que él hubiera
tenido derecho cuando su padre muriera. De acuerdo con
la ley judía, no siendo el mayor de los hermanos, hubiera
tenido derecho a un tercio de la herencia. El joven no
puede esperar a que su padre muera; quiere salir de su
casa en ese momento. Salir de casa, llevar adelante
nuestra vida sin el padre es una metáfora del pecado.
Aunque en un principio su elección debe haberle parecido
la vez audaz y glamorosa, todo cambió cuando se quedó
muy rápidamente sin dinero. Al igual que el hombre que
ganó $10 millones en la lotería y lo gastó todo el primer
año. Cuando los periodistas le preguntaron cómo fue
capaz de gastar tanto dinero, el hombre explicó: "Me
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asté $3 millones en el juego, $3 millones en mujeres de la
calle, y el resto lo gasté frívolamente."
El hijo de la parábola es un mocoso desagradecido por
su enorme sentido de sus derechos, que ha roto el corazón
de su padre. Él está buscando la libertad; pero el drama
del joven es que cuanto más se distancia de su padre, más
se deteriora su situación. Al igual que todos los seres
humanos, anhelaba la felicidad pero se conformó con la
diversión. En nuestra propia cultura la gente está
frecuentemente adicta al entretenimiento, y esclavizados
por los dictados de la moda. El joven descubrió que
cuando se paga por las bebidas, se pueden tener un
montón de amigos.
La diversión llegó a su fin cuando el dinero se acabó y
una gran hambruna asoló el país, encontrándose entonces
en extrema necesidad. Fue capaz de encontrar empleo
cuidando cerdos en una granja. Tenía tanta hambre que
deseaba comer la basura con que estaban alimentando a
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los cerdos, pero no se le permitía. Aquí Jesús nos describe
a alguien que ha tocado fondo. Para el pueblo judío el
cerdo es un animal impuro, así que tener que cuidar de los
cerdos y querer comer su comida muestra la profundidad
de su degradación y humillación. Sería como estar en los
barrios bajos, en una casa con drogas, con un colchón
sucio en un sótano sucio con ratas corriendo sobre
nosotros.
Habiendo tocado fondo, el joven recupera sus sentidos
y decide regresar a casa. Él no está motivado tanto por el
remordimiento como por el hambre y la desesperación.
Piensa en las personas que trabajan para su padre y sólo
quiere ir a casa a pedir algún trabajo humilde, al darse
cuenta de que ha malgastado su herencia y no tiene
ningún derecho sobre ninguna cosa. Se pone en camino,
practicando lo que le va a decir a su padre: “He pecado
contra el cielo y contra ti, ya no merezco ser tu hijo,
tráteme como lo haría con uno de sus jornaleros. Hace lo
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mismo que un joven de pie esperando en la fila para
confesarse y practicando lo que le va a decir al sacerdote.
Luego viene la parte más hermosa de la parábola.
Jesús dice que mientras que el hijo estaba todavía muy
lejos, su padre lo vio y se llenó de compasión. Salió
corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo besó. En la
meditación sobre el hijo pródigo en los Cursillos de
Cristiandad, se nos recuerda cómo el joven estaba
caminando lentamente hacia su casa. Pero el anciano, el
padre, que está esperando con ansiedad el regreso de su
hijo, cuando le vislumbra en el horizonte corre a su
encuentro. Nuestro arrepentimiento a menudo camina
muy lentamente, pero la misericordia de Dios es siempre
rápida, corriendo a nuestro encuentro, para abrazarnos y
besarnos.
El padre instruye a sus siervos: "traigan rápidamente el
mejor traje y vístanle, pongan un anillo en su dedo y
sandalias en sus pies, tomen el ternero cebado y mátenlo
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porque vamos a celebrar un banquete, porque este hijo
mío estaba muerto y ha venido a la vida de nuevo. Estaba
perdido y ha sido hallado.”
Con esto vemos cómo el padre está ansioso por
devolver la dignidad perdida a su hijo. Él no puede
soportar la idea de verle sin zapatos como un esclavo. Él
tiene que poner sandalias en sus pies y un anillo en su
dedo como señal de que él es un miembro de la familia.
Hace unos años escribí un libro en portugués que
titulé: "Anel e Sandalias" (anillo y sandalias) en el
prefacio del libro reflexiono sobre el hecho de que el
anillo y las sandalias simbolizan mi vocación de fraile
franciscano capuchino y de obispo. Como el hijo pródigo,
no me merezco esta gran generosidad del Padre, que a
pesar de todas mis limitaciones y fracasos ha puesto las
sandalias franciscanas en mis pies y el anillo de obispo en
mi dedo.
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Todos necesitamos saber lo mucho que Dios nos ama y
nos quiere perdonar y abrazar. En la parábola, el padre
representa a nuestro Dios que es capaz no sólo de
satisfacer el hambre del hijo, sino también de restaurar su
dignidad.
El hijo mayor, que representa la actitud de los escribas
y fariseos, vuelve de los campos y quiere saber que son
esas músicas y festividades. Cuando se entera de que su
padre está celebrando el regreso de su hermano, se niega a
entrar en casa. El padre ve al hijo pródigo con amor y
compasión y se alegra porque él estaba muerto y ha vuelto
a la vida. La reacción del hijo mayor es de ira, no es capaz
de ver otra cosa que el pecado de su hermano. Él se siente
engañado, y se queja de que su padre no haga una fiesta
para él y sus amigos.
Pero al igual que el padre sale a abrazar al hijo pródigo
y lo trae a casa, él también va a buscar al otro hijo para
enseñarle a ser misericordioso y traerlo también a casa. El
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padre ama y perdona a sus dos hijos, quiere que vivan en
paz y armonía. El padre se regocija por la conversión del
hijo menor y espera la conversión hijo mayor, tan
trabajador y responsable que le resulta muy difícil
perdonar a su hermano.
El Papa Francisco, convocando este Jubileo de la
Misericordia, nos recuerda: “necesitamos constantemente
a contemplar el misterio de la misericordia. Es un
manantial de alegría, serenidad y paz. Nuestra salvación
depende de ello.” La Cuaresma es un tiempo privilegiado
para nosotros en el que la Iglesia nos invita a vivir un
retiro bautismal de 40 días para renovar nuestro
compromiso bautismal como discípulos de Cristo. Cristo
vino en medio de nosotros para manifestar el amor y la
misericordia del Padre, y Él comparte esa misión con
todos nosotros que somos sus seguidores. A través de
nuestra capacidad de perdón y compasión debemos dar
testimonio de la presencia amorosa de Dios en medio de
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nosotros. Una parte importante de nuestra conversión
personal es aprender a ser hombres y mujeres de
compasión y misericordia. Una de las maneras en que
vivimos nuestra Cuaresma es mediante la práctica de las
obras de misericordia: dar de comer al hambriento, recibir
al extranjero, visitar a los enfermos, visitar a los presos,
enterrar a los muertos, compartir nuestra fe con otros,
dando testimonio del Evangelio en la forma de vivir y
tratar a los demás.
Llevamos a cabo las obras de misericordia, tanto como
individuos y como comunidad de fe. Durante el tiempo de
Cuaresma hacemos un llamamiento a nuestro pueblo
católico a hacer sacrificios en favor de la Colecta Anual,
que provee apoyo financiero a las obras de misericordia y
de la evangelización que la Iglesia lleva a cabo en nombre
de Cristo, como sus discípulos. Que este santo tiempo de
Cuaresma nos permita experimentar la alegría y la
liberación que la misericordia de Dios trae, y que
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podamos aprender a ser instrumentos de su misericordia,
mensajeros del amor y compasión de Dios a nuestro
fatigado mundo.
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